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Revista Colombiana de Obstetricia y Ginecología
Print version ISSN 0034-7434On-line version ISSN 2463-0225
Rev Colomb Obstet Ginecol vol.59 no.4 Bogotá Oct./Dec. 2008
Detrás de la muerte de las personas queda una gran sensación de desesperanza y vacío que nos recuerda, no sólo como individuos sino también como colectivo, lo efímero de nuestros actos y la brevedad de nuestra vida.
Sin embargo, algunas de esas personas que nos dejan, ejemplifican la antítesis que prueba lo errado de ese sentimiento. Su partida nos enseña que nuestros actos no deben ser necesariamente efímeros y que nuestra vida, aún breve, puede dejar huellas que ni el tiempo, a veces, podrá borrar. Mi papá, el Dr. Gabriel Acuña ("Gabrielito" para muchos), es ciertamente una de esas personas. Mi sentir ante su reciente pérdida, individual y pragmático, se traduce en el pensamiento y en el intento de convencerme de que a pesar de haberse ido, todavía existe entre nosotros. Convencerme de que su ausencia nunca nos acompañará más que su presencia. A pesar de que como seres humanos estamos limitados a aceptar la realidad: el sentimiento de soledad es grande y la falta que él me hace es inmensa.
Gabriel Acuña nos dejó un legado de virtudes, cualidades y dones, que sólo una persona dedicada a otros, primero que a sí mismo, puede dejar. Nos dejó el diseño y las acciones que condujeron, y conducirán por mucho tiempo más, a la creación de espacios que muchos otros posteriores a él han ocupado, seguirán ocupando y ocuparán. Con ventajas y desventajas. La ventaja de andar senderos ya iluminados por su paso, creados, abiertos y despejados por él. Las desventajas de tener la responsabilidad y el reto de andar los pasos de gigante que él anduvo.
Desde sus épocas de colegio y universidad se caracterizó por ser la persona generosa, el deportista habilidoso y el estudiante brillante. Siempre responsable, detallista, dedicado e inteligente. Con la voluntad férrea que lo llevaba siempre a cumplir sus compromisos y propuestas. Siempre atento a buscar y encontrar la figura y el sentimiento del ser humano que hay detrás de cada historia médica, de cada número de ingreso, detrás de cada enfermedad.
Ratifica entonces el estilo de vida que desarrolló desde sus años de estudiante y que continuará y madurará, como firma de la obra del artista, durante el resto de su vida personal y profesional. Cementa un estilo de responsabilidad difícil de igualar en la transición de estudiante a especialista de la profesión de obstetra y ginecólogo, dentro del marco del ejercicio profesional de las fuerzas militares de Colombia. Allí ingresa como médico y posteriormente ejerce en pendiente ascendente como especialista en ginecología y obstetricia de la Armada Nacional.
Siendo insuficiente el espacio en este corto tributo que hago para mencionar sus contribuciones y logros individuales, como médico y como persona, quisiera recalcar lo que como hijo, compañero y colega, es a mi juicio importante. Lo que yo creo, es el común denominador de su vida: una conducta obsesivamente intachable, que no se doblegó nunca; una responsabilidad a sus pacientes y a los demás, que nunca quebrantó. Durante los 18 años como profesional médico de la Armada, se convierte en una institución con dos facetas esenciales: aquella del docente, dedicándose a la transmisión del conocimiento a otros con generosidad, responsabilidad, claridad y certeza; y la del médico, caracterizada por el trato a la mujer en forma individual y colectiva con dedicación absoluta y sin par, comportamiento ético extremo, responsabilidad férrea, y el deseo de servir a sus pacientes en forma excepcional. Recuerdo muchos sábados y domingos cuando con mis hermanos jugábamos a las escondidas en los "bosques" del parqueadero del Hospital Militar, mientras él pasaba revista a sus "pacientes preferidas" (todas y cada una de ellas). En esta forma diseña y ejerce una práctica profesional única. Hoy, 35 años después de su retiro de la Armada y del Hospital Militar Central, todavía quedan ecos que hablan de esa dedicación y responsabilidad a sus pacientes, y de la fraternal pero estricta actitud con sus alumnos y colegas.
Estas actitudes y cualidades individuales que caracterizaron su ejercicio profesional, las vimos enmarcarse en una candidez familiar y de amistad paralelas, que sirvieron para desarrollar, con los mismos valores personales, un núcleo de familia ejemplar. Allí, junto con mis otros cinco hermanos, yo aprendí de él que las ranitas verdes del patio delantero tenían corazón; que a los amigos hay que ayudarlos sin juzgarlos; que los enemigos no existen a menos que uno mismo los cree; que a la familia hay que quererla incondicionalmente; y que a aquellos a quienes algo se les promete, se les debe cumplir. También aprendí, a veces de la forma dura, que en ocasiones la familia debe compartir la dedicación del médico a su medicina y la del docente a su ciencia y a sus alumnos. Fue en la intersección de esos valores donde visualicé por primera vez que a pesar de mi gusto intrínseco por la mecánica y la electrónica, era esa pasión por la medicina, por el servicio a los demás y por la docencia que él me mostró, las que realmente abrirían el sendero que hoy recorro, que heredé de él y los que me comunicarían el amor por la profesión que él tuvo y el gusto por la especialidad que ahora y siempre compartiremos.
Es entonces, con el paso de los años, que el padre, hasta entonces mi compañero y amigo, se convierte además en mi mentor y mi colega. Quien me guía al entrar a medicina y posteriormente al convertirme en especialista de la ginecología y obstetricia. Es entonces cuando no sólo compartimos la afición por los deportes sino que, al tener también la profesión en común, comenzamos a compartir el gusto inmenso de comentar nuestras experiencias médicas entre uno y otro set de nuestros partidos de basquetbol y de squash. Fui testigo presencial de una época larga y gratificante en la que él disfrutó a plenitud sus tres gustos más grandes: la medicina, la familia y el deporte. Cuando la vida nos permitió disfrutar de ellos en un sólo continuo de actividades ininterrumpidas que tuve el inmenso gusto, honor y privilegio de compartir durante muchos años.
Mi padre fue un apasionado de la organización; pero no de la organización obsesiva sin sentido, sino de aquella motivada por la sensación y el conocimiento de que cuando las cosas están en su lugar, son mejores para los individuos y, por ende, para las instituciones. El impacto que produjo durante su vida no fue solamente a nivel profesional, sino también personal. Como organizador incansable, dejó su huella en personas, recintos e instituciones. Fue un creyente vehemente y un defensor absoluto de las normas éticas, personales e institucionales que colocan primero a los individuos a los que se sirve y a los principios de los grupos, asociaciones e instituciones, que a los intereses creados por la política y las actitudes. Por donde pasa deja una huella. Entre muchas, la Asociación Colombiana para Estudios de Población, la Sociedad Colombiana de Obstetricia y Ginecología, la Revista Colombiana de Obstetricia y Ginecología, la Asociación Colombiana de Menopausia, fueron testigos institucionales de esa capacidad de organización a través de una crítica constructiva, de su actitud de liderazgo y de su capacidad de servicio.
Desde antes de su retiro como clínico, y en una nota interesante, decidió, como él mismo lo dijo, "envejecer con sus pacientes". Sus últimos hitos de ejercicio profesional los dedicó a la mujer y su menopausia. Al parar sus actividades clínicas, continuó como miembro activo de las directivas de la Asociación Colombiana de Menopausia y como Director Financiero de la Revista Colombiana de Menopausia.
Fue éste su último cargo profesional y al cual le dedicó los últimos esfuerzos de su vida.
Nos hemos acostumbrado a que la partida de los seres queridos importantes para nosotros, se acompañen de requerimientos sociales, culturales y protocolarios de adaptación a nuestras mismas reacciones, sentimientos y deseos ante estas pérdidas. Sin embargo, quisiera recordarles que no todas las despedidas de nuestros seres queridos exigen el cumplimiento de estos requerimientos protocolarios y sociales. Que se honra la memoria de los que se van por la forma como seguimos actuando los que nos quedamos, y que es importante ver que la vida es una y se debe vivir a plenitud, con responsabilidad y con ética; que es esta vivencia con responsabilidad y honor, la que realmente honra a los que ya no nos acompañan. Que respetando a los que nos precedieron, trabajando hombro a hombro con los que nos acompañan y enseñando y formando como mentores y guías a los que nos seguirán, es como realmente honramos a quienes nos dejan la memoria que realmente queremos honrar.
José Gabriel Acuña, "Gabrielito", mi papá, nos dejó en meses pasados. En mi caso en particular, la pérdida fue grande: perdí a mi padre, pero también a un mentor, a un amigo, a mi colega, a mi consejero, a mi compañero. Acompáñenme a recordarlo en su legado de vida y a honrarlo con el resto de la nuestra.
Juan Manuel Acuña A., M.D.