Introducción
Se entiende la felicidad como un estado emocional, generado por la interacción de diferentes condiciones que actúan sobre el individuo y provocan respuestas positivas (Van Dierendonck, 2004). Pulido y Herrera (2016) relacionan el estado de ansiedad con emociones de carácter negativo. En este sentido, las consecuencias desfavorables pueden ir asociadas a este tipo de estados emocionales. La ansiedad, uno de los más conocidos, puede dificultar el adecuado desarrollo del autoconcepto y llegar a suponer una falta de aceptación por parte de los demás, dificultades en el proceso de socialización (Gallegos, Linan-Thompson, Stark & Ruvalcaba, 2013) y malestar. Todo ello puede desencadenar desajustes psico-sociales y enfermedades psiquiátricas. Por contra, los estados emocionales de carácter positivo se relacionan con mayores niveles de autoestima y una mejor realización personal, por lo que permite su crecimiento positivo. Ambos estados emocionales pueden incidir de forma directa sobre la propia salud, de modo que es un importante predictor de las determinadas enfermedades (Moreno-Rosset, Arnal-Remón, Antequera-Jurado & Ramírez-Uclés, 2016).
Ante ambos estados aparece un "arma" importante que permite la regulación de las emociones: la inteligencia emocional, que se entiende como conjunto de habilidades (no de manera autopercibida). Dentro de esta, resulta fundamental considerar todos los elementos que pueden llegar a depender de las capacidades que la conforman. En este sentido, los elementos integrados en este conjunto de habilidades aparecen como predictores de estados emocionales que pueden dificultar el desarrollo de conductas disfuncionales (Peña-Sarrionandia, Mikolajczak & Gross, 2015) a través de una regulación emocional asociada al buen ajuste del funcionamiento personal y social del sujeto. Los niveles altos de inteligencia emocional se relacionarían con una mayor calidad de vida, mayor salud mental, bienestar personal y laboral, una adaptación emocional más ajustada, mejor ajuste psicológico e, incluso, mejor capacidad para la resolución de problemas sociales (Azpiazu, Esnaola & Sarasa, 2015; Cejudo, 2016).
Se puede comprobar un descenso progresivo en el diagnóstico de problemas de ansiedad a medida que el sujeto va aumentando su edad (Gómez-Ortiz, Casas y Ortega-Ruiz, 2016). Otro de los elementos más relevantes dentro de este campo es su clara relación con el sexo, teniendo las mujeres niveles superiores de ansiedad (Moreno-Rosset et al., 2016). También existe influencia de la cultura sobre el desarrollo emocional y, por tanto, sobre la manifestación de diferentes estados emocionales como la ansiedad (Pulido y Herrera, 2016). Por todo ello, se vuelve a remarcar la importancia del contexto sociofamiliar en el que el sujeto se desarrolla como predictor de diferencias significativas en las manifestaciones emocionales (Caballero, Suárez y Bruges, 2015).
Se puede intuir cierta independencia entre el nivel de felicidad manifestado por el sujeto y su edad. La edad tampoco actuó como predictor de los niveles de felicidad (Carballeira, González y Marrero, 2015). Por su parte, algunos autores (Seligman, 2011) evidencian que son los varones los que son más proclives a manifestar niveles superiores de felicidad (Quiceno y Vinaccia, 2010). Esto muestra que el sexo es una variable influyente en estos estados emocionales. Resulta también relevante la pertenencia a un grupo cultural sobre los estados emocionales positivos (Restrepo, Vinaccia y Quiceno, 2011). Otro de los componentes a los que se concede mayor importancia es el estatus socioeconómico y cultural, el cual refleja los sujetos pertenecientes al estrato socioeconómico alto (Quiceno y Vinaccia, 2010; Pulido y Herrera, 2018) quienes evidencian niveles superiores en las manifestaciones de estos estados emocionales positivos.
Se ha de destacar que el proceso de desarrollo emocional provoca importantes cambios en todas las capacidades que forman parte de la inteligencia emocional (Pulido y Herrera, 2016). Las habilidades emocionales han estado tradicionalmente ligadas al sexo femenino, de modo que son las mujeres las que presentan niveles superiores (Azpiazu et al., 2015; Pulido y Herrera, 2016; Cejudo, 2016), lo que no hace más que aumentar el estereotipo que indica que las mujeres son más "emocionales" que los varones. La cultura también es un elemento a considerar si se considerar las diferencias existentes en los niveles de inteligencia emocional en función del grupo cultural. El estatus socioeconómico y cultural también es determinante en los niveles reflejados en esta variable (Pulido y Herrera, 2016).
Se establecen también claras relaciones entre la ansiedad y la inteligencia emocional como conjunto de habilidades: la inteligencia emocional se convierte en uno de los principales predictores de la adaptación emocional ajustada y del bienestar personal (Limonero, Fernández-Castro, Soler-Oritja & Álvarez-Moleiro, 2015). Las competencias emocionalmente ajustadas favorecerían la disminución progresiva de la ansiedad (Gutiérrez y López, 2015; Caballero et al. , 2015). Por contra, las relaciones entre la inteligencia emocional y los estados emocionales positivos son inversas a lo comentado (Rosa, Riberas, Navarro-Segura y Vilar, 2015; Gómez-Ortiz et al., 2016).
Para contemplar si lo comentado en los párrafos anteriores se cumple en la población en la que se llevó a cabo, se presenta este trabajo, cuyos objetivos fueron estudiar los tipos y niveles en ambos estados emocionales (ansiedad y felicidad), así como los de inteligencia emocional, en función de la edad, el sexo, el cultura y el estrato socioeconómico. También se pretende contemplar las relaciones que se pudieran dar entre variables, para una población adolescente multicultural.
Método
Participantes
Para llevar a cabo esta investigación, se seleccionó una muestra integrada por 811 participantes que reflejan las características del contexto pluricultural de Ceuta. Por edad, la muestra se distribuye entre el 17,4 % de entre 12 y 13 años, el 19,4 % de entre 13 y 14, el 15,8 % de entre 14 y 15, el 9,3 % de entre 15 y 16, el 15,8 % entre 16 y 17, y el 7,1 % de alumnos entre 17 y 18. Estos alumnos correspondían a la muestra menor de edad, mientras que los restantes 12,1 % tenían entre 18 y 25 años, 2,1 % entre 26 y 40 años, en tanto que solo el 1 % tenían más de 40 años. En consideración a la cultura (que se corresponde con la religión), el grupo mayoritario es el de participantes pertenecientes a la cultura/religión musulmana. Estos constituyen el 71,6 % de la muestra, mientras que el 28,4 % pertenecían a la cultura/ religión cristiana.
Instrumentos
Como instrumento para evaluar el miedo se empleó el inventario de ansiedad estado-rasgo para niños (State-Trait Anxiety Inventory for Children [STAIC]) (Spielberger, 2001). El STAIC está formado por 40 ítems. Su consistencia interna, medida a través de la prueba alfa de Cronbach, fue de 0,934. En el apartado relacionado con la varianza factorial, se emplearon diferentes análisis factoriales exploratorios (AFE). En este sentido, los factores obtenidos fueron seis. El primero de los seis factores se relaciona con los estados emocionales positivos (31,53 % de la varianza explicada), mientras que el segundo queda vinculado a preocupaciones y dificultades (9,487 %). El tercer factor se vinculó a los estados emocionales negativos (4,35 %), el cuarto a los rasgos emocionales negativos (3,98 %) y el quinto a las sensaciones de ansiedad (3,31 %). El último factor conforma la categoría miedo (2,99 %). Entre todas las categorías se consigue una varianza total explicada del 55,676 %.
Para la felicidad, se usó un instrumento conformado por 40 ítems a los que se contesta con una escala tipo Lickert de 4 puntos. En este caso, los resultados que hacen referencia a la consistencia interna del instrumento dan una fiabilidad, establecida por un alfa de Cronbach, de 0,902. En el apartado relacionado con la varianza factorial (AFE), los factores obtenidos también fueron seis. El primero de ellos se relaciona con la satisfacción que el sujeto muestra ante la vida (representan el 27,67 % de la varianza explicada). El segundo (representa el 10,04 %) se relaciona con las condiciones en la vida que son de carácter negativo, mientras que el tercero está relacionado con la intención del sujeto a producir cambios en su vida. El cuarto factor se refiere a las condiciones positivas en la vida (3,49 %). El quinto está vinculado con la intención del sujeto de no necesitar cambios en su vida (3,32 %) y el último se relaciona con sensaciones emocionales provocadas dentro del instituto (3,06 %). Entre todos los factores suman una varianza total explicada del 51,78 %.
Con respecto a la segunda variable, se empleó un cuestionario elaborado para evaluar la inteligencia emocional como conjunto de habilidades. En este caso, el cuestionario quedó integrado por 66 ítems, divididos en 5 categorías, relacionadas con los elementos de la inteligencia emocional. Su fiabilidad (alfa de Cronbach) fue de 0,869. En el apartado relacionado con la varianza factorial (AFE), los factores obtenidos fueron cinco. El primero, relacionado con la empa-tía, representa una varianza explicada del 15,03 %. El segundo está vinculado al autoconcepto (8,94 %), el tercero al autocontrol (5,87 %), el cuarto hace referencia a la motivación (3,26 %), mientras que el quinto queda vinculado al conocimiento de sí mismos (2,85 %). Entre todos suman una varianza explicada total del 35,971 %. Dado que se vuelven a considerar las habilidades sociales, a estas cuestiones se le añaden 32 ítems para este factor (alfa de Cronbach de 0,775).
Procedimiento
Todos los participantes en la investigación pertenecían a seis institutos de educación secundaria (IES) (la totalidad de los que existen en nuestra ciudad). Esto hace que, entre todos los participantes, reflejen las características del alumnado de nuestra ciudad y nuestro contexto pluricultural. Para la recogida de la información, se solicitaron los correspondientes permisos por escrito tanto a la administración educativa como a la dirección de los diferentes centros educativos y, por supuesto, a los padres de cada uno de los participantes menores de edad, se procedió a la recogida de la información, a la cual contestaron aquellos que lo desearon. El alumnado respondió a los diferentes instrumentos durante una media de 50 minutos, en clase, con el profesor de la materia correspondiente y una persona del equipo de investigación. Finalmente, indicar que en este trabajo se cumplió con los estándares éticos.
Análisis de datos
Se comenzó por el análisis descriptivo, que permite la comprobación de los niveles y tipos generales para cada una de las diferentes variables. A continuación, se procedió al análisis inferencial y se comenzó por el análisis regresional. Se consideraron como variables criterio cada una de las variables de estudio (ansiedad, felicidad e inteligencia emocional). Para determinar la función de regresión, se consideró el último paso y, dentro de él, en el orden de entrada de las variables en la función de regresión, el valor de cada variable, su significación, el índice de regresión (R), el coeficiente de determinación múltiple (R2) y la varianza explicada de la variable más importante (la que más porcentaje -β- explica). Para finalizar el análisis inferencial, se concluyó con la prueba t de Student de diferencias de medias para muestras independientes para aquellas variables dicotómicas, mientras que para el resto se empleó el análisis de la varianza (ANOVA de un factor).
Resultados
Se inicia la descripción de los resultados de la muestra de alumnos en función de la variable edad. El grupo en el que se registran los mayores niveles de ansiedad es precisamente en el de alumnos de 17-18 años (con una media de 51,12). En consideración al análisis de la varianza, con la variable edad como variable independiente, en ansiedad total (p = 0,000) y en los factores relacionados con esta variable (en todos p = 0,000), se encontraron diferencias estadísticamente significativas. En este caso, las pruebas post hoc muestran un incremento desde los menores (12-13) hasta los que tienen 17-18 años. En felicidad (total p = 0,000) y casi todos sus factores (en todos p = 0,000), también se encontraron diferencias estadísticamente significativas. Su sentido es contrario al indicado para la variable ansiedad.
En consideración a la variable ansiedad en función del sexo, se puede ver que las mujeres tienen un nivel más alto que los varones, tal y como reflejan las medias de ambos (32,60 los hombres y 41,83 las mujeres). Esta realidad se repite en cada uno de los factores que integran esta variable. Sin embargo, en felicidad, las diferencias encontradas indican que los varones presentan puntuaciones superiores (82,64) a las mujeres (80,33). Una vez hecha esta primera aproximación, se empleó la prueba t de Student de diferencias de medias para muestras independientes. En atención al análisis de esta prueba, las diferencias fueron estadísticamente significativas en ansiedad total (p = 0,000), en estados emocionales positivos (p = 0,000), en preocupaciones y dificultades (p = 0,000), en estados emocionales negativos (p = 0,000), en rasgos emocionales negativos (p = 0,000), en sensaciones de ansiedad (p = 0,000) y en miedo (p = 0,000). En todos los casos, los varones presentan puntuaciones más bajas. Sin embargo, fueron ellos los que evidencian puntuaciones significativamente superiores en felicidad total (p = 0,043), en satisfacción con la vida (p = 0,046) y en condiciones de vida positivas (p = 0,021) (tabla 1).
En atención a la cultura/religión, los resultados reflejan que el alumnado perteneciente a la cultura/religión musulmana manifiestan niveles más bajos de ansiedad (la media de los cristianos es de 39,79 y de los musulmanes es de 36,74). La cultura también resulta fundamental para la variable felicidad, por lo que surgen diferencias entre ambas. A pesar de que aparecen puntuaciones altas en ambos casos, los cristianos (78,34) presentan una media menor a los musulmanes (82,56). La prueba t de Student permite afirmar que las diferencias son estadísticamente significativas en las variables ansiedad total (p = 0,046) y los factores estados emocionales positivos (p = 0,044), preocupaciones y dificultades (p = 0,024) y condiciones de vida negativas (p = 0,007), de modo que son superiores en el caso de los cristianos. Ocurre lo contrario en felicidad total (p = 0,001) y en algunas de las categorías que pertenecen a esta variable, como satisfacción con la vida (p = 0,001), condiciones de vida negativas (p = 0,007) y cambios en la vida (p = 0,003) (tabla 2).
Referente al estatus socioeconómico y cultural, por media, los niveles de ansiedad van subiendo a medida que se desciende en el estatus. Los niveles más altos aparecen en el estatus bajo (con una media de 48,20). En felicidad, se observa una distribución en sentido inverso a la comentada para la ansiedad. De esta forma, por media, los niveles más altos aparecen en los niveles altos (85,55 alto y medio 82,67). Para determinar si estas diferencias eran significativas, se usó la prueba ANOVA, de modo que son en ansiedad total (p = 0,003) y en los factores relacionados con esta variable estados emocionales positivos (p = 0,033), rasgos emocionales negativos (p = 0,000), estados emocionales negativos (p = 0,016) y miedo (p = 0,028). Ocurre lo mismo en felicidad (total p = 0,000) y en tres de sus factores: satisfacción con la vida (p = 0,000), condiciones de vida negativas (p = 0,001) y condiciones de vida positivas (p = 0,000) (tabla 3).
En consideración al cálculo regresional, la variable felicidad total se encuentra relacionada con tres factores de la ansiedad: estados emocionales positivos, preocupaciones y dificultades y rasgos emocionales negativos, las cuales actúan de forma inversamente proporcional. También se encuentra relacionada con la cultura, el estatus, el autocontrol, así como el miedo, único factor de la ansiedad que alcanza valores positivos. Entre todas las predictoras explican el 54,5 % de la varianza total explicada por este modelo (R2 = 0,545). De todas ellas, una mayor fuerza es ejercida por el factor estados emocionales positivos, que alcanza un coeficiente de regresión estandarizado del 39,5 % (β= 0,395).
Felicidad total = 74,633 - 1,248 (estados positivos) - 1,551 (rasgos negativos) + 4,502 (cultura) + 0,237 (autocontrol) + 1,966 (estatus) - 0,236 (preocupaciones) + 0,675 (miedo) (tabla 4).
Para confirmar la relación entre ambos estados emocionales, se realizó un ANOVA, en consideración a la variable ansiedad (puntuación total) como factor y la felicidad, y sus factores como dependientes. De esta forma, vuelven a aparecer diferencias estadísticamente significativas en felicidad total (p = 0,000) y en las categorías que pertenecen a esta variable, como es el caso de la satisfacción con la vida (p = 0,000), las condiciones de vida negativas (p = 0,000), los cambios en la vida (p = 0,000), las condiciones de vida positivas (p = 0,000) y las emociones que genera el instituto (p = 0,000). Con respecto a la variable felicidad, se observa un descenso claro y progresivo en sus puntuaciones (y las de sus factores) a medida que se sube en las de ansiedad (tabla 5).
Con respecto a la inteligencia emocional, en sus puntuaciones totales, el grupo de 16-17 años presenta los niveles más elevados (su media es 129,64). Todo esto cobra sentido en consideración al análisis de la varianza. En IE total (p = 0,000) y en todos sus factores (p = 0,000), también aparecen diferencias estadísticamente significativas, algo que asimismo ocurre en el factor habilidades sociales (p = 0,009).
Por sexo, aparecen diferencias estadísticamente significativas, favorables a las mujeres, que reflejan niveles superiores (su media es de 120,66) que los varones (113,88). La prueba t de Student demuestra diferencias estadísticamente significativas en IE total (p = 0,000), en empatía (p = 0,000), autocontrol (p = 0,037) y conocimiento de sí mismos (p = 0,000), de modo que son las mujeres las que evidencian puntuaciones superiores.
En función de la cultura/religión, los resultados reflejan que el alumnado perteneciente a la cultura/religión musulmana manifiesta niveles más bajos en la IE (la media de los cristianos es 123,85 mientras que los musulmanes alcanzan 115,07). La prueba t de Student confirma las diferencias estadísticamente significativas en IE total (p = 0,000) y en todos sus factores. Es lo que ocurre con la empatía (p = 0,000), el autoconcepto (p = 0,027), el autocontrol (p = 0,000), la motivación (p = 0,000) y el conocimiento de sí mismos (p = 0,013). En todos los casos, los cristianos evidencian niveles más elevados.
Para el estatus, se observa un aumento de IE en los niveles intermedios. De esta manera, el estatus medio ocupa la primera posición (120,84). El análisis de la varianza (ANOVA de un factor) demuestra diferencias estadísticamente significativas en IE total (p = 0,000) y en casi todos sus factores (p = 0,001). Todo lo contrario ocurre con los factores motivación (p = 0,199) y habilidades sociales (p = 0,218) (tabla 6).
La variable inteligencia emocional se encuentra bajo la influencia de varios factores. El que tiene un coeficiente correlación estandarizado superior es la edad que representa el 22,2 % (β = 0,222) y que actúa de manera directamente proporcional. También actúan de manera positiva el sexo, de modo que son las puntuaciones superiores entre las mujeres y los factores relacionados con la felicidad, como las condiciones de vida positiva y las condiciones de vida negativas. Sin embargo, en el factor miedo, relacionado con la ansiedad, actúa de manera inversamente proporcional. La cultura/religión también actúa de manera negativa, de modo que son más altas las puntuaciones de los cristianos. Entre todas las variables predictoras alcanzan un coeficiente de determinación del 43,4 % (R2 = 0,434).
Inteligencia emocional total = 37,523 + 2,575 (edad) + 5,562 (sexo) - 5,471 (cultura) + 0,363 (condiciones positivas) + 0,503 (condiciones negativas) + 0,416 (preocupaciones) - 0,987 (miedo) (tabla 7).
En consideración a la variable ansiedad como factor, dentro de la IE aparecen diferencias estadísticamente significativas en una única categoría, el factor conocimiento de sí mismos (p = 0,002). También fueron significativas en las habilidades sociales (p = 0,000). Para el conocimiento de sí mismos, se experimenta un aumento a medida que ascienden los niveles de ansiedad. Completamente opuesto aparece el caso de las habilidades sociales. Sin embargo, si se considera la variable felicidad como factor, se encuentran diferencias estadísticamente significativas en IE total (p = 0,000) y en la mayoría de sus factores. Es lo que ocurre con la empatía (p = 0,005) y el autocontrol (p = 0,000). También fueron significativas en las habilidades sociales (p = 0,002). Se observan puntuaciones más bajas entre los niveles intermedios de felicidad y más elevados en los extremos. No obstante, se observa un aumento progresivo a medida que se asciende en los niveles de felicidad total, describiéndose una relación directamente proporcional en lo que a puntuaciones en las habilidades sociales se refiere (tabla 8).
Discusión y conclusiones
En ansiedad, se registran diferencias significativas en función de la edad, por lo que puede verse un ascenso desde los 12 hasta los 18 años. Esto indica que la edad es un factor determinante (Cazalla-Luna y Molero, 2014). La felicidad experimenta un descenso progresivo en sus niveles a medida que se avanza en la edad cronológica. Se reincide en el sentido de las diferencias, de modo que son contrarias a las descritas para la ansiedad. Esta realidad es contraria a la encontrada en Carballeira et al. (2015), en que son los más jóvenes los que muestran mayores niveles de felicidad.
Para el sexo, se vuelven a hallar diferencias estadísticamente significativas para los totales y todos los factores de la ansiedad. Las personas pertenecientes al sexo femenino reflejan puntuaciones más elevadas en todos los casos. El sentido de estas diferencias coincide con la mayoría de trabajos consultados (Moreno-Rosset et al., 2016; Pulido y Herrera, 2018). Por el contrario, tanto en felicidad como en las categorías satisfacción con la vida y condiciones de vida positivas, se vuelven a encontrar diferencias estadísticamente significativas, de modo que son los varones los que demuestran niveles superiores. Son numerosos los trabajos que indican una relación idéntica a la descrita (González-Quiñones y Res-trepo-Chavarriaga, 2010; Quiceno y Vinaccia, 2010). Según este tipo de trabajos, los varones percibirían más la presencia de emociones positivas que las mujeres (Urzúa, Godoy y Ocay, 2011; Quiceno y Vinaccia, 2010). Ante estas diferencias encontradas, se pretende un alejamiento de las concepciones basadas en criterios de tipo biológico, para concederles mayor credibilidad a aquellas que consideran diferencias en los patrones de socialización y la presencia marcada de determinados roles. Esto pone de manifiesto la existencia de patrones de educación diferencial para ambos sexos (Pulido y Herrera, 2016) y permite que se pueda estimar el componente social como principal elemento responsable de las diferencias encontradas en esta variable sociodemográfica (Caballero et al., 2015; Pulido y Herrera, 2016).
En función de la cultura/religión del sujeto, aparecieron diferencias estadísticamente significativas en ansiedad total, estados emocionales positivos y preocupaciones, y dificultades. En esta ocasión, los pertenecientes a la cultura musulmana reflejan niveles inferiores que los pertenecientes a la cristiana occidental. Esta realidad, también apareció en otros trabajos en los que se destaca este contexto como elemento clave para el desarrollo emocional (Giménez-Dasí y Quintanilla, 2009; Caballero et al., 2015; Pulido y Herrera, 2016). Para la variable felicidad, se pueden describir diferencias estadísticamente significativas tanto en los niveles totales como en los factores satisfacción con la vida, condiciones de vida negativas y cambios en la vida. Una vez más, el sentido de estas vuelve a ser inverso al que se describía para la ansiedad. Esto refuerza la importancia concedida al contexto cultural y sus diferencias sobre el bienestar psicológico (Restrepo et al., 2011; Quiceno y Vinaccia, 2010).
De acuerdo con el estatus, aparecieron diferencias estadísticamente significativas en ansiedad, observándose un descenso progresivo en sus puntuaciones (y sus factores) a medida que se sube en el estatus. Son varios los estudios en los que se ha encontrado un nivel superior de ansiedad y otros estados emocionales de carácter negativo entre los sujetos pertenecientes a estratos socioeconómicos más bajos (Kushnir, Gothelf & Sadeh, 2014; Roth et al., 2014; Pulido y Herrera, 2016). Para la variable felicidad, las diferencias estadísticamente significativas se dan en los totales y en los factores condiciones de vida negativas, satisfacción con la vida y condiciones de vida positivas. Otra vez, el sentido de estas vuelve a ser inverso al que se describía para la ansiedad: son los de niveles más elevados los que reflejan puntuaciones superiores en esta variable y sus factores. Tal realidad es similar a la de otros autores (Quiceno y Vinaccia, 2010; Carballeira et al., 2015), según la cual el nivel económico y sociocultural correlaciona positivamente con el estilo educativo familiar y repercute en diferentes dimensiones de desarrollo emocional.
Si se considera la variable felicidad en función de los niveles de ansiedad, se pueden contemplar diferencias estadísticamente significativas tanto para la felicidad total como para casi todos los factores. Como se ha venido contemplando a lo largo de los diferentes apartados, el comportamiento de ambas variables consideradas es contrario. Esta realidad apoya las diferencias encontradas, que indican una relación inversamente proporcional entre estados emocionales. Esto hace que, ahora sí, se pueda hablar de estados emocionales contrapuestos. De esta forma, parece haber interferencia entre la presencia de estados emocionales positivos y los de carácter negativo (Adamson, 2013; Carballeira et al., 2015; Moreno-Rosset et al., 2016). De la misma manera, aquellas personas que gozan de un mayor grado de bienestar presentarían un desarrollo más saludable y positivo, que sería un elemento significativo en la prevención de trastornos emocionales, como la ansiedad, la depresión, las fobias, etc. (Moreno-Rosset et al., 2016).
Se continúa con la siguiente variable, la IE en función de la edad, que vuelve a ser un factor determinante, dado que se pueden recoger diferencias estadísticamente significativas en el nivel general de IE mostrado (puntuaciones generales) como en los factores que la conforman (tipos), incluidas las habilidades sociales. Para todo esto, se puede destacar el proceso de desarrollo socioemocional del sujeto. Este crecimiento progresivo provoca importantes cambios en todas las capacidades que forman parte de la inteligencia emocional, incluidas las habilidades sociales (Brouzos, Misalidi & Hadjimatheou, 2014; Cazalla-Luna y Molero, 2014; Pulido y Herrera, 2016).
Según el sexo, se volvieron a encontrar diferencias estadísticamente significativas entre IE total, empatía, autocontrol y conocimiento de sí mismos, en que las mujeres evidencian puntuaciones superiores (Pulido y Herrera, 2016; Cejudo, 2016). Se vuelve a destacar concepciones relacionadas con patrones de socialización y desempeño de distintos roles para ambos grupos (Brackett & Salovey, 2006; Pulido y Herrera, 2016). Todo lo comentado cambia si se consideran las habilidades sociales, en que no se encontraron diferencias estadísticamente significativas.
Se puede considerar que la cultura/religión es una variable determinante en cuanto a las puntuaciones en los totales y también en sus factores. En cada uno de los casos en los que se recogieron diferencias significativas, fueron los cristianos los que obtuvieron resultados superiores. En otras experiencias, la cultura también fue un elemento a considerar, dado que en el mismo contexto los participantes pertenecientes al grupo de cultura/religión musulmana mostraron peores resultados en las puntuaciones de inteligencia emocional (Pulido y Herrera, 2016). Esto demuestra que la cultura de origen influiría en las relaciones afectivas y en la constitución de competencias emocionales (Gutiérrez y López, 2015). Al mismo tiempo, el desarrollo de estas competencias tiene una importante relación con la integración efectiva de sujetos pertenecientes a alguna minoría social, étnica o cultural, por lo que existe una relación directa entre la inteligencia emocional y la cultura.
El estatus socioeconómico y cultural es otra variable determinante en cuanto a las puntuaciones en los totales y también en sus factores, excepto en el caso de la motivación. Tampoco se encontraron estas diferencias en habilidades sociales. En este caso, los resultados más altos se dieron en el estatus medio (sin una progresión lógica), lo cual coincide con la presencia de diferencias; en función del estatus, aparecen los trabajos de Pulido y Herrera (2016).
Se continúa con la IE de acuerdo con los niveles de ansiedad. No existe ninguna interacción entre ambas variables. Solo se encontraron diferencias significativas en el factor conocimiento de sí mismos. El sentido tampoco es el esperado, dado que las puntuaciones más altas se dan en los niveles más altos de ansiedad. El asunto cambia si se hace referencia a las habilidades sociales, en que aparecen diferencias estadísticamente significativas, de modo que son todas ellas inversamente proporcionales a los niveles de ansiedad. Esta realidad, en el caso de la IE, no difiere de experiencias previas, en la que se demuestra la incidencia del miedo sobre este tipo de habilidades (Pulido y Herrera, 2016).
Los resultados mostrados también difieren de aquellos en los que la percepción de inteligencia emocional demuestra ser un adecuado predictor del funcionamiento personal, social y emocional del sujeto (Cazalla-Luna y Molero, 2014). Por otro lado, también se encontraron trabajos que sirven de punto de partida para apoyar los resultados en lo referente a las habilidades sociales. De esta manera, existen coincidencias con estudios en los que se establecen relaciones entre miedo y las habilidades sociales (Pulido y Herrera, 2016). No solo coincide la existencia de diferencias, sino también el sentido de estas, dado que también se describe una relación inversamente proporcional entre ambos elementos (Pulido y Herrera, 2016). Según los niveles de felicidad, existe una relación entre ambas variables, dado que se hallaron diferencias estadísticamente significativas tanto en IE total como en empatía, autoconcepto y autocontrol. No obstante, no existe una distribución lógica en cuanto a las puntuaciones de esta variable. En otros trabajos, los sujetos con bajos niveles tienen un mayor riesgo de desajuste emocional (Rosa et al., 2015), asunto que no se cumple en este trabajo. Todo cambia, de nuevo, si se considera el factor habilidades sociales. En esta ocasión, se observa un aumento progresivo a medida que se asciende en los niveles de felicidad total, describiéndose una relación directamente proporcional.