Introducción
“Ella asegu[ra] haber experimentado las incinuadas ind[is]posisiones, sus amos las confiesan, los [fa]cultativos las comprueban, y sus actuales padecimientos las indican”(1). Así se describió el caso de Petrona, esclava mulata, en quien se identificó el vicio gálico o sífilis, enfermedad que revelaba un comportamiento cuestionable que, además de evidenciarse en bubas y tumores, también acusaba desapego con respecto a la moralidad cristiana. Es decir, una enfermedad, o el conjunto de significados que esta portaba, se presentó en un juicio en que una dolencia exponía las controversias que levantaba una aparente conducta indecorosa de la esclava y también de su propietario y entorno. Este y otros juicios, ocurridos en Santiago durante la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, permiten indagar acerca de la enfermedad como un elemento que se caracteriza por su plasticidad, la cual se aprecia doble, pues, por un lado, la naturaleza de las dolencias es esquiva y, por otro lado, el uso que se hace de ellas responde a motivaciones y recursos judiciales. Ambas cuestiones nos informan sobre las particularidades de la esclavitud afrodescendiente, y también provocan pensar que las enfermedades, o al menos algunas de ellas, complicaron u obstaculizaron las relaciones asociadas con la esclavitud. El periodo (1740-1823) atiende a una cuestión metodológica respecto a la disponibilidad de registros sobre este tema. A la vez, el arco temporal permite identificar la convergencia de dos procesos, la reactivación de la trata negrera y la preocupación por la formación de médicos en el contexto del Santiago tardo-colonial, expresada en la instalación del Tribunal del Protomedicato y la apertura de la Cátedra Prima de Medicina, vinculada a la Universidad Real de San Felipe en Santiago, a partir de la década de 1750(2).
En esta propuesta, la enfermedad es entendida como una categoría que permite observar cuándo las relaciones se tornan explícitas y las dinámicas asociadas a la esclavitud salen a la luz. Es decir, hábitos en el hacer y el decir se muestran y presentan de manera más evidente a propósito de una dolencia que, al interrumpir la cotidianidad, pone en alerta a quien la vivencia y a su entorno. Y aunque no se trate necesariamente de una situación aguda, como pudiera ser un problema de salud mortal, sí obliga a prestarle atención. A partir de este entendimiento se busca comprender elementos de la esclavitud negra en el Santiago tardo-colonial, pues la documentación nos muestra que ciertas dolencias, o ciertos contextos en que ellas se revelaron, exponen conflictos, como desencuentros entre esclavizados y propietarios, o entre distintos amos, y límites de la esclavitud, como la dificultad en la realización de labores y tareas domésticas. Así, las enfermedades, o situaciones significadas a través de ellas, pudieron cuestionar o confirmar relaciones -entre amos y esclavos, por ejemplo-, creencias -la robustez de los africanos-, prácticas -el cuidado- y estructuras, como la esclavitud, entendida en términos de institución con horizonte económico, con regulación jurídica y sustentada en el amparo cultural católico del periodo.
Enfermedad, una categoría de análisis plástica
Tanto desde la historia cultural como desde la historia social, la enfermedad ha sido identificada como un objeto histórico. Algunos exponentes de la Escuela de los Annales, como Jacques Le Goff, Jacques Revel y Jean-Pierre Peter, la entendieron como una construcción social, consistente en un acontecimiento mórbido que constituye un lugar privilegiado para observar las tramas cotidianas de una sociedad(3). Charles Rosenberg, interesado en darle vigor analítico dentro de la producción historiográfica, resaltó que puede ser abordada como tema de investigación y a la vez como una categoría de análisis. Es decir, la enfermedad presenta ambos aspectos, por cuanto opera como un objeto de estudio y herramienta para analizar el pasado(4). En comunión con lo anterior, Roy Porter la reconoció como una entidad elusiva que tiene la facultad de convertirse en un elemento cultural. Por su parte, la antropología médica, a través del trabajo de Arthur Kleinman, logró sistematizar de manera más esquemática esta categoría al distinguir disease, illness y sickness, para referir al desarreglo biológico (disease), a la percepción individual de la enfermedad (illness) y al impacto de dicha experiencia a nivel social (sickness)(5). Diego Armus destacó la pertinencia de esta categoría de análisis en la producción de la historiografía regional de Latinoamérica, que derivó en una línea temática denominada historia sociocultural de la enfermedad, donde la problematización de la enfermedad constituye una herramienta para comprender el pasado(6). Esta línea pone el acento en los significados sociales, políticos, económicos y culturales que tienen las ideas y prácticas del universo médico. A partir de ello, se investigan fenómenos -las enfermedades- y sujetos -pacientes, médicos-, instituciones -hospitales- y políticas -nacionales y regionales-, los cuales a su vez son mediados por múltiples factores, tales como la experiencia de género, raza y clase, entre otras(7). Lo anterior permite señalar que este enfoque concibe la enfermedad como una suerte de catalizador, que en determinado contexto tensiona y estimula las relaciones existentes.
A consecuencia de lo anterior, la categoría enfermedad aporta tres umbrales de análisis, el primero, a nivel mórbido; el segundo corresponde a la experiencia, y el tercero atañe a lo cultural. Estos, a su vez, aportan diferentes niveles de profundidad para el estudio que se pretende aquí, pues permiten tener una noción de cuáles eran las principales dolencias que afectaban a esclavas y esclavos(8); segundo, dimensionar cómo los mismos esclavos comprendían sus dolencias, si las consideraban enfermedades o no, y, tercero, las asociaciones que existían a nivel social y cultural sobre el cuerpo enfermo del esclavo. Lo anterior permite comprender matices de la experiencia de la esclavitud, dimensionar sus complejidades y contradicciones. Esto, no con el fin de responder a la pregunta obvia, aunque inicial, de cuáles eran las enfermedades de esclavas y esclavos en el Chile tardo-colonial. Por el contrario, se pretende entrar al análisis desde la pregunta por la enfermedad, para intentar comprender la esclavitud desde otro lugar. Entonces, cuando destaco que la enfermedad tensiona la esclavitud, pienso en la capacidad que tiene de activar a las partes involucradas y los entendimientos implicados, de tal forma que permite leer creencias y prácticas, que en este caso tienen relación con la esclavitud de origen africano.
Enfermedad y esclavitud
Los puntos de encuentro entre la enfermedad y la esclavitud son más de los que conocemos inicialmente. La producción historiográfica de Brasil y Estados Unidos nos señala, por ejemplo, que algunos médicos estudiaron y experimentaron con personas esclavizadas, cuestión que derivó en el avance de ciertas especialidades y técnicas médicas(9). Desde Brasil se ha destacado la importancia de la tradición africana, trasladada forzosamente a las Américas, en el conocimiento y las prácticas terapéuticos(10). La propuesta que se presenta aquí está atenta a dicha producción. Ahora bien, la documentación judicial revisada para el caso de Chile, en donde encontramos a esclavas y esclavos con indicios de enfermedades, dolencias y heridas en el Santiago tardo-colonial, nos habla de otros elementos. Estos registros nos llevan a visualizar que las enfermedades, además de haber sido vivenciadas, fueron utilizadas por quienes eran parte de un enfrentamiento judicial. Desde ahí, se interpreta que la enfermedad y sus ecos, como el dolor y el padecimiento, permitieron tensionar, cuestionar, problematizar y complejizar la esclavitud en algunos casos. Así, la enfermedad, entendida como experiencia mórbida, transgrede al cuerpo esclavizado, que, entendido como objeto y propiedad, lo expone a una nueva situación. Esta, llevada al espacio judicial -que es público y gestionado por autoridades- abrió otras posibilidades. Una de ellas fue negociar la esclavitud en términos jurídicos, propiciar un cambio de propietario(a) y referir maltrato cruel.
Diversos estudios, provenientes tanto de la historiografía como de la antropología médica, recalcan la importancia del contexto para entender el fenómeno de la salud y la enfermedad, y evitar caer en generalizaciones y esencialismos a propósito de ciertas dolencias(11). Es decir, advierten sobre los problemas de establecer correspondencia entre ciertas enfermedades y grupos socioculturales que, como en el caso de personas esclavizadas de origen afrodescendiente, alimentaron prejuicios raciales que influyeron en identificar a los miembros de este grupo como portadores de enfermedades(12).
De acuerdo con Úrsula Camba, esclavos negros y mulatos portaron diversas cargas simbólicas, entre ellas la creencia de que portaban enfermedades mortales y epidemias(13). En el marco de la trata transatlántica, la población esclavizada trasladada en navíos estuvo expuesta a diversas enfermedades, a causa de las condiciones de hacinamiento y falta de agua dulce(14). Así, la salud de las “piezas” se volvió un filtro para vendedores y compradores de esclavos que llegaron a los principales puertos de las Américas(15).
La asociación entre el cuerpo africano y la enfermedad es apenas una dimensión del problema, pues la atribución de fortaleza a los esclavizados también solía entrar en escena. Así, en el contexto de la trata transatlántica, se produjo una fuerte asociación entre el cuerpo negro de origen africano y su fortaleza. Este se articuló con lo que María Eugenia Chaves destacó como régimen discursivo basado en criterios que unieron el origen y el color, que a su vez los relacionaba con la civilización y barbarie. A partir de esas concepciones se construían jerarquías y diferencias entre los grupos humanos, a la vez que se legitimaba la esclavitud(16). Esto habría tenido sustento en escritos bíblicos que se referían a los hijos de Caín, y la reflexión sobre las mezclas en la “colonia española” de pensadores católicos como José Feijoó y Francisco de Gumilla, que Ruth Hill interpreta en términos de una “gramática pre-racista” para referir a elementos fenotípicos como el color de la piel(17). Así, durante el siglo XVIII, en el contexto de la Ilustración, se fortaleció la idea de que los africanos eran idóneos para la esclavitud(18). En términos de Andrew Curran, se elaboró una anatomía de la negritud a partir del estudio de la “naturaleza del negro” africano. Ello se desarrolló en escritos de naturalistas, como Buffon, y filósofos, como Voltaire, Montesquieu, entre otros, que, posteriormente, fueron la base del racismo biológico(19). Entonces, enfermedad, fortaleza y barbarie eran concepciones que se alternaban en la percepción de los cuerpos de origen africano.
Lo anterior constituyó un ordenamiento, planteado en términos de superioridad e inferioridad de los grupos humanos, que tuvo como eje conceptual la raza, y cuya evidencia material fue el cuerpo. En ese marco, el cuerpo negro, esclavizado sistemáticamente en el contexto del comercio transatlántico, llevó consigo una serie de expectativas económicas, que se vieron limitadas cuando esclavas y esclavos estuvieron enfermos y heridos. Ello ocurrió, por ejemplo, en Lima, a inicios del siglo XIX, cuando médicos y miembros de la Iglesia pidieron al Consejo Municipal prohibir el ingreso de bozales, con el argumento de que estos traían viruela, lepra y otras enfermedades a la ciudad(20). Así, las dolencias pusieron en evidencia los límites del comercio negrero.
Los esclavizados que llegaron de las embarcaciones tenían mayor demanda según sus características, y la robustez primaba como indicador de fortaleza y salud(21). De acuerdo con Herbert Klein, en las sociedades esclavistas de la América española, donde predominó el trabajo de plantación, el valor del hombre fue más elevado, pues era asociado a un arduo trabajo físico(22). El historiador chileno Rolando Mellafe señaló que, en efecto, la fortaleza fue una de las variables que modificaron el precio del esclavizado. Al respecto, indicó que “la condición óptima para el mejor precio del esclavo se encontrará en un varón ladino, de edad que fluctúe entre los 20 y 30 años, fornido, sin enfermedades, malas costumbres ni vicios, y que sepa algún oficio. En estas condiciones podría venderse, hasta el año 1595 aproximadamente, en más de 500 pesos de oro”(23).
Esas prioridades se modificaron a propósito del tipo de sistema económico al que se incorporó a los esclavizados. Así, el esquema conceptual que divide una esclavitud de plantación y una doméstica ayuda a comprender ciertos aspectos y cumple con un rol muy similar a la distinción entre sociedades esclavistas y sociedades con esclavos, y, como todas las categorías, permite entender algunas cuestiones y omite otras. A juzgar por la bibliografía que trabaja el caso de Estados Unidos y Brasil, se observa una preocupación por las enfermedades de esclavas y esclavos, en cuanto cuerpos que mantenían el sistema de plantación. En dichos escenarios, la salud de las personas esclavizadas era una inversión(24). En el contexto doméstico y urbano, que fue el caso de Santiago de Chile, la preocupación por la salud estuvo presente, pero no se resolvió de la misma manera ni presentó las mismas características.
Una esclavitud urbana y doméstica
La historiografía tradicional de Chile abordó de manera escueta la esclavitud, y cuando lo hizo, fue principalmente desde la “dimensión económica y mercantil del fenómeno”(25). Además, buena parte de la producción de fines del siglo XIX e inicios del XX se caracterizó por identificar a los esclavizados, negros y mulatos, como un elemento pasajero dentro de la historia nacional, al no formar parte de la economía colonial, y cuya presencia no generó mayor impacto en el momento de la Independencia, y, por la rápida absorción de los recientemente libertos a la sociedad civil, se interpretó como un caso ejemplar el proceso abolicionista de Chile(26).
Lo anterior se ha cuestionado en la producción historiográfica de los últimos diez años, que ha revelado algunas de las principales características de la esclavitud negra que se dio en Chile, en particular, aquella que fue identificada como negra, mulata, parda y zamba(27). Se trató de una sociedad con esclavos y esclavas, constituida a partir de una relación de posesión forzada, que contribuyó a mantener las dinámicas económicas, sociales y políticas del Antiguo Régimen, en el marco de la América española. Una de las especificidades de la esclavitud de la Capitanía General de Chile, durante los siglos XVIII e inicios del XIX, fue que los esclavizados se movían dentro de la ciudad y en sus alrededores. Realizaron principalmente labores domésticas. Por tanto, formaron parte sustancial de la economía del hogar, lo que implicó acciones (como lavar, cocinar, comprar, cargar, arreglar, coser, limpiar) y relaciones (cuidar, acompañar), aunque también algunos trabajaron a jornal(28). Dado que la esclavitud fue legal, estuvo sujeta a la normativa del periodo, específicamente, a las Siete Partidas, que establecía derechos y deberes a las esclavizadas y los esclavizados, al igual que a sus propietarios. Así, la esclavitud fue también un estado jurídico respecto del cual existía capacidad de negociación(29).
Algunos indicios ponen en evidencia que la esclavitud de las mujeres fue más valorada económicamente respecto de la de los varones. De acuerdo con un estudio basado en la revisión de compraventas de esclavizados entre 1773-1822, los precios fluctuaron entre los 25 y los 600 pesos, aproximadamente, cuestión que varió sobre todo por los factores de género y edad. Así, a menor edad, un esclavizado, podía costar 25 pesos, valor que aumentó conforme el rango etario se ubicó entre los 16 y los 34 años. Luego, cuando llegaban a una edad más avanzada, el costo de los esclavizados volvía a disminuir. Este estudio destaca además que “en promedio, las esclavas se vendieron por 281 pesos, en comparación con 231 pesos pagados por esclavos”(30). Dicha distinción económica obedeció, principalmente, al uso doméstico de la esclavitud y a la asociación de género que esta incorporaba.
Además del género y la edad, la diferencia de valores también dependió de otros elementos como el oficio o las habilidades del esclavizado, el comportamiento, la procedencia (u origen). En algunos casos se destacó la casta, y en otros, la calidad. Según Joanne Rappaport, “La calidad abarcaba todo un abanico de características, que iban desde el color y linaje de un individuo, a su estado de legitimidad, religión, lugar de residencia, oficio, género, estado moral, la ropa que vestía y su condición de noble o plebeyo, de libre o esclavo”(31). Esta definición es coherente con la documentación estudiada aquí, por cuanto ubica y valora socialmente a las personas. La casta, en cambio, se nos presenta de manera más rígida, y en los registros revisados aquí se ve relacionada con el origen africano. Este fue el caso de Manuel, ladino de Angola, y Pedro, natural de Guinea(32). A estas referencias se sumaron las tachas o los defectos, como alguna enfermedad, por ejemplo, en 1764 inició un juicio de redhibitoria, o anulación de venta, por María Josefa “Negra vosal de casta Angol llamada Maria J[ose]ph[a] en cantidad de dosientos p[eso]s”(33), en quien se detectó una “antigua e incurable enfermedad”(34). En efecto, la producción historiográfica estadounidense y brasileña ha identificado que la noción de salud influyó en la valoración económica y cultural de la población esclava. La historiografía chilena no se ha preocupado de la salud y la enfermedad de la población esclavizada. Por el contrario, ha privilegiado otras aproximaciones y líneas de investigación para comprender la esclavitud afrodescendiente en Chile(35).
Dentro del valor monetario y capacidad laboral, la salud y la enfermedad eran elementos clave, y de algunos juicios se desprende que las personas esclavizadas -negros, mulatos, pardos y zambos-, junto con el agente de justicia que acompañó las diligencias, tuvieron presente dicha importancia. Theresa de la Torre, esclava negra de don Joseph de la Torre, asistió ante la justicia para rebajar el valor de su papel de venta entre marzo y abril de 1756(36). Ella consideró que su amo le dio un precio excesivo de 500 pesos, sobre todo por las “varias enfermedades de jaqueca y un continuado mal de hijada todos los meses los quales accidentes me [restan] de calidad que quedo inservible hasta que para el rigor de ellos”(37). Así, para sustentar este alegato, el procurador de pobres, en representación de Theresa, pidió a “Vuestra Señoría de mandar que con reconozimiento de los médicos de esta ciudad; se mande hazer tassacion de mi persona”(38). En este registro no alcanzamos a ver la participación de los médicos, pues se encuentra inconcluso. Sin embargo, es posible apreciar que se destacó la noción de enfermedad como algo que restaba capacidad laboral y valor monetario.
El costo de las “piezas” también varió en función de las rutas de la propia trata esclavista. Rolando Mellafe, al caracterizar la esclavitud hispanoamericana, señalaba que la diferencia entre las provincias también respondía al hecho de que sólo algunas tenían puertos de entrada de esclavos. Y aquellas provincias más alejadas de los puertos de entrada de esclavizados, como el reino de Quito y Chile, se nutrieron del comercio interindiano, es decir, entre las ciudades colonizadas en América, para incorporar a negros como mano de obra esclava, que fue beneficioso para las iniciativas de subtrata negrera. Sin embargo, Mellafe advirtió que “mantener los esclavos, pagar los fletes e impuestos de largas travesías, muchas veces curarlos de enfermedades, vestirlos y hasta engordarlos para conseguir un buen precio en los mercados locales hacían necesarios importantes capitales”(39). En efecto, el comercio dentro de las Américas afectó a las personas esclavizadas que eran trasladadas de una ciudad a otra. En el curso de los años 1749 a 1752, se desarrolló un juicio de anulación de venta por Lorenzo, esclavo negro de casta Angola de 24 años, quien desde muy temprana edad fue vendido y comprado, motivo por el cual pasó por Buenos Aires, Santiago y Lima. Lorenzo declaró que en Chile inició su dolencia: “Dixo que ni en poder de Doña Getrudis Prieto ni de Don Bartholome de Rosas se quebró este declarante, sino en la ciu[dad] de Chile estando en poder de Don Juan Purse su Amo que entonces lo hera de quien lo compro el dicho Don Bartholome en esta ciudad de los Reyes”(40). Así, cada “transacción” y trayecto “desmejoró” a Lorenzo, hasta que, con motivo de la última venta, fue llevado al Hospital San Bartolomé, en Lima.
Los casos de Theresa y Lorenzo ejemplifican distintos momentos de la esclavitud y de cómo la enfermedad participó en los juicios del que fueron parte, pues Theresa fue una esclava posiblemente criolla, que tuvo herramientas sociales para conocer los alcances de asistir a la justicia. Lorenzo, en cambio, fue un esclavizado presumiblemente bozal, que circuló en distintas ciudades de la América española, como parte de la trata esclava, y es en uno de los trayectos cuando su propietario percibió una dolencia(41). En ambos casos se alcanza a identificar que la enfermedad, como experiencia mórbida y categoría, tuvo la capacidad de trastocar y cuestionar la esclavitud. En algunos casos, ello fue en beneficio de la persona esclavizada, y ayudó a disminuir su valor. En otros, la enfermedad fue preocupación de los propietarios. Lo que interesa destacar es que la enfermedad, expresada en heridas, padecimientos, dolencias, resulta problemática, pues ocurre en el cuerpo, que es el sustento material de la esclavitud. Así, este “evento mórbido” se convirtió en un inconveniente, principalmente, en aquellos casos en que la persona esclavizada era un elemento central dentro del funcionamiento del hogar.
Enfermedades, heridas y dolencias
En el conjunto documental analizado, constituido por una treintena de juicios en los que hay evidencia de esclavas y esclavos con enfermedades, heridas y padecimientos, producto de las labores domésticas y situaciones de maltratos(42), se identificaron referencias a lo corporal, como el vigor y la robustez, o su contraparte, la debilidad y la languidez, cuestiones que se usaban para caracterizar el cuerpo de las personas esclavizadas, tanto hombres como mujeres, y también para establecer sus posibilidades como mano de obra forzada. Este conjunto documental da cuenta de diversas situaciones en que vemos a esclavas y esclavos de origen africano a través de solicitudes por papel de venta, demandas criminales y redhibitorias, o anulaciones de venta(43). Considerando las distintas implicaciones que estaban detrás de estos recursos judiciales, y teniendo en cuenta que fueron tanto esclavas y esclavos, como sus amas y amos, quienes movilizaron sus redes en el marco de un litigio, se aprecia que las acusaciones, quejas y evidencias de enfermedades y heridas buscaron problematizar la conveniencia de la esclavitud de una persona, pusieron en cuestionamiento el poder económico y social que subyacía a la esclavitud, en cuanto sistema de posesión forzada, puesto que esclavas y esclavos formaron parte importante de la economía de los hogares(44). Además, en determinados casos, ello expuso la crueldad de un propietario, lo que permitió interpelar a la misericordia. Esto ocurrió entre 1799 y 1800, cuando Martina Fuentecilla, esclava mulata, se querelló criminalmente contra su ama, doña María Ignacia Fuentecilla, “por barias heridas y otros padecimientos que le a echo sufrir”(45). De acuerdo con lo que Martina declaró, hacía dos meses que su ama la castigaba con palos, hasta que “pudo escaparse hoy, y venirse a presentar al mui Ylustre Señor Presidente”, que remitió el caso al Alcalde José Antonio Badielo, quien también observó la herida: “Y haviendola reconosido le encontré varias moretiaduras en las espaldas y hombros, y tres heridas pequeñas en la cabeza y la mas partes de ella toda molida, cuya operación al parecer hera echa con instrumento [con]tundente”(46). Así, las evidencias del cuerpo herido, junto con las declaraciones de vecinas y vecinos sobre la crueldad de doña María Ignacia, acentuaron la mala fama que tenía respecto al trato que daba a sus esclavas.
En otros juicios, se buscó demostrar que determinada dolencia impedía el trabajo esclavo, cuestión que ayudó a negociar y disminuir el valor de “la pieza”, y, con ello, cambiar de amo, incluso autocomprarse. Esto se deduce de las acciones judiciales iniciadas por Dominga, parda libre(47), quien asistió a la justicia en agosto de 1820, a nombre de su hija Antonia, joven esclava que fue puesta en venta por su amo, don Francisco Díaz de Arteaga. El papel de venta de Antonia señalaba: “se vende en trecientos pesos libres al comprador de todo derecho: sin tacha, ni enfermedad conocida, y es todos haseres”(48). Antonia y su madre alegaron que se trataba de un “presio subidísimo”, puesto que “ella padece dolores reumáticos, y frialdad en el vientre”(49), cuestión que contribuyó a la disminución de su precio. Interesa destacar que en el juicio se alcanza a observar la experiencia de Dominga, y del procurador que la asiste, que litiga en favor de su hija para alcanzar una motivación no declarada, que fue la de adquirir libertad jurídica, cuestión que comenzó a resonar entre quienes eran esclavizados y los respectivos propietarios, a propósito de la legislación de vientres libres consagrada en 1811(50). La misma Dominga advirtió:
“Este presio subidísimo le imposibilitan sus deseos sin encontrar comprador: Ella padece dolores reumáticos, y frialdad en el vientre: Se ha mandado medicinar p[o]r el físico Cox, y h[as]ta la f[ec]ha nada se ha efectuado: Todo esto rebaja su estimación, al paso q[u]e el q[u]e tiene una criada todo le aprovecha el servicio: Los vientres libres hacen q[u]e ni aun sus hijas les sean útiles”(51).
Ciertamente, las solicitudes por papel de venta tenían como propósito inicial permitir a los esclavizados buscar “amo a su gusto”(52). Sin embargo, en atención al desarrollo del juicio y al contexto abolicionista del periodo, parece factible sostener que la enfermedad apareció como un recurso importante para disminuir el precio de la “pieza” esclavizada, para luego autocomprarse y, así, adquirir la libertad jurídica.
Esta suerte de estrategia apareció también en 1762, cuando Martín, mulato esclavo, solicitó papel de venta y mencionó las dolencias y los malestares que tenía, motivo por el cual pidió revisión de un médico de la ciudad, con el propósito de disminuir su precio. Martín, a través del procurador de pobres, dijo “se sirva Vuestra Señoria usando sus grandes facultades de concederme licencia llana para recoxerme a este hospital real a Curarme entre tanto recupero la salud”(53). Detrás de estas referencias se puede comprender la insinuación de que una persona de apariencia lánguida y débil, y por tanto poco saludable, no respondía a la demanda laboral del rigor esclavista. Esta asociación, por ejemplo, significó un problema respecto de Pedro, esclavo negro de 30 años, sobre quien se siguió un juicio de redhibitoria con motivo de sus ahogos y otras dolencias. En el transcurso del litigio, ocurrido entre 1778 y 1781, se discutió sobre cuál enfermedad causó su muerte, pues en el momento de la venta se le vio robusto. Eugenio Nuñez, médico y cirujano que lo revisó, aclaró: “si huviesse padecido qualquiera de los [de]fectos no hubiera comparecido en su venta robusto, y fuerte [an]tes si viceversa, atenuado, flaco, enmarasmado, con mutacion de color, el cutis seco, aspero, calentura y de[mas] simptomas que le corresponde a d[ic]ho afecto”(54). Se desprende que la contextura, la complexión y el aspecto corporal de esclavas y esclavos nutrieron el imaginario que, a su vez, estuvo atravesado, y cuestionado, por las enfermedades, heridas y dolencias. Durante las primeras décadas del siglo XIX, estas asociaciones entre el vigor corporal de esclavas y esclavos como indicador de salud, y, por tanto, idoneidad para el trabajo, se mantuvieron. Pocos años antes de la abolición de la esclavitud en Chile, durante 1816, Nataniel Cox examinó a una esclava negra en el marco de una tasación que la involucraba a ella y su hija de pecho(55). El agente de justicia que tramitó esta diligencia citó al médico, quien sostuvo: “La Madre sera de veinte y ocho años: goza de salud sana y robusta, como lo certifica el facultativo Don Agustín Nataniel Cox por el Documento que acompaño”(56).
Estas referencias se aprecian en el contexto de una ciudad cuya esclavitud fue, principalmente, urbana y orientada a labores domésticas, siendo las mujeres esclavizadas más valoradas económicamente, y destinadas a los llamados “oficios mujeriles”(57). Aunque lo doméstico no fue exclusivo de ellas, pues los varones, además de trabajar como cocineros y peones, realizaron oficios varios, “como el de zapatero, herrero, albañil, curtidor, sastre, barbero”(58). Aurelia Martín Casares, que estudia el caso de España de los siglos XVI al XIX, se refiere a las esclavas como empleadas del hogar forzosas, que podían ser altamente rentables para sus propietarios, tanto dentro del hogar señorial como fuera de él, pues en algunas ocasiones la “habilidad” de la esclavizada, en materias especializadas como el saber cocinar y planchar, hacía que ellas fueran alquiladas a otra familia, a cambio de una renta que captaba la propietaria de dicha esclava(59). Se reconoce entonces que, en distintos contextos, esclavas y esclavos realizaban una constelación de labores y oficios, desde acciones domésticas (limpiar, remendar, comprar, cocinar, lactar, criar, cuidar), así como oficios más especializados (zapateros, sastres, curtidores), lo cual les permitía desempeñar un papel clave dentro del hogar y la sociedad de la cual formaban parte(60). En ese escenario, la cuestión de las enfermedades, dolencias y heridas entrampó en algunos casos la “rentabilidad” de los esclavizados. A su vez, esta misma situación de esclavitud generó algunas de las dolencias que se alegaron en la documentación judicial.
Así, del conjunto documental, se constató que los indicios sobre la salud y la enfermedad de esclavas y esclavos respondían a propósitos de los mismos esclavizados en algunos casos, mientras que en otros estaban mediados por amas o amos que, interesados en el “bien mueble”, elevaron demandas, en la medida en que la “propiedad económica” estaba en entredicho. Lo anterior estuvo en diálogo con un concierto mayor de personas que se encontraron en tribunales, donde vemos a los agentes de justicia, es decir, jueces, abogados, procuradores, fiscales, y quienes auxiliaban como escribanos y médicos. Cada uno de estos actores participaba como autoridad o conocedor, y también mediador entre el monarca y los súbditos(61).
También, el universo de dolencias que se aprecia en la documentación recuerda la elasticidad de la enfermedad como categoría, es decir, remite a aquella plasticidad a la cual refieren algunos autores que la abordan como una “entidad elusiva”, que incluso escapaba a la mirada médica, pues se modifica con el paso del tiempo. Así, ante la inquietud de qué significa esta “plasticidad”, en qué se expresa y cómo opera, cabe destacar que esta característica no se logra entender sin contemplar primero la particularidad coral de la documentación judicial del periodo. En los tribunales de justicia se esperaba resolver conflictos civiles o criminales, ante autoridades como los jueces, por medio de los agentes de justicia, como los abogados, fiscales, procuradores de pobres, que contaron con el auxilio de escribanos y médicos. En estos espacios se exponían pugnas, desencuentros, rencillas y delitos que enfrentaban a las partes directamente involucradas, y también a vecinos, testigos, conocidos. De ahí la pertinencia de entenderlo como un registro coral(62).
En este artículo se interpreta que la enfermedad fue maleable, también, porque las partes involucradas, letradas o legas, señores u esclavos, médicos o enfermos y heridos, la construyeron y utilizaron de ese modo, en virtud de las motivaciones, los recursos judiciales y las cuestiones materiales -como heridas abiertas, fístulas y llagas, por ejemplo-. Entonces, esa elasticidad obedece a la naturaleza de algunas dolencias y forma parte de cómo se negocia la justicia, la cual, en aquella documentación que habla de personas esclavizadas, opera en relación con cómo se vivenció la esclavitud en dicho espacio, en que se daba la posibilidad de enunciar, negociar y modificar(63). Ese ámbito contextual posibilita apreciar la plasticidad en relación con las enfermedades, que tiene que ver con el uso estratégico que se hizo de ellas en el ámbito judicial, lugar donde vemos a una constelación de personas que acusaron, alegaron o se quejaron respecto de alguna dolencia, como esclavos y esclavas, a propósito de lo cual también se detectó la red familiar de las personas esclavizadas, expresada en dinámicas de apoyo por parte de madres, hermanas, maridos, a veces vecinas y vecinos, y también otras personas esclavizadas.
La documentación judicial permite constatar que cierto tipo de dolencias afectó a personas esclavizadas en el contexto de sus labores, en Santiago, entre 1740 y 1823. Algunas, mencionadas en los juicios, fueron heridas identificadas en marcas, golpes, moretones y quemaduras en la piel, que denunciaron maltrato físico, y en otros casos, las tareas domésticas a las cuales estuvieron destinados esclavos y esclavas, como cargar y trasladar leña y baldes con agua. Otra enfermedad como la sífilis dio cuenta de un cuestionamiento moral hacia esclavas y esclavos, elemento que era parte de la sospecha permanente, puesto que la esclavitud estaba asociada con una mácula. Por otro lado, el comportamiento licencioso de los esclavizados también remitía al actuar de sus amos. También se hizo referencia a dolores corporales, quebraduras y malestares en brazos y piernas. Así mismo, aparecieron tumores, lamparones, úlceras y llagas. En la documentación también se señalaron dolores de pecho, fatiga, asma y ahogo, molestias que revelaban enfermedades de más tiempo en algunos casos(64).
Igualmente fue interesante notar que esclavas y esclavos tenían, de acuerdo con este tipo de registro, diversas enfermedades y dolencias, algunas de las cuales tuvieron su origen en el maltrato, tal como reportaron algunas esclavas o algunos esclavos, y también fueron producto de las tareas y los trabajos que realizaron, cuestión que agudizó ciertas molestias(65). Algunas enfermedades se articularon con marcas de género. Esto fue particularmente revelador en el caso de las “dolencias de mujeres”, y cuando se hizo alusión a la menstruación, indicio que se presentó de manera contradictoria en los registros, pues apareció como un elemento que solía asociarse a un buen estado de salud, por la posibilidad reproductiva que significaba, y también como algo que interrumpía y acusaba alguna potencial enfermedad. Si bien la documentación deja ver una similar expectativa de robustez como evidencia de salud, tanto en esclavas y esclavos, se observa que la ausencia de fuerza y vigor en los hombres se entendió como algo extraño o inusual, por cuanto se caracterizó desde lo corporal, como el estar quebrado y débil.
Se aprecia que el cruce esclavitud y enfermedad en los distintos casos (Estados Unidos, Brasil y Chile) tuvo en común la valorización del cuerpo esclavizado, en cuanto objeto de transacción, que se expresó en distintos niveles de “inversión”, en algunos casos, en hospitales destinados a la atención de esclavos y la identificación de enfermedades “propias de los negros”(66). Así, la especificidad del caso de Santiago de Chile, en atención a la misma documentación, es que la noción de enfermedad fue relevante para la persona propietaria, para la cual prevaleció la noción del cuerpo objeto de la esclavitud, pero también la enfermedad fue importante para la persona esclavizada, pues permitió poner en cuestionamiento el valor de su esclavitud, cuestión que en algunos casos ayudó en la negociación de dicha condición para disminuir el valor y poder autocomprarse, cambiar de propietario o propietaria, acusar maltrato y crueldad, exponiendo así la falta de humanidad de su ama o amo. Posibilidades que vimos en los juicios que involucraron a Martina Fuentecilla contra su ama María Ignacia, y en el juicio iniciado por Dominga, parda libre, en favor de su hija.
Además, la naturaleza de ciertas enfermedades no siempre tuvo su origen en la esclavitud, aun cuando también supusieron un problema para aquellos que compraban y vendían a personas esclavizadas. Fue el caso de la epilepsia, o gota coral, dolencia identificada en María Francisca, que puso en entredicho la conveniencia de su esclavitud. Este litigio, ocurrido entre 1756 a 1758, también permite apreciar la plasticidad en la cual se ha insistido, puesto que la gota coral también se relacionó, o emparentó, con otras enfermedades como la histeria y el “mal de madre”, o al menos las partes involucradas -propietarias en disputa y sus abogados- hicieron referencia a ellas tanto para acusar como para argumentar y definir de cuál enfermedad se trataba. Lo anterior se sumaba a una dolencia cuya naturaleza era particularmente compleja, puesto que no permitía a la esclava cumplir con las acciones para la cuales había sido comprada. En palabras de doña Xaviera Gutierrez, quien inició el litigio por redhibitoria: “d[ic]ha esclava, enferma de gota coral, redundado [en] hijada, que le repite de continuo; de cuya enfermedad [ha] tenido padeciendo, ha mas tiempo de doze días, con [asis]tencia de Medico, y sobre quatro personas, que le [asisten] [que]dandose, de dia, y noche, con continua asistencia […], por causa de ser tan maligno este acciden[te]”(67). Esta dolencia destacaba entonces que María Francisca era alguien a quien cuidar, y no una esclava que pudiera servir a los demás.
Observar la esclavitud desde el prisma de la enfermedad nos presenta una variedad de situaciones, permite identificar algunas de las principales afecciones que se registraron en los documentos, comprender que la relación entre esclavizados y propietarios no fue unidireccional y valorar que las referencias al cuerpo enfermo, dolencias, heridas, fueron uno de los elementos que nutrieron los litigios en los que estaba implicado un esclavizado. A su vez, apreciar que el medio urbano y doméstico posibilitó a las personas esclavizadas identificar y alegar algunas de sus dolencias, y contar con un entorno “testigo”, fuese lego -parientes, otros esclavizados, vecinos- o instruido -abogados, médicos-. Así, el capital social de las personas esclavizadas, junto con la normativa y las instancias de justicia, permitieron exponer y alegar ciertas situaciones en las que la enfermedad se enunció como un elemento disruptivo, para el medio del cual formaron parte, esto porque la persona esclavizada y su entorno asumieron y otorgaron importancia a determinadas dolencias. Esto ocurría en un contexto como la ciudad de Santiago, de la Capitanía General de Chile, en el que las personas esclavizadas estuvieron expuestas a las mismas enfermedades que aquellos no esclavizados, por motivo de las características de salubridad y vulnerabilidad ante episodios de epidemia.
Comentarios finales
La enfermedad como categoría de análisis pone el acento en una experiencia biológica, y los alcances que ella porta. Es también un objeto de estudio que, en este artículo, se ha puesto en diálogo con la esclavitud de origen africano, en el contexto del Santiago de la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX.
El análisis de los registros judiciales, en diálogo con la bibliografía, permite interpretar a la enfermedad desde la plasticidad. Esto porque la enfermedad como experiencia y objeto de estudio es un entidad esquiva y elusiva, principalmente en el periodo estudiado, cuando aún no estaba sujeta a las resoluciones de la nosología médica. A su vez, la plasticidad se detecta en los usos que se hace de la enfermedad y las ideas médicas en el contexto judicial, donde personas esclavizadas, vecinos y parientes, además de propietarios, jueces, abogados, procuradores y médicos, enunciaron, declararon, indicaron y contradijeron los entendimientos de lo que era o no una enfermedad, y las implicancias que ella tuvo en el quehacer de una persona esclavizada. Cuestión que fue posible por el acceso y los conocimientos que algunas personas esclavizadas y sus familiares tuvieron respecto de los espacios de justicia formal.
A partir de la documentación se detectan enfermedades, heridas y dolencias que revelan aspectos cotidianos sobre las acciones y vivencias de personas esclavizadas del contexto señalado. Algunas dan cuenta del trabajo esclavo, principalmente doméstico, que se dio en la ciudad. Revelan también que ciertas dolencias no fueron resultado de la esclavitud. Sin embargo, la entorpecieron, comprometieron y tensionaron, como fue el caso de María Francisca, quien tuvo epilepsia, histeria o “mal de madre”. Estas y otras enfermedades presentan sutilezas que la historiografía ya detectó hace algunas décadas. Historiografía que coincide en caracterizarla como un fenómeno escurridizo y elusivo, cuestión que nos obliga a admitir que no es algo fijo, al igual que el pasado.
El escrito que se presentó aquí es un esfuerzo por reflexionar sobre una categoría que ha permitido aproximarnos a la esclavitud de origen afrodescendiente en el Chile de la segunda mitad del siglo XVIII e inicios del XIX, sobre la cual, afortunadamente, sabemos más gracias a la producción historiográfica reciente de los últimos diez años, que ha revelado la riqueza de la documentación para el caso de Chile. Gracias a ella conocemos que Chile fue una sociedad con esclavas y esclavos, que formaron parte de la vida urbana de Santiago y del engranaje social del periodo tardo-colonial, y que fueron particularmente relevantes en las dinámicas de economía doméstica de la cual formaron parte. En dicho contexto, los litigios que involucran a esclavas y esclavos con enfermedades, dolencias y heridas dejan ver que lo médico se convirtió en un elemento relevante en ciertos juicios, algunos de los cuales permiten observar la plasticidad de la enfermedad, en cuanto categoría que posibilita realizar un análisis histórico, y también como un elemento que fue utilizado por quienes coincidían en el marco de un juicio, en el cual la enfermedad permitía negociar costos económicos, pertenencia a los amos, apreciaciones sobre las mismas enfermedades.
Entonces, ante la inquietud inicial de si la enfermedad fue capaz de trastocar la situación de esclavitud, en virtud de la bibliografía y los litigios que se han analizado, es posible plantear que algunas enfermedades, heridas y dolencias sí tuvieron la capacidad de comprometer, entorpecer y cuestionar la esclavitud, con lo cual se llegaba a interrumpir en la cotidianidad los quehaceres con los cuales estaban relacionados los esclavos y las esclavas, en tanto fueron parte relevante de los circuitos de la economía familiar y del cuidado del espacio privado de sus propietarios. En otras palabras, es factible indagar sobre el concepto de enfermedad como un elemento que obliga a poner atención al cuerpo esclavizado, recurso a través del cual se podía negociar, entorpecer y cuestionar la dinámica esclavista en determinados contextos.