Es ampliamente aceptado que fue Peter Stearns quien, junto a la psiquiatra y educadora Carol Zisowitz Stearns, hizo el gesto definitivo que permitió la apertura de un nuevo campo historiográfico. Los estudios de ambos los condujeron a constatar que cada sociedad tenía estándares emocionales colectivos distinguibles y que era necesario estudiar las formas de expresarlos, así como las razones por las que las instituciones sociales estimulaban o prohibían algunas emociones y eran indiferentes hacia otras1. En 1985 propusieron denominar estos estudios con el neologismo emotionology y cuatro años más tarde publicaron un libro sobre la ira en la historia norteamericana. En 1994, Peter Stearns se refirió al concepto de estilo emocional para explicar el cambio de estándares en los Estados Unidos entre 1920 y 1950, cuando ocurría el alejamiento de la cultura victoriana2. Estos estudios seminales se inscriben en una genealogía intelectual amplia y frondosa en la que convergen filosofía, neurociencias y corrientes historiográficas, como la de las mentalidades, psicohistoria e historia cultural, entre otras.
Al inicio de esta centuria, la importante obra de William M. Reddy exploró dos tipos de tensión que conviven en el ámbito emocional. Primero, la que existe entre lo que puede considerarse biológico e invariable y lo que es histórico y contextual. En segundo lugar, la que es resultado de las normativas y las posibilidades que ofrece de “navegar” en ellas. Su trabajo dotó a la disciplina de una batería conceptual propia de uso constante -régimen emocional, sufrimiento emocional, refugio emocional, emotives, gerencia y navegación de las emociones-3. Barbara H. Rosenwein, por su parte, realizó una contribución extraordinaria al plantear sus preguntas sobre las emociones en la Edad Media y no ya entre los siglos XVIII y XX. Retando la idea de separar emocionalmente la historia moderna de todo lo anterior, ha sostenido que los repertorios de sentimientos fluyen a través del tiempo y que las comunidades emocionales -su concepto clave-, con sus valores y modos de sentir, los usan y adaptan, con significados, énfasis y secuencias diferentes4.
Tenemos entonces cuatro historiadores cuyas obras marcaron el campo. En las entrevistas que Jan Plamper hizo en 2010 a Stearns, Reddy y Rosenwein quedó claro que sus obras son confluyentes, pero diversas y se intersectan por momentos5.
En el primer decenio de este siglo, la historia de las emociones se enriqueció con estudios que abarcaban amplios períodos o regímenes específicos (lo que permitió señalar las inflexiones de sentido y usos) y con estudios particulares de un sentimiento desde distintas disciplinas, diversidad de fuentes, lugares y tiempos que resultaron también muy sugestivos e inspiradores6. La convergencia con otros campos como la historia de los cuerpos, del dolor o de la justicia produjo aportes extraordinarios como el de Javier Moscoso, que abre el mundo de la experiencia subjetiva de la enfermedad, la prisión y la tortura, o como el de Arlette Farge sobre las emociones de la multitudes, en los que también se registra la experiencia de quienes observan7. Mientras los estudios sobre culturas emocionales nacionales se robustecían y llegaban a otras latitudes8, el campo, como suele suceder, se diversificó tanto que hoy es casi imposible de abarcar.
Los primeros trabajos que aparecieron en Latinoamérica son más cercanos a la tradición francesa de la historia de las sensibilidades, el amor, el sufrimiento, el odio y muy especialmente a la historia de los miedos en la vida cotidiana9. Libros colectivos, como el editado por Claudia Rosas Lauro sobre el miedo en el Perú, que reúne un buen número de artículos que tratan situaciones escogidas a lo largo de cinco siglos en las que este sentimiento ha sido decisivo10. En México, Pilar Gonzalbo Aizpuru y Verónica Zárate Toscano coordinaron en 2007 un volumen sobre alegrías y sufrimientos, entendidos como sentimientos persistentes a través de la historia humana11 y, en 2009, se publicó el libro coordinado por Elisa Speckman Guerra, Claudia Agostoni y Pilar Gonzalbo Aizpuru, sobre los miedos en la historia12. Estos textos se benefician de la larga experiencia de la investigación en historia de familia y vida cotidiana y proponen una aproximación novedosa a estos temas tanto como a los relacionados con la salud y la enfermedad o la justicia y la memoria. El mismo año salió en México otro libro colectivo sobre usos del miedo13. Se trata de miedos colectivos a los gobiernos, con análisis que pueden remitir a cierta economía política de las emociones, como diría Ute Frevert, aunque las reflexiones no se centran en ese terreno. Por su parte, también en 2009, Claudia Rosas Lauro coordinó un libro colectivo sobre distintos tipos de odios y perdón en el Perú, en coyunturas dispersas, desde el siglo XVI hasta el XXI. En 2019, la misma autora editó con Manuel Chust Calero un volumen sobre los miedos en las revoluciones de Independencia, con análisis de estos sentimientos, especialmente desde lo ideológico14.
En la segunda década del siglo, el foco explícito en las emociones en sus múltiples dimensiones da sus primeros destellos con publicaciones que cubren amplios arcos de tiempo en territorios de las naciones actuales. Por una parte, hay aproximaciones novedosas en algunos de los trabajos compilados en libros como el editado por Javier Villa-Flores y Sonya Lipsett-Rivera, que se centra en la cultura emocional colonial en México, o el coordinado por María Eugenia Albornoz Vásquez para Chile, que presenta estudios de experiencias judiciales de parte de una variada muestra de sujetos y tiempos entre el siglo XVII y el XX15. El tema de los crímenes pasionales, especialmente cultivado desde hace años por la historia de la justicia, ha empezado a ser revisitado desde la historia cultural y de las emociones y los sentimientos16. Estos libros han puesto esta corriente en el mapa de la historiografía de la región y alentado a los investigadores a seguirlo. Por otra parte, las urgencias de la memoria histórica en los países que han sufrido dictaduras o conflicto armado prolongado propician los estudios de los sentimientos y las emociones en la historia reciente, del último cuarto del siglo XX y lo que va de este siglo17. Convergen, en ocasiones, con la historia de género, que para muchos fue el camino que los condujo a la historia de las emociones. La conexión interdisciplinar con la sociología, la antropología política e histórica empieza a incluir la psicología y es muy fuerte y prometedora en campos como el arte y la arquitectura, la literatura, el cine y el futbol18, tanto como la historia del cuerpo y el trauma19.
Tres décadas después del llamado de los Stearns, y con base en con textos programáticos y canónicos, el mapa de la historia de las emociones era muy amplio y algo difuso. En 2005, Peter Burke juzgó que esta rama de la disciplina carecía de un marco analítico riguroso y, en 2015, José Manuel Zaragoza se propuso revisar esta sentencia20. En sus conclusiones aceptó que el objeto de estudio resultaba difícil de definir y, por tanto, impedía acotar el campo. También, defendió la postura construccionista, que da mucho valor al contexto y a la construcción social de las emociones y abogó por una estrecha relación de esta corriente con la historia cultural por converger en la atención debida a la producción de significado. El mismo año, Javier Moscoso hizo un llamado a ir más allá de la constatación de la existencia de las emociones y su especificidad en cada contexto y a estudiar, siguiendo los programas de Stearns y de Reddy, la relación de emociones y sentimientos con el cambio social21. Un poco antes, partiendo de un recuento del debate continuo sobre el estatuto y la metodología de la historia de las emociones, Moscoso, Zaragoza y su grupo de Madrid definieron su enfoque como “historia de la experiencia”, lo que permite no solo preguntarse por estilos y regímenes, refugios y sufrimiento emocionales, sino también entender cómo la dimensión del poder rebasa lo ideológico y lo moral, para instalarse en los pliegues del corazón de las personas y las comunidades22.
Mientras la transversalidad de las emociones favorece una gran dispersión temática, compartida con la historia cultural, los asuntos de fuentes y método son espinosos. Como el objeto, difícil de asir y delicado, así también las fuentes son elusivas y, por todo ello, no hay un método que garantice que se encuentre lo que se busca. El historiador deberá ser consciente de qué o a quién ha constituido como sujeto, los límites de su representatividad y todas las demás variables que entran en el establecimiento de causalidades y explicaciones, ya sea su enfoque más cercano a la filosofía de la historia (preguntándose por las emociones en relación a regímenes, períodos, estructuras, cambios, sujetos y experiencias) o a la filosofía del lenguaje (interesándose por la manera en que se nombran las emociones, su relación con la realidad, sus significados y usos, su repetición o desaparición, las asociaciones entre términos, cambios y variaciones en el tiempo y de una comunidad a otra, como lo hace la historia conceptual)23. Y, por qué no decirlo, son diferencias enormes con la historia económica o la social, por nombrar solo dos, en las que, sin importar numerosas variaciones posibles, la consideración de sus objetos como investigables no se ponen en duda.
En 2018 coincidieron en la publicación dos libros que tratan de dibujar los territorios y las rutas de este inmenso mapa. Rob Boddice señaló cómo, ante la proliferación de trabajos, era muy difícil para un neófito saber por dónde empezar, y se propuso cartografiar el campo como un todo24. Describió minuciosamente los orígenes, las relaciones con otras ciencias, los conceptos principales, profundizó la relación con la moral y, con todo ello defendió la centralidad potencial que la historia de las emociones tiene, no solamente para la práctica historiográfica, sino también para el entendimiento del ser y la experiencia humanos. De igual manera, Barbara H. Rosenwein y Riccardo Christiani publicaron un libro corto en el que trataron de responder qué es la Historia de las Emociones25. En el prefacio exponen su esperanza de facilitar el seguimiento de los diversos caminos de esta disciplina, que está “aun encontrándose a sí misma”. Se propusieron entonces presentar las distintas aproximaciones, los principales conceptos y métodos que guían las búsquedas y vislumbrar el futuro de la disciplina. Concluyeron que la historia de las emociones es una discusión en proceso sobre las muchas maneras en las que las emociones han jugado un rol en la historia humana y en nuestras propias vidas y lo siguen jugando.
En medio de esta ebullición, nos intriga saber por qué el llamado giro emocional, aunque despertó tempranamente inquietudes en Ciencias Sociales como la Antropología y la Sociología, ha tenido una recepción más bien tibia en la historiografía latinoamericana, que en muy pocos casos concede un lugar central a las emociones. No tenemos la respuesta. Es posible que la desconexión entre investigadores de países latinoamericanos, que tanto daño nos ha hecho, oculte importantísimos logros. De hecho, el registro de las emociones no ha estado ausente en los trabajos de muchos historiadores y podemos encontrarlo con relativa facilidad, especialmente en estudios sobre grandes traumas como la Conquista o la esclavitud, o en las vicisitudes de los enfrentamientos políticos, los conflictos y las guerras, pero no como una categoría de análisis y explicación. Parece que, a pesar de que el interés sobre cómo se vivía y cómo se decía la vida de tantos nuevos sujetos ha sido muy fecundo para la historiografía latinoamericana del siglo XX y de lo que va del XXI, no ha habido un interés genuinamente histórico de la misma dimensión por preguntar sobre cómo sentían, experimentaban y expresaban emociones los individuos y comunidades, cómo cambiaba la cultura y el régimen emocional en el tiempo y cómo incidían las emociones en los cambios sociales y políticos. Los trabajos que empiezan a publicarse, a algunos de los cuales nos hemos referido, son muy importantes y sabemos que en varios departamentos de historia se está acogiendo la perspectiva de las emociones por parte de profesores que investigan las relaciones de raza, género, familia y vida cotidiana y, también, aunque con menor frecuencia, de algunos dedicados a la historia política.
Con la certeza de que los posibles y variados desarrollos de la historia de las emociones tienen un enorme potencial para el conocimiento y la explicación de las sociedades en el tiempo, para este dossier, que edité en compañía de Javier Moscoso26, invitamos a publicar estudios de emociones y sentimientos morales relacionados con la política en el mundo atlántico entre los siglos XVIII y XX, con especial interés en los registros de experiencias emocionales y demandas morales de grupos e individuos como dimensiones vitales del orden social y político, ojala en períodos medianos y largos. A poco de abrir la invitación, gracias a la ayuda de Javier Moscoso, Peter N. Stearns aceptó escribir un texto de apertura para el dossier, que es verdaderamente una primicia para Latinoamérica. En él expuso generosamente su mirada a los avances, las tensiones y alternativas actuales de la disciplina. Este texto, de quien abrió el campo de estudios hace ya más de 30 años, no solo se funda en un fructífero y concienzudo trayecto y marca los mojones del debate, sino que también propone una agenda de diálogo comparativo, para la cual es necesario intensificar el trabajo en América Latina.
En respuesta a la invitación a este dossier llegaron veinte trabajos, cinco de los cuales pasaron la criba de pares evaluadores anónimos. Cuatro de ellos son sobre Nueva Granada-Colombia y el quinto es sobre México, aunque da luces sobre procesos comparables en otros países latinoamericanos. Esta concentración inesperada, sin saber muy bien a qué tipo de causa debe atribuirse dada la coyuntura enrarecida en la que nos encontramos, es una suerte para la historiografía del país, donde el debate apenas arranca. En Colombia ha habido un interesante dominio, discreto y comprensible, de la antropología de las emociones y de la historia del cuerpo, generado por el propio desarrollo de estas disciplinas, el crecimiento de la comunidad de científicos sociales y la prevalencia de la memoria histórica del conflicto armado, que es en sí misma muy emocional en sus motivaciones y aproximaciones. En ella se juega la re-existencia de individuos y comunidades que necesitan explicaciones. Ya sea por la urgencia, porque no se lo proponen, o porque no lo consideran necesario, la mayoría de los análisis y relatos no se remonta a más allá de las coyunturas o los pasados más cercanos. No es el caso de los artículos de este dossier, que se internan en sociedades distantes del presente.
Dos de los trabajos se enmarcan en el régimen emocional de la monarquía borbónica, cuando se adelantaban las reformas que afectaron la vida de tantas familias y pueblos. Otros dos están inscritos en tiempos de guerra, uno en la prolongación de la guerra de independencia a principios de la década de 1820 y el otro, al cierre del siglo, en la Guerra de los Mil Días. El trabajo sobre México en el primer cuarto del siglo XX nos remite de nuevo a la vida de las parejas. Todos, podemos decir, son estudios y reflexiones sobre las emociones y los sentimientos que fueron parte central de la matriz de poder de una sociedad a la luz de un evento y moldearon decisiones civiles, políticas y militares, que afectaron la vida privada y pública de personas y familias o de conjuntos enormes de población y el curso de los acontecimientos. Algunos toman asuntos y fuentes que han sido tratados por la historia social o cultural, pero cuya relectura resalta el rol decisivo de emociones y sentimientos como honor, clemencia, compasión, miedo, odio, venganza, humillación y resentimiento, para una mejor explicación y ponderación de sus implicaciones.
El régimen emocional de la sociedad colonial tiene mucho en común con el de sociedades de Antiguo Régimen, pero sus particularidades ameritan mucha atención. Comparte con ellas, entre otras facetas, la representación del poder divino de los reyes y del amor que une al cuerpo místico del Soberano con sus vasallos, el sentido del honor y el orden patriarcal que regulaba emociones y sentimientos. No obstante, la peculiar condición colonial y la jerarquización racial derivadas de la Conquista son las características definitivas de las formas de reconocimiento, los marcadores de clasificación social y de subordinación en los que se moldean las emociones y sentimientos27. Dos de los artículos que hacen parte del dossier reflexionan sobre aspectos centrales de esos mundos, aunque en ámbitos diferentes. Uno se enfoca en los afectos mismos de la monarquía en relación con la obediencia o rebeldía de los vasallos y el otro, en la articulación de las emociones del amor de las parejas consideradas desiguales según el orden jurídico político de la monarquía. Ambos se enmarcan en la monarquía borbónica y en los efectos de las reformas de Carlos III.
El artículo del dossier escrito por Jairo Melo Flórez, Doctor en Historia por El Colegio de Michoacán e investigador independiente, especialmente en historia de la justicia penal, argumenta que la clemencia como recurso para el fortalecimiento de los vínculos emocionales entre el rey y sus vasallos fue cuestionada a fines del siglo XVIII porque fue considerada fuente de impunidad y, muy al contrario de su propósito, de menoscabo de la obediencia de los vasallos. Partiendo de los aportes de la historia social y cultural del derecho, estudia el ejercicio de calculada política emocional por parte de la monarquía en su respuesta a las rebeliones contra las reformas, especialmente la de los Comuneros, en el Nuevo Reino de Granada en 1781. La práctica de la clemencia y el perdón en la justicia colonial, tratada por Alejandro Agüero para Tucumán, y el balance entre amor y temor al rey, analizado por Alejandro Cañeque para México, parecen tener una inflexión después de la rebelión de los Comuneros, pues las autoridades desconfían de los vasallos y prefieren el castigo sobre la clemencia en el manejo de las causas abiertas en 1794 por la traducción de los Derechos del Hombre y la conspiración contra los españoles en Santafé, vinculada a pasquines sediciosos. El artículo muestra la intensidad emocional en la retórica sobre el vínculo amoroso entre el rey y los vasallos, tanto como la consciencia del valor de ese sentimiento y la importancia de su manejo político.
Las reformas borbónicas también tocaron las estructuras de reconocimiento de la sociedad colonial y la distribución de porciones de honor en correspondencia con el lugar de los individuos en la jerarquía y con sus méritos. Algunas reformas resultaron inclusivas, al legitimar ascensos sociales que se venían produciendo hacía tiempo, como la de reforma de los gremios, la de Gracias al Sacar o la de niños expósitos. Otra, la Pragmática de Matrimonios, tuvo efectos excluyentes, porque, en medio de la plasticidad de las clasificaciones, pretendía preservar en lo posible la barrera de la blancura.
En ese contexto, el artículo de Érika Mejía, estudiante de Maestría en Gestión e Investigación del Patrimonio Cultural en el siglo XXI en la Universidad Complutense de Madrid, asume el riesgo de nombrar la monarquía borbónica como un imperio emocional. Más allá de ocuparse de la forma que tomaba la regulación pública de las pasiones en una sociedad altamente jerarquizada, no sólo en lo económico, social y cultural, sino en lo racial y moral, el texto presenta varios casos llevados a los tribunales en tiempos en los que fue emitida la Pragmática Sanción de matrimonios. La dureza de la ley en Antioquia bajo la administración de Mon y Velarde ha sido repetidamente señalada por lo que, sin espacio para una retórica que conmoviera a los jueces, el sufrimiento emocional de los individuos que se encontraban atrapados en la tensión entre ese orden y el de los afectos amorosos debió ser enorme. Si, por una parte, es posible ver por qué a la monarquía le importaban las uniones matrimoniales y por qué ese poder tenía que controlar las relaciones amorosas de los vasallos, por otra, se constata cierta corporeidad de las familias que mueven sus patrimonios de honor y posición en el mundo complejo de la pluralidad de normativas -morales, religiosas, jurídicas- y sus intrincadas relaciones. Así, la pregunta por el régimen emocional lleva a resaltar no sólo los matices políticos de un tipo de casos que han sido profusamente tratados por la historiografía de familia y de género, sino una cierta economía política de los sentimientos, especialmente del honor, que es la valía de sí mismo y es también el principal bien que se acumula, conserva, invierte o se pierde. Algunos de los matices de ese orden mostraron larga persistencia en la república decimonónica y aún tienen destellos en sociedades actuales, asociados a prejuicios y privilegios.
Los siguientes dos artículos corresponden a los primeros y a los últimos años de la república del siglo XIX. Son historias políticas que, en contextos muy diferentes, dejan ver la intensidad de la contienda por imponer un orden dado, tanto como el uso de políticas emocionales y el sufrimiento físico y emocional que causan. El primero nos muestra la polarización de la política en Popayán entre 1821 y 1824 y, el otro, las prácticas de un ministerio de crueldad al final del siglo en el marco de la última guerra civil colombiana.
La república como revolución debía producir no solo una representación contrastante y prometedora del pasado y el futuro, como se hizo, sino también un nuevo régimen emocional. Desde las instrucciones dadas por los cabildos a los diputados a las Cortes de 1810 se pueden percibir diferencias en las expectativas de reordenamiento de las distintas comunidades políticas. La instrucción del Socorro esperaba que la Junta Central suprimiera las clases estériles, repartiera las tierras de resguardo entre los indios y aboliera la esclavitud. Además proponía suprimir mayorazgos y derechos eclesiásticos. Vislumbraba un mundo donde “el progreso de las luces haya difundido las ideas de humanidad por todas las clases de la sociedad”. Eran enunciados que en varios aspectos chocaban con un régimen emocional basado en el honor y los privilegios de nacimiento para la clasificación social, las relaciones sociales, morales y de poder. Mientras tanto, la Instrucción del Cabildo de Popayán se centraba en la representación igualitaria de diputados americanos y peninsulares, para que los primeros pudieran defender “los derechos, el honor, la independencia y la libertad de los Reinos Americanos”28. No eran posiciones antagónicas, pero sí muy contrastantes, una más liberal y empática y, otra, enfocada en el reconocimiento en los términos mismos de la monarquía compuesta y corporativa.
Las experiencias de la restauración monárquica, mayormente dolorosas, pusieron las emociones en el centro, en tanto que las de la guerra, como lo analiza Daniel Gutiérrez en su artículo, agotaron todos los recursos de las poblaciones, entre los cuales los emocionales no fueron los menos afectados. Este autor, profesor de la Universidad Externado de Colombia, ha estudiado y publicado sobre estas dos experiencias -la restauración monárquica y la guerra de Independencia en el Virreinato de Nueva Granada-29. En este dossier aporta precisamente un análisis sobre las dificultades y costos de la incorporación de la antigua gobernación de Popayán a la república y al programa republicano. Popayán figura como frontera entre dos mundos, como un espacio político polarizado entre un norte y centro republicanos y un sur realista. Concentrado en el análisis de una coyuntura crucial en medio de las guerras por liberar el sur de la dominación española, plantea que el Cauca se convirtió desde entonces en un vórtice político y un remolino emocional, cuyas luces y sombras se proyectan en el siglo XIX neogranadino y colombiano. Para dar sustento a esa imagen tan potente, el autor despliega el complicado panorama regional presentando fuentes sobre las que no se ha trabajado hasta ahora, que permiten percibir la trama de sectarismos y tibiezas, que se teje y anuda con entusiasmos y ambiciones, lealtades y apatías, miedos, rabias y resentimientos. Las élites de Popayán, aunque declaradas como independentistas, parecen defender el orden jerárquico que las define como amos, blancos, superiores, lo que hacía muy difícil la incorporación de esta región a la república. Los esfuerzos, excesos y decepciones del Coronel Concha, la deserción de las tropas y la resistencia al reclutamiento son leídos como indicios del predominio de un régimen de sentimientos más propio de antiguo régimen.
La historia del siglo XIX granadino y colombiano tiene una gran inflexión a mediados del siglo con un cuerpo de reformas que resultaron definitivas en la transformación de la república en nación y abrieron un período liberal y federalista, acompañado de nuevos entusiasmos por un futuro más democrático que contrastaban con miedos profundos, ya no tanto a la plebe como a la igualdad. Las fisuras de ese ordenamiento y los continuos conflictos dieron paso, tres décadas después, a la llamada Regeneración, un proyecto político conservador, centralista, presidencialista, sin participación de la oposición en el gobierno y bastante autoritario, el cual constituye el contexto del artículo sobre la regulación de la muerte.
Max Hering, profesor de la Universidad Nacional de Colombia, ha estudiado el orden social jerárquico y racialista y también se ha enfocado en algunas vidas marginales, tanto de quienes encarnan los más modestos escaños del poder como de trasgresores de las normativas, con lo que ha iluminado las posibilidades relativas de un individuo dentro de un contexto de redes relacionales30. En este artículo, junto con Daniel Trujillo, Magíster en Historia y asistente editorial del Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura, interesado de lleno en la historia de las emociones31, nos hacen mirar por una ventana la turbulencia emocional del fin de un siglo en el que muchos entendían que lo político incluía de suyo la eventualidad de la guerra. La de los Mil Días, la más cruel, sangrienta y devastadora, fue quizás por eso la última del ciclo de guerras civiles en Colombia, porque el extraordinario sufrimiento emocional contribuyó al hastío que se selló con la separación de Panamá.
En medio de un gobierno que se había erigido como regenerador moral y administrativo, Arístides Fernández, un atrabiliario ministro de guerra, manipula sentimientos y emociones de sus víctimas y de la sociedad en general, regulando la muerte y el sufrimiento, exhibiendo la ira masculina y canalizando recursos jurídicos y políticos para suscitar en las multitudes una demanda de venganza y de eliminación del opositor. En esa política emocional, cargada de odio y miedo, los autores destacan el manejo de las emociones que se despliega con el recurso de la prevención, que era una amenaza de fusilamiento a los presos políticos, cuando por orden del ministro esta se reiteraba cada noche y luego se aplazaba. En las prácticas de esta guerra, como en las estudiadas por Daniel Gutiérrez, sentimientos y emociones moldearon decisiones políticas y definieron alineaciones y fraccionamientos.
Al cierre del dossier publicamos un trabajo de Pablo Rodríguez, también profesor de la Universidad Nacional de Colombia, quien cuenta con una larga trayectoria de investigación en la historia de familia y vida cotidiana32 y que contribuyó como autor en uno de los libros colectivos antes citados sobre historia del miedo en México33. Hace un tiempo se ha desplazado, explícitamente, a la historia de las emociones, con un interés especial en los crímenes pasionales. El caso de María Teresa Landa, que mató a su marido cuando descubrió su bigamia, es paradigmático en muchos sentidos. En medio de la Revolución Mexicana, los códigos de lo público y lo privado, del honor, la honra y la decencia, de la autonomía femenina y los talentos intelectuales y profesionales de las mujeres estaban en plena confrontación, aunque no parece que sus dirigentes los tuvieran entre sus preocupaciones. Las transformaciones en el régimen político, moral y aún emocional que trajo la revolución y, muy especialmente, la secularización concomitante no coincidieron con una propuesta innovadora en los estándares emocionales respecto al lugar de las mujeres en la sociedad, en las parejas, en la familia o en el mundo profesional. No obstante, la contienda entre los modelos tradicional y moderno tenía lugar y, el caso de María Teresa Landa la llevó al tribunal y a la prensa, dos arenas en las que se enfrentaron como excelentes contendores no exentos de intereses indirectos.
Como nos lo dejan ver los cinco artículos que publicamos, el peso de los regímenes y la significación de las experiencias emocionales cuentan en el espectro de causalidades, en las decisiones y en la agencia de individuos y grupos, en la formación de lealtades políticas, en las contiendas de poder, en las revoluciones y las guerras, en las representaciones del orden y las formas de subvertirlo, pero también en la explicación de los pliegues más profundos del vivir, sentir y decir de sociedades del pasado. Poner lo emocional en el centro implica, como sucede con otras categorías de análisis que han sido apropiadas, y a veces han definido campos fecundísimos de la historiografía, un aprendizaje específico, un afinamiento de la pregunta y de la vista y la escucha que hace cambiar el mapa de búsqueda y el resultado. Por todas estas razones, la agenda y los retos que Peter N. Stearns nos propone en el texto que abre este dossier se deben mantener en pie. La historia de las emociones tiene un futuro promisorio en América Latina.