Introducción
En 1998 el Zoológico de Chapultepec (ZC), en Ciudad de México, celebró sus 75 años de historia. La efeméride recibió una atención especial del Gobierno del Distrito Federal, que promovió investigaciones sobre la institución y le solicitó al Servicio Postal Mexicano una colección de estampillas postales temáticas. La acción conjunta entre el Gobierno del Distrito Federal, la Unidad de Zoológicos de la ciudad de México e investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México originó un libro sobre los aspectos psicosociales de los visitantes, veterinarios y trabajadores del Zoológico de Chapultepec, con propuestas de perfeccionamiento. Otra publicación de carácter interdisciplinario contaba, en varios capítulos, historias sobre el esplendoroso “Zoológico de Moctezuma”, destruido implacablemente por los conquistadores españoles en el siglo XVI; y sobre el biólogo Alfonso Luis Herrera, conservacionista e idealizador del ZC que había reavivado un pasado glorioso de México. Uniendo pasado, presente y futuro, los autores establecían un origen azteca para el ZC, argumentando orgullosamente el pionerismo del México prehispánico en la historia mundial de los zoológicos. El libro, asimismo, lanzaba sugerencias para alzar el ZC al mismo nivel de los mejores zoológicos del mundo contemporáneo, afinado con principios de conservación, educación ambiental e investigación1.
Las estampillas conmemorativas también conectaban el ZC al pasado azteca, por lo que dieciocho estampillas reproducían imágenes de animales de México. Otra estampaba la foto de Alfonso Luis Herrera junto a un jaguar y al dibujo de la estación del trencito, inaugurada en 1928. Dos estampillas evocaban el zoo de Moctezuma: una de ellas estampaba el antropónimo de Moctezuma Xocoyotzin con la leyenda “Zoológico de Chapultepec, 75 años”. La segunda reproducía, en el idioma náhuatl, el texto “Hogar de animales de Chapultepec, 75º aniversario”2. Todas estas narrativas reverberaban en la reapertura del Aviario Moctezuma, con 1700 m2 de superficie y 22 metros de altura, para exposición de aves mexicanas.
La ciudad de México era entonces gobernada por Cuauhtémoc L. Cárdenas, hijo del expresidente Lázaro Cárdenas, que le puso ese nombre en homenaje al último emperador azteca. Desde los años 1980, México vivía un contexto creciente de inflación, desempleo y endeudamiento. La cartilla neoliberal de sucesivos presidentes reducía drásticamente el estado de bienestar social. El aumento de la pobreza y las desigualdades sociales alejaba al país de la vigorosa prosperidad de décadas anteriores. Cárdenas criticaba duramente los rumbos de la política y acusaba al tradicional Partido Revolucionario Institucional (PRI) de traicionar los ideales más auténticos de la Revolución Mexicana. Había vencido en las elecciones con el 48% de los votos, luciéndose con acciones de inclusión social y ciudadanía, sostenibilidad ambiental, inversiones en educación y salud3. Las acciones en el ZC integraron ese esfuerzo: en un momento de profunda crisis económica, el lugar era una opción gratuita y accesible de ocio y conocimiento para millones de visitantes. La historia del ZC era entonces narrada en tres momentos, interconectando el pasado azteca, la fundación de este zoológico en el México Revolucionario y el período de gobierno de la ciudad de México por Cárdenas, en el que este intentaba catapultarse para las elecciones presidenciales de 2000.
La continuidad entre el “zoológico” de Moctezuma (denominación indudablemente anacrónica) y la institución fundada en 1923 en Ciudad de México, así como la supuesta inexistencia de exhibiciones públicas de animales en ese largo intervalo de tiempo, eran argumentos recurrentes en trabajos anteriores sobre el ZC. Esto ocurrió tanto en trabajos académicos como en las ediciones oficiales conmemorativas del ZC4. Recientemente, otra narrativa sobre la historia del ZC se viene esbozando entre algunos importantes investigadores mexicanos. En 2015, un artículo publicado en una revista de gran circulación citaba evidencias encontradas en periódicos antiguos sobre la existencia de un zoológico en Chapultepec entre 1899 y 1908. El 6 de julio de 2016, fecha del aniversario 93 del ZC, la muerte del gorila Bantu suscitó una aguda polémica que involucraba al zoológico y a varios sectores de la sociedad civil, entre los que sobresalían grupos de protección animal. El animal fue sedado para transportarlo al Zoológico de Guadalajara, donde se cruzaría con una hembra. Sin embargo, no resistió al procedimiento y murió. En ese contexto, el biólogo Sánchez-Olmos publicó un artículo en defensa del ZC, argumentando que la institución tenía, en realidad, 126 años, pues Porfirio Díaz habría decidido su fundación el 10 de junio de 18905. La historia de la institución antecedería, por ende, tanto a la Revolución Mexicana como la acción de Herrera, en 1923, e integraría una tradición más amplia en la historia contemporánea de esa nación.
El objetivo de este artículo no es definir la “verdadera” fecha de fundación del ZC. El argumento central de este artículo es que la diversidad de narraciones sobre el ZC, a lo largo de las décadas, pone de manifiesto cómo esta institución integra la multitud de prácticas, debates y mitos políticos en torno a la nación y a la Revolución Mexicana6. Es impresionante y significativo que la existencia anterior de un zoológico durante el porfiriato haya sido ignorada en la inauguración del ZC en 1923, deliberadamente o no. Es también instigador que ese ocultamiento haya permanecido por tantas décadas, cuestionado sólo en el contexto reciente de la historia de México, cuando declinan valores vinculados a la Revolución Mexicana, frente al avance de la política y los proyectos neoliberales. Argumento, asimismo, que la historia del Zoo de Chapultepec integró la constitución colectiva de una narrativa maestra sobre la nación y la Revolución Mexicana.
A lo largo del tiempo, distintos proyectos de nación en disputa concibieron el zoológico de maneras variadas, definiendo cómo debería ser y qué papel educativo tendría que cumplir en la formación de los mexicanos. Durante el porfiriato, por ejemplo, se estableció en el corazón del Bosque de Chapultepec, en un contexto de saberes higienistas y prácticas de modernización de la ciudad, en el que jerarquías sociales y étnicas regían la organización de los espacios urbanos. En los años 1920, la fundación del zoológico se urdió en el seno del ascenso de los saberes biológicos y de las prácticas nacionalistas de conservación de la naturaleza. También integró el ambiente revolucionario de conflictos y debates en torno al lugar de los habitantes en los espacios públicos urbanos, así como de la dinámica entre la vida en las ciudades y en el territorio más amplio de México, que incluía medios rurales y silvestres.
Al recorrer sus caminos y observar sus exhibiciones, los visitantes imaginaban la nación, así como el lugar de México y de su naturaleza en el mundo, proyectando deseos y expectativas diversos. Las colecciones de animales nativos servirían como una base afectiva para lo que se definiría como la “fauna nacional”. Las colecciones de animales de otras partes del mundo demostrarían el progreso del Estado suficientemente poderoso como para adquirirlos y mantenerlos en territorio nacional. Casi un museo de seres vivos, el Zoo difería de las exhibiciones de animales disecados, sin color, sin movimiento, sin ruidos. Volvía a hacer un censo de la fauna mexicana y mundial, con letreros que señalaban el origen geográfico de los animales expuestos. Al mismo tiempo que mapeaba la vida que existía en bosques, selvas, matorrales, pastizales, litorales, y en las islas mexicanas del océano Pacífico7. El Zoo emergió, así, como una especie de cartilla zoológica de la nación.
La historia del ZC demuestra cómo los zoológicos son lugares privilegiados para analizar la vida política, cultural y social de las ciudades y los países que los albergaron. No era una institución aislada en América Latina, como lo demuestran las inauguraciones de zoológicos en las ciudades de Buenos Aires (1875), Río de Janeiro (1888), La Plata (1907), Montevideo (1912), Asunción (1914) San José (1923) y Santiago de Chile (1925)8. El estudio de los zoológicos integra también las posibilidades abiertas por la reciente historia de los animales. Allí se pueden evaluar las relaciones entre esas sociedades humanas y los animales no humanos, tanto en lo que se refiere a las actitudes, representaciones y sensibilidades como en lo que respecta al conocimiento científico construido sobre la vida salvaje. En este artículo se explorará, por un lado, la historia del zoológico en el período del porfiriato, y, por el otro, el análisis se centrará en la fundación del Zoo en 1923, en un período de reconstrucción revolucionaria, bajo el gobierno de Obregón. En la conclusión, exploraré cómo el ZC ha sido un lugar estratégico en las disputas sobre memoria y mito en la historia mexicana.
El Zoológico porfiriano
En 1905, Jesús Sánchez, entomólogo vinculado a la Sociedad Mexicana de Historia Natural, envió un informe minucioso a Justo Sierra, ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, uno de los “científicos” del gobierno de Porfirio Díaz. El informe ofrecía detalladas informaciones sobre zoológicos de Estados Unidos y Europa visitados a petición de Sierra, y traía catálogos y guías de quince instituciones como anexos. Según Sánchez, las principales ciudades del mundo poseían sus zoológicos y, por eso, era “verdaderamente sensible y sorprendente que en la Capital de la República no tengamos un Jardín Zoológico-botánico digno de la cultura y progreso innegable que han alcanzado sus habitantes”9. Sugirió una exposición que separara primates, carnívoros, aves, reptiles, además de un acuario y una sección de entomología. Listaba a su vez animales mexicanos que podrían ser expuestos en cada espacio para los visitantes, que aprenderían mucho sobre la fauna nacional. Al unir fines educativos y entretenimiento, el Zoológico podría tener cafetería, restaurante, teatro, y ofrecer conciertos abiertos, así como sucedía en las instituciones de las “naciones civilizadas”.
La idea de un zoológico a la altura de un México moderno y civilizado -y semejante a las instituciones europeas- no era inédita. En 1884, el periodista Joaquín Gómez Vergara lamentaba la ausencia de un zoo similar a los de Berlín y Londres, que exhibiera animales feroces, pero también animales originarios de México, “la mayor parte de los cuales son enteramente desconocidos de los mexicanos”10. El cronista dirigía sus sugerencias a los hombres de ciencia que entonces se encargaban de la instrucción pública. Dos años después el naturalista Gabriel Alcocer elaboró un proyecto de jardín botánico en Chapultepec que incluiría acuario, exposición de aves canoras y animales feroces. El autor envió una copia autografiada de su proyecto al ingeniero Manuel Fernández Leal, entonces Oficial Mayor de la Secretaría de Fomento11.
La década de 1880 inauguró un período de estabilidad política, crecimiento económico, atracción de capitales extranjeros, expansión de ferrocarriles y telégrafos e inmigración interna con crecimiento de las ciudades. Según William Beezley, un sentimiento profundo de optimismo y confianza en el país y su futuro dominó a las élites mexicanas, que adoptaron estilos, maneras y diversiones de las naciones occidentales elegidas como modelos de civilización12. Proyectos urbanísticos y sanitarios transformaron la ciudad de México, con el desplazamiento progresivo de la vida rica y elegante del centro colonial hacia el suroeste: del Zócalo a Chapultepec, momento en el que el Paseo de la Reforma se convirtió en el “camino del poder”, con monumentos cívicos, casas elegantes y jardines urbanos mantenidos con celo. Siguiendo modelos europeos de ciudad cosmopolita, la naturaleza exhibida en aceras y parques se sometía a las necesidades urbanas de una ciudad idealizada, forma única de la verdadera civilización13. Junto con Porfirio Díaz, el grupo de consultores que se autodenominaban científicos ganó gran expresión y poder. Eran adeptos de teorías liberales y positivistas, y creían en la ciencia, la técnica y el secularismo como la solución para la superación de los males de la herencia del dominio español.
En 1890, Porfirio Díaz firmó el compromiso de construir un zoo en Chapultepec para incrementar el rol de diversiones civilizadas. A la capital llegaban animales enviados por autoridades de otras regiones de México: osos, gatos monteses, águilas, jaguares, conejos salvajes, lobos. Muchas veces no había jaulas para albergarlos y tenían que acomodarlos de forma improvisada, como en la ocasión de un cargamento de animales enviados en 1891 por el gobernador de Yucatán. Dos años después la prensa denunció la precariedad de la exhibición de animales mal cuidados, hambrientos, enfermos, en jaulas sucias y estrechas como prisiones. La muerte de un águila desencadenó protestas: algunos periódicos llamaban a las autoridades a completar las obras del Zoológico; de lo contrario, sería mejor que los animales tuvieran otro destino, pues de esa forma no servían ni a la educación ni a la diversión de los visitantes14.
El “científico” José Yves Limantour, secretario de Hacienda y Crédito Público y principal consultor de Porfirio Díaz desde 1885, imprimió una nueva dinámica al Bosque de Chapultepec. Al frente de la Junta de Mejoras del Bosque de Chapultepec, dedicó años de trabajo a la preservación de los centenarios ahuehuetes (Taxodium mucronatum) y al incremento de la infraestructura para los visitantes, con la construcción de un lago artificial, caminos y un restaurante. El bosque debería ser un lugar integrado al ideal de un garden city, en un ambiente de cultivo de la estética, la civilidad y el cosmopolitismo. En ese contexto, Limantour se involucró de un modo directo con el Zoológico de Chapultepec y a menudo supervisó personalmente el traslado de animales provenientes de regiones diversas de México, como felinos, osos, guacamayos, antílopes, águilas. En 1897 promovió un concurso para la construcción de exhibidores para los animales. Realizó negociaciones para la compra de fieras de otras partes del mundo y usó su influencia con ingenieros, inversores externos y diplomáticos para contactar a comerciantes de animales. Mandó consultar a empresarios estadounidenses e ingleses, sin éxito, y le escribió personalmente en 1900 a Carl Hagenbeck, el gran empresario alemán de animales salvajes. En esa ocasión, Limantour solicitó ayuda del Consulado de México en Londres para intermediar sus contactos con Hagenbeck15.
Sin embargo, ninguna de esas tratativas generó resultados más expresivos, pues la colección de animales siguió contando con muy pocos animales importados. En 1904 un inventario oficial enumeró la presencia de 488 animales en el Zoológico de Chapultepec; entre ellos se encontraban 86 conejos silvestres nativos, 341 palomas, un tapir, dos zorras, dos gatos monteses, tres águilas reales, una guacamaya, cinco coyotes, dos gallinas, 16 antílopes y sólo un león africano. En 1906 dos avestruces africanos integraron la colección16.
Los trámites en torno al efectivo funcionamiento de un zoológico en el Bosque de Chapultepec siempre tuvieron destaque en las páginas de la prensa. En 1896 los periódicos de la ciudad de México comentaban la elección de un nuevo lugar para la creación de un zoológico, donde se aclimatarían todas las especies de animales de México, “tan difíciles de conseguirse y tan estimados en el extranjero”, en cuya colección ya había tapires, pumas, leopardos, osos y coyotes17. Tres años después se anunció su inauguración. Sin embargo, las condiciones siguieron siendo precarias: según el diario El Tiempo, era “vergonzoso que en un sitio tan concurrido por infinidad de extranjeros, como lo es Chapultepec, se exhiban animales en jaulas tan asquerosas como las que ocupan actualmente”. De acuerdo con el mismo periódico, la situación despertó la atención de Porfirio Díaz, que ordenó la construcción de nuevas jaulas18.
La situación del zoológico en el período porfiriano parece haberse diferenciado por la constante precariedad y su carácter un poco provisional: tantas veces anunciado, pero nunca concretado de forma satisfactoria. En 1902, otra vez, se prometían nuevas jaulas. Sin embargo, una epidemia en 1903, con la muerte inexplicable de varias aves, levanta la sospecha de que las condiciones seguían siendo precarias19. Es indudable que la expectativa de vida de los animales era muy corta, como lo sugiere la siguiente solicitud recibida en 1907 por la dirección del Museo Nacional: “Cuando reciba algunos animales interesantes vivos, no se les dé muerte desde luego, sino que se envíen a la Junta de Mejoras del Bosque de Chapultepec, para el Jardín Zoológico del mismo; en el concepto de que cuando mueran en él, sean recogidos por el Museo para que aumenten la existencia de las Galerías de dicho establecimiento”20.
El zoológico fue a menudo destino de animales considerados plagas en otras regiones de México, como un lobo, un jaguar y un gato montés, cuya ferocidad amenazaba haciendas de ganado en Michoacán, o como también lo fue el caso de un gran puma que era “el terror de los pastores” en Guerrero, todos capturados y enviados a Chapultepec21. El Zoo fue también destino de donaciones, en un país crecientemente interconectado por la extensión de los ferrocarriles y por la conquista de territorios para actividades mineras y agropecuarias: de todas partes llegaban águilas, tapires, coyotes y distintas aves. En 1896 el famoso Circo Orrín donó dos leones africanos al zoológico22. Había, asimismo, casos en los que se exhibían animales domésticos, como perros y bovinos de raza, así como palomas mensajeras23. Tantos planteamientos evidencian la indefinición de lo que debería ser la propuesta de la exhibición zoológica, qué animales pertenecían o no a un Zoo, además de la dificultad de crear recintos adecuados y la falta de conocimientos específicos para cuidar de los animales a fin de garantizar su supervivencia24.
El proyecto del Zoológico declinó antes incluso del final del gobierno de Porfirio Díaz. En 1909 Limantour decidió enviar a la Escuela de Agricultura una gran parte de los animales, incluida la colección de gallinas, avestruces, conejos y venados, pues afirmaba que serían más útiles allí que en Chapultepec. Después del inicio de la Revolución, los animales que habían quedado, como algunos mamíferos, aves y reptiles, fueron transferidos en 1912 al Museo de Historia Natural. Sin embargo, permaneció allí una colección “de animales que han sido regalados y que la Junta no ha podido rechazar, resultando de eso que la colección está formada de ejemplares que no tienen valor real”25. Como distraían a los niños y a las personas humildes, la Junta no sabía qué hacer con ellos. Finalmente, en 1914, el último avestruz y dos faisanes fueron vendidos a la Escuela de Agricultura26.
El Zoológico porfiriano existió bajo el signo de la paradoja: idealizado por una élite dirigente que alimentaba sueños de modernidad y civilización, osciló entre un proyecto de Zoo igual al de las grandes ciudades europeas -con grandes mamíferos, primates y aves de varios continentes- y la propuesta nacionalista de exhibir con orgullo ejemplares de la rica fauna mexicana, en medio de las reformas que le daban el tono cosmopolita, sano y elegante al Bosque de Chapultepec. Las circunstancias llevaron al predominio de la segunda opción. Los animales exhibidos no eran desconocidos por los habitantes de la ciudad, sino que procedían de las mismas regiones de la mayoría de los recién llegados. La población de la ciudad de México creció de 240 mil a 720 mil entre 1877 y 1910, gran parte de ella por la migración interna. Estas personas encontrarían en el zoológico algunos animales que se consideraban plagas en el interior de México, como felinos, coyotes y lobos, u otros que se consideraban como animales comunes, tales como conejos, palomas y patos27. Para los extranjeros, las condiciones precarias de las jaulas descritas en la documentación quizás crearon un anticlímax, especialmente en contraste con las demás bellezas del Bosque.
Se puede proponer también otra explicación para el fracaso de un proyecto de Zoo, que correspondiera con la riqueza de México de fines del siglo XIX. Resulta claro que existía una distancia entre la intención de exhibir la fauna local y los ideales de civilización predominantes. El proyecto político positivista invertía en la planificación de la ciudad de México según estándares de higienismo y de secularización de la vida cotidiana, lo que constituía una distinción jerárquica de los espacios urbanos. La ciudad tenía que representar civilidad, ornato, salud y modernidad. Al campo, en contraposición, se lo imaginaba como el locus de la barbarie, la enfermedad y el atraso28.
En ese contexto, se hizo un paralelo importante entre las representaciones sobre los animales y sobre las poblaciones rurales e indígenas del país. El indigenismo académico, promovido por el gobierno de Porfirio Díaz, idealizaba figuras como Cuauhtémoc y Benito Juárez, eternizados en monumentos a lo largo del Paseo de la Reforma. Pero esa misma élite se avergonzaba, frente a los visitantes extranjeros, de los indígenas reales que deambulaban por la ciudad. En las celebraciones del Centenario exigieron que abandonaran sus atuendos habituales y usaran pantalones, camisas y calzados apropiados, en una especie de “camuflaje” que hiciera parecer que la ciudad era racialmente más blanca, frente a los extranjeros a quienes intentaban impresionar.
Tal vez al enfrentarse a coyotes, ciervos y jaguares en las jaulas de Chapultepec, esa élite tuviera ese mismo sentimiento y creyera, quizás inconscientemente, que esos animales no se correspondían con la grandeza que soñaban para México. Estos animales, en su carácter ordinario y familiar, no se prestaban bien al ideal de naturaleza controlada29 que se adecuara a los ideales elitistas de modernidad. Constituían quizás un signo incómodo del mundo rural o salvaje que los porfirianos querían dejar atrás, ellos, que vivían con sus ojos, corazones y mentes dirigidos hacia las grandes ciudades europeas.
El Zoológico como hecho revolucionario
Era un día de verano, el 6 de julio de 1923, y el sol calentaba los caminos del Bosque de Chapultepec. Había una concentración de personas alrededor del ingeniero Ramón P. De Negri, subsecretario de Agricultura y Fomento, quien puso la primera piedra del Zoológico. Entre los otros presentes se encontraban el biólogo Alfonso Luis Herrera, idealizador del Zoo y líder de la Dirección de Estudios Biológicos (DEB), y el zoólogo José A. Durán, jefe de la nueva institución y discípulo de Herrera, quien discursó como portavoz del DEB. Así como ocurría con teatros o escuelas, tenía un significado trascendental el “poner la piedra angular del primer Parque Zoológico Mexicano”. Allí los niños caminarían de la mano de sus padres, curiosos frente a las jaulas, aprendiendo lecciones inolvidables sobre la naturaleza. Según Durán, esa era la primera vez que autoridades mexicanas se daban cuenta de la importancia de los zoológicos como templos de civilización, y veía “una alborada sonriente con que al despertar de nuestro invernal sueño, recibimos al sol que debe iluminar nuestro primer Parque Zoológico”. Después de un período de convulsión social, México parecía haber sobrevivido a la amenaza de destrucción, abriéndose un nuevo ciclo30.
La construcción de este zoológico estaba decidida desde diciembre de 1921, cuando el presidente Álvaro Obregón concedió un área de 141.114 m2 en Chapultepec para albergarlo, además de un área de 65.000 m2 para un Jardín Botánico, ambos bajo responsabilidad de la Dirección de Estudios Biológicos31. En agosto de 1922, Durán y Herrera viajaron a Estados Unidos para visitar el Bronx Zoo en Nueva York, donde fueron recibidos por el director, William T. Hornaday. Quedaron fascinados por la belleza de los lagos y la vegetación, la adecuación de las instalaciones de los animales, su iluminación, ventilación y limpieza; la diversidad de especímenes en la colección; el hospital veterinario con sala de operaciones; y el restaurante para visitantes, entre otros puntos positivos.
Todo ello, en medio de la grandeza y el carácter cosmopolita de la ciudad de Nueva York, los hizo idealizar un gran zoológico para México, en un tiempo de reconstrucción nacional. Pocos meses después de volver de Nueva York, Durán hizo un discurso en la Secretaría de Agricultura y Fomento: la historia de los zoológicos se originaba en civilizaciones antiguas como las de Egipto, Babilonia y la civilización azteca. En tanto, merecía destacar el esplendor del parque zoológico de Moctezuma, sus colecciones de aves, carnívoros y reptiles. Este había sido el único zoológico en México hasta entonces, a pesar de los esfuerzos anteriores, siempre infructuosos. Él lamentaba que un país con una fauna tan rica como México no tuviera un zoológico “montado al igual que los similares extranjeros”32. La narración de Durán establecía así una continuidad entre el zoológico de Moctezuma y el que Herrera y él luchaban por fundar, dejando en la oscuridad y el olvido el Zoológico del período porfiriano.
Además del apoyo gubernamental, Herrera fundó la Sociedad de Estudios Biológicos en octubre de 1922, con la misión de recaudar fondos para el Museo de Historia Natural, el Jardín Zoológico y el Jardín Botánico33. La Sociedad contaba también con el Boletín de la Sociedad de Estudios Biológicos, donde publicaba noticias, informes de actividades y excursiones científicas para colectas de especímenes. La portada de cada número traía la foto de un antílope, elección esta que contenía un significado especial. En el mismo año de la fundación de la Sociedad, Alfonso Luis Herrera convenció a Obregón de decretar la prohibición, por diez años, de la caza, posesión y venta de dos antílopes amenazados de extinción: el berrendo (Antilocapra americana) y el borrego cimarrón (Ovis canadensis). La decisión generó repercusión internacional, pues los dos animales eran también comunes en el territorio de Estados Unidos. Naturalistas estadounidenses le escribieron a Obregón para felicitarlo. The Permanente Wild Life Protection Fund, de Estados Unidos, concedió medallas de oro a Álvaro Obregón y a Alfonso Luis Herrera por la medida, señalada como esencial para la preservación de dichas especies en diferentes áreas de América del Norte, además del territorio mexicano34.
¿Quién era Herrera y cómo explicar su capacidad de asegurar esas acciones del gobierno de Obregón? Nacido en la ciudad de México en 1868, hijo del eminente naturalista Alfonso Herrera Fernández (1838-1901), convivió desde la juventud con estudiosos de la naturaleza. Su familia vivió en una pequeña habitación en la Escuela Nacional Preparatoria, donde su padre trabajaba. Había una pequeña colección de animales vivos que al niño le encantaba visitar, fascinado con la historia natural. Se licenció en Farmacia y en 1889 se convirtió en ayudante de naturalista en el Museo Nacional. A continuación, fue miembro de la Comisión Nacional de Parasitología Agrícola y profesor de la primera cátedra de Biología en la Escuela Normal, creada en 190235.
Sus publicaciones fueron numerosas y abordaron temas variados de la biología en sus aspectos teóricos y sus aplicaciones, y alcanzaron repercusión en México y en el exterior. En un artículo de 1895 proyectó un “museo del porvenir”, donde el ordenamiento de las salas no privilegiaría ejemplares curiosos o raros, sino las diversas dimensiones de la vida, bajo el lema in multis una. En las páginas de la revista Naturaleza, periódico de la Sociedad Mexicana de Historia Natural, firmó artículos sobre conservación de la fauna mexicana. En 1904 publicó un libro didáctico de biología, el primero en México, para usar en sus clases en la Escuela Normal. También publicó sobre la plasmogenia, teoría biológica materialista según la cual la vida sería explicable tan sólo por principios fisicoquímicos, y atribuía a la ciencia el papel liberador de supersticiones, iglesias y tiranías. En 1906 su cátedra de biología fue cancelada, por presiones de grupos católicos que la consideraban peligrosa para la juventud36.
Herrera fue además un entusiasta de la Revolución Mexicana. En 1915, Pastor Rouaix, secretario de Fomento, Colonización e Industria, bajo la presidencia de Venustiano Carranza, creó la Dirección de Estudios Biológicos (DEB) y nombró a Herrera director. Como argumenta Aullet, la creación de la DEB no fue un acto aislado, sino que estaba incluida “en un proyecto de nación emanado de la Revolución”37. El gobierno marcadamente nacionalista de Carranza le apostó a la ciencia como instrumento primordial para cambios, en especial en lo que se refería a la modernización agrícola38. En ese contexto, la biología surgía como un conocimiento estratégico.
En su discurso de inauguración de la DEB, Herrera señalaba la ambición que alentaba a la institución, que integraba el Museo Nacional de Historia Natural, el Instituto de Biología General y Médica, y prometía centralizar los museos mexicanos de Historia Natural (y crear nuevos), empezando por el de Tacubaya. La misión de la DEB era investigar, divulgar y aplicar el conocimiento biológico. Herrera elogiaba a Rouaix, que viabilizó la iniciativa, proporcionando “un verdadero renacimiento de las ciencias naturales en nuestra patria”, unificadas bajo la “grandiosa biología, la ciencia de las leyes supremas y los fenómenos profundos de la vida”. Para el Museo proyectaba la concreción de su sueño de “museo del porvenir”, en una exhibición que llevaría a los visitantes a comprender las grandes teorías biológicas, como la selección de las especies, la evolución, la selección sexual, el origen animal de la especie humana, alejándose de los museos de mera exhibición de ejemplares y sus nombres científicos, “completamente inútiles para la ilustración del pueblo”. El Instituto de Biología General y Médica invertiría en investigaciones aplicadas a la agricultura, la industria y la salud. Herrera proyectaba la creación de un jardín botánico y de un laboratorio de biología marina, siempre enfatizando la exhibición de seres vivos39. Entre las realizaciones de la DEB, en 1918 existía una colección de 96 animales vivos en exposición alentando el sueño de un zoológico40.
En 1921 Herrera escribió sobre la historia de la biología en México dividiéndola en dos etapas: un período prerrevolucionario, de 1821 a 1909; y el revolucionario, iniciado en 1910. En el primero se habían realizado muchos esfuerzos, y varios estudiosos merecían un gran reconocimiento. Sin embargo, la incoherencia de trabajos que invadía todas las esferas de la actividad intelectual, sumada a la incomprensión y deslealtad de las autoridades, crearon dificultades infranqueables, ante las cuales las iniciativas científicas loables fracasaban. Con la revolución iniciada desde Madero, según argumentaba el zoólogo, empezó una nueva etapa, y la creación de la DEB impulsó la evolución de la biología en México, formando personal especializado en el conocimiento de la fauna, la flora y el territorio, “preparando los biólogos del porvenir”41.
Las expediciones exploratorias fueron actividades esenciales de la DEB e involucraban el apoyo del Gobierno e intercambios internacionales. En 1922, Carlos Cuesta Terrón y José María Gallegos, los dos de la DEB, integraron una expedición en la isla de Guadalupe, junto con los equipos del Committee on Conservation of Marine Life of the Pacific, con la participación del zoólogo estadounidense Dr. G. Dallas Hanna. El objetivo era que México y Estados Unidos evaluaran posibles medidas proteccionistas de la vida marina. Gallegos fue también, en una segunda expedición en 1923, a otras regiones de Baja California e islas del Pacífico, con Laurence Huey y Carroll Scott, miembros del San Diego Natural History Museum, y Ralph Hoffman, del Santa Bárbara Museum of Natural History. Entre otras acciones, realizaron observación de aves marinas y leones marinos. En esa ocasión el Gobierno mexicano permitió la captura de cuatro leones marinos para el Zoo de San Diego. A cambio, el Zoológico de Chapultepec, cuya primera piedra ya había sido colocada, recibió dos cachorros de leones africanos42.
La vida marina en el golfo de México también recibió atención de la DEB, y Herrera nombró a tres miembros para la Comisión Mixta de Vida Marina, que actuaba en Veracruz. Entre ellos estaba su joven discípulo Enrique Beltrán. La comisión se deshizo tras la rebelión huertista contra el gobierno de Obregón, pues el conflicto alcanzó fuertemente la región. En 1926, Herrera nuevamente nombró a Beltrán para la Estación de Biología Marina del Golfo, vinculada a la DEB43. Cuando Herrera se refería a los “biólogos del porvenir”, indudablemente tenía en cuenta nombres como Beltrán y Cuesta Terrón, que se convertirían, realmente, en eminentes zoólogos e investigadores mexicanos. Fue con esa disposición de elogio de la biología como ciencia revolucionaria, que seguramente Herrera se lanzó al desafío de fundar un Zoológico en Chapultepec. El zoológico integraba sus concepciones filosóficas del fenómeno de la vida como algo material, no trascendental, objeto de indagación por el sesgo de la evolución darwinista y de la unidad entre vida y materia, desafiadora del clericalismo, de las supersticiones y de la tiranía. Su visión de la biología oscilaba entre el nacionalismo presente en el entusiasmo del estudio de la fauna y la flora de México, y una visión universalista de la vida, cuyos flujos se desarrollaban mucho más allá del tiempo y de las fronteras de las naciones.
Para Herrera, que lidiaba conscientemente con la representación de una revolución en curso, el zoológico era un hecho revolucionario. Según Knight, el proyecto revolucionario abarcó imágenes, íconos, héroes, historias, eslóganes, canciones. Aquí además se propone que también el Zoológico de Chapultepec integró la construcción del mito de la Revolución Mexicana44. Herrera buscó activamente el apoyo de Obregón, siempre enviando copias de los halagos publicados en el exterior a acciones conservacionistas y al proyecto del Zoo, como en ocasión de la colocación de la primera piedra, cuando William Hornaday elogió “the great zoological awakening in Mexico under the friendly influence of President Obregon and his cabinet”, y expresó también cómo la N.Y. Zoological Society era “naturally most sympathetic toward the National Zoological Park of Mexico”45. Hornaday era además uno de los miembros honorarios de la Sociedad de Estudios Biológicos, que en marzo de 1924 ya contaba con 443 socios, recaudando un total de 5.815,30 pesos en donaciones para el Zoológico, el Jardín Botánico y el Museo de Historia Natural46.
El zoológico fue inaugurado oficialmente el 27 de octubre de 1924, con banda de música y apertura de una placa de mármol, a pocos días del final del gobierno de Obregón. Al día siguiente le escribió al presidente expresando su “sincera y profunda gratitud por las consideraciones y el apoyo moral”. Le debía el progreso de la DEB, del Parque Zoológico, del acuario y del Jardín Botánico, y aseguraba “que tanto en el país como en el extranjero tienen mucha simpatía estas obras y se consideran como uno de los resultados efectivos dignos de elogio de la patriótica gestión del actual gobierno”47.
Pero los retos no fueron pocos. El Zoológico recibía muchos animales de las más variadas partes de México como donación, pero había dificultades para proveer jaulas adecuadas a todos los que llegaban, así como alimentación y cuidados veterinarios. El mayor orgullo de Herrera era su elegante y cómoda pajarera, con cuatro águilas reales y una arpía, además del acuario para los leones marinos. Herrera realizó intercambios con los zoológicos de París, Nueva York y San Diego, obteniendo animales diversos, como leones africanos, un chimpancé y bisontes, entre otros. También consiguió comprar otros animales, como un hipopótamo y un camello. Pero la pérdida por muerte de ejemplares era común, a pesar de los esfuerzos de los diversos funcionarios en el aprendizaje de las técnicas y los cuidados veterinarios de aclimatación. A lo largo de los años, Herrera buscaba incesantes donaciones en efectivo y escribía en la prensa estimulando a los habitantes y escuelas a visitar el Zoo. En su libro destinado a profesores y alumnos de la cátedra de Historia natural, reinaugurada después de muchos años, Herrera afirmaba la importancia del aprendizaje práctico sobre zoología, por medio de fotografías, cine y, por supuesto, visitas al Zoológico de Chapultepec48.
En los años que siguieron, bajo el gobierno de Calles y posteriormente de Portes Gil, a esos conflictos se sumarían otros, referentes a las disputas en el propio campo científico de la biología en México, así como a la profundización de las dificultades económicas nacionales. Desde 1927, frecuentes recortes de personal justificados por falta de fondos llevaron al deterioro agudo de las instituciones que integraban la DEB. La Estación de Biología Marina fue cerrada. Un grupo de científicos vinculados al área médica, y liderados por Isaac Ochoterena, se enfrentó abiertamente a Herrera, acusando sus investigaciones sobre plasmogenia de charlatanería, lo que culminó en la extinción de la DEB, en 1929, y en la fundación del Instituto de Biología en la Universidad Nacional Autónoma de México. Herrera intentó luchar por el cargo de director del Instituto de Biología en la Universidad, pero fue rechazado. El Zoológico y el Jardín Botánico pasaron a la administración de la ciudad de México, y Herrera cayó en un profundo ostracismo hasta su fallecimiento, en 1942. Sin embargo, como argumenta Aullet, ese cambio se debió menos a la disputa de poder entre intelectuales o a las preferencias personales de los gobernantes, y mucho más a los propios rumbos políticos de México, en los que el conservacionismo nacionalista, combinado con el universalismo de las teorías biológicas de Herrera, perdieron su fuerza estratégica49.
En las décadas siguientes el Zoológico conoció mejores y peores momentos, pero permaneció siempre como un lugar importante en la vida cotidiana de los habitantes de la ciudad y como un lugar popular y gratuito de visitación. Sin embargo, el proyecto científico que lo inspiró se desvaneció con la salida de Herrera y el Zoo se convirtió por muchas décadas, sobre todo, en una institución de entretenimiento. En 1945, Enrique Beltrán, el exalumno de Herrera que, aún joven investigador, había sufrido junto con él las consecuencias del declive de la DEB, logró cambiar el nombre del Zoo en homenaje al maestro ya fallecido, por lo que se pasó a llamar Zoológico de Chapultepec Alfonso L. Herrera50.
Conclusión: en busca de nuevos sentidos
La relevancia del aporte científico de Alfonso Luis Herrera se pudo recuperar años después. En 1992, un simposio celebrado en homenaje a los 50 años de su muerte decidió brindarle un homenaje especial: se trasladarían sus restos mortales a la Rotonda de los Hombres Ilustres, un espacio existente en Ciudad de México en honor de personas cuyas vidas contribuyeron decisivamente a la historia del país. La idea ganó el apoyo de las Sociedades Mexicanas de Ornitología, Historia Natural, Parasitología, Etnobiología, Geografía y Estadística, Colombófila, Microbiología, Micología, Mastozoología, Dermatoglifos, Entomología, Herpetología, Botánica y Cactología, así como de la Asociación de Amigos del Jardín Botánico de la Universidad Nacional Autónoma de México, la Academia Latinoamericana de Fotoquímica, la Academia de Minería y Petrología, el Instituto Mexicano de Recursos Naturales Renovables, formando todos la Comisión organizadora. El proceso fue discutido y planteado y, finalmente, el 5 de junio de 1997 la Secretaría de Gobernación recibió una petición oficial de la Comisión.
Al contactar a la nieta del zoólogo empezó una disputa por los restos mortales de Herrera, que involucró a la Comisión, a su familia y a la entonces directora del zoológico de Chapultepec, Marielena Hoyo Bastién, que quería llevar los restos mortales al zoológico. La situación generó un impasse y la Comisión redactó un documento dirigido a los candidatos al gobierno del distrito federal recomendando la sustitución de la directora, acusada de no tener una formación académica para el cargo que ocupaba y de administrar el Zoo de manera improvisada e incompetente. Una de las exigencias de la Comisión fue la localización de un busto de Herrera, inaugurado en 1945, cuando Enrique Beltrán obtuvo el cambio de nombre del Zoo. Según la directora, el busto había desaparecido pues era muy pequeño y, durante las obras de remodelación del Zoo entre 1992 y 1994, las compañías responsables de la custodia de los objetos del parque sencillamente no lo habían devuelto. Cómo se desarrollaron los detalles de esa batalla no lo sabemos, pero lo cierto es que ni los restos mortales de Herrera están en la Rotonda ni tampoco su busto reapareció en el Zoológico51.
Hoyo era directora del Zoológico desde 1983, y una de sus primeras propuestas había sido cobrar entradas para que la institución funcionara dentro de estándares empresariales, lo que generó una inmensa reacción entre la prensa y la sociedad civil, con presiones sobre el entonces presidente Miguel de La Madrid, que, finalmente, mantuvo la entrada gratuita, mientras llevaba adelante programas de privatización de tantos otros servicios para la población. Años después su gestión fue confrontada con la elección de Cuauhtémoc Cárdenas como jefe de gobierno del Distrito Federal, quien la destituyó. El nuevo gobierno creó además la Dirección General de Zoológicos. La nueva administración contó con investigadores de la Universidad Nacional Autónoma de México de áreas como veterinaria y biología, que en cuanto asumieron criticaron duramente la gestión anterior:
“El diagnóstico inicial que realizó la administración que tomó posesión en diciembre de 1997, identificó entre otros rubros: rezagos administrativos, insuficiencia y falta de capacitación del personal, mantenimiento inapropiado, falta de planes de contingencia y servicios de emergencia para visitantes y trabajadores, servicios sanitarios insuficientes, fauna indeseable nociva (ratas), el aviario Moctezuma y el herpetario cerrados, animales castrados, registro antes Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Renovables vencido, inadecuada señalización e información y desvinculación con instituciones académicas”52.
La búsqueda de nuevos sentidos para el Zoológico no era inédita. Es más, era recurrente desde hacía algunas décadas. En 1975, la donación de una pareja de pandas gigantes por el Gobierno de China estimuló un sesgo conservacionista de la institución, la primera que en 1980 obtuvo éxito en la reproducción de ese animal fuera de China. Sin embargo, el mantenimiento de jaulas antiguas y de la separación casi taxonómica de los animales todavía hacía que el ZC fuera anticuado, cuando se lo comparaba con los cambios mundiales por los que pasaban esas instituciones. Entre 1992 y 1994 sus puertas quedaron cerradas para una completa remodelación, según un proyecto interdisciplinario titulado “Rescate Ecológico del ZC”, que reorganizó la exhibición de los animales en zonas bioclimáticas, además de inaugurar el Aviario Moctezuma. En los años siguientes la tendencia de los zoológicos como centros de educación ambiental y conservación, además del entretenimiento, se solidificó en la Dirección General de Zoológicos de la Ciudad de México, que pasó a incluir también los zoos San Juan de Aragón y Los Coyotes, fundados respectivamente en 1964 y 1999. Bajo la administración general de la Secretaría del Medio Ambiente, investigadores y funcionarios diseñaron planes de manejo y conservación de fauna, con atención especial a especies en peligro de extinción. Uno de los programas de reproducción exitosos en el ZC es el del cóndor de California (Gymnogyps californianus), en acción conjunta con el Zoo de San Diego, con quien el ZC hizo una de sus primeras alianzas, en 1923, según lo que se vio anteriormente53.
La muerte del gorila Bantu, en el aniversario de los 93 años del ZC, desencadenó una grave crisis que sacudió la reputación de la institución. Frente a una oleada de críticas y acusaciones, el Zoo necesitaba, más que nunca, demostrar la amplitud de sus acciones y el valor de su historia. En ese contexto, el año de 1890 pasó a mencionarse como la fecha de fundación del Zoo. Con ello, el ZC remitiría a una tradición política anterior a la Revolución Mexicana y, por lo tanto, por encima de las turbulencias y disputas del siglo XX, ya fueran las que estaban implicadas en la construcción del mito de la revolución o las de sus cuestionamientos en el contexto político neoliberal.
Desde principios de 1980 México vive, como dijo Knight, “a time of troubles”54, con décadas de crecimiento de la pobreza y desigualdad social, el maquillaje de la economía, la emigración masiva hacia Estados Unidos, el ascenso de la violencia y el poder de los narcotraficantes, la inflación, la pérdida de derechos sociales y el desempleo. La sociedad mexicana enfrenta retos inmensos para redefinir los significados de sus prácticas, valores, memoria y, principalmente, proyectos de cambio. En un país en el que los servicios se privatizaron casi en su totalidad, el Zoológico de Chapultepec recibe gratis más de seis millones de visitantes al año. Entre narrativas diversas de fundación, el Zoo permanece como un terreno de contestaciones y disputas. Pero también delinea un horizonte de expectativas proyectadas simultáneamente sobre el pasado, el presente y el futuro de la sociedad mexicana y, en ese sentido, sigue como un zoológico del porvenir.