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Acta Colombiana de Psicología

Print version ISSN 0123-9155

Act.Colom.Psicol. vol.16 no.1 Bogotá Jan./June 2013

 

ARTÍCULO

BARRERAS ESTRUCTURALES Y SUBJETIVAS EN LA TRANSICIÓN DE ROLES DE MUJERES MEXICANAS Y SU MALESTAR EMOCIONAL1

STRUCTURAL AND SUBJECTIVE BARRIERS IN THE ROLE TRANSITION OF MEXICAN WOMEN AND THEIR EMOTIONAL DISTRESS

BARREIRAS ESTRUTURAIS E SUBJETIVAS NA TRANSIÇÃO DE PAPÉIS DAS MULHERES MEXICANAS E SEU MAL-ESTAR EMOCIONAL

TANIA ESMERALDA ROCHA SÁNCHEZa
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
CINTHIA CRUZ DEL CASTILLOb
UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA - MÉXICO

a Universidad Nacional Autónoma de México. tania_rocha@unam.mx
b Universidad Iberoamericana - México


Recibido, agosto 17 /2012
Concepto evaluación, noviembre 6/2012
Aceptado, mayo 27/2013

Resumen

En las últimas tres décadas, la incorporación de las mujeres a la vida económica, profesional y pública ha crecido en México, dando lugar a un cuestionamiento de los roles asignados tradicionalmente a este grupo. En este proceso de transformación se hace evidente la existencia de barreras, tanto estructurales como subjetivas, que pueden permear la vivencia de las mujeres y constituirse en factores que provocan malestar emocional y entorpecen el proceso de empoderamiento. Retomando la propuesta de diversas investigaciones en torno al tema, en el presente trabajo se realizaron entrevistas semi-estructuradas en profundidad a mujeres residentes en la Ciudad de México, con el fin de conocer qué clase de barreras estructurales y subjetivas se hacen manifiestas cuando se transgreden los roles y estereotipos de género, y cómo dichas barreras generan o no malestar emocional en las participantes.

Palabras clave: Empoderamiento, mujeres, malestar emocional, barreras estructurales y barreras subjetivas


Abstract

Over the past three decades, the incorporation of women into the economic, professional and public life has grown in Mexico, giving rise to questioning the roles traditionally assigned to this group. It is evident that in this process of transformation, the existence of barriers both structural and subjective can permeate the experience of women and become factors that cause emotional discomfort and hinder the process of empowerment. Returning to the proposal of several studies on the topic, semi-structured interviews were carried out with women residents in the city of Mexico in order to find out what kind of structural and subjective barriers become apparent when there is a transgression of gender roles and stereotypes and how these barriers may generate or not emotional discomfort in the participants.

Key words: empowerment, women, emotional distress, structural and subjective barriers


Resumo

Nas últimas três décadas, a incorporação das mulheres à vida econômica, profissional e pública cresceu no México, dando surgimento ao questionamento dos papéis tradicionais atribuídos a este grupo. Neste processo de transformação dica evidente a existência de barreiras, tanto estruturais como subjetivas, que podem permear a vivência das mulheres e constituir-se em fatores que provocam mal-estar emocional e atrapalham o processo de empoderamento. Retomando a proposta de diversas pesquisas ao redor do tema, neste trabalho foram feitas entrevistas semiestruturadas a mulheres residentes na Cidade do México, com o objetivo de conhecer que tipo de barreiras estruturais e subjetivas aparecem quando os papéis e estereótipos de gênero são transgredidos, e como essas barreiras geram ou não mal-estar emocional em as participantes.

Palavras chave: Empoderamento, mulheres, mal-estar emocional, barreiras estruturais e barreiras subjetivas


Introducción

Una de las transformaciones estructurales más importantes que ha sufrido la sociedad mexicana en las últimas décadas ha sido el incremento de las mujeres en el trabajo remunerado fuera del hogar (Cruz del Castillo, 2013; Zabludovsky, 2007). Lo anterior se vincula a cambios en la estructura productiva, el deterioro del ingreso familiar y factores culturales y demográficos, como son el incremento de la participación de las mujeres en la educación formal, el deceso de la fecundidad y el creciente número de divorcios, así como el desarrollo de nuevas habilidades y el acceso a espacios vinculados exclusivamente a los hombres (Aguayo & Lamelas, 2011).

Sin embargo, llama la atención que pese a dichas transformaciones, aún parecen manifestarse inconsistencias e inequidades importantes en la participación de las mujeres en el entorno laboral público y privado. Por una parte, existe un rezago en la posibilidad de empoderamiento de las mujeres, ya que en lo que concierne al campo de la toma de decisiones, sólo 3.8% de mujeres en México ha gobernado municipios, cifra que apenas se ha incrementado un punto porcentual en dos décadas, siendo informal, indirecta y anónima la participación de las mujeres (Vázquez, 2010). Por otra parte, prevalece, además, la doble o triple jornada en mujeres que aparte de realizar una actividad remunerada, asumen la responsabilidad de las labores vinculadas al hogar y la familia, o bien aquellas mujeres, que además de lo anterior, se encuentran estudiando (Tunal, 2007).

Por otra parte, también se ha señalado en la literatura que muchas mujeres que se incorporan al mercado de trabajo, no siempre lo hacen en las mejores condiciones laborales (Tunal, 2007), pues en la medida en la que prevalece la cosmovisión de roles estereotipados para mujeres y hombres, se suele asignar a las mujeres a trabajos peor pagados o que se asocian con el estereotipo de género femenino. Por tanto, los puestos ligados a la dirección y la supervisión ni siquiera son considerados "aptos para mujeres".

En ese sentido, aunque se han generado cambios en la manera en la que las mujeres se posicionan tanto objetiva como subjetivamente, como lo refiere Reyes (2005), persisten dificultades por las que atraviesa este grupo en el proceso de realización, las cuales van desde las contradicciones personales que se gestan entre la vida "social-pública" y la vida "privada-familiar", hasta la presencia de acciones y prácticas sociales e institucionales que hacen complejo este tránsito, incidiendo en la autorrealización, estabilidad emocional y bienestar psicológico. Es así que en el proceso de transgredir roles convencionales e incursionar en el campo profesional y laboral, las mujeres en tanto colectivo, se pueden enfrentar a múltiples barreras de índole tanto estructural como subjetivo (Suárez, 2008).

Las barreras estructurales obedecen a las limitaciones sociales y culturales que surgen como resultado de la prevalencia de varios factores ideológicos e institucionales que sostienen la división sexual del trabajo, la validación de estereotipos de género que promueven un acceso y trato diferenciado para hombres y mujeres, y, en general, la existencia de un orden de género que impacta no sólo en el ámbito laboral, sino en todas las dimensiones de la vida humana, asignando a las mujeres a la función básica y primordial de cuidado y de la esfera doméstica, y atribuyendo un valor social inferior a dichas tareas y roles. Como refiere Reyes (2005), los modos de articular las relaciones en el ámbito familiar-conyugal ha sido uno de los límites sociales externos que mayor impacto han tenido en la vida de muchas mujeres. Lo anterior significa para las mujeres una limitación en términos de tiempo y recursos para invertir en la formación y el trabajo remunerado (Tunal, 2007). Esta cosmovisión afirma la consideración de la inserción laboral de las mujeres como un aspecto secundario en sus proyectos de vida (Tunal et. al.), de manera que la actividad remunerada en la vida de las mujeres se piensa como resultado, no de una necesidad "propia", sino obligada por las circunstancias; se le da un menor valor a los ingresos económicos aportados por las mujeres, y se asume su trabajo como algo "temporal" e "inestable", en tanto tiene que atender sus "principales" tareas.

En el caso de mujeres profesionistas, Burín (2008) señala que una de las barreras estructurales más significativas es el llamado techo de cristal, el cual alude a los elementos estructurales del patriarcado que dificultan la posibilidad de que las mujeres accedan a puestos de poder en las organizaciones (Díez, Terrón y Anguita, 2009). Así, en el proceso de incorporarse al ámbito laboral, las mujeres pueden encontrar barreras constituidas por factores como la disponibilidad real de tiempo, la necesidad económica, el nivel de conocimiento y las demandas laborales del empleo -barreras estructurales-, así como con factores asociados al valor que se le atribuye al trabajo remunerado y al desarrollo profesional, las expectativas en torno al mismo, las metas laborales y la prioridad que se la da al proceso de autorrealización -barreras subjetivas- (Poal, 1993).

Las barreras subjetivas se relacionan con la interiorización de las creencias y normas que alimentan el orden de género y que están insertas en la educación informal y formal. Desde la cosmovisión tradicional de los géneros, a las mujeres se les ha confinado a la crianza, al cuidado de la familia y a la ejecución de las labores domésticas (Poal, 1993; Rocha & Díaz-Loving, 2011), y estas expectativas se internalizan (Meleis, Douglas, Eribes, Shih & Messias, 1996) convirtiéndose en una barrera subjetiva que obstaculiza el desarrollo laboral. De acuerdo con Burín (2008), en la medida en la que las mujeres se adhieren más a roles tradicionales, se evidencian más dificultades emocionales y subjetivas para transgredirlos, a la vez que se enfrentan a mayores complejidades en el proceso de insertarse a la vida laboral y/o profesional.

Dentro de las barreras subjetivas más importantes se encuentran la vivencia de las mujeres como "ser" seres para otros, centrar el éxito social en lo familiar (y no en logros profesionales o laborales), y la autolimitación cuando de toma de decisiones y poder se trata (Barrera & Aguirre, 2003). Ideas como que a las mujeres les falta autoridad para afrontar situaciones de poder, que no tienen las capacidades para desarrollarse profesionalmente, o que nos les interesan los puestos de máxima responsabilidad, son barreras que inciden directamente en la percepción que tienen de sí mismas como mujeres no capaces de desempeñarse exitosamente en un empleo (Hernando, 2003; Burín, 2003; Suárez, 2008; Rocha, 2012).

Otra posibilidad de barreras subjetivas se coloca en la vivencia de deseos contradictorios, como sugiere Burín (2008). En las mujeres jóvenes que han tenido oportunidades educativas de nivel superior, hoy surgen deseos contrapuestos: por una parte está la satisfacción subjetiva que genera el tener un desarrollo profesional; empero, eso entra en contradicción con el deseo "normado" de ser madres y reproducir roles de género convencionales ligados al establecimiento de vínculos familiares, lo cual en algún punto también resulta satisfactorio para ellas.

En ese sentido, en la medida en la que hay un proceso de mayor preparación educativa y profesional en las mujeres, es factible que se desarrollen y adopten características y proyectos más centrados en el "yo", aspecto que resultaría contradictorio con el proceso de socialización que promueve el "ser para otros". Por tanto, como sugiere Hernando (2003), adoptar este tipo características y metas requiere una toma de conciencia de los deseos propios antes que los deseos de los demás. Implica que las mujeres den prioridad a su propia autorrealización y las expectativas que tienen en torno a su desarrollo personal y profesional (Poal, 1993), lo que conduce a una confrontación con el modelo tradicional, generando, en muchos casos, malestares emocionales (Hernando, 2003; Burín, 2003; Rocha, 2012). Burín (2008) refiere, por ejemplo, que cuando una mujer persiste en su deseo de desarrollarse personal y profesionalmente, es muy factible que socialmente se le considere "poco femenina", siendo forzada directa e indirectamente a abortar este tipo de proyectos y regresar a la "expectativa" social sobre el ser mujer, lo cual puede generarles ansiedad. En ese sentido, Coria, Freixas y Covas (2005) señalan que hay tres aspectos que entorpecen el proceso de transformación de las mujeres: a) que vivan en función del deseo ajeno, b) que tengan una fuerte dependencia afectiva, económica y legal en torno a otro, y c) que la maternidad se siga colocando como un eje definidor de sus identidades, viviéndolo como un "rol vitalicio".

Sean estructurales o subjetivas, las barreras antes mencionadas se traducen en las condiciones o situaciones que dificultan que las mujeres se incorporen a roles no tradicionales, y que en muchos casos, pueden llegar a generar malestar emocional por la "necesidad" de tener que elegir entre el escenario familiar o laboral (Barrera & Aguirre, 2003; Vázquez, 2010) o por intentar equilibrar ambas esferas.

En el contexto de nuestra cultura algunos estudios han evidenciado que el malestar emocional de las mujeres está altamente imbricado en el mayor número de responsabilidades y obligaciones asignadas a su género (Salgado de Snyder, Díaz & Ojeda, 2000) o en algunos casos, el tener pareja puede llegar a formar parte del malestar emocional (Berenzon, Saavedra & Alanis, 2009) en tanto, los roles culturales establecidos para las mujeres como el ser "buena esposa" y "buena madre", implican atender las necesidades de la pareja y de los hijos antes que las necesidades propias; papeles que generan constante estrés, cansancio y preocupación (Matud, Carballeira, López, Marrero & Ibañez, 2002). Dicho de otra forma, tener que cubrir grandes ideales como ser esposa, hija y trabajadora ejemplares ha sido asociado a trastornos emocionales como la depresión, la ansiedad, la culpa y la hostilidad (Lara, 1993).

Lo que es un hecho actualmente es que en la medida en la que se han generado cambios sociales y culturales que cuestionan directamente los estereotipos de género, esto ha conllevado un proceso de evolución en la subjetividad de muchas mujeres (Reyes, 2005). En ese sentido, el proceso de transgredir los roles de género convencionales, involucrarse en un proceso de empoderamiento personal y dar lugar al reconocimiento de los deseos y necesidades personales, parece implicar para muchas mujeres una travesía compleja, si se toma en consideración lo anteriormente expuesto. Si bien, como lo señala Burín (2008), no es posible asumir que exista una heterogeneidad entre las mujeres y que necesariamente todas atraviesen por estas experiencias de la misma manera, en la medida en la que existen diferentes interjuegos entre la subjetividad de las mujeres y las marcas de género, nos parece importante señalar el panorama ideológico y estructural dentro de nuestra cultura en el que tienen cabida tales movimientos y posicionamientos.

Con base en lo anterior, es de interés en el presente estudio conocer cuáles son las diferentes barreras estructurales y subjetivas que se hacen manifiestas en el proceso de transformación de roles de mujeres jóvenes y mayores, y cuál es el impacto de éstas en su malestar emocional.

Método

Nuestra investigación se centra en la necesidad de explorar de qué manera las mujeres en diferentes situaciones de vida llegan a experimentar barreras de índole estructural y subjetiva conforme se alejan de la visión estereotipada y tradicional en torno a los roles "femeninos". En el caso concreto de esta investigación fue de interés para las autoras explorar qué pasa, tanto en las mujeres jóvenes que actualmente estudian alguna carrera y no cohabitan en este momento con una pareja ni han asumido el rol de madres y esposas, como en las mujeres mayores que durante mucho tiempo han dedicado su vida al ejercicio de un rol tradicional en tanto esposas y madres, pero hoy se encuentran con el deseo de vivirse desde otro lugar, retomando proyectos personales.

Las participantes y sus contextos vitales

La estrategia de selección de las participantes partió inicialmente del principio de máxima heterogeneidad buscando que las mujeres tuvieran diferentes edades y situaciones de vida en torno a su situación de pareja, incluyendo mujeres en noviazgo, casadas, separadas, viudas y divorciadas, que tuvieran o no hijos, que hubiera diversidad en cuanto a su trabajo productivo y reproductivo, y que representaran al menos los sectores económicos medio y alto. Lo anterior fue fundamental en tanto teóricamente se consideran aspectos que atraviesan el binomio familia-trabajo y están ligados a las transformaciones y adaptaciones de las mujeres a nuevos roles (Díez, Terrón y Anguita, 2009). Aunque en la investigación participaron alrededor de 40 mujeres, para fines de este trabajo únicamente se presenta el análisis de 13 casos que permiten contrastar las experiencias de vida de las mujeres en torno al tema de interés (véase tabla 1). A lo largo del texto, las participantes aparecen con pseudónimos para garantizar su anonimato.

Tipo de estudio

El enfoque metodológico que respalda esta investigación es de corte cualitativo, cuya prioridad es que a partir de una perspectiva comprensiva/interpretativa se entable un diálogo entre sujetos activos, representantes y portadores de una cultura determinada (Ito & Vargas, 2005). En la presente investigación se puso particular énfasis en la perspectiva interna, dando voz a las mujeres sobre sus experiencias y el significado subjetivo alrededor de éstas.

Procedimiento

Como técnica metodológica se realizó uso de entrevistas en profundidad semi-estructuradas (Kvale, 2011). La entrevista en profundidad con este diseño permite tener una guía general, pero no perder la flexibilidad que se requiere. La guía temática se derivó de la revisión teórica en torno al tema de las barreras estructurales y subjetivas que las mujeres pueden afrontar en el proceso de transformar sus roles y realizar actividades que no responden al estereotipo social. Las preguntas eje fueron: ¿cuáles son los significados y vivencias que tienen actualmente por ser mujeres?, ¿qué deseos, necesidades y metas se colocan como ejes importantes de sus vidas?, ¿qué obstáculos han encontrado para lograr tales planes? y ¿qué repercusiones ha tenido lo anterior en su propio bienestar?

Las entrevistas se realizaron en los hogares de las participantes con previo acuerdo y consentimiento de cada una de ellas. Cada entrevista requirió de dos a tres sesiones con una duración de 90 minutos por sesión. Las entrevistas fueron realizadas por tres psicólogas previamente capacitadas para esta tarea. La investigación se llevó a cabo entre mayo de 2011 y mayo de 2012. En todos los casos se detalló el cuidado que se tendrían con la información, asegurando la confidencialidad y anonimato de la misma.

Resultados

Una vez que se realizaron las entrevistas, éstas fueron transcritas de forma literal para trabajar directamente con los textos generados a partir de un análisis del discurso. Como refieren Catalá, Fernández-Tenllado y García de León (2000), se trata de construir información a partir del análisis del discurso contenido en el texto; es decir, "se deconstruye un texto (discurso de las entrevistas) para construir otro texto nuevo (el informe)" (p.347). Estos autores señalan que no hay regla para ello y esto no significa que no exista un método para analizar los discursos; la clave aquí es el "investigador(a)". El procedimiento implica que a partir del texto se extraen los significados y el sentido que tiene para nuestras participantes lo que dicen, y se explora también la postura y vivencia que tienen ante las temáticas exploradas.

Para realizar el análisis, cada entrevista fue leída de manera repetida, subrayando y anotando aquellos fragmentos que daban cuenta no sólo del significado que las mujeres daban a sus experiencias, sino que también reflejaba un cruce con los ejes de análisis críticos en la investigación (barreras estructurales, subjetivas y malestares emocionales (Burín, 2003, 2008; Barrera & Aguirre, 2003; Poal, 1993 y Vázquez, 2010).

Discursos analizados

Con la finalidad de hacer una presentación puntual y representativa de nuestro interés en este estudio, ordenamos la información generada aludiendo a los roles que desempeñan hoy en día las mujeres que participaron en nuestro estudio, identificando en qué medida se apegan o no al estereotipo de género sobre el rol "femenino", y analizando a partir de los tres ejes de análisis expuestos y su interacción, la manera en la que este tránsito de un rol a otro tiene implicaciones diversas en la vida de las participantes. Cabe aclarar que por cuestión de espacio, los resultados no se presentan de manera exhaustiva, pero sí representativa del grupo de participantes en nuestro estudio.

Roles y normas de género presentes en la vida de las participantes y sus procesos de transgresión.

Existe una clara identificación por parte de las participantes en torno a las diferencias que hay entre la manera en la que fueron educadas sus madres y abuelas y cómo las educaron a ellas siendo niñas y las transformaciones que fueron teniendo a lo largo de su desarrollo. Por ejemplo, Mara que lleva una relación de casada de 40 años (con un lapso intermedio de separación de 14 años), señala de manera puntual el contraste entre la forma de ser de su madre y la propia: "…la diferencia entre mi madre y entre yo, bueno mi madre era una persona sumisa, que no trabajaba, estaba viviendo a expensas de lo que le pudiera dar el marido, y yo como mujer, pues ya no, o sea ya me desarrollé en un trabajo, con una carrera, yo ya no he dependido de un hombre para poder vivir,…yo soy una persona ahora muy independiente, y todo eso, pues bueno me lo ha dado el tiempo la vida…, la experiencia…" (Mara, 63 años, jubilada, casada, tres hijos de 32, 35 y 38 años de edad). Cabe aclarar que esta vivencia surge en un contexto de lucha desde su familia, porque Mara se enfrenta ante un escenario familiar en donde su padre considera que las mujeres no tenían que estudiar: "…él decía que las hijas eran para dedicarse al hogar, para casarse, tener hijos y cuidarlos, y era todo lo que tenían que hacer las mujeres…".

Por otra parte, las experiencias confrontadoras en el contexto de la pareja parecen situaciones fundamentales en la posibilidad de transgredir los roles tradicionales. En el caso de Mara, en tanto su vivencia de esposa, se encontró según sus propias palabras ante la "necesidad" de sostener su hogar cuando debido a las infidelidades y alcoholismo de su pareja, le pidió que se fuera de la casa, y como ella lo señala, la experiencia propia, y el hecho de ver a sus hijos y pensar "…ellos no pueden quedarse sin comer, no pueden quedarse sin bañar, no pueden quedarse sin nada, porque yo su madre me siento tan mal…" la empujó a buscar la manera de salir adelante y superar su depresión.

Asimismo, está Andrea, una mujer casada y con dos hijos adolescentes, que durante su relación ha vivido violencia intrafamiliar, su esposo dejó de trabajar, y es a raíz de esta experiencia que ella asume la tarea de sostener a la familia, encontrando esta opción como una posibilidad de detener el maltrato y encontrar la forma de superarse y ver por sí misma: "Pues sí, sí han cambiado porque antes las mujeres eran sumisas, se dejaban mandar lo que el hombre quisiera, lo que el hombre dijera…y ahora no, estabas apegada a que el hombre te diera dinero y todo, ahorita no, ahorita si el que uno trabaje tiene mucho que desear porque tanto el hombre ya no te está diciendo yo te mantengo, yo esto no, no escuchas reproches ni te lastiman por eso, porque ya sabes tú lo que es trabajar, lo que es saber ganarte por ti misma tu dinero y no que te lo estén cantando…" (Andrea, 42 años, dedicada a lavar y planchar ajeno así como a las labores domésticas). En ambos testimonios, los hijos e hijas, y el sufrimiento que pueden experimentar, provoca en las mujeres un "empuje" para "atreverse" a romper el molde y hacer lo que necesiten para salir adelante por ellas mismas.

En el caso de las mujeres jóvenes destaca un discurso ambivalente, por una parte hay una retórica transgresora; es decir, aluden más que a la experiencia vivida, al cómo quisieran vivirse. Por ejemplo, Laura es una mujer soltera, vive con su familia de origen y está en una relación de noviazgo, tiene una licenciatura que logró culminar iniciando primero con una carrera técnica. Ella refiere que no se siente englobada en una clasificación de mujer "tradicional": "Pues no estoy así, englobada en una clasificación, pero lo que sí sé es que no me gusta, no me gusta que se me trate de otra forma, que me denigren por ser mujer, que me limiten a hacer cosas por el hecho de ser mujer, en eso no estoy de acuerdo y he pues…he luchado lo poco que llevo o mucho de vivir he luchado contra eso". (Laura, 27 años, profesionista, sin hijos).

Sin embargo, consideramos la ambivalencia en los discursos, porque aunque se alude a un desarrollo profesional y laboral en las mujeres, también se reconocen como importantes otras formas de exigencia en términos de los estereotipos de género, a saber: la belleza, la juventud y la delgadez, y por supuesto la vivencia de la "maternidad" como rol vitalicio. Dice Jessica, una chica soltera y sin pareja, que vive con su familia de origen: "Sí me apego (refiriéndose al estereotipo sobre las mujeres) porque me esfuerzo en cuidarme físicamente y también quiero ser exitosa laboralmente, y la familia pues, si la tengo, sí quiero ser exitosa con mi familia, si es que la tengo. Entonces pues sí, o sea es que no me suena mal, no es nada malo que la sociedad exija eso, solamente que se va en ciertos puntos a los extremos…se oye como que te exige ser mejor, o sea ser exitosa en tu familia, en tu físico, en tu salud y en tu trabajo…" (Jessica, 24 años, estudiante de licenciatura)

Es importante señalar que esta coexistencia de nuevas y viejas formas de vivirse como mujer, para algunas de las participantes se identifica desde sus antecesoras, y parece manifestarse en ellas mismas como una lucha constante entre ambos aprendizajes. Por ejemplo, Perla, quien no tiene pareja ni hijos, señala estas contradicciones en ella y alude al aprendizaje adquirido desde casa: "…Hay como una mezcla, por un lado hay un grado de independencia, pero por el otro hay un modelo de mujer tradicional muy fuerte, yo pienso en mi abuela…que ella se divorció, cuando divorciarse era así de ohhhh…y se fugó con sus hijas, pero al mismo tiempo seguía diciéndose como la señora de "tal", usando el apellido de mi abuelo…". (Perla, 30 años, profesionista, soltera). Sin embargo, cuando Perla piensa en sí misma, señala lo siguiente: "Yo creo que, yo creo que siento que estoy como alejadísima, pero a veces se me sale la "edad media", así como cuando más me descuido hay cosas que pienso que son bastante tradicionales…Por ejemplo, yo no quiero ser una mamá soltera en el sentido de criar a un hijo o hija sola,…no es por la onda del matrimonio, sino porque no estoy dispuesta a hacerlo sola, es mucha chamba…yo quiero estar con un compañero. Porque eso no lo quiero hacer sola…entonces son cosas que ah caray, sale como lo tradicional…".

No todas las participantes han incursionado en una actividad remunerada, ni tampoco profesional; sin embargo, en su día a día reconocen aspectos que desde su mirada se alejan del estereotipo tradicional de ser mujer, y otros que se sostienen. Por ejemplo, Brenda es una mujer casada, con once años en la relación, tiene un hijo de casi dos años y por el momento se dedica exclusivamente a las labores del hogar y la crianza, aunque está en proceso de incorporarse a una licenciatura en sistema abierto. Ella señala que hay aspectos en los que se vive diferente en relación con su madre: "…mi mamá es de las mujeres que es dedicada al marido ¿no?, todo lo que él le pida en ese momento, o es de las que la mujer hace ¿no? Y como ustedes son puras hijas pues entonces tienen que atender al papá así a manos llenas, lo que él pida, a la hora que él pida… yo no soy así, así de que mi marido llegue y ¿sabes qué? Sabes qué, que siento hambre, ¡sírveme!, no o sea "hello", o sea sí soy tu esposa pero me pides las cosas como deben ser… (Brenda, 29 años, casada, dedicada al hogar y al cuidado de su hijo). Sin embargo, Brenda reconoce que en el aspecto emocional ella siente que reproduce el estereotipo: "…yo me caracterizo como una mujer muy sentida, o sea emocionalmente muy insegura, o sea por ejemplo, a mí me gusta que me valoren ¿no?, que me digan ¡ay qué bonita está la casa! ¿No?, cosa que los hombres no hacen ¿No?, o sea ellos llegan y les vale gorro si la casa está arreglada y no, ni lo notan, y en ese aspecto yo sigo siendo como la mujer de antaño… la mujer que quiere que lleguen y la apapachen… y…".

Nos llama mucho la atención en el caso de esta participante, cómo las labores del hogar y ella misma se vuelven una misma cosa, de manera que cuando alude a que espera que la reconozcan y apapachen, se refiere a que reconozcan la limpieza de la casa. En ese sentido, hay escenarios en donde la interiorización de estos mandatos de género se confunden con la autodefinición, los deseos y necesidades personales, es decir, se interiorizan al grado de no cuestionarse ni verse como problema y esto es relevante para entender cómo se gestan barreras en el proceso de transgredir los roles tradicionales.

Por supuesto, también es fundamental considerar la condición socioeconómica de nuestras participantes que puede ofrecer opciones importantes en la posibilidad de transgredir los roles de género tradicionales. Aunque al mismo tiempo, nuestro siguiente testimonio refleja las contradicciones que se viven en el proceso. Rocío está casada y tiene tres hijos de 7, 5 y 1 año, respectivamente. Es una mujer que estudió ingeniería, tiene varios diplomados y actualmente estudia una maestría y se dedica al cuidado de sus hijos. Cuenta con el apoyo de personas que le ayudan en esta tarea, así como de su esposo, quien en palabras de la propia participante, "la apoya", y ella puede decidir "libremente cómo se administran los gastos en la casa", lo que le da una "sensación de control" y de que ella "manda en su casa". Esta participante se ubica en una posición económica de clase "alta". Cuando piensa en la manera en la que ha intentado transgredir los roles convencionales sobre el ser mujer, Rocío dice: "…pues yo era súper competitiva, era la que decía jamás en la vida me voy a salir de trabajar… porque tengas un hijo ya, o sea claro que no, y bueno luego ya me tragué todas mis palabras y me salí de trabajar cuando iba a nacer mi segunda hija, porque era muy "workaholic" yo, entonces no pude combinarlo…" (Rocío, 37 años, casada, profesionista dedicada al hogar y a la crianza).

Nos parece importante señalar que la diversidad en las vivencias no se acota a un criterio único; por el contrario, cada historia se vuelve por sí misma un factor que provoca condiciones y resultados diferentes en las experiencias de las mujeres. No obstante, resulta importante dar cuenta de cómo hay factores tanto estructurales como subjetivos en común que permean la vida de nuestras participantes.

Barreras estructurales y subjetivas que las mujeres afrontan en el proceso de transgredir los roles de género convencionales.

En la literatura que aborda el tema sobre las barreras estructurales generalmente se alude a éstas en el ámbito laboral; sin embargo, nos parece que los factores sociales y culturales que dificultan el tránsito de las mujeres hacia un mayor empoderamiento y la transgresión de los roles estereotípicos se manifiesta y puede afectar a las mujeres en diferentes formas y escenarios.

Como se mencionó en la introducción, una de las barreras estructurales más importantes se ubica en el orden de género que divide espacios, asigna tareas diferenciales y da un valor no equitativo al escenario de lo público y lo privado. En ese sentido, las participantes manifiestan la existencia de esta cosmovisión sobre las mujeres como nacidas de manera exclusiva o prioritaria para el hogar y la crianza, "justificación" y "motivo" que promueve, por ejemplo, el impedir el proceso de educación formal y profesional como fue el caso de Mara, a quien no sólo no le es permitido estudiar, aunque logra hacerlo por ser la más chica de sus hermanas, sino que al término de su educación, su padre le indica que no debe trabajar: "En cuanto a la, terminar la carrera y eso, tampoco me dejaba trabajar mi papá, tú no trabajas, aquí tienes todo lo que necesitas, y tú no tienes que trabajar y te quedas en tu casita… y pues no trabajé..." (Mara, 63 años, jubilada, casada y tres hijos).

Por supuesto, las restricciones asociadas al ser mujer conforme los estereotipos de género, no sólo se gestan y reproducen en la familia de origen, sino que en muchas de las participantes, cobra lugar en la vivencia con la pareja. Es así como un número importante de mujeres mencionó que sus parejas les restringían la posibilidad de trabajar, de prepararse profesionalmente, de salir a la calle o, incluso, de arreglarse, como es el caso de Mara, Julia, Laura, Mariana, Andrea, Fabiola y Brenda. En medio de la dinámica que aquí se establece, se encuentra el factor de la violencia emocional y física; por ejemplo, el chantaje emocional parece un elemento muy común como forma de frenar los procesos de cambio de las mujeres. Brenda señala: "…yo qué más quisiera que ahorita que ya están las cosas, que ya me fui a registrar a la universidad y todo, qué más quisiera que ellos estuvieran contentos por mí… pero no, la realidad es que por ejemplo el día en que me fui a registrar, mi marido así de "ya vas a entrar a la escuela, ya te vas a encontrar a otro", o sea a fregar con la misma historia de toda la vida, ¿no?, entonces eso sí que te bajonea, te deprime…" (Brenda, 29 años, casada, un hijo). En el caso de Laura, refiere que cuando ella insistió con su pareja anterior respecto a querer estudiar otra especialidad, la respuesta fue: "…que si yo pensaba en la escuela, entonces no pensara en casarme con él, entonces era un choque porque quería casarme, pero también quería seguir creciendo, y él incluso me decía, ya casándote no vas a poder hacer nada…" (Laura, 27 años, profesionista, en una relación de noviazgo).

La falta de apoyo por parte de la pareja combinado con la violencia, constituye una barrera estructural fundamental, como es el caso de Fabiola, una mujer de 48 años, que se separó de su pareja hace cinco años y tiene tres hijos de 17, 24 y 28 años respectivamente. Ella menciona la completa falta de apoyo no sólo económico, sino emocional por parte de su pareja: "…siempre achacándote que andas con alguien, que no llegas por esto… ¿qué tengo de él?, no tengo nada, no tengo apoyo moral, no tengo apoyo económico, y ya finalmente golpes…" (Fabiola, 48 años, empleada sin estudios formales, separada, tres hijos).

De otra parte, se hace evidente también esta barrera que alude a suponer que el trabajo remunerado de las mujeres es secundario e irrelevante; por ejemplo, Julia, una mujer que se separó hace dos años de su pareja, refiere la descalificación a su actividad laboral por parte de su pareja: "…Él era el proveedor oficial, y yo era la ama de casa oficial… Entonces la consigna era: puedes trabajar o como él decía un poco "jugar a trabajar", para que ganes un poco tú el dinero y sea dinero porque tú quieres realizarte, pero mientras en la casa todo funcione al 100%... Entonces hacía malabares para que todo funcionara, y yo seguir siendo la mamá, el ama de casa…" (Julia, 47 años, separada, dos hijos, profesionista). Al mismo tiempo, aparece interiorizado en algunas de las participantes esta visión que devalúa el trabajo realizado en casa, tal como comenta Rocío en torno al concepto que ella tenía de una mujer "ama de casa": "Pues era una chica floja, comodina, que nada más porque tengo un hijo ya no voy a trabajar y no me importa cultivarme, que se dedica al chisme, a las amigas, al cafecito, de ver en cuanto están los jitomates, de vamos a cocinar, de voy a poner mi casa bonita y a jugar a las muñequitas, y eso sí me sacaba ronchas…" (Rocío, 37 años, casada, estudiante y dedicada a las labores del hogar).

Otra de las barreras que nos parece fundamental tiene que ver en torno a esto que han llamado "las fronteras de cristal" (Burín, 2008) y que alude precisamente a la dificultad que puede implicar para muchas mujeres sostener el deseo de ser madre y, al mismo tiempo, de dar lugar a su desarrollo profesional, viviéndolo como una constante contradicción y que pasa de una barrera estructural a algo que se interioriza. Por ejemplo, Rocío señala por una parte la dificultad que para ella representó el volverse madre, pues su trabajo profesional era sumamente importante en su vida: "Entonces, antes de embarazarme yo sabía que iba a tener que elegir el trabajo o el bebé, pero nunca me imaginé eso que sientes cuando cargas una cosita chiquita, por una lado lo tenía súper idealizado de… bueno iba a llorar el bebé y yo lo iba a cargar e iba a dejar de llorar…y claro que no, o sea cuando llegamos a la casa del hospital el bebé empezó a llorar, lo cargué y lloró mucho más…" y al mismo tiempo refiere que aunque quería ser madre, experimentaba muchos miedos: "…tenía miedo de no dar el ancho, de que mis hijos no me quisieran, como muchos miedos de pues cuando no conoces algo…" (Rocío, 37 años, casada, estudiante y dedicada a las labores del hogar).

Otro obstáculo, y a su vez consecuencia de las barreras estructurales, es la presencia de dobles o triples jornadas en la vida de las mujeres, situación que parece invisibilizarse, y que incluso se considera como que quien lo hace es porque es una "súper mujer" y tiene mayor capacidad de organizarse, obviando así todas las dificultades que social y culturalmente existen en la relación familia-trabajo. Para algunas participantes, estas jornadas representan una pérdida del espacio personal e implican sacrificio de los deseos propios, de los espacios de recreación, de cuidado de la salud y de descanso. Carmen, por ejemplo, señala lo siguiente: "Pues me siento satisfecha… aunque en ocasiones quisiera tener otras actividades distintas a las que desempeño aquí. He sentido muchas veces la inquietud de salir a trabajar, salir a hacer otras cosas, pero siempre la parte de ser madre me pesa, me detiene y como que lo pienso demasiado…." (Carmen, 30 años, casada, tres hijos de 10, 7 y 5 años, dedicada a las labores del hogar, venta de cosméticos y accesorios).La participante alude también a que si pudiera regresar el tiempo, intentaría aprovechar una actividad escolar, desarrollarse en algún empleo y, posteriormente, planearía tener hijos.

En la medida en la cual se sostienen los roles convencionales dentro del arreglo de pareja o familiar, y los hombres funcionan como proveedores y las mujeres como encargadas del hogar, aparece la barrera económica.

Las participantes refieren que la falta de recursos económicos, sea en el entorno familiar de origen, o bien en el contexto de pareja, ha contribuido a una dificultad para lograr sus metas. Tal es el caso de Julia, que cuando inicialmente buscó prepararse más, su pareja le dijo: "Yo no te apoyo económicamente, porque pues eso no entra dentro de tus funciones". Al mismo tiempo, la participante refiere la crítica social y familiar cuando ella decide buscar la manera de pagarse sus estudios: "¡qué tonta eres, tienes todo en casa, todo económicamente, no entendemos por qué te quieres dividir en tantas partes, no entendemos por qué te quieres complicar la vida!" (Julia, 47 años, profesionista, separada, con dos hijos). Y en este caso, pudimos observar cómo esta presión social es tan fuerte, que se coloca como barrera estructural y subjetiva; Julia menciona cómo estudió disfrazando lo que hacía, mentía diciendo que "no estaba estudiando, sino tomando cursos para ser mejor mamá" porque sólo así tenía la "autorización" o el "permiso" para hacerlo.

Otra barrera subjetiva es el miedo a estar y vivirse sola, aludiendo a esta dificultad para poder pensarse de manera más independiente. Por ejemplo, Laura señala que cuando ella da importancia a sus propias actividades y deseos se siente egoísta: "…en primera instancia me siento egoísta porque de alguna forma, pues así como yo tengo mis actividades, "Carlos" también las tiene, eso, esa parte la entiendo, mi cerebro la entiende, pero ya en el lado afectivo, sé que tengo esa necesidad de que esté conmigo…" (Laura, 27 años, profesionista, en relación de noviazgo, sin hijos). Por ejemplo, Julia menciona que cuando ella intentaba dialogar con su pareja sobre la relación y el malestar que experimentaba en ésta, él la amenazaba con la separación y ella se atemorizaba: "…yo creo que también era miedo de mi parte, o miedo también a no saber si yo iba a poder ser autosuficiente económicamente" (Julia, 47 años, profesionista, separada, dos hijos). En el caso de Andrea, quien vivía violencia intrafamiliar, señala ante la reflexión de su propia vivencia y por qué estuvo en esa situación por tanto tiempo: "Yo creo que es miedo, el que tiene uno, al cuando no lo trabajas, tienes miedo a quedarte sola y no saber trabajarlo, no saber llevar a un hogar el dinero que se necesita, ese es un miedo que uno tiene, porque yo lo viví". (Andrea, 42 años, casada, dos hijos, se dedica al hogar y a las labores domésticas de otras personas). Finalmente, está Fabiola que después de 24 años de casada y cinco de separada, se pregunta si habrá tomado la decisión adecuada y considera que a veces se siente sola: "…me siento sola, hay veces que siento culpa también, porque digo ¿de verdad? O sea, me pregunto ¿hice bien al dejar todo y estar viviendo ahora sola?..." (Fabiola, 48 años, empleada sin estudios formales, separada, tres hijos).

Algo que nos parece fundamental es el reconocimiento que las participantes hacen al considerar como barrera en el proceso de cambio, la visión que tienen de sí mismas y el apego a los estereotipos. Éste es el caso de Carmen, quien señala: "pues creo que barreras emocionales, barreras que uno mismo se forma a través de la vida que elegí, porque te repito, tienes una responsabilidad y hay que cumplirla (aludiendo a su labor de madre), esa parte de mujer tradicional es la que tengo inculcada o que quiero vivir y al mismo tiempo pues es contradictorio con mis pensamientos porque quisiera hacer otras cosas…" (Carmen, 30 años, casada, dedicada a las labores del hogar y la crianza, tres hijas).

Es interesante señalar cómo parte de las barreras se viven como resultado de "elecciones" personales, cuando con todo lo expuesto en la introducción habría que considerar la falta de apoyo en múltiples sentidos que hacen compleja esta relación familia-trabajo para muchas de las participantes. De esta manera se instalan mecanismos como la culpa que parecen regular y condicionar la vivencia de algunas participantes. La misma Carmen refiere: "A que te liga a los hijos, sentimientos de culpa, preocupaciones, pero yo creo que el mayor peso es la culpa. El querer tener otras actividades o querer desempeñar otras cosas… romper con el rol de mujer tradicionalista de mi casa, cuidando hijos, hacer comida… la principal estructura que no quiero romper es la de ser madre… estar al pendiente de mis hijos. Entonces son barreras emocionales, yo lo pienso así, porque son culpas que no quiero cargar…". La participante señala que sentiría culpa por no cuidar a sus hijas, no realizar tareas, incluso por no ver televisión, reír con ellas o regañarlas, "una gran culpa por no estar". Es en este sentido que la barreras, sean estructurales o subjetivas, en realidad interactúan todo el tiempo haciendo un circuito cerrado en tanto pasan de subjetivas a estructurales y viceversa. Sea cual sea la barrera de la que se hable, todas se involucran en la vivencia de malestares e insatisfacciones en la vida de las participantes.

Malestares emocionales que se generan en el tránsito de las mujeres ante la permanencia en roles de género tradicionales, la transgresión y las barreras en dicho proceso.

A lo largo de las experiencias que las participantes nos compartieron se hacen evidentes diferentes momentos de malestar emocional, físico y social en la medida en la que intentan moverse del lugar que estereotípicamente se les ha asignado.

Un aspecto importante se detecta en las participantes que tras desempeñarse laboral o profesionalmente, se retiran o abandonan el empleo para atender a los hijos e hijas. En ese sentido, el malestar viene no sólo de la renuncia a ese espacio personal, sino por las implicaciones y desgaste que involucran las labores y responsabilidades con carácter de "exclusividad" para las mujeres en el ámbito del hogar. Por una parte, sobresale el aislamiento social en el que viven las participantes cuando se retiran del ámbito laboral, combinado con cansancio y estrés de las tareas que éste involucra. Por ejemplo, Brenda, quien dejó de trabajar fuera de casa y se dedica al hogar, señala a la entrevistadora: "eres con la única persona extraña que he hablado, en serio, ya no he hablado con nadie más, se, hasta pierdes contacto con los amigos, o sea tú ves que aquí yo tengo el Facebook las 24 horas y que tengo el celular para chatear con quien se me dé la gana y no lo hago, o sea no, es de mi casa a la casa de mi mamá, a la escuela del niño a mi casa y en ese inter no hablo con nadie… la única persona con la que platico es con mi marido y con mi mamá, o sea y bye, entonces sí, así como que de repente se vuelve cotidiano, te estresas y yo ahora hasta me canso, o sea… he llegado a la conclusión de que me canso más aquí en la casa que si trabajara…" (Brenda, 29 años, casada, dedicada al hogar, un hijo). O bien está el caso de Rocío, quien tras mucho pensar cómo conciliar ambos espacios y reconocer que le es difícil hacerlo, opta por regresar al hogar y cuidar a sus hijos, encontrándose con una frustración muy grande: "Yo creo que en lo profundo de mí, siento que no hago lo suficiente, entonces pues claro que ahora mi vida es más ordenada en unas cosas, por ejemplo, en las horas de comer, de pararme, pero en otras, cuando llegan los niños de la escuela, ya no puedo hacer nada y eso me da de pronto mucha inquietud, porque hago mi lista de 50 cosas que quiero hacer en el día y hago tres, entonces en la noche cuando me acuesto, empiezo a sentir que estoy perdiendo mi vida, y no estoy haciendo nada… eso nunca lo había experimentado…" (Rocío, 37 años, casada, tres hijos, dedicada al hogar, estudiando una maestría).

En el caso de aquellas participantes que no se han vivido en el papel de madres o esposas, los malestares se generan en torno a su vivencia profesional, algo que resulta muy importante y coincidente con la literatura es la autoexigencia de las mujeres más jóvenes para demostrarse a sí mismas y a los demás que son "fregonas", es decir, que pueden salir adelante y tener éxito, lo cual parece conllevar a situaciones de descuido de la salud y estrés, tal es el caso de Perla, quien señala que como resultado de esta búsqueda de logro, enfrentó serios problemas de salud: "…y lo que he perdido, yo creo que justo antes de que me enfermera en esta onda de voy a ser la "chingona" de aquí, y esto tuvo costos en la salud y en mis relaciones con las personas, y eso es una pérdida enorme… la cosa que tengo es autoinmune y surgió de un momento de estrés en la chamba…" (Perla, 30 años, soltera, sin hijos, profesionista). La participante alude a esta situación de su salud, así como a las relaciones interpersonales como una gran pérdida en la medida en la que priorizó su "éxito" profesional, "lo que hago me define". Nos llamó la atención también el que se alude a una pérdida de la confianza en sí mismas. Si bien el trabajo remunerado oferta posibilidades de reconocimiento y mayor autoestima, en algunos casos como el de Perla, se menciona la contraparte de sentir que "te hacen perder, lo que te hacen ganar: confianza".

Es importante señalar cómo la permanencia en situaciones de no empoderamiento y transgresión, en algunos casos lleva a problemas como el de Andrea, quien alude a su falta de ganas de vivir cuando no tenía o experimentaba el control que ahora siente desde que trabaja fuera de casa : "Pues me sentí más abierta, me dieron ganas hasta de vivir, porque yo no quería vivir; sin embargo, ahora quiero seguir viviendo, al contrario ahora me da miedo a la muerte… yo me siento más, más tranquila, tengo amigos…" (Andrea, 42 años, ama de casa, dos hijos, dedicada al hogar y labores domésticas para otros). En el caso de Mariana, durante su matrimonio experimentaba muchos problemas con su pareja, con su suegra y se sentía presionada con el poder sacar adelante a sus hijos e hijas, llegando a presentar problemas serios de salud que ella considera eran "prematuros": "Sí me gustaba mucho mi trabajo, pero también veía a mi hija, veía tantas cosas y luego andaba como esclava, como loquita para allá y para acá, ya me andaba enfermando… Entonces ahí en el trabajo teníamos doctor y el doctor me dijo ¿tiene problemas?, le dije sí, ¿y qué quiere?, porque te diré, tenía como 26 años y dice (aludiendo al doctor) ¿qué quiere?, le puedo recetar medicinas, pero pues usted quiere estar toda la vida con medicamentos, está joven, es que usted debe pues hacer "concha"…" (Mariana, 56 años, dedicada al hogar, separada, cinco hijos).

Finalmente, es de destacar el sentimiento de insatisfacción que puede acompañar a las participantes por sentir que no es "suficiente" dedicarse al hogar, porque consideran que les hace falta algo propio, y al mismo tiempo la prevalencia de estar luchando todo el tiempo, no sólo con la presión externa, sino contra los "propios deseos contradictorios", como es el caso de Julia, quien refiere: "Dentro de mí había una constante insatisfacción… cuando sólo era ama de casa, entonces era como un lucha constante y al tiempo como que me quería someter, yo me sometía a momentos, pero había como esta insatisfacción en mí…" (Julia, 47 años, separada, dos hijos, profesionista)

Discusión

Una gran parte de los resultados son coincidentes con los hallazgos y reflexiones de otras investigaciones (Burín, 2003, 2008; Hernando, 2003; Poal, 1993; Suárez, 2008) en términos de que son múltiples las barreras a las cuales se enfrentan las mujeres en el proceso de transición de roles. Como se hizo evidente en la narrativa de las participantes, es posible identificar barreras tanto estructurales como subjetivas que en algún punto parecen volverse una misma. Como refiere Hernando (2003), estas barreras están interrelacionadas, no son independientes unas de las otras, pues finalmente tienen que ver con los procesos de socialización sesgados por los estereotipos de género a partir de los que son educados mujeres y hombres.

A raíz de los resultados, son varios los aspectos a analizar. Por una parte, más allá de los contextos particulares y las características ligadas a cada una de las participantes como es la edad, su nivel educativo, su situación económica, de pareja, entre otras, se hace evidente un claro reconocimiento de los contrastes en la forma de haber sido educadas en torno a la "feminidad", independientemente de si reproducen o no dichos patrones. No obstante, parece que el aspecto de la maternidad como un rol vitalicio y las labores de crianza y cuidado que se adjudican a dicho rol se siguen viviendo como una tarea exclusiva de las participantes, aun cuando en el caso de algunas de ellas exista una descalificación o rechazo a la idea de pensarse sólo desde ese lugar. En ese sentido como lo señalan varias autoras y autores (Burín, 2008; Poal, 1993; Tunal, 2007) algunas mujeres asumen estos roles femeninos ancestrales, aun cuando se desempeñen en otras actividades, y en algunas de las participantes la experiencia se vive desde un lugar lleno de contradicciones y malestares emocionales porque parafraseando a una de las participantes "te hacen perder, lo que te hacen ganar". La identidad de varias participantes está construida profundamente en la cosmovisión de las mujeres como "madres", y como "seres para otros", de manera que en muchas de ellas, el abandono de sus carreras, trabajos o proyectos personales se justifica por el sacrificio que exige ser madre, se regula por la culpa que se experimenta en caso de abandonarlos o descuidarlos y se sostiene en la lógica de que al final se recibe como pago el amor y la satisfacción de haber hecho de los hijos y las hijas, "seres de bien"

Otra reflexión importante tiene que ver con el hecho de identificar que en la medida en la cual existe socialmente una devaluación de las actividades que competen al ámbito de la crianza y el trabajo doméstico, es inevitable que exista un proceso de descalificación personal por parte de las mismas mujeres, quienes asumen que en realidad no están haciendo lo suficiente, lo cual finalmente puede repercutir en su salud mental. Como sugiere Poal (1993), paradójicamente, en la medida en la que se ha dado la liberación de las mujeres, se ha contribuido al desprestigio de las mujeres dedicadas al hogar y a los hijos de forma exclusiva. Al mismo tiempo, como sugiere Suárez (2008), en la medida en la que las mujeres siguen asumiendo las tareas reproductivas como tareas exclusivas de su condición de género, esto afecta sus posibilidades laborales y sostiene una percepción sexista sobre los roles.

Por otra parte, es innegable que las dobles o triples jornadas que se generan en el proceso de transición, pueden volverse potencialmente estresantes en la medida en la cual las participantes no cuentan con el respaldo social, familiar, institucional y cultural que genere las condiciones para disminuir estas jornadas. Está señalado en la literatura respecto al tema, que en el campo de la salud mental y emocional resultan fundamentales las redes sociales y el apoyo que de éstas se genera (Gallicchio, Hoffman & Helzlsouer, 2007; Poal, 1993). A su vez, la autoexigencia en las participantes y los sentimientos de culpa -tan socializados desde pequeñas- favorece que se incremente la desigualdad que impera en la distribución de roles y sus respectivas consecuencias. En ese sentido, consideramos una barrera fundamental la manera en la que los afectos son "manipulados" en las relaciones de pareja, constituyendo una situación grave y compleja que la violencia emocional, verbal, física y económica aparezca entremezclada con este chantaje emocional por parte de la pareja hacia algunas de las participantes ante su deseo de desarrollarse y superarse profesionalmente. Lo anterior se complejiza cuando en muchas mujeres aparecen miedos altamente imbricados en la socialización de género (Poal, 1993; Reyes, 2005) como es el miedo a ser independientes, a estar solas, a ser autosuficientes, a reconocerse como capaces de tomar decisiones correctas y sentirse competentes y eficientes en el mundo público.

Tal vez algo que resulta sumamente relevante tiene que ver con el tema de las "fronteras de cristal" (Burín, 2008); es decir, esta exigencia social y a su vez expectativa interiorizada de tener que enfrentar en algún momento la decisión de elegir entre el escenario familiar o el laboral. Por una parte, varias de las participantes que ya tenían la experiencia de ser madres reportaban la vivencia de esta tensión entre ambos escenarios, pero llamó nuestra atención que en las participantes solteras y que no son madres, también se manifestara dicha expectativa. En ese sentido, como lo refiere Reyes (2005) desafortunadamente el ámbito doméstico familiar sigue siendo el único "espacio de realización" de las necesidades de las mujeres que culturalmente se legitima, implicando que en el proyecto de vida, la maternidad ocupe un eje central; gestando la posibilidad de dependencias afectivas complejas tanto en las mujeres como en los hijos e hijas.

Como se dijo previamente, las dobles o triples jornadas prevalecen no sólo como consecuencia sino como barrera misma en la posibilidad de que las mujeres tengan un tiempo para su desarrollo personal y profesional (Tunal, 2007), manifestando un impacto muy fuerte en la salud tanto emocional como física, pues no sólo se carece de tiempo y dinero, sino de fuerzas y motivación para hacer cosas mínimas e indispensables en el autocuidado.

Parece importante señalar que en la literatura revisada se habla de las barreras estructurales y subjetivas sin aludir concretamente a la importancia y el papel que juega la familia. De acuerdo con nuestro estudio, resulta fundamental reconocer que si bien las mujeres hacen y deshacen por dar tanto a las parejas como a la familia lo que necesiten, cuando ellas requieren el apoyo no sólo económico o material, sino emocional, en varias participantes se hizo presente el rechazo, la descalificación y la violencia por parte de sus familiares.

Evidentemente, todo este conjunto de barreras estructurales y subjetivas que coexisten y se refuerzan mutuamente, contribuyen, como lo sugiere Poal (1993), a profundos sentimientos de insatisfacción vital. Nos parece fundamental reconocer que aún falta mucho por hacer a nivel estructural para generar un cambio sustancial que promueva mejores condiciones de vida para las mujeres y amplíe su posibilidad de desarrollo. Empero, también es necesario trabajar de manera inmediata en el proceso de socialización de mujeres (y por supuesto hombres) en vías de desarticular los pensamientos y sentimientos tan interiorizados con respecto a "su feminidad", pues tal como lo vimos en este estudio, en las participantes prevalece un sustrato ideológico que funciona como una suerte de bagaje inconsciente y que se coloca como una barrera subjetiva.

Es un hecho que eliminar las barreras estructurales escapa del control de las mujeres en tanto individuos, y como sugiere Poal (1993), requiere de una intervención desde la sociedad (instituciones, empresas, familias, escuelas, etc.). No obstante, en lo que compete a las barreras subjetivas, parece fundamental trabajar en la desarticulación de los estereotipos que cobijan las identidades de las mujeres; promover nuevos valores y patrones de comportamiento acordes a las transiciones actuales; propiciar un cambio en las actitudes sexistas; fortalecer en este grupo, sentimientos de valía personal, autonomía, autoeficacia, orientación al logro e independencia. Al mismo tiempo, las autoras consideramos muy importante trabajar en la reconstrucción de un sentido de solidaridad entre las mujeres.


1 Proyecto PAPIIT Factores individuales, sociales y culturales vinculados al género que delimitan la salud mental, emocional y la autonomía psicológica de las mujeres en la actualidad. Volver


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