Introducción
El presente trabajo surge del interés por implementar una propuesta relacional del estudio de lo sensible que nutra la propuesta de los estudios culturales de las emociones con la tradición afectiva de conocimiento de los sentimientos (Reddy 2014), a fin de complementar una visión relacional de la dimensión emocional (López 2019) de cualquier fenómeno sociológico.
Para realizar la propuesta de un estudio relacional entre lo cultural y lo biológico sobre lo sensible desde lo social, objetivo de este trabajo, es necesario un esfuerzo metateórico (Ritzer 2001), que parte de estudiar las teorías del "yo sensible" y los "estilos emocionales", contenidas en la sociología y la historia de las emociones, para situarlas en el giro afectivo, contexto académico más general a partir del cual las emociones se volvieron objetos de estudio centrales en estas y otras disciplinas.
El giro afectivo es un intento por dotar de centralidad al estudio de las sensibilidades en diversas disciplinas, en este caso la sociología; aquí "lo que nos interesa es la vinculación humana a través de las emociones como un problema sociológico central" (García y Sabido 2014, 21). Este término fue acuñado en el 2007 por las sociólogas Patricia Clough y Jean Helley (Enciso y Lara 2013).
De acuerdo con ellas: "los giros afectivos invitan a un enfoque trans-disciplinario de la teoría y el método que necesariamente invita a la experimentación para capturar el co-funcionamiento cambiante de lo político, lo económico y lo cultural, replanteando lo emocional como un cambio en el despliegue de la capacidad afectiva" (Clough y Halley 2007, 3)1.
El estudio de las emociones para la sociología surgió en la década de 1970 (Flam 2014). Durante esos años, los primeros aportes abrevaron de una mirada construccionista, en la cual los sentimientos eran estudiados en la medida en que era posible hacerlos conscientes; sin embargo, ya desde el primer momento, definir cómo estudiar los afectos implicó una reflexión permanente, pues estos son posibles de observar de diferentes maneras, todas ellas válidas y certeras.
Puede parecer bastante extraño que un subcampo dedicado al estudio de las emociones tenga dificultades para definir su tema. Generalmente las emociones son definidas en términos de otros conceptos como "sentimientos" y "afecto" que estos mismos definen en términos de cada uno. Este problema definitorio está relacionado con los temas no resueltos que examino abajo, pero mucho del problema está relacionado con el hecho de que las emociones operan en diferentes niveles de realidad -biológico y neurológico, conductual, cultural, estructural y situacional- y, dependiendo de qué aspecto de la emoción es relevante para el investigador, una definición emergerá. Por ejemplo, si los aspectos neurológicos de la emoción son enfatizados, entonces las emociones son la excitación de los sistemas corporales; si la cultura es la precisada, entonces las reglas y vocabularios de las emociones son vistas como centrales. (Turner 2009, 341)
En ese sentido, cabe reconocer que la definición de lo emocional o afectivo como un objeto de estudio para la sociología, en particular, y el giro afectivo, en general, hace evidente que la observación del fenómeno implica una relacionalidad de distintas maneras posibles de examinarlo, ya sean en esferas como lo político, lo cultural o lo económico, etc., o a partir de niveles como lo neurológico, conductual, cultural, estructural o situacional.
Reconociendo esta relacionalidad ontológica en la existencia del fenómeno, y epistemológica para observar el objeto de estudio denominado como emoción, sensibilidad, afecto, sentimiento, etc.2, se hizo necesario plantear el problema de una manera sociológica donde estén contenidas las distintas dimensiones de observación de este.
En 1975, con su artículo "The Sociology of Feeling and Emotion: Selected Possibilities", Arlie Hochschild funda la sociología de las emociones3.
Aquí ya se apuntaba la necesidad de reconocer una epistemología cultural de estas para poder estudiarlas, a partir del reconocimiento de un "yo sensible"4 que es consciente de que las experimenta como condición para conocerlas. A partir de esto, la autora propone categorías como emotion work o emotional labor, así como un contenido contextual en el cual estas se expresan5.
Se observa, entonces, en este argumento inicial, la distinción entre una experiencia emocional y una expresión sensible como punto de partida para estudiar afectividades desde la sociología. Esto acerca su propuesta con los trabajos que por esos años se desarrollaron en otras disciplinas como la historia de la cultura, lugar donde se terminaron proponiendo coordenadas de análisis muy similares.
En la historia, el giro afectivo aparece de lleno con la publicación en 1985 del artículo "Emotionology: Clarifying the History of Emotions and Emotional Standards" por parte de Carol Stearns y Peter Stearns. En él, de acuerdo con Bjerg (2019), estos autores, así como quienes escriben tomando como referencia su propuesta (Reddy 2001, 2014; Rosenwein 2006, 2016), están inmersos no solo dentro de la historia cultural, en particular, sino dentro del giro afectivo, en general.
Ellos dialogan con sociólogos de las emociones, en especial con Arlie Hochschild (1975, 1979, 1983, 2008), para construir sus categorías, partiendo de una distinción epistemológica común, la distinción entre estilo o promedio emocional y emoción particular6, diferencia que abreva de las experiencias y expresiones culturales de lo sensible como guía.
López (2019) reconoce estas ideas para la historia de las emociones, al mencionar que esta se desarrolla sobre las "experiencias que las han originado y las expresiones que las han generado (Delgado, Fernández y Labanyi 2018, 2)" (López 2019, Igualmente, para Scribano, en el caso de la sociología de las emociones,
[...] ya se evidenciaba tanto la primigenia orientación "hacia una sociología de la experiencia" (1988, 107), en tanto uno de los supuestos epistémicos que rigen el análisis, como la orientación metodológica que vincula creatividad y acción colectiva en las prácticas de expresión que concretan los sujetos sociales. (Scribano 2013, 14)
Experiencia y expresión sensible aparecen, entonces, como condiciones epistemológicas comunes al conocimiento de lo sensible para la sociología y la historia.
En la introducción de este documento se presentan y analizan las propuestas de la sociología del "yo sensible" y la historia cultural de las emociones; posteriormente, se las describe en los antecedentes como inmersas en la tradición cultural de estudio de las emociones, y se hace hincapié en la necesidad de incluir los aportes de la tradición explicativa del estudio de lo sensible, de los que carecen las teorías revisadas. En el apartado de la discusión, se presenta la propuesta teórico-metodológica que conjuga ambas tradiciones de investigación, aporte que queda detallado en los hallazgos y las conclusiones del presente escrito.
Antecedentes
A pesar de que en su inicio la historia y la sociología de las emociones compartieran esos elementos epistemológicos cimentados en la experiencia y expresión sensible, cabe decir que esta manera de situar las posibilidades cognitivas sobre lo sensible desde lo cultural dejaba de lado las invitaciones a la relacionalidad del giro afectivo con respecto a la inclusión de otros elementos en el conocimiento de los afectos, elementos contenidos más allá de la consciencia del sentimiento, de los que también abreva este.
El término affective turn fue utilizado por primera vez por las sociólogas estadounidenses Patricia Clough y Jean Halley que lo tomaron como título de su libro publicado en 2007. El uso del término refiere al cuerpo de un trabajo que comúnmente se establece en contra de la orientación discursiva del construccionismo social. El argumento de Patricia Clough a favor de un giro afectivo es estructurado conscienzudamente a través de un gesto que contrasta el "buen" afecto corporal con el "mal" discurso consciente del significado. (Enciso y Lara 2013, 104)
Si bien las teorías revisadas centran su atención en la dimensión interpretativa de lo sensible, ambas reconocen, aunque no desarrollan, que la sensibilidad no se agota en su cultura, sino que existe más allá de la cons-ciencia de esta. Por poner un ejemplo, Rosenwein menciona que
[...] algunos neurocientíficos piensan que las emociones son tanto un proceso de "arriba-abajo" (en cuyo caso dependen del trabajo cognitivo) como de "abajo-arriba" (en cuyo caso están conectadas con la precognición y las respuestas biológicas automáticas). Esta opinión sugiere que la socialización afecta la emoción gracias a que ayuda a determinar lo que ella es -y lo que no es-. (Rosenwein 2016, 15)
También Hochschild menciona la existencia de esta dimensión de lo sensible, aunque no la desarrolla en su propuesta teórica. Ella reconoce que la noción de lo emocional no se agota en la verbalidad o corporalidad consciente, pues muchas veces la consciencia operatoria de lo sensible implica una lógica corporal solo potencial, por lo que existe una dimensión de lo emocional que puede ser leída como biológica, que está fuera de la consciencia del emotion work, o a un costado de este.
La emoción, por lo tanto, es nuestra experiencia del cuerpo leída como una acción potencial. Dado que el cuerpo se prepara para la acción de manera fisiológica, la emoción implica un proceso biológico. Por lo tanto, cuando nosotros gestionamos una emoción, estamos parcialmente manejando una disposición corporal para una acción anticipada, sea consciente o inconsciente; es esto por lo que el emotion work es "trabajo" y por lo cual la enajenación de una emoción es enajenación de algo de importancia o peso. (Hochschild 1983, 229-230)
Por ello, en la medida en que a estas posiciones les hacía falta desarrollar la relacionalidad a la que se apelaba desde el giro afectivo, considerando al fenómeno emoción como un objeto de estudio donde también aparecía su biología, surgió el cuestionamiento: ¿qué tanto se podía decir y conocer sobre dicha dimensión de lo sensible desde la sociología? Esta es la pregunta que motiva la investigación metateórica.
Las teorías sociológicas e históricas de las emociones presentadas hasta aquí reconocen en las emociones la posibilidad de ser un puente entre la biología y la cultura, aunque se centren en alguna de estas visiones para desarrollar sus postulados teóricos, es decir, su estudio implica el reconocimiento de estas dos dimensiones ontológicas que siempre están presentes en dicho fenómeno, una biológica y otra cultural, aunque no siempre de manera explícita.
Si, por un lado, se toman como punto de partida las propuestas del "yo sensible" de Arlie Hochschild, construidas desde la década de 1970 para la sociología de las emociones, así como los aportes de la historia cultural de las emociones de los Stearns (1985) y quienes les sucedieron (Reddy 2001, 2014; Rosenwein 2006, 2016), emerge inmediatamente su pertenencia a la tradición de investigación (Laudan 1977)7 cultural, interpretativa o humanista, que Reddy (2014) define de la siguiente manera:
Por humanista me refiero a una academia cuyos compromisos epistemológicos dictan la confianza en el método interpretativo. Por método interpretativo me refiero a cualquier método que intente explorar el significado, la intención o las dimensiones significativas del lenguaje, el texto o la acción. Los humanistas no persiguen la explicación de los fenómenos personales como mecanismos, cadenas de causa-efecto o algoritmos; el supuesto es que las personas son flexibles, en un grado muy significativo, y que su flexibilidad se logra mediante la reflexión y se manifiesta en un comportamiento intencional llamado acción. (Reddy 2014, 41)
Dicha tradición de investigación supone a las emociones como objetos cognoscibles a partir de la consciencia que los seres humanos tienen de su experiencia. Es decir, para esta, las sensibilidades son productos socio-culturales e históricos; elementos colectivos e individuales que posibilitan conocer las emociones mediante su experiencia y expresión.
Por otro lado, si a estos estudios interpretativos o culturales se les incorpora una lectura donde se les agreguen los añadidos al giro afectivo ocurridos con la entrada a este de abordajes de la dimensión fisiológica o explicativa, los cuales pueden tener como referente de inicio la obra El error de Descartes. La razón, la emoción y el cerebro humano publicada por Antonio Damasio en 1995, surge la tradición afectiva de estudio de lo sensible.
Me refiero a las líneas de investigación derivadas de la psicología experimental, por un lado, y de la neurofisiología, por otro, cuya unión ha sido posible gracias a las tecnologías de imagen cerebral y otros avances metodológicos. En estos campos relacionados, ahora es posible estudiar fenómenos clásicos de la psicología experimental como los efectos de preparación, el efecto Stroop, la carga cognitiva, la percepción subliminal y la automaticidad, mientras se mapean las activaciones cerebrales de los participantes. (Reddy 2014, 41-42)
Para esta postura, las emociones son capacidades biológicas innatas que irrumpen en la vida social y son conocidas y comunicadas sin que el actor sea consciente de hacerlo; otra manera de nombrar a estas dos posiciones descritas desde la historia es "maximalistas o minimalistas, es decir, si creen en la esencial historicidad o ahistoricidad de las emociones" (Burke 2006, 135-136).
Estas distinciones ontológicas son muy similares a las reconocidas por otros autores también inmersos en el giro afectivo, pero desde la sociología, como Scribano (2012), quien establece una distinción entre cinco tipos de abordajes en el estudio de las emociones, que igualmente pueden ser leídos a través de las dos grandes tradiciones descritas por Reddy (2014).
Para él, "los tipos de argumentos que hemos tipificado hacen referencia a lo que consideramos ejes básicos de las ya tradicionales divisiones entre enfoques teóricos de los campos de indagación a los que hacemos referencia en este artículo: 1) biofisiológicos, 2) biográficos, 3) geo-culturales, 4) socioambientales y e) informacional-comunicacional" (Scribano 2012, 99). Los dos primeros serían parte de lo explicativo, y los tres restantes parte de lo interpretativo.
También Turner y Stets (2005), en su síntesis de la sociología de las emociones después de 40 años del primer texto de Hochschild (1975), reconocen estas dos grandes tradiciones de estudio de lo sensible como centrales para abordar el campo. Tienen la perspectiva de que estas son fenómenos de estudio construidos socioculturalmente, conocidas mediante su experiencia y expresión.
Para muchos sociólogos, las emociones son socialmente construidas, en el sentido de que lo que la gente siente es condicionado por su socialización dentro de una cultura y por su participación en estructuras sociales, las ideologías culturales, las creencias y las normas inciden sobre las estructuras sociales, las cuales definen que emociones son experimentadas y cómo esas emociones que son definidas culturalmente tienen que ser expresadas. Las emociones son, por lo tanto, construcciones sociales. (Turner y Stets 2005, 2)
Estos mismos autores también reconocen que dentro de la sociología existen autores que dan más importancia al componente biológico en el conocimiento sobre lo sensible, para quienes estas siempre presentan una ruptura orgánica, que permanentemente acompaña la consciencia que se tiene de estas o, incluso, sin que este conocimiento aparezca, pues muchas veces lo sensible no es verbalizado u operativizado corporalmente hacia lo externo.
Las emociones también tienen un componente biológico. William James (1884), el temprano psicólogo de Harvard, argumentó hace tiempo que las emociones son el resultado de los cambios fisiológicos en el cuerpo; cuando una persona percibe algo en el entorno, existe un inmediato cambio visceral, así como la activación del sistema nervioso simpático, se registran los efectos particulares en los órganos y las partes del cuerpo. (Turner y Stets 2005, 4)
Esta segunda dimensión de la emoción o tradición explicativa (Reddy 2014) se define aquí, retomando a García (2019) y Massumi (1995), como el nivel de conocimiento de la intensidad o percepción sensible. En esta se trata lo afectivo cuando irrumpe y es no consciente, como una "intensidad que es calificable como un estado emocional, y este estado es estático-temporal y ruidosamente narrativo" (Massumi 1995, 86), un estímulo que no es simbolizado, pero ello no significa que sea no conocido por nuestra sensibilidad sobre el mundo; sería una dimensión conocida de la emoción más allá de la consciencia de hacerlo.
La aparición del estímulo supone una detección/delimitación de este, una percepción. Esta percepción inicial, aunque no es consciente, no quiere decir que no sea cognitiva. Supone atención, reconocimiento, valoración y, finalmente, selección del entorno. Aunque ambos autores asumen que existen estímulos a los que, de forma innata prestamos atención, reconocemos, valoramos y seleccionamos (los que denotan emociones, según Damasio, y circuitos de sobrevivencia, según LeDoux), también admiten, que una gran cantidad (y se podría decir que casi la totalidad) de los estímulos "emocionales" son aprendidos. (García 2019, 62)
De esta manera, si se reconoce el supuesto de que las emociones son fenómenos relacionales en ambas direcciones, biología-cultura y cultura-biología, aquí se presenta una aportación que intenta construir una casa común de estudio para las dos tradiciones de investigación de lo sensible mencionadas, que incluyen a las dos teorías de las que se partió inicial-mente. Se pretende plantear una epistemología del conocimiento producido que se asume como construida moderada y relacional en ambos sentidos.
A la vez que lo sensible se conoce biológica y físicamente más allá de la consciencia, la gestión individual del sentimiento, así como la posición social que ocupa una persona situada en su afecto, le permite experimentar su fisiología de maneras distintas y no solo representarla simbólicamente como diferente (Garcés-Viera y Suárez-Ecudero 2014; LaPierre 2004, 2005 y 2006; Summers-Effler, Van Ness y Haussman 2002).
Discusión
Se presenta una propuesta metateórica que da cuenta de estas dos tradiciones de investigación, mediante la articulación de una triada epistemológica exploratoria: "percepción-experiencia-expresión de lo sensible"; esto se realiza, si se asumen las condiciones de posibilidad de observarlas en un mismo lugar y momento.
Esta posibilidad de observación se realizará si se presupone la centralidad del contexto empírico como escenario de estudio de lo emocional, pues es en estos lugares y momentos comunes (Hochschild 2008, García 2019) donde es posible observar a un mismo tiempo la biología y cultura de lo sensible, las percepciones, experiencias y expresiones de los actores sociales.
Los contextos o las situaciones de conocimiento de lo sensible se entienden como un "caso intermedio entre la institución y la interacción, la situación social que supondría una serie de elementos históricos y naturales compartidos, que colocan a los individuos en igualdad de circunstancias" (García Andrade 2019, 43).
Dicha propuesta recae también en el interés transdisciplinario del giro afectivo en la idea de superar las dicotomías supuestas de antemano para un estudio sobre emociones. Así, para Solana (2020), al entrar al contexto "en lugar de armar mapas ontológicos binarios a partir de los cuales poder situar la fijeza y el cambio, es preferible que estas valoraciones surjan de la investigación de fenómenos sociales específicos" (Solana 2020, 37), es decir, es un llamado a que de la observación de los fenómenos sensibles surjan las distintas epistemes contenidas en el fenómeno sensible y no al revés.
En ese sentido, queda pendiente incorporar la reflexión metodológica sobre cómo sería posible operativizar un estudio sociológico partiendo del reconocimiento de estas tres dimensiones epistemológicas en la mirada de la dimensión sensible (López 2019) de un fenómeno sociológico: percepción, experiencia y expresión sensible en un contexto empírico de estudio. ¿Qué se puede o no mirar y cómo observar cada una de estas epistemes en un estudio sociológico?
Esta cuestión es complementada cuando se reconoce la propuesta de Flam (2015) sobre la metodología de estudio de lo sensible. Para ella, "en principio, las emociones tienen una dimensión física, cognitiva y expresiva (Kuzmics). Sin embargo, de estas tres, no todas son accesibles o visibles para un externo -dejando espacio para una interpretación-; es posible y necesario centrarse en estas dimensiones, interpretando y contextualizado las emociones para desarrollar o refinar las tesis específicas" (Flam 2015, 4).
¿Cómo es posible observar el estudio sociológico de estas tres dimensiones de la vida sensible en un contexto? ¿De qué maneras es posible hacerlo desde la sociología? Ya se dijo que las tres dimensiones propuestas se observan conjuntamente en situaciones sociales empíricas; ahora cabe precisar ¿de qué manera se observan?, y ¿mediante qué instrumentos es posible hacerlo? Por su condición de ser productos de la consciencia, tanto la experiencia como la expresión afectiva implican una doble hermenéutica (Giddens 2012); a diferencia de la percepción emocional, esta solo puede ser vista por un externo, mediante una observación alienada.
En los casos de la experiencia y la expresión, estas suelen ser observadas mediante expresiones que los propios actores producen sobre sus emociones. Lo que cabe recordar es que dichas narrativas o visualidades siempre tienen una relación con la sensibilidad fisiológica propia de los agentes en un contexto situado, no surgen de la nada; se trata, como dice Reddy, de "proponer el concepto de traducción como un reemplazo del concepto posestructuralista de signo" (Reddy 2001, 78).
Esto puede implicar llevar a cabo clasificaciones de vocabulario asociado a emociones como propone Rosenwein: "debido a que veo palabras como cruciales en la vida emocional (y mi opinión aquí es secundada por algunos neuropsicólogos), yo gasto mucho tiempo en este libro descubriendo vocabularios emocionales, los cuales usualmente presento organizados en tablas" (Rosenwein 2016, 15).
Además de intentar capturar elementos paraverbales (Hitzer 2015; Esteban 2004), como metáforas, hipérboles, etc., figuras retóricas que junto con las oraciones descriptivas contienen referencias sobre la valoración y la intensidad de la vida sensible, elementos propios del tono emocional que son vistos en la narrativa o la visualidad, como menciona Reddy (2001), "si existe un objetivo relevante de intensidad emocional, aparecerá un objetivo relevante de valencia emocional" (Reddy 2001, 23).
Por otro lado, en el caso de la observación de la percepción sensible en la situación de estudio, al ser esta posible de realizar solo por un externo (sin que la persona vista sepa que se atienden sus emociones, aunque tenga o no consciencia de que se la mira en general), se debe evitar caer en los errores metodológicos de Elkam. Este, al mostrar fotografías de personas a quienes se les indicó que actuaran un sentimiento cultural específico y así pretender encontrar una universalidad biológica a partir de sensibilidades gestuales8, confunde percepción con experiencia, ya que, al hacer conscientes sus emociones, los agentes a quienes se estudia ya no evidenciarían la primera sino la segunda.
Se ha de reconocer que probablemente de la percepción sensible solo se puede decir si los cuerpos se mueven o no y cómo lo hacen de manera descriptiva. En ese sentido, es recomendable, aunque no indispensable, grabarlos en video para poder observarlos en sus secuencias motrices, pues la percepción sensible
[...] no habiendo alcanzado la consciencia, no puede ser reprimida, es preconsciente. La intensidad es, en este sentido, "materia en movimiento", en la medida en que mueve el cuerpo -bastante literalmente-, nos hace alejarnos corriendo de un oso que nos ha asustado, en ese medio segundo anterior a que llegue a ser consciente la sensación física del miedo, que al mismo tiempo hace posible la reflexión "estoy asustado". (Labanyi 2010, 225)
Esta apelación al contexto o situación social como central en el estudio de la dimensión sensible desde una perspectiva sociológica relacional ayuda también a darle una salida más amplia al problema de la dimensión sensible en los estudios de la sociología de las emociones, pues estas, al estar presentes en todo momento de la vida social, son más bien definidas por su contexto de estudio y no al revés (Solana 2020), no desde una dimensión social específica. Las emociones no son macro, meso o micro; están en todos los niveles de lo social (Turner 2007).
Asociada a la centralidad de la situación como espacio para conocer y comunicar emociones, en su existencia empírica energética, su presencia y persistencia, tal como propone Illouz,
[...] la emoción no es acción per se, sino que es la energía interna que nos impulsa a un acto, lo que da cierto "carácter" o "colorido" a un acto. La emoción, entonces, puede definirse como el aspecto cargado de energía de la acción, en el que se entiende que implica al mismo tiempo cognición, afecto, evaluación, motivación y el cuerpo. (Illouz 2007, 15)
Ello permite definirla y diferenciarla energéticamente en situaciones de vida cotidiana o en contextos extraordinarios.
En ese sentido, desde un punto de vista del contexto potencial, sí se puede establecer una distinción entre emociones duraderas o temporales, energéticas o aplanadas, dramáticas o energía emocional (Collins 2009), colectivas o sociales (Bericat 2002), que, si bien es una diferencia teórica, siempre parte de la condición energética de la situación de estudio. Esto no niega la existencia de las sensibilidades en todas las dimensiones y lugares de lo social, vistas desde tres grandes epistemes, pero sí reconoce que estas ocurren de manera diversa dependiendo del fenómeno de estudio a considerar, como reconoce Collins:
No pretendo entrar en controversias metodológicas. No serviría de nada que definiésemos las emociones de tal modo que solo pudiéramos hablar de las más dramáticas y turbulentas. Como quiera que lo llamemos, hemos de poder hablar también de los tonos emocionales duraderos, incluso de los que son tan leves y serenos que nos pasan desapercibidos. En términos teóricos, las emociones perdurables (que analizo bajo la noción general de energía emocional) son las más importantes, pero intentaré demostrar también que las emociones breves y dramáticas se explican mejor en contraste con las emociones duraderas. (Collins 2009, 147)
Una distinción similar sobre la naturaleza de lo sensible en las situaciones o los contextos es lo que propone Bericat (2002), para quien
[...] mientras que en las emociones sociales, o de interacción, las personas implicadas en un mismo contexto suelen tener diferentes sentimientos, o el mismo sentimiento orientado a, o dirigido hacia, un diferente objeto, en el caso de las emociones colectivas cada individuo es afectado de la misma forma por un mismo contexto, de ahí que exista en todos ellos una clara profesión a sentir de la misma manera y con respecto al mismo objeto, hecho o situación. (Bericat 2002, 131)
Cuando se mencionan los elementos naturales en el contexto que permiten observar emociones, no se puede dejar de hacer referencia a la centralidad de su observación en los cuerpos, la cual está presente desde una observación externa en percepciones, como en autonarrativas sobre estos en experiencias y expresiones. Para Scribano (2012, 2013), este es el lugar predilecto de estudio de lo sensible.
En este último se observan "las superposiciones helicoidales entre cuerpo, imagen, piel y movimiento; son el vehículo que permite pasar de las vivencias de los sentidos a los sentidos de las vivencias, como sensibilidades elaboradas y aceptadas socialmente" (Scribano 2013, 29). El cuerpo-movimiento como la percepción sensible, la piel como la experiencia emocional y la imagen como la expresión afectiva.
Como mencionan Cedillo, García y Sabido (2014), el estudio de la dimensión sensible (López 2019) de la sociedad implica reconocer que
[...] un principio en el que convergen estas teorías del conocimiento (sociales y naturales), así como sus intentos de intersección, está en el hecho de asumir que las emociones se experimentan en el cuerpo y son resultado de una compleja interacción entre el organismo, el cerebro y la sociedad. (Cedillo, García y Sabido 2014, 19)
Hallazgos y conclusiones
La tabla 1 es un resumen y síntesis de la propuesta relacional de estudio sociológico de las emociones que aquí se sostiene. En esta se trata de incorporar a un mismo nivel de aprehensión las dimensiones biológica y cultural del fenómeno de estudio, haciendo uso de la observación externa e interna de tres epistemes de conocimiento de lo sensible: percepción, experiencia y expresión, además de reconocer la energía empírica transversal a toda la sociedad situada en cada contexto de estudio.
Recapitulando, las tres dimensiones epistemológicas del fenómeno emoción son posibles de observar a un mismo tiempo si ello ocurre en un contexto empírico compartido y mediante una combinación de observaciones internas y externas, siempre reconociendo la energía de estas, lo cual es necesario para poder estudiarlas de una manera sociológica relacional de las distintas dimensiones del fenómeno sensible.
Aquí se asume, entonces, que la sociedad no se acaba en los símbolos que sobre ella se hacen, así como que las sensibilidades se conocen más allá de la consciencia sobre estas, al mismo tiempo que la consciencia operativa de las mismas puede modificar su fisiología y física, no solo su performatividad simbólica.
Las emociones son, de esta manera, desde su epistemología, percepción, experiencia y expresión; desde su metodología de observación, externas o internas; y, desde su contextualidad empírica, dramáticas o energía emocional (Collins 2009), sociales o colectivas (Bericat 2002), siempre naturales y culturales a la vez, es decir, ontológicamente sociales en sentido amplio.
Las emociones son un fenómeno relacional de distintos niveles de aprehensión de la realidad: la percepción o intensidad sensible; la experiencia, gestión o emotion work; así como la expresión o estilo afectivo; estas últimas categorías no son fenómenos ontológicamente distintos, sino epistemes diferentes para observar un mismo hecho, aunque en las distintas tradiciones y teorías generalmente se enfatiza alguno de estos.
Para poder construir un modelo relacional de estos distintos niveles, fue necesario establecer un lenguaje común que permitiese su asociación, pues "las teorías son sublenguajes que pueden ser comparados porque en el lenguaje en el que se comparan no es el lenguaje de las teorías. Es decir, no se traduce de una teoría a la otra para hacer un paralelismo. Se tiene más bien un metalenguaje que comprende a las teorías y es desde ese metalenguaje desde el que se hace la comparación" (García 2013, 50).
Es así como se idearon las nociones de percepción, experiencia y expresión sensibles como herramientas analíticas de observación del fenómeno emocional desde sus distintas epistemes, pero en un mismo tiempo y espacio; este es el debate que se ha intentado sintetizar de manera exploratoria, el de la necesaria propuesta sociológica relacional de un mismo fenómeno que es observable en distintos niveles, la sensibilidad.
Ambas perspectivas son correctas en este sentido; las emociones emergen a causa de la activación de los sistemas corporales que surgen alrededor de los sistemas endocrino, muscoesquelético, nervioso autónomo y neuro-transmisores (Turner 2000). Pero esta excitación es bastante constreñida por la estructura cultural y social. Además, la experiencia y expresión de las emociones biológicas es producto del aprendizaje. Como individuos adquirimos la cultura emocional de una sociedad; en esta se desarrollan aprendizajes para saber qué emociones son apropiadas en qué tipos de situaciones y cómo estas emociones deben ser sentidas y expresadas. (Turner y Stets 2005, 285)
Se trató de dar una mayor centralidad a la situación o contexto empírico como momento y tiempo común donde es posible observar emociones a nivel genérico en sus tres epistemes propuestas: la fisiología o física de las emociones entendida como percepción; la agencia de lo sensible comprendida como experiencia; y la estructura colectiva de la afectividad definida como expresión, tratando de superar los determinismos culturales y biológicos (Martínez 2008) que siempre reaparecen al discutir las emociones desde la sociología.
Sin embargo, se debe reconocer que las maneras epistemológicas de conocer las emociones, en calidad de distintas, también implican una observación diferenciada en el contexto; a la percepción solo se le puede conocer de manera externa, con cierta preponderancia en el movimiento corporal no consciente, pues, cuando una percepción sensible ya se vuelve consciente, deja de serlo y se convierte en experiencia emocional.
A esta última, junto con la expresividad emocional, en cuanto cruzadas por la lógica del lenguaje simbólico, ya sea verbal o corporal, sí se les puede conocer mediante narrativas o visualidades sobre lo sensible elaboradas por los propios agentes. En ese sentido, metodológicamente hablando, se pueden observar datos sensibles de estas ligadas a lo consciente, ya sean expresados en categorías valorativas o intensidades de lo colectivo o experiencia individual, es decir, como visión interna o doble hermenéutica.
Queda claro, entonces, cómo el conocimiento sociológico producido sobre las emociones, al ser estas un fenómeno relacional de distintos niveles de existencia en la realidad, es necesariamente construido, moderado desde la biología hacia la cultura y desde la cultura hacia la biología, social en un sentido amplio, reconociendo que estas existen en diferentes dimensiones de análisis a un mismo tiempo y espacio sin ser fenómenos distintos. Considerando la diversidad de contextos en las que se presentan, las emociones son necesariamente relacionales y situadas en su estudio sociológico.