Podemos llamar a Eurídice de regreso del mundo de los muertos, pero no podemos hacer que nos conteste y cuando volteamos a verla, observamos un destello efímero antes de que se desvanezca de nuestras manos y escape. Como todas las historiadoras sabemos, el pasado es una gran tiniebla llena de resonancias. De ella nos llegan algunas voces, pero lo que nos dicen está imbuido de la oscuridad de la matriz de la cual salen.
Y, por mucho que lo intentemos, no siempre logramos descifrarlas de forma precisa a la luz de nuestro tiempo.
Margaret Atwood. El cuento de la criada.
1. Introducción
Se reflexiona sobre discusiones producidas respecto a la participación de las mujeres1 en las guerras, en específico, sobre sus procesos escriturales. Bajo el entendido de que el contexto bélico no es un telón de fondo sino un productor de conocimiento, a continuación se analiza, primero, cómo se construyen diferentes mecanismos de exclusión e inclusión de las mujeres en espacios bélicos, es decir, se problematizan las aproximaciones metodológicas sobre cómo diferentes naciones en guerra construyen y modifican las complejas y dinámicas membresías ciudadanas que, de acuerdo con ciertas características (no) deseadas, dan o quitan acceso a espacios y privilegios generizados y racializados2. Posteriormente, se alude a cómo se constituye el sujeto mujer en estudios enfocados en su participación durante las guerras, especialmente en la relación entre experiencia, escritura, género, archivo y guerra. Finalmente se plantean algunas conclusiones derivadas de la revisión.
El texto se realiza epistémica y metodológicamente desde una postura feminista, pues como apuntaron las académicas3 Lina Bernal4 (Colombia) y Eli Bartra5 (México), para las investigacionesde corte feminista es importante preguntarse ¿cómo y por qué se elige el material y las autoras con las que se dialoga? Y ¿cómo y desde qué espacio se analiza e interpreta? en aras de generar conocimientos no sexistas y no androcéntricos. Conocimientos que, además, constituyen nuestras genealogías epistémicas y que permiten fortalecer «la relación entre el hacer y el pensar, y el camino de vuelta que es el mismo: el pensar desde el hacer. De esa manera se conjuga una experiencia del conocer haciendo, del producir conocimiento que articula teoría y praxis», como escribió la activista y teórica dominicana Ochy Curiel6. En este sentido, se eligieron lecturas que fueran de corte feministas o con perspectiva de género, y que abordaran conflictos bélicos de cualquier país y época, y que analizaran la participación de las mujeres, en específico, sus procesos escriturales (escritos del yo) y de construcción de archivo durante dichos eventos, ya fueran en inglés o español.
2. Procesos generizados de exclusión e inclusión en tiempos de guerra
Mary Nash, historiadora feminista irlandesa, argumentó que para escribir historia de las mujeres no sólo es importante identificar, recuperar y visibilizarlas sino que también es necesario repensar los marcos interpretativos tradicionales, sobre su protagonismo histórico y «releer la historia en clave femenina y desde la metodología de la historia del género»7, para comprender las continuidades y rupturas que se han dado, así como transformar el entendimiento global de las dinámicas socio-históricas. Respecto al estudio de la participación de las mujeres en las guerras, Carlos Monsiváis, escritor y activista mexicano resaltó que, ellas:
[...] significan poquísimo en lo político y en lo social y prácticamente nada si se les sitúa frente a la deidad de esos años: la Historia (con mayúscula), territorio exclusivamente masculino. Según la doctrina patriarcal ni el poder ni la violencia ni la valentía indudable ni la lucidez histórica son asunto de féminas (…) su participación es fundamental en numerosos aspectos, pero si algo es el patriarcado es una estrategia interminable de ocultamientos. En la etapa revolucionaria de 1910 a 1940 o 1950, al extender el término "Revolución Mexicana", a las mujeres se les ve en forma a histórica, ocurren al margen de la óptica del prestigio político y social, y apenas alcanzan a integrarse al "rumor de los días", el ritmo de lo cotidiano que, al ser secundario, no entra en la Historia8.
Esto quiere decir que realizar investigaciones feministas históricas sobre mujeres que participan en guerras, necesariamente nos sitúa en una marginalidad epistémica en la que el conocimiento producido se deslegitima e invisibiliza, ya que, a pesar de que sobre las guerras, posibles o reales, se escribe y se piensa mucho, la mayoría de este conocimiento es construido bajo preceptos de la modernidad y se cimentan en supuestos de universalidad y neutralidad que fundan las estructuras de poder coloniales, que esencialmente son androcéntricas, eurocéntricas, clasistas, heterosexistas, sexistas, capacitistas y racistas9. Por ende, la cantidad de investigaciones sobre la participación de mujeres en las guerras, de corte feminista o con perspectiva de género, que cuestionen y desnaturalicen los sistemas de opresión, son las menos, especialmente en México.
Sin embargo, en 2016, cuando comencé a profundizar sobre el tema de la participación de las mujeres en las guerras, tuve la fortuna de leer La guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Alexievich10, periodista, escritora y premio Nobel de Literatura 2015, que arrojó pistas para construir el andamiaje de la investigación. En este texto, Alexievich cuestionó, desde un posicionamiento situado11, la guerra como un sistema complejo de opresión que trasciende al periodo bélico y que atraviesa lo personal, lo relacional, lo social, lo político y lo discursivo. Se sitúan las experiencias y narrativas de las mujeres en el centro del análisis; y fue a través de estrategias de diálogo y afecto que se buscó entablar vínculos, con quienes participaron durante la guerra para conocer su historia. Se cuestiona la manera en que sistémicamente se excluyeron a las mujeres de los guiones nacionales y académicos, de los espacios militares y de combate, de los registros, de las narraciones colectivas, familiares, e incluso propias. Además, dicha discriminación también se materializó en la vida cotidiana a través de la omisión, silenciamiento, borramiento y despreción de ciertas voces, experiencias y aportaciones, por ejemplo, al no preguntarles a familiares sobre sus experiencias. En sus palabras:
Casi un millón de mujeres combatió en las filas del Ejército Rojo durante la Segunda Guerra Mundial, pero su historia nunca ha sido contada […] Los libros que hablan de las guerras son incontables. Sin embargo... siempre han sido hombres escribiendo sobre hombres[...].
Todo lo que sabemos de la guerra, lo sabemos por la «voz masculina». Todos somos prisioneros de las percepciones y sensaciones «masculinas». De las palabras «masculinas». Las mujeres mientras tanto guardan silencio. Es cierto, nadie le ha preguntado nada a mi abuela excepto yo. Ni a mi madre. Guardan silencio incluso las que estuvieron en la guerra. Y si de pronto se ponen a recordar, no relatan la guerra «femenina», sino la «masculina». Se adaptan al canon. Tan solo en casa, después de verter algunas lágrimas en compañía de sus amigas de armas, las mujeres comienzan a hablar de su guerra, de una guerra que yo desconozco. De una guerra desconocida para todos nosotros. [...] En lo que narran las mujeres no hay, o casi no hay, lo que estamos acostumbrados a leer y a escuchar […] la guerra femenina tiene sus colores, sus olores, su iluminación y su espacio. Tiene sus propias palabras. En esta guerra no hay héroes ni hazañas increíbles, tan solo hay seres humanos involucrados en una tarea inhumana. En esta guerra no solo sufren las personas, sino la tierra, los pájaros, los árboles. Todos los que habitan este planeta junto a nosotros. Y sufren en silencio, lo cual es aún más terrible.
Pero ¿por qué?, me preguntaba a menudo. ¿Por qué, después de haberse hecho un lugar en un mundo que era del todo masculino, las mujeres no han sido capaces de defender su historia, sus palabras, sus sentimientos? Falta de confianza. Su guerra sigue siendo desconocida12.
Su aproximación metodológica y epistémica a la guerra concuerda con la que propuso Joshua Goldstein, politólogo feminista estadounidense, refiere que ésta es un sistema complejo y continuo que sucede a través del tiempo, y que tiene como principio la violencia intergrupal letal13. Es un fenómeno virtualmente universal pues su existencia, potencial o presente, puede ser rastreada prácticamente en todas las culturas humanas. Este sistema está compuesto por instituciones que operan en múltiples contextos con una diversidad de propósitos, reglas y significados. Configura y es configurada por los órdenes sociales, políticos, religiosos y económicos de poder establecidos por las naciones involucradas. Las guerras están interrelacionadas con las dinámicas de poder de género, raza, etnia, clase, etaria, que operan en los diferentes contextos históricos de forma particular y generan sistemas de inclusión y exclusión, a partir de los cuales se estipulan discursos nacionales, así como divisiones sociales14. La hegemonía masculina sobresale en contextos bélicos15 naturalizando y cristalizando la exclusión de las mujeres y de lo femenino, como lo analizó Hortensia Moreno, periodista y feminista mexicana:
La guerra es cosa de hombres. Todo parece indicar que quienes deciden iniciarlas y concluirlas, quienes las dirigen y organizan, y quienes finalmente las pelean son todos del sexo masculino. El hecho por sabido se da por descontado, como si fuera un dato de la naturaleza, con la misma conformidad con que se acepta que el cielo es azul o que las cosas caen por su propio peso. Como ocurre con las certezas del sentido común, resulta poco probable que cuestionemos las implicaciones del asunto: la guerra es cosa de hombres y las mujeres tenemos poco que hacer al respecto, excepto tal vez lamentar la mera existencia del fenómeno o sufrir su influjo en nuestras vidas. (…) Y la pregunta es ¿por qué? ¿por qué es cosa de hombres? ¿por qué las mujeres están excluidas de la guerra? ¿por qué aceptamos -como si se tratara de algo «natural» e inevitable- esta ordenación de género en la guerra sin dedicarle un solo pensamiento?16.
Por su parte, Nira Yuval-Davis17, socióloga e intelectual feminista de origen israelí, indagó sobre cómo el género es constitutivo para la construcción de los proyectos de nación. Comprendió que se generan mecanismos de inclusión y de exclusión dinámicos y cambiantes que se basan en las relaciones de poder sobre lo que contextual e históricamente se concibe como femenino y masculino. Estos definen, administran y materializan las normas sociales que establecen las fronteras y relaciones dialécticas, entre lo que las personas pueden hacer -o no- de acuerdo con sus características sociales de género, sexo, edad, etnia, raza, clase social, etc., y donde se construye la idea de la otredad que divide entre «nosotras/os» y «ustedes». Así, con el concepto de nación se establecen procesos de ciudadanía, de inclusión y exclusión a partir de, por ejemplo, corporeidades particulares -deseadas y no deseadas- para diferenciar las posibilidades de trabajo, potencialidad para administrar el poder y el uso (i)legítimo de los espacios públicos y privados, entre quienes son dignos -grupos hegemónicos- y no dignos -los anormales, peligrosos o sospechosos18.
En el marco de contextos bélicos, donde se fisuran partes de las estructuras sociales, dichas normas de género se visibilizan y se negocian constantemente desde la idea de nación. Entonces, los mecanismos de inclusión y exclusión que se movilizan en situaciones extremas de crisis están afectados por fenómenos políticos, sociales, económicos, familiares y personales. Los cambios sociales, como la incorporación de las mujeres en instancias militares, durante episodios bélicos o la modificación del lenguaje19, son potenciados por proyectos políticos nacionales y por motivaciones personales; sin embargo, como indicó Zillah Eisenstein20, politóloga feminista estadounidense, la incursión de las mujeres en espacios militares jerarquizados no necesariamente significa mayor igualdad o justicia sexual o de género, aunque en ocasiones sí sea su equivalente. Por ejemplo, si bien a algunas mujeres las llevaron al campo de batalla, sus roles eran feminizados de cuidado y no de batalla; si bien recibían salario, éste era menor que el de los hombres; las instituciones se vieron obligadas a modificar sus protocolos para adaptarse a las nuevas realidades, al terminar las guerras pretendieron regresarlas a lo anterior21. Es decir, la estructura no cambió, aunque sus partes se modificaron en tanto que las rupturas en las normativas de género, raza o edad se dieron para conseguir objetivos particulares y no para crear un nuevo proyecto de justicia.
Por ejemplo, las narraciones epistolares entabladas por Trixie Mayer con su familia en México durante su participación en espacios de inteligencia militar de las Women's Auxiliary Air (WAAF por sus siglas en inglés) en la SGM, dan cuenta de dichas prácticas de exclusión, segregación y precarización institucionalizadas basadas en la diferencia sexual del trabajo.
Asimismo, se puede observar en el estudio que Mary Nash realizó respecto al panorama social y político de las mujeres españolas, a principios del siglo XX para comprender la configuración cambiante entre los discursos de nación sobre la feminidad y la masculinidad, los procesos organizativos de mujeres, así como su participación como sujetos políticos y sociales en dicho contexto bélico. Arguyó que, si bien las mujeres estuvieron presentes realizando diferentes actividades y labores a favor de la lucha republicana, éstas se enfrentaron a barreras institucionales y sociales que les impidieron acceder a ciertos espacios de lucha -masculinizados- y las deslegitimaron como sujetos políticos y activos. La autora analizó la modernización y el cambio de régimen político previo al golpe de estado -de la monarquía a la Segunda República Española- en espacios públicos y políticos donde se pugnaron las fronteras simbólicas, estructurales y sociales de lo que las mujeres pudieron hacer en dicha nación: por una parte, estuvieron «los poderosos mecanismos coactivos de control de género en una sociedad [...] conservadora»22, respaldados por las instituciones sociales, religiosas, militares y políticas, que buscaron mantener la división sexual del trabajo así como el control sobre el cuerpo y vida de las mujeres. Por la otra, las feministas y sufragistas españolas y europeas que desearon transformar la situación de las mujeres para acceder a derechos políticos, civiles y sociales, así como para tener una mayor incorporación al espacio público, laboral, educativo o social23.
La autora explicó que, a finales del siglo XIX y principios del XX, el marco de acción de las mujeres en España estuvo restringido por el «discurso imperante de la domesticidad, que reforzaba la supremacía masculina, la división sexual del trabajo y la limitación de las actividades femeninas a la esfera privada del hogar»24, en tanto que ellas debían ser los ángeles del hogar y limitar su participación social a la crianza moral de sus hijos. Dicho prototipo femenino apuntó a que «las mujeres debían ser modestas y sumisas y dedicarse amorosamente a sus hijos, maridos o padres, pero debían desempeñar eficazmente su función de gobernantas de la casa»25. Se produjeron numerosos materiales culturales, como folletos, libros o fascículos, que dictaron los parámetros que rigieron las acciones de las mujeres, so pretexto de que su única función social es mantener la crianza y el cuidado de su familia. Lo anterior se tradujo en leyes que promulgaron la «inferioridad intelectual [y política] de las mujeres»26.
En contraparte, múltiples voces de feministas y sufragistas españolas denunciaron la exclusión y discriminación que vivían por ser mujeres. Lucharon por conseguir derechos a ingresar a espacios masculinizados laborales, académicos y de combate y transformar el sistema de opresión. Sus estrategias de resistencia fueron variadas, como alzar la voz, hacer escritos públicos, tomar los espacios públicos, cabildear con el gremio político y organizarse en grupos sindicales. Nash mostró, por ejemplo, el trabajo de la abogada Concepción Arenal (18201893), quien luchó por los derechos civiles, políticos y sociales de las mujeres. O la telefonista, poeta y activista anarquista Lucía Sánchez Saornil (1895-1970), que públicamente alzó su voz y pluma para cuestionar los mandatos de género que constriñeron a las mujeres. O la socialista María Cambrils (1878-1939), quien visibilizó y denunció la jerarquía sexista y androcéntrica producida por intelectuales de la época que sostenían, con base en estudios pseudocientíficos, los discursos de domesticidad y sumisión de las mujeres.
Los argumentos sociales a favor y en contra de la participación activa de las mujeres durante la guerra civil española, configuraron las concepciones de lo que las mujeres y lo femenino debía de ser y hacer, dentro de una nación en crisis donde se redefinieron cuestiones como la reproducción, los cuidados, el maternaje, la fuerza, la valentía, el trabajo, la política y el uso de los espacios. La guerra alteró aspectos de la cotidianidad y estilos de vida de las mujeres, dentro de ciertos parámetros establecidos para no cambiar la estructura. La edificación desigual de las instituciones sociales y militares perpetuó la discriminación y limitó su participación: la gran mayoría estuvo en la retaguardia y en el cuidado de soldados o en posiciones que no fueron tomadoras de decisión; no hubo un reconocimiento oficial de la participación en la guerra y cuando sí los hubo, se restringió a vanagloriar su muerte o acentuar su pasividad y dependencia para ser salvadas; y no se buscó modificar las normativas de género sino resolver y reemplazar la falta de hombres en ciertos trabajos.
Por su parte, Donna Knaff27, historiadora feminista estadounidense, analizó el ingreso de las mujeres estadounidenses al campo laboral y militar durante la SGM, y metodológicamente lo hizo a través del estudio de arte gráfico producido en dicha época. Estudió la construcción de los mensajes y productos culturales (posters, historietas, publicidad, películas, material gráfico, etc.) sobre la feminidad y la masculinidad deseada y no deseada, es decir, el establecimiento de los márgenes discursivos biológicos, culturales y simbólicos de la nación28. Mencionó que el involucramiento femenil en fábricas estadounidenses para producir municiones y herramientas bélicas o campos alimenticios, se dio como respuesta a la necesidad de suplir a los hombres en diversas industrias mientras luchaban en el campo de batalla.
La autora también historizó el ingreso de las mujeres a las fuerzas armadas en Estados Unidos de América (EUA) durante SGM, explicándolo como parte de un proceso de transformación social que se venía gestando desde la primera guerra mundial y, posteriormente, en la Gran Depresión en la década de los años 30. A pesar de la división sexual laboral, las necesidades económicas y sociales de esa época produjeron rupturas en las normas de género y potencializaron el que mujeres -que previamente no habían podido / querido trabajar- encontraran oportunidades laborales fuera de sus casas. No obstante, dichos trabajos primordialmente precarios, acentuaron su discriminación económica y social, por lo que, en la década de los 40, cuando existió un boom de vacantes laborales, las mujeres aprovecharon los cambios culturales para mejorar sus condiciones de vida, estatus e independencia29. Es decir, la pugna por las normativas de género estuvo atravesada por la cotidianidad de las personas que las rompieron, fisuraron, moldearon o fortalecieron.
Tras la incorporación de EUA a la SGM, los mensajes oficiales emplearon discursos propagandísticos para propiciar el involucramiento de mujeres en las fábricas y el campo, a través de la difusión de discursos patriotas. En éstos, se estableció que: 1) era un trabajo temporal que debía ser retomado por los hombres al término de la guerra, 2) la incursión de las mujeres en espacios laborales masculinizados no debía influenciar su feminidad ni heterosexualidad, 3) las mujeres debían continuar ocupándose de los trabajos del hogar y de cuidado, y 4) era imperante que se reprodujeran y ejercieran su maternidad. Es decir, si bien el Estado permitió la participación laboral de las mujeres a partir de la flexibilización de las fronteras de género, esto no significó que propiciara una ruptura en la división sexual del trabajo la cual se restablecería con la victoria -ellas en la casa / privado y ellos en los trabajos / público-, ni que podían quitarle permanentemente ni el merecido y privilegiado lugar de trabajo, ni el poder sexual, ni la independencia a los hombres.
En México, Mónica Rankin30, historiadora latinoamericanista estadounidense, escribió sobre las identidades femeninas en los discursos nacionales que fueron dirigidos a mujeres de clase media durante la SGM. Planteó cuatro actores sociales que moldearon y reforzaron roles de la feminidad mexicana en su afán de movilizar agendas políticas: conservadoras, feministas, publicistas y líderes de gobierno. La disputa giró en torno a la maternidad, la belleza y al feminismo y se escrudiñaron las representaciones contradictorias de la figura de «la mujer Mexicana» frente a la identidad nacional, la guerra y la cultura popular. Las conservadoras emplearon términos bélicos en sus escritos publicados para fortalecer ciertos valores de belleza femenina y, a la vez, rechazaron los cambios culturales impuestos por movimientos extranjeros; las feministas retomaron la lucha por la democracia en Europa para exigir equidad y participación política de las mujeres en aras de ayudar a la victoria, subrayando que ésta no obstruiría sus obligaciones en el hogar, ni eliminaría su naturaleza maternal; los medios publicitarios, posicionados a favor de las acciones del gobierno, se reapropiaron del discurso de la guerra para vender productos empleando nociones modernas y foráneas de belleza. Finalmente, el gobierno mexicano emitió mensajes generizados para promover el trabajo de las mujeres en las fábricas y campos, argumentando que su involucramiento protegía al Estado, de la misma manera en la que ellas lo hacían con sus familias. Es decir, pugnaron por su incursión a los espacios laborales recordándoles su condición de femenina, trabajo de cuidado y de maternaje.
En Inglaterra, tras el fin de la primera guerra mundial, los organismos militares femeninos fueron rápidamente desmantelados, por no ser considerados lo suficientemente importantes como para continuar recibiendo presupuesto en tanto que las mujeres debían regresar a las labores del hogar y no continuar con una carrera castrense31. A mediados de la década de los 30, ante la creciente amenaza de guerra, las instituciones militares tuvieron que reconsiderar la participación de las mujeres y volvieron a abrir las ramas femeniles. Por ejemplo, Neil Storey y Molly Housego, historiadoras inglesas, indicaron que, al inicio de la guerra, en los espacios de inteligencia militar predominaron los hombres, pero que dicha proporción se invirtió conforme pasaron los años, pues a ellos los desplegaron a campos de batalla y fueron reemplazados por mujeres, quienes al finalizar contabilizaban nueve mujeres por cada hombre32. No obstante, ellos siguieron ocupando posiciones de poder mientras que ellas seguían órdenes o bien, su ascenso estaba encasillado a espacios particulares como administrativos o de coordinación de personal, pocos o casi ninguno de ellos como tomadoras de decisiones bélicas33. Es decir, si bien hubo una alta participación de las mujeres militares y civiles en espacios castrenses, sus posibilidades laborales se vieron coartadas por normativas de género que limitaron y las excluyeron de ciertos espacios y aquellas que sí lograron ascender grados o que su participación bélica fue un parteaguas para el desarrollo de la guerra, han quedado invisibilizadas en los discursos nacionales y simbólicos, tal y como analizó Mary Nash con las mujeres republicanas en la guerra civil española34.
Desde una mirada familiar y social, la psicóloga feminista mexicana Yuruen Lerma35 estudió la correspondencia que Trixie Mayer, su tía abuela, mantuvo de 1942 a 1946 con su familia nuclear cuando ella y su hermano menor, Leonardo, se dieron de voluntarios a la Real Fuerza Aérea (RFA) desde México, su país natal, a Inglaterra, lugar donde nació su padre, para luchar en contra del nazismo. En dicho intercambio epistolar, Trixie describió sus experiencias, reflexiones, sentires y deseos respecto a lo que vivió y, a lo largo de su vida, resguardó estos documentos, lo que le permitió a la autora, siete décadas después, analizar fuentes primarias que dan cuenta de una mirada inédita sobre la participación de las mujeres en la SGM, específicamente desde el puño y letra de la primera mujer mexicana en trabajar en espacios castrenses ingleses.
Uno de los tantos temas que Trixie abordó fue respecto a cómo la RFA constituyó y produjo diferencias injustas basadas en género, lo cual fue particularmente visible para ella pues si bien entró junto con su hermano a la RFA, ascendieron en peldaños militares de forma paralela y experimentaron las mismas problemáticas de no tener el núcleo familiar en Inglaterra, él recibió casi el doble de salario que ella, él contó con mayor cantidad de beneficios y existieron menos procedimientos para ascender de grado36. Asimismo, Trixie narró cómo la diferencia sexual se materializó en su vida cotidiana, por ejemplo, cuando viajó sola alrededor del Reino Unido en sus vacaciones y tuvo que implementar estrategias de autocuidado para no ser agredida por romper las normativas sociales de género, que limitaban el estar de las mujeres en espacios públicos37. O bien, que existieron reglas no escritas para que las mujeres militares se trasladaran pidiendo aventones entre las ciudades inglesas las cuales fueron «nunca sola, nunca en la noche, evitar estadounidenses, evitar domingos, siempre usando uniforme militar»38. Pero si existía una constante presión porque las mujeres conocieran a hombres para entablar una relación duradera, ella decidió no tenerla pues se vería obligada a dejar su trabajo, volverse ama de casa y, por ello, incumpliría su objetivo de viaje que fue ayudar a terminar la guerra39. En este sentido, estudiar dichas fuentes primarias potencian la posibilidad de ampliar el conocimiento de la vida cotidiana, durante diferentes épocas y complejizar las prácticas sociales atravesadas por relaciones de poder, tales como: el género, la nacionalidad y el nivel socioeconómico, por decir solo algunos.
Beate Fieseler, Michaela Hampf y Jutta Schwarzkopf40, historiadoras soviéticas, estudiaron las dimensiones nacionales generizadas que configuraron las experiencias militares de mujeres inglesas, estadounidenses y soviéticas durante la SGM. Utilizaron diversas fuentes históricas para entender las condiciones sociales bajo las cuales se moldearon las diferencias percibidas entre el género y el combate; los efectos de los mecanismos de inclusión y de exclusión militares y las reconfiguraciones a largo plazo del orden de género de quienes participaron en la guerra. Una de sus conclusiones fue que, tras la victoria, estos países reconocieron de forma pública únicamente la labor de los hombres en batalla y borraran sistémicamente la colaboración de las mujeres: fue hasta el 2005 que en el Reino Unido se construyó el primer memorial reconociendo la labor de las mujeres en la SGM. En EUA, se erigió uno en el Cementerio Nacional de Arlington hasta 1997, mientras que, en la Unión Soviética, a la fecha, no existe ninguno41. Esto es importante pues los discursos oficiales posteriores a las guerras produjeron y legitimaron mecanismos nacionales de exclusión generizados, a través del uso de símbolos en espacios públicos que pretendieron cristalizar la memoria hegemónica. Retomando el argumento de Eisenstein42, esta denuncia muestra cómo, a pesar de las fisuras en las normativas de género en condiciones bélicas, la estructura sexista no se transformó y la participación de las mujeres fue borrada.
En este tenor, Martha Eva Rocha43, historiadora mexicana, indicó que el posicionamiento político del estado mexicano sobre la participación de las mujeres durante la revolución mexicana fue desolador, violento y excluyente. A pesar de la intervención activa de miles de mujeres durante este periodo, el secretario de Guerra y Marina, Álvaro Obregón, dispuso, bajo decreto oficial en 1917, la expulsión de las mujeres del ejército y el borramiento y censura de todos los documentos oficiales que hablasen de su presencia y aportación al movimiento revolucionario. Así, los mecanismos de exclusión para las mujeres no sólo se dan en el ámbito público, sino también en los archivos oficiales que, desde su espacio de poder, generaron silencios y vacíos atravesados por opresiones que establecieron qué se podía (o no) estudiar44.
Independientemente de que las investigaciones presentadas difieren en cuanto a la metodología, objeto de estudio, preguntas guía e, incluso, época cuando sucedió la guerra, éstas muestran diferentes mecanismos de inclusión y exclusión basados en las normativas de género producidos por las naciones en estado de guerra: las naciones, durante periodos coyunturales bélicos, delimitaron y modificaron las fronteras aceptadas y no aceptadas entre lo público y lo privado, dieron o restringieron el acceso y permanencia a las personas con las instituciones; jerarquizaron el valor de la participación deseada y (des)legitimaron las aportaciones de las personas, de acuerdo con sus configuraciones de género. Es decir, los cinco países analizados incentivaron la participación de las mujeres como estrategia de sobrevivencia, pero buscaron su sumisión, utilizando discursos reproductivos y de cuidado y desvalorizaron su participación como sujetos activos y políticos durante y posterior a los combates.
No obstante, las grietas producidas a propósito de la guerra fueron aprovechadas por las personas, mujeres en este caso, quienes se apropiaron de espacios sociales, laborales, militares y culturales, brindando un nivel de complejidad necesario para el análisis de sus experiencias. Las autoras feministas recuperaron y reposicionaron la participación de las mujeres en lo académico y político. Aportaron a contrarrestar el borramiento simbólico e institucional en los guiones nacionales, las posicionaron como sujetos con validez epistémica45 y es a partir de conocer la cotidianidad de las mujeres, que complejizaron las supuestas fronteras rígidas de las naciones generizadas y cuestionaron la universalidad androcéntrica de la historiografía.
3. Mujeres en tiempos de guerra, escritura, archivo y experiencia
La naturalización de las jerarquías de género se traduce, entre otras acciones, en el silenciamiento y ocultamiento de las voces y experiencias de las mujeres durante estos periodos bélicos. Por esto, desde México, historiadoras feministas como Ana Lau Jaiven, Gabriela Cano, Patricia Galeana, Karen Cordero, y Carmen Ramos, entre otras, cuestionaron desde la década de los 70 estas relaciones de poder que imposibilitan ver a las mujeres «como agentes sociales, capaces de influir propositivamente sobre su entorno [...] Sus acciones y palabras se juzgan irrelevantes; sus nombres y fechas de nacimiento se olvidan [y] de este modo prevalece una impresión equivocada de que las mujeres constituyen una realidad inmóvil»46. Ellas denunciaron la ausencia y la poca representación de vida de mujeres en los libros, aulas e investigaciones; cuestionaron los procesos ontológicos, epistemológicos y metodológicos de las investigaciones; recopilaron las voces y los rastros de mujeres y reconstruyeron sus vidas, aportaciones y malestares; escrudiñaron fuentes inexploradas para (re)escribir la Historia y realizaron un análisis historiográfico crítico y feminista ubicando a las mujeres como sujetos activos de su entorno. Entablaron ese primer contacto crítico y afectivo con las mujeres del pasado para preguntarles sobre los/sus silencios, generando conocimiento nuevo no androcéntrico, fijo o esencialista47, directamente increpando a ese supuesto sujeto neutral, masculino, universal inmerso en el sistema académico48.
Particularmente, Marcela López Arellano, historiadora mexicana, indicó que estudiar textos producidos por mujeres en los que plasman con su puño y letra sus pensamientos, posicionamientos políticos, experiencias, deseos, miedos y relaciones, «supone indagar si se atrevió a transgredir límites y cuáles fueron, o en qué medida se plegó al canon masculino establecido»49. Lo anterior posibilita: problematizar las normas, rupturas y estiramientos de las dinámicas de poder de género de cada época; contar y (re)escribir esas otras historias que se invisibilizaron y silenciaron por no entrar dentro del canon académico50; y politizar el acto personal de la escritura al entenderlo como una estrategia de comunicación, transformación, evocación, presencia y creación51. Es decir, trabajar con dichas fuentes desde una metodología feminista permite posicionar a las mujeres como sujetos epistémicos, politizados y creativos.
Por ejemplo, Elizabeth Maslen, lingüista inglesa, analizó a escritoras británicas que durante la SGM publicaron libros de ficción a través de los cuales incorporaron su cotidianidad, posicionamientos políticos sobre el contexto bélico y «respondieron como individuos a la situación de la guerra: se comprometían diariamente en la casa, veían al pasado, cuidaban Europa, pensaban un futuro después de la guerra -todo esto independientemente de la edad que tuvieran-»52. Plasmaron sus preocupaciones y visiones sobre la paz, la guerra, el compromiso patriótico, el romance, el conflicto, las familias, los trabajos bélicos como el espionaje, las personas refugiadas y la sexualidad. Aún más, investigó el aumento en la apertura de editoriales independientes durante dicho contexto bélico y que, a pesar de que muchas fueron bombardeadas, las mujeres se organizaron para satisfacer la alta demanda y publicar textos. Es decir, dio cuenta de una polifonía de voces -poco estudiadas-que conformaron subjetividades otras de mujeres que, a través de sus palabras escritas, crearon ficciones enmarcadas en un contexto sociopolítico de crisis, y mostró cómo ellas aprovecharon las fisuras bélicas para desarrollar estrategias de expresión pública de sus pensamientos.
Rocha, por su parte, rastreó escritos de propagandistas, enfermeras, soldaderas, soldados y feministas durante la revolución mexicana. Enunció que:
La pluma se convierte en un arma de lucha política; como pensadoras plasman sus ideas en diversos escritos. (...) Sus textos aluden a la nación y a la patria, las injusticias, el anticlericalismo y el restablecimiento de la paz. Su contribución en pensamiento, acción y convicción política las coloca en el rango de revolucionarias53.
Así, ellas se posicionaron como sujetos políticos y epistémicos para intervenir directamente en la trayectoria de la guerra y de la nación y, con sus escritos, ejercieron su derecho ciudadano de expresar sus ideas sobre la situación política y social del país en términos de patriotismo, justicia y libertad.
López Arellano54 estudió la vida de Anita Brenner (19051974), enfatizando en diferentes tipos de escritos que la autora desarrolló a lo largo de su vida, como son los íntimos y los públicos, en los que reconoció la importancia política y social de la palabra escrita para la constitución del trabajo de Brenner. La académica mencionó que «su representación personal estaba definida por los destinatarios de su escrito»55, es decir, que el proceso de identificación de quien escribe está mediado por su interlocutora, fuera ésta individual o colectiva, además de por el medio de publicación, la tecnología disponible, así como las barreras socio-políticas que impidieron o posibilitaron que los mensajes fueran recibidos. Lo anterior sugiere caminos metodológicos para preguntarnos, sobre cómo los escritos en general no son documentos transparentes, sino productos estratégicamente formados por sus autoras, quienes consideraron una amplia diversidad de factores en su elección de palabras y medios, los que son atravesados por contextos particulares.
No obstante, la problemática metodológica que la historiadora mexicana Celia del Palacio56 indicó fue que, a pesar de que la participación de las mujeres fue amplia e importante en las guerras, refiriéndose particularmente a la independencia mexicana, hoy en día aún es difícil encontrar fuentes escritas relacionadas con su accionar y, en específico, textos políticos públicos firmados por ellas, ya sea porque firmaron con un pseudónimo masculino, decidieron no imprimir sus textos, no se conservaron los documentos o sus textos fueron rechazados desde el inicio y no fueron publicados. Así, como se planteó en la sección anterior, esta ausencia materializa mecanismos de exclusión y silenciamiento de mujeres en la prensa; por tanto, la falta de fuentes no significa que diferentes grupos no participaran activamente en procesos bélicos.
Ahora bien, además de los textos publicados en prensa, también están aquellos que algunas mujeres produjeron como una comunicación privada o íntima con personas particulares, como la correspondencia epistolar, y que, por alguna razón, perduraron en el tiempo y eventualmente fueron utilizados como fuentes primarias en investigaciones académicas. En éstos se pueden analizar las experiencias de las propias autoras en el centro de su narrativa, por lo que se retoma la categoría «escritos del yo»57, que define cómo los textos en los que sus creadoras dan cuenta de su historia desde el punto de vista personal y que, a su vez, politizan su experiencia. Dichos escritos funcionan como mecanismos para analizar la sociedad, las relaciones de poder, así como las estructuras que articulan diferentes miradas y postulan las dinámicas relacionales cambiantes58. Por lo que, más allá de pensarlos en clave de lo individual, es importante considerarlos como herramientas valiosas para reflexionar sobre las sociedades y los colectivos -en este caso que atraviesan contextos bélicos- a través de la mirada específica, histórica y producida por una de sus integrantes.
Isis Ortiz Reyes, artista visual y feminista mexicana, estableció que la escritura en primera persona de una mujer constata la autorrepresentación como construcción, donde se ve al sujeto femenino como un producto de la autobiografía y no solamente de su experiencia. Afirmó que la figuración escrita de las mujeres es una estrategia para posicionarse histórica, familiar, política y lingüísticamente ante la continua invisibilización de sus vidas59. En específico sobre la escritura epistolar, mencionó que las motivaciones y barreras para entablar un diálogo son múltiples y no necesariamente excluyentes: estuvieron quienes buscaron comunicarse y mantenerse en contacto con sus familiares; quienes desearon dejar un legado para el futuro; las que necesitaron escribir para sobrevivir y las que lo usaron como mecanismo de denuncia pública ante las injusticias que se viven. En este sentido, Joyce Antler, historiadora estadounidense, ejemplificó cómo jóvenes judías de principios de siglo XX en EUA, entendieron el acto de escribir misivas como uno subversivo donde las autoras fisuraron las normativas de género ante la posibilidad -liberadora y peligrosa- de romper con las relaciones de desigualdad en las que estaban inscritas60. Por ende, dinamizar dichas prácticas permite posicionar a las protagonistas, desde su cotidianidad, como sujetos creativos, políticos y epistémicos.
Basándome en la propuesta del historiador español Antonio Castillo López61, quien indicó que las cartas se pueden estudiar desde su contenido -aproximación metodológica más común- o desde su producción -aproximación metodológica menos común-, a continuación reflexionaré alrededor de cómo, diversas investigaciones, trabajaron con correspondencia epistolar producida por mujeres en el marco de guerras y cómo sus autoras se construyeron como sujetos enunciativos, creativos y epistémicos a través de sus textos privados y escritos del yo.
La cantidad de investigaciones, películas, series televisivas y libros enfocados en problematizar las experiencias de las mujeres desde sus propias palabras durante periodos bélicos, en particular la segunda guerra mundial, va en aumento debido al fortalecimiento de la profesionalización de los feminismos y la perspectiva de género, la apertura de archivos históricos, así como la complejidad y magnitud de la segunda guerra mundial. El trabajo con las memorias de las mujeres ha sido crucial para complejizar las narrativas respecto a lo que sucedió en campos de concentración, los procesos de persecución, los campos de batalla e, incluso, las estrategias implementadas para ganar la guerra, como fue la recuperación biográfica de mujeres espías durante la invasión nazi en Francia62.
Barbara Weisinger y Dolors Udina63, historiadoras yugoslavas, propusieron el uso de historias orales y escritos del yo de activistas de la resistencia yugoslava, quienes fueron capturadas por el ejército Nazi, llevadas a campos de concentración, esclavizadas para trabajar en fábricas de municiones y, posteriormente, liberadas. Trabajaron con narraciones de cuatro sobrevivientes para demostrar cómo, incluso ante situaciones de extremo peligro, resistieron desde acciones cotidianas y se defendieron como grupo organizado, por ejemplo, en fábricas nazis donde, a pesar de ser esclavizadas, sabotearon el funcionamiento de las máquinas y retrasaron la producción armamentista. Al visibilizar la ausencia de las mujeres en el relato unilateral y masculino de la experiencia bélica, reconstruyeron recuerdos para cuestionar directamente discursos oficialistas y mitos nacionalistas. Replantearon la necesidad y urgencia de trasladar la mirada epistémica hacia las experiencias de personas invisibilizadas, para rescatar sus estrategias políticas de resistencias cotidianas en los espacios poco pensados.
Un tema recurrente en la literatura sobre correspondencia epistolar relacionada con la participación de las mujeres durante la SGM, se centró en utilizarlas como mecanismos para visibilizar y reconocer su labor en espacios militares. Esto ha sido posible, cada vez con mayor frecuencia, debido a que los archivos militares han sido liberados y al gran esfuerzo de historiadoras, académicas y escritoras por investigar y socializar las historias -orales y escritas- olvidadas y poco reconocidas de las mujeres, no solamente en artículos académicos sino también en espacios culturales, series de televisión o películas. Por ejemplo, hoy en día, el museo de Bletchley Park (BP)64 rescata las experiencias de quienes trabajaron en sus exposiciones permanentes y temporales, haciendo hincapié en la participación de las mujeres. Esto lo han logrado gracias a que ellas o sus familias han donado sus cartas y materiales de archivos personales de aquel momento y, en consecuencia, el museo les ha incorporado como evidencia testimonial en las exposiciones e investigaciones65. Dicho proceso historiográfico tuvo un inicio muy claro en la década de los años 70, cuando se acabó el periodo de veto impuesto por la Ley de Secretos Oficiales66, y se imprimieron las primeras publicaciones escritas por veteranos de BP67, lo cual conllevó a abrir nuevas conversaciones entre actores involucrados. No obstante, este silencio tuvo repercusiones irreparables en las narrativas personales y familiares de la participación durante la guerra, como lo explicó Gwendoline Page, veterana e historiadora de BP:
No fue sino hasta finales de los 70 que pudimos hablar sobre nuestro trabajo. Para ese entonces, ya era tarde para contarle a mis padres lo que hice para evitar hostilidades, por pequeña contribución que hubiera sido, así que nunca lo supieron68.
En los últimos años incrementó el interés por el trabajo realizado particularmente en BP gracias a películas, series y libros como The Imitation Game69, donde se mostró la vida de Alan Turing, quien trabajó junto con mujeres matemáticas para descifrar mensajes alemanes. O la serie televisiva The Bletchley Circle70 que ficcionó la vida de cuatro mujeres brillantes que trabajaron en dicho lugar, y quienes en la década de los 50 se reunieron para resolver asesinatos, utilizando las habilidades aprendidas durante la guerra. Esta serie ejemplifica cómo las mujeres fueron obligadas a regresar y cumplir los roles femeninos tradicionales, tras la culminación de la guerra y las estrategias de resistencia ante esta imposición, experiencias que se entretejen con los mensajes producidos por Knaff en Estados Unidos y Rankin en México durante la SGM previamente analizados.
Regresando a investigaciones académicas, Tessa Dunlop71, historiadora inglesa, recuperó las voces de ocho mujeres de diferentes nacionalidades que trabajaron en algún punto de la SGM en BP como secretarias, decodificadoras, conductoras, enfermeras, traductoras, etc. Las mujeres compartieron sus recuerdos y cartas y complejizaron temáticas relacionadas a su sexualidad, su profesión y su autonomía no sólo a lo largo de su trayecto militar sino también antes y después de la guerra. Sinclair McKay, historiador inglés y veterano de BP 72, retomó la vida de quienes trabajaron en este lugar durante la SGM para entender los entramados sociopolíticos de cotidianidad de sus habitantes en términos del uso del tiempo libre, el trabajo, la salud y las relaciones interpersonales que se dan, todas enmarcadas en un contexto de secrecía, autocontrol y compromiso patriótico. Ambos textos utilizaron historias orales y documentos de archivos privados, epistolares e institucionales para cuestionar los discursos oficiales históricos sobre la guerra, así como las vidas y experiencias de quienes trabajaron en BP y que por años fueron olvidadas desde las propias voces de las protagonistas. El acto de escribir, recordar, compartir y de memoria, entonces, se convirtió en un proceso de construcción de sujetos históricos y epistémicos dignos de ser reconocidos y valorados.
En cuanto a la segunda vertiente metodológica, una aproximación que es necesario aludir es a la construcción y al proceso de investigación de los archivos personales y familiares, repositorios de los documentos epistolares. Quienes los estudian establecen que estos «son básicos para el conocimiento de la sociedad, de la historia y de la antropología social»73 , ya que posibilitan trabajar con fuentes poco conocidas que dan pauta para estudiar aspectos de la vida social excluidos de la historia hegemónica74. No obstante, retomando las palabras de la historiadora mexicana, Frida Gorbach, trabajar con estos documentos «privados» no significa que se atestigüe el pasado ni que se está en contacto directo con la emisora, sino que se necesitan analizar procesos tales como «las mediaciones a partir de las cuales fueron creados los documentos»75, la comunicación76 y el archivo77. Es decir, como escribió la historiadora francesa, Michelle Perrot
«las correspondencias familiares y la literatura "personal", si bien son testimonios insustituibles no por eso constituyen los documentos "verdaderos" de lo privado [...] no hay nada menos espontáneo que una carta; ni nada menos transparente que una autobiografía hecha para ocultar tanto como para revelar»78.
Así, entender cómo las relaciones de poder, como las de género, atraviesan la construcción, permanencia y existencia de archivos79, permite entretejer los procesos epistémicos con su contenido para no hacer de él un fetiche ni para romantizar o exacerbar las palabras o la experiencia de sus autoras. En palabras de la historiadora Rebeca Monroy, las «memorias de las mujeres de nuestro pasado están encriptadas en recuerdos borrosos, biografías que se han quedado en las gavetas de la vida cotidiana, en fotografías y cartas resguardadas en armarios desaparecidos»80. Por ello, en términos de producción, cabe destacar que la principal forma de transmisión de conocimiento entre mujeres es la oralidad, que implica que escasean registros oficiales, que ellas tuvieron y tienen mayor rezago educativo81 y un mayor índice de analfabetismo que los hombres, lo cual puede explicar la menor cantidad material epistolar disponible. Cuando, a pesar de lo anterior, existieron fuentes, las familias o instituciones que las resguardan limitan su exposición pública, por miedo a que se sepa su contenido o por no percibirlas como significativas o relevantes82 y, por ende, deciden mantenerlas privadas, censurarlas, deshacerse de ellas, dividirlas o, en algunos casos, hasta quemarlas o tirarlas a la basura. Paralelamente, en el marco de la historiografía hegemónica, dichos documentos han sido deslegitimados por considerarlos como subjetivos, afectivos y producidos por personas subalternas83. Por ello, trabajar con este tipo de fuentes se convierte en un mecanismo muy fructífero para resarcir los años de silenciamiento e invisibilización que ciertos grupos sociales han vivido84.
Finalmente, retomando la idea del posicionamiento situado analizado al inicio del artículo, es interesante observar que quienes sí accedieron a estos documentos y los investigaron desde la academia, muchas veces están relacionadas directa y familiarmente con las protagonistas, como el caso Kerry Howard85, historiadora inglesa, que narró la historia de su tía abuela Margaret, una joven inglesa que trabajó en BP durante la SGM y de su hermano John, piloto oficial de la Real Fuerza Aérea; sin embargo, la autora solo accedió a las cartas de John, pues éste murió en batalla y no se recuperaron las que recibió. Entonces, es a través del diálogo unidireccional que la académica reconstruyó, de forma fragmentada y forzada, la cotidianidad de ambos personajes. Lo anterior ejemplifica cómo el posicionamiento de la investigadora ante el material que estudia puede ser múltiple pues no sólo fue familiar, sino también fue heredera, guardiana y curadora de ese legado. En consecuencia, las motivaciones para investigar los archivos familiares y epistolares son variadas, están atravesados directamente por los afectos y es de suma importancia visualizarlas -por ejemplo, la recuperación de los vínculos y la historia de sus familiares; honrarles a partir de sus investigaciones; obtención de respuestas ante secretos familiares; conocimiento de su propia historia; o búsqueda de justicia para algún/a familiar olvidado/a, entre otros- pues forma parte esencial de la producción de conocimiento. Por ello, visibilizar el posicionamiento situado de las investigadoras plantea estrategias epistémicas y políticas necesarias para complejizar el estudio, el archivo, las personas involucradas y las mismas dinámicas familiares.
A manera de conclusión
El estudio de las narraciones de mujeres que participaron en las guerras da cuenta de coyunturas, rupturas y permanencias de los límites personales y sociales establecidos en contextos particulares usualmente borrados en la historiografía. Si bien, es imperante posicionar a las mujeres como sujetos que estratégicamente realizaron acciones y se construyeron procesual, individual y relacionalmente, también lo es entender cómo el contexto en el cual se inscribieron se entretejió con el sistema estructural de poder, que reguló y controló sus posibilidades de inclusión y exclusión86. Es decir, al problematizar la relación guerra-nación-género-escritura permite comprender cómo se definen referentes en torno al género -lo masculino y lo femenino- y, cómo se naturaliza, justifica y legitima la existencia de las guerras y las naciones.
No obstante, son pocos los estudios con perspectiva de género que recuperan y analizan la participación de las mujeres durante las guerras, a través de sus escritos del yo. Lo anterior se debe, entre otras razones, a la poca disponibilidad de fuentes oficiales o de prensa sobre su labor, a la dificultad para acceder a sus archivos privados, a las normativas de género del momento que estipulaban diferentes formas de actuar, participar e involucrarse para mujeres y hombres; o a la invisibilización por parte de la academia para abordar dichas temáticas. Por ello, es muy importante y urgente recuperar y analizar archivos personales, epistolares y familiares, particularmente de nuestras ancestras, que aunque fragmentadas, posibiliten problematizar la cotidianidad y la experiencia desde otras voces y miradas. Con base en lo anterior, se podrá abonar nuevo conocimiento a la historiografía actual, pues dichas narrativas autobiográficas dan cuenta de la interseccionalidad de rupturas y estiramientos de las fronteras normativas sociales, poco conocidas y que denotan relaciones de poder que contribuyen a analizar a las mujeres como sujetos históricos.
Para finalizar, retomando el posicionamiento de Joan Scott, historiadora estadounidense feminista, que menciona respecto a este tipo de fuentes primarias, se pretende «escribir una historia de la diferencia, de Otros, de personas que son marginadas […] [a través de hacer] visible la experiencia de personas que no habían sido consideradas antes como sujetos de la historia»87, a la vez contrarrestar los procesos de invisibilización y silenciamiento de las mujeres dentro de la historiografía bélica y social. Así, con este texto, me sumo «a remontar las gruesas capas de indiferencias que aún impiden ver a las mujeres como actoras históricas de significación del siglo XX mexicano»88. Por otra parte, y con relación al mito de Eurídice que se mencionó al inicio, estos escritos del yo permiten dialogar con las mujeres del pasado y resarcir injusticias epistémicas de la historiografía moderna occidental, así como resistir a los mecanismos de silenciamiento y borramiento a los que se enfrentaron en las guerras y en las narrativas posteriores.