1. Introducción
El estilo de vida comúnmente se ha definido como una construcción multidimensional que involucra un conjunto de comportamientos tales como: la nutrición, la actividad física, el sueño, consumo de alcohol, cigarros/ sustancias, manejo del estrés, y tiempo en pantalla. La función principal de los hábitos de vida saludables es reducir las causas de morbimortalidad y mejorar el nivel de salud y bienestar de las personas (Balanzá-Martínez et al., 2021).
La crisis de salud de la Pandemia del COVID-19 en México, responde a una conjunción de múltiples factores sociales, donde los estilos de vida personales y familiares tienen un papel fundamental para generar inmunidad en la población (Luna-Nemecio, 2020). Los factores de riesgo para la infección del COVID-19 según la Organización Mundial de la Salud [OMS] (2021) son principalmente enfermedades no transmisibles relacionadas con el estilo de vida, incluidas las comorbilidades como enfermedades cardiacas, obesidad, hipertensión y diabetes tipo 2. La mejora de los resultados se puede lograr con un cambio de comportamiento positivo en el estilo de vida que regule o estimule la respuesta al sistema inmunológico.
Es importante el estudio de la actividad física, la responsabilidad en salud, la nutrición, el crecimiento espiritual, las relaciones interpersonales y el manejo del estrés durante el confinamiento por COVID-19 porque permitirá reflexionar en la relevancia que tienen los factores sociales, culturales y de crisis de salud en el sostenimiento o modificación de los estilos de vida de la población. Esta investigación tiene implicaciones prácticas en cuanto a que contribuirá a resolver la problemática del sedentarismo, los hábitos no saludables en relación con la alimentación, descanso, espiritualidad y la poca responsabilidad en salud de la población mexicana.
Los hábitos de vida no saludables, como el consumo de alcohol y tabaco, la baja actividad física, entre otros, son un problema de salud pública (Gómez-Cruz, Landeros-Ramírez, Romero-Velarde y Troyo-Sanromán, 2016), que se ha atendido a partir de diversas políticas públicas y programas para la promoción de estilos de vida saludables, actividad física y alimentación saludable, sin embargo, los resultados no han sido los esperados. Las consecuencias en la salud provocadas por este estilo de vida son las principales causas de morbimortalidad a partir de la pandemia.
También se incluyen aspectos contextuales que obstaculizan el desarrollo de buenas prácticas y que merman el desarrollo, apropiación y ejecución de estilos de vida saludables teniendo un efecto directo en las personas más vulnerables como los adolescentes, personas con comorbilidad y las mujeres.
2. Estilos de vida y pandemia
2.1 Estilos de vida
El concepto de estilo de vida posee una larga tradición en la historia de las ciencias sociales. Las primeras aportaciones fueron realizadas a finales del siglo XIX y principios del XX por filósofos como Marx (1867), Veblen (1899) y Weber (1922). Estos autores ofrecieron una visión sociológica del estilo de vida, enfatizando en los determinantes sociales (nivel de renta, posición ocupacional, nivel educativo, estatus social) para su adherencia y sostenimiento. (Moreno-Sigüenza, 2004)
El estilo de vida se clasifica en saludable, cuando se propicia la adquisición y mantenimiento de conductas que mejoran la calidad de vida o puede ser no saludable cuando alude a conductas activas o pasivas que suponen una amenaza para el bienestar físico y psíquico y generan consecuencias negativas para la salud y el bienestar de la persona (Irazusta-Astiazaran, Ruiz-Litago, Gil-Orozco, Gil-Goikouria e Irazusta-Astiazaran, 2005).
Los modelos teóricos sobre la promoción de la salud se pueden clasificar en: modelos intrapersonales: centrados en apoyar a las personas y que éstas se empoderen aumentando la consciencia de riesgo y de los beneficios del cambio en los comportamientos, y guiándolas en la implementación de un comportamiento saludable. Los modelos interpersonales: implican a la familia y al propio profesional de la salud en las estrategias. Y por último, los modelos comunitarios: explican la influencia sobre la salud individual de las redes sociales y comunitarias, las políticas y las estructuras sanitarias (Gil-Girbau et al., 2021).
Pender propuso el Modelo de Promoción de la Salud (MPS), partiendo de la idea de que la conducta está motivada por el deseo de alcanzar el bienestar y el potencial humano. En dicho modelo se podrá dar respuesta al cómo las personas adoptan decisiones acerca del cuidado de su propia salud (Aristizábal-Hoyos, Blanco-Borjas, Sánchez-Ramos y Ostiguín-Melendez, 2011).
El MPS está inspirado en dos referencias teóricas: teoría de aprendizaje social de Bandura y el modelo de valoración de expectativas de la motivación humana de Feather. La primera, postula la importancia de los procesos cognitivos en el cambio de conducta e incorpora aspectos del aprendizaje cognitivo y conductual, reconoce que los factores psicológicos influyen en los comportamientos de las personas. Señala cuatro requisitos para que éstas aprendan y modelen su comportamiento: atención, retención, reproducción y motivación. El segundo referente teórico, afirma que la conducta es racional, considera que el componente motivacional clave para conseguir un logro es la intencionalidad. De acuerdo con esto, cuando hay una intención clara, concreta y definida por conseguir una meta, aumenta la probabilidad de lograr el objetivo (Aristizábal-Hoyos et al., 2011).
Los antecedentes empíricos sobre el tema coinciden en el análisis de diversas variables como: alimentación, hábitos, actividad física, consumo de alcohol, sexualidad y salud (Ascencio-Díaz, Daza, Jiménez-Pino, Nájera De la Hoz y Suarez-Villa, 2016; Bastías-Arriagada y Stiepovich-Bertoni, 2014; Guerrero-Montoya y León-Salazar, 2010; Monje-Mahecha y Figueroa-Calderón, 2011; Varela-Arevalo, Ochoa-Muñoz y Tovar-Cuevas, 2016). Asimismo, otras aproximaciones permiten identificar la existencia de factores culturales, geográficos, económicos, sociales, familiares que inciden en el estilo de vida, por ejemplo, el apoyo social, y la autoeficacia a partir de estrategias para el manejo del estrés, siendo predictores de un estilo de vida saludable, hábitos conductuales desde modelos familiares o grupos formales e informales (Chow et al., 2018; Ferrel-Ortega, Ortiz-González, Forero-Ortega, Herrera-Ospino y Peña-Serrano, 2014; Vélez-Álvarez y Betancurth-Loaiza, 2015).
2.2 Estudios relacionados al estilo de vida
Las investigaciones sobre el tema en el contexto nacional e internacional permiten visualizar diferentes resultados, por ejemplo, el estudio de Jiménez-Diez y Ojeda-López (2017), muestra que los jóvenes tienen puntajes altos en su autoactualización (desarrollo de los recursos internos, que se logra a través de trascender, conexión con el entorno y el mismo desarrollo del individuo) y las relaciones interpersonales, y con menos puntaje la responsabilidad en salud, el manejo del estrés, la nutrición y la realización de ejercicios, esto último presentado con mayor frecuencia debido a la situación de pandemia que vive nuestro país.
Por otra parte, Barriguete-Meléndez et al. (2017) encontraron un alto porcentaje de estudiantes que no desayunan, que consumen pocas verduras y frutas, que tienen un alto consumo de dulces y azúcares, realizan poca actividad física y, por ende, son más sedentarios. Piña-Rodríguez et al. (2015) menciona que existen factores de riesgo en la salud de los universitarios, como son los hábitos alimenticios y de sueño poco saludables, el consumo de tabaco y sustancias ilícitas, sedentarismo, obesidad y/o sobrepeso, que se ven reflejados en datos negativos obtenidos a través de la valoración física, el IMC y química sanguínea.
Morales, Gómez, García, Chaparro-Diaz y Carreño-Moreno (2018) observaron niveles moderados de actividad física y estado de salud general en estudiantes de enfermería del Estado de México, en cuanto a la calidad de vida, los puntajes fueron de buenos a regulares, el patrón de descanso y sueño fue malo, así como altos niveles de estrés y prácticas alimenticias poco saludables. En cambio, Cervantes-Rodríguez, Texis-Irineo, Muñiz-Camacho, Méndez-Iturbide y Bezares-Sarmiento (2020) realizaron una comparación por sexo, y sus resultados indican que los hombres tienen una calificación mayor de su perfil de vida que las mujeres, García-Lima y Lavoignet-Acosta (2017) afirman que la población universitaria manifiesta un estilo de vida saludable regular; sin embargo, al analizar las dimensiones se encontró que sólo la actividad física fue evaluada con puntajes bajos en un 60% de las respuestas.
Lara, Quiroga, Jaramillo y Bermeo (2018) descubrieron que los estudiantes presentaron puntajes bajos en actividad física, alimentación poco saludable, consumo de cigarro y de bebidas alcohólicas, hábitos de sueño y manejo de estrés. Y al comparar el estilo de vida por sexo, los resultados permitieron identificar diferencias significativas sólo en la dimensión hábito de fumar, a favor de los hombres.
Según Galdames-Cruz, Rivera, Bonilla-Espinoza, Quintero-Carvajal y Rojas-Muñoz (2019) los jóvenes expresan creencias favorables hacia un estilo de vida saludable, pero a nivel de sus prácticas de autocuidado, ellos mantienen algunas conductas no saludables. Es así como, independientemente del conocimiento científico que manejan sobre salud, los jóvenes generan una estructura argumentativa personal que les permite justificar la inconsistencia entre sus creencias y sus prácticas de autocuidado. En contraste, para Ávilal et al. (2016) existen creencias poco definidas en los jóvenes, y algunos veces erradas, sobre los estilos de vida saludable planteadas en su estudio, se observa que tienen conocimientos sobre los beneficios de la actividad física y los daños que ocasiona el consumo de drogas, sin embargo, en la dimensión sobre los beneficios de la alimentación, la mayoría del promedio de estudiantes respondieron de forma incorrecta.
2.3 Impacto de la pandemia en los estilos de vida
En los últimos años algunas investigaciones han demostrado el impacto del estilo de vida en comorbilidades relacionadas con el COVID-19 (Blackshaw et al., 2020; Petrova et al., 2020; Shamah-Levy et al., 2019), la obesidad, la diabetes e hipertensión son las principales causas asociadas. En la epidemia, las personas que cuentan con alguna enfermedad crónica degenerativa o autoinmune corren mayor riesgo de desarrollar una patogénesis postulada de la infección. Por lo que la relación entre alimentación y sistema inmunológico se debe considerar como un factor de incidencia y, sobre todo, debe ser tomada como una condición de posibilidad para una mayor complicación (Luna-Nemecio, 2020).
La cuarentena podría resultar en un mayor estilo de vida sedentario, malos hábitos alimenticios y aislamiento social (John, Ali, Marsh y Reddy, 2021). Es importante poder reducir los factores de riesgo, un mayor número de pacientes en cuidados intensivos en Francia presentaron un índice de masa corporal por encima de 35, siendo la obesidad un factor significativo para la ventilación mecánica (Finucane y Davenport, 2020). Una encuesta internacional en línea lanzada en abril de 2020 por Ammar y sus colegas señaló que hubo un impacto negativo en los niveles de intensidad del ejercicio físico y un aumento en el tiempo diario sentado de 5 a 8 horas (Ammar et al., 2020). El confinamiento ha provocado rupturas en la rutina tanto en la interacción con los demás, así como en las actividades del día a día, esto puede aumentar la ansiedad por miedo y la ira, desde perder trabajos y negocios, hasta perder a seres queridos.
La incidencia de la pandemia en los estilos de vida va más allá de factores individuales, la desigualdad estructural -que se refiere al contexto histórico, social, político, económico que dan forma a las disparidades en la sociedad- (Farmer, 2004), tienen un gran impacto, si bien es cierto, que todos los aspectos de la vida de las personas se han visto afectados por el COVID-19, no todos se vieron afectados de la misma manera, ciertos grupos tienen una mayor vulnerabilidad debido a sus circunstancias sociales o condiciones de vida; entre los factores que influyeron se encuentran la vivienda, las condiciones de trabajo, el acceso a herramientas digitales y aquellas relacionadas con la salud y la riqueza (Fiske et al., 2022).
Un estudio longitudinal mostró que el estilo de vida en general empeoró en los últimos siete meses después del bloque en España, y las variables asociadas fueron ser trabajador esencial, menor nivel educativo, enfermedad mental previa y peor salud autoevaluada, así como cambios en el sueño y la alimentación (Cervera-Martínez et al., 2021). En Canadá se evaluó los estilos de vida en niños de primaria, se encontró una disminución en la actividad física, tener horarios para dormir / despertarse tarde, así como un aumento en el tiempo frente a la pantalla y los refrigerios (Maximova et al., 2021). Un estudio sistémico encontró prevalencia de estrés psicosocial o mental, un aumento de peso y disminución de la actividad física, así como la cantidad y calidad de sueño (Rawat, Dixit, Gulati, Gulati y Gulati, 2021), la actividad física, el ejercicio, el tabaquismo y el consumo de alcohol, así como el IMC previo al bloqueo, fueron predictivos de cambios de peso durante el confinamiento en Alemania (Palmer, Bschaden y Stroebele-Benschop, 2021).
Según la evidencia disponible, en México existen pocos estudios (Arce-García, Mendoza-Ayala, Álvarez-Aguirre, Reyes-Rocha y Sánchez-Perales, 2018; Escobar-Castellanos et al., 2019) que analizan el estilo de vida y sus consecuencias en la salud, así como el impacto de la pandemia en los hábitos de la población mexicana (Aguilar-Díaz, Ramírez-Trujillo, Villanueva-Vilchis y De la Fuente-Hernández, 2021; Rico-Gallegos et al., 2020), lo cual representa una oportunidad para la generación de conocimiento sobre el tema, y expone la necesidad de explorar más sobre la problemática, para llegar a su comprensión global y encontrar alternativas que permitan alcanzar estilos de vida cada vez más saludables en la población y en las futuras generaciones.
Durante la pandemia del COVID-19, México presentó una de las tasas de letalidad más elevadas del mundo, ante un escenario donde el espacio geográfico, poblacional y temporal fueron determinantes para el desarrollo de la enfermedad y sus consecuencias. Los factores de vulnerabilidad en algunas regiones del país debido a desigualdades en materia de oportunidades de acceso a la atención médica oportuna, a los recursos destinados a la salud, al modo de vivir y a los recursos del Estado (Mendoza-González, 2021). Aunado a la atención deficiente, faltas de pruebas diagnósticas oportunas, así como falta de estrategias efectivas de prevención en materia de salud colectiva y al incremento del rezago social que conjuga 4 indicadores de carencias sociales: educación, salud, servicios básicos y espacios de vivienda (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social [CONEVAL], 2020), México vive además un momento de tránsito de régimen de Estado, deterioro económico, contrarreforma del sistema de salud y transformaciones estructurales, dando mayor probabilidad de sobrevivir a la enfermedad por COVID-19 a quienes más posibilidades tienen. Presentando un escenario que debe ser considerado para la elaboración de políticas públicas que contemplen la promoción de estilos de vida saludable como algo prioritario.
La pandemia mostró que se requiere priorizar en los estilos de vida saludables, incluyendo el abandono del hábito de fumar, nutrición basada en alimentos integrales, control del peso, prácticas de sueño saludables y manejo del estrés, junto con una reducción en el sedentarismo, mayor actividad física que permita un aumento en la inmunidad, así como el bienestar en general (Dean et al., 2021). Por tal motivo, el objetivo de esta investigación es identificar el nivel de estilo de vida que promueve la salud en población mexicana durante el confinamiento, así mismo analizar cada una de las dimensiones del PEPS II, identificar aquellas mejor evaluadas y compararlas con variables demográficas, por otro lado proponer un modelo de intervención psicosocial que tenga como objetivo promover un cambio de actitud hacia estilos de vida saludables como la nutrición, actividad física, crecimiento espiritual, responsabilidad en salud y manejo de estrés.
3. Metodología
La presente investigación es de corte cuantitativo, con diseño ex post facto de tipo transversal y con alcances comparativos o de contraste a partir de variables demográficas (Hernández-Sampieri, Fernández-Collado y Baptista-Lucio, 2014). En total participaron 313 personas de 18 a 63 años (M=28.9, DE= 11.5), mediante un muestreo por conveniencia. El 77.3 % fueron mujeres y el 22.7 % hombres.
Para caracterizar a la población de estudio, se utilizó un instrumento dividido en dos apartados, el primero de ellos incluyó datos demográficos de la población de estudio, donde se consideró la edad, el sexo, nivel de estudios, el peso y talla, estas últimas para estimar el Índice de Masa Corporal (IMC). Se incluyeron variables sobre la frecuencia en el consumo de alcohol y tabaco, de igual forma se preguntó sobre los días que llevan en cuarentena, el haberse realizado la prueba de COVID-19 y el diagnóstico de la prueba.
Por otra parte, para medir el grado en que los participantes llevan un estilo de vida que promueve la salud, se utilizó el Cuestionario del perfil de Estilo de vida, promotor de la salud II (PEPS II), validada en español (Walker, Sechrist y Pender, 1995) el cual consta de 52 ítems de comportamiento que promueven la salud que se categorizan en seis dimensiones: responsabilidad de salud (nueve ítems), crecimiento espiritual (nueve ítems), actividad física (ocho ítems), relaciones interpersonales (nueve ítems), nutrición (nueve ítems) y manejo del estrés (ocho ítems) a partir de una escala tipo Likert con rangos desde nunca (1), hasta regularmente (4). La puntuación total de PEPS II varía de 52 a 208 y se mide por la puntuación media de las respuestas a los 52 ítems de PEPS II. La puntuación total se clasifica además en cuatro niveles: pobre para el rango 52-90, moderado para el rango 91-129, bueno para el rango 130-168 y excelente para el rango 169-208, con la base cruda de los datos, se obtuvieron índices de 0 a 100, asignando al mayor índice un mejor estilo de vida.
Los datos se procesaron en el paquete estadístico SPSS versión 23. El alfa de Cronbach del cuestionario del perfil de Estilo de vida promotor de la salud II (PEPS II) fue de 934. Se realizó un análisis de frecuencias y porcentajes de los datos demográficos, así como del nivel de comportamiento que promueve la salud de los participantes, un análisis descriptivo con las puntuaciones totales obtenidas en cada una de las dimensiones del PEPS II, y un análisis comparativo a través de la prueba de U de Mann Whitney para muestras independientes con un nivel de significancia ≤.050 entre las puntuaciones de cada una de las dimensiones del PEPS II y las variables demográficas, posterior a esto, se realizó un análisis comparativo a un nivel de p≤.050 tomando como variable agrupadora el consumo de cigarro y como variables de contraste las dimensiones del cuestionario PEPS II.
Debido a la emergencia sanitaria que se vivía en el mundo y durante la realización del estudio, el proceso de recolección de datos se llevó a cabo mediante una encuesta electrónica elaborada a partir de Google Forms y distribuida mediante redes sociales, así como por la plataforma Microsoft Teams, se contó con el apoyo de diversas universidades e investigadores quienes compartieron e invitaron a sus contactos a responder la encuesta.
Durante todo el proceso se cumplió con el principio de confidencialidad descritos en las Pautas Éticas Internacionales para la Investigación Biomédica en Seres Humanos, planteadas por el Consejo de Organizaciones Internacionales de las Ciencias Médicas [CIOMS] (2002), antes de iniciar el cuestionario en línea, aparece una pregunta dicotómica solicitando el consentimiento, en caso de no darlo, automáticamente la encuesta terminaba.
4. Hallazgos
Para caracterizar a la población de estudio (Tabla 1) se observa que el grupo de edad que tiene mayor representatividad es el de 21 a 30 años (34.5 %), seguido del grupo de 18 a 20 años (32.9 %). El 70 % de los entrevistados cuentan con una escolaridad de licenciatura seguido del 15 % que tiene estudios de bachillerato. Hay un porcentaje mayor de personas que consumen alcohol (35.8 %) que cigarrillos (13.4 %). La mayoría de los participantes residen en Coahuila (24.9 %), Estado de México (31.6 %) y Ciudad de México (39.2 %).
Datos demográficos | f | % | |
---|---|---|---|
Grupo de Edad | De 18 a 20 años | 103 | 32.9 |
De 21 a 30 años | 108 | 34.5 | |
De 31 a 40 años | 39 | 12.5 | |
De 41 a 50 años | 41 | 13.1 | |
Más de 51 años | 22 | 7 | |
Grado de estudios | Bachillerato | 47 | 15 |
Licenciatura | 219 | 70 | |
Maestría | 41 | 13.1 | |
Doctorado | 6 | 1.9 | |
Consumo de alcohol | Si | 112 | 35.8 |
No | 201 | 64.2 | |
Consumo de cigarro | Si | 42 | 13.4 |
No | 271 | 86.6 |
Fuente: elaboración propia con base al estudio de estilos de vida en el contexto de pandemia (2020).
El instrumento de recolección de datos se aplicó durante el mes de mayo del 2020, se tenía alrededor de tres meses de estricto confinamiento en México, al preguntarles sobre el tipo de confinamiento que llevaba la población estudiada, el 27.8 % indicó que menos de un mes, el 24 % afirmó que desde que empezó la cuarentena no ha salido, el 23 % ha podido estar solamente una semana en confinamiento, después tuvo que salir a realizar sus actividades cotidianas, y el 20 % menciona que, de dos a tres meses estuvo en confinamiento y después tuvo que salir, sólo el 3.2 % de los entrevistados no ha estado en cuarentena por sus condiciones laborales.
Otra de las variables a considerar fue el IMC, calculado a partir de peso y la estatura, se encontró que el 48.9 % de la población se ubica en el rango normal, 30.4 % con sobrepeso, 15.7 % con obesidad y un 5.1 % bajo peso. Se identificó el nivel de comportamiento que promueve la salud en los participantes (Tabla 2), se encontró que el 55.3% tiene un nivel moderado y el 38.7 % está en un nivel bueno.
f | % | |
---|---|---|
Pobre | 12 | 3.8 |
Moderado | 173 | 55.3 |
Bueno | 121 | 38.7 |
Excelente | 7 | 2.2 |
Fuente: elaboración propia con base al estudio de estilos de vida en el contexto de pandemia (2020).
Se realizó un análisis descriptivo general de las seis dimensiones que conforman el cuestionario PEPS II (Tabla 3) en el estilo de vida promotor de salud, los participantes presentaron una media global de 60.51 DE 9.4, los puntajes más bajos se observaron en actividad física (Media = 55.10 DE 15.3), responsabilidad en salud (Media = 57.14 DE 13.1) y manejo del estrés (Media = 57.19 DE 11.7) y los puntajes más altos en relaciones interpersonales (Media = 68.45 DE 10.5) y crecimiento espiritual (Media = 64.94 DE 11.5).
n | Min | Max | X | DE | |
---|---|---|---|---|---|
Actividad física | 313 | 25 | 90.63 | 55.10 | 15.3 |
Responsabilidad en salud | 313 | 30.56 | 91.67 | 57.14 | 13.1 |
Nutrición | 313 | 33.33 | 86.11 | 59.27 | 9.9 |
Crecimiento espiritual | 313 | 27.78 | 88.89 | 64.94 | 11.5 |
Relaciones interpersonales | 313 | 38.89 | 97.22 | 68.45 | 10.5 |
Manejo del estrés | 313 | 28.13 | 93.75 | 57.19 | 11.7 |
Fuente: elaboración propia con base al estudio de estilos de vida en el contexto de pandemia (2020).
En la Tabla 4 se observan las diferencias en las dimensiones evaluadas del estilo de vida, de acuerdo con el sexo. Hombres y mujeres obtuvieron una puntuación similar en los estilos de vida saludable global (X Mujer= 60.57 DE 9.25, y X Hombre = 60.33 DE 10.26) sin embargo, las mujeres obtuvieron una puntuación de estilo de vida más alta que los hombres en la dimensión de nutrición, crecimiento espiritual, relaciones interpersonales y manejo del estrés, por su parte los hombres obtuvieron mejores puntuaciones en la dimensión de responsabilidad en salud y actividad física, encontrando diferencias significativas en ésta última (UMW = 7275.50, p = .049), la puntuación más baja para las mujeres se ubicó en la dimensión de actividad física (Media = 54.25 DE 15.11) y para los hombres en manejo del estrés (Media = 55.99 DE 11.18).
Mujer (n=242) | Hombre (n=71) | p | |||
---|---|---|---|---|---|
X | DE | X | DE | ||
Responsabilidad en salud | 56.98 | 13.09 | 57.71 | 13.32 | .733 |
Actividad física | 54.25 | 15.11 | 58.01 | 15.78 | .049 |
Nutrición | 59.41 | 9.42 | 58.80 | 11.73 | .499 |
Crecimiento espiritual | 65.50 | 11.51 | 63.07 | 11.46 | .155 |
Relaciones interpersonales | 68.69 | 10.21 | 67.64 | 11.63 | .431 |
Manejo del estrés | 57.55 | 11.92 | 55.99 | 11.18 | .197 |
Índice Global PEPS II | 60.57 | 9.25 | 60.33 | 10.26 | .906 |
Fuente: elaboración propia con base al estudio de estilos de vida en el contexto de pandemia (2020).
Se realizó un análisis comparativo a partir de la prueba U de Mann-Whitney (U-M-W) para identificar diferencias significativas entre variables demográficas (consumo de alcohol y tabaco, el género, el IMC, los días de cuarentena y el realizarse una prueba de COVID-19) y las dimensiones del cuestionario PEPS II a un nivel de significancia de p≤.050 (Tabla 5), se encontró que existen diferencias por sexo en relación con la dimensión de actividad física, a favor de los hombres. La dimensión de nutrición mostró diferencias significativas en el grupo de personas que no consumen alcohol, finalmente la dimensión de responsabilidad en salud está cargada hacia el grupo de personas que se realizaron la prueba de COVID-19.
Var. demográficas | N | RP | SR | U-M-W | p | ||
---|---|---|---|---|---|---|---|
Actividad física | Género | Mujer | 242 | 151.56 | 36678.5 | 7275.5 | 0.049 |
Hombre | 71 | 175.53 | 12462.5 | ||||
Nutrición | Consumo de alcohol | Si | 112 | 134.1 | 15019.5 | 8691.5 | 0.001 |
No | 201 | 169.76 | 34121.5 | ||||
Responsabilidad en salud | Se realizó alguna prueba de COVID-19 | Si | 14 | 207.18 | 2900.5 | 1390.5 | 0.033 |
No | 299 | 154.65 | 46240.5 |
Fuente: elaboración propia con base al estudio estilos de vida en el contexto de pandemia (2020).
Dentro del análisis comparativo con la variable agrupadora de consumo de cigarro y las puntuaciones totales de cada dimensión (ver Tabla 6), se observaron diferencias significativas hacia el grupo que no consume cigarros en las dimensiones de responsabilidad en salud, actividad física, nutrición, crecimiento espiritual y manejo de estrés, sólo la dimensión de relaciones interpersonal no obtuvo niveles significativos.
Consumo de cigarro | N | RP | SR | U-M-W | p | |
---|---|---|---|---|---|---|
Responsabilidad en salud | Si | 42 | 120.23 | 5049.5 | 4146.5 | 0.005 |
No | 271 | 162.7 | 44091.5 | |||
Actividad física | Si | 42 | 122.86 | 5160 | 4257 | 0.008 |
No | 271 | 162.29 | 43981 | |||
Nutrición | Si | 42 | 98.96 | 4156.5 | 3253.5 | 0.000 |
No | 271 | 165.99 | 44984.5 | |||
Crecimiento espiritual | Si | 42 | 123.29 | 5178 | 4275 | 0.009 |
No | 271 | 162.23 | 43963 | |||
Manejo del estrés | Si | 42 | 121.76 | 5114 | 4211 | 0.007 |
No | 271 | 162.46 | 44027 |
Fuente: elaboración propia con base al estudio de estilos de vida en el contexto de pandemia (2020).
El nivel de comportamiento que promueve la salud fue moderado en más del 50 % de la población de estudio, siendo las dimensiones de responsabilidad en salud, actividad física y manejo de estrés las que se obtuvieron los puntajes más bajos, lo cual coincide con lo reportado por Quispe-Chiclla (2019) en una investigación con estudiantes de enfermería, donde un 71% presentó un estilo de vida saludable y los menores puntajes estuvieron reportadas en las mismas dimensiones que las presentadas en este estudio. Durante la pandemia los participantes tuvieron mejores resultados en las relaciones interpersonales y el crecimiento espiritual siendo estrategias de estilos de vida promotor.
Las dimensiones de actividad física y manejo de estrés fueron clasificadas con puntajes bajos, datos semejantes a lo encontrado por Jiménez-Diez y Ojeda-López (2017) donde el manejo de estrés y la realización de ejercicio son las dimensiones menos significativas para la población. Antes de la pandemia algunos estudios (Ponce-Ccuno, Quispe-Contreras, Alfaro-Fernández y Meléndez-Olivari, 2016; Trejo-Ortíz, Pérez-Solis y Morales de la Rosa, 2016) ya habían reportado que la falta de actividad física era el mayor problema en el estilo de vida. Lo anterior permite indicar que a raíz del confinamiento por COVID-19 se agudizó la problemática en la población, menguando sus hábitos de actividad física y aumentando su nivel de estrés. De acuerdo con Bertrand et al. (2021), durante la pandemia se redujeron significativamente los niveles de actividad física.
En esta investigación las mujeres obtuvieron una puntuación más baja que los hombres en la dimensión de actividad física, lo cual coincide con León-Zarceño, Moreno-Tenas, Boix-Vilella, García-Naveira y Serrano-Rosa (2021) quienes encontraron que las mujeres presentan pensamientos negativos (estado de salud, condición física y sobre el confinamiento), emociones negativas (tristeza, tensión y energía) y peor bienestar psicológico que los hombres.
El manejo del estrés fue una de las dimensiones que mostró niveles bajos en los participantes, investigaciones previas durante el confinamiento revelan la prevalencia del estrés y variables asociadas (Ye et al., 2020), el género femenino mostró niveles más altos de estrés (Mazza et al., 2020) a diferencia de lo encontrado en este estudio, en donde los hombres mostraron puntuaciones más bajas en el manejo del estrés, las personas con niveles bajos de estrés pueden ser propensos a responder de forma mal adaptativa al entorno, además de interrumpir la regulación de emociones (González-Ramírez, Landero-Hernández y Quezada-Berumen, 2019). En el presente estudio, las mujeres obtuvieron una puntuación de estilo de vida más alta que los hombres en la dimensión de nutrición, crecimiento espiritual, relaciones interpersonales y manejo del estrés, mientras que Bertrand et al. (2021), no observaron diferencias significativas por sexo en cuanto a la ingesta en la dieta.
Los comportamientos que promueven la salud en los encuestados difieren según el género particularmente con la actividad física, como se señala en un estudio realizado en estudiantes (Alzahrani et al., 2019), el consumo de alcohol impactó en la dimensión de nutrición, y el consumo de cigarro mostró diferencias significativas en todas las dimensiones del instrumento, lo que indica que el fumar repercute en mayor medida en el bienestar de las personas, hay investigaciones que relacionan el tabaco con el estrés (Más-Sarabia, Alberti-Vázquez y Espeso-Nápoles, 2005) y un mayor riesgo en la salud y el estilo de vida específicamente en hombres (Pelman y Elterman, 2014) así como ser un factor de riesgo para mejorar los estilos de vida (Abellán y Jimenez-Gomez, 2020).
En México según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Secretaría de Salud, Instituto Nacional de Salud Pública [INSP] e Instituto Nacional de Estadística y Geografía [INEGI], 2018) existen 15 millones de adultos fumadores, de los cuales la mitad (7.5 millones), morirán en las próximas décadas por alguna enfermedad causada por este factor de riesgo, el consumo de tabaco afecta directamente los mecanismos de defensa del organismo, los cuales tienen un mayor riesgo de desarrollar enfermedades respiratorias, y es un factor de riesgo causal de diabetes, enfermedades cardiovasculares y EPOC, que a su vez, son factores de riesgo de complicaciones y muertes por COVID-19 (Reynales-Shigematsu, 2020).
Por otro lado, no se encontró una asociación significativa entre el consumo de alcohol y las respuestas a estilos de vida promotor. La Organización Panamericana de la Salud [OPS] (2020) ha informado sobre un aumento del consumo de alcohol asociado a problemas como ansiedad, temor, aburrimiento e incertidumbre durante la pandemia de COVID-19, sin embargo, las repercusiones de la pandemia sobre el consumo de alcohol siguen sin conocerse. Lara et al. (2018) mostraron diferencias significativas por género en el hábito de fumar, siendo mayor en los hombres, el presente estudio mostró un nivel mayor en ambos sexos, en cuanto a las relaciones interpersonales, y un menor nivel en las mujeres en actividad física, estudios previos han señalado que el ser mujer es un factor predictor de un nivel de actividad física bajo (Jiménez-Boraita, Gargallo-Ibort, Dalmau-Torres y Arriscado-Alsina, 2021; Peña-Ibagon, Rodriguez-Becerra, Rincon-Vasquez y Castillo-Daza, 2021) por lo que no hay evidencia clara del impacto del confinamiento y la baja actividad física en ellas, autores como Dosal-Ulloa, Mejía-Ciro y Capdevilla-Ortis (2017) mencionan que fomentar el deporte femenino es un ingrediente vital en el intento de alcanzar hábitos de vida saludable.
Poco más de la mitad de los participantes mostró niveles de comportamiento en salud moderados, lo que permite reflexionar sobre las dificultades que las personas enfrentan para adoptar un estilo de vida saludable, a pesar de tener cierto nivel de responsabilidad en su salud, esto no es suficiente para desarrollar hábitos saludables. El COVID-19 impactó directamente en el estilo de vida de las personas, en consecuencia, aumentó el sedentarismo, el consumo excesivo de alimentos poco nutritivos, el estrés (Campo-Arias, Pedrozo-Cortés y Pedrozo-Pupo, 2020) y la ansiedad (Pazmiño-Erazo, Alvear-Velásquez, Saltos-Chávez y Pazmiño-Pullas, 2021), como resultado en gran medida del confinamiento.
Si bien, los estilos de vida están basados en la interacción entre las condiciones de vida y las pautas individuales de conducta, y determinados por factores socioculturales y características individuales (Vega-Rodríguez, Álvarez-Aguirre, Bañuelos-Barrera, Reyes-Rocha y Hernández-Castañón, 2015), en un país como México, en donde los estilos de vida son patrones de comportamiento colectivo, donde la prevalencia de sobrepeso y obesidad en adultos alcanza el 72.2% en las mujeres y 69.4% en los hombres (Secretaría de Salud, Instituto Nacional de Salud Pública [INSP] e Instituto Nacional de Estadística y Geografía [INEGI], 2018). Un país en donde estas enfermedades están determinadas por la alimentación, la actividad física, el consumo de alcohol y tabaco, ahora sumado el confinamiento, que no sólo tiene un gran impacto en la epidemia de enfermedades crónicas, sino también tiene un efecto pronóstico negativo en el desarrollo de complicaciones y muerte por COVID-19 (Reynales-Shigematsu, 2020), ha provocado que tener o mantener conductas y hábitos saludables sea difícil.
5. Conclusiones
Finalmente, el propósito de esta investigación fue explorar las dimensiones relacionadas con el estilo de vida saludable y su relación con variables demográficas durante el confinamiento por COVID-19. Los resultados de este estudio revelaron el riesgo que tiene la población mexicana por la poca frecuencia con que realizan actividad física y la creciente sintomatología derivada del estrés a partir del confinamiento, la educación en salud es fundamental en la modificación de estilos de vida saludable, si bien, la educación actualmente ha migrado de lo presencial a lo virtual, se debe de mejorar los programas de educación física en los diversos niveles educativos, que sea una actividad que fomente, no solo las diversas disciplinas, sino que sea una educación integral a partir de un proceso pedagógico permanente, que permita tener mayor conciencia de las ventajas que tiene mantener la salud física y mental de las personas, que pueda vincularse con el medio que lo rodea, ayudando a las personas a conocer su entorno social y que posibilite que se pueda desarrollar plenamente las actividades cotidianas.
La propuesta es trabajar a partir de un modelo de intervención psicosocial de modificación de conducta que tenga como objetivo promover un cambio de actitud hacia estilos de vida saludables como la nutrición, la actividad física, el crecimiento espiritual, la responsabilidad en salud y el manejo de estrés; esto en grupos específicos como adolescentes y jóvenes. La idea es que se valore el problema generado, en este caso por el confinamiento, desde el ámbito social, en el sentido de tener en cuenta los sentimientos activados en las interacciones del mundo social (Viscarret-Garro, 2012). Entre las técnicas que se pueden utilizar para esta intervención se encuentra la de “exposición” de la persona ante lo que tiene miedo, aprender a asociar una nueva y deseable respuesta con un estímulo que previamente recordaba y otras técnicas basadas en la teoría del aprendizaje social, como la del “modelamiento”, demostrar cómo hacer algo, “entrenamiento” en habilidades sociales, “capacitación comunicativa”, y la de “formación en soluciones de problemas y autocontrol”.
Pero además es importante incidir no sólo en el orden individual, sino a nivel de la política social; este estudio aporta elementos para enfrentar esta coyuntura especialmente en esta contingencia. En materia de salud la mirada desde los Derechos Humanos en condiciones de vulnerabilidad como la que vive la población mexicana se hace prioritaria, considerando las comorbilidades asociadas a la letalidad por COVID-19, como la alta prevalencia de la diabetes, la obesidad y enfermedades cardiovasculares, todas ellas altamente relacionadas con una mala alimentación, y alta disposición de bebidas gaseosas azucaradas, alimentos procesados con bajo nivel nutricional, falta de actividad física, aumento del estrés y del sedentarismo. Ante esta realidad es necesario fortalecer las medidas emergentes con programas prioritarios en materia de salud, que impacten en la prevención y promoción de estilos de vida saludable con el fin de preservar la vida y la mejora de la capacidad operativa de las instituciones de salud sobre todo en los sectores más desprotegidos.
Las políticas públicas que deben interactuar entre sí para incidir en la respuesta ante el COVID-19 son, por un lado, en materia de salud a fin de revertir el comportamiento frente al virus, impactando sobre el exceso de mortalidad, y por otro no menos importante, en materia económica, a fin de amortiguar el golpe a la economía que definitivamente incide en el consumo de alimentos nutritivos, y en la actividad física.