1. Introducción
La centralidad del trabajo es entendida como “el conjunto de creencias, definiciones y el valor que individuos y grupos atribuyen al trabajo” (MOW, 1987, p. 13). Esta centralidad es comprendida de dos formas: 1) Absoluta, es decir la importancia en general otorgada al trabajo por parte de los individuos; y 2) Relativa, entendida como la importancia del trabajo con respecto a otras esferas de la vida en la situación concreta de encontrarse en un empleo (MOW, 1987; Kanungo, 1983).
Las razones para que el trabajo tenga importancia nodal en las sociedades capitalistas occidentales radica en que cumple tres funciones claves que, según el discurso filosófico-político de la modernidad (Habermas, 2008) desempeñan roles pragmáticos/utópicos (Habermas, 2002) sin los cuales no se podría comprender la existencia de las sociedades actuales: 1) Cognitivo-instrumental, cuyo fin es de creación de bienes de uso y riqueza material. 2) Práctico-moral; orientación hacia la actividad del trabajo con fines de atender una responsabilidad social, correspondencia colectiva y vínculo social. 3) Estético-expresiva; referida al carácter de realización personal o autoexpresión, entendida como actividad que permite aprender, crecer y potencializar capacidades nominales (Noguera, 2002; Méda, 1998; 2007). La primera dimensión es entendida como valor extrínseco y el resto como valores intrínsecos o expresivos del trabajo (Harpaz & Snir, 2003; Schwartz, 1999).
Es decir, consideramos el trabajo en su sentido social, cultural y normativo que representa beneficios no solo materiales sino también colectivos, éticos y políticos diversos (Noguera, 2002). Por lo tanto, el trabajo es un concepto semántico, no ontológico, cuya consideración depende de cada cultura o época, y que se relaciona a significados de prestigio, jerarquía, estigmas colectivos, etcétera (Sahlins, 1997).
Como ejemplo de las distintas acepciones del trabajo, en las sociedades preeconómicas tuvo importancia por su carácter social al entenderse como el vehículo para el prestigio social, regido por máximas y calendarios religiosos (Veblen, 2005; Molina y Valenzuela, 2007; Méda, 1998). En la Grecia clásica representaba tareas absolutamente degradantes y de poco aprecio (Arendt, 2014); lo mismo en el imperio romano (Méda, 1998). Sin embargo, en la edad media se reinterpretó el concepto hasta conformar una fórmula que sancionó la inactividad para la contemplación a su Dios y la vida material, abriendo paso a la idea de salvación a partir de la laboriosidad (Sanchis, 2004). Con la reforma protestante la nueva lectura de las “santas escrituras” suponía la inexistencia de paraísos extraterrenales, sino que ahora la existencia misma se convertía en la actividad para alabar a su deidad mediante la labor encomendada: trabajar (Weber, 1999a). Y en las sociedades industriales capitalistas, entendida la actividad como trabajo asalariado, subvirtió las formas precapitalistas del trabajo ciñéndolas al cálculo de la ganancia mediante coacciones operativas; provocando giros súbitos de valores, modos de vida, de referirse u orientarse. En suma, el trabajo se convirtió en la vida misma, o sea, la alienación (Gorz, 1995; Méda, 1998). Es decir que se ha considerado como una categoría medular en la vida de los sujetos modernos (Antunes, 2005; De la Garza, 2003; 2011).
Así, la centralidad o importancia del trabajo ha sido una temática ampliamente estudiada en las ciencias sociales y sociología. Se pueden reseñar algunos aportes fundamentales, como los postulados teórico-económicos de Adam Smith (2010) que ubicó el trabajo como la fuente de la riqueza material de las naciones y la cohesión social. Karl Marx (1984) quien retoma críticamente la anterior tesis, aporta la distinción entre trabajo abstracto y concreto en el desarrollo capitalista inicial. Consideró que el modo de producción es la base de las contradicciones sociales que originan la historicidad; por lo tanto la relación social del trabajo figura como elemento central de análisis. Max Weber (1999a) quien a partir del estudio del protestantismo como ética religiosa y de vida refiere su influencia en la constitución del capitalismo europeo occidental, donde la significación cultural del trabajo toma relevancia como “espíritu” del sistema económico.
En las investigaciónes empíricas, desde el matiz cuantitativo, que se han convertido en referencias obligadas del estudio de la centralidad del trabajo, son las realizadas por Rabindra Kanungo (1982; 1983), quien construye las herramientas estadísticas iniciales para explorar el interés en el trabajo (work involvement). Inspirado por estos estudios surgió el grupo The Meaning of Working (MOW), cuya investigación comparativa internacional tuvo como objetivo revisar el compromiso en el trabajo a partir del significado que los actores le otorgan a la actividad; esto mediante una encuesta de quince mil informantes de nueve países (MOW, 1987). Derivado de este grupo, Raphael Snir e Itzhak Harpaz (2002; 2005) han realizado investigaciones que analizan la prioridad de esferas de la vida en las que el trabajo conforma una de ellas. También se investigó la importancia que tendría el trabajo si los informantes ganaran la lotería o heredaran sumas millonarias (Snir, 2011). Por otra parte Shalom Schwartz (1999) quien a partir de estudios sobre valores humanos como “principios guía”, analiza el trabajo en aspectos valorativos como la centralidad, normas y metas en el empleo. Con ello y de forma comparativa genera una tipología de países con alta centralidad en el trabajo. Ronald Inglehart (1971; 1991; 1998) ha estudiado el trabajo como valor y su relación con condiciones económicas desahogadas. Lucie Davoine y Dominique Méda (2008) analizan la importancia del trabajo en Francia comparativamente con el resto de Europa, utilizando la misma encuesta que el presente estudio. Y en el caso de España, Pérez y Díaz (2005) así como José Luis Veira y José Romay (1998), con la misma fuente de datos, lo estudian tanto en el contexto nacional (español) como en el regional.
Así, estos antecedentes nos incentivan a realizar una exploración del tema para el caso de Estados Unidos de América utilizando las encuestas 1990-2014 con el objetivo de analizar la centralidad del trabajo frente a otras esferas de la vida y en función de las particulares condiciones demográficas y estructurales.
2. Materiales y métodos
La indagación se propone hacer uso de la Encuesta Mundial de Valores (World Values Survey -WVS-) en cuatro ciclos de 1995 a 2014. La particularidad de esta encuesta como fuente base de nuestro estudio radica en la naturaleza de los objetivos con la que fue creada: entender los cambios en percepciones, creencias, motivaciones y valores de las personas, por medio de encuestas representativas. La técnica de recogida de datos se efectúa en trabajo de campo “cara a cara” con la persona entrevistada. Los tipos de muestra son nacionales y estratificada en varias etapas. El lenguaje utilizado es el propio de cada país. El procedimiento de ponderación es por sexo y edad. Todas las encuestas fueron realizadas a informantes mayores de edad.
El criterio de selección de la variable dependiente de la encuesta está en función de los ejemplos que otros estudios aportan para analizar el mismo fenómeno y con la misma fuente de datos (Méda y Vendramin, 2013; Davoine y Méda, 2008; Veira y Muñoz, 2004; Veira y Romay, 1998; Inglehart, 1991; 1998) así como de la sistematicidad con que fue recogida la información respecto a las encuestas previas. Así, la variable a utilizar es de tipo Likert que versa de la siguiente manera: “Dígame, por favor, qué grado de importancia tiene en su vida uno de los siguientes aspectos: El trabajo”. Y las dimensiones son: 1) Muy importante 2) Algo importante 3) No muy importante y 4) Nada importante.
Las submuestras a utilizar constan de 1.542 casos en la encuesta de 1995-1999, 1.200 en 2000-2004, 1.249 en 2005-2008 y 2.232 en 2010-2014. La estratificación por sexo es invariablemente 50% hombres y 50% mujeres y la proporción de respuesta a la variable considerada dependiente es de 100%.
Las variables independientes las agrupamos en bloques. Denominando la primera como demográficas, las cuales se componen por sexo, edad, estado civil y escolaridad. Las razones de elección de estas se basa en recomendaciones metodológicas del tema (Kanungo, 1990; 1992), en estudios empíricos previos (Snir, 2011; Snir y Harpaz, 2002) y teóricos contemporáneos (Standing, 2013) que refieren la variabilidad de la importancia del trabajo según la condición demográfica específica.
El segundo bloque de variables las denominamos estructurales y se componen por el sector de empleo, naturaleza de la actividad laboral (manual o intelectual; rutinario o creativo; con independencia o no), escala de salarios y situación laboral. Esto a causa de investigaciones que se refieren al tipo de actividad como influyente de las valoraciones diferenciadas con respeto al trabajo (Standing, 2013; Sennet, 2005; Finkel, 1999; Boltanski y Chiapello, 2002; Collins, 1989).
El análisis de datos inicial será el cotejo de la importancia que posee el trabajo frente a otras esferas (ocio, familia, religión, política, amigos) a partir de la variable dependiente frente a otras construidas bajo la misma estructura. Esto mediante la técnica de comparación de medias entre conjuntos de datos con variables categóricas ordinales. Su importancia radica en describir puntualmente la preponderancia de las esferas de vida. La interpretación de los datos se realiza a partir de los resultados cuando el valor se acerca o aleja a la categoría de referencia, en este caso la última: “Muy importante”. Es decir que se interpreta conforme el valor numérico resultado del cálculo, en cuanto es próximo a la categoría de referencia. Para este cálculo no es necesario realizar pruebas T de comparación con análisis de Anova, ETA, ya que no es una variable continua o numérica; ni pretendemos demostrar la relación entre variables (Moral, 2006). El ejercicio se realiza en el total de encuestas, comparando promedios regionales y mundiales con la muestra objeto de investigación.
El segundo análisis será utilizando las distintas encuestas realizadas, lo cual implica el uso de una técnica estadística particular que ha sido recurrentemente puntualizada en estudios empíricos previos de la temática y con la misma fuente de datos (Méda y Vendramin, 2013; Davoine y Méda, 2008). Nos referimos a estudios transversales, por los que entendemos los análisis que se destinan a revisar la frecuencia y distribución de eventos medidos en un momento dado de tiempo, de una o varias variables en momentos determinados (Hernández y Velazco-Mondragón, 2000; Navarro, Sánchez y Martín, 2004). De tal forma que centraremos nuestro análisis examinando transversalmente cada ciclo de la encuesta para diagnosticar progresivamente las permanencias o cambios de actitudes, creencias y valoraciones de los y las informantes con respecto a lo que nos importa estudiar. La intención de emprender una comparación temporal tiene el mero objetivo de visualizar, no explícitamente de profundizar en cotejos matemáticamente estructurados, las tendencias reflejadas en las encuestas.
El análisis transversal se realizará mediante una revisión histórica del comportamiento de los datos a partir del cruce de variables independientes con la dependiente a lo largo de las cuatro oleadas propuestas. La técnica estadística para ello es el análisis tabular o de tablas de contingencia simples, ya que las variables son ordinales y nominales (Latiesa, 1991; López-Roldan y Fachelli, 2015), y a su vez la relación entre las mismas se considera como no paramétrica (Sánchez, 2005).
La forma de presentar los resultados de estas tablas -considerando que se realizarán de forma histórica o transversal y suponen constructos altamente cargados de datos que hacen compleja su lectura e interpretación- se realizan atendiendo recomendaciones didácticas puntuales (Arteaga, Batanero, Cañadas y Contreras, 2011); es decir mediante gráficos de barras apiladas con fines de sintetizar la información y hacerla comparable de manera representativa.
Es clave y fundamental señalar que el cálculo de las variables se realiza a partir de una muestra, por lo que es necesario constatar la asociación. Así, a causa de la naturaleza de las variables se revisará la prueba de independencia chi cuadrado de Pearson (López-Roldan y Fachelli, 2015). De igual forma se calculará el coeficiente de grado de asociación V de Cramer ya que es una medida relacionada con Chi, válido para cualquier tabla de contingencia (López-Roldan y Fachelli, 2015), a pesar de estar considerada también como tendiente a subestimar el grado de asociación entre variables (Rodríguez y Morar, 2007). De tal forma que la validez de la asociación de Chi no mayor a 0,000 ratifica la asociación; mientras que la V de Cramer requiere una medida de alta asociación si alcanza valores de 1. Sin embargo es poco frecuente alcanzarlos ya que lo máximo empíricamente frecuente es 0,6. A pesar de ello, valores de 0,000 pueden ser interpretados como un valor intermedio (López-Roldan y Fachelli, 2015).
3. Resultados y discusión
3.1. Centralidad relativa y absoluta del trabajo
De forma generalizada el trabajo conforma un rasgo central en la vida de los países latinoamericanos ya que durante la última oleada de la WVS 2010-2014 se conforma como el segundo valor más importante (3,57), tan solo debajo de “la familia” (3,90); En Estados unidos representa la cuarta prioridad (3,05), por debajo de la familia (3,90), amigos (3,50) y ocio (3,31) (Tabla 1).
Tabla 1 Importancia del trabajo en la vida. World Values Survey 2010 - 2014, Estados Unidos, América y Europa. Medias aritméticas
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Fuente: Elaboración propia con base W orld Values Survey (2014).
Con respecto a Europa, el trabajo se ubica como tercera prioridad (3,32) por debajo de la familia (3,88) y amistades (3,38). Y el promedio mundial lo refiere como segunda prioridad (3,47), solo por debajo de la familia (3,91). Es decir que la jerarquía otorgada a la actividad en Estados Unidos se ubica por debajo de cualquiera de los promedios continentales señalados. Cabe señalar que este país reflejó la media más baja de entre los 23 países de ambos continentes. Y con respecto al promedio mundial, se localiza dos niveles por debajo de la preferencia o jerarquía global.
El comportamiento estadístico histórico de la importancia del trabajo relativa en las mismas muestras permite apreciar que en América conserva una constante de ubicarlo en segunda prioridad, siempre por debajo de la familia. El caso europeo se mantuvo en el segundo nivel hasta el año 2000 que transitó a tercera prioridad, por debajo de la familia y las amistades; haciendo con ello un desfase importante con las tendencias globales o mundiales que de forma constante lo señalan en segunda prioridad (Tabla 2).
Tabla 2 Posición jerárquica otorgada al trabajo en la vida frente a otros ámbitos de la vida (familia, amigos, ocio, política, religión). World Values Survey 1990 a 2014
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Fuente: Elaboración propia con base a W orld Values Survey (1990-2014).
Estados Unidos solamente ha tenido un cambio en la oleada de 2000-2004, ya que subió una posición en la jerarquía valorativa; aunque en el resto de oleadas lo ubicó en la misma cuarta prioridad. Además de que la tendencia se proyecta cada vez más hacia la disminución ya que el valor de la media en la encuesta de 1995-1999 es de 3,23, en la de 2000-2004 de 3,38, 2005-2009 de 3,06 y en la más reciente 2010-2014 llega a valores de 3,05.
A nivel absoluto, la centralidad del trabajo ha tenido un comportamiento porcentual, hasta la penúltima encuesta, hacia la baja. Aunque en el más reciente levantamiento mostró una poca recuperación de poco más de tres puntos porcentuales (Gráfica 1).
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Fuente: Elaboración propia con base a World Values Survey (1995-2014).
Gráfica 1 Centralidad absoluta del trabajo, Estados Unidos de América, World Values Survey 1995-2014. Porcentajes
En las últimas dos oleadas, se ha mantenido a la baja comparativamente a los años de 1995 a 2004. Sin embargo, en la última encuesta valoró por tres puntos porcentuales por arriba (35,6%) el trabajo en comparación a la anterior (32,2%). También es importante señalar que en estas dos últimas oleadas las categorías referentes a la baja o nula importancia han mantenido porcentajes cercanos al 20% en contraste a las anteriores. Pero no hay que olvidar que para este país el trabajo es la cuarta prioridad.
3.2. La edad y la centralidad del trabajo
Diversos análisis teóricos señalan que la valoración del trabajo como central está en función de la edad. Se ha diagnosticado de forma recurrente la posición adversa de las nuevas generaciones con la mayoría de valores que se conciben como nodales para la solidaridad social. Esto se debe a que los imperativos éticos de la modernidad se han erosionado por el arribo de una ética diferente, centrada más allá del espíritu de la responsabilidad colectiva y cívica. Esto se explica por la secularización, que deja de exaltar órdenes superiores, para dar cabida a otras de corte inmediatista, intimista y material. A esto se le ha denominado la época del “posdeber” (Lipovetsky, 2008, p. 12).
Así, se ha señalado que la edad representa un factor substancial que habilita o condiciona la forma de concebir el trabajo (Smola y Sutton, 2002; Cogin, 2012), mediado por circunstancias ocupacionales específicas (García-Montalvo, Palafox, Peiró y Prieto, 1997; García, Martín, Rodríguez y Peiró, 2001). Aunque también sin la mediación de situaciones laborales disímiles (Márquez, Friemel y Rouquette, 2005; Mannheim y Rein, 1981; Fenzel, 2013).
Se han diagnosticado tendencias puntuales que señalan la propensión de los sectores jóvenes a entender el trabajo como una actividad poco seria y sin la mayor importancia más allá de lo estrictamente material, en contraposición de los sectores adultos que lo valoran como un deber personal y colectivo (Zubieta y Filippi, 2007; Morrison, Erickson y Dychtwald, 2006; Fenzel, 2013; Sanchis, 1988; Alonso, Fernández e Ibáñez, 2011). Pese a que se ha detallado que, si bien el sector juvenil valora el trabajo en menor medida, lo hace priorizando el carácter instrumental (Sanchis, 1988).
El caso de Estados Unidos (Gráfica 2), a primera impresión, la valoración del trabajo como muy importante tiende a la baja de forma considerable en todos los rangos de edad desde 1995 hasta 2014.
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Fuente: Elaboración propia con base a W orld Values Survey (1995-2014)
Gráfica 2 Importancia del trabajo en la vida y rango de edad. Estados Unidos, 1995 a 2014. Porcentajes
Sin embargo, en la última encuesta se muestra una recuperación porcentual entre los sectores de 18 a 45 años de edad frente a los resultados de la encuesta inmediata anterior, cuya disminución había sido notable. Lo mismo sucede en el rango de 56 a 65 años. El crecimiento porcentual es más visible en los rangos de 26 a 45 años y 56 a 65 años. Pero con los sectores de mayor edad es altamente visible el desapego del trabajo de forma progresiva; incluso se observa en el crecimiento de las valoraciones negativas hacia la actividad en esta última oleada.
Otra tendencia sumamente visible es que los sectores de mayor edad son los que de forma abierta valoran menos el trabajo como “muy importante” y a su vez los que refuerzan la idea de descentralidad del trabajo por los altos porcentajes de calificación como “poco” y “nada importante” que en conjunto suman 42,7% entre 2010 y 2014.
En contraste a lo documentado, es en los sectores más jóvenes, por lo tanto en edades laborales o productivas, donde se ubican las más altas valoraciones al trabajo en la última encuesta, pero también en el total de etapas revisadas.
3.3. Escolaridad y centralidad del trabajo
La escolaridad, de igual forma, es una variable significativa para analizar las distancias con respecto a la valoración del trabajo. Resulta sumamente explicativo señalar que la forma típicamente meritocrática de las sociedades occidentales implica la construcción y consecución de credenciales para posicionarse en la estructura productiva en un estatus alto, medio o bajo; proceso imaginariamente legitimado en las sociedades modernas (Weber, 1999a; Collins, 1989).
Si bien se ha analizado exhaustivamente la relación entre escolaridad y posición laboral, dando como resultado una relación causal directa, la cual supone que a más nivel de estudios mejora la posibilidad de obtener una alta posición en la estructura ocupacional (De Ibarrola, 2005). Empero, es necesario señalar que esta relación es más compleja, ya que intervienen factores poco considerados entre la formación y el trabajo que resultan fundamentales, como las diferencias entre requerimientos de los puestos de trabajo y la formación exigida (Artiles y Lope, 1999).
No obstante, guardando las dimensiones y complejidad del fenómeno en los distintos contextos, pareciera que esa misma causalidad es aplicable a su valoración y satisfacción con la actividad realizada. Así, la influencia que el grado académico posee en la configuración del valor, creencias y centralidad del trabajo, es altamente significativa (Mannheim y Cohen, 1978).
En muestras laboralmente activas se han registrado diagnósticos de influencia diferenciada a partir del nivel de estudios entre sectores de trabajadores, con independencia de las experiencias conjuntas socializantes en un espacio laboral compartido (Zubieta, et al., 2008). Otros estudios han reseñado la variabilidad de la satisfacción-valoración del trabajo en función del nivel escolaridad alcanzada, aunado al tipo de empleo obtenido por ese grado académico (Miranda y Otero, 2005; Legaspi, et al., 2010). De forma conjunta han concluido que la relación es directa entre altos niveles educativos y elevadas valoraciones del trabajo.
Se ha destacado también una relación directa entre educación y valoración con el empleo, medido con el criterio de satisfacción en el trabajo (Rodríguez-Pose y Vilalta, 2005; Clark, 1996; Long, 2005; Torgler, 2011). Una relación un poco diversificada se percibe cuando los altos niveles educativos orientan la construcción de expectativas laborales, pero esta se encuentra en función de variables de control como la complicación de la labor realizada y los niveles de “inteligencia”. Así, la relación entre inteligencia y nivel educativo es alta; pero no tan significativa con la satisfacción hacia empleo ya que la actividad simple en personas “inteligentes” resultan poco gratas (Ganzach, 1998). Asimismo sucede cuando la variable salario se intersecta y señala que los trabajadores de altos estudios no encuentran valoración o satisfacción en el trabajo a causa de los bajas retribuciones (Clark, 1996). Sin embargo, y de forma general, la relación se señala constante entre altos estudios y valoración positiva del trabajo (Castel, 2010).
En el caso de Estados Unidos (Gráfica 3) es controversial, ya que la tendencia apunta a lo contrario, por lo menos en las dos últimas encuestas. Es decir que cuanto más educación, menor valoración como “muy importante” hacia el trabajo.
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Fuente: Elaboración propia con base en W orld Values Survey (1995-2014)
Gráfica 3 Importancia del trabajo en la vida y nivel de estudios. Estados Unidos, 1995-2014. Porcentajes
En el total de encuestas la centralidad del trabajo se aglutina en los estratos de menor nivel educativo, principalmente en los sectores sin educación en 1995-1999 (60%) y 2005-2009 (44%-7%); y en educación básica en 2000-2004 (64,3%) y en 2010-2014 (75,6%).
Por lo tanto, la muestra norteamericana posee rasgos inversos a la directriz analítica documentada.
3.4. Centralidad del trabajo y sexo
La relación entre trabajo y género ha sido una temática ampliamente abordada desde de la década de 1970, época de la institucionalización del feminismo en la academia. La relación ha sido planteada como un fenómeno estructural que acarrea consecuencias negativas y desventajosas para las mujeres. En este contexto occidental, las sociedades han significado a las mujeres y lo femenino como asociadas a la naturaleza y su reproducción, mientras que los varones o lo considerado masculino a la generación de cultura (Ortner, 1979). Consecuentemente, las mujeres fueron entendidas, normativamente, para actividades tanto de reproducción biológica como domésticas; mientras que los varones para las del espacio público, el trabajo, la política, etc. Así las mujeres en Occidente, y en sociedades occidentalizadas, se localizan en serias desventajas cuantitativas como cualitativas en todos los ámbitos.
De tales condiciones se derivan fenómenos sociológicos sugerentes en cuanto a las diferencias del valor trabajo y su centralidad. Por un lado, se ha estudiado que las mujeres que acceden al mercado laboral lo hacen en actividades que el orden simbólico de género dicta (Serret, 2001), haciendo de sus labores una extensión de los cautiverios culturales de la madre-esposa orientada a la domesticidad, el cuidado de los otros, la satisfacción de los demás (Lagarde, 2011; Fernández, 2007) y con serias limitaciones si es que intentan acceder a espacios de alto rango y que, a su vez, no se encuentren contemplados en los mandatos normativos de género (Burin, 1996). De tal forma que las condiciones laborales de las mujeres, a pesar de su progresiva incorporación al mercado laboral, es en sectores precarios, con inequidades substanciales con respecto al salario y prestaciones sociales (Zabludowsky, 2007; Carrasquer y Torns, 2007; Sánchez, et al., 2011).
En cuanto a la valoración diferenciada por género se han señalado que las distancias de sentidos entre hombres y mujeres es clara con respecto al trabajo (Kirkpatrick, Mortimer, Lee y Stern, 2007). Diversos estudios han hecho hincapié en señalar que las mujeres valoran en menor medida el trabajo a diferencia de los varones (MOW 1987; Sharabi y Harpaz, 2013) y particularmente decrece la postura en mujeres con hijos(as) (Harpaz y Fu, 1997). Las razones versan en que la continuidad en estilos de vida y condiciones en las que el trabajo no es prioridad para las mujeres hará que las diferencias en centralidad, satisfacción y compromiso laboral sean inferiores comparativamente (Long, 2005; Torgler, 2011).
De igual forma esto se debe a que, por causas de socialización de género, las mujeres concentran su atención hacia actividades orientadas al cuidado de los otros, de prestigio en la labor; mientras que los varones centran su atención hacia aspectos extrínsecos como la instrumentalidad y el poder (Schwartz, 1994; Oshagbemi, 2003; Bridges, 1989; Herzog, 1982).
Contrariamente otras investigaciones empíricas han señalado que las mujeres valoran en mayor medida el trabajo a causa de que se encuentran en situaciones en las que trabajar representa una oportunidad más allá de los espacios domésticos; y ante cualquier oportunidad de independencia es valorado positivamente (Erez, Borochov y Mannheim, 1989; Oguegbe, Okeke, Joe-Akunne y Ogochukwu, 2014). En cuanto a los contenidos del trabajo que prefieren, se ha detectado que la independencia, la consecución de metas personales, la estimulación intelectual y el uso de habilidades personales, por ejemplo, fueron los valores señalados en mayor medida que en varones; rompiendo con esto los patrones de tradicionalidad con que se asociaba en el ámbito laboral (Beutell, 1986).
Lo que arrojan los análisis de la Encuesta Mundial de Valores para el caso de Estados Unidos reitera que proporcionalmente los varones consideran más importante el trabajo que las mujeres en todas las etapas del análisis, excepto en la encuesta de 2005 a 2009 (Gráfica 4).
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Fuente: Elaboración propia con base en W orld Values Survey (1995 - 2014)
Gráfica 4 Importancia del trabajo en la vida y el sexo. Estados Unidos, 1995-2014. Porcentajes
Lo que resulta significativo es apreciar que la valoración de los hombres ha caído de forma estrepitosa desde 2004, a diferencia de las mujeres.
3.5. Centralidad del trabajo y estado civil
Las variaciones de centralidad del trabajo en función del estatus marital pueden tener diversificaciones importantes que resultan claves causales de su explicación.
Los estudios que han distinguido como variable de control o independientes del estado civil para explicar el valor trabajo han señalado diversos resultados. Por un lado se ha analizado en jóvenes el papel central del trabajo en la conformación identitaria, buscando que el estado civil explicara alguna variación; sin embargo no es un elemento determinante de cambio (Agulló, 1998), ni en otros contextos (Tahlil, Moinul & Ahmed, 2013). De forma específica con mujeres menores de 36 años se ha señalado que las solteras, a diferencia de casadas de mayor edad, por su condición civil, perciben menos sobrecarga de roles (no cumplen dobles jornadas) pero desean mayor capacitaciones para posicionarse en el campo laboral ya que se observan en condiciones desfavorables de trabajo; lo mismo sucede con las que no tienen hijos. Por lo tanto, las distancias de importancia y satisfacción con el trabajo es visible a partir del estatus civil (Paterna y Martínez, 2002).
Otros estudios han enfatizado este mismo resultado, consistente en que las personas solteras otorgan menor valor al trabajo que las casadas (Bowen, Radhakrishna y Keyser, 1994; Salami, 2008), teniendo como razones la propensión a tener menos compromiso y madurez en su actuación profesional (Etaugh y Birdoes, 1991); acentuándose aún más con las mujeres (Ueda y Ohzono, 2013).
Con respecto a estados civiles de viudez y divorcio, se ha señalado que esas personalidades suelen ser más inestables que en los sujetos casados; de forma que su desempeño y compromiso laboral tiende a ser menor (Etaugh y Birdoes, 1991).
Estados Unidos (Gráfica 5), muestra una tendencia particular ya que en la última encuesta las personas divorciadas son quienes mayoritariamente señalan el trabajo como “muy importante”, con 59,2%. Enseguida los informantes en unión libre y en tercer sitio los de estatus “separados” con 61,2% y 39% de encuestados, respectivamente. Solo 33% de los casados lo señala mientras que entre las personas solteras fue de 36,4%. Quienes en menor porcentaje señalan centralidad están ubicados en el estatus de viudos con 25,6%.
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Fuente: Elaboración propia con base en W orld Values Survey (1995 - 2014)
Gráfica 5 Importancia del trabajo en la vida y estado civil. Estados Unidos, 1995 - 2014. Porcentajes
Longitudinalmente es visible que el sector con menor porcentaje de informantes que valoran el trabajo como central ha sido el de viudos y en segundo lugar se ubican el sector de casados.
Una constante que resulta hallazgo es que el sector de divorciados(as) siempre ha señalado en mayor porcentaje el trabajo como valioso frente al resto de los estados civiles. Otra tendencia relevante es que de manera sistemática el sector de informantes en soltería lo hace por encima del sector casado, rasgo que contraviene la literatura antes señalada.
3.6. Centralidad del trabajo y situación de empleo
La situación en el empleo se refiere a la condición o posición ocupacional. Tales diferencias se encuentran altamente relacionadas con la valoración del trabajo dando lugar a variaciones importantes en las actitudes y estimaciones que se le concede (Sennet 2005; 2006; Méda 1998; Linhart 2013; Boltanski y Chiapello, 2002; Bauman 2007; 2011; Lipovetsky, 2008). Tal valoración ha sido aludida insistentemente en los estudios teóricos. A partir de las condiciones alcanzadas por las luchas obreras que se tradujo en la instauración de una jornada laboral completa, de horarios específicos, con protecciones sanitarias, seguros sociales y demás prerrogativas inherentes al Estado social o del bienestar, se dedujo analíticamente que la coherencia entre tales condiciones con las subjetividades de las bases trabajadores orientaba a que estos centraran su vida a partir de la actividad laboral (Marshall y Botomore, 2007). La congruencia entre los beneficios colectivos que el trabajo genera y las práctica de la base trabajadora se sustenta por una base subjetiva mediadora de apreciación positiva del trabajo como estructuradora de identidades, realizaciones personales, beneficios económicos, de la organización política de clase, etc. (Offe, 1992; Bauman, 2011; Dubet, 2013).
Empíricamente, investigaciones han señalado que las valoraciones, compromisos organizacionales y satisfacción entre trabajadores de jornadas completas, inmersas en coyunturas de flexibilidad y precariedad, son distintas con aquellos de tiempo parcial (McGinnis y Morrow, 1990; Rotchford y Roberts, 1982; Maruani, 2000; Alonso y Fernández, 2013). Diversos estudios señalan que los trabajadores de tiempo completo muestran mayores actitudes de compromiso con la empresa y organización que aquellos de tiempo parcial (Miller y Terborg, 1979; Clinebell y Clinebell, 2007; Eberhardt y Moser, 1995), tanto en actividades operativas (Lee, 1991) como en actividades de corte intelectual (Feather y Rauter, 2004; Barling, Rogers y Kelloway, 1995). Empero, cuando estos trabajadores de tiempo completo no tienen las condiciones preferidas por ellos, son los de tiempo parcial los que más valoran el compromiso organizacional y, por ende, el trabajo (Lee, 1991). Si bien el trabajo de medio tiempo, definido como el trabajo de duración inferior a la habitual (Sanchis, 2008, p. 120) ha sido entendido como una actividad adicional a las actividades formativas entre jóvenes así como un estatus temporal en la biografía laboral, en la actualidad se ha posicionado como la única alternativa de empleo y se denomina “mini-job” (Leschke, 2013).
La valoración del trabajo por parte de las personas en autoempleo se orientan al carácter extrínseco, es decir al salario o ganancia (Bernhardt, 1994). Incluso se ha señalado que el autoempleo genera altos niveles de satisfacción y apego al trabajo en comparación con empleos colectivos-asalariados (Blanchflower, 2000; Anderson, 2008; Benz y Frey, 2008) a causa de la mayor autonomía en el uso de capacidades, tiempo y libertad de gestión; indiferenciadamente del tipo de actividad que desarrolle (Hundley, 2001).
En cuanto al personal retirado o jubilado es menester señalar que esta etapa o estatus en la biografía se define como la suspensión de actividades laborales que incluye cambios en las dinámicas de vida y genera modificaciones en los significados del entorno que pueden representar una subvaloración de sí mismo o, por el contrario, sensaciones de libertad (Alonso et al., 2011). El papel del trabajo en esta etapa es un factor de peso para diagnosticar depresión, ya que si la persona jubilada no se encuentra en actividad laboral es más propensa a la enfermedad (Alonso y Cardona, 2007; Alonso y Pérez 2002, p. 133). Para otras perspectivas señalan que la jubilación o retiro trae consigo un deseo de desvinculación social inherente que implica necesariamente una ruptura con el mundo laboral así como a todo aquello que se le asocie (Havighurst, 1961).
Con respecto a las actividades domésticas encontramos una tendencia a que las mujeres tengan mayor centralidad en el trabajo que los varones. Empero, entre mujeres solteras, sin hijos y con experiencia laboral existe mayor valor al trabajo en comparación con las casadas, con hijos y sin ocupaciones más allá del hogar (Jordan y Zitek, 2012).
El sector estudiantil refiere, en diversos estudios empíricos, una alta propensión a valorar el trabajo positivamente. Pero los tipos de valores preferidos (intrínsecos o extrínsecos) varían en función del campo de estudios universitarios en que se desenvuelven (Abu-Saad e Isralowitz, 1997; Sánchez et al., 2011). La misma lógica se encontró entre estudiantes de nivel medio superior, aunque su variación depende de los años cursados, género y procedencia (Vondracek, Shimizu, Schulenberg, Hosteler y Sakayanagi, 1990). Con respecto a la centralidad absoluta del trabajo, se ha distinguido que es un referente en la vida, pero se acentúa más en los hombres que en la mujeres; ya que estas últimas priorizan valores familiares (Hernández, Llaguno y Beléndez, 2008).
Con el sector desempleado la investigación más representativa sociológicamente que señala la tesis de la alta centralidad del trabajo es el elaborado en Marienthal, Austria. En este estudio se alude que los “parados”, ante la inminente dificultad de reintegrarse a la actividad laboral, las estrategias obreras distaron abismalmente de las expectativas que suponían: la revolución social. Contrariamente, se registraron tendencias al aislamiento, abandono de solidaridades, pérdida de sentido de comunidad y, por último, migración. Dejando ver que la importancia que se da al trabajo es altamente significativa en este sector (Lazarfeld, Jahoda y Zeisel, 1996). Estudios contemporáneos han señalado que los desempleados presentan una alta importancia en el trabajo originados justamente por la escasez o imposibilidad de encontrar ocupación remunerada. Sin embargo, el valor motivante fundamental se ciñe al instrumental, principalmente; es decir, la obtención de ingresos (Padilla, De Uribe y Gaitán, 2012; Izquierdo y Alonso, 2010).
El caso de Estados Unidos, según los resultados de este análisis, resulta relevante; ya que los comportamientos estadísticos son, en diversos sentidos, correspondientes a los diagnósticos referidos. Lo anterior, por ejemplo, en el caso de los trabajadores de tiempo completo que supondría un apego al trabajo en mayor proporción a los demás estatus laborales. A pesar de ello, lo que la submuestra refleja es una constante declinación para valorarlo como muy importante, ya que en ninguna oleada se mostró como el sector que señalara más adeptos. En la última encuesta, solamente 38,1% lo ha señalado y de forma longitudinal muestra un declive, ya que en 1990 fue 63,4% que así declaró. Por lo que el decrecimiento ha sido de cerca de 25% (Gráfica 6).
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Fuente: Elaboración propia con base en W orld Values Survey (1995-2014)
Gráfica 6 Importancia del trabajo y situación de empleo. Estados Unidos, 1995-2014. Porcentajes
El sector de trabajadores de medio tiempo, entre 2010-2014, muestra que 37,6% de los encuestados señalan el trabajo como muy importante. Este dato resulta relevante porque transversalmente conforma el menor porcentaje que ha reportado; ya que en 1990 alcanzó 48,6%, posteriormente hubo un repunte de 62,8% de informantes que valoraron el trabajo de forma prioritaria de 2005 a 2009 para después decaer considerablemente.
Con respecto al autoempleo, en la última etapa, se describe que 50,7% de este sector valora el trabajo como muy importante, superando las categorías anteriores que histórica y teóricamente debieran señalar centralidad. La perspectiva histórica de su valoración deja ver que se ha conformado como la posición que porcentualmente reporta mayores adeptos para referirlo como muy importante, exceptuando la oleada 2005-2009. En el sector de retirados solo 19,4% señala el trabajo como central y a su vez 51,1% de sus informantes lo alude como poco o nada valioso. De forma histórica la tendencia se orienta hacia la progresiva desvalorización en este sector. Con las personas que se ubican en el hogar, 35,6% entre 2010-2014 lo señaló como central, lo que a su vez deja ver una recuperación tras una tendencia previa a la baja cuyos índices van de 43,5% en 1995 a 20% en 2009.
El sector estudiantil solo mostró 28% de adeptos al trabajo como una actividad central en la última oleada y longitudinalmente muestra un descenso continuo desde 2004 que poseía 53,9% de partidarios a la idea de centralidad.
El sector en desempleo ha mostrado una recuperación del valor trabajo, ya que de 1995 a 1999 el 63,5% de informantes refirió mucha importancia y ha disminuido hasta 36,5% en 2005-2009, hasta la recuperación en la reciente oleada con 51%. Por lo tanto, los sectores que refieren mayor importancia en el trabajo en Estados Unidos son los trabajadores autónomos y desempleados.
4. Conclusiones
Los debates actuales acerca de las transformaciones productivas a causa de las crisis económicas de las décadas de 1970 y 1980 han llevado las discusiones sociológicas hacia la conformación de diagnósticos que definen la época como crisis de la sociedad del trabajo (Kölher y Artiles, 2010).
Estas transformaciones se caracterizan por la digitalización del proceso productivo (Rifkin, 2014), flexibilización laboral (Blanch, 2003), adelgazamiento del Estado como protector de la economía; el mercado laboral, así como de las prerrogativas legales que proporcionaba el laborar (Habermas, 2002; Standing, 2013) han incentivado reflexiones que dan cuenta de las consecuencias objetivas y subjetivas que estas modificaciones generan en las concepciones del papel del trabajo en la vida cotidiana: diseminación de la solidaridad social (Sennet, 2005; Linhart, 2013), disolución identitaria (Offe, 1992) que incentivan la individualización (Bauman, 2004; Lipovetsky, 2008) y modifican los modelos de vida vertebrados en el trabajo (Alonso, 2004).
Para el caso de Estados Unidos de América, es evidente la valoración cada vez menor del trabajo como una esfera prioritaria en la vida. Esto se reafirma comparativamente porque en los resultados de la encuesta 2010-2014 se posicionó como el país de América que en menor medida lo refirió como central. Y comparativamente con los países europeos encuestados, su ubicación fue de penúltimo sitio, solamente por arriba de Holanda.
Por lo tanto, las tesis científicas de investigaciones empíricas que señalaron los países “desarrollados” como los bastiones ideológicos que dan alta centralidad o importancia al trabajo (Schwartz, 1999) se refutan de manera categórica. Incuso la específica referencia a Estados Unidos como el país representativo de la tendencia hacia la engrandecida apreciación de esta labor (Snir y Harpaz, 2005; England, 1991) resulta altamente cuestionable.
Más bien, una de las razones o tesis que podrían explicar esta tendencia es la teoría de la posmaterialidad. Esta propuesta testifica que los países con mayores índices de desarrollo económico y seguridades materiales orientan sus valores hacia temáticas posmateriales, es decir, a la defensa de los derechos de humanos, de los animales, valores democráticos de participación civil, defensa del arte, etc. Mientras que países de condiciones materiales ínfimas, con niveles de desarrollo humano y de riqueza por debajo de las medidas mínimas, orientan su interés valorativo hacia temáticas de corte material; como la alimentación, el trabajo, el bienestar elemental, contra la inseguridad, etcétera (Inglehart, 1971; 1991; 1998).
Lo anterior aunado a la caracterización que desde la ciencia social clásica, en su vertiente teórica había advertido con respecto a este país, definiéndolo como el refugio del capitalismo sin espíritu ascético que impulsa su desenvolvimiento. País con una cultura caracterizada por el afán de posesión material más que por imperativos morales que motivaran el sentido del trabajo (Weber, 1999b).
Por último, las tendencias, según lo que el análisis transversal proporciona, apuntan a un perfil distinto a lo que la ideología del trabajo fordista supuso (Alonso, 2007); es decir, a trabajadores o trabajadoras de tiempo completo, en familias nucleares típicas y de niveles educativos por encima de los mínimos básicos. De tal forma que en este país el perfil de agente con alta centralidad del trabajo se concentra en varones, solteros o separados de edades productivas, pero con escasos niveles educativos, en autoempleo o desempleados