La relación con el clima, que ha sido muy clara para las sociedades agrarias o preindustriales, comparativamente pasa inadvertida para la mayoría de quienes estudian estos mismos grupos humanos. Aún en la actualidad, con todo el arsenal tecnológico con el que nos hemos dotado para reservar agua, cultivar en zonas con condiciones extremas de temperatura y humedad, conservar alimentos o acondicionar el aire, e incluso con nuestra demostrada capacidad para alterar el clima global, los seres humanos, como entidades biológicas, seguimos irremediablemente vinculados con los meteoros y nuestra subsistencia depende de ellos. El clima sigue marcando la pauta en asuntos como la oferta hídrica, la supervivencia de las especies vegetales y animales -de las cuales obtenemos alimento y materias primas-, la cantidad y calidad de las cosechas, la oferta y demanda de energía, las condiciones para la propagación de enfermedades infecciosas, entre otros. Las alteraciones en las series de precios o curvas demográficas, las crisis de subsistencia, las revueltas por pan, las derrotas militares, los usos del suelo predominantes, los proyectos civilizatorios o extractivistas, entre una larga lista, son temas que suelen explicarse únicamente debido a factores antrópicos, como si los seres humanos actuaran en el vacío.
Para el presente y el futuro, en un contexto de cambio climático que amenaza nuestra propia existencia, la historia, a pesar de su preferencia por el pasado, también está llamada a hacer su aporte. Solo por señalar algunos ejemplos, como complemento a los escenarios de cambio climático y modelación de respuestas, desde la historia pueden estudiarse las capacidades de respuesta y condiciones de vulnerabilidad frente a presiones meteorológicas en espacios concretos. Al mismo tiempo, los historiadores pueden indagar por las estrategias, hoy olvidadas o marginales, pero aplicables para enfrentar extremos de temperatura y humedad que no demandaban combustibles fósiles, consumo de energía eléctrica, ni construcción de megaproyectos que implican la alteración completa y permanente de los ecosistemas. En este sentido, este dossier no solo se planteó como oportunidad para difundir investigaciones en el campo de la historia climática y la climatología histórica, sino para ampliar y bifurcar el camino ya recorrido y motivar el surgimiento de nuevos trabajos en diferentes escalas temporales y espaciales.
Aunque en Latinoamérica esta línea de investigación es aún minoritaria dentro de la historia, e incluso dentro del mismo campo de la historia ambiental, contamos con una sólida base historiográfica sobre la cual, en las últimas décadas, con un interés motivado por el cambio ambiental global, se han desarrollado investigaciones que tienen como eje la reconstrucción del clima y su relación con las sociedades del pasado. Si bien desde finales del siglo XVIII y hasta la primera mitad del siglo XX pueden rastrearse varios estudios sobre el clima del pasado, en su mayoría basaban sus conclusiones en el determinismo geográfico.1 Una nueva perspectiva, ligada a renovaciones en la investigación histórica y las emergentes preocupaciones ambientales, comenzó a surgir en las décadas de 1960 y 1970 con los trabajos de autores como Emmanuel Le Roy Ladurie,2 Hubert Lamb,3 Christian Pfister;4 en Latinoamérica, con Enrique Florescano,5 seguido muy de cerca, al iniciar los años ochenta, por María del Rosario Prieto.6
Posteriormente, coyunturas como las sequías severas vinculadas al fenómeno de El Niño (1982-1983, 1991-1993 y 1997-1998), las catástrofes vinculadas a los huracanes Andrew (1992) y Katrina (2005), pero, sobre todo, la preocupación mundial por el cambio climático motivaron las investigaciones en el campo de la historia climática y la climatología histórica y las publicaciones sobre el tema se incrementaron después de estos eventos. Sin embargo, como han demostrado varios balances historiográficos recientes,7 en el hemisferio occidental este sigue siendo un campo minoritario, centrado en los actuales territorios de Estados Unidos, México, Perú, Chile, Argentina y, en menor medida, Guatemala, Brasil, Colombia y las Antillas. Tanto estos como los demás territorios que integran las Américas son aún un terreno por arar.
Temporalmente, la mayoría de las investigaciones que se han producido en las dos últimas décadas se han interesado por el periodo colonial, que coincide a escala global con la Pequeña Edad de Hielo. Los trabajos pioneros sobre esta temporalidad fueron desarrollados desde principios de la década de 1980 por María del Rosario Prieto, con enfoque en los actuales territorios de Argentina, Chile y Bolivia, pero sin perder de vista el panorama suramericano y global.8 Desde la década de 1990, la relación entre clima y sociedad en Nueva España ha venido incrementando su representatividad en la historiografía.9 Lo mismo ha ocurrido con el caso peruano, aunque los trabajos se circunscriben no a la extensión del virreinato, sino a las jurisdicciones de ciudades y villas circunscritas al territorio actual del país.10
A estas tres áreas donde se han enfocado la mayoría de los estudios sobre clima para el lapso que va desde el siglo XVI hasta las primeras décadas del siglo XIX, se suman también trabajos menos abundantes sobre el Gran Caribe, Nuevo Reino de Granada, Caracas, Quito y Brasil.11 Si bien se trata de una delimitación temporal preinstrumental, es decir, previa los registros meteorológicos cuantitativos continuos, que demanda el uso de proxy data, ha sido de gran interés desde perspectivas de larga y mediana duración, porque se trata de sociedades agrarias del Antiguo Régimen, sometidas con frecuencia a presiones relacionadas con sequías, lluvias prolongadas, heladas, granizadas, avances glaciares y, donde hay estaciones térmicas, veranos con extremos hídricos e inviernos muy fríos y prolongados. En menor proporción, encontramos trabajos sobre los últimos dos siglos que principalmente se enfocan en las coyunturas climáticas, varias relacionadas con los fenómenos de El Niño/Oscilación del Sur (ENOS) en sus fases cálida y fría (conocidas, respectivamente como El Niño y La Niña) y su papel en giros productivos o en la agudización de crisis que exacerbaron el malestar social.12
En cuanto a enfoques y temas, ha primado el interés por la historia de desastres hidrometeorológicos, con enfoque en los casos de alta vulnerabilidad, falta de preparación y conjugación de presiones biofísicas y antrópicas que desembocan en crisis agrícolas y de subsistencia, pérdida masiva de vidas humanas e infraestructura, al punto que la recuperación solo pudo alcanzarse en el mediano o largo plazo.13 Otra línea clave interactúa con la anterior, más que hacerle contrapeso, y se enfoca en la vulnerabilidad y las respuestas adaptativas de las sociedades, envueltas en sus tramas de poder, frente al clima, a través de estrategias materiales e inmateriales. Así no solo fue posible capotear fenómenos hidrometeorológicos atípicos para la sociedad que los enfrentaba, sino ocupar áreas inundables o muy secas y de alta montaña.14 Otros autores se han interesado más por las representaciones y creencias sobre el clima, estableciendo puentes entre la historia ambiental, la historia cultural y la historia del hecho religioso. Incluyen así temáticas relacionadas con las devociones, las festividades, los calendarios agrícolas, los saberes campesinos, indígenas y afrodescendientes, las representaciones literarias de climas malsanos o salvajes, entre otras.15 Una última vertiente que podríamos mencionar ha buscado más el diálogo con la historia de la ciencia y se preocupa por la historia de la climatología, la meteorología y las descripciones climáticas, no solo para que su recopilación llegue a servir como fuente, sino porque se conectan con el contexto en el cual se produjeron los registros.16
Estas son también las líneas generales que componen este dossier. La mayoría de los artículos que se incluyen en este número siguen la tendencia mencionada anteriormente de explorar las relaciones con el clima en el periodo colonial. Dentro de esta temporalidad, presentamos al público lector de la revista, de un lado, tres artículos que, con una visión comparativa que se ha despertado recientemente en la historiografía climática latinoamericana -en este caso entre los reinos de Casilla y las Indias o en dos casos concretos con la mirada local puesta en Lima o Tucumán- reconstruyen las presiones hidrometeorológicas a las que se veían sometidos los grupos humanos durante la Pequeña Edad de Hielo o en la ocurrencia del fenómeno de El Niño/Oscilación del Sur (ENOS) y, sobre todo, las respuestas de las autoridades o de los mismos afectados para evitar la crisis o enfrentarla; y, de otro lado, un artículo que aborda la relación entre representaciones sobre el clima y la historia de la ciencia en el siglo XVIII, cuestión hasta el momento poco explorada para el caso neogranadino.
Así, el texto de Manuel Francisco Varo recupera el clima, con sus variaciones y particularidades, como actor histórico fundamental para comprender el proceso colonial en América por parte de la Corona de Castilla. Su trabajo analiza cómo, a lo largo de los siglos XVI y XVIII -período también que coincide con la Pequeña Edad del Hielo-, se constituyeron de manera más general en los Reinos de Castilla y las Indias formas comunes de afrontar las intemperies climáticas y las condiciones de la naturaleza derivadas del clima. A través del abastecimiento de granos, núcleo del artículo, Varo nos muestra cómo los momentos de crisis revelan estas múltiples interacciones entre los diferentes grupos sociales y el clima.
La Pequeña Edad de Hielo, aunque en relación con la ocurrencia de El Niño/Oscilación del Sur (ENOS), también está presente en el texto de Miller Molina sobre las crisis y conflictos por el agua en Lima y su valle durante la última década del siglo XVII y las tres primeras del siglo XVIII. A partir del estudio de pleitos por el recurso hidráulico que contienen referencias al daño en acequias para riego, canales, bocatomas y tajamares, Molina identifica coyunturas marcadas por la abundancia y la escasez de agua y, sobre todo, la construcción social de la vulnerabilidad. Así, por ejemplo, ilustra casos de fallo en el sistema de turnos para el abasto hídrico, falta de mantenimiento de la infraestructura hidráulica y acaparamiento de agua.
La preocupación por el agua en el mundo colonial también está presente en el artículo de Laura Quiroga, Lucas Borrastero, Ana Emilse Alvarado y Miguel Nicolás Hopkins Cardozo. Los autores destacan en su texto cuán decisivo fue el clima en el traslado de la ciudad de San Juan Bautista de la Ribera, en la Gobernación del Tucumán, en el actual territorio de Argentina, ciudad que fue reubicada a principios del siglo XVII en el marco de conflictos por la gestión del agua que se intensificaron con las sequías y, sobre todo, las inundaciones. En el caso de estudio, las disputas de poder permearon las formas de entender y tratar los fenómenos climáticos, en esta ocasión, en una región árida argentina.
En el último artículo sobre el periodo colonial, Katherinne Mora ofrece nuevas perspectivas sobre la historia del Nuevo Reino de Granada entre finales del siglo XVII y el siglo XVIII, a partir de las observaciones sobre el clima registradas por sacerdotes naturalistas que, comparativamente, no reciben tanta atención como otros viajeros y hombres de ciencia. Este artículo da un nuevo significado a las obras de aquellos sacerdotes y muestra que los religiosos iban más allá de las explicaciones providencialistas y deterministas. Al hacerlo, Mora señala cuán importante fue el tema climático en los estudios sobre la naturaleza y para las dinámicas sociales de la época, junto con las relaciones y disputas causadas por la variedad de fenómenos climáticos. Además, estas visiones neogranadinas sobre el clima no eran aisladas, sino que hacían parte de un conjunto más amplio, incluso en términos temporales, que abarcó desde los proyectos de la Corona hasta la circulación del conocimiento científico por el planeta.
El dossier no se limita al periodo colonial y hace así un aporte fundamental en momentos todavía preinstrumentales en muchas regiones latinoamericanas, que no han sido objeto de muchos estudios, más allá de coyunturas puntuales. En términos espaciales, también llamamos la atención sobre áreas comparativamente poco trabajadas por la historia del clima, como Brasil, Nicaragua y el Caribe colombiano. El artículo de Gabriel Pereira de Oliveira muestra la importancia de la cuestión climática en Brasil en el siglo XIX al analizar los debates sobre el clima en las provincias semiáridas del país. El texto destaca el impacto de este tema a partir del trabajo de una Comisión Científica formada por el gobierno monárquico brasileño y cómo esto suscitó una serie de disputas entre la corte y las provincias más alejadas sobre cómo enfrentar los fenómenos climáticos. Más aún, se ve que las formas de lidiar con el clima estaban profundamente entrelazadas con las formas de dibujar la nación.
Diana Méndez y Pedro Urquijo se adentran en el campo emergente de las relaciones entre la historia del clima y de las emociones para analizar las memorias de la erupción del volcán Cosigüina, en Nicaragua, en 1835, envuelta en la dinámica climática de la Pequeña Edad de Hielo. Este artículo muestra cómo los paisajes se construyen de una manera muy especial también en el entrecruzamiento entre aspectos climáticos y emociones como el miedo y el asombro, en el caso del volcán Cosigüina. Esta apreciación de los aspectos más subjetivos de las emociones es sin duda una clave inspiradora para profundizar y abrir nuevas perspectivas, ligadas no solo a las discusiones en historia ambiental, sino también a las movilizaciones actuales frente a la crisis climática.
Por su parte, el artículo de Francisco Sibaja analiza la ganadería en el Caribe colombiano en la primera mitad del siglo XX, mostrando cómo los factores climáticos, en particular los ligados al exceso o la falta de lluvias, fueron fundamentales para que la ganadería se convirtiera en la principal actividad económica de esta región, más específicamente en el valle de los ríos Sinú y San Jorge. Basándose principalmente en fuentes poco exploradas para la historia ambiental de la región, como las correspondencias entre las estructuras administrativas y los ganaderos de este territorio colombiano, Sibaja nos muestra que los fenómenos climáticos no eran algo objetivo, ya que generaban diferentes reacciones entre los distintos ganaderos, con sus pequeñas, medianas o grandes propiedades, respondiendo cada uno a estos retos de acuerdo con sus circunstancias.
Esperamos que los lectores encuentren en cada uno de los artículos que componen este dossier elementos de discusión y puntos de partida para emprender nuevas investigaciones. Por último, agradecemos la participación de todos los autores que sometieron sus manuscritos a evaluación, a quienes contribuyeron con sus evaluaciones anónimas y a todo el equipo editorial del Anuario bajo la dirección de José David Cortés.
El 22 de noviembre de 2023, mientras terminaba la preparación de este número, falleció Emmanuel Le Roy Ladurie, pionero y maestro en la historia del clima. Dedicamos este dossier a su memoria.