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HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local
On-line version ISSN 2145-132X
Historelo.rev.hist.reg.local vol.7 no.13 Medellín Jan./June 2015
https://doi.org/10.15446/historelo.v7n13.44129
http://dx.doi.org/10.15446/historelo.v7n13.44129
Contienda electoral durante el Frente Nacional (1958-1974). Las caricaturas de Chapete sobre Rojas Pinilla y la ANAPO en Colombia
Electoral Debate during the National Front (1958-1974). Chapete's Cartoons about Rojas Pinilla and ANAPO in Colombia
Álvaro Acevedo Tarazona*
Martha Liliana Pinto Malaver**
* Doctor en Historia por la Universidad de Huelva (España), Magíster, e Historiador por la Universidad Industrial de Santander (Colombia). Es Director del Grupo de Investigación Políticas, Sociabilidades y Representaciones Histórico-Educativas (PSORHE). Correo electrónico: tarazona20@gmail.com
** Maestra en Bellas Artes por la Universidad Industrial de Santander (Colombia) y Candidata a Magister en Historia por la misma universidad. Es Catedratica de la Universidad Pontificia Bolivariana seccional Bucaramanga (Colombia). Correo electrónico institucional: martha.pinto@upb.edu.co.
Recepción: 23 de junio de 2014 - Aceptación: 30 de septiembre de 2014. Páginas: 295-343
Resumen
Hernando Turriago "Chapete" fue un destacado caricaturista durante el periodo del Frente Nacional (1958-1974) en Colombia. En sus caricaturas tocó distintos tópicos de la vida pública. Sin embargo, su obra adquirió relevancia al constituirse la principal plataforma de defensa del régimen frentenacionalista. En efecto, desde finales de la dictadura del General Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), Chapete emprendió la defensa de las libertades coartadas por el régimen y se dedicó a combatir las intenciones electorales del líder de la Alianza Nacional Popular (ANAPO). El objetivo de este artículo es analizar y describir el modo como Chapete, a través de sus caricaturas, combatió a Rojas Pinilla y a su partido durante las campañas electorales del Frente Nacional. Sin dejar de lado el material histórico contextual, este artículo utiliza como fuentes históricas las caricaturas publicadas en el diario El Tiempo. La caricatura es concebida como una estrategia de lucha política, más que como arte de la sátira; hecho que permite aventurar, a manera de hipótesis, la idea de que en manos de Chapete la caricatura fue un arma del oficialismo frentenacionalista, usada para contrarrestar la fuerza popular y electoral de uno de sus principales detractores, el General Rojas Pinilla.
Palabras clave: Alianza Popular Nacional (ANAPO), Gustavo Rojas Pinilla, Chapete, política, caricatura, prensa.
Abstract
Hernando Turriago "Chapete" was a prominent cartoonist during the period of the Frente Nacional (National Front) (1958-1974) in Colombia. In his cartoons, Chapete touched different topics of public life. However, his work became important because it was a platform for to defense the National Front regime. Indeed, since the end of the dictatorship of General Gustavo Rojas (1953-1957), he undertook the defense of freedom constrained by the regime and was later dedicated to fighting the election intentions of the Alianza Nacional Popular's leader (National Popular Alliance, ANAPO). The aim of this article is to analyze and describe how Chapete fought against Rojas Pinilla and his party during election campaigns the Frente Nacional, through his cartoons. Without neglecting the contextual historical material, this article uses as historical sources, the cartoons published in the newspaper El Tiempo. The cartoon is conceived as a strategy of political struggle, rather than as art of the satire. This idea allows thinking that the cartoon of Chapete was a weapon used for the Frente Nacional regime to counter the popular and electoral strength of the General Rojas Pinilla, one of their main opponents.
Keywords: Alianza Popular Nacional (ANAPO), Gustavo Rojas Pinilla, Chapete, politics, cartoon, press.
Introducción
Cuando inicio la dictadura del General Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957) despuntaba en el ámbito nacional uno de los caricaturistas políticos más importantes del siglo XX en Colombia, Hernando Turriago Riaño, más conocido como Chapete. En efecto, y pese a que la dictadura restringió la crítica política, fue uno de los pocos caricaturistas que continuó con su punzante trabajo. Desde sus primeros años en la vida política nacional, el general Rojas Pinilla tuvo en el caricaturista a uno de sus más serios contradictores. De hecho, a lo largo de los catorce años que van de 1961 a 1974, fungió como el más fuerte de su críticos políticos, sobre todo durante las campañas electorales que el General emprendiera al finalizar la dictadura, con el ánimo de controvertir el pacto frentenacionalista y de posesionarse como único líder de la nación. Chapete acogió la tarea de defender, desde las toldas del liberalismo y en las páginas del diario El Tiempo al Frente Nacional. Para ello, elaboró un número elevado de caricaturas, todas ellas encaminadas a criticar, satirizar y denunciar las acciones tanto de Rojas Pinilla como de su partido, pero principalmente para contrarrestar las aspiraciones electorales del General. Describir estas imágenes, todas ellas creadas con intenciones evidentemente ideológicas, es el objetivo principal de este trabajo.
El otro propósito de esta investigación consiste en aprovechar la caricatura política como fuente para conocer un elemento de la cultura política de una época: la manera en que los oponentes pugnan para atraer a sus toldas el electorado, y las imágenes que la disputa política crea para desvirtuar al oponente ante los votantes. Las caricaturas de Chapete son fuentes muy ricas en información –si bien no factual, dada la manipulación de la que son objeto desde su creación– para recrear los imaginarios políticos de una sociedad en un tiempo determinado. En consecuencia, el presente artículo intenta aproximarse al estudio de la cultura política durante el periodo del Frente Nacional, porque dirige su atención a un tipo de fuente hasta ahora poco utilizada: la caricatura.
Para alcanzar estos objetivos, el trabajo es estructurado en tres partes. En la primera se aclara el concepto de caricatura con el fin de aproximar al lector a una mirada metodológica del concepto. En la segunda, se describe y analiza el contexto histórico-político en el que se inscribirían las imágenes que sobre Rojas Pinilla creó y publicó Chapete. En la última parte, finalmente, se describe y analiza la imagen que Chapete creara del General con el fin de desvirtuarlo públicamente como un político digno de llevar las riendas del país. De lo que se trata es, pues, de acceder al mundo de la disputa electoral durante el Frente Nacional.
Aproximación metodológica al concepto de caricatura política
Antes de entrar en materia es preciso aclarar cómo ha de entenderse, para efectos de este artículo, el concepto de caricatura política. Comencemos por señalar que, como sucede con los términos usados en el campo de las ciencias sociales, la discusión alrededor de este concepto continúa abierta. En efecto, al respecto nadie ha dado la última palabra, razón por la cual no se puede dar por descontado ningún aporte. En consecuencia, aquí no se descalificará ninguna aproximación, pues de lo que se trata no es de cerrar el tema, sino de ampliarlo con el fin de ubicar nuevos e insospechados elementos heurísticos.
En términos generales, tal como lo indica el principal diccionario de la lengua española, la caricatura es un "dibujo satírico en que se deforman las facciones y el aspecto de alguien" (Real Academia Española). Ésta escueta definición nos pone ante dos elementos característicos de toda caricatura: el medio más común a través del cual se materializa, es decir, el dibujo, y el fin perseguido, que no es otro que satirizar personajes. De hecho, la definición deja en claro que la caricatura consiste en poner en ridículo a alguien –el fin– a través de una composición en la que se deforman sus rasgos físicos –el medio–. No obstante, la caricatura está conformada por un elemento mucho más importante, y del cual nada se dice en esta definición. Nos referimos a las implicaciones ideológicas que la caricatura arraiga. Quienes estén interesados en conocer las implicaciones más profundas de la caricatura, no han de contentarse con una definición tan formal, pues si bien esta aclara el panorama, no facilita el desarrollo de análisis más profundos sobre el significado social, cultural y político de la caricatura.
No son pocos los especialistas que consideran que la caricatura es mucho más que la simple deformación de los rasgos personales. Por ejemplo, para Ramón Columba, el famoso caricaturista argentino, la caricatura es "un destello, una chispa que busca iluminarnos el alma, a través del lápiz [...]"; es "una creación intuida por el humorista que da la idea de lo grotesco; una constante trasmutación que no tiene fuentes ni límites prefijados y donde el talento del técnico se siente llevado por misteriosa vocación". No se trata entonces de un dibujo injurioso centrado en la exageración de los rasgos personales, sino de una creación artística capaz de iluminar el entendimiento, o de un "chiste gráfico" que mueve a risa con genialidad, al poner en evidencia la comicidad humana. Tamaña tarea, en opinión de Columba (2007, 9-10), no podrá ser sino la obra de un genial artista-filósofo-sociólogo-psiocólogopoeta-crítico-cronista-historiador: un ser de "fina inteligencia sensorial", capaz de "captar las sutiles ironías de este mundo" y de "desenmascarar la farsa y la mentira", "pero sin encono, sonrientemente".
No cabe duda, en consecuencia, que la caricatura dibuja con finos trazos la crítica de lo humano; y como humana es la política, ningún otro aspecto le interesa tanto a la caricatura como los enredados hilos del poder. De hecho, si de algo se ha encargado la caricatura a lo largo de la historia, es de la política. Ya en sus inicios, los caricaturistas se solazaban al satirizar a los poderosos.
La caricatura política –nos cuenta Beatriz González (1990)– como género nació en Inglaterra, aunque la crítica gráfica se encuentra desde los romanos, cuando supuestamente dibujaron en los muros de Pompeya el retrato de Nerón. Las luchas entre el Papado y Lutero fueron atizadas con sátiras impresas; Luis XIV fue igualmente víctima de caricaturas y Callot dejó estremecedores documentos gráficos de las guerras campesinas en Francia. Sin embargo, sólo se encuentra formalmente establecido el género de caricatura política en 1770, cuando la gráfica inglesa dio un giro inusitado de lo social a lo político: la línea como un arma de defensa contra quienes manejaban asuntos de Estado. El dominio inglés del dibujo a la acuarela y el desarrollo de las técnicas de impresión, particularmente el grabado en metal, la xilografía moderna y la litografía, permitió a Gillray, Rowlandson y Cruikshank expresarse originalmente con ingenio, libertad y vulgaridad sobre temas políticos.
Fue en Francia, no obstante, donde la caricatura adquirió esa especial conciencia del poder, pues el efervescente ambiente político posterior a la Revolución se convirtió en el medio óptimo para impulsar su desarrollo como arma de la crítica política. De hecho Stendhal –refiere González–, narró en La Cartuja de Parma, "cómo, durante la invasión de Napoleón a Italia, un joven soldado –el pintor Gross– con un retrato caricaturesco del tirano regional, contribuyó a derrocarlo". Y se cree, en efecto, que la caricatura titulada Gargantua de Honoré Daumier exasperó tanto el ánimo del pueblo francés, que se convirtió en una causa real de la caída del rey. "Allí nació la verdad y el mito del poder de la caricatura", dice González (González 1991, 17).
Pero no solo el entusiasmo político impulsó el desarrollo de la caricatura. Con el perfeccionamiento de las técnicas de impresión, principalmente de la litografía, y con el crecimiento de la industria editorial y periodística, el mercado fue inundado por una gran cantidad de libelos, hojas sueltas, gacetas, periódicos y libros en los que se traducían a un lenguaje sencillo, como lo era el de la caricatura, un sinnúmero de mensajes expresados por la clase política de manera más formal en los medios de comunicación escrita. Charles Philipon, por ejemplo, quien fundara durante el primer tercio del siglo XIX, periódicos como La Caricatura y El Charivar, pudo de este modo desplazar a políticos importantes gracias a las críticas que distintos caricaturistas le publicaron por encargo (Cf. Philips 1922, 19). La industria editorial hizo pues de la caricatura una herramienta periodística indispensable, al dotarla de un poder inusitado.
Es evidente, que desde sus orígenes la caricatura política ha sido, como bien lo resume González (1990, n.d.), "un sistema de lucha dirigido con virulencia contra personajes de la vida pública". En este sentido cabe una última apreciación. Si la caricatura es un arma para la lucha política, ¿involucrará acaso una faz ideológica? Al respecto, no cabe la menor duda. De hecho, bien lo ha indicado, al estudiar el caso colombiano, Darío Acevedo Carmona, al señalar que uno de los elementos característicos de la caricatura es el aspecto ideológico que esconde y que a veces pasa desapercibido. Por esta razón, acierta al definir la caricatura como un arma ideológica, cuando señala que "la caricatura política es algo más que un simple complemento o ilustración de la línea editorial de un medio de comunicación", que "no está hecha simplemente para hacernos reír", que "no es solo exageración", sino que forma "parte de la lucha política y está cargada de motivaciones ideológicas" (Acevedo 2009, 23).
Finalmente, la caricatura política es también una fuente para la historia. Pero no se trata de una fuente que pueda ser usada, según lo expresa Acevedo Carmona (2009, 27-28), para "establecer la realidad contingente o positiva" de los llamados hechos históricos, sino de una fuente peculiar que permite comprender el "imaginario político" de un momento; de una fuente en la que el investigador puede hallar "datos significantes, signos, metáforas, alegorías, símbolos y figuras arquetípicas" que configuran la cultura política de una nación, ese conjunto de creencias y comportamientos colectivos que definen el carácter de un pueblo.
Este es, en último término, el concepto de caricatura política que más nos interesa, pues sólo así podrá comprenderse porqué Chapete creó de Rojas Pinilla, las imágenes que hizo públicas en el diario El Tiempo.
En resumen, y como un elemento de apoyo conceptual para el presente estudio, bastará con señalar que la caricatura política es una creación artística, tanto como ideológica, utilizada principalmente por los periodistas para poner en circulación, las ideas del grupo social o político al que pertenecen, así como para defenderlas. Es un arte que consiste en deformar, generalmente a través de la exageración, los rasgos característicos de un personaje o una situación, con el fin de criticar y subordinar la posición política del otro. La caricatura política es además fugaz porque se inspira en hechos actuales de la "política doméstica o internacional", al decir de Acevedo Carmona (2009, 24). Por esa misma razón, la caricatura es también una fuente de la historia; una fuente que permite vislumbrar los rasgos característicos de la cultura política de un pueblo, pues ayuda, en últimas –junto con otras fuentes, por supuesto– a identificar y comprender los símbolos y los signos que configuran el imaginario político de una nación.
Rojas Pinilla y Alianza Nacional Popular (ANAPO)
Para acercarse a través de la caricatura a la mentalidad política de una época se requiere también conocer el contexto histórico. En consecuencia, y para efectos de este trabajo, será necesario describir brevemente las circunstancias que enmarcaron las acciones políticas tanto de Rojas Pinilla como de su movimiento político, ANAPO.
Rojas Pinilla y ANAPO surgen como figuras políticas nacionales en un contexto histórico cargado de eventos conflictivos. A nivel mundial, en efecto, el periodo histórico comprendido entre 1950 y 1970 estuvo marcado por los efectos de la Segunda Guerra Mundial, así como por el surgimiento de dos nuevas potencias y su continuo combate por lograr la hegemonía global. A nivel continental, durante estas décadas, distintos países suramericanos se vieron presos de las dictaduras militares, las guerras civiles y los populismos. Colombia no fue la excepción. En efecto, desde principios de los años cuarenta Colombia experimentaba un conflicto social y político cada vez más violento. La lucha entre los partidos tradicionales desangró pueblos enteros en distintos departamentos del país, lo cual dio origen a una etapa que sus propios protagonistas llamaban La Violencia. El papel histórico que vendría a desempeñar Rojas Pinilla fue de hecho una respuesta desesperada a la propagación del conflicto, mientras que el rol histórico de ANAPO consistiría en defender a Rojas de los ataques que le lanzaban los partidos tradicionales desde la coalición bipartidista que había impulsado su caída del poder. El contexto aludido es el del Frente Nacional.
A lo largo de sus dieciséis años de existencia, el Frente Nacional ayudó a contener la violencia bipartidista que experimentaban las regiones, así como a fortalecer las principales instituciones republicanas. No obstante, el Frente Nacional cerró las puertas de la participación política a otros movimientos y grupos sociales, amparado en la idea según la cual sólo los partidos mayoritarios del país, el liberal y el conservador, lograban, en efecto, representar los diferentes intereses de la población. De esta manera, el bipartidismo colombiano pudo impedir que una serie de nuevas ideas, si bien no todas ellas revolucionarias, trasformaran la política tradicional. Norberto Emmerich (2004, 54) señala al respecto, lo siguiente:
El acuerdo entre conservadores y liberales, sancionado en la constitución del Frente Nacional, permitió poner fin a la violencia secular entre ambos partidos y logró otorgar al Estado un margen de acción para relanzarse a un periodo de rápido crecimiento económico y trasformación social. Pero por otro lado el sistema impidió que las nuevas demandas que encarnaban las fuerzas sociales derivadas de la modernización económica y social lograran encontrar un espacio de expresión en las instituciones políticas. De este modo las demandas no encontraban un canal de penetración en el sistema político.
Cesar Ayala (1997) estudia de manera más profunda el caso de ANAPO, sin duda, el principal movimiento de oposición al bipartidismo frentenacionalista. Para comprender el verdadero papel de ANAPO, analiza con mayor cuidado el juego de intereses en que se debatía junto a otros grupos de oposición, intentando determinar sus principios ideológicos, sus propuestas y sus acciones. En síntesis, Ayala indica que el movimiento anapista conjugó en su seno los principales elementos de la resistencia al Frente Nacional, a saber: la influencia de la ideología católica, la cooptación electoral del sindicalismo y la utilización de estrategias populistas para el control de las masas.
Para entender entonces el surgimiento de Rojas Pinilla y su movimiento político, se debe caracterizar ese periodo de nuestra historia conocido como Frente Nacional. De manera esquemática puede decirse que, además de un periodo histórico, el Frente Nacional fue una estrategia política que les permitió a los Partidos Liberal y Conservador dirimir sus diferencias y organizar el acceso al poder de manera conjunta. A este tipo de estrategias se les conoce en el argot politológico como consociacionalismo. Jonathan Hartlyn (1993, 14, 25, 298-304) lo define como una herramienta política mediante la cual las clases dirigentes tradicionales conforman coaliciones que les permiten transitar del régimen dictatorial al régimen democrático, pero restringiendo algunos principios de la misma democracia. La idea del consociacionalismo no es exclusiva de la realidad política colombiana. A nivel latinoamericano, países como Uruguay, Venezuela, Chile y Argentina han usado el pacto bipartidista como estrategia para solucionar sus principales problemas de legitimidad y debilidad institucional. No debe creerse, sin embargo, que se desarrolle de la misma manera en todos los países, pues cada país tiene sus propios matices y enfrenta distintas contingencias. ¿Cuáles fueron los rasgos distintivos del pacto frentenacionalista colombiano?
Sin duda, un juego de complejas circunstancias históricas hizo del pacto del Frente Nacional, una necesidad. En efecto, La Violencia y la dictadura de Rojas Pinilla habían hundido al país en un profundo pozo de ilegitimidad. Pactar un nuevo orden político se hizo en consecuencia inevitable. Fue por esta razón que se propuso poner a consideración de la sociedad, un proyecto político conciliador, pues solo a través de un plebiscito, tal como lo ha expresado Humberto de la Calle (2012, 120), podría la nación "recuperar el hilo constitucional" que tras La Violencia y la dictadura había perdido.1
La Violencia con mayúscula, es decir, esa cruenta etapa de nuestra historia matizada por el odio y la politización entre liberales y conservadores, que se desencadenó con el asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, ocurrido el 9 de abril de 1948. Ciertamente, fue ese el acontecimiento que hizo visible la profunda brecha que separaba en dos bandos a las elites políticas del pueblo llano. "El asesinato de Gaitán –nos cuenta Henderson (2006, 452)– lanzó a sus seguidores a un frenesí" de venganza. Y en efecto, como veían en su caudillo al más fiero enemigo de la clase alta, no tardaron en suponer que "el gobierno conservador había ordenado" su asesinato. A este hecho se sumaba un panorama político cada vez más oscuro. En 1950, tras declarar el estado de sitio y llevar a cabo las elecciones, Mariano Ospina Pérez entregó el solio presidencial a Laureano Gómez. Este se había propuesto conjurar la violencia a través de una reforma constitucional que restringía, entre otros aspectos, las funciones del poder legislativo, le devolvía a la Iglesia un papel preponderante en el control de la educación, limitaba la libertad de expresión y le quitaba al Congreso, la facultad de legislar sobre las funciones de las Fuerzas Armadas. Aunque la reforma jamás dejó de ser un proyecto, fue mal recibida por el liberalismo en pleno, así como por un sector importante del conservatismo. Desde un principio, el gobierno de Gómez se granjeaba, entonces, el aborrecimiento tanto de liberales como de conservadores. Laureano Gómez –nos dice Palacios (1998, 210-211)– "no comprendió que los límites de su autoritarismo estaban trazados de antemano", y que su "gobierno excluía demasiados intereses", principalmente los de las Fuerzas Armadas, así que no vio venir el cuartelazo que acabó con su gobierno. Y en efecto, "en la noche del 13 de junio de 1953, y con el respaldo de Ospina y la plana mayor de la oposición conservadora, el General Rojas Pinilla anunció la consumación de un golpe de Estado. La Iglesia, los gremios empresariales y todos los grupos políticos, con la excepción de un puñado de laureanistas y del Partido Comunista, lo avalaron".
El golpe militar fue recibido con beneplácito por varios sectores políticos; algunos incluso recibieron a Rojas como el salvador de la nación (Tirado 1981, 179). En todo caso, eran los liberales, principalmente aquellos que tras la muerte de Gaitán habían acogido la lucha armada o se habían retirado de la arena pública, quienes veían con mejores ojos el régimen "rojaspinillista", pues las primeras disposiciones del nuevo gobierno consistieron en amnistiar a los rebeldes y en restaurar la libertad de prensa. Para dar mayores visos de legitimad, Rojas y sus seguidores organizaron una Asamblea Nacional Constituyente con el fin de establecer, por un lado, que el 13 de junio había quedado vacante la presidencia, y por otro, que Rojas tomaría posesión del cargo mientras se reorganizaban las instituciones. Su gobierno se caracterizó porque tan pronto como ascendió al poder y con la finalidad de asegurar su reelección, el General empezó una maratónica gira proselitista por todo el país; conformó una nómina de gobierno que incluía, aunque no de manera equitativa, a liberales y conservadores, siendo estos últimos los más numerosos; solucionó el conflicto llanero al reducir el número de muertes por la violencia de 22.000 entre 1952 y 1953 a 1.900 entre 1954 y 1955; y atacó la corrupción judicial mediante el despido de funcionarios afectos al laureanismo (Henderson 2006, 533-556).
En abril de 1954 Rojas Pinilla convocó nuevamente la Asamblea Nacional Constituyente. Su objetivo era anunciar que el país aún no contaba con las condiciones de orden público necesarias para realizar las elecciones presidenciales y manifestar que se comprometía a dejar el poder tan pronto el orden retornara. Entre tanto, instituyó el sufragio femenino, proscribió constitucionalmente al Partido Comunista y reemplazó las Asambleas Departamentales y los Concejos Municipales por sendos cuerpos administrativos. En agosto de 1954, la Asamblea Nacional Constituyente prorrogó el mandato de Rojas hasta 1958. Para los liberales esta había sido la jugada política más atrevida de Rojas, y desde sus plataformas de combate, los diarios El Tiempo y El Espectador decidieron contenerla. El régimen respondió con la orden de clausurar estos periódicos. Fue entonces cuando la dictadura militar se hizo evidente; y pese a que bajo la égida del General Rojas el país vivía mejores tiempos –la bonanza cafetera y la estabilidad monetaria daban cuenta de ello (Kalmanovitz 1995, 407)– no se requerían complicadas razones para argumentar que la prórroga significaba un mayor debilitamiento de la democracia.
Los partidos tradicionales no dudaron en deslegitimar a su antiguo líder militar y en hacerle eco a las demandas que una buena parte de la sociedad realizaba por lo menos desde 1954, con respecto a las libertades de expresión y de movilización. No obstante, la gota que derramó la copa fue la ostensible manifestación de fuerza que el General Rojas Pinilla llevó a cabo el 13 de junio de 1956 en el estadio de fútbol de la capital, cuando presentó ante la multitud el partido político que había fundado y al que denominó la Tercera Fuerza. El evento fue todo un ritual, pues "miles de asistentes" desfilaron "ante el «Jefe Supremo»", quien se hallaba ataviado con "todas sus galas y condecoraciones", mientras juraban por Dios que le serían leales al pueblo y a las Fuerzas Armadas (Palacios 1998, 215-216). Si a esto se le sumaban, el asesinato de un estudiante de la Universidad Nacional ocurrido el 8 de junio de 1954 a manos del Batallón Colombia, o la imposición de un gravamen a los beneficios de los industriales, hechos que tanto repudiaron los estudiantes y los gremios, quienes estaban el poder necesitaban una nueva salida, según lo indica Álvaro Tirado Mejía (1981, 183):
Los dirigentes nacionales se pusieron de acuerdo, «depusieron los odios entre los partidos» [y decidieron derrocar] al dictador que a ambos, en su momento, les había servido. Alberto Lleras Camargo, quien se había ausentado de Colombia para servir en Washington como Secretario de la OEA, volvió al país y como jefe del Partido Liberal voló a España en donde estaba exiliado Laureano Gómez. Entre ambos encontraron una forma de entendimiento [...] consistente en que a partir de 1958, y durante 16 años, los cargos públicos se repartirían por mitades entre liberales y conservadores, y que presidentes de ambos partidos se alternarían en el Gobierno cada cuatro años, [dando origen al Frente Nacional].
En síntesis, tras el asesinato del caudillo liberal, se profundizó en Colombia una oleada de violencia que devendría en una confrontación civil de largo aliento, y en la que liberales y conservadores defendían con las armas lo que para sus líderes políticos no eran más que ideas. Para dar solución a esta persistente situación de violencia, los partidos apelaron a la figura de Rojas Pinilla y al golpe militar. El dictador, efectivamente, se encargó de poner freno a la violencia al acudir no solo a la lucha armada sino a la amnistía de quienes se desmovilizaran. Ante las pretensiones autonomistas de Rojas, los partidos políticos –en compañía por supuesto de la Iglesia, los gremios, los trabajadores y los estudiantes, sectores sociales que desde hacía tiempo se sentían vulnerados por la dictadura–, se dieron a la tarea de ponerle fin al régimen, y a través de una Junta Militar recuperaron la legitimidad necesaria para volver a gobernar, ahora en el marco del Frente Nacional. En definitiva, fue por estos hechos que los partidos políticos –y la ciudadanía que los apoyó– aceptaron modificar la organización y el ejercicio del poder público al renunciar al control hegemónico del Estado y al acordar un gobierno conjunto, tal como lo ha indicado Hartlyn (1993, 22). No obstante, el Frente Nacional marcó la vida política del país, no solo porque lograra encausar a la nación por la senda de la democracia, sino porque logró excluir y vencer a las fuerzas políticas que quisieron erigirse en los nuevos representantes de la nación, y todo ello a través de su principal fórmula: la alternancia y la paridad entre los partidos tradicionales. El movimiento estudiantil, la lucha obrera y la organización de nuevos grupos políticos, influenciados sin duda por lo que acontecía en el mundo, pero también por su propio acontecer, intentaron durante el Frente Nacional ganar visibilidad política y social, uniéndose incluso a un líder como Rojas Pinilla, quien terminó por retar al bipartidismo, el mismo que, años atrás, lo había consagrado como líder nacional.
Representación creada por Chapete de las campañas electorales de Rojas Pinilla y ANAPO durante el Frente Nacional
Cuando los partidos tradicionales vieron en el General Rojas una ficha importante para combatir al conservatismo recalcitrante de Laureano Gómez, no dudaron en presentarlo ante la opinión pública como un gran hombre, es decir, como un héroe de la historia nacional. Tanto en la pintura como en la fotografía, el General era representado como un ser cargado de un místico hálito de poder. Esa imagen mística lo convertiría en el principal símbolo del anapismo. De hecho, "el pueblo le asignó la misión de salvador, redentor y mesías" –nos cuenta Báez (2007, 31) en su estudio sobre ANAPO en Santander–. Dicha imagen en nada les convenía a los defensores del Frente Nacional, razón por la cual no dudaron en enfilar las armas ideológicas que la caricatura les brindaba para contrarrestar el seductor carisma del General caudillo.
En las páginas de El Tiempo, uno de sus principales críticos fue Hernando Turriago, Chapete. Turriago había ingresado a El Tiempo en 1944. En sus páginas, junto a otros caricaturistas e ilustradores, publicaba obras costumbristas. Sin embargo, con el ascenso de Rojas, su estilo tomó cariz más crítico. Hasta entonces, Chapete creía que la caricatura era un medio de distracción. La dictadura, sin embargo, le hizo ver en su arte, si bien no un arma capaz de tumbar gobiernos, por lo menos una adecuada herramienta de crítica política. De hecho, Chapete sobresalió por su audacia y astucia en la lucha contra la dictadura, pues en varias ocasiones, para burlar la censura "dibujaba dos caricaturas. Una suave, que era la que presentaba a los censores" y otra fuerte, "en la que atacaba al Gobierno, que era la que finalmente salía publicada" (González 2010, n.d.).
Chapete fue en consecuencia un contradictor formidable de Rojas. En efecto, a través de sus caricaturas jamás dejó de criticarlo; ni como dictador ni como civil le perdonó ninguna de sus intervenciones públicas. Pero si bien, convertir en el blanco de ataque las acciones de los políticos es un hecho normal en las democracias, lo que aquí adquiere relevancia es el juego de imágenes con las que la prensa liberal presentaba al principal contradictor del Frente Nacional. Es este elemento, precisamente, el que permite recrear la manera en que se desarrollaba la disputa electoral. Como se verá a continuación, dicho imaginario puede ser seguido a través de las caricaturas con las cuales Chapete criticó las campañas políticas que Rojas emprendiera entre 1961 y 1974. De hecho, la crítica fue un arma de contención de las metas políticas del ex dictador.
Campaña de 1961
Corría el mes de mayo de 1961 cuando Rojas comenzó su gira política por el departamento de Boyacá. Su recorrido inició en el municipio de La Uvita, tras recibir la invitación del párroco municipal. Ante sus oyentes Rojas propuso resucitar Tercera Fuerza, un partido político que había fundado durante su gobierno, sumando elementos tanto del liberalismo como del conservatismo.2 Chapete aprovechó la ocasión para atacar la propuesta de una manera contundente, pues señaló que las aspiraciones de Rojas eran ilegítimas dado su pasado dictatorial. Para hacer llegar su mensaje, Chapete caricaturizó al General presentándolo como el protagonista de la Zorra y las uvas, aquella fábula de Esopo, en la que una famélica zorra desiste de comer unas uvas que le son inalcanzables pues carece de la nobleza necesaria para tan delicioso manjar. Como en la fábula, en la caricatura el mensaje era claro: el pasado dictatorial de Rojas deslegitimaba cualquiera de sus intentos por ganar el apoyo popular.
Las campañas para la presidencia por el periodo 1962-1966 estarían en marcha desde mayo de 1961. El General Rojas participó de la contienda utilizando métodos no tradicionales para convencer al electorado. Una de sus estrategias publicitarias consistió en repartir estampas del Sagrado Corazón de Jesús, en las que aparecía una imagen suya vistiendo el traje militar y la banda presidencial. Los "anapistas las repartieron en las plazas municipales y atrios de iglesias" (Ayala 2011, 153). Como católico practicante, Chapete no dejó pasar esta oportunidad para criticar, calificándolos de "sacrílegos" los métodos proselitistas de su contendor (ver figura 2).
La curiosa campaña rojaspinillista fue nuevamente criticada por Chapete en la publicación dominical. En el tercer recuadro, uno de los patrocinadores de la campaña le ofrece al General hacer el mismo montaje fotográfico pero en esta ocasión con una imagen del diablo. Chapete pone su toque de humor al recordar que "el que peca y reza empata". Sin embargo, al ser publicadas tan cerca la una de la otra también tiene la intención de mostrar que el candidato estaba dispuesto a hacer alianzas con quien fuera necesario con tal de obtener los resultados deseados (ver figura 3).
La campaña política continuaba. Mientras el Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) recogía a exguerrilleros y bandoleros del liberalismo, ANAPO recogía los bandidos conservadores de los años cincuenta: pájaros, chulavitas y demás. El General Rojas hacía referencia, por supuesto, al apoyo que obtenía del pueblo, de las clases menos favorecidas y de los trabajadores. En contra de la oligarquía realizaba sus manifestaciones en los sectores de la ciudad habitados por estas comunidades. En sus discursos, Rojas recordaba que durante su gobierno el costo de vida jamás había sido tan alto como el que se experimentaba en el primer gobierno del Frente Nacional. Para convencer a su auditorio, con un marcado acento demagógico, recurría a lo que denominaba la "dialéctica de la yuca", estrategia que consistía en blandir ante el público un ejemplar de dicho tubérculo para prometer que con él en el poder, los alimentos estarían al alcance de todos. "Este insólito mecanismo de cooptación popular que comparaba el costo de la vida del pasado con el presente" –dice Ayala Diago (1997, 243)–, servía para argumentar que al fin de cuentas, el pasado había sido mejor que el presente, y con ello, que la dictadura de Rojas había sido mejor que la democracia actual.
La siguiente caricatura tiene que ver precisamente con este tipo de expresiones populares de la campaña rojaspinillista. Como en cierta ocasión, una de las manifestaciones encabezadas por Rojas en el barrio popular 20 de Julio había terminado en desorden,3 en una de sus caricaturas, Chapete generalizaba la idea según la cual los seguidores de Rojas no eran más que hampones caracterizados por la ropa rota y el rostro desdentado, rudo y sucio, tal y como se observa en la figura 4.
Pero Chapete no solo atacará a Rojas a través de la caricaturización de sus seguidores. También sus más cercanos camaradas eran objeto de incisivas críticas. Así por ejemplo, el 10 de octubre de 1961 publicó una caricatura en la que muestra al General Rojas Pinilla como una gran ave negra que extiende sus alas para resguardar a sus polluelos. Estos lucen plumaje de líneas, como uniformes de presidiarios; son miembros de ANAPO, los protege de otras aves que buscan hacerles daño o por lo menos, destruir el nido de la Alianza Popular,4 mientras esperan la llegada de Samuel Moreno Díaz, yerno del General y posterior director del informativo del partido (ver figura 5).
El General siempre defendió tanto a sus seguidores como a quienes le ayudaban en la dirección de su partido. Así por ejemplo, cuando en enero de 1962 se descubrió un plan subversivo para derrocar al Presidente de la República, en el que participaron capitanes retirados del Ejército e individuos provenientes de Antioquia y Valle,5 el General no dudó en reconocer que los exmilitares eran miembros de su movimiento –aclarando por supuesto que habían tenido una hoja de vida "brillantísima"– y que los civiles involucrados eran solo "campesinos" que venían a la capital a una convención convocada por él para el 4 de febrero pero que se habían confundido de fecha. La contraparte por supuesto no le creía. Y una muestra de su parecer se encuentra en una caricatura publicada por Chapete al día siguiente del intento de golpe. En ella mostraba al General conversando con uno de los golpistas, representado como campesino paisa –por el carriel–, quien luego del saludo militar le preguntó al General si había contratado a Brincos, refiriéndose a Pedro Brincos, el alias de Roberto González Prieto, a lo que el General Rojas respondió que a quien había contratado era A-saltos, en clara burla de los errores cometidos en la planeación del golpe (ver figura 6).
Otra manera utilizada por Chapete para criticar la actividad proselitista de Rojas consistió en mostrar las aparentes prácticas corruptas del anapismo, pues según se decía, para impulsar al partido, este grupo político había ofrecido dinero a cambio de votos. En efecto, en un editorial de El Tiempo de marzo de 1962 se indicaba que en la ciudad de Cali, los miembros del movimiento estaban entregando papeletas de votación con billetes de 20 pesos.6 En la respectiva caricatura del día, Chapete mostraba a un anapista anunciando el cambio y a un votante que acababa de cerrar el trato (ver figura 7).
Cuando la contienda electoral llegaba a su fin, se hizo más intensa. A dos días de los comicios, el gobierno hacía urgentes llamados a la participación ciudadana. El periódico, como defensor del pacto bipartidista, presentaba en resumen, el panorama electoral. La síntesis de Chapete mostraba a los candidatos y movimientos políticos tal como deseaba que el pueblo colombiano los viera: el MRL de Alfonso López Michelsen aparecía íntimamente relacionado con los comunistas de Fidel Castro; la dictadura era traída a colación como remembranza de un pasado cruento; al conservatismo lo muestra unificado, después de muchas dificultades, en las figuras de Álvaro Gómez Hurtado y Jorge Leyva; al Frente Nacional, finalmente lo muestra como la verdadera salida. Pero lo que verdaderamente llama la atención de esta caricatura, es que el anapismo no es incluido como una opción política más, pues es suplantado por la imagen de la dictadura. Este hecho, sin duda, constituía un nuevo ataque de los frentenacionalistas al anapismo, ataque que consistía en el desconocimiento del movimiento como contraparte política legítima (ver figura 8).
Aunque en las elecciones del 6 de mayo de 1962, el anapismo no venció –de hecho, su candidatura, tal como sucedía con la de Alfonso López Michelsen, era inconstitucional, por el principio de la alternancia de los partidos–, dejó en claro que el movimiento tomaría fuerza. En efecto, el General Rojas obtendría la cuarta votación en todo el país lo que en sus condiciones significaba un buen resultado. "El país se dio cuenta de la existencia del nuevo movimiento. La gente le salió a las manifestaciones por curiosidad pública en muchos casos. Era un expresidente controvertido que daba de qué hablar [...] Además, retaba al establecimiento al atreverse a participar en política" (Ayala 2011, 93). No obstante, para Chapete, el cuarto puesto constituía la peor derrota. De ahí que en una caricatura posterior a los comicios, lo representara triste y abatido al leer el resultado electoral en el periódico, acompañado de uno de sus seguidores quien lamenta junto con él la derrota, jugando con el doble sentido del comentario (ver figura 9).
Campañas de 1964 y 1966
A diferencia de las disputas electorales anteriores, en la de 1964, los partidos no presentaron programas de gobierno, y algunas plataformas, como las de ANAPO y MRL se concentraron en la búsqueda de alianzas políticas. La ANAPO y el MRL intentaron acercarse. En opinión de Chapete, dicha unión resultaba perjudicial para el partido de López Michelsen, pues desconfiaba de la honradez de Rojas, tal como puede apreciarse en una caricatura de febrero de 1964, en la que mostraba un Rojas más preocupado por sus propios beneficios económicos que por defender los intereses del país (ver figura 10).
El 26 de abril, el presidente Guillermo León Valencia llamó al Congreso a sesiones extraordinarias para estudiar proyectos de ley de carácter tributario, consistentes en aumentar los ingresos del Estado a través de nuevos impuestos.7 Los parlamentarios estaban divididos entre quienes apoyaban decididamente al gobierno, entre los indecisos, y entre quienes le negaban totalmente su apoyo: los liberales y conservadores unionistas dirigidos por Álvaro Leyva estaban de acuerdo con el gobierno; los lauroalzatistas, es decir, el grupo de Laureano Gómez, liderado por su hijo, Álvaro Gómez Hurtado, se declararon indecisos hasta tanto no fueran estudiadas las propuestas; el MRL y los rojistas, finalmente, estaban en contra de cualquier nuevo gravamen. En los debates, los lauroalzatistas fueron convencidos por los del MRL para negar su apoyo a las reformas del gobierno. Tal situación no podía ser desaprovechada por Chapete para criticar nuevamente al partido de Rojas. En efecto, en una caricatura de mayo de 1965, señaló que si bien la unión entre Gómez y López era loable, el acercamiento al General Rojas resultaba discutible, pues las prácticas populistas de este último le quitaban brillo a la unión. De ahí que en la caricatura, el pacto no pueda ser sellado con lacre, sino con lacra (ver figura 11).
Para la campaña presidencial de 1966, ANAPO postuló como candidato a José Jaramillo Giraldo, exsenador y representante, miembro hasta el 8 de mayo, de la Asamblea Constituyente que pretendió reelegir a Rojas Pinilla. La prensa lo muestra como un personaje de poco impulso; lo describe como una figura gris, totalmente desconocido en el mundo de la política y que no convencía del todo a los mismos anapistas de espíritu mucho más combativo. Las declaraciones que diera Samuel Moreno luego del lanzamiento de la campaña, dan a entender que fue elegido más que por su capacidad de liderazgo, por tener una hoja de vida que para los medios resultaría incuestionable.8 Ante la importancia que tomaba el candidato presidencial de ANAPO, Chapete elaboró la siguiente caricatura en la que dos personajes, uno del campo y otro de la ciudad, se preguntan acerca del desconocido que pretende representar al mismo pueblo. Chapete en esta oportunidad lo muestra como testaferro de Rojas y es por esto que en el cartel no aparece el nombre de Jaramillo Giraldo, pero sí aparece la sombra del general (ver figura 12).
El candidato de ANAPO fue designado poco tiempo antes de las elecciones, cuando ya los puntos esenciales de la campaña habían sido presentados al público por el General, su hija María Eugenia y Samuel Moreno, senadores en ese momento. Luego de la oficialización de su nombre como candidato, la familia Rojas lo muestra como su vocero, lo que lleva a que el candidato sea visto como un muñeco de ventrílocuo o como una marioneta en manos del exdictador. De hecho, así lo muestra Chapete en las siguientes caricaturas (figuras 13 y 14):
Las elecciones para la presidencia se efectuaron el domingo 1 de mayo. El enfrentamiento fue entre el candidato oficial del frentenacionalismo y el de ANAPO, hecho que demostraba que el rojismo aumentaba cada vez más su popularidad. Finalmente, como era de esperarse, el candidato ganador fue Carlos Lleras Restrepo, representante del Frente Nacional. El candidato del General, José Jaramillo, obtuvo aproximadamente 719.000 votos, y pese a que el Frente Nacional ganó con una diferencia cercana al millón de votos, los resultados obtenidos por el rojismo fueron representativos dadas las condiciones en que este grupo se presentó a las elecciones.
No obstante, hacia el segundo semestre de 1966, los medios empezaron a hablar del fenómeno de la deserción de algunos miembros del anapismo hacia el liberalismo tradicional. Ciertamente, los dirigentes de siete comandos de los barrios de Bogotá, anunciaron su retiro de ANAPO y censuraron al General Rojas Pinilla por no confiar en la capacidad política de sus líderes comunales. Denunciaron además, haber sido víctimas de persecución y discriminación por parte de los jefes de la alianza, según lo señala el periódico El Tiempo.9 El periódico llamó a este fenómeno, "deslizamiento" y haciendo eco de su postura, Chapete caricaturizó la situación al dibujar a un General Rojas que se desliza rápidamente por un barranco sin poder evitar la caída, con las manos en alto en señal de indefensión, y con un gesto de sorpresa en el rostro (ver figura 15).
La crítica fue llevada al extremo cuando Chapete interpretó, en dos caricaturas más, que el retiro de algunos de los dirigentes implicaba un remesón que terminaría, o por arrojar a su propio líder del partido, o por poner fin a la colectividad (ver figuras 16 y 17).
Campaña 1970-1974
Con el apoyo de algunos jefes liberales que se habían trasladado al rojismo, el General estaba bien respaldado para iniciar la campaña presidencial de 1970. Los líderes regionales habían iniciado campaña un año antes y aunque los periódicos adeptos al Frente Nacional no publicaban absolutamente nada de la campaña del General, periódicos rojaspinillistas como El Nacional informaban sobre las distintas manifestaciones que el movimiento encabezaba en las ciudades del país.10 Con todo, la prensa opositora a Rojas no podía desconocer que el movimiento crecía. De hecho, algunas caricaturas de Chapete demostraban que el fenómeno político del rojismo continuaba activo, contra todo pronóstico, dos décadas después de su aparición. Esto es, ciertamente, lo que se puede deducir de una caricatura publicada por Chapete en octubre de 1969. En ella, Rojas Pinilla es representado como el "candidote". Mientras él aparece con la prensa en la mano, María Eugenia Rojas de Moreno, con un cartel, hace campaña por Próspero Vaquero11 para el período 1970-1974 (ver figura 18).
El programa de gobierno que Rojas se proponía desarrollar contaba con diez puntos. Según lo indica Pécaut (2006, 105) en su Crónica de cuatro décadas de política colombiana, este "decálogo" se caracterizaba porque era "evidentemente silencioso sobre muchos puntos" álgidos de la realidad nacional como la reforma agraria, conservador en temas como la reforma tributaria y en últimas, "muy populista", por ejemplo, en temas como el religioso y el de salud pública. Para Chapete, las propuestas del General no eran más que pura demagogia; un decálogo que dejaba en claro que si de algo era capaz como presidente de la nación, era de matar y robar, pues en sus tablas de la ley estas dos prohibiciones brillaban por su ausencia (ver figura 19).
El 23 de diciembre de 1969, después de pasar tres meses en la cárcel, sale el senador José Ignacio Vives Echeverría.12 A pocos días de haber salido de prisión, el senador Vives se declaró partidario de ANAPO y adhirió a la candidatura presidencial de Rojas Pinilla. En una de sus campañas políticas, como animador de la multitud, y con el objeto de inflamar el ánimo de sus prosélitos, luego de lanzar "vivas" para Rojas, Vives y Gaitán, y "abajos" para el presidente Lleras y los candidatos Misael Pastrana y Belisario Betancur, tal como lo hiciera Rojas tres años atrás, Vives Echeverría hizo jurar a los manifestantes que tomarían venganza en caso que el General cayera como Jorge Eliecer Gaitán.13 Chapete, como era de esperar, satanizó el reencuentro de estos dos líderes políticos, haciendo ver que nada bueno podía esperarse de un grupo conformado por un expresidiario y un dictador (ver figura 20).
A pesar de contar con cuatro candidatos presidenciales, la verdadera lucha por la presidencia la disputaron Misael Pastrana y Rojas Pinilla. Sourdís y Betancur, los otros dos candidatos del conservatismo le quitarían votos a uno y otro, dependiendo de la región y el contexto, pero no eran opciones reales de poder. "La ANAPO contaba para desarrollar su campaña con una red estable de lealtades políticas que partía de su comando central y se extendía por barrios y veredas, permitiendo que las decisiones de la cúpula llegaran directamente y con gran efectividad hasta los líderes locales en los niveles inferiores", señala Silva (1989, 252). Sin embargo, ésta elaborada capacidad de movilización política no se reflejaba con toda su efectividad en escenarios como la prensa o la radio. El Tiempo y otros medios leales a la candidatura frentenacionalista, tal como lo hicieron desde los primeros años del Frente Nacional, nuevamente emprendieron una campaña de descrédito contra el General.
La campaña de Rojas, por su parte, era una nueva versión de la estrategia probada con éxito en el pasado: una mezcla de demagogia populista, patriotera y revolucionaria con ofertas reivindicativas de los derechos civiles. Si para los defensores del Frente Nacional, la plataforma anapista era insostenible, para las bases populares esta constituía la más aceptable, directa y, sobre todo, consecuente agenda de gobierno, pues tenía en cuenta las necesidades más sentidas de los sectores más desprotegidos. "La fuerza de la candidatura de Rojas estaba en que sus mensajes, pendulaban entre la extrema derecha y la extrema izquierda, abriendo toda clase de opciones al electorado", según Silva (1989, 252). Además, la forma en que las tesis llegaban a las bases, es decir, a través de una larga y organizada cadena de activistas, hacía que estas se tradujeran al lenguaje popular y se adaptaran a las necesidades específicas de cada grupo o comunidad. Este manejo de las masas fue también satirizado por Chapete. En su opinión, la demagógica forma en que Rojas manejaba al pueblo lo dejaría, después de las elecciones, "sin el pan y sin el pueblo", es decir, sin el gobierno y sin el apoyo popular (ver figura 21).
A 48 días de comenzar las votaciones, la campaña electoral era intensa. El veto que le impuso a la prensa por parte de la campaña rojaspinillista fue parcialmente levantado, razón por la cual algunos diarios se permitieron publicar noticias sobre el General. El Tiempo describió, por ejemplo, cómo se había comportado Rojas en una rueda de prensa en la que se presentaban los candidatos. Al respecto, señalaba el diario que en la entrevista que se extendió por más de dos horas, Rojas había respondido a las preguntas con expresiones y metáforas de uso cotidiano, con la pretensión que su mensaje llegara a la gente común, estrategia demagógica no utilizada por los demás candidatos: "el candidato de la ANAPO alegró la rueda de prensa, pues contrastaban sus definiciones elementales y triviales con el lenguaje austero de los otros candidatos". Y por si esto fuera poco, indicó también que Rojas había sorprendió a los corresponsales extranjeros por la forma casi folclórica en que había definido los grandes problemas nacionales, así como sus ilusorias soluciones. La posición del periódico es nuevamente fortalecida por una caricatura de Chapete. En esta ocasión, el caricaturista presenta al General vestido de payaso cerca de un grupo de periodistas que sorprendidos comentan acerca del estilo bufonesco con que el candidato decidió llevar la entrevista (ver figura 22).
La popularidad de Rojas, evidenciada por las numerosas y multitudinarias manifestaciones anapistas, hacía pensar a sus opositores que su elección como presidente de Colombia era un hecho. Teniendo en cuenta esto, y ante la proximidad de los comicios, Chapete arremetió contra Rojas. No pierde, pues, la oportunidad de señalar porqué razones los colombianos no debían votar por Rojas, tal como se ve en una caricatura de abril de 1970, en la que cuadro por cuadro, se señalan los punto negativos del General: su vetustez, su falta de juicio para ofrecer soluciones reales a los problemas nacionales, su desconocimiento del país y su propio interés (ver figura 23).
Tras una reñida contienda, las elecciones darían como vencedor a Misael Pastrana Borrero, tal como lo deseaban Chapete y sus partidarios. Los resultados no fueron los esperados por las masas rojaspinillistas. El candidato oficial recibió en la madrugada del 20 de abril, la noticia de su triunfo, alcanzado por un pequeño margen frente al candidato de ANAPO. Al día siguiente, las masas anapistas reaccionaron. El 21 de abril, los disturbios, las manifestaciones y la movilización popular se iniciaron en varias ciudades del país. El espectro de la revolución social urbana, dormido desde el 9 de abril de 1948, había nuevamente despertado. El gobierno respondió con medidas represivas: censura a los medios de comunicación, toque de queda, ley seca, arresto domiciliario a dirigentes de ANAPO y militarización de las principales ciudades. La esperanza de alcanzar un cambio por las vías institucionales y formales quedaría truncada con esta experiencia, alimentando así el descontento, la abstención y otras manifestaciones de acción política desinstitucionalizada.
Con este resultado, el movimiento empezaba a vislumbrar su ocaso. En efecto, las elecciones legislativas de 1972 fueron para ANAPO, "una catástrofe, tan-to mayor cuanto que tomó por sorpresa a la mayoría de sus dirigentes, pues una parte del electorado volvió a sus antiguos partidos" según Pécaut (2006, 198). Ya debilitado, en 1973 y 1974, el partido se presentó a la contienda por la presidencia, encabezado por María Eugenia Rojas de Moreno como candidata. Con una actitud tan beligerante como la de su padre, pero sin su capacidad de convocatoria, al igual que los otros candidatos, la candidata recorrió las plazas colombianas. El resultado nuevamente fue negativo. María Eugenia Rojas obtuvo el tercer puesto en unas elecciones que dominó ampliamente López Michelsen. Chapete, como quien da el último golpe de pluma, caricaturizó la situación con dos escenas: en la primera de ellas mostraba a los líderes del movimiento velando a ANAPO, mientras que en la segunda, los representaba sepultando su partido (ver figuras 24 y 25).
A modo de cierre
La caricatura política no solo se caracteriza porque su finalidad sea criticar –mediante la exageración de sus rasgos físicos y personales– a los actores políticos de una nación, sino porque también contiene claras intenciones ideológicas. En efecto, y pese a que este punto requiere por supuesto de análisis más pormenorizados, y cuyo objetivo sea por ejemplo, comparar las caricaturas de los distintos medios de información existentes en una época, es posible ver en la caricatura de Chapete, ligada al periódico El Tiempo, una clara tendencia a criticar al principal opositor del Frente Nacional porque este representaba un obstáculo al desarrollo de un pacto político que el periódico en cuestión apoyaba y defendía. Hechos como este son indicios de que posiblemente las caricaturas, sobre todo aquellas que reforzaban o hacían eco de los mensajes expresados en los editoriales, podían actuar como instrumento para crear y dirigir la opinión pública, pues a través de ellas los grupos políticos dirigían la atención de su auditorio.
Finalmente, la descripción presentada evidenció que Chapete se propuso desprestigiar la imagen política del General Rojas Pinilla. Esa tarea la emprendió tan pronto el General anunció la dictadura, y no se detuvo hasta ver sepultadas las aspiraciones políticas del caudillo anapista. Como podrá recordarse, ya desde el momento mismo en que el General decidió lanzarse a la política, en una caricatura a la que tituló Por aquello de La Uvita (figura 1), Chapete apunta su crítica hacia el pasado reciente, recordándole a su auditorio que el político que en 1961 apelaba a la democracia, tres años atrás había gobernado al amparo de la fuerza. Siguiendo el mismo estilo, campaña tras campaña, Chapete no perdía la oportunidad para disparar sus dardos en contra de Rojas. En ocasiones solo se contentaba con señalar la ineptitud de Rojas, tal como sucedió con la caricatura titulada Plan al descubierto (figura 6) relacionada con su falta de tino para dirigir un golpe de Estado. En otras, simplemente, desenmascaraba los supuestos método corruptos de proceder del líder anapista, como se observa en las caricaturas Los votos de Cali y Feliz reencuentro (figuras 7 y 20), en las que se denunció la compra de votos por parte de los anapistas y los lazos del caudillo con políticos censurados por la justicia.
1. Alberto Morales señala que el Frente Nacional "estableció las bases para superar los conflictos interpartidarios" (Morales 1978, 62).
2. "Rojas busca resucitar tercera fuerza". 1961. El Tiempo, Bogotá, mayo 9, 15.
3. "El alcalde habla de manifestación rojaspinillista". 1961. El Tiempo, Bogotá, agosto 1, 1 y 11.
4. Órgano informativo oficial de ANAPO.
5. "Descubierto un nuevo plan subversivo". 1962. El Tiempo, Bogotá, enero 4, 1 y 14.
6. "Cargados con billetes de $20 los votos de Rojas Pinilla". 1962. El Tiempo, Bogotá, marzo 20, 12.
7. Mendoza Hoyos, Alberto. 1965. "Trabajo para la Legislatura". El Tiempo, Bogotá, abril 27, 1 y 26.
8. "Jaramillo Giraldo candidato por la ANAPO". 1966. El Tiempo, Bogotá, abril 2, 1 y 31.
9. "Se extiende la crisis de la ANAPO". 1967. El Tiempo, Bogotá, noviembre 15, p. 1 y 27.
10. Hartlyn (1993, 124) señala que "la prensa en Colombia ha sido un importante participante en este proceso de encubrimiento. Los principales periódicos del país tienen una clara identificación partidista y a veces faccional".
11. Próspero Vaquero es otra de las representaciones características del General que usa Chapete, este personaje se identifica por su iconografía característica: sombrero tejano, pañuelo al cuello, camisa de rayas, pantalones con abotonadura a los lados, botas con espuelas, en sus manos lleva guantes y un látigo o una cuerda para arrear al ganado y como detalle final, un arma siempre entre sus bolsillos.
12. "En libertad Nacho Vives y Ospina V". 1969. El Tiempo, Bogotá, diciembre 12, 1 y 9.
13. "Vives adhiere a la candidatura de Rojas". 1969. El Tiempo, Bogotá, diciembre 19, 1 y 10.
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