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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.67 no.166 Bogotá Jan./Apr. 2018

https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v67n166.71401 

Reseñas

Tovar, José y Ostrosky, Feggy. Mentes criminales. ¿Eligen el mal? Estudios de cómo se genera el juicio moral. Ciudad de México: Manual Moderno, 2013. 154 pp.

Andrés Zules Triviño* 

* Universidad Autónoma del Estado de Morelos - Cuernavaca - México, andres.zules@uaem.mx


La pregunta fundamental de la ética es: ¿qué es el bien? Una forma de abordar esta cuestión consiste en ocuparse de la interrogación contraria: ¿qué es el mal?, así como de otras derivadas de ella como: ¿puede medirse el grado de maldad?, ¿cómo se distingue el bien del mal? y quienes cometen acciones moralmente malas, ¿lo hacen intencionalmente? Estos son los asuntos que Tovar y Ostrosky discuten en su obra Mentes criminales. ¿Eligen el mal?

El propósito del libro es doble: en primer lugar, se busca investigar la génesis de los juicios morales desde una óptica transdisciplinar, revisando y discutiendo los resultados de ciencias como la genética, la psicología clínica y particularmente la neurociencia cognitiva. En segunda instancia, se pretende aplicar estos resultados a preguntas como: ¿qué mecanismos neuronales y cognitivos están involucrados en las manifestaciones de conductas violentas?, ¿cómo se manifiesta la maldad? y ¿es posible medirla objetivamente? Así, la primera parte del libro (capítulos 1 a 4) consiste en una presentación de teorías y hallazgos en la materia, mientras que la segunda parte (capítulos 5 y 6) discute la significancia de estas evidencias respecto a posturas filosóficas sobre la naturaleza de la moral y la acción humana.

Los autores hacen una exhaustiva revisión de la bibliografía existente respecto a cada uno de los temas, y presentan sus propias ideas a partir de lo que la evidencia sugiere. Las discusiones a veces se tornan muy técnicas, por lo que a continuación se presentan solo los puntos más sobresalientes de la lectura, procurando conservar el orden en que Tovar y Ostrosky los desarrollan.

El primer capítulo inicia enunciando una de las ideas fundamentales que será tratada a lo largo del libro: para que un sujeto exprese un juicio moral, antes tiene que haber reconocido como moral la acción que está evaluando. Por ello, un estudio orientado a la génesis de los juicios morales debe dar cuenta de cómo se produce tal reconocimiento. De ahí procede una revisión de numerosas teorías que intentan dar cuenta de la arquitectura psicológica del juicio moral. Las explicaciones evaluadas son escogidas atendiendo dos criterios: a) que las teorías incluyan algún mecanismo para dar cuenta del reconocimiento de una acción como moral, y b) que tal postulación esté respaldada por evidencia empírica (cf. 4).

Una distinción básica en las discusiones éticas contemporáneas se da entre lo moral y lo convencional (distinción m/c en adelante, cf. Turiel 1987 169). Se entiende por convenciones morales aquellas conductas que dependen de un contexto específico o de la decisión de una figura de autoridad en un momento dado; por ejemplo, la norma de apagar o no los celulares en una conferencia. Lo moral, por su parte, no es contextual ni depende de las autoridades; tal sería el caso de restricciones respecto a hacer daño a otras personas por diversión. Desde la tradición piagetiana, el cimiento de la distinción m/c ha sido un principio de simpatía que surge de las conexiones que el niño establece entre su experiencia personal del dolor y la que adquiere al observar el dolor ajeno. De esta manera tendemos a considerar como morales todos aquellos actos que dejan una víctima.

En una propuesta alternativa, James Blair habla de un mecanismo inhibidor de violencia (VIM), plausiblemente instanciado en las funciones inhibidoras de los lóbulos frontales del cerebro, que habría evolucionado para disminuir la agresión en el interior de las especies. La activación diferencial de tal mecanismo sería producto de un aprendizaje por condicionamiento clásico, en donde las señales del sufrimiento del otro son el estímulo incondicionado y el VIM es la respuesta incondicionada (cf.Blair 1995 7).

Nichols critica estas ideas, junto con las de Turiel, a partir de experimentos en los que muestra que los niños de tres años ya son capaces de hacer la distinción m/c. Lo mismo es cierto para niños con trastorno del espectro autista, lo cual sugiere que la toma de distancia no es necesaria para el razonamiento moral. Nichols habla de la existencia de reglas sentimentales, consistentes en un mecanismo afectivo y una teoría normativa, las cuales restringen que el sujeto cometa acciones que produzcan un fuerte efecto negativo (cf.Nichols 2004 9).

Haidt postula un modelo intuicionista-social, que basa la toma de decisiones morales no en criterios racionales, sino en respuestas emocionales inmediatas y automáticas, las cuales son a posteriori justificadas por la razón. Esto es respaldado por experimentos en los que los sujetos tienden a considerar moralmente reprochables acciones que producen desagrado, aunque no se traduzcan en daño a alguien (cf.Haidt 2001 814).

Finalmente, Hauser hace un paralelo con la gramática universal chomskiana, y postula la existencia de una gramática moral universal, basada en un número finito de elementos compartidos por todos los individuos, condicionados por parámetros que se activan en cada sujeto a partir de su interacción cultural (cf.Hauser 2006 47).

Así, Haidt y Nichols otorgan un papel fundamental a las emociones en el reconocimiento de una acción moral, mientras que Blair y Hauser postulan mecanismos que son anteriores a las emociones morales. De estos autores, Haidt es el único que rechaza la distinción m/c.

Tras evaluar estas propuestas, Tovar y Ostrosky concluyen que un modelo que busque dar cuenta de la arquitectura de los juicios morales: a) no necesariamente debe explicar situaciones ficticias, como aquellas que producen perplejidad moral; b) debe asignar un papel importante a las emociones, al considerar que el impacto emocional de una situación en un individuo será directamente proporcional a la evaluación moral que este emita; c) debe considerar como morales tanto las acciones que producen asco como las que producen daño a alguien más, y d) debe definir claramente a qué se refiere con "norma moral" (cf. 45).

Las teorías de la génesis del juicio moral presentadas en el primer capítulo son debatidas en el segundo, tomando como base las evidencias que han arrojado las técnicas de neuroimagen respecto al funcionamiento del cerebro en contextos morales. La evidencia de la neuroimagen funcional favorece a la teoría del proceso dual (DPT) de Joshua Greene (2001). Según esta, en los procesos de toma de decisión se involucran simultáneamente dos tipos de mecanismos cognitivos, uno de base emocional y otro asociado a la razón. Ambos mecanismos pueden llegar a conclusiones disímiles e incluso contradictorias entre sí, lo que explicaría por qué resulta tan difícil la toma de decisiones en contextos como los dilemas morales. En estos, una solución resulta ser la más lógica y racional al mismo tiempo que produce una respuesta emocional negativa, por lo que al sujeto le cuesta llegar a una respuesta coherente con ambas expectativas.

A pesar de satisfacer los criterios establecidos en el capítulo anterior, los hallazgos de Greene, si bien muestran una fuerte correlación entre activación de áreas específicas del cerebro y generación de juicio moral, no sugieren la dirección causal de tales activaciones. Podría ser el caso que la respuesta emocional se presentara después de la generación del juicio. Es esta una cuestión transversal a toda investigación correlacional, y los autores no reparan demasiado en ella. Parece ser, entonces, que se suscriben a la propuesta de Greene respecto a la génesis de los juicios morales.

Una distinción importante se presenta hacia el final del capítulo. Existen al menos tres categorías generales de patologías morales: a) psicopatía, de orígenes biológicos, normalmente diagnosticable desde temprano en la infancia, b) sociopatía neuronal, resultante de alguna lesión en el cerebro, y c) sociopatía cultural, ocasionada por un contexto social o familiar negativo.

Entre quienes hacen aproximaciones experimentales a las cuestiones éticas son frecuentes los estudios de individuos con condiciones patológicas que afectan su producción de juicios morales y las conductas subsecuentes asociadas a ellos. Esto a partir de la premisa de que el estudio de la anormalidad es una herramienta útil para aproximarse a lo normal, pues permite definir los límites entre un tipo de conducta y otra.

Abundante investigación ha encontrado que en los psicópatas son comunes las disfunciones en la corteza prefrontal (BA 9-12),1 región que se asocia con procesos cognitivos superiores, como el pensamiento abstracto, así como con la ejecución de conductas adecuadas a una situación e inhibición de las inadecuadas. En este capítulo abundan las referencias a casos particulares de lesiones o patologías prefrontales que dan lugar a comportamientos morales erráticos.

Además de la CPF, se llama la atención por los déficits en tareas de medición de habilidades morales, presentes en sujetos con deficiencias funcionales en otras zonas del cerebro como el giro angular (BA 39-40), el cíngulo anterior (BA 23), el cuerpo calloso y estructuras del sistema límbico como la amígdala, el tálamo y el hipocampo. En general, concluyen Tovar y Ostrosky, son problemas de conexiones inhibitorias de regiones de la CPF hacia estructuras subcorticales como las mencionadas, los que repercuten en una extinción mucho más lenta de las respuestas de aversión.

En el cuarto capítulo se introduce una distinción importante entre violencia y agresión: se entiende por agresión cualquier acto dirigido hacia otro individuo con el fin de causarle daño. Esta conducta está asociada con el valor evolutivo de promover la propia conservación. La violencia, por su parte, se define como agresividad recurrente e injustificada, es decir, sin una clara ganancia o valor evolutivo.

La tesis central del capítulo es que el estudio genético resulta relevante para la investigación empírica de la moralidad, dada una influencia causal consecutiva: los genes codifican estructuras fisiológicas que determinan, a su vez, funciones psicológicas, las cuales repercuten en manifestaciones conductuales. No obstante, resulta poco eficaz centrarse en mutaciones de genes específicos, dada la compleja red de interacciones génicas, por lo que se propone prestar mayor atención al estudio holístico de la interacción de polimorfismos en varios genes asociados a un mismo fenómeno clínico o manifestación conductual, los cuales trabajan en conjunto para determinar la configuración de estructuras neuronales asociadas a manifestaciones de violencia.

Los autores revisan dos macrosistemas de genes altamente relevantes para la conducta social: los del sistema serotoninérgico (mayoritariamente catalizados por enzimas MAO-A y MAO-B) y los del sistema dopaminérgico (genes DAT-1 y DRD 4). Las mutaciones y los polimorfismos en estos y otros genes asociados (como el COMT O el BDNF) suelen repercutir en fallas en la liberación y recaptura de neurotransmisores que determinan respuestas emocionales.

El capítulo, en definitiva y en palabras de los autores, "tiene como objetivo resumir los hallazgos de los estudios con neuroimágenes sobre el efecto de la variación de los genes que confieren riesgo para presentar una conducta violenta" (100), y lo cumple. Tal resumen, no obstante, es presentado sin un adecuado contexto introductorio, lo cual dificulta su comprensión y puede ahuyentar a potenciales lectores no especializados en la materia.

El quinto capítulo es el más corto del libro con tan solo cinco páginas, y se divide en dos secciones: la primera presenta el desarrollo histórico de algunas escalas de medición de la violencia, y la segunda ofrece un test, concebido por los autores, con el que se busca medir el grado de hostilidad. Se concluye con algunas sugerencias para que el lector se autoevalúe (cf. 117).

A pesar de su pertinencia para la discusión, la ubicación del capítulo en el libro no resulta favorable, pues hace perder el ritmo de la lectura. Habría sido más acertado incluirlo como un apéndice, de modo que el lector pudiera terminar con una aplicación práctica de la teoría aprendida. Aun así, resulta favorable y se rescata como un recurso didáctico interesante.

El sexto capítulo tiene el título del libro. Es una disertación en torno a la naturaleza de las acciones morales y las relaciones que estas tienen tanto con la biología de los individuos como con los contextos en los que se desarrollan. Se entiende una personalidad sana como

aquella en que las emociones y la deliberación conducen al agente a actuar bien con el otro y a no causarle daño físico o psicológico, y que, incluso si causa tal daño, experimenta sensaciones de culpa, vergüenza o remordimiento que lo llevan a repararlo. (119)

La conclusión de los autores es conciliadora y poco polémica: se debe atender tanto a los factores biológicos como a la experiencia de cada sujeto para evaluar las patologías en la producción de conductas y juicios morales, lo cual puede conducir potencialmente a prevenir actos indeseados.

Varias cosas se pueden rescatar de Mentes criminales: las referencias son abundantes y la bibliografía es amplia, de manera que el lector neófito interesado en el tema puede encontrar buenas bases para continuar investigando. El rigor argumentativo es estricto, y al leerlo queda la sensación de estar frente a un documento serio y bien elaborado.

No obstante, el libro se presenta en un formato que no hace justicia a sus contenidos, pues parece, prima facie, un texto de divulgación científica que va dirigido a un público amplio con más curiosidad que conocimientos en el área, y termina siendo, por el contrario, una obra densa y especializada, lo que lo convierte en una lectura difícil para el lector lego. La problemática con esto es doble, pues alguien que busque bibliografía técnica para desarrollar una investigación profunda puede pasar por alto esta obra, al considerarla como otra de las tantas que se publican a menudo en torno a un tema atractivo y que solo busca vender bien, lo cual no se corresponde con su naturaleza.

Otro punto en el que Mentes criminales no logra su objetivo está en la omisión que hace en el momento de señalar las conclusiones definitivas de la obra. Si bien cada capítulo concluye con una presentación general a manera de sumario de lo que se dijo en páginas previas, al terminar el libro no se encuentra un apartado que permita integrar todas las ideas expuestas. El brillante trabajo investigativo no sobresale al final, lo que produce una sensación de inconexión entre sus partes.

La ausencia casi total de gráficas e ilustraciones que pudieran facilitar la comprensión de los conceptos es otro de los puntos que complica la lectura, pues las discusiones resultan muy abstractas a veces, y se podrían mejorar con este tipo de apoyos visuales. Por ejemplo, a pesar de que abundan las referencias a regiones cerebrales específicas, no hay una sola imagen de su localización en la anatomía cerebral, lo que obliga al lector a consultar por su cuenta, lo que hace que pierda el ritmo de la lectura. En este sentido, habría sido de gran ayuda algún diagrama que señalara estas regiones.

En términos generales, la obra cumple con sus objetivos: presenta un panorama del contexto investigativo actual sobre la materia y llama la atención hacia la relevancia que los hallazgos empíricos tienen en cuestiones de ética y moralidad.

Bibliografía

Blair, R. -J. "A Cognitive Developmental Approach to Morality: Investigating the Psychopath." Cognition 57 (1995): 1-29. [ Links ]

Greene, J. "An fMRI Investigation of Emotional Engagement in Moral Judgement." Science 293 (2001): 2105-2108. [ Links ]

Haidt, J. "The Emotional Dog and its Rational Tail: A Social Intuitionist Approach to Moral Judgement." Psychological Review 108 (2001): 814-834. [ Links ]

Hauser, M. D. Moral Minds: How Nature Designed our Universal Sense of Right and Wrong. New York: Harper Collins Publishers, 2006. [ Links ]

Nichols, S. Sentimental Rules: On the Natural Foundations of Moral Judgement. London: Oxford University Press, 2004. [ Links ]

Turiel. E. M. Killen and C. Helwig. "Morality: Its Structure, Function and Vagaries'" The Emergence of Morality in Young Children. Eds. J. Kagan and S. Lamb. Chicago: University of Chicago Press. 155-244. [ Links ]

1 BA, área de Brodmann.

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