Introducción
“Primero fue la globalización, después la localización, ahora la hibridación”. De esta manera sintetizaba Marshall Sahlins en un prefacio a la revista Ethnohistory la metamorfosis experimentada por los estudios del encuentro colonial en la región del Pacífico en las últimas décadas 1. Movimiento parecido atravesaron los estudios sobre la América colonial. Inicialmente encuadrados en una aproximación que ponía énfasis en los impactos desestructurantes de la expansión europea sobre las poblaciones colonizadas, en la “visión de los vencidos”, como la llamaron Miguel León-Portilla y Nathan Wachtel 2, pasaron luego a valorar la capacidad de los nativos para elaborar respuestas y estrategias autónomas frente al régimen colonial, y por último a centrarse en las formas híbridas o mestizas de identidad construidas en el “encuentro” colonial. Cada uno de estos enfoques tuvo su momento de auge. Ya sea por la naturaleza de las fuentes privilegiadas, ya sea por las premisas teóricas elegidas por sus precursores, rara vez estos enfoques se han puesto en diálogo. Si durante los años 70 y 80 la investigación estuvo claramente marcada por el debate en torno de los “modos de producción” y la expansión del “sistema mundo”, los años 90 se caracterizaron por un claro retorno a la dinámica local. También por entonces vieron la luz versiones intermediarias, cuya preocupación central fue identificar la producción de espacios de mestizaje, hibridación y “etnogénesis”. El nuevo siglo será testigo de la reemergencia del interés por los circuitos globales y la indagación acerca de lo que podría llamarse “primera globalización cultural”. Aunque el debate provocado por Serge Gruzinski y Sanjay Subrahmanyam en la revista Annales3 tuvo impacto en un contexto intelectual marcado por estas cuestiones, las estrategias empíricas desarrolladas con posterioridad no abundaron ni se enmarcaron estrictamente en esa línea de reflexión.
La insistencia actual en términos como “globalización”, “historia global”, “historia comparativa”, “historias conectadas”, aunque ineludible, sigue resultando incómoda y evasiva para la mayor parte de los especialistas acostumbrados a tratar con interacciones y actores concretos del pasado latinoamericano. Si bien las lecciones de la microhistoria contribuyeron a una definición compleja y multiescalar del contexto, el estudio de las trayectorias de los actores indígenas rara vez logró expandirse más allá de una región acotada. Más bien permaneció ceñido a la escala local y al tiempo corto. Entretanto, la reificación contemporánea del individuo racional tendió a proyectarse sobre el pasado, sobredimensionando el protagonismo indígena en clave neoliberal, lo que llevó a descuidar la singularidad de los regímenes de historicidad nativos. Como reacción, buena cantidad de estudios etnológicos recientes se volcaron a resaltar las particularidades de la “agencia” en sentido indígena4.
El nuevo giro hacia lo global presenta dilemas para el tratamiento de la agencia indígena, en la medida que el énfasis en las circulaciones, como se verá, tiende a eclipsar un protagonismo indígena reificado, para reinsertarlo en la urdimbre y los flujos sociales y materiales. En otras palabras, la agencia indígena se invisibiliza, se hace menos explícita (tal vez hasta menos relevante) en el contexto de las interconexiones globales. Como sea, para quienes nos dedicamos al análisis de situaciones circunscritas de interacción, el debate actual sigue presentando el desafío de expandir la escala sin reificar las antinomias local-global, micro-macro, individual-social, apostando a un continuum analítico que responda preguntas generales a partir de situaciones locales5. Este artículo discute algunas iniciativas recientes en este sentido, partiendo de un recorrido historiográfico que coloca la situación presente en perspectiva. Teniendo en cuenta la acumulación de debates en torno de la expansión colonial, el protagonismo indígena y la producción de formas sui generis de historicidad, propongo resituar el campo ante los desafíos que plantea el nuevo giro hacia lo global representado por el estudio de las circulaciones de personas, textos y objetos.
En una síntesis reciente, el historiador alemán Jürgen Kocka recupera como una virtud de la “global history” el haber contribuido a “provincializar Europa” desde varios puntos de vista. La nueva historia global difiere de formas anteriores de “historia universal”, en la medida que no propone una teleología y visiones evolutivas hacia la homogeneidad y la convergencia, poniendo el énfasis en los procesos de producción de diferencia y complejidad. En primer lugar, promovió un debate sobre la economía mundial más allá del paradigma del “world system” dominante durante los años setenta y ochenta. En segundo lugar, concibió maneras simétricas de entender la modernidad como un proceso “múltiple” y descentrado, más allá de la idea del “clash of civilizations” y de la teoría clásica de la modernización. En tercer lugar, tendió a pensar la historia de la globalización como un proceso de interdependencia y de intensificación de percepciones, interacciones e intercambios mutuos, antes que de convergencias crecientes entre diferentes partes del mundo. En cuarto lugar, contribuyó a revertir la relación entre las llamadas “periferias” y el centro.
Kocka también señala una serie de peligros y limitaciones asociados a este desarrollo historiográfico. Entre ellos, la pérdida de vista de la dinámica local, ligada a documentaciones específicas y a lugares concretos; el sobredimensionamiento del fenómeno de las interacciones frente a las dinámicas singulares y propias, y el hecho de que buena parte de la producción proviene de los países del Norte. La escasez de expresiones de este tipo de historia en países por fuera de esas latitudes responde en parte a tradiciones de estudio de la post-Guerra Fría, pero también a desbalances e inequidades sintomáticos en el campo historiográfico. Por otra parte, debe tenerse en cuenta que buena parte de la investigación histórica sigue estando anclada en paradigmas históricos nacionales y perspectivas no globales. Para Kocka, la “global history” sería entonces una manera de ver “nuestro pasado” en una época de globalización acelerada, no siendo necesario “convertirse en un historiador global para aprovechar las ventajas de la historia global”6.
1.La emergencia de la “agencia indígena” y la relatividad de la historia
“La etnohistoria ha centrado su atención en aquellos momentos en los que el sistema mundo se expandió y en aquellas áreas en las que hubo una interacción continua entre blancos e indígenas. Esto creó la falsa impresión de que la historia indígena es historia sólo dentro de esa relación y de que existen por lo tanto sólo dos maneras de concebir la historia: o una gradual e inexorable imposición de un modelo externo dominante (en cuyo caso la historia indígena es simplemente la historia producida por otros), o la repetición de lo Mismo contra la alteridad de la historia (en cuyo caso la historia indígena es meramente la afirmación de lo idéntico, desconsiderando el pasaje del tiempo)”7.
La observación de Carlos Fausto en un volumen dedicado a las concepciones amazónicas de la temporalidad replica una crítica, instalada en los años 80, al modo como los representantes de la economía política y el world system concibieron la historia. Entonces, obras como Europe and the People without History, de Eric Wolf8, dedicadas a estudiar extensivamente el impacto de la expansión capitalista en los rincones más remotos del mundo, eran criticadas por construir una visión externa de la historia. Sherry Ortner cuestionaba con dureza dicha concepción como destinada a obtener no la historia de las sociedades nativas, sino la historia del impacto de Occidente sobre dichas sociedades. Ortner también atacaba el “presupuesto de que virtualmente todo lo que estudiamos ha sido tocado (penetrado) por el sistema capitalista mundial, y que por lo tanto la mayor parte de lo que vemos ha tomado forma como respuesta a ese sistema […]”. Y opone otro argumento: “Una sociedad, incluso una aldea, tiene su propia estructura e historia, y esto debe ser una parte del análisis tan importante como sus relaciones con el contexto más amplio dentro del cual opera”9.
El modelo de ese giro hacia la praxis histórica estaba representado en la antropología por la obra de Marshall Sahlins Historical Metaphors and Mythical Realities, y poco después por el célebre libro Islas de historia: la muerte del capitán Cook10. Dejando de lado la violenta reacción que provocaron las interpretaciones de Sahlins sobre la figura y muerte del capitán Cook, importa señalar que las obras en cuestión movilizaron un debate amplio sobre las concepciones nativas de la historia, la temporalidad y la memoria en contextos de contacto, desplazando la tradición analítica que ponía énfasis exclusivo en el sistema capitalista como movilizador de la historia11. En la visión de Sahlins, las estructuras simbólicas locales absorben el acontecimiento histórico del contacto. La gente no está determinada por las fuerzas globales, en la medida que trae su propia comprensión del encuentro: “Su cultura es la condición de posibilidad de su agencia histórica”12.
Conviene retomar la visión de Sahlins en otro estudio en el que aborda la relación entre lo micro y lo macro. Sahlins argumenta que, al menos en ciertas circunstancias de conflicto, el evento mínimo y el evento global están ligados a una homología estructural, que opera por medio de una “amplificación simbólica de diferencias menores”13. En este sentido, disputas relativamente triviales en torno a asuntos locales se articulan con grandes diferencias políticas e ideológicas traduciéndose a veces en conflictos de significado histórico mundial. Lo que estaría en juego son niveles relacionados de orden sociocultural, más bajos o más altos en términos de escala. De este modo, las microhistorias se sintetizarían en macrohistorias, a través de conflictos que expresan dinámicas escalantes, que comparten “cierta forma elemental de amplificación estructural […]”, “añadiendo oposiciones mayores a las menores”14. Es decir, las propiedades escalantes serían una forma elemental de la estructura simbólica del evento.
La seductora apuesta teórico-metodológica de Sahlins difiere notoriamente en al menos dos puntos de la concepción defendida por la microhistoria y las aproximaciones procesualistas, y más ampliamente de la orientación a pensar históricamente los procesos globales. En primer lugar, la definición estructural de cultura de Sahlins implica considerarla como un a priori al acontecimiento histórico, que se moviliza y se actualiza ante el conflicto (el evento del contacto), y lo absorbe, lo incorpora como una suerte de variante estructural, más o menos prescriptiva, más o menos performativa. En segundo lugar, supone una relación homóloga entre lo micro y lo macro polarizando analíticamente ambas dimensiones, o yuxtaponiéndolas como entidades discretas y hasta cierto punto previsibles. Esto impide concebir las prácticas sociales como un flujo dinámico y continuo de mediaciones y transacciones, ligadas a procesos generativos variables e inciertos. Alban Bensa destaca una ironía en el hecho de que “Sahlins plantea el principio de la historicidad de los sistemas culturales y destaca la importancia del hecho, sin por ello seguir un razonamiento de tipo histórico que articularía entre ellas diferentes secuencias de hechos temporalizados”15.
Pero de momento no importa tanto cuestionar la estrategia metodológica de Sahlins como resaltar la distancia que marca su posición con respecto a los estudios más clásicos de la “situación colonial”. De influencia para el ámbito americanista será, por un lado, cierta brecha instalada entre estudios centrados en la dinámica interna de las sociedades indígenas y aproximaciones que enfatizan los factores exógenos de transformación. Por otro lado, la exposición de un gran núcleo antropológico de discusión olvidado, como la distinción entre mito e historia. Después de buena cantidad de décadas en que se concibió al mito como una forma narrativa radicalmente diferenciada de la historia, se pasó a considerarlo como una forma de memoria o conciencia histórica ligada al contacto con los europeos. Una crítica decisiva a la dicotomía está representada por la compilación Rethinking History and Myth: Indigenous South American Perspectives on the Past16, de Jonathan Hill. La apertura del debate sobre las formas de la historia y la temporalidad en el ámbito sudamericano se consolida como preocupación antropológica con la publicación de una compilación organizada por Manuela Carneiro de Cunha, Historia dos Indios no Brasil17. La obra introducía una aproximación a la historia como modalidad indígena de comprensión del contacto y la historia nacional como una contingencia de esas poblaciones no exclusivamente determinadas por la evolución de la institución estatal y la dominación colonial. En Brasil, lo que podría llamarse una “historia en sentido indígena” fue una inquietud emanada de antropólogos, antes que de historiadores.
2.El agente imperial y su descentramiento
En los años 90, la editorial Ashgate publica una serie de volúmenes titulada An Expanding World. The European Impact on World History, 1450-1800, con la coordinación de A.J.R. Russell-Wood, incluyendo artículos sobre la expansión europea en las Américas, África y Asia. Este intento de sistematización y de síntesis dedica los cinco primeros volúmenes de la serie al estudio “Expansion, Interaction, Encounters”. La colección reune investigaciones sobre regiones geográficas que hasta entonces habían sido tratadas separadamente, comparando dinámicas y estrategias imperiales de España, Portugal, Inglaterra, Holanda y Francia. European and non-European Societies, 1450-1800, compilado por Forster18, explicita en un párrafo de la introducción el objetivo de entender la compleja interacción entre europeos y no europeos a la vez como conflicto y adaptación mutua, en la que están presentes la hibridación de las tradiciones nativas y la aculturación de los propios europeos. Ese volumen se centra especialmente en los modelos de expansión colonial, al igual que en la aparición de las primeras discusiones en torno a categorías de género y clase.
Aunque algunos artículos incluidos en estos volúmenes prestaban atención a la agencia indígena frente a los modelos globalizantes, en general se centraban en las bases ideológicas y conceptuales de las representaciones europeas del otro en el proceso de expansión, más que en las reacciones indígenas propiamente dichas. Esta perspectiva es desarrollada en especial en los volúmenes organizados por Anthony Pagden bajo el título Facing Each Other: The World's Perception of Europe and Europe's Perception of the World19, cuyo eje son los “ideological frameworks” de la representación del otro en la era de la expansión de los imperios ibéricos y sus sucesivas mutaciones. En esos “frameworks” pesan las tradiciones clásicas y medievales, particularmente en lo que respecta a determinar la relación entre la unidad de la naturaleza humana y la diversidad de las costumbres, la cuestión del gobierno de los otros conquistados y el desarrollo de herramientas intelectuales para clasificarlos y eventualmente comprenderlos20.
Un intento de entender la dinámica concreta del encuentro colonial está representado en otra colección aparecida por esos años. Implicit Understandings, organizada por Stuart Schwartz, continúa el interés de los especialistas en las estrategias imperiales y las consecuencias intelectuales y prácticas del “encuentro”, introduciendo también una preocupación por reconstruir “historias conectadas”, donde lo global se encarna en trayectorias individuales. En Implicit Understandings, Schwartz propone además entender la observación y comprensión del encuentro colonial como productoras de reajustes y reformulaciones guiados por “etnografías implícitas” en las que se conciben representaciones y niveles de otredad21.
La temática de los “imperios” es demasiado vasta para resumirla en pocas páginas. Como bien lo señalan Pietschmann y Hausser, el uso del término “imperio” debe ser referido a sus contextos historiográficos de uso22. Aunque arribó tardíamente a la “región” iberoamericana se arraigó allí bastante rápido y adquirió impulso propio a partir del debate sobre la naturaleza del imperialismo y el colonialismo ibérico y sus formas singulares de gobierno y control territorial23. Más ampliamente, los enfoques sobre los imperios experimentaron un giro crítico en el marco más general de los debates sobre la naturaleza del colonialismo instalados en los años 90. Una corriente enfatizará el carácter indeterminado, ambivalente y contradictorio de los proyectos coloniales, marcando su incoherencia e inestabilidad intrínsecas tendientes a simultáneamente incluir y excluir a los colonizados, reformar sus costumbres y adaptarse a ellos. Otra corriente subrayará los “aspectos conciliatorios y colaborativos de la relación entre los colonizadores y los colonizados”24, que no puede reducirse a la dicotomía “dominación/resistencia”25. En reemplazo se proponen como alternativa conceptos como “negociación”, “encuentro”, “diálogo”, “interacción”, entre otros. Estos conceptos, en buena medida inspirados en la crítica postcolonial, acentúan la relación bilateral de las partes y la participación conjunta en el proceso colonial, aunque con recursos desiguales e intereses dispares.
En el ámbito iberoamericano se produce un desplazamiento interesante de la clásica historia de los imperios, representado por los estudios sobre las fronteras ibéricas, los cuales impulsaron un corrimiento radical de los centros administrativos hacia los límites simbólicos y geográficos de la civilización colonial. Corriente iniciada en Estados Unidos con la obra pionera de Herbert Bolton sobre las “Spanish borderlands”26 en Norteamérica; no obstante, los estudios de frontera se expandieron especialmente desde los años 80 con los trabajos de David Weber, de gran influencia en la historia iberoamericana27. Más allá de la dinámica del encuentro o la confrontación, las fronteras fueron concebidas como espacios en los que estallan los diseños imperiales y donde las ambigüedades étnica y política son una constante. Allí se expresan la presión expansionista de los imperios ibéricos, la ambigüedad identitaria de los sujetos colonizados y los conflictos entre agentes imperiales y élites locales28.
Los estudios sobre frontera han buscado superar el dualismo aculturación-resistencia instalado en los estudios coloniales situando en el centro el problema de las negociaciones y las mediaciones. Estos estudios han sido un terreno muy prolífico de experimentación conceptual, a partir del cual se han ensayado categorías como “middle ground”, “mestizaje”, “etnogénesis”, entre otras, orientadas a pensar el régimen colonial como un espacio de mediaciones y zonas grises. No es cuestión de volver aquí sobre esos conceptos, abundantemente tratados en los últimos años29. Como señala Boccara, los conceptos en cuestión remiten “tanto a las adaptaciones creativas de las sociedades indígenas como a la compleja obra de construcción de las diferencias por parte de los agentes coloniales”30. Este último aspecto toma forma en el término “etnificación” o “etnicización”, en cuanto tecnología del gobierno colonial destinada a clasificar y construir realidades amerindias que reflejaran las propias concepciones sociales, políticas y culturales de los estados, acentuando los rasgos de coherencia cultural y orden31.
Con el nuevo giro hacia lo global, los estudios sobre las fronteras se potencian y se reenmarcan. Algunas de las preguntas de la agenda contemporánea consisten en reflexionar sobre cómo las tradiciones locales e imperiales se influyeron mutuamente en diferentes geografías de los imperios ibéricos. También, cómo el intercambio material, lingüístico e intelectual interpeló o fisuró los diseños imperiales. Por último, aunque no menos importante, cómo los sujetos subalternos en Asia, África y las Américas negociaron frente a las imposiciones de los imperios ibéricos orientadas a relocalizar poblaciones, transformar formas de territorialidad y establecer nuevos regímenes de trabajo. Todos estos interrogantes de base cuestionan una noción de agencia indígena reificada y localizada, lo que lleva a resituar completamente el debate en torno a nuevas bases teóricas y metodológicas.
3.Personas, textos, objetos
Los estudios sobre la circulación atlántica y pacífica de personas, textos y objetos se presentaron en los últimos años como una alternativa interesante a los vicios del localismo y el esencialismo. Cabe destacar, sin embargo, que en dichos estudios el actor indígena como tal tiende a desaparecer o, en todo caso, a perder visibilidad. Esto tal vez se explica por la necesidad de escapar a la excesiva carga local del término “indígena” (más específicamente, “indio”) en la historiografía, o bien por el hecho de que el actor indígena como tal no es comúnmente quien participa en los grandes circuitos de circulación de personas. Agentes imperiales como misioneros, comerciantes y viajeros han sido las figuras privilegiadas de esta producción32. Con excepción de algunos estudios sobre la élite indígena mesoamericana y andina y sus intercambios con la élite peninsular, son raras las investigaciones sobre la circulación indígena en el espacio atlántico33. El libro reciente de Nancy van Deusen Global Indios. The Indigenous Struggle for Justice in Sixteenth-Century Spain, centrado en el seguimiento de trayectorias de esclavos indígenas que recurren a la justicia para defender sus derechos en la Península, busca revertir la tendencia. Van Deusen desinscribe la noción de “indio” de su tradicional carga local para proponer pensar la indianidad “como un proceso de interacciones locales y globales, conectando el Oriente al Occidente y el Occidente al Oriente, que se profundizó durante el siglo XVI”34.
El descriptor “indio” en el contexto castellano refería a una categoría genérica de gente que provenía de las Indias orientales y occidentales (China, India, Brasil, el Caribe, México, Perú y el Pacífico). La identidad india, en ese sentido, no estaba espacialmente situada ni remitía a una homogeneidad cultural, sino que configuraba un paisaje (indioscape) de carácter transimperial ligado a las “imaginaciones de aquellos esclavos y amos cuyas propias experiencias ‘locales’ -fueran en Perú, Goa, Carmona o Mozambique- eran confrontadas con experiencias de otros esclavos y amos. La noción de un indioscape incluye un sentido de enraizamiento -en esta instancia, de pertenencia a lugares y culturas distintos a Castilla y en Castilla- y enrutamiento, o un sentido distintivo de tiempo y espacio basado en experiencias de esclavitud y desarraigo”35. En síntesis, lo indígena entra en el circuito globalizado de circulación de personas en tensión con su especificidad espacio-temporal, especificidad que tiende a ser gradualmente eclipsada.
Un lugar destacado de la historiografía reciente lo ocupan los estudios sobre la producción y circulación de textos en espacios de interacción como las misiones de ultramar. En dichos espacios los misioneros de diferentes órdenes religiosas entraron en contacto con la población nativa, generando nuevas formas de saber ligadas a las interacciones y la praxis cotidiana36. La investigación reciente muestra que dentro del enorme corpus de textos producidos en, para y desde la misión pueden identificarse al menos dos tipos. Uno conformado por textos que formalizaron y cristalizaron clasificaciones de las sociedades indígenas objeto de la conversión religiosa, y otro constituido por textos con una orientación claramente práctica, destinados a un uso cotidiano en los espacios de misión fronterizos.
Los textos en cuestión muestran dos facetas u orientaciones, simultáneas y paralelas, en apariencia contradictorias, de la misión católica en los territorios de ultramar. Una ligada al reforzamiento de una identidad misionera universal y los circuitos de circulación de la misión global, y otra relacionada con la capacidad de adaptación a los espacios concretos, en interacción con la población indígena, que intervino explícitamente en su producción. El análisis de ambas facetas u orientaciones permite identificar las tensiones intrínsecas a la expansión misionera global que, por un lado, debía responder simultáneamente a los requerimientos y audiencias de las metrópolis europeas y a las exigencias de la interacción cotidiana con los indígenas, los cuales en ese mismo proceso ganaban autonomía y protagonismo. Las marcas de la agencia indígena en este proceso de producción textual muy pocas veces son explícitas, como cuando determinado congregante, notario o artesano plasma su firma en el papel, pero la mayor parte de las veces no se manifiestan, o bien se expresan de manera sutil en la traducción, modulación y adaptación de los modelos textuales metropolitanos a las necesidades de los espacios concretos de misión.
La noción “saber misionero” aún debe explotarse en todo su potencial, pues generalmente ha estado limitada al tratamiento de circulaciones de miembros de la élite religiosa o a la difusión de textos controlados y manipulados por esta, por ejemplo, las publicaciones periódicas y las crónicas, con el objetivo de generar una “conciencia global”, una audiencia ad hoc, autorrepresentaciones o simple propaganda. En un estudio reciente, Friedrich y Schunka han sugerido estudiar esas múltiples funcionalidades sin caer en visiones reduccionistas37. La ampliación de la noción “saberes” se ve favorecida por estudios sobre las aportaciones indígenas, teniendo en cuenta que estas no se expresan de manera pura sino a través de las múltiples mediaciones que configuran la realidad colonial.
Los desafíos de la identificación y eventual reconstrucción de trayectorias de personas y textos se amplían y se complican con la incorporación de objetos. En este punto, ciertas perspectivas programáticas desarrolladas por historiadores del arte resultan cruciales. Dana Leibsohn propone pensar las relaciones transpacíficas a partir de los objetos, reconcibiendo los lugares tradicionalmente pensados como de “recepción” como lugares de intercambio, consumo y creatividad, “explorando cadenas de significado” a través de las cosas que circulaban en el tráfico transpacífico38. Según sugiere la autora, esta actitud permite tomar distancia del énfasis frecuente de los estudios coloniales en la pertenencia cultural o la autoctonía indígena de determinados objetos producidos en el contexto colonial, para pensar en el modo como tradiciones materiales y técnicas pudieron ser introducidas desde fuera adquiriendo sentido en y por los circuitos locales39. Leibsohn sugiere poner énfasis en la recepción, el consumo, la adquisición, la circulación, antes que en la producción de cosas propiamente dicha. Lo que importa, en la visión de Leibsohn, es la experiencia de apreciación y valoración de dichos materiales y técnicas en el contexto local de uso. Las valoraciones se vinculan simultáneamente al proceso social de uso (su materialidad, sus técnicas) y a su circulación local y transpacífica.
Para Leibsohn, el énfasis en la materialidad y las circulaciones escapa, por un lado, a la trampa que marca una historia del arte tradicional interesada en los estilos, incapaz de seguir los flujos, y por otro, al paradigma dominante de la historia colonial, que ha girado en torno de la dupla presencia/ausencia-resistencia indígena. El intento de buscar una presencia indígena o rasgos de un pasado prehispánico persistente codificado en los objetos impide reconstruir la biografía de dichos objetos en el contexto y en el proceso social que les dieron origen, generalmente complejos y opacos para la mirada presente. Para Leibsohn y Mundy, los objetos no hablan de la “presencia” de un pasado indígena puro, sino de las interacciones y las circulaciones que son generalmente invisibles. La pregunta pasa a ser entonces “cómo un objeto forja significado en los múltiples espacios por los que circuló”40.
Por tanto, la agencia indígena no se hace visible a través de la identificación de un estilo o la presencia de elementos propiamente indígenas, sino que permanece cifrada (invisible) en la biografía de los objetos, en los materiales y técnicas con los que fueron construidos, y el circuito social y político que les dio origen en cuanto formas sociales heterogéneas. Si bien la perspectiva de estas autoras está claramente situada en el espacio transpacífico y en las conexiones explícitas entre Nueva España, las Islas Filipinas y China, tiene consecuencias teóricas y metodológicas más amplias para pensar la producción cultural, la transformación tecnológica y las modalidades de transmisión de tradiciones de conocimiento en ámbitos menos móviles de interacción. Interesa resaltar la crítica que dicha formulación teórico-metodológica dirige a la búsqueda de una agencia indígena reificada. Importa menos aquí el actor productor de tal o cual objeto que los escurridizos procesos, técnicas y materiales puestos en juego en la circulación, y los grupos humanos que los movilizan más allá de una determinada pertenencia étnica41.
En efecto, las situaciones de interacción desarrollan procesos de flujo de materiales que pueden provenir de lugares distantes y que son apropiados de manera desigual según cálculos que responden a un contexto socioecológico y territorial particular (lo que marca el límite de lo que los microhistoriadores han llamado el “universo de posibles”). En la lectura de Rosental, “[l]os comportamientos individuales no están determinados mecánicamente: reflejan el uso que cada uno hace del margen de maniobra de que dispone, en una situación dada, de su universo de posibilidades”42.
La gestión técnico-política de las tradiciones de conocimiento local y la relación con las fuerzas y los agentes exógenos están sujetas a evaluaciones situacionales que imponen principios de uso a los objetos y materiales adquiridos. Ese proceso de incorporación no estaría preestablecido en un código estructural o un conjunto de normas a priori, sino que responde a situaciones específicas de transacción, marcadas por la incertidumbre y la imprevisibilidad, comprensibles sólo a partir de una reconstrucción detallada del contexto de interacción. Fredrik Barth, entre otros, ha desarrollado análisis que permiten pensar cómo la información, las imágenes, los conceptos, cosas y materiales están distribuidos entre individuos y grupos, formando patrones específicos. Para estos autores, la cultura constituye un flujo continuo y abierto que tiende a distribuir información y cosas de manera desigual en contenidos organizados socialmente43. La incorporación y transformación de objetos exógenos están guiadas por una racionalidad y una eficacia situacionales, de tiempo corto y espacio acotado, pero también están condicionadas por espacios y tiempos de mayor escala, épocas y lugares integrados a la experiencia presente, donde pesan ciertos sujetos relevantes en la sociedad y el cosmos (el gurú, el iniciador, para utilizar los términos de Barth44, pero también el chamán o las entidades invisibles dotadas de agentividad), o valores de grupo ligados, por ejemplo, a la dinámica de la unidad doméstica.
A modo conclusión: la agencia evanescente
A la necesidad planteada en su momento por Subrahmanyam45, de conectar escalas temporales y espaciales sin caer en el comparativismo, parece añadirse el requerimiento de identificar el protagonismo indígena en las interacciones y las circulaciones sin caer en el esencialismo. Esta última tarea constituye un desafío para una “historiografía nómada” que busca estudiar redes, movimientos, amalgamas, flujos y transiciones46. Los estudios sobre circulaciones globales de personas, textos y objetos plantean, en primer lugar, la necesidad de construir definiciones complejas de situaciones en las que la agencia indígena no es ni evidente ni explícita, y tampoco es definida estructuralmente a priori (antes del acontecimiento). Más bien está inmersa en una urdimbre social en movimiento, y sólo una reconstrucción detallada de dicha urdimbre en sus mediaciones permite entender su dinámica y significado histórico. En segundo lugar, y como consecuencia directa, los estudios en cuestión se orientan a repensar los conceptos de sociedad y cultura en cuanto flujos abiertos, ligados a tradiciones de conocimiento negociadas y distribuidas socialmente.
Parece necesario retomar el tratamiento que la microhistoria y cierta antropología les dieron a estos temas en su momento, haciéndolas confluir con la “connected history” y eventualmente con la “global history”, en un programa de análisis cuya eficacia podrá comprobarse en la investigación empírica. El horizonte resulta muy estimulante, aunque por ahora incierto.