Leer un libro escrito por una colega con quien has empezado a tejer complicidades intelectuales y afectivas es una experiencia singular. Te permite descubrir facetas de su trayectoria y de sus intereses que, por causas evidentes, ignorabas, y a la vez te confirma las razones y las sinrazones que subyacen a esta nueva connivencia. Eso me sucedió al leer el libro de Sarah Corona Berkins titulado Producción horizontal del conocimiento, un ensayo que expone en tres capítulos los grandes ejes en torno a los cuales se organiza su propuesta. Estos tres grandes ejes son: en primer lugar, la reflexión dialógica fundada en el intercambio de lenguajes y las formas de nombrar y conceptualizar el mundo; en segundo lugar, la exposición de una hoja de ruta en la que se plantean algunas orientaciones e incidencias de ese acto de compartir ideas y explorar caminos para crear nuevas formas de investigar. Y, en tercer lugar, la transformación del conocimiento a partir de la elaboración intersubjetiva de un "tercer texto" con la participación horizontal de todas las voces.
El ensayo de Sarah Corona busca afirmar además su carácter dialógico, y por ello presenta en recuadros intercalados entre las páginas del libro, fragmentos de textos que ha guardado en su memoria en el momento de producir su propio texto, estableciendo conexiones con ellos. De esta forma, permite que quienes leamos su ensayo escuchemos esas otras voces superpuestas que resuenan mutuamente.
¿Podríamos decir que este ensayo es un libro de metodología de la investigación social? Sí, porque es un texto centrado en las preguntas que surgen en torno a los modos de producir conocimiento; a las distintas formas en que se ha investigado, y a la diversidad de voces que intervienen en ese proceso y nos hacen pensar y entender el mundo y los contextos desde diferentes lugares -que no son audibles de la misma manera, ni tienen igual autoridad y legitimidad para hablar y ser escuchadas-. Pero, a mi modo de entender, este ensayo es más que una reflexión metodológica porque su objetivo trasciende la pregunta del cómo investigar, para enfrentar una inquietud particularmente acuciante en los tiempos que vivimos: ¿para qué investigar? ¿cuál es el sentido del quehacer investigativo?
Sarah Corona responde planteando que es para conocer con el otro y encontrar mejores formas de vivir juntos a partir de la expresión de la diversidad en términos de igualdad, al tiempo que se produce nuevo conocimiento social. Afirma igualmente que en este ensayo no se proporcionan recetas ni hay reglas o procedimientos fijados de antemano para investigar, pero que no renuncia a orientar las propuestas, porque hacerlo sería dejar el camino libre para que se reproduzcan las lógicas naturalizadas de las llamadas ciencias con criterio científico. Dicho de otro modo, en su reflexión hay una dimensión ética, consciente de la responsabilidad moral que conlleva cualquier práctica investigativa al afectar, directa o indirectamente, los derechos, el bienestar y hasta la vida privada de las personas implicadas en dicho proceso. La producción horizontal del conocimiento (PHC) se enfrenta a la tensión ética que subyace a la relación con la otredad, así como a la incidencia de esta relación en la propia construcción de la subjetividad y las concepciones sobre el vivir y el vivir juntos.
La experiencia y la relación de la autora por más de veinte años con el pueblo wixarika -uno de los 64 pueblos indígenas que habitan en México, y que en este caso reside en las zonas de Nayarit y Durango, en el norte del estado de Jalisco y tiene una lengua materna yutoazteca- la llevan a desarrollar los tres conceptos fundadores de la PHC: el reconocimiento del conflicto generador, el establecimiento de la igualdad discursiva y la promoción de la autonomía de las voces. Para hablarnos de cada uno de estos conceptos acude a múltiples, diversas e inusitadas referencias. Para hablar de conflicto generador, en lugar de referirse a la filosofía o a la teoría política invoca la poesía, como cuando cita un poema de Salman Rushdie en el cual el poeta parece decir que lo nuevo surge de un proceso complejo y conflictivo, donde para existir se gana y también se pierde.
El diálogo como punto de partida de la PHC no es un diálogo armónico. ¿Cómo podría serlo si implica un encuentro no solo entre diferentes puntos de vista y miradas sobre el mundo, sino entre trayectorias de vida y memorias, que pueden ser contenciosas porque remiten a saberes distintamente posicionados con respecto a las desigualdades de poder? El resultado del conflicto generador, señala Corona, citando a Bajtin, es que los diálogos que surgen de él son "profundamente productivos, están preñados de nuevas cosmovisiones potenciales, nuevas formas de percibir el mundo". Ahora bien, entrar en este tipo de diálogo implica que quienes se sumen a él deseen o encuentren interés en participar. Al leer el ensayo me hice esta pregunta muchas veces: ¿qué es lo que hace que otras personas se interesen en lo que nos afecta y en lo que queremos comprender y transformar?
El punto de partida de Corona es que la demanda está siempre presente en las relaciones humanas y que por ello todo contacto puede convertirse en un conflicto generador de diálogos fructíferos, a sabiendas de que los objetivos pueden ser tan dispares como buscar la dominación del otro o la otra, afirmar la superioridad de un saber o intentar construir la autonomía de la propia mirada.
Cuando existen convergencias en las búsquedas que implica un diálogo fundado en la horizontalidad -como en el caso descrito por la autora a partir de su experiencia con el pueblo wixarrika o el que refieren otras investigaciones citadas en el ensayo-, no me cabe duda de que tener la oportunidad de expresar y estar dispuesto a escuchar las propias necesidades y las ajenas, y construir oportunidades de igualdad discursiva (el segundo concepto fundador de la PHC), tiene la potencialidad de transformar no solo el lenguaje sino el modo de entender un dominio de la vida social.
Como se deduce, los retos que implica el horizonte de la PHC son muchos: se trata de establecer condiciones de equidad que tracen un camino hacia la autonomía de las miradas propias. Este sendero solo puede iniciarse si asumimos que las y los implicados en los problemas que queremos comprender y transformar también tienen soluciones y que eso nos obliga a escucharlos, así como a responderles y enfrentarlos en diálogo. Ello supone estar en la disposición de romper con los binarismos sobre los que se ha sostenido la investigación científica tradicional, como los pares opuestos investigador-investigado, ciencia-saber; igualmente, implica abandonar la idea de que el conocimiento de los especialistas de la academia es el único o incluso el más pertinente para ir en búsqueda de otras formas de conocimiento y relación.
Se trata entonces de reconocer, por ejemplo, la interdependencia constitutiva de la vida social y personal, asumir que esta se funda en vínculos emocionales y prácticos. Se trata pues de construir horizontalidad a partir de una epistemología de la hospitalidad, un concepto utilizado por el historiador Mario Rufer, uno de los autores con los que Corona entra en diálogo. Rufer plantea -a partir de la experiencia que le dejó su participación en el encuentro de la Asociación Internacional de Estudios Interculturales que tuvo lugar en junio de 2011, en las instalaciones de la Universidad Intercultural de Chiapas, en San Cristóbal- que allí aprendió que "la horizontalidad en la investigación social es posible en un momento discursivo fundado en la hospitalidad", que solo desde la diferencia es factible el diálogo y que, en definitiva, se dialoga para transformar(se) -y no para mimetizarse-.
El interés científico y político de un trabajo como el que propone este ensayo es también el signo de una exigencia de complejidad que tiene hoy el mundo social, en el que vivimos señalando la necesidad de reorientar la investigación en direcciones que permitan mejores formas de vivir juntos. Con base en las premisas de una brújula ética y el reconocimiento de la igualdad de saberes que puedan expresarse en lenguajes y epistemes diferentes, podrá construirse, quizás, un horizonte emancipador común que nos permita responder en forma colectiva a los retos intelectuales, sociales, ecológicos, políticos y culturales que nos plantea el momento actual, sin perder la riqueza de nuestras diferencias. Esta es la invitación que nos hace el ensayo de Sarah Corona y la que deseo extender y prolongar para que al leer este libro se dejen interpelar por sus preguntas.