De este modo, la psique del hombre social es contemplada como el sustrato general común a todas las ideologías de la época, el arte incluido. Y también reconocemos que el arte está determinado y condicionado por la psique del hombre social.
LEV VYGOTSKY (1971)
Introducción: generalidades sobre la relación en psicología y arte
Tres publicaciones de finales del siglo xix y comienzos del XX marcan un hito en el uso del arte para la comprensión e intervención en enfermedades mentales graves: Genio y locura, de Lombroso (1877); Arte y locura, la vida y obra de Adolf Wölfli, de Morgenthaler (1921); y Expresiones de la locura. El arte de los enfermos mentales, de Prinzhorn (1922). Si bien con orientaciones muy distintas, en ellos aparecía la idea de que a través del arte era posible acceder a los estratos más profundos de la mente humana; que aquellos aspectos más oscuros del funcionamiento del enfermo mental y más distantes para su comprensión racional o su sistematización científica eran, si bien precariamente, abordables vía el arte. Consideraban que no era posible, como sugería Prinzhorn en su aplicación de la obra del filósofo Ludwig Klages (Gutiérrez-Peláez, Herrera-Pardo & Barbarena-Garzón, 2019), vivir subjetivamente cómo es el funcionamiento mental de un enfermo, pero a través de la impresión que nos producen sus obras quizá se pudiera percibir algo del pensamiento que antecedía y que se puso en acto en la producción de estas.
Estos tres libros pusieron en escena la importancia de tener en cuenta las producciones del enfermo como medios para la comprensión de su funcionamiento mental y fueron la inspiración de otras obras que les sucedieron. Si bien algunos autores se distanciaron de las premisas fundamentales del psicoanálisis (bien sea por posiciones científicas o políticas y religiosas), es innegable la influencia que tuvieron las obras de Sigmund Freud -principalmente La interpretación de los sueños (1900), Psicopatología de la vida (1905a) y El chiste y su relación con el inconsciente (1905b)- por proponer que determinados eventos y actividades mentales habitualmente descartadas como accesorias o insignificantes (sueños, lapsus, actos fallidos, chistes, entre otros) portaban, por el contrario, un sentido y podrían permitir una comprensión más profunda del funcionamiento global de un sujeto.
El interés por el arte (heredero del romanticismo), las premisas del psicoanálisis y los distintos desarrollos de la filosofía hermenéutica (y la proposición del método hermenéutico como un camino de acceso a la verdad) consolidaron la convicción de que, en el modo como el sujeto interpreta la realidad, proyecta sus estados afectivos y su propia vida interior. Lo pensó Carl G. Jung al formular su "test de asociación de palabras", pero también todo el desarrollo de las llamadas pruebas proyectivas, que, en un lapso muy corto, creció exponencialmente y permeó de forma masiva las intervenciones clínicas de la década de los veinte en adelante: el test de Rorschach, el test de figura humana de Machover, el test de apercepción temática (TAT y CAT) de Morgan y Murray, el test casa-árbol-persona (HTP, por su sigla en inglés) de Buck y, posteriormente, el test de la persona bajo la lluvia, el Wartegg, para nombrar algunos de los más icónicos de un gran séquito de pruebas que impregnaron la escena de la psicología clínica de mediados del siglo XX, y muchas de las cuales son usadas con regularidad en la contemporaneidad, tanto en entornos clínicos como organizacionales.
De este modo, el arte logró generalizarse a lo largo del siglo XX como una actividad que, tanto en el sujeto sano como en el enfermo, podía permitir al clínico acercarse a la comprensión de sus conflictos psíquicos y a las especificidades de su funcionamiento mental (Gutiérrez-Peláez & García-Moreno, 2018). El concepto freudiano de sublimación permitió, además, darle forma a la idea de que, vía el arte, era posible resolver experiencias traumáticas o dificultades que un sujeto podría tener en la relación con su existencia. Aproximaciones formales como la de la arteterapia (Gutiérrez-Peláez & Castro-Arbeláez, 2020) u otras espontáneas o no estructuradas han mantenido su vigencia hasta nuestros días, siendo más o menos convencionales o marginales dependiendo de la década.
La Galería Latinoamericana de Arte en Portada
La Galería Latinoamericana de Arte en Portada es un espacio que abrió la revista Avances en Psicología Latinoamericana en 2004 para conectar la disciplina psicológica (representada en los artículos publicados) con las expresiones de un artista invitado por cada año. Con excepción de los años 2005 y 2006, se han publicado en la portada de la revista obras de catorce artistas individuales y un colectivo (Las Tejedoras de Mampuján) de México, Argentina, Brasil, Alemania, España y Colombia (anexo A).
La primera invitada fue Frida Kahlo (19071954), afamada artista mexicana, con su pintura Árbol de la esperanza mantente firme (1946, figura 1), la cual acompañó de forma muy coherente el número monográfico sobre Psicología de la Salud de la Mujer (Vol. 22, 2004). En esta obra, Frida muestra, con su simbolismo habitual, el mensaje de fortaleza que ella misma se dio luego de una fallida operación de cadera que le hicieron en Nueva York, como consecuencia del grave accidente que sufrió en 1925.1 Esta suerte de 'obra terapéutica' fue sucedida, a partir de 2007, por contribuciones de artistas de profesión (como Mirta Toledo, Jerónimo Villa o Alonso Jiménez), pero también de psicólogos (como Ana María Muñoz Arroyo, Francisco Javier Labrador o María Elena Restrepo) u otros profesionales con vocación artística (como el neurocientífico Norberto García-Cairasco o el economista Alejandro Vivas Benítez).
En cada número, se ha publicado en portada una obra del artista invitado, con su respectiva ficha técnica (título de la obra, técnica y año). En el anexo A se mencionan también las personas que comentaron las obras o recomendaron al artista. A nombre del Comité Editorial de la revista Avances en Psicología Latinoamericana, agradecemos de una forma muy especial a los artistas y a sus comentadores o contactos. Ellos nos han recordado el legado eterno de Leonardo da Vinci, en virtud del cual la frontera entre la ciencia y el arte es casi invisible; y, por supuesto, que la relación entre el arte y la terapia es aún más difusa. En últimas, el arte se convierte no solo en señal inequívoca de la psique del artista, sino también de la cultura en cada momento de la historia de nuestra especie.
Reflexión final
Citaba Freud a Goethe para señalar el inmenso poder de ciertas distracciones que actúan como calmantes frente a las vicisitudes de la vida: "Quien posea ciencia y arte, también tiene religión. Y quien no posea aquellos dos, pues que tenga religión". Y es que, sin duda, algunos productos de la cultura como el arte, la ciencia y la religión tienen poder en tanto que productos, pero también como actividades que en sí mismas nos distraen del dolor. Vale la pena quizá detenerse un momento para analizar las múltiples formas en que el arte, en su función expresiva (en contraste con la función orientadora y represiva de la religión), más allá del síntoma, o bien de la estructura psíquica de los individuos, se erige como representante de narrativas que forman parte del conocimiento compartido. El arte emerge como herramienta para la construcción y transmisión de significados, como herramienta de comunicación, e incluso de reflexión. El sustrato sobre el que se construyen procesos comunicativos e identitarios que le ofrecen un lugar al desarrollo de la actividad simbólica que caracteriza nuestra humanidad.