Foucault utiliza a lo largo de sus trabajos dos métodos -el arqueológico y el genealógico- lo cual para algunos estudiosos de su pensamiento se ha convertido en un criterio de delimitación en dos etapas (Megill, 1979, pp. 451-503), a las que se uniría una tercera, que surgiría por un cambio en las temáticas. Ahora bien, la publicación de Dits et écrits y de los cursos del Collège de France ha modificado esa interpretación porque ha permitido ver que Foucault retoma viejas cuestiones y que muchos temas están presentes en las tres etapas (Nilsson & Wallenstein, 2013, pp. 9-10; Foucault, 2009, p. 133). Las lecturas más comprehensivas han mostrado que su pensamiento, aunque ha sido utilizado en ámbitos muy diversos,1 posee un orden que ofrece claves muy importantes a la hora de valorar los diferentes poderes analizados (Veyne, 2008, pp. 197-198).
Siguiendo la línea de estas interpretaciones filosóficas, creemos que la delimitación de períodos en el pensamiento foucaultiano no es ni clara ni nítida (Fontana & Bertani, 1997, p. 248). No solo los temas abordados con ambos métodos son los mismos, sino que el pretendido giro ético de este autor es, en el fondo, una articulación de las temáticas políticas (Terrel, 2010, pp. 4, 8-9), un reajuste de su noción de biopolítica que, al entroncar con el liberalismo, apela a la libertad, la individualidad y las tecnologías del yo,2 nociones del tercer Foucault que, según nuestra opinión, son aspectos que no rompen con sus tesis centrales previas: el poder crea la realidad, individual y social, por medio de dispositivos que se entrecruzan y superponen a lo largo de la historia. Lo que varía es la preponderancia de unos dispositivos sobre otros y con ello el sentido global de cada época histórica. Por ello, en su estudio de las tecnologías del yo, Foucault nunca afirma que exista un sujeto soberano fundacional ni universal (Foucault, 2009, pp. 136, 146). Ni tampoco asume que ese arte de existir sea una forma de conducir la vida al margen de las redes de los poderes-saberes.
En este trabajo nos centraremos en un momento fundamental del pensamiento foucaultiano con el objetivo de mostrar cómo se entretejen algunas de las cuestiones presentes desde antes, aunque más acentuadas a partir de la segunda mitad de la década de los setenta (Foucault, 2009, p. 62). Si se leen con detenimiento sus cursos de 1976 a 1979 se percibe que la atención del pensador francés se dirige hacia la biopolítica e igualmente se advierte que en el estudio de esas prácticas se cruzan dos reflexiones que parecen cortocircuitar el proyecto inicial: el liberalismo como forma política que pretende gobernar lo menos posible, y el poder pastoral vinculado al gobierno de sí y de los otros, más que al gobierno de los vivientes (Cubides, 2006, p. 79).
Este es un punto de confluencia de desarrollos previos que van cambiando respecto a lo proyectado -recuérdese que La historia de la sexualidad no solo quedó inacaba, sino que es un texto que tuvo transformaciones muy importantes (Castro, 2013, pp. 16-17)- pues cuando el francés analiza el gobierno de los individuos según la biopolítica señala que obedece a una multiplicidad de prácticas: el gobierno de sí, el gobierno de las almas y las conductas, el gobierno de los niños y el gobierno de los Estados (Foucault, 2006, pp. 110-111).
Estos son modos de poder que tienen en común ser artes de gobierno o gubernamentalidad, la noción que paulatinamente ganará más peso en su obra tardía. Al reflexionar sobre estas artes, Foucault destaca que hay una continuidad ascendente -para gobernar bien el Estado primero hay que gobernarse bien a sí mismo, a la familia y a sus propiedades, pues solo se puede ser dueño de los otros si se es dueño de sí mismo (2014, pp. 266-267)- y otra descendente (ese papel le corresponde a la policía), y sostiene que la pieza central del gobierno es la economía, pues se gobierna un complejo formado por los hombres y las cosas, lo que explica tanto el biopoder estatal como el biopoder liberal.3
Es la toma en consideración de estas diferentes artes de gobierno la que introduce los cambios en el proyecto foucaultiano. En función de qué arte de gobernar se estudie más, se estará en una visión más política o en otra más ética, la cual sigue siendo política, pues:
la gobernabilidad implica una relación del yo consigo, lo que significa exactamente que en la relación de gobernabilidad se está apuntando a la totalidad de las prácticas por las que se puede construir, definir, organizar e instrumentar las estrategias que los individuos, en su libertad, pueden utilizar con respecto a cada uno. Son los individuos libres quienes intentan controlar, determinar y delimitar la libertad ajena, y para hacerlo disponen de ciertos instrumentos para gobernar a otros. (Foucault, 2009, pp. 167-168)
La articulación de las prácticas de poder es, por tanto, com- pleja y requiere adoptar una visión comprehensiva de toda la obra foucaultiana. Los mismos temas aparecen en textos de los tres períodos y, lo que es más importante, Foucault no establece un corte entre eras de poder, ya que “las tecnologías del poder pueden ser transferidas de un campo a otro en el transcurso de la historia” (2009, p. 44). Si bien está claro que en las obras arqueológicas se ocupa más de la relación del saber y el poder, en ellas aparecen análisis del poder disciplinario, de su relación con el poder soberano, y de las líneas de conexión con lo que posteriormente denominará “biopoder”.
Así pues, según Foucault, lo que cambia es la preponderancia de las técnicas y su horizonte de sentido, lo que no implica que desaparezcan. Por ello Lemke, al estudiar la recepción de la gubernamentalidad en las ciencias sociales, sostiene que ese término está dotado de una gran ambigüedad que hace inviable la pretensión de usarlo como una meta-narrativa que englobaría todos los demás tipos de poder conduciendo la historia hacia una mayor racionalización, lo que supone un fuerte idealismo y una delimitación de eras históricas; postulados contrarios a lo que sostiene Foucault. Como los poderes se superponen, la noción de gubernamentalidad está cargada de ambivalencia, rupturas y saltos (Lemke, 2013, pp. 35-52).
No hay, por tanto, linealidad ni desaparición de poderes. El poder soberano perdura en la sociedad en la que vivimos actualmente,4 lo mismo que el disciplinario, aunque según los últimos escritos de Foucault, el mundo que surge en torno a los años 80 y, en el que en gran parte continuamos, supone la prevalencia de la biopolítica centrada en la seguridad, y nutrida-nutriendo la lógica del (neo) liberalismo.5 Además, el paso del biopoder como poder estatalizado al biopoder como liberalismo articulado en torno a la libertad está unido al poder pastoral: al cuidado de sí y de los otros. En el estudio de este gobierno de sí y de los otros, Foucault se propone “pasar del análisis de la norma a[l de] los ejercicios del poder, y pasar del análisis del ejercicio del poder a los procedimientos, digamos, de gubernamentalidad” (2013, p. 14).
Todo ello implica que la gubernamentalidad está unida al estudio de las experiencias de las diferentes formas por las cuales el individuo se constituye como sujeto, que es un proceso en el que juegan un papel clave el decir veraz (parrhesía), el gobierno de sí (2012a, p. 52) y las tecnologías del yo (2014, pp. 36-37). Es decir, estas transformaciones de la gubernamentalidad se articulan con y desde las temáticas éticas, lo que Foucault denominó “estética de la existencia” (2009, p. 59).
En suma, los mayores cambios en el pensamiento foucaultiano se producen entre 1977-1979, pero en ese movimiento hay una continuidad temática, que se puede concretar en varios puntos: i) la biopolítica, que, al final, se convierte en gubernamentalidad, y para algunos intérpretes se agota; ii) la sexualidad, que es el gozne entre el poder disciplinario y el biopolítico, proyecto que sufre cambios muy importantes; y iii) la parresía o decir verdadero que tiene un sentido político (Foucault, 2012a).
Este entramado de preguntas que se plasman en el modo en el que se imbrican en la biopolítica fase final del poder disciplinario (lo que se corresponde con el control estatal), el poder pastoral y el liberalismo es el que dota al término “biopolítica” de una ambigüedad enorme, que no se resuelve estableciendo un corte entre un segundo y un tercer Foucault, sino reflexionando sobre el sentido de ese entrecruzamiento de poderes.6
La relevancia de esta complejidad de la red de poderes y la ambivalencia de los términos “biopolítica” y “gubernamentalidad” son, probablemente, los que han producido una amplia y diversa recepción de la obra foucaultiana, especialmente intensa en las ciencias sociales.7 El objetivo de nuestro artículo no es repasar la ingente literatura dedicada a la recepción de Foucault en esos saberes, sino mostrar cómo se articulan las nociones de poder disciplinario y biopolítica, así como los dos sentidos del biopoder en su obra.
Poder disciplinario y biopoder
Antes de centrarnos en esa enorme madeja de problemas que es la biopolítica, conviene recordar la noción de poder de Foucault. El pensador francés se enfrenta a una concepción que ve el poder como una propiedad que alguien posee y que puede transferir o alienar por un acto jurídico del orden de la cesión o el contrato con el objetivo de constituir una soberanía política.
Esa noción de poder como propiedad delegable no es algo que forme parte del pasado, sino que continúa vigente en los actuales discursos jurídicos del Derecho Constitucional, donde la soberanía del pueblo, vía la mediación representativa del Parlamento, es traducida en competencias cuya atribución constitucional a los distintos poderes puede ser cedida completamente a instituciones supraestatales (Unión Europea, Tratados Internacionales) o delegada a los distintos órganos administrativos estatales, autonómicos o municipales, y cuya gestión puede ser concedida a distintas empresas privadas.8
Frente a esta interpretación del poder, Foucault señala que este funciona en red dando lugar al individuo y a la sociedad. Desde esta óptica, aborda el poder disciplinario, que aparece en los siglos xvii- xviii, y es un dispositivo que convive en las sociedades modernas con el poder soberano, que se ejerce a través del derecho público. El disciplinario, en cambio, lo hace a través de la mecánica polimorfa de las disciplinas que se expresa por medio de la norma (Foucault, 1997, p. 34).
Por ello, a diferencia de las rearticulaciones jurídico-constitucionales del poder soberano, las propias del poder disciplinario fueron realizadas predominantemente en el marco del derecho administrativo de la mano de su re-conceptualización como normalización y racionalización de los procesos de producción en los que interviene directamente el Estado. De ahí que el derecho administrativo en varios Estados europeos, España entre ellos, tuviera su origen y primeros desarrollos en las escuelas de ingenieros y no en las facultades de Derecho.9
El poder disciplinario se diferencia del soberano también porque lo ejerce la propia sociedad a través del control del tiempo y el espacio de cada individuo (el panóptico aplicado a todo tipo de instituciones). Es, pues, un poder disperso que cala en el cuerpo del individuo y lo moldea a fondo; es decir, es un poder individualizante y corrector cuyo modelo es médico. Este dispositivo se conserva igualmente en las sociedades actuales, pero ya no es el poder quien las define.
El biopoder, por su parte, produce y garantiza la seguridad de la sociedad, lo que incide en las nociones de riesgo y peligrosidad, que son conceptos que se van perfilando en los dispositivos disciplinarios (Foucault, 2007b, p. 258). Este poder se ocupa de datos relacionados con la población y busca optimizar la vida de un determinado grupo (Foucault, 1997, pp. 216-219).10 Los medios de los que se sirve son los mecanismos de previsión y de estimación estadísticos, así como los mecanismos reguladores para mantener una homeostasis y garantizar la seguridad acerca de todo lo aleatorio.
Foucault señala, a modo de ejemplo, los mecanismos reguladores que inducen las conductas de ahorro, especialmente las que están unidas a la vivienda y su compra, los sistemas de seguros médicos o de seguros para la jubilación,11 las reglas de higiene dirigidas a asegurar la longevidad, y las presiones que los poderes políticos pueden ejercer sobre la sexualidad y la procreación así como sobre la higiene familiar, los cuidados de los niños y su escolarización (1997, p. 224).12 En todo caso, el modelo de este poder es, como en el disciplinario, médico y su objetivo es la seguridad de la población. Sus dispositivos y su modo de legitimación no son los del poder soberano, pues, según Foucault, esto es el nacimiento de una nueva forma de gubernamentalidad (2006, pp. 84-86). El gobierno es, por tanto, diferente de la soberanía y se define como:
una manera recta de disponer las cosas para conducirlas […] a un “fin oportuno”[…]. Creo que tenemos aquí una ruptura importante: mientras el fin de la soberanía está en sí misma y ella extrae instrumentos de sí con la forma de la ley, en el fin del gobierno están las cosas que dirige; debe buscárselo en la perfección o la maximización o la intensificación de los procesos que dirige, estos instrumentos, en vez de ser leyes, serán tácticas diversas. (Foucault, 2006, pp. 122-126)
Tampoco sus dispositivos son los propios del poder disciplinario. El elemento común (la norma) es el que permite la circulación de lo disciplinario a lo regulador, pues ambos son poderes normalizadores (Foucault, 1997, p. 225). Pero los dispositivos de seguridad funcionan de un modo diferente a los disciplinarios: “No se trata de intervenir menos sobre la sociedad, sino de intervenir de otro modo: menos reglamentar los procesos sociales, que manejarlos como realidades naturales dadas” (Vila, 2010, p. 192). Es decir, el biopoder toma en consideración el hecho biológico de que el hombre constituye una especie y se despliega como un conjunto de mecanismos que interactúan con los jurídico-legales y los disciplinarios-correctivos.
En el curso 19771978, Foucault muestra el cambio en el significado de la noción de población que se “considerará como un conjunto de procesos que es menester manejar en sus aspectos naturales y a partir de ellos” (2006, p. 93). Es, pues, un fenómeno de la naturaleza que no se puede cambiar con un decreto, sino modificando aspectos relacionados con ella y especialmente a través del deseo generando un interés, lo que supone una modificación muy importante en la organización de las técnicas del poder. La consolidación de esta noción con sus aspectos biológicos y los productivos-consumistas sigue un proceso que culmina en la noción de biopolítica.13
Ahora bien, es fundamental comprender que estos poderes no actúan de la misma manera ni afectan-constituyen al mismo sujeto (el individual y el colectivo), ya que estas diferencias son las que permiten que el poder disciplinario y el biopoder no se excluyan, sino que se articulen (Foucault, 1997, p. 223). Es más, desde los primeros textos del francés el poder disciplinario está unido a las temáticas de la biopolítica (Trombadori, 2010, pp. 148-150). Es decir, para Foucault la individualidad es una producción biopolítica orientada al control de la productividad. El individuo es una realidad fabricada por la tecnología específica del poder denominada “disciplina” y este individuo es, a su vez, el sujeto de la biopolítica cuando se aborda su cuerpo productivo en su conexión con la sociedad, bien como especie, bien como máquina productiva desiderante.
La transformación del poder disciplinario en biopoder estatal
Asumiendo la dificultad, o la imposibilidad, de realizar un corte entre estas tecnologías de poder, en este apartado vamos a abordar la gubernamentalidad propia del biopoder, de ese poder que a diferencia del disciplinario, crea el cuerpo social; aquel poder que, a diferencia del soberano, se ejerce no por vía legal, sino de manera capilar en el plano de lo social. De ese poder que a partir de un momento concreto se vincula a la razón de Estado y, a partir de otro, se ejerce por medio de unas artes de gobierno que están unidas, por una parte, al gobierno de sí y de los otros (poder pastoral) y, por otra, a una lógica política que nace con el liberalismo, inicialmente vinculada a la razón de Estado y posteriormente desarrollada como una “desinversión” en la que el Estado se desinteresa de ciertos aspectos relacionados con el orden interior (Foucault, 1978, pp. 5-7). La toma en consideración de todas estas articulaciones permitirá a Foucault cambiar radicalmente el sentido de biopolítica:
Este abordaje del liberalismo señala un giro en relación con su obra precedente. El desplazamiento teórico proviene de una autocrítica a su análisis de la biopolítica como unidimensional y reduccionista, en el sentido en que se centra principalmente en la vida biológica y física de una población y en las políticas del cuerpo. La introducción de la noción de gobierno ayuda a ampliar el horizonte teórico, ya que vincula el interés en una “anatomía política del cuerpo humano” con la investigación de los procesos de subjetivación y formas de existencia morales o políticos. (Lemm, 2010, p. 252)14
El aspecto que hace las veces de hilo conductor en la trans- formación de sentido de la noción de biopolítica es el de seguridad. La biopolítica, que presenta varias dimensiones en los últimos cursos que impartió Foucault en el Colegio de Francia así como en conferencias dictadas en diferentes países de América, es una gubernamentalidad articulada en torno a la noción de seguridad. Este modelo, según Foucault, se va imponiendo al incidir, en primer lugar, en las cuestiones relacionadas con el espacio,15 aunque el poder soberano y el disciplinario están también relacionados con este. En el caso de la seguridad, el espacio está unido a la ciudad vista como un espacio de circulación y de producción necesaria para satisfacer las necesidades vitales: en el xviii se produce el desenclave espacial, jurídico, administrativo y económico de la ciudad primando el papel del espacio de circulación (Foucault, 2006, pp. 28-40).16
La seguridad se vincula, en segundo lugar, al tratamiento de lo aleatorio, especialmente a la escasez.17 Foucault señala que lo aleatorio se analiza en series y se denomina medio, que es el soporte de la circulación;18 y adquiere una forma de normalización que es específica, ya que los dispositivos de seguridad son centrífugos y tienden a ampliarse: permiten el desarrollo de circuitos cada vez más amplios, son dispositivos que no regulan, sino que dejan hacer y, con ello, dejan espacio para la libertad porque lo que se busca es captar el punto en el que van a producirse las cosas (Foucault, 2006, pp. 66-69). Es decir, la seguridad y la libertad están profundamente unidas. Esto da lugar a una correlación entre la técnica de seguridad y la población: el fin no es aislar y curar (modelo disciplinario de la lepra), sino tomar la población como un conjunto sin discontinuidad. El objetivo de los dispositivos de seguridad, que son los que se aplican a la población, es saber cuáles son los coeficientes de morbilidad probables para intentar reducir las situaciones más desviadas respecto a la curva normal por medio de la medicina preventiva (modelo de la inoculación de la viruela). Este dispositivo supone afrontar la enfermedad en términos de cálculo de probabilidades, lo que implica trabajar con la noción de caso, de riesgo, de peligro y de crisis.19 Como se ve, el tratamiento que Foucault realiza de la biopolítica, apelando a las disciplinas de la seguridad, se dirige directamente a los aspectos medioambientales y a los más propiamente físicos de la población. El biopoder es, pues, el poder que se aplica al hombre vivo, a la especie, y produce la población, que es gobernada de un modo diferente a como lo son los individuos.
Para el francés, la biopolítica se va estatalizando cada vez más hasta que en el siglo XIX el Estado se hace cargo de la vida. Es decir, Foucault señala un punto concreto en el que el gobierno de la vida-población reclama una estatalización e igualmente indica que esto se produce tardíamente porque requiere “órganos complejos de coordinación y de centralización” (Foucault, 1997, p. 222). El desarrollo de esta gubernamentalidad que apela al Estado se vincula a la estadística y a cambios importantes que suceden a lo largo de los siglos XVII y XVIII (Foucault, 2006, p. 133), lo que permitió la consolidación del arte de gobernar como economía política y la implementación de los dispositivos de seguridad.
Antes de ver cómo funcionan esos dispositivos es importante recordar que la formación de este poder está vinculada a varios aspectos, que son los que explican la ambigüedad de la biopolítica y los cambios que aparecen en el proyecto foucaultiano. Esta gubernamentalidad aparece tardíamente, no solo porque requiere coordinación y centralización, sino porque surge desde tres “sustratos” diferentes: la pastoral cristiana, una técnica diplomático-militar y la policía como arte de gobernar. La idea de que se gobierna a los hombres alcanza su elaboración más nítida en la pastoral cristiana, que entiende el poder como cuidado que atiende a omnes et singulati (Foucault, 2006, pp. 149-258). Foucault dice que la gubernamentalidad política se configura en el siglo XVI con los procedimientos propios del pastorado y también con la noción de sujeto formada por ese poder: “un sujeto atado a redes continuas de obediencia, un sujeto subjetivado por la extracción de verdad que se le impone” (2006, p. 219).20
El paso de ese poder pastoral a la gubernamentalidad ocurrió cuando el poder pastoral entró en crisis y se dispersó, lo que dio origen a contraconductas que buscaban otras formas por las cuales los sujetos fueran conducidos o simplemente la manera de conducirse cada uno a sí mismo (Foucault, 2006, pp. 223-225). La nueva concepción de la política, la estatal, nace de esas resistencias que erosionaron el poder pastoral. Como señala el francés, no se produjo una transferencia masiva de las funciones pastorales de la Iglesia al Estado, pero paulatinamente el biopoder fue adquiriendo nuevas tareas que se definen como propias del arte de gobernar (2006, pp. 275-276). Más concretamente, de ese arte de gobernar que atiende al individuo más que a la población en sentido medioambiental.
Esa es una modulación posterior del biopoder pues, según Foucault, el arte de gobernar es identificado inicialmente con la razón de Estado (2006, pp. 301-304). Desde esta perspectiva se ve que el arte de gobernar busca la pervivencia del gobierno y para ello acude a los remedios que evitan la sedición, lo que requiere equilibrar los recursos y la población aplicando toda una serie de técnicas que son las que el gobernante debe conocer: estadística o arcana imperii.21 En el gobierno de la población y en el fortalecimiento de la fuerza del Estado se introdujeron dos herramientas ya mencionadas: un dispositivo diplomático-militar y un dispositivo policial. Con el primero se buscó el equilibrio de Europa, lo que supuso un nuevo uso de la guerra, junto a una profesionalización de lo militar, y un desarrollo del instrumento diplomático (Foucault, 2006, pp. 341-353). La policía, segundo mecanismo, cumplió una función clave: “el control y la cobertura de la actividad de los hombres” (Foucault, 2006, p. 369). Por ello se ocupó de la población: el número de hombres, los artículos de primera necesidad, la salud, el trabajo y la circulación. Es decir, siguió la misma lógica de atención a todos los aspectos concretos propia del poder pastoral. Aquí el gobierno que ejerce el Estado, apelando a dispositivos de seguridad, y siguiendo una lógica biopolítica de protección-promoción de la población va virando hasta conceder más importancia a la libertad, que siempre está unida a la seguridad.
Para clarificar la diferencia en el modo en el que operan los dispositivos de seguridad en los dos tipos de biopolítica, conviene no olvidar que en el caso del control estatal la población se define principalmente desde el punto de vista biológico. La población es, como hemos señalado, diferente del sujeto colectivo creado por el contrato social y del pueblo sujeto a un poder soberano. Esta matización muestra su importancia al analizar la relación del biopoder con el discurso de las razas. Para Foucault uno de los discursos utilizados para explicar el poder como diferente de la soberanía es el que apela a la guerra, una de cuyas formulaciones es la guerra de las razas.22
Esta es una mecánica del poder que se funda sobre el cuerpo colectivo (no sobre la tierra ni sobre el cuerpo individual) y se constituye en torno a un tipo de disciplinas que buscan la normalización de lo biológico, lo que producirá un racismo biológico-social que establece una separación-lucha entre la raza verdadera y única, y la otra raza, la que no es autóctona ni sana, que deja de ser un enemigo externo para convertirse en aquello que se infiltra en el cuerpo social y se constituye en una amenaza para el patrimonio biológico (Foucault, 1997, pp. 47-53). De ahí la necesidad de seguridad: la población es vista como algo que hay que defender frente a los ataques “biológicos”.23
Esta es la guerra que se libra en el cuerpo social o nación, pero se realiza no solo socialmente sino también estatalmente, pues una nación es más fuerte cuantas más capacidades estatales tiene.24 Así pues, este discurso que surge en la sociedad requiere para su puesta en práctica un poder centralizado y centralizador que adopta la forma de lucha por la vida y otorga al Estado la función de protector de la pureza solo cuando toma la forma de racismo de Estado y logra la estatalización de lo biológico. Ninguno de estos dispositivos es soberano.
Del biopoder estatal al (neo)liberalismo
A esta gubernamentalidad vinculada al Estado, sigue otra que es un tipo de arte de gobernar opuesto al anterior y que se apoya, a partir del siglo xviii, en el papel de los economistas quienes “al recortar así el dominio del Estado […] definieron una nueva racionalidad. […] gubernamentalidad de los economistas que, creo, va a servir de introducción a algunas de las líneas fundamentales de la gubernamentalidad moderna y contemporánea” (Foucault, 2006, pp. 397-399).25
La idea clave, que servirá de paso al nuevo sentido de la biopolítica, es que el Estado tiene que garantizar la gestión de la población, lo que requiere un conocimiento científico porque la población tiene sus leyes propias de transformación y desplazamiento, y está sometida a procesos naturales (2006, pp. 402-403). Foucault cree que aquí se ha producido un cambio importante en la comprensión y el gobierno de la población, que ahora corresponde a quienes tienen los conocimientos científicos de la economía.
Además, hay que tener presente que en la fase precedente el modelo disciplinario ha ido cediendo su lugar a los mecanismos de seguridad: gobernar respetando las libertades.26 La nueva gubernamentalidad se articula, por tanto, con varios elementos: sociedad, economía, población, seguridad y libertad. Esto significa que esta gubernamentalidad establece una limitación interna que requiere para alcanzar sus objetivos limitar la acción gubernamental gracias al establecimiento de cosas que deben hacerse y cosas que no deben hacerse.
La cuestión es, por tanto, cómo no gobernar demasiado y la racionalidad que se utiliza para hacerlo es la economía política (Foucault, 2007a, p. 30),27 que reflexiona sobre las prácticas guberna mentales y las juzga por sus efectos, poniendo a la vez de relieve que hay una naturaleza propia de los objetos de la acción gubernamental, y que hay procesos y regularidades que se producen necesariamente debido a mecanismos inteligibles.
Así pues, la práctica gubernamental solo alcanzará su objetivo si respeta esa naturaleza, lo que implica conocerla. Esa autolimitación del gobierno es el liberalismo, que “es la organización de los métodos de transacción aptos para definir la limitación de las prácticas de gobierno […] en lugar de tropezar con límites formalizados por jurisdicciones, se [da] a sí misma límites intrínsecos formulados en términos de veridicción” (Foucault, 2007a, p. 39).28
En este punto, el francés se centra en el liberalismo como autolimitación de la gubernamentalidad, más que en la población o la biopolítica. Foucault introduce un viraje en su proyecto y destaca que el liberalismo supone un dejar hacer en el ámbito de la economía y del mercado, que revela una verdad (la de los mecanismos naturales) que servirá para discernir las prácticas gubernamentales correctas de las erróneas. Y esta es una nueva forma de limitación del gobierno que se hizo fuerte y que, tomando como eje la utilidad, sirvió de criterio de establecimiento de los límites del poder público.29
Ello supuso una nueva definición del equilibrio europeo, que es visto como un sujeto económico que debe avanzar por el camino del progreso ilimitado, lo que conlleva un cálculo planetario que se limitará, no para respetar la libertad de los individuos, sino por la evidencia del análisis económico:
Si empleo el término “liberal” es ante todo porque esta práctica gubernamental que comienza a establecerse no se conforma con respetar tal o cual libertad, garantizar tal o cual libertad. Más profundamente, es consumidora de libertad. […] Consume libertad: es decir que está obligado a producirla. Está obligado a producirla y está obligado a organizarla. […] en el corazón mismo de esa práctica liberal se instaura una relación problemática, siempre diferente, siempre móvil entre la producción de la libertad y aquello que, al producirla, amenaza con limitarla y destruirla. […] Es preciso por un lado producir la libertad, pero ese mismo gesto implica que, por otro, se establezcan limitaciones, controles, coerciones, obligaciones apoyadas en amenazas, etcétera. (Foucault, 2007a, p. 84)
Conviene no perder de vista que esta apelación a la economía y a la libertad económica supone un rechazo del Estado como institución que controla e interviene. Por ello en esta lógica liberal la economía es la que produce la legitimidad del Estado y es la creadora de derecho público así como del consenso permanente de carácter político.30 Esto es, una razón gubernamental que busca legitimar un modo de relacionarse en el que la libertad económica se convierte en criterio político. De ahí que en este caso haya que pasar de la doctrina económica del liberalismo (que está presente en la consolidación de la razón de Estado y en la biopolítica como control estatal) al liberalismo como arte de gobernar.
Esta pretensión de que el mercado o la economía tiene capacidad de formalización para el Estado y para la sociedad es el primer elemento que modifica radicalmente el paso del liberalismo al neoliberalismo: “no se trata simplemente de liberar la economía. Se trata de saber hasta dónde podrán extenderse los poderes políticos y sociales de información de la economía de mercado” (Foucault, 2007a, p. 150). Por ello la política neoliberal no se ocupa del bienestar social, a lo sumo fomenta una ‘política social individual’ o privatizada; es decir, no se asegura a los individuos ante los riesgos con una cobertura social, sino que se otorga a cada uno de ellos un espacio económico dentro del cual cada uno asumirá y afrontará dichos riesgos.31
La gubernamentalidad neoliberal es, por tanto, un gobierno de la sociedad en el que esta es una sociedad de empresa (Foucault, 2007a, pp. 183-186). La sociedad es comprendida y regulada con los criterios de la economía, la que, a su vez, tiene como principio fundamental la competencia: este es el segundo aspecto que el neoliberalismo modifica respecto al liberalismo clásico, pues concibe el mercado no como intercambio, sino como competencia. De ahí que la dinámica social, que se define en la economía, se identifique con la dinámica competitiva que es “un juego formal entre desigualdades” (Foucault, 2006, p. 153).
Como esto no es un dato primitivo, sino un constructo, la conclusión es clara: hay que gobernar para el mercado y pensar la gubernamentalidad desde esos principios del gobierno neoliberal que conciben la sociedad como una empresa, la población como capital humano y el hombre como empresario de sí mismo (Foucault, 2007a, pp. 255, 263-264). Es decir, el modelo de las relaciones sociales es económico, especialmente porque se ha producido una identificación del análisis económico con toda conducta racional, que es lo que permite juzgar la gubernamentalidad: sus intervenciones no se realizan sobre la economía, sino sobre la sociedad, pero el criterio de estas intervenciones es económico y se llevan a cabo porque hay “que intervenir sobre esa sociedad para que los mecanismos competitivos, a cada instante y en cada punto del espesor social, puedan cumplir el papel de reguladores” (2007a, p. 179).32
Este es el criterio de juicio con el que la gubernamentalidad biopolítica seguirá gobernando a los seres humanos, que ahora son capital humano, es decir, el resultado de inversiones y previsiones que cada cual realiza para garantizar el máximo posible de seguridad ante los riesgos y contingencias que puede padecer. En la idea de capital humano se diferenciará entre los elementos innatos33 y los adquiridos, que requieren inversiones educativas, que pueden calcularse. A este cálculo “se orientan las políticas culturales, las políticas educacionales de todos los países desarrollados” (Foucault, 2007a, p. 273).34
De ahí que la dinámica competitiva de la concepción empresarial de lo social fomente el ideal ético de la autosuperación y el esfuerzo, y la división de la población en dos grupos: activos y en peligro de exclusión (Vila, 2014, p. 156). Los aspectos ético-sociales de esta visión del hombre empresario de sí y el establecimiento de dos grupos sociales desde el punto de vista económico están sujetos ahora a nuevas técnicas de gobierno, que priman la libertad, pero lo hacen al precio de culpar de su propio “fracaso” a quien no alcanza ciertos estándares (Donzelot, 1991, pp. 251-280).
Una muestra de este viraje en la gubernamentalidad es el gran peso estadístico concedido a los indicadores socio-económicos en el análisis de la vulnerabilidad urbana: 1) Porcentaje de parados respecto al total de población activa. 2) Porcentaje de la población de 16 a 29 años en situación de paro respecto al total de población activa de 16 a 29 años. 3) Porcentaje de ocupados que son trabajadores por cuenta ajena con carácter eventual o temporal sobre el total de ocupados. 4) Porcentaje de trabajadores no cualificados respecto al total de ocupados. 5) Porcentaje de población mayor de 16 años que no dispone de ninguna titulación académica (Ministerio de Fomento, 2012). Es decir, la gubernamentalidad neoliberal genera profundas desigualdades y divisiones sociales que ahora se considera que son el resultado del ejercicio de la libertad individual.
Breves conclusiones
Para Foucault, esta gubernamentalidad neoliberal crea y consume libertad y lo hace mediante un cálculo cuyo principio es la seguridad. Por ello la libertad es acompañada por técnicas disciplinarias de control, coacción y coerción. Es más, los dos conceptos forman parte de la misma lógica.35 Ello es así porque el neoliberalismo, a diferencia del liberalismo clásico, no se basa en el laissez-faire, sino en la vigilancia y control permanente de varios aspectos, entre los cuales se encuentran muchos que pueden ser englobados bajo la categoría de la política social. Esto significa que el neoliberalismo, además de una nueva manera de conducir la vida de los individuos o ethos, es una gubernamentalidad biopolítica.
Este dispositivo neoliberal no es una ruptura con la biopolítica, pero sí un cambio: ahora ya no es estatal, sino gubernamental. Así pues, el viraje de la gubernamentalidad biopolítica del control estatal al (neo)liberalismo no supone una modificación de las tecnologías de este tipo de gobierno, sino solo una modulación de ciertos dispositivos que, a fin de cuentas, desde el punto de vista social provocan un aumento de la vulnerabilidad.36
Por último, hay que considerar el sujeto que conforma, ya que el neoliberalismo, como todo dispositivo, produce un sujeto concreto que tiene una peculiaridad: “El homo œconomicus es un hombre eminentemente gobernable” (Foucault, 2007a, p. 310).37 A este indi- viduo, económico y gobernable, le corresponde como correlato la sociedad civil, que es el conjunto en el que se resitúan esos sujetos para poder administrarlos convenientemente.38
Por lo tanto, lo que implica este cambio es una transformación en el tipo de sujeto que produce: el hombre autónomo, emprendedor que si “fracasa” queda excluido de lo social, no por ser anormal (poder disciplinario) ni peligroso (biopolítica estatalizada), sino por ser un marginado que no ha sabido gestionar bien sus recursos. El biopoder, incluso en su versión liberal, crea lo social y utiliza tecnologías que provocan desigualdades y disfunciones sociales, que pueden convertirse en tanatopolítica39