1. Introducción
La acción política-militar de Monteagudo durante la lucha por la independencia guarda aún marcadas incógnitas por resolver apartándose de las posturas radicales que defendieron o sepultaron su imagen, más aún durante su estadía en el Perú donde la oposición severa que enfrentaba por ambos lados, liberales-conservadores, realistas o patriotas, terminó por originarle mitos sobre su accionar con una cargada negatividad. Por el contrario, en la historiografía argentina se puede encontrar investigaciones que colocan a Monteagudo del otro lado de la historia, mostrándolo como un enorme revolucionario y héroe para la época.
Pretendiendo ser una investigación colocada en el centro, las preguntas de investigación respecto al accionar de Monteagudo relacionado a la educación giraron en torno a cuáles fueron los factores e influencias que tuvo para volcarse al lado de la revolución proponiendo desde su inicio político la educación para el pueblo, la erradicación de la ignorancia, el valor de la libertad y el patriotismo; de qué manera su pensamiento político-educativo fue moldeándose y solidificando para finalmente convertirse en uno de los impulsores de la educación en América, principalmente, en el Perú. Por último, qué relación guarda el establecimiento de la Escuela Normal en el Perú con su pensamiento y línea educativa.
Para absolver estas cuestiones es necesario situarnos en investigaciones que anteceden la línea propuesta con el fin de dar mayores luces de lo que abordaremos. No obstante, es preciso mencionar que son pocos los trabajos que buscan relacionar a Monteagudo con el aspecto intelectual, la mayoría se encuentran situados en sus campañas militares y proceder contra la aristocracia1. El estudio que más se acerca al presente es el elaborado por Saravia, quien se encarga de resaltar las capacidades intelectuales de Monteagudo y sus propuestas educativas al realizar un análisis concienzudo sobre su labor en la Biblioteca Nacional del Perú2. Ortemberg reafirma el carácter intelectual de éste al mencionar que, hasta sus mayores enemigos lo calificaban como un intelectual de avanzada para su época3. Por su parte, Rodríguez también realiza un estudio descriptivo del pensar y accionar de Monteagudo colocando sus escritos bajo un análisis mesurado que da pie a ser trabajado con mayor facilidad al encontrarse fieles copias de las escrituras del tucumano4.
En relación a la «evolución» pensamiento educativo de Monteagudo, la investigación de Tizziani y Córdoba5 presenta dentro del contexto de la ilustración, cómo los textos revolucionarios de la época van a influenciar en el pensar y actuar de Monteagudo. En cuanto al establecimiento de la Escuela Normal, Díaz coloca a Torre Tagle como el principal impulsor de dicha institución6; no obstante, creemos que esto no se acomoda a la realidad política de ambos personajes por lo que nos permitimos colocar a Monteagudo como el principal gestor de la Escuela Normal en el Perú, quien a partir de sus escritos separatistas relacionados a la educación y sus gestiones para traer a Thompson7 al país, se perfila como uno de los protagonistas de la fundación educativa nacional.
2. Apuntes biográficos de Monteagudo relacionados a su formación educativa
El proceso para comprender el pensamiento político-educativo de Monteagudo nos inserta a revisar brevemente su biografía educativa, esto con el fin de insertarnos en las influencias ideológicas que adoptó este para posteriormente proponerlos como modelos de práctica en el Perú. Debemos tal vez considerar que, desde su nacimiento, la influencia social y política de Monteagudo se encontró rodeada por el contexto territorial en el que habitaba (Tucumán), lugar que para la época se encontraba poblada «por gentes humildes, jornaleros y peones en su mayor parte»8, por lo que se puede decir que Monteagudo conoció de cerca las necesidades y marginalidades de todo tipo, de todos aquellos que no ostentaban cargos importantes dentro de la administración colonial, como su propia familia. A esto debemos sumarle, que como sugiere Echague, «los perjuicios de sus compañeros de juego debido a las señales mestizas de sus facciones»9, se habla así de una marginalidad racial que también sirvió como eje de crítica para sus opositores como García Camba quien relaciona sus orígenes afro con la conducta «maquiavélica» de Monteagudo. El general español lo califica como un personaje que «pertenecía á la clase más ínfima de la sociedad como de origen africano»10.
Continuando con la biografía, el padre de Monteagudo, Miguel de Monteagudo, quien había servido fervientemente al ejército del rey, no terminó haciéndose de gran fortuna por su labor, motivo por el que le «alcanzaba para [que su hijo tenga] una educación refinada»11. Respecto a lo económico, el propio Bernardo en sus memorias escribió: «me lisonjeo de tener unos padres penetrados de honor, educados en el amor del trabajo y decentes sin ser nobles»12. En tal sentido, debió entonces Monteagudo recorrer en su infancia a una educación «informal», siendo su madre quien se ocupe de buscarle un maestro que terminaría siendo su primo, el cura José Antonio de Medina, importante detenernos en este punto considerando que Medina «era doctor en teología y profesaba ideas republicanas»13, y porque, además, continuará siendo su guía en el destacado paso de Monteagudo por la universidad de Chuquisaca.
Como paréntesis, no es extraño subrayar el calificativo de destacado, sobre la carrera educativa de Monteagudo, «todos sus biógrafos, y hasta sus enemigos, han coincidido en que poseía una inteligencia descollante, así como una cultura superior para la época y gran capacidad organizativa»14. Mr. Lafond, como recuerda Camba, describía por ejemplo a Monteagudo como aquel que, «empleaba el terror en provecho de sus deseos inmoderados; [pero también] vivo, sutil, perseverante y estudioso; pero se servía de estas ventajas para satisfacer su egoísmo y sus implacables pasiones»15. Se aprecia aquí a alguien que, pese a criticar la conducta de Monteagudo, resalta su labor letrada, opuesto a las escrituras de Camba quien recuerda a este, y tal vez, en su intento por minimizar su capacidad, como un hombre que «se dedicó al estudio de las leyes y tenía todo el carácter pérfido y cruel de un zambo, con la imaginación ardiente y ambiciosa de la mayor parte de los mulatos»16. Por otro lado, quienes no eran contrarios a las ideas de Monteagudo, como Echeverría, escribían: «Y allí vino a la vida Monteagudo, El de gran corazón e ingenio agudo, Del porvenir apóstol elocuente, Que entre las pompas del marcial estruendo, Fué desde el Plata hasta el Rimac vertiendo La fe viva y la lumbre de su suerte»17.
Es necesario también detenernos y tomar con suma importancia los estudios superiores de Monteagudo. Inició tempranamente su carrera universitaria en la universidad en Córdoba para luego, al igual que otros importantes personajes de las revueltas en el Alto Perú como Mariano Moreno o Juan José Castelli (denominados los «jacobinos»), mudarse a la Universidad de Chuquisaca, lugar donde «se respiraban ideas liberales, y la revolución francesa inquietaba la mente de los estudiantes»18. Era pues Chuquisaca «una de las ciudades de más nombradía científica; allí se reunieron muchos americanos que, estrechados por los vínculos de la ciencia, fueron después [los] otros tantos Apóstoles de la Independencia»19. En ese sentido, si bien existía gran represión de la corona por estas ideas, «los jóvenes criollos se agenciaban para difundir las noticias de la independencia de los Estados Unidos»20, lo que fue motivación para que posteriormente los estudiantes de dicha universidad sean reconocidos «como los "doctores de charcas" debido al protagonismo que cumplieron en el movimiento revolucionario de mayo de 1809»21.
La disciplina hizo que Monteagudo terminara graduado a muy corta edad como abogado, recibiendo a los diecinueve años el grado de doctor en la carrera. Aquí un aspecto a tomar en cuenta es el debate historiográfico respecto a su tesis de graduación titulada: Sobre el origen de la sociedad y sus medios de mantenimiento (1808). Su trabajo para muchos presenta «elogio de la majestad real, cuyo ser se encuentra "rodeado del resplandor que recibe de la misma divinidad"»22. No obstante, este «monarquismo juvenil» de Monteagudo, como se le ha etiquetado, no es más que una escritura primaria ligada al hecho de que los «miembros de la élite letrada rioplatense, estuvieron [siempre] signados por la lectura de los autores de la Escolástica española, como el jesuita Francisco Suárez»23. La teoría quedará sin efecto al sabérsele las lecturas «clandestinas» que leía y profesaba Monteagudo en el mismo tiempo de la publicación de su tesis como:
[...] Montesquieu, el abate Raynal, Volney, Rousseau, Condorcet, Filangeri y Helvétius (...) entre los autores ilustrados más importantes (...) Además, según consta en el expediente labrado luego de que se confiscara su biblioteca, Monteagudo poseía libros como las Reflexiones sobre la Revolución Francesa, de Burke, el Tratado de legislación civil y penal, de Bentham, las Máximas de La Rochefoucauld, la Historia de Polibio o los Anales de Tácito24.
Claramente, Monteagudo «tuvo influencia de Rousseau, fué en él más fuerte de lo que hasta ahora se ha sospechado. Todos sus pensamientos sobre los derechos naturales del hombre y la forma en que pueden regirse son una glosa pura del Contrato social»25. Estas lecturas se complementan muy bien con los hechos suscitados en 1809 cuando este se insertara plenamente en el sueño de la libertad hispanoamericana. Se puede decir que la educación que recibió Monteagudo vio muy tempranamente acción política considerando que la proclama independentista de mencionada revuelta parece haber sido escrita de puño y letra por el propio Monteagudo26, año en el que también escribiría Diálogo entre Fernando VII y Atahualpa en el que denuncia la opresión española y se pronuncia a favor de la independencia de las colonias hispanas27 valiéndose de la forma teatral y de la «didáctica del diálogo para alcanzar su propósito fundamental de componer una pieza de agitación revolucionaria (...) En ella volcó su apasionada rebeldía juvenil, su singular talento florecido en las aulas universitarias de Charcas»28, siendo el propio Monteagudo quien escriba en sus memorias: «Desde el 25 de Mayo de 1809, mis pensamientos y todo mi sér estaban consagrados á la revolución»29.
Ciertamente, la vida académica de Monteagudo se vio en medio de grandes turbulencias políticas, económicas, sociales y militares dentro del virreinato del Río de la Plata que intensificó su pensamiento separatista. Desde 1806, producto de la invasión inglesa al virreinato en el contexto de las guerras napoleónicas, el territorio se tornó en un campo de cultivo revolucionario favorecido además por la huida del virrey Sobremonte luego de la entrada británica, saltando así figuras a la luz como Santiago Liniers o Martín de Aliaga quienes ante la impopularidad del virrey tomaron el mando de la Junta de Buenos Aires, siendo posteriormente Liniers quien asuma el cargo de Comandante General, para que en 1807 sea nombrado virrey de Buenos Aires por el propio rey Carlos IV gracias a su triunfo sobre las fuerzas inglesas. Tiempo después se produjo el levantamiento separatista de mayo de 1810 en el que Liniers terminó destituido del cargo por su ascendencia francesa luego de la ocupación de este país a la península ibérica, poco después en cabildo abierto celebrado en Buenos Aires, tras deliberar el «raspaso del poder soberano al consejo de Regencia, [se] acordó [también] destituir a Cisneros [personaje que se disputaba el virreinato con Liniers y que había asumido el cargo] y constituir una junta de gobierno que solo respondiese a los intereses de los criollos bonaerenses»30.
En torno a la Revolución de Mayo (1810), los llamados «morenistas» en alusión al secretario de la Primera Junta, Mariano Moreno, es preciso resaltar que estos adoptaron como prédica principal la necesidad de formar una «propia concepción de la revolución, donde la educación política y la ilustración de los pueblos en sus recobrados derechos constituye una de las piezas fundamentales»31. Se observa aquí la preocupación de los rebeldes no solo por el campo político-militar, sino también, por la ilustración popular, encontrándose dentro de este equipo un joven Monteagudo a quien se le conoció tempranamente por tomar e impulsar estas ideas desde sus primeros escritos, añadiéndole el «fomento [de] la participación ciudadana en las esferas de deliberación pública (…) Desde una prédica fogosa y disruptiva, se convirtió así en el portavoz de la Sociedad Patriótica y de la radicalidad política de Buenos Aires»32.
Ahora bien, es necesario mencionar que estas prédicas de soberanía popular con «ilustración y virtud cívica popular» no solo formaban parte de los revolucionarios de la época, la corriente hispana desde el siglo XVI al XVIII daban también atisbos de una nueva concepción y conformación de gobierno a través de la «República» explicando de alguna manera los orígenes de este movimiento en el que parecen encontrarse síntesis de los nuevos idearios franceses, ingleses y españoles33. Sin embargo, existe una clara diferencia entre los intelectuales liberales hispánicos y los rebeldes en mención, considerando que los primeros
[…] creían en el ideal de una res publicae o gobierno mixto. El término república, empero, no significaba una forma de gobierno sin rey. Más bien se refería a un sistema de gobierno en el cual la virtud cívica aseguraba la libertad y la estabilidad. A finales del siglo XVII, los nacionalistas de la Península reinterpretaron la historia para crear un nuevo mito nacional. Los españoles ilustrados sostenían que los primeros visigodos habían gozado de una forma de democracia tribal34.
En consecuencia, «los reformadores del siglo XVIII pensaban en un cuerpo unificado [España y América] cuando hablaban de restituir las cortes (…) [incluso] desarrollaron teorías sobre el gobierno basado en el pacto entre el pueblo y el rey», postura que claramente no era compartida por lo revolucionarios rioplatenses que presentaban como principal discurso la separación de América del dominio hispano y, por ende, del rey, forjando así como planteaba Monteagudo, una cultura popular en base al pasado americanista al revalorizar, por ejemplo, la cultura incaica35. Se puede decir en consecuencia que, si bien la ilustración hispana entre los siglos XVI al XVIII comenzaba a mostrar posturas «republicanas», lo cierto es que los separatistas compartían prédicas más radicales pegadas a la línea francesa, por lo que, los escritos hispanos no fueron en su mayoría considerados o, en su defecto, de manera muy tenue sufriendo una severa «adaptación e implantación americana»36.
Dentro de este espacio radical, el perfil académico de Monteagudo va a encontrar un lugar marcado en la actividad política consecuente con sus ideas, convirtiéndose, como dice Camba, en «uno de estos hombres, productos de las revoluciones»37, en un «insurgente de los más furibundos que haya abortado la América»38. Sus lecturas y pensamientos «clandestinos», apoyados por sus tempranas acciones revolucionarias, lo convertirán en un personaje «apasionado de posturas terminales, que paseó su jacobinismo por tierras altoperuanas, argentinas y chilenas»39, por lo que no es extraño que lo compararan con Robespierre como lo hace Riva Agüero: «cuyos procedimientos son mas atroces que los de Robespierre mismo»40 y que lo describan como «¡Hombre cruel! [que] parece haber sido el predilecto no para cooperar a favor de la independencia y libertad, sino para cambiar de grillos a los peruanos»41; siendo Riva Agüero quien va más allá y lo califique como un personaje «cuyos procedimientos son mas atroces que los de Robespierre mismo»42.
3. Pensamiento político-educativo de Monteagudo
La movilidad política de Monteagudo, se vio caracterizada
[…] por un avance constante desde la periferia hacia el centro (Chuquisaca-Buenos Aires, Buenos Aires-Santiago, Santiago-Lima) [siendo Lima] donde el tucumano utilizará todo su bagaje político-intelectual con la finalidad de reconstruir el tejido político, social e incluso cultural que la prolongada guerra revolucionaria, junto con la reacción realista, alteraron profundamente en el corazón del otrora poderoso virreinato peruano43.
Era clave pues para Monteagudo una identificación americana la cual permitiera distinguir al individuo del «nuevo mundo» con el peninsular contraviniendo la prédica que posicionaba a ambos como iguales cultural, jurídica y políticamente, que «[…] el ciudadano americano era así el "vecino" español en Indias. [Y que] por esta razón, el jurista podía afirmar que en México o en Perú, "hay más españoles, que en toda Europa"»44. Ahora bien, indudablemente, esta teoría vista desde la cúspide y no del sentir y pensar popular, parte del hecho que, la gran mayoría, sobre todo en el Perú, «Más que criollos, los americanos se consideraban españoles (…) En este sentido, la categoría de patriotismo criollo presenta un límite para pensar la producción de la americanidad como forma de discurso hispánico, ilustrado y católico»45.
Se abre aquí debate en torno al patriotismo americano que Monteagudo tratará de desarrollar en todo espacio geográfico en el que se encuentre. Su pensar sobre la ilación peninsular y americana giraba alrededor de que estas solamente se encontraban «unificadas» por las leyes absolutistas de la monarquía hispana, su religión y el rey, y que, por tanto, el nuevo «patriotismo será necesario para la transformación del hombre útil en ciudadano-soldado; del español americano en americano en lucha por la libertad contra el español (…) para convertir a América en una patria efectiva de pertenencia»46.
Esta concepción americanista nos conduce a observar las evoluciones filosóficas de Monteagudo, de acuerdo con De Gandía, se pueden encontrar dos marcadas etapas. La primera comprende sus estudios universitarios, principalmente en Chuquisaca con lecturas clásicas francesas que terminaron siendo indispensable para sus escritos entre 1809 y 181547 como la obra teatral Diálogo entre Fernando VII y Atahualpa, sus ensayos en la Gaceta de Buenos Aires, El Grito del Sud y Mártir o Libre48 hasta cuando cuando editara El Independiente, escritos que propician la caída del director del diario María de Alvear por la represión hispana y que éste sea desterrado del Virreinato originando su viaje por Europa, estacionándose principalmente en Londres y París. Se puede ver en sus últimos publicados en El Independiente, año después de que Vigodet, último gobernante español del virreinato del Río de la Plata se rindiera en Montevideo ante las tropas revolucionarias comandadas por el general Carlos María de Alvear, que sus escritos no se coparon aun del todo por presentar los idearios de gobierno en América, sino que, por el contrario, se las arreglaba para encontrar espacios y escribir sobre el ámbito de identificación cultural americano a través de lo educativo:
Dedicaremos una parte de nuestros trabajos a la mejora de la educación, que hasta el día ha sido tan descuidada en estas provincias, como era preciso que lo fuese cuando sólo se les consideraba como a colonias o factorías, y cuando a sus habitantes sólo se les permitía vivir escasamente en la tierra, pero no gloriarse del dulce título de ciudadanos49.
Fregeiro reconoce este accionar y lo cataloga como un «propagandista ardiente y convencido de la educación del pueblo (…) [este que] le hacían mirar en ella la tabla de salvación de los destinos de América, la base inconmovible en que debían descansar las instituciones de los nuevos estados»50. Así, el pensamiento político-educativo de Monteagudo se vio siempre relacionado a la lucha contra la ignorancia de la población: «la ignorancia es el origen de todas las desgracias del hombre: sus preocupaciones, su fanatismo y errores, no son sino las inmediatas consecuencias de este principio sin ser por esto las únicas»51.
La idea de educación para el pueblo de Monteagudo tenía que ver, entre otros, con formar una población con memoria histórica-colectiva52, consideraba pues que solo así se podía gozar «de los beneficios del gobierno propio (…) [de] los opimos bienes que el orden y la paz prodigan con dadivosa mano»53. En ese sentido, la educación debía ser de carácter revolucionario, puesto que, «la educación de un pueblo destinado á la obediencia pasiva, se reduce á hacer á los hombres metafísicos, para que nunca descubran sus derechos en ese caos de abstracciones, donde toda idea práctica desaparece»54. Así, Monteagudo visualizaba a la educación como una herramienta que debía ser impulsada desde el gobierno sin discriminación alguna, con el «fin de aminorar las brechas sociales capaces de destruir la armonía social. Un gobierno representativo no podía darse el lujo de tener una sociedad dividida, en la cual la inmensa mayoría vivía en medio de la ignorancia»55.
A partir del viaje a Europa De Gandía identifica la segunda etapa cultural de Monteagudo, que va desde 1815 hasta 1817 que termina su exilio. Monteagudo pudo conocer aquí nuevas lecturas, experiencias y motivaciones que le permitieron evolucionar intelectualmente enriquecido «con la lectura de Burke y de Bentham (…) [volviendo] con un nuevo estilo, o más bien, con el viejo ya serenado en formas y en ideas»56. No obstante, según las memorias de Monteagudo, a esta segunda etapa se la puede catalogar como una «serenidad primaria», considerando que el propio protagonista reconoce que en su llegada al Perú (1820) sus ideas sobre la naturaleza de gobierno eran aún «demasiado inexactas» al continuar abrazando con fanatismo el sistema democrático57:
[…] mis ideas estaban mareadas con el sello de doce años de revolución. Los horrores de la guerra civil, el atraso en la carrera de la independencia, la ruina de mil familias sacrificadas por principios absurdos, en fin, todas las vicisitudes de que había sido espectador ó víctima, me hacían pensar naturalmente, que era preciso precaver las causas de tan espantosos efectos58.
Es importante aclarar que estas expresiones se dan durante su intento por argumentar su decisión de favorecer la monarquía constitucional; sin embargo, la evolución del pensamiento político de Monteagudo, en relación al mando gubernativo no fue para nada motivo de alejamiento de su fomento por la reivindicación social y educación popular en el Perú. Su identificación con la monarquía constitucional tenía que ver con su segunda etapa cultural de serenidad política donde su mayor preocupación se encontraba girando alrededor de la anarquía, de esta manera comprendía a la educación como el único medio para llegar a la unión y evitar el desorden social. Si «las tasas de alfabetismo y cultura popular no mejoraban, la sociedad estaría dividida en voluntades distintas (…) que convertirían el reino de la libertad en anarquía y despotismo. Por lo tanto, la finalidad de la educación era «igualar» la sociedad»59. Claramente, la anarquía era una de las principales preocupaciones del último pensar intelectual de Monteagudo, su evolución académica y el contexto latinoamericano habían hecho que este cambiara de pareceres favoreciendo, así «una monarquía constitucional porque estaba basada en un ejecutivo fuerte, lo cual era para él una protección contra la anarquía»60.
Complementario a este último ideal, Monteagudo ya en el Perú veía a esta nación debilitada y absorbida por el colonialismo, por lo que «necesitaba un gobierno autoritario, no una república democrática federal»61. Así, a mediados de 1821 cuando asumió el ministerio de Guerra y Marina añadía que, «nada importaría haber hecho la guerra a los tiranos, si no la hiciésemos también a los vicios que nos legó su reinado»62, por los vicios se refería a las prácticas coloniales tan arraigadas en el Perú reflejadas en las actividades culturales populares como la corrida de toros o la pelea de gallos, ejercicios que cegaban a la población y no les permitían ir más allá de la vida «sensual»63:
Con el fin de corregir la inmoralidad del pueblo y engendrar en él nueros hábitos de orden y de civilización, prohibió sucesivamente el juego de gallos, el de Carnaval, y por fin la pena de azotes, [al considerarlos] como inmorales y degradantes de la condición humana64.
Este hecho sin embargo puede someterse a debate en relación a qué tanto se intentó «modernizar» a la plebe y apartarlo de sus hábitos tradicionales que, aunque hispanas, formaban parte de una mixtura cultural con el mundo andino. A este respecto, Monteagudo, pese a sus ideas y propuestas reivindicativas, tenía finalmente como manifiesta Rojas, un «comportamiento criollo»65, de estos que se autodefinían como «padres» del sector indígena, que pretendían eliminar todo aquello no apreciado por la mentalidad occidental, tratando así de europeizarlos, «civilizarlos» a gran escala.
[…] los criollos terminaban representando el papel de restauradores y depositarios de la libertad americana, quedando los indios como una fuerza aliada pero sin un lugar explicito en la dirección del movimiento independentista, esto será reiterado tiempo después por un documento escrito por Monteagudo (…) en el cual se plantea que el "país de los incas" anterior a la conquista, era en verdad "tiempos célebres que precedieron a su esclavitud" y que con la llegada de San Martín al Perú retornaba a los "días felices que recobró su independencia". De esta manera, la independencia nacional y liderazgo criollo quedaban asociados66.
Sobre estos paradigmas históricos-filosóficos el debate es extenso, los descoloniales plantean aquí un sinfín de características y teorías que sin duda nos estancaría en este punto. Sin embargo, lo cierto es que el pensamiento educativo de Monteagudo finalmente pareciera encontrarse más relacionado con un pensar criollo moderno-popular, donde la reivindicación no podía estar por encima del orden, siendo este uno de los principales motivos para que apoyara la monarquía constitucional y por lo que luego de su destierro del país escribiría:
Yo creo, que el mejor modo de ser liberal, y el único que puede servir de garantía á las nuevas instituciones que se adopten, es colocar la presente generación á nivel con su siglo, y unirla al mundo ilustrado por medio de las ideas y pensamientos, que hasta aquí han sido prohibidas67.
Se veía entonces Monteagudo después de su destierro del Perú como un «liberal moderado», preocupado por «ilustrar» al sector indígena, y a esa razón, percibir a la educación como medio para levantar américa y evitar, sobre todo, la anarquía que «estaba destruyendo la Argentina y otros países latinoamericanos»68. Se manifiesta entonces en El pacificador del Perú a favor de una monarquía en Buenos Aires alegando que «tal iniciativa tiene muchos partidarios, puesto que todo hombre con educación y deseoso de orden prefiere dicho sistema al desorden. Los enemigos de tal forma de gobierno lo son de "la tranquilidad del Estado"»69. Para Monteagudo era claro que la educación era un medio práctico y real «de calmar los espíritus y de restablecer el orden [puesto que] la miseria y el despecho de la desgracia causan las revoluciones [mientras que] la abundancia [económica - intelectual] y el sentimiento de la felicidad las pacifican»70.
Según Monteagudo, la monarquía constitucional convenía aún más al Perú al ser este un país carente «de cultura cívica por estar dividido por razas, por la extrema desigualdad económica, cultural y de clase, y por tener su población esparcida sobre un vasto territorio»71. Razones suficientes para tener marcadas las diferencias de intereses entre los distintos grupos sociales, haciéndose imposible crear una voluntad general, el cual es pilar fundamental del estado republicano72. Según el tucumano, los estados en formación de América Latina no estaban aún preparados para constituirse u homologarse con las instituciones inglesas o norteamericanas, por lo que expresaba: «[no] podemos ser tan libres como los que nacieron en esa isla clásica que ha presentado el gran modelo de los gobiernos constitucionales; ó como los republicanos de la América septentrional, que [fueron] educados en la escuela de la libertad»73.
Otro aspecto importante a considerar para la educación del pueblo era la noción de democracia que tenía Monteagudo, esta que, según su pensar, solo funcionaría cuando sea «ejercida por ciudadanos educados, que puedan elegir y gobernar; ambos faltan en el Perú, puesto que no hay difusión ni estudio de la política, la economía ni de las ciencias prácticas»74. Ahora bien, esta democracia que imaginaba Monteagudo se encontraba ligada también a la libertad de prensa, la cual tenía como misión llegar con la verdad a la plebe. Así, Monteagudo elogiaba por ejemplo la labor del periódico norteamericano The Spectator, catalogándolo como modelo de prensa ilustrada al tener como fin educar al ciudadano y sacarlo de la ignorancia75.
En ese sentido, era pues la libertad otra gran característica social al que se debía llegar a través de la educación. Como sostiene Monteagudo, el estado colonial había impedido, como parte de su plan de dominación, que las luces del intelecto brillaran en el continente y, por lo tanto, que llegase la libertad de pensamiento y actuar, estas que eran sinónimo de una sociedad moderna, motivo por el cual manifestaba de manera enfática que: «el gobierno debe impulsar la ilustración. Es deber del gobierno educar a los indígenas y librarlos de la superstición»76. De modo que, la libertad política era también ese medio para llegar al patriotismo ausente en América, por lo que se preocupaba en demasía por la educación de la juventud para insertarlos, «en las prácticas de la libertad (…) [decretando] que todos los días de fiesta concurriesen los niños de las escuelas del Estado, conducidos por sus maestros, a entonar el himno nacional en la plaza de la Independencia»77. No obstante, creía también que esta libertad bien podía ser «sacrificada en aras del avance de la revolución. Dentro de esa línea de pensamiento, eminentemente jacobino, el ciudadano debía ofrecer todo, incluso su propia autonomía, en nombre de la patria»78.
Finalmente, sugiere Monteagudo que, al recaer sobre el estado la tarea de educar a la plebe, a los jóvenes principalmente, este organismo debe estar compuesto en función a «hacer felices y virtuosos a los pueblos, (…) en formar ciudadanos patriotas desde la infancia [mostrándose fuertes, puesto que] por el contrario, los gobiernos débiles o tiránicos solo forman esclavos que se acostumbren a temer, o ignorantes que se inclinen al vicio, para que no haya quien censure los del gobierno mismo»79.
Por tanto, la educación se convierte en eje primordial para impulsar el primer e inacabable patriotismo, bienestar social, unión y orden, considerando la «instrucción pública era la más segura garantía de la felicidad de una nación (…) [sosteniendo] que el poder ejecutivo no debía ser otra cosa que una especie de tutor intelectual de los pueblos»80.
En resumen, el pensamiento político de Monteagudo siempre encontró un espacio para poner en práctica sus ideales. Su arribo al Perú y el noticiarse de los acontecimientos anárquicos en el resto de Latinoamérica hizo que este moderara su pensamiento sobre la revolución americana, en palabras de Orbe:
[…] el pensamiento político de Bernardo Monteagudo se nutrió en las experiencias que obtuvo a partir de su participación revolucionaria al interior de Argentina y Chile, así como de sus relaciones con otros personajes históricos (relaciones de poder), todo esto devino en la evolución de su pensamiento, en la transformación de este "jacobino", en un defensor del ideal de la unidad latinoamericana, con posturas moderadas y "girondinas" sobre el régimen político que permita la gobernabilidad, después de una década de guerra civil (1814-1824)81.
4. Monteagudo y su relación con el establecimiento de la Escuela Normal
La idea de establecer una Escuela Normal no es propia de esta parte del continente americano, sus orígenes se encuentran en Europa a mediados del siglo XVII cuando el «duque alemán Ernesto el Piadoso, inspirado en la idea de los maestros Ratke y Comenio recomienda su creación, en 1654, aunque recién se materializa, brevemente, en 1698 por acción de su nieto, el duque Federico II»82. No obstante, esta no tuvo más influencia que la escuela fundada por Augusto Francke en 1696, considerado como el padre de esta institución. El modelo también fue adoptado en Francia formándose una escuela normal en 1774 «que quiere decir, escuela que imparte la norma a los enseñantes»83. Posterior a la revolución francesa, la escuela se institucionalizó con mayor firmeza, aunque con corta duración. En Inglaterra el modelo de escuela normal pretendía ser más amplia permitiendo a los estudiantes egresados convertirse «en ayudantes de los maestros con el nombre de monitores, ideados por Bell y Lancaster. Recién en 1835, el parlamento inglés dio un bill disponiendo un presupuesto para establecer un "model school", escuelas modelos o normales»84.
Es importante mencionar aquí que eran Francia e Inglaterra en estos tiempos los países modelos a seguir, la adopción de sus políticas tuvo un amplio debate en América principalmente por la monarquía constitucional que, aunque en Francia duró poco tiempo (1791-1791), en Inglaterra se estableció de gran manera para manejar sus hilos políticos y evitar el absolutismo monarca. Hemos dicho ya que, durante el destierro de Monteagudo, éste se estacionó principalmente en Francia e Inglaterra, por lo que no es extraño suponer que adoptara también el modelo educativo de ambos. Su estadía en Inglaterra influenció tanto en él que le haría cambiar su más arraigada perspectiva de gobierno, del republicanismo radical al monarquismo constitucional, expresando que: «la monarquía inglesa era el mejor ejemplo a seguir porque ella preservaba el orden y la libertad»85.
En relación a la Escuela Normal, esta primera institución para instructores tenía para Monteagudo el principal propósito de instruir a la mayor parte de la población y sacarlos de la «ignorancia» y de las cadenas del colonialismo español, aquel que «solo difundía conocimientos metafísicos, arcaicos e inútiles, contrarios a la razón y a la ciencia»86. De modo que, era pues importante apartarlos de
[…] las tinieblas de la ignorancia y el despotismo [puesto que] la falta de ilustración es el origen de los delitos políticos, la tiranía, la ausencia de derechos, la sumisión, la superstición y la miseria. La ausencia de instrucción es sinónimo de esclavitud. La ilustración del pueblo frena el abuso de poder y es el gran pacificador del universo, produce amor al orden, la libertad y la ley87.
Podemos decir entonces que todas estas propuestas políticas-educativas reconfiguradas desde Europa terminaron por convertir a Monteagudo en alguien que «promovió la enseñanza pública y el establecimiento de escuelas primarias, de [las cuales] carecía el Perú»88. Como hemos dicho antes, Monteagudo veía en el gobierno el deber de «educar, fomentar la investigación del arte de gobernar y del progreso de la sociedad (…) [En consecuencia] la educación es la base de la moral, por eso se fundó la Escuela Normal»89. Tenía claro que «la instrucción pública es la primera necesidad de los pueblos libres: [por lo que] el gobierno que no la fomenta comete un crimen que la más remota posteridad tiene el derecho de castigar»90.
Ahora bien, es también necesario aclarar que, antes de crearse la Escuela Normal en el Perú, San Martín había decretado el 23 de febrero de 1822 que en todos los conventos regulares se formase una escuela gratuita de primeras letras, siendo el método de enseñanza Lancaster el que se proponía a aplicar cuando se asiente con mayor firmeza la educación en el país91. Sobre este primer gran impulso educativo en el Perú firmado por Monteagudo, se pueden sustraer notorias similitudes con relación a su pensamiento político-educativo, por ejemplo, un extracto del documento fundatorio hace hincapié en la ignorancia: «en los tiempos de agitación, así como en los de una tranquila servidumbre, las desgracias nacen de la ignorancia de ciertas verdades»92. En otra parte se hace referencia al deber del Estado como impulsor de la educación y como institución necesariamente fuerte:
El gobierno ha tomado en la mano con firmeza el hacha con que deben cortarse en su raiz los males de la época antigua, y no cesará de trabajar para destruirlos. Se ocupa seriamente (…) del plan general de reforma en todos los establecimientos literarios de esta capital93.
En esa misma línea, el 13 de abril del mismo año se decretaron también nuevas normativas para el impulso de la educación en el país, principalmente, a favor de la juventud como promovía Monteagudo: «las primeras impresiones del bien y del mal se reciben en la infancia (…) entonces es cuando empieza a adquirir el hábito de la virtud y el sentimiento de honor»94, los cuales solo podían ser interrumpidas por la perversión de las ideas. Se habla también en este decreto del incentivo del patriotismo desde la infancia a través de la educación impulsado por el gobierno:
Los que quieren hacer felices y virtuosos a sus pueblos, se esmeran en formar patriotas desde la infancia, porque el patriotismo es el conjunto de muchas virtudes, y el germen profundo de las ventajas que trae su posesión. Por el contrario, los gobiernos débiles y tiránicos, sólo forman esclavos que se acostumbran a tener, e ignorantes que se inclinen al vicio, para que no haya quien censure los del mismo gobierno95.
La educación de este decreto busca emancipar entonces a la población de las tradiciones e imposiciones peninsulares a través del forjamiento de un sólido patriotismo desde la infancia, por lo que se escribía: «A este fin, se ocupa del gran pensamiento de mejorar la educación en todo sentido; y siendo el primer paso infundirles la virtud sublime del patriotismo»96. En ese sentido, se decreta que todos los niños debieran concurrir a la plaza de la Independencia todos los domingos para que entonasen la marcha nacional del Perú, siendo los maestros quienes observen y corrijan algún desperfecto en tal evento. Asimismo, en el artículo 3 se decreta que todos los días antes de empezar las lecciones se debía cantar por lo menos tres estrofas del himno, haciendo lo propio al culminar las labores educativas.
Como se observa, los decretos establecidos guardan estrecha relación con las ideas de Monteagudo. Lo mismo ocurrirá si se analiza el documento del establecimiento de la Escuela Normal el 6 de julio de 1822 cuando «iluminados por los ideales de la Ilustración y del Liberalismo, (…) [crearon] la primera institución encargada de formar a los maestros de la república»97. La Escuela Normal se establecerá bajo la dirección de Thompson98 y la plena confianza de Monteagudo y San Martín, quienes estando en Chile se preocuparon, principalmente el primero, en contactarse con el escocés para que éste llegase al Perú y se hiciese cargo de la institución.
La Escuela Normal debía impartir la enseñanza de las primeras letras y las lenguas vivas debiéndose aplicar, según el artículo uno, la enseñanza mutua. El artículo cuatro complementa este propósito al decretar un plazo no mayor a seis meses para que se cerrasen todas las escuelas públicas cuyos maestros no hayan adoptado este tipo de sistema. El artículo cinco denota una clara similitud con lo establecido en Inglaterra: «Todos los maestros de las escuelas públicas concurrirán a la escuela normal, con dos discípulos de los más adelantados, para instruirse en el sistema de enseñanza mutua, sujetándose a este respecto al método que les prescriba el director del establecimiento»99.
Es preciso también señalar que será Lima el primer lugar en el Perú donde naciera la Escuela Normal, por tanto, territorio desde donde partirían los docentes capacitados para el resto del país como se establece en el artículo seis. Asimismo, el decreto también establece que se reconocería a quienes hayan mostrado mayor progreso con una medalla de oro. Finalmente, esta educación universal100 de la que hablaba Monteagudo, no dejaba de lado la formación femenina, por lo que se trazó como meta crear una Escuela Normal para este género según el artículo nueve:
Con el objeto de hacer trascendentales las ventajas de este establecimiento a la educación del bello sexo, que el gobierno español ha mirado siempre con una maligna indolencia se encarga muy particularmente a la Sociedad Patriótica medite los arbitrios más aparentes para la formación de una escuela normal, destinada a la instrucción de las niñas101.
La revisión de la documentación relacionado al aspecto educativo deja en claro que todos estos principios y objetivos de cada uno de los decretos en mención guardan grandes semejanzas con la filosofía de Monteagudo desarrollado a lo largo de su vida académica y política, por lo que discrepamos que se coloque a Torre Tagle como protagonista del establecimiento de la Escuela Normal
En este punto es necesario manifestar que algunos autores atribuyen a San Martín la norma de creación de la Escuela Normal, no es así, pues en la fecha, el Libertador se hallaba navegando, desde el mes de junio, con rumbo a Guayaquil para entrevistarse con Bolívar. Mientras tanto había encargado el gobierno a José Bernardo de Tagle y este en cumplimiento de su función y seguramente con conocimiento y anuencia del Protector, decidió la indicada creación102.
Es de saber que Torre Tagle, a diferencia de Monteagudo, no fue educado como este último bajo las ideas revolucionarias, su posición acomodada y sus vínculos con nobleza seguramente lo mantuvieron alejado de dicha tarea. Tagle se incorporó tempranamente a la vida militar en la Escuela de Dragones para luego de 1790 entrar a estudiar solo sus primeras letras en el convictorio de San Carlos103, cambiándose rápidamente a San Marcos que no contaba con los mismos ilustrados de renombre como su primera escuela. La línea biográfica de Tagle no es conveniente para colocarlo como protagonista del establecimiento de la Escuela Normal, más aún si consideramos que el propio Díaz reconoce que fue Monteagudo quien se encargó de contactar con Thompson, reflejándose así el interés de éste por fomentar la educación por lo menos en el Perú.
Importante también resaltar que existía una estrecha relación entre la Escuela Normal y la Biblioteca Nacional en cuanto a los objetivos de ambas instituciones con la educación popular, y claro está, este nexo entre ambas instituciones se debe exclusivamente a Monteagudo. La fundación de la Biblioteca Nacional se da en agosto de 1821 siendo el tucumano quien se encargue de su planificación, empero, mas no de su dirección, esta misión le correspondía a Juan García del Río quien «no cumplió con el mandato del decreto debido a que, entre otras cosas, se le envió a Europa como ministro plenipotenciario (...) [por lo que] no se habían iniciado las gestiones para concretar el inicio de las labores de la Biblioteca Nacional»104, siendo así Monteagudo quien inicie el funcionamiento de la biblioteca en febrero de 1822 como aclara Saravia: «Será Bernardo Monteagudo quien retome el proyecto e inicie las actividades con el objetivo de concretar la inauguración de esta casa cultural»105.
Para Monteagudo, «Establecer la Biblioteca Nacional era un medio eficaz para difundir el cultivo del intelecto y las ciencias»106, y es que, como hemos mencionado antes, nuestro personaje dejaba en claro que, «sin educación no hay sociedad: los hombres que carecen de ella pueden (…) vivir reunidos, pero sin conocer (…) los deberes y derechos que los ligan, en cuya reciprocidad consiste su bienestar»107. En ese sentido,
Monteagudo visionaba la educación hispanoamericana como proyecto a largo plazo, su perfección dependía «del tiempo, de la perseverancia, del sistema de gobierno y de otras circunstancias físicas y morales […]»108, por lo que concluía:
[…] no es posible calcular la revolución que va a causar en el mundo el método […] cuando acabe de generalizarse en todos los pueblos civilizados. El imperio de la ignorancia acabará del todo, o al menos quedará reducido a unos límites que no le sea lícito volver jamás a traspasarlos109.
Se creó entonces la Biblioteca Nacional, «para que las ciencias y las artes se generalicen en un pueblo (…) [y se formasen así] una masa común del caudal de sus ideas, que estas se comuniquen y analicen delante del público»110. Los conocimientos y la educación, por tanto, debían estar al alcance de todos, entendiendo que estas son las bases «de todos los establecimientos en que se interesan [por] la moral y las ciencias»111. En ese sentido Monteagudo sentencia:
[La biblioteca] presentará a la juventud peruana medios sobreabundantes para enriquecer su inteligencia y dar expansión a su exquisita sensibilidad (…) [este establecimiento prosperará] bajo los auspicios del interés que todos tienen en que el pueblo se ponga en contacto con los hombres que viven o han vivido para ilustrar a sus semejantes. Pero conociendo que la educación es la base de todos los establecimientos en que se interesan la moral y las ciencias112.
De modo que, Monteagudo en sus memorias describe que, pese a las pausas en la educación debido a la guerra interminable, donde es lógico pensar que, «la ideología republicana fue adaptándose a los retos que cada coyuntura revolucionaria le planteó»113, siempre se había buscado un espacio para la formación de instituciones educativas promotoras del patriotismo, de una idea común republicana, y con ello, de la liberación del pueblo, del desorden, de la anarquía y de los malos hábitos coloniales, por lo que alegaba que, «la administración actual [el protectorado] empezó a gobernar un pueblo enfermo de esclavitud y deja un pueblo celoso de su independencia»114. Así, Monteagudo propone que, entre todos los actos realizados en el Perú, «ninguno ha sido más ardiente (…) que el de reformar la educación pública, única garantía invariable del destino a que somos llamados»115.
Es en este panorama que dejó el país Monteagudo, habiendo logrado importantes avances para la educación en el Perú, como también, grandes enemigos en el camino con quienes se volvería a encontrar a su retorno con Simón Bolívar. En este punto es importante señalar que, luego de su destierro del Perú en julio de 1822 a manos, principalmente, de Torre Tagle quien fuese además altamente presionado por la aristocracia peruana, la educación dejó de tener la importancia antes dada, así Huaraj aclara que:
El apoyo político que recibió Thompson desde su arribo, se debilitó progresivamente sin la presencia de ambos personajes [San Martín y Monteagudo]. Del Congreso solo recibió promesas, todas insatisfechas. Bajo contradictorias posiciones burocráticas, además de condiciones económicas duras, en septiembre de 1824, Diego Thomson decidió viajar hacia Guayaquil, dejando en la dirección del Centro Lancasteriano a José Francisco Navarrete. No retornó nunca más al Perú116.
Sin embargo, también podemos concluir mencionando que, pese a los intentos de Monteagudo por institucionalizar la educación en el Perú, entendiéndola como factor importante para la organización del estado, «las coyunturas políticas y económicas, caracterizadas por la rivalidad entre caudillos y la falencia económica, desviaron la atención que la educación merecía (…) de modo que diversos intentos por la formación de normalistas quedaron pronto en el olvido»117. Es evidente que el escenario peruano se encontraba «sumamente convulsionado, [donde] la inestabilidad política se convirtió en terreno árido para la construcción y consecuente manifestación de sus pensamientos»118.
Por otro lado, existía también un ideario educativo por parte de la élite peruana que contrarrestaba los intereses populares de Monteagudo, quienes, según Espinoza
[…] concibieron la escolarización como un medio para mantener las jerarquías tradicionales heredadas del virreinato, la segregación social y la intolerancia por encima de los valores republicanos y democráticos (…) [proporcionando] un capital cultural que las familias con más recursos económicos supieron aprovechar para su ascenso social119.
Conclusiones
La educación recibida por Monteagudo a lo largo de los años se fue solidificando y madurando a través de su continua participación política; su búsqueda por formar una América totalmente emancipada de la Península Ibérica implicaba un arduo trabajo político-militar que revirtiera todo pensamiento y modo de vida colonial, principalmente, de los peruanos acostumbrados al mundo «sensual»; de este modo encuentra como única vía para tal efecto a la educación como acción social, motivo por el cual, desde sus primeros escritos se declara como fomentador de ésta para el sector popular y, principalmente, para la juventud entendiendo que su desarrollo implicaba un trabajo de largo aliento, y que, la institucionalización académica como tal tardaría algún tiempo.
Ahora bien, este proyecto educativo americano, fundamentalmente en el Perú, se vio opacado por la intensa confrontación durante el periodo de la guerra, no solo con el lado realista, sino también, dentro del espectro libertador donde Monteagudo enfrentaba a la aristocracia, principalmente, por sus políticas drásticas contra la élite que se negaba a colaborar «adecuadamente» con la independencia, y contra los intelectuales peruanos opositores a sus métodos republicanos. Siendo este tal vez, uno de los grandes motivos, sino el principal, para que se inicie el enorme repudio contra su persona, encontrando en primera instancia la expulsión del país, para finalmente, con grandes indicios, terminar siendo asesinado, hecho que parece claro luego de encontrar su cuerpo sin un solo indicio de robo u otro motivo al indicado120.
Esta política «anti-aristocrática», ha hecho que Monteagudo cargue sobre su espalda un sinnúmero de críticas, sin embargo, como bien refiere este mismo, es preciso también considerar que, «es imposible juzgar los principios que profesa un hombre público, sin contraerse é las circunstancias, que han influido en su conducta»121. Monteagudo trata de justificar aquí, principalmente, su política expropiadora dentro de una guerra que también fue una contienda de recursos, de los que podían solventar o no su ejército para mantenerse en la lucha y evitar deserciones, claro ejemplo es el caso del Batallón Numancia, quienes abandonaron las filas realistas por falta de pagos. No obstante, a Monteagudo se le acusa de haber empleado estos recursos para crear una red de espionaje que le permitiera quedarse en el cargo.
En esta línea crítica contra Monteagudo, no es extraño que hasta el presente se sigan encontrando posiciones historiográficas marcadas entre personajes «buenos» y «malos», por tanto, preciso es abandonar las pasiones y los odios que, en palabras de Monteagudo, «es un maestro muy estúpido»122.
Evidentemente, Monteagudo tiene numerosas acciones a ser cuestionadas, sin embargo, es necesario también llevar su estudio al terreno de la objetividad. El propio Sánchez Carrión, su más férreo enemigo, al escribir sobre Monteagudo en El Tribuno (1824) decía que había dejado el rencor hacia este, y que, si bien es cierto, le había dado «su ración, por haberse empeñado en monarquizarnos [terminando 1824] ya pasó y somos amigos personalmente»123.
Sobre estas pasiones historiográficas podemos tomar como ejemplo de tantos las escrituras de Porras Barrenechea, quien incluso va más allá y realiza analogías extremas entre Carrión y Monteagudo:
[…] se habla mucho en nuestra historia de la oposición irreductible entre Monteagudo y Sánchez Carrión, entre en autoritario y un liberal, entre un ateo y un creyente. Monteagudo decepcionado, cruel, despótico, ávido de realidad y poder. Sánchez Carrión, férvido, entusiasta, generoso y humanitario (…) El argentino sensual, epicúreo, dominado por el gusto del placer y la ostentación. El peruano, con su pobreza de colegial-maestro, su sobriedad y su desinterés de jacobino o de fraile124.
Por otro lado, investigaciones más recientes, alejándose de ese nacionalismo que parece existir en las escrituras de Barrenechea, hacen mención sobre Sánchez Carrión como aquel hombre que «volvía la espalda a la realidad y contemplaba una utopía republicana»125.
De esta manera, a lo que pretendemos llegar es que, más allá de las críticas y realces a Monteagudo, es innegable que durante toda su vida este personaje se dedicó a observar la revolución más allá de la inmediatez y los avatares de la guerra, tenía pues un plan para América que consistía en formar ciudadanos letrados y cultos, libres, democráticos y con sentido de pertenencia; siendo consciente además que este era un trabajo a largo plazo, y que la institucionalización educativa llegaría cuando el estado tome conciencia de su importancia para con la población.