Mucho debemos los salubristas latinoamericanos a Héctor Abad Gómez, fundador de la hoy denominada “Facultad Nacional de Salud Pública” en la Universidad de Antioquia. Nuestra deuda no solo deriva de sus numerosos aportes al conocimiento, por los cuales comparte un sitial entre los salubristas ilustres de nuestra América, sino también, y sobre todo, por el ejemplo de consecuencia y honradez que nos dejó.
Abad buscaba incansablemente la verdad en materia de salud pública y procuraba compartirla con sus contemporáneos: un “pecado” en los turbulentos tiempos que se vivían entonces, por el cual pagó con su vida. Porque no fue otra la razón de su asesinato, que el afán de cercenar su testimonio sobre aquella sombría realidad sanitaria que pretendía modificar; un pecado más peligroso, si cabe, por estar científicamente respaldado [1]. Si no tuviéramos otras razones para poner nuestra creatividad y nuestro intelecto en función de la Revista Facultad Nacional de Salud Pública, hija natural de aquel legado, bastaría con esa.
No es la primera vez que se proclama que “el mejor homenaje a Héctor Abad sería el de trascender el discurso y la exaltación y llenar de contenido la enseñanza y la práctica de la salud pública” [2]. A 31 años de su desaparición, desafortunadamente, los retos son tan perentorios como los de entonces, ya que no es difícil reparar en las persistentes injusticias y desigualdades que impactan en la actualidad la salud de la población; también son dolorosas las expresiones de violencia que sobreviven, aunque no se produzcan en medio de la cruenta e insensata espiral de aquellos años. Los desafíos de hoy son, ciertamente, menos dramáticos; pero, como contrapartida, se plantean en entornos mucho más sibilinos.
Por una parte, la sociedad presencia y padece un proceso de creciente frivolización de la cultura. La ciencia, una de sus más prominentes manifestaciones, dista de estar inmunizada contra dicha banalización. Por otra, sufrimos los embates de la manipulación sistematizada de la información proveída por los vértices de poder, una influencia muchas veces oculta, diseñada para que las víctimas de la manipulación no puedan percibirla. Es mucho más fácil sumergirse pasivamente en el flujo de información que aquilatar de manera crítica cada mensaje. Ello explica que, desde comienzos del presente siglo [3], se haya ido enraizando la llamada “posverdad”, categoría que señala una zona donde las fronteras entre la verdad y la mentira se difuminan, y donde las afirmaciones a cargo de determinadas figuras se ven como realidades, aunque carezcan de genuino fundamento científico [4].
Recientemente, el abogado republicano Scott Pruitt, flamante director de la Agencia de Protección Ambiental (Environmental Protection Agency, epa) de Estados Unidos, afirmó de modo displicente que “no cree que el dióxido de carbono sea uno de los principales causantes del calentamiento global” [5], como si su concentración en la atmósfera, derivado de la quema incontrolada de combustibles fósiles, no fuera el principal responsable del efecto invernadero y, por ende, del cambio climático global y de su impacto sobre la salud. Pruitt, cuyos estrechos vínculos con la industria petrolera y del automóvil quedó al descubierto a través de 7500 mensajes electrónicos develados por el fiscal general de Oklahoma en febrero de 2017 [6], maneja un hecho científicamente demostrado como si fuera algo en lo que se cree o no. Los claros conflictos de interés que realidades como esta ilustran son el caldo de cultivo natural para la construcción de la posverdad médica y epidemiológica.
Un destacado médico y epistemólogo argentino recordaba recientemente que “La posverdad es un signo de los tiempos, pero la ciencia tiene los anticuerpos necesarios como para defenderse de ella” [7]. El desafío se amplifica cuando se repara en que las tergiversaciones de la posverdad, a diferencia de lo que acaece con las mentiras no camufladas, suelen sustentarse a través de un poderoso entramado mediático que se empeña en validarlos. Carlos Marx señalaba que si la esencia y la apariencia de las cosas coincidieran, no haría falta la ciencia [8]. Lo relevante es que, en una época en que la apariencia sufre, además, una manipulación sistematizada, el pensamiento científico responsable y contrastado, que -por serlo- no siempre arroja resultados atrayentes o tranquilizantes, es más necesario que nunca.
La posverdad engarza con (y se nutre de) lo que ha dado en llamarse la “democracia del ruido” [9]. El individuo llano no dispone de suficientes lapsos de silencio para concentrarse y conformar pausadamente y hasta el fin una idea coherente. Salvo para quien esté consciente de ello, la situación de indefensión o desamparo, y a la postre, de aborregamiento, es casi inevitable. Estas consideraciones vienen al caso debido al riesgo que los salubristas, llamados a configurar primero y a desplegar luego una conciencia crítica, bien pueden verse neutralizados por esas pautas, ya que, en su vida cotidiana, pueden ser tan víctimas como cualquiera de tales acechanzas. Y con ellas, podrían verse privados de un sistema de referencias éticas que les permita diferenciar un mensaje neutro y contemplativo, de uno que sea portador de la imprescindible rebeldía intelectual y operativa que caracterizó a Hector Abad Gómez.
La epidemiología y la salud pública guardan una relación jerárquica. Esta se vale de aquella para cumplir sus funciones. En su vertiente descriptiva, la epidemiología establece cuál es la ubicación y la dispersión en tiempo y espacio de los problemas que afectan a la salud de la población, aquilata su gravedad e identifica los grupos más propensos a padecerlos, entre otras tareas que señalan dónde y con qué premura la salud pública ha de intervenir. La epidemiología explicativa satisface una función complementaria no menos trascendente: ayuda a esclarecer los factores que favorecen tanto la aparición como la solución de aquellos problemas.
Consecuentemente, nuestro compromiso ha de ser que la Revista Facultad Nacional de Salud Pública se consolide no solo como un dinámico espacio para el debate de los problemas de salud colectiva mediante artículos de reflexión, sino también para acoger y discutir contribuciones que, desde la perspectiva epidemiológica en cualquiera de sus expresiones, aporten juicios comprometidos, advertencias y posibles cursos de actuación.