1. Introducción
Pasado dos días, estaba ya nuestro Telémaco vestido y acicalado por el maestro Hilario; y aunque su ropa a la moda le incomodaba y las botas nuevas lo hacían ver candelillas, hubo que sujetarse, estimulado por la vanidad. Jorge Isaac, María (Bogotá: Plantea, 2013) 78.
La llegada libre y masiva de productos industriales europeos y norteamericanos a las nacientes repúblicas latinoamericanas a mediados del siglo XIX, hizo parte del proyecto económico que adelantaron los gobiernos y los comerciantes para la consolidación del Estado nacional republicano.Através de los impuestos aduaneros a las importaciones, los gobiernos obtuvieron los recursos fiscales necesarios para cubrir sus gastos bélicos, burocráticos, pagar los intereses de la deuda pública e invertir una parte en la construcción de medios de transporte que unieron las sierras y valles con el mar.
Hoy conocemos bien los aspectos del comercio de exportaciones de materias primas que propiciaron la incorporación económica nacional al mercado mundial (valor, peso, origen y destino). Sin embargo, conocemos poco del comercio de las importaciones y mucho menos de la forma como fueron consumidas por los habitantes en las regiones.
Esta investigación aborda esa faceta menos conocida e intenta responder a la pregunta: ¿Cómo funcionó y qué significados le dieron los vallecaucanos al consumo de importaciones durante la segunda mitad del siglo XIX? Dadas las diferencias regionales del espacio colombiano y las limitaciones que implica hacer generalizaciones nacionales, esta investigación se concentra únicamente sobre el circuito comercial del valle geográfico del río Cauca, que cubría la conexión entre Buga, Palmira, Cali y el puerto de Buenaventura. (Ver mapa 1).
En la actualidad y para el caso latinoamericano, existe un creciente interés entre historiadores y antropólogos por el estudio de la cultura material y el consumo de bienes.1 Dichos estudios configuran un subcampo de investigación conocido como historia del consumo, que relacionan el consumo de bienes importados con la modernidad, la identidad y la construcción de las naciones en América Latina. Gracias a la combinación del enfoque keynesiano de la demanda, la historia cultural y los estudios de la antropología social, la historia del consumo hizo una crítica a las visiones dominantes provenientes del estructuralismo, el dependentismo y el institucionalismo, que enfocaban sus intereses en los términos comerciales del intercambio.2 Este último énfasis había dejado de lado el estudio de los factores internos de la producción y los aspectos culturales, por lo cual, la historia del consumo propuso que la adquisición de artículos extranjeros no era el simple resultado indirecto de la vinculación al mercado externo, sino que los consumidores tenían agencia sobre los productos que consumían asignándoles diferentes significados.3 Así mismo, el consumo de importaciones, junto con la propiedad de la tierra, la raza, la renta y el alfabetismo, fueron determinantes para el acceso al voto y el reconocimiento de la ciudadanía.4 En consecuencia, las modernizaciones que se produjeron a partir del consumo de bienes extranjeros, estuvieron enmarcadas dentro de un proceso mayor, de modernidad política, asociado al establecimiento de la república, la concepción de ciudadanos libres e iguales y la constante búsqueda del crecimiento económico.5
Un trabajo que enhebra la historia del consumo con la historia cultural es el del antropólogo indio Arjun Appadurai, escrito hacia finales de la década de 1960. Aunque fue pensado para espacios y tiempos diferentes al continente americano y al siglo XIX, demuestra que las cosas tienen una vida social propia que se manifiesta a través de unos “regímenes de valor” que cada sociedad les otorga a los objetos dependiendo de su producción, condiciones de posibilidad, restricciones, formas de circulación, relaciones de poder y significados de prestigio, necesidad y deseo.6 En ese sentido, el consumo se presenta como una experiencia atravesada por varios significados y agencias. Por un lado, el amplio y diverso grupo de consumidores desde sus experiencias y deseos les asignan a los objetos unos significados particulares. Esos significados tienen la capacidad de definir, cambiar o reafirmar ideas, prácticas o representaciones al interior de las sociedades.7 Por otro lado, se encuentran los comerciantes cuya agencia hizo posible la introducción de las mercancías y a ellos se debe sumar la acción de los gobiernos que implantaron políticas económicas, sobre todo fiscales, que regularon la libertad del comercio.8
Hacia el anterior horizonte se encamina esta investigación y para ello propongo profundizar en cuatro aspectos que se corresponden con los cuatro apartados que componen este artículo. El primer apartado está dedicado a los comerciantes que fueron los agentes que trajeron las importaciones al Valle. El segundo, muestra que la importación de máquinas fue un proyecto discursivo de la modernidad con pocos efectos de transformación social. En tercero, estudia específicamente el consumo de medicamentos y productos de aseo extranjeros, que fueron asociados al concepto de higiene social y personal. Un apartado final, aborda el consumo de textiles importados que remarcaron las distancias de los diferentes grupos sociales en el Valle del Cauca y fijaron unos nuevos significados de gusto y condición social.
Las fuentes sobre las que se sustenta esta investigación están comprendidas por tres grupos. El primero lo constituyen los archivos de aduanas que se encuentran en el Archivo General de la Nación. Estos responden a las preguntas que tienen que ver con el tipo de mercancías importadas, procedencia, comercialización y transporte. Además, son la fuente para construir los gráficos y mapas de movimiento comercial para la década 1885-1894. El segundo grupo lo integran los periódicos regionales El ferrocarril, El Cauca y el Correo del Valle, donde las secciones de opinión y avisos, permiten observar las discusiones políticas y económicas que relacionaron el consumo de bienes importados con las ideas de modernidad, higiene y distinción social. Lo mismo se puede ver en el tercer grupo, donde se encuentran las obras literarias Impresiones y recuerdos (1897) del escritor, político y médico vallecaucano Luciano Rivera y la biografía El fundador Santiago Eder, un comerciante letón radicado en el Valle desde mediados del siglo XIX, escrita por su hijo Phanor Eder.
2. Los agentes de la modernización
La voz modernidad y sus derivaciones morfológicas (moderno(a), modernizante y modernización) se usaban para notar cambios en varios aspectos de la vida y como nuevo marco histórico y político que sirvió para contener y explicar el mundo atlántico después de1808.9 Su utilización iba desde las esferas de la cultura política hasta el lenguaje utilizado en las prácticas más comunes. En el primer escenario se asociaba con el laboratorio político que intentaba establecer la república y la democracia a través de la escritura de cartas constitucionales, la instalación de cámaras legislativas, la celebración de elecciones, las reformas que abolían la esclavitud y la pena de muerte y otras que garantizaban la libertad de prensa y la separación Iglesia-Estado. En el segundo, la voz modernidad se extendió por varios aspectos de la vida cotidiana. Por ejemplo, comerciar con el exterior a través de Sociedades Comerciales fue visto como una actividad moderna, que dejaba atrás el tutelaje de los Consulados, el monopolio de la Metrópoli, la dependencia de la minería como único motor de la economía y la vinculación al mercado mundial donde participaban, legitimaban y se reconocían las naciones modernas.10
En 1857, el conservador caucano Sergio Arboleda, explicaba las ventajas de la incorporación al comercio externo a un grupo de estudiantes en uno de los principales centros educativos de la región, el Seminario de Popayán:
Nosotros no debemos fomentar aquellas artes cuyos productos obtenemos de Europa mejores y más baratos. Si queremos gastar telas finas, adornar nuestros salones con espejos y muebles elegantes o recrear nuestra vista con esculturas, cuadros y mosaicos, debemos sacar de nuestras tierras el valor equivalente en tabaco, añil, vainilla, caucho, zarzaparrilla, azúcar y mil productos de las regiones equinocciales.11
Los agentes que hicieron posible esta nueva dinámica moderna de los intercambios fueron los comerciantes, nacionales y extranjeros, que fundaron Sociedades Comerciales. La mayoría fueron registradas en Nueva York y Londres y sus principales objetivos fueron aumentar las ganancias, diversificar las inversiones y consolidarse como un grupo social dominante. Para ello, se apropiaron del negocio de la compra y venta de exportaciones (tabaco, café, cueros, tagua y cacao) y de las importaciones (textiles, alimentos, bebidas alcohólicas, maquinaria, etc.), a través de varios mecanismos que ofrecía el libre comercio libre. Entre los principales se cuentan: el dominio del mercado de cambios, la fundación de instituciones de crédito, la compra anticipada de cosechas a los grandes y pequeños agricultores y los negocios por comisión o consignación.12 Así mismo, funcionaron agencias comerciales temporales que se establecieron a través de poderes que se registraban en las notarías locales y servían para gestionar toda clase de negocios con el respaldo de la sociedad comercial. Dichos negocios se extendían sobre la venta exclusiva de productos industriales, seguros, servicios, fletes y el envío de información comercial que incluía las tendencias de consumo locales.13 De esta manera, se consolidó una densa red comercial que se extendió por el Valle, el puerto de Buenaventura y otros puertos extranjeros como Londres, Nueva York, San Nazario, Bremen, El Callao y Guayaquil. Sin embargo, los productos importados de origen inglés y norteamericano fueron preponderantes y configuraron el 50% de las importaciones que entraron por Buenaventura como se puede ver en el mapa 2.
Fuentes: AGN, SR, Aduanas Buenaventura, t. 7, 8, 9, 10; AGN, SR, Aduanas t.12, 14, 15, 17; AGN, SR, Aduanas Buenaventura-Mocoa, t. 1; AGN, SR, Ministerio de Hacienda, t. 71, 430, 431; Memoria de Hacienda 1885, Informes de Hacienda 1892, 1894, 1896, 1898. Mapa de base: IGAC. Colombia aparece como lugar de procedencia de las importaciones en la aduana de Buenaventura, porque Panamá era un puerto franco, es decir, un lugar donde se descargaban las mercancías para ser llevabas a otros lugares sin pagar impuestos.
Entre los hombres de negocios se destacaron los cónsules de Estados Unidos, el reino de Cerdeña y Perú, residentes en Cali y Buenaventura, y todos los cónsules colombianos que se encontraban en los puertos extranjeros, que no sólo dominaban la información comercial de primera mano, sino que también daban cuenta de la situación política y social del lugar donde se encontraban. Para ello hicieron un uso intensivo del telégrafo, que en el Valle se terminó de construir en 1870.14
La información encontrada en los telegramas cruzados entre comerciantes, agentes y cónsules, trata de varios asuntos relacionados con los cambios de precios, la calidad de los productos, los problemas del embalaje, las tendencias de la demanda, asuntos sobre impuestos, costumbres locales y el ambiente político a nivel regional y nacional.15 Por ejemplo, en un informe de noviembre de 1872, el cónsul de los Estados Unidos en el Valle y uno de los más grandes comerciantes, Santiago Eder, escribió al Departamento de Estado: “Las exportaciones han aumentado en la misma proporción, considerablemente con nuevos productos tales como añil y café. El tabaco que se exporta de Palmira ahora tiene los precios más altos de Europa después del de la Habana”.16
En la tabla 1 aparecen las sociedades comerciales que quedaron registradas en la aduana de Buenaventura, en los contratos notariales y en los registros de almacenes y tiendas de Cali para el año 1898. Estas sociedades no solían especializarse en un solo producto, por lo cual es difícil clasificarlas de otra manera que no sea por el lugar donde tenían sus instalaciones. Por lo regular, cada una de estas sociedades tenía su propio almacén de venta de ultramarinos o un depósito para la compra de productos de exportación. Lo mismo pasaba con los médicos, que eran dueños de sus propias farmacias. De esta manera, los mecanismos modernos del comercio fueron adaptados a las condiciones locales, que trajeron consigo la emergencia de una gran cantidad de almacenes y tiendas que junto con las farmacias y boticas se diseminaron por todo el Valle. 17
Fuentes: AGN, SR, Aduanas Buenaventura, t. 7, 8, 9, 10; AGN, SR, Ministerio de Hacienda, t. 71, 430, 431; Memoria del Secretario de Hacienda Felipe Angulo dirigida al Presidente de la Unión en el año 1885 (Bogotá: Imprenta de la Luz, 1885); Informes de Hacienda de los años:1892, 1894, 1896, 1898; Lisímaco Palau, Directorio General de Colombia. Comercial, Geográfico, Administrativo y Estadístico (Bogotá: Imprenta Nacional, 1898) 342-490; Adolfo Artehortúa, “Buga en la Regeneración, Estudios sobre la Regeneración. ed. por Lenín Flórez y Adolfo Artehortúa (Cali: Imprenta Departamental, 1987) 83-121. Lista de los almacenes, tiendas de menudeo, farmacias, boticas en Archivo Richard Hyland, Universidad de los Andes (OAD), c. 1, c. 1, ff. 107-108. Archivo Histórico de Cali (AHC), Notaria Primera, t. 31, ff. 65-68, 1884; t. 32, ff. 280, 1885; t. 39, ff. 13-19, 1887; t. 40, ff. 378-385, 1888; t. 41, ff. 128-129, 1888; t. 42, ff. 103-107, 1888; t. 44. Ff, 60-63, 1888; t. 67, ff. 103-109, 1894; t. 63, ff. 27-30, 1895; t. 75, ff. 6-8, 1896; t. 103, ff. 282-290, 1900
Todos los comerciantes del estado del Cauca fueron registrados en el censo de 1870, conformando un grupo de aproximadamente 3.100 individuos dentro de una población total de 435.000 habitantes. En realidad, eran un grupo muy reducido que apenas representaba el 0,1% de la población total, en el cual estaban incluidos tanto los que pertenecían a las sociedades comerciales, como los pequeños comerciantes que tenían negocios de “segunda clase”.18 También se censaron más de 500 mujeres que atendían los puestos de comestibles y artesanías en las plazas de mercado y algunas tiendas de menudeo.19
No hay muchas dudas sobre la agencia de los comerciantes en la fundación y defensa de la idea del consumo de importaciones como una forma de modernización en el Valle del Cauca. Múltiples evidencias se encuentran en los avisos de la prensa local donde se anunciaban las mercancías recién llegadas.20 Quienes accedieron a estos productos fueron compradores de varios sectores sociales en diferentes espacios. De acuerdo con los últimos censos del siglo XIX, la ciudad más grande del Valle era Cali que contaba con unos 25.000 habitantes, seguida de Buga y Palmira con unos 15.000 cada una. Según registros de ocupación y profesiones, la mayoría de estas poblaciones se dedicaban a las labores de la agricultura y la ganadería. Mientras tanto, sólo una tercera parte se concentraba en los centros urbanos alrededor del comercio, la burocracia, las profesiones liberales, el trasporte, la artesanía y los oficios domésticos.21 Eran precisamente estos últimos pobladores urbanos quienes consumieron la mayoría de bienes importados y los que les dieron los significados de modernización, higiene y distinción social, como mostraré más adelante.
Al final de cuentas, los comerciantes funcionaron como los dinamizadores de una amplia red comercial de consumo. Esas redes fueron fortalecidas por lazos comerciales materializados en sociedades comerciales, pero también, por otros lazos que no profundicé aquí, pero que tenían que ver con matrimonios estratégicos y alianzas políticas.22 Sin embargo, su mayor alcance se concentró en la utilización de los mecanismos del comercio moderno que incluían el crédito, los cambios y las agencias, además de la instalación de varios almacenes para la venta de importaciones por el espacio vallecaucano. No obstante, se trató de una actividad económica que sólo benefició monetariamente a un pequeño grupo de comerciantes y al mismo Estado colombiano que dependió de los impuestos aduaneros para atender sus gastos.23 Paradójicamente, el beneficio lucrativo y la modernización del comercio no se vieron reflejados en los consumidores que eran en ultimas los que mantenían a flote esta actividad. Según la visión de los comerciantes, estos consumidores participaban de forma indirecta en el proceso de modernización y se llegó a representarlos como algo opuesto. El mismo Santiago Eder se refirió a la población del principal puerto comercial del Valle sobre el Pacífico en estos términos: “la población en sí, situada sobre la isla de Buenaventura, no vale ni el terreno que ocupa; las casas son meras chozas de techos pajizos […] semejando un pueblo más bien africano que americano”.24
3. El ruido de las máquinas y las modernizaciones del campo y los transportes
La construcción del ferrocarril del Pacífico, la llegada de barcos de vapor y maquinaria agrícola junto con la introducción de semillas, fueron vistos como importantes avances que demostraban la inserción del Valle del Cauca al mundo industrial moderno.25 Sin embargo, se trató de un proyecto discursivo usado por las elites políticas y económicas, que veían en el comercio externo el único camino hacía el crecimiento económico. Al final, esas importaciones tuvieron un impacto reducido y no alteraron significativamente las prácticas tradicionales del transporte de mercancías y del trabajo agrícola.26 En la realidad, las importaciones de maquinaria fueron escasas comparadas con otros productos y con el gran territorio que cubrían. En la aduana de Buenaventura estos artículos fueron registrados en la clase artículos de hierro y acero compuestos por máquinas de vapor, rieles, partes de la locomotora y de barcos, trilladoras de café, máquinas de escribir, coser, imprentas, máquinas para los trapiches de azúcar, arados, picas, clavos, básculas, navajas, machetes, hachas, tijeras, entre otros. En el gráfico 1 muestra el valor de las importaciones para década 1885-1894 donde el de la maquinaria fue de $862.000 pesos de plata, un tercio de los textiles de algodón que fueron los productos más consumidos en esta región.27
La construcción de la vía férrea que comunicaría a Cali con el Puerto de Buenaventura, desde mediados de siglo, se convirtió en un proyecto regional más grande y ambicioso que sacaría de la condición “mediterránea” y atrasada al Valle del Cauca.28 Fue considerado por los políticos y comerciantes locales como “el gran redentor [que] renovaría la faz del Cauca” y con el ruido la locomotora daría la bienvenida al progreso. Para seguir su proceso de construcción fundaron un periódico con el nombre El ferrocarril. En sus múltiples ediciones, desde febrero de 1878 hasta diciembre de 1896, se trataron temas relacionados con su financiación, problemas y avances en las obras, costos de los fletes, asuntos relacionados con los trabajadores, itinerarios, entre muchos otros.29
En cada una de las editoriales que trataban estos temas se pueden apreciar entre líneas dos visiones. Por un lado, la gran novedad que significaba la llegada de maquinaria pesada al puerto de Buenaventura y la difícil travesía para subirla por la Cordillera a lomo de mula sobre unos caminos empinados y lodosos (ver fotografía 1). Por el otro, la llagada de un saber científico, representado por ingenieros extranjeros que traían consigo sus modernos instrumentos de medición. Contratados por el gobierno y financiados por la Junta de Accionistas, donde los comerciantes eran mayoría, los ingenieros abanderaron el “amplio frente de los “fanáticos del progreso”, para quienes todo debía supeditarse a las carrileras, puentes metálicos y locomotoras”.30 Todos ellos conformaron un reducido grupo social al que Frank Safford identificó como una nueva generación comercial, política y cosmopolita, que intentaba superar los valores sociales tradicionales antitécnicos.31 Para esta generación técnica, el viaje a Europa se convirtió en una etapa fundamental de su formación, porque les permitió experimentar de forma real “el mundo civilizado” y contrastarlo con el país que encontraban a su regreso.32
Fuente: Fondo Archivo del Patrimonio Fotográfico y Fílmico del Valle del Cauca, Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero (BDJGB).
Las inauguraciones de los tramos ferroviarios, la construcción de puentes y la llegada de la locomotora se convirtieron en acontecimientos sociales de gran relevancia y festejo. Estos fueron acompañados por rituales religiosos, orquestas, cabalgatas, procesiones y sirvieron de ocasión para tomar fotografías (Ver fotografía 2). De esta manera, la metáfora de la “locomotora del progreso” siempre presente en los discursos políticos y económicos, fue usada para mostrar la existencia un tiempo nuevo, acelerado y de profundos cambios.33 Sin embargo, los problemas financieros siempre fueron una constate y para finales del siglo XIX, el tramo ferroviario construido en el Valle, apenas comunicaba a Buenaventura con un poblado interior llamado Córdoba, que no llegó a cubrir ni la mitad del camino que separaba al puerto marítimo de la ciudad de Cali. Desde allí, las mercancías tenían que seguir en lomos de bestias o en champanes conducidos por bogas sobre correntosos ríos, tal y como el viajero Gaspar Mollien lo evidenció en 1820.34
Al ruido de la locomotora se debe sumar el de los barcos a vapor que navegaban por el río Cauca, cuya primera nave inició labores a mediados de 1888, pero a los pocos meses naufragó. El bajo nivel de las aguas en verano, los bancos de arena, los troncos y las rocas, truncaron el funcionamiento de este sistema de transportes que reportaba permanentemente encallamientos y averías (ver fotografía 3). No obstante, los vapores transoceánicos ingleses que visitaron el puerto de Buenaventura como parte de sus itinerarios de carga de materias primas y descarga de productos industriales, cumplieron un papel fundamental en el comercio que se aprecia en el reducido costo de los fletes. Para dar una idea basta con comparar el costo de transportar una carga de café entre Palmira y Buenaventura en 1890 que valía unos $24 pesos y el de transportar la misma carga entre Buenaventura y Nueva York que estaba alrededor de los $4 pesos.35
Por su parte, los coches tirados por caballos fueron una novedad que tuvo que enfrentarse a la reducida red de caminos, el mal estado de estos y el monopolio por parte de unos pocos comerciantes. Según Phanor Eder: “los caucanos que no habían estado en el exterior ni en Bogotá, no conocían los carruajes. Santiago y los vehículos de ruedas llegaron a ser sinónimos para los Palmiranos”. Cuando se presentó la primera función del cinematógrafo en Palmira en 1903, la gente vio en la pantalla a los bomberos de Nueva York en sus carros tirados por caballos y gritaron: “¡Don Santiago en su coche!” (ver fotografía 4).36
La idea de unas modernizaciones importadas también se evidenció en la introducción de maquinaria agrícola. Haciendas como La Manuelita y La Rita, dedicadas a los cultivos de exportación conocieron por estos años la experiencia de la tecnificación. En esta última hacienda, el cultivo del café se inició en 1870 y su primera cosecha se hizo con semillas traídas de Jamaica que resultaron muy productivas y sus ganancias sirvieron para fundar la sociedad Palmyra Coffe Plnatation Company en Londres. Para 1873, esta hacienda ya contaba con un descerezador y un despulpador de fabricación inglesa que procesaba la cosecha de 30.000 arbustos (ver Fotografía 5). Cuando se vendió la hacienda en 1878, los arbustos llegaban a los 80.000, con una producción de unas 100 toneladas anuales. Este cultivo se mantuvo hasta 1897 cuando fue transformado en cañaduzales, cuya rentabilidad era mayor debido a los altos precios internacionales y mejores técnicas. Por ejemplo, un trapiche en Palmira en 1880 producía casi 400 panes de azúcar ordinaria al día con molinos tirados por mulas o bueyes, mientras tanto, un ingenio, con maquinaria de vapor alcanzaba a refinar 5 toneladas diarias de azúcar (ver fotografía 6).37
Otro tipo de maquinaria agrícola importada, aunque menos tecnificada, pero que cambió los niveles de producción, fue la introducción de nuevas semillas y herramientas agrícolas de acero como machetes, alambre de púas y arados. Estos últimos fueron importados por Santiago Eder en 1868 para “para reemplazar el viejo arado español […] fue también Santiago Eder, el primero en traer otros implementos modernos [y] enseñó a los caucanos a no tener miedo a la maquinaria”.38 De acuerdo con los relatos del escritor Luciano Rivera sobre la hacienda La Isla en Buga, los tiempos de cosecha del café alteraban la paz del Cauca con: “el ruido estridente de la herramienta devastadora, la vibración siniestra del inexorable machete y las voces rudas o los dejos del bambuco que en coro entonaban algunos trabajadores”.39 También se crearon sociedades democráticas y agrícolas como la Sociedad de Fomento Industrial de Cali en 1869, que promovieron la importación de semillas de tabaco Cubanas, cafetos jamaiquinos, pastos africanos, alambres de púas norteamericanos y vacas holandesas. 40 Y para garantizar sus beneficios publicaron en la prensa local varios artículos sobre los procesos de plantación, cultivo y cosecha.41
De nuevo, la introducción de la maquinaria agrícola y semillas mejoradas hizo parte una idea limitada de modernización que sólo benefició la productividad de las grandes haciendas. Aunque las fuentes de aduanas no permiten ver los impactos de estas importaciones en los sistemas de trabajo, se puede decir, de acuerdo con Salomón Kalmanovitz, que siguieron reproduciendo sistemas de trabajo precapitalistas. Muchos de los peones, aparceros, agregados y arrendatarios fueron sujetados a las haciendas a través de contratos de arrendamiento sobre cosechas futuras, peonaje por deudas, pago de rentas con servicios personales y hasta salarios cancelados con mercancías importadas.42
Todo este proceso fue sintetizado Marco Palacios, al afirmar que los proyectos económicos del estado colombiano, desde el siglo XIX, han estado atrapados por los discursos de la política económica del libre comercio sin tener muchos efectos sociales, por lo cual “ha sido posible emprender modernizaciones sin alcanzar la modernidad”. Para este autor, la modernidad era un estadio de avance sobre varios frentes (político, social, cultural, económico, religiosos, científico, literario, etc.) que debía incluir a la mayoría de los habitantes. De lo contrario, era mejor hablar de modernizaciones parcializadas y sectorizadas para temporalidades determinadas que habían alcanzado desarrollos desiguales y que en muchos casos, apenas los habían esbozado.43 En el caso del Valle del Cauca durante la segunda mitad del siglo XIX los ruidos de la maquinaria y las herramientas de metal importados trajeron varios cambios y nuevos significados. Sin embargo, experimentaron serias limitaciones financieras y geográficas que repercutieron en el mantenimiento de prácticas tradicionales.
Al final, el lente con el que Palacios analiza el problema de la modernidad es acertado y permiten hacer precisiones de forma desagregada. Sin embargo, una mirada con un lente más amplio, indicaría que estas modernizaciones estaban contenidas dentro de la modernidad política que funcionó como un marco social de interpretación que permitió a los consumidores entender el mundo en términos de la consolidación de la nación republicana y sus ideales democráticos.44 Uno de esos ideales fue el cuidado de la salud pública, por lo cual la higiene y la importación de medicinas y productos de aseo personal se convirtieron en una preocupación compartida entre del Estado, de la ciencia y de los comerciantes.
4. Higiene y medicamentos importados
El tránsito entre una medicina ilustrada fisiológica cuya concepción de la enfermedad y curación estaban relacionadas con la sangre, cambió a mediados de siglo XIX, hacia una medicina de tipo hospitalario conocida como anatomoclínica. Juntas fueron de influencia francesa, pero la última, combinaba la observación e interrogatorio de los enfermos con las alteraciones de los órganos y tejidos para formular tratamientos farmacéuticos. Muchos médicos colombianos viajaron a París para iniciar o repetir sus estudios de medicina y a su regreso, aplicaron las ideas médicas francesas que terminaron por imponerse en el país.45 La farmacología jugó un papel fundamental en la nueva concepción de la medicina hospitalaria como paliativo a las enfermedades producidas por agentes externos, cuyos síntomas indicaban un proceso de afectación anatómica. De esta manera, se identificaron como condiciones externas adversas la mala alimentación, los cambios de clima, el trabajo excesivo y la falta de higiene.46
A finales del siglo XIX, las políticas de higiene en el Valle del Cauca promovieron prácticas de aseo personal, limpieza de hogares y calles, control del alcoholismo, vigilancia de las enfermedades venéreas y un fuerte discurso contra la pobreza y la vagancia que, a su vez, fue asociado a unos determinismos de clase y raza. En los discursos médicos y políticos, la higiene social se convirtió en una preocupación general ante la necesidad de modernizar las costumbres y formas de vida de los sectores populares. Los adelantos farmacológicos europeos giraron en función de esta idea, prometiendo mantener la vigorosidad del cuerpo social. Concomitante al discurso higiénico se construyó otro de tipo racista que pretendía blanquear la sociedad ante la amenaza de los negros, indígenas y mestizos pobres.47 Razas propensas a producir y propagar epidemias, enfermedades venéreas, emborracharse constantemente y difundir ideas agitadoras que afectaban el cuerpo social, físico y moral de la nación.48
La eclosión de las farmacias y boticas por todos los poblados del Valle del Cauca y la acción de los comerciantes para abastecerlas con productos renovados, permitió el acceso a los medicamentos importados a una gran cantidad de consumidores. La utilización de la prensa en este caso fue estratégica para anunciar las novedades farmacéuticas e identificar las principales enfermedades que afectaban a la población. En la sección de anuncios era común presentar los medicamentos importados como los últimos inventos de la ciencia europea y norteamericana, describir los síntomas de las enfermedades, resaltar los nombres de los fabricantes como sello de garantía y alardear de los premios recibidos en las Exposiciones Universales.49
De esta manera, dentro del proyecto nacional que idearon los políticos, comerciantes y médicos, la higiene representó un modelo de ciudadanos sanos y libres de enfermedades vergonzosas que les impedirían llevar vidas industriosas y honorables. En la edición del 4 de mayo de 1894 del semanario El ferrocarril, se pueden ver algunos alcances de estos nuevos significados higiénicos y estéticos. Un aviso publicitario en primera página aseguraba que “la mayor de las gracias concebidas a la humanidad es la Salud y de esta depende la Belleza”, más abajo aparecían publicitadas las Píldoras de Vida del Dr. Ross que decían conservar “siempre en buen estado todos los órganos del cuerpo”.50
En el gráfico 1 se puede apreciar que el valor de estos productos fue similar al de la maquinaria, teniendo en cuenta que estaban compuestos por las clases “drogas y medicamentos” y “perfumería y jabones” de origen alemán, inglés y norteamericano (ver mapa 2). En general, estos artículos comprenden una categoría mayor que se podría denominarse productos de higiene y que para efectos de este análisis he divido en aquellos productos que atacaban directamente las enfermedades y los destinados al cuidado del cuerpo y la prevención. Por ejemplo, las anteriormente citadas Píldoras del Dr. Ross, hacían parte del segundo grupo de los productos que servían para prevenir enfermedades, vitaminizar el cuerpo y procurar la belleza. A este conjunto se podrían agregar los jabones, licores medicinales, polvos, elixires, ungüentos, suplementos alimenticios, bálsamos, shampoos, y algunos líquidos que contenían alcohol y perfume como la famosa Agua Florida de Murray. En este sentido, la Alcaldía y el Concejo Municipal de Cali, adelantaron campañas sanitarias, apoyadas por los médicos y boticarios, donde sugerían que el uso de artículos de aseo era necesario para mantener la salud de los ciudadanos y el orden de la ciudad. Este fue el caso del médico Evaristo García quien consideraba que “el aseo del cuerpo, los hogares y los espacios públicos, ayudaban a prevenir las enfermedades y eran prueba del grado de civilización de la ciudad”.51
En este mismo grupo se encontraban los jabones de ácido fénico, azufre, alquitrán y salicílico que no sólo servían para “quitar las pecas, manchas y barros de la cara”, sino para procurar el baño diario y el cuidado del rostro.52 A su vez, otros jabones y detergentes estimulaban el lavado frecuente de las ropas, trastos y habitaciones, lo que requería, indirectamente, el acceso al acueducto, alcantarillado e instalación de aguamaniles en todas las casas. Lo mismo sucedía con las cremas que prometían emblanquecer la piel y seguir el modelo de belleza europeo como se puede ver en la fotografía 7.53
Por su parte, la famosa Emulsión Scott que aliviaba las enfermedades respiratorias y la tuberculosis en los niños, o el Sándalo de Riquet, que curaba las enfermedades del sistema urinario y las venéreas, hacían parte del primer grupo de medicamentos que atacaban directamente las enfermedades. A este se sumaban los jarabes, capsulas, extractos, pastillas, glóbulos, soluciones y hasta cigarrillos para la gripa.54 En el primer caso, la publicidad de la Emulsión Scott decía que estaba hecha de aceite puro de hígado de bacalao con hipofosfitos de cal y de sosa, especialmente diseñada para curar la tisis, la anemia, el reumatismo y el raquitismo en los niños (Ver fotografía 8). En su diseño publicitario, como en la mayoría de los medicamentos que fueron promocionados en los periódicos, se nombraban los médicos que recomendaban el producto y en otros se encontraban los testimonios de personas que habían sido curadas.55
Adicionalmente, es importante señalar que la mayoría de medicamentos publicitados en la prensa local tenían una patente parisina o londinense que garantizaban que eran productos confiables, elaborados y probados en los modernos laboratorios científicos. Por ejemplo, las píldoras del Dr. Ayer, cuya publicidad anunciaba “curan el dolor de cabeza, estreñimiento, dispepsia, afecciones al hígado” o los Pectorales de Cereza que aliviaban las enfermedades respiratorias, tenían un patente norteamericana que constaba que habían sido ganadores del primer premio en la Exposición Universal de Chicago de 1893.56
Todo esto parece indicar, que la introducción masiva y libre de medicamentos importados al Valle del Cauca y su aparición en la prensa, funcionaron como una especie de atención médica domiciliaria que fue facilitada por las farmacias y boticas.57 El respaldo de la ciencia y los laboratorios extranjeros se convirtieron en la garantía de la salud moderna,58 con lo cual se superaron las dificultades para acceder a los pocos y costosos médicos de la región.59 Al final, las medicinas y los productos para el cuidado y aseo que se vendían en las farmacias y boticas, consolidaron una modernización en el campo de la higiene personal y colectiva, aliviando una gran cantidad de enfermedades que afectaban la salud de la nación. Sin embargo, este proceso no dejó atrás las prácticas de la medicina tradicional que trataba los padecimientos con plantas o con técnicas rudimentarias y dolorosas como las sangrías.60 Un caso que se evidencia mejor la continuación de las prácticas tradicionales dentro del proceso de modernización importada es el consumo de textiles como se muestra a continuación.
5. Textiles importados y distinción social
Norbert Elías demostró que en la sociedad cortesana los cambios en las formas psicológicas del comportamiento social no siempre fueron simultáneos a los cambios en las estructuras sociales.61 Para el caso del Valle del Cauca, los cambios en los comportamientos producidos por los bienes importados fueron más evidentes que los cambios en la estructura social que siguió reafirmando su poder sobre los patrones establecidos por el antiguo régimen. Muestra de ello, es la continuación del poder basado en la propiedad de la tierra, la confesión católica, la ocupación de cargos estatales a través de clientelas, el linaje familiar y las formas distinguidas de vestir, comer y comportarse al estilo extranjero. Para mediados del siglo XIX, esto no había cambiado mucho, aunque su marco general de interpretación era republicano, y en ese contexto, la actividad comercial fue vista como una profesión práctica de gran prestigio y las formas de vestir, comer y comportarse ahora seguían los estilos francés e inglés.62
En un pasaje de la obra Impresiones y recuerdos del escritor y médico Luciano Rivera Garrido se puede evidenciar las nuevas formas de comportamiento psicológico a las que se refería Norbert Elías. A propósito de la importancia social que había tomado el comercio de productos extranjeros dentro de la sociedad vallecaucana dice:
Aunque mi tío era muy rico, como antes lo di a entender, conservaba la tienda donde había ganado su fortuna, más por espíritu de gratitud o fuerza de costumbre, que porque en él perdurase el ánimo de especular. Allí, colocado tras de un mostrador de hechura antigua, de ésos que formaban una especie de armario muy grande, de cedro, cerrado, con anaqueles y departamentitos para objetos menudos -a estilo de botica- solía vender aún vinos españoles, especias, drogas, paños, telas de seda y cintas de terciopelo, bayetas de diferentes colores, llamadas de Castilla, para distinguirlas de las de la tierra, que tejen en el Ecuador.63
Pierre Bourdieu también hace referencia al consumo de bienes y la manera de consumirlos, afirmando que están relacionados con el capital escolar y el origen social de los consumidores. Esto quiere decir, que la adquisición de objetos podría definir las distancias entre diferentes grupos sociales, en tanto representan campos culturales diferentes. La distancia entre estos campos es lo que se define como distinción.64 Aunque la tesis de Bourdieu sobre la existencia de una lógica del gusto determinada por el capital cultural de los individuos, estaba pensada para la Francia de la segunda mitad del siglo XX, podría funcionar para entender las lógicas del gusto y la distinción en la sociedad vallecaucana decimonónica. Esto se debe a que el capital escolar y el origen familiar asociado al poder económico, configuraban las posibilidades de acceso a los bienes materiales que una vez llegados a Buenaventura eran introducidos a Cali y de allí al resto del Valle para ser vendidos en los almacenes de ultramarinos.
En el Valle del Cauca, los textiles crearon dichas distinciones a partir de los regímenes de valor definidos por los materiales de fabricación, técnica, origen, marca, lugar de venta y precio.65 Para los sectores de menor nivel adquisitivo, compuestos por campesinos, jornaleros, trabajadores de obras públicas, minas y transportes, sus lógicas del gusto estaban regidas por la elección de lo necesario. Un estilo de vida que renunciaba constantemente a los beneficios simbólicos de la distinción que tenían los textiles más finos y delgados.66 Estos sólo fueron adquiridos por los grupos de mayor poder adquisitivo que jugaban a su provecho con la escasez en el mercado local y la dificultad de importarlos, haciéndolos simbólicamente más exclusivos.67
El significado del valor exclusivo de los textiles, fue construido de forma particular moviéndose entre la necesidad y el deseo. En el gráfico 1 se puede observar que los textiles de algodón fueron los artículos de mayor valor de las importaciones vallecaucanas para la década de 1884-1895 y provenían de Londres y Manchester (Véase mapa 2). Estos artículos se componían básicamente de textiles en crudo y ropa confeccionada que satisfacían las necesidades de vestuario de los trabajadores.68 Entre estos, los driles y linos, ingleses y norteamericanos, ocuparon un lugar muy importante por su durabilidad. 69 Lo mismo pasaba con los textiles de lana que fueron el tercer producto de mayor valor en las importaciones, la mayoría provenientes del Ecuador y del Perú en forma de zarazas, ruanas y capisayos que atendían las necesidades y gustos de los campesinos.
Sin embargo, muchos de estos productos no renunciaban del todo a los significados de distinción que quisieron darle los grupos sociales de mediano poder adquisitivo, como los artesanos, profesionales liberales, burócratas y pequeños comerciantes, que compraron lienzos crudos de algodón y los mandaron confeccionar en forma de trajes al estilo parisino en alguna sastrería local.70 Dicho con otras palabras, los talleres de costura locales y más precisamente el oficio práctico y técnico del sastre, se convirtieron en los medios donde también se confeccionaba la moda europea.71
El historiador Miguel Urrutia, basado en el trabajo de Vanegas sobre la clase obrera en Bogotá publicado en 1892, calculó que una familia obrera en 1890 gastaba el 21% de su salario en vestuario, el 64% en alimentos y un 15% en alojamiento. Si se tiene en cuenta que un peón de una hacienda como la Manuelita en Palmira ganaba anualmente entre $75 y $100 pesos, quiere decir que invertía más o menos unos $25 pesos en vestirse al año.72 La misma proporción se puede aplicar para los grupos de mediano poder adquisitivo, en los cuales se encontraban los burócratas que ganaban alrededor de $1.000 pesos anuales y su inversión en vestuario era de unos $200 pesos.73
Por su parte, la referencia directa a los textiles y confecciones de Paris se concentró en quienes podían tener acceso a Europa, como fueron las elites políticas y económicas que realizaban el largo viaje o tenían contactos que les enviaban objetos. Según Frank Safford, “hacia mediados de siglo, las credenciales de una miembro de clase alta empezaban por incluir el hecho de tener un sastre parisiense”.74 En este caso, los textiles de seda suplieron los deseos de los más adinerados que pudieron comprar estos costosos artículos que componían el segundo grupo de mayor valor de las importaciones según el gráfico 1, pero uno de los de menor peso.75
Los modelos de vestido importados circularon a través de revistas donde se mostraban diversos y cambiantes diseños. Así, se podía apreciar en La estación, un: “periódico de modas para señoras. La mejor guía de modas. Ultimas modas de Paris”, que alcanzó a tener 2.000 grabados y 48 figurines ilustrados por una suscripción que se podía hacer en el almacén de Manuel Sinisterra en Cali por $12 pesos al año.76
Aunque se desconoce el precio exacto de las telas y las prendas de vestir confeccionadas en el mercado del Valle del Cauca, la publicidad comercial arroja algunas luces sobre su oferta. Un anuncio del almacén de los Hermanos Gonzáles en Buga decía que acababa de recibir: “A la moda de Paris. Sombreros para señoras y para hombres, los puños y cuellos de tino, las zapatillas, las bonitas corbatas y selectos perfumes [además] paños, telas de seda y lana, mantillas, blondas de seda y zarazas”.77 Lo mismo pasaba con el almacén de Ramón Herrera Vélez en Cali que “acababa de recibir artículos franceses de novedad. Vestidos completos para hombre. Sobre todo sacos, levitas, […] i todo lo necesario para un cachaco a la última moda de Paris”.78 Es curioso que se tomara como referente de moda al cachaco que era un sujeto bogotano que vestía al estilo europeo y que se diferenciaba de otros coterráneos suyos ataviados con ruanas y alpargatas conocidos como guaches.79
Lo anterior demuestra que las telas y ropa confeccionada de alta y baja calidad se vendían en los mismos almacenes, por lo cual, el lugar de venta no representaba un espacio de distinción. Lo mismo pasaba con el estilo parisino que tampoco era determinante, pues siempre se podía acudir a los sastres locales. Quizás, la única forma de distinción era la tela cuya calidad marcaba la diferencia. En la fotografía 9 se pueden ver las diferencias en el vestido de los dueños de una hacienda de la región y los trabajadores del azúcar. Por un lado, es notable la distinción entre los propietarios con sus elegantes vestidos modernos, aparentemente confeccionados por algún sastre parisense o londinense, y por el otro, las ropas de los trabajadores con sombreros y ruanas de menor precio y calidad, tal vez fabricadas en los viejos y rudimentarios obrajes.80
El vestuario como construcción cultural en la sociedad vallecaucana no sólo sirvió para establecer diferencias sociales y económicas sino para imponer diferencias raciales y políticas, que en los dos casos podían ser transgredidas. Según Arnold Bauer y Manuel Llorca, quienes estudian el consumo de textiles y sus relaciones con el poder en la América Latina decimonónica, señalan que el vestido sirvió para separar a un grupo de elite que se creía poseer los valores políticos y culturales de los blancos y mestizos, como era la ciudadanía y el derecho al voto, de aquellos que los carecían como los negros, indígenas y mulatos. Pero estas barreras fueron porosas, y siempre hubo una manera de sobreasarlas como fue el caso de los sastres, pero también se puede advertir el caso de todos aquellos que en el caluroso y húmedo clima del Valle y del Pacífico soportaron vestidos con sacos, chalecos, camisas, medias, corbatines y sombreros.81
Esta distinción basada en las importaciones fue criticada por los grupos intelectuales y eescritores costumbristas conservadores que reivindicaban el legado español. Entre ellos se destacaron Ángel Cuervo, José María Vergara, Manuel Marroquín y José María Groot, quienes se burlaron constantemente de los cambios en la comida, lecturas, lenguaje, nombres, vestidos y consumo de objetos extranjeros de algunas familias liberales que, gracias al comercio escalaron de posición social y se creyeron afrancesados. Este fue el caso del “marqués de Gacharná, “un francesito de Gachancipá”, que se enriqueció gracias al comercio textil llamado Gacharná and Company”82. Lo mismo pasaba con un joven caucano que se lamentaba y preguntaba:
Hoy día ¿Quién se casa? ¿Uno que cuente con tres o cuatro mil pesos al mes? ¡Infeliz! No le alcanzarán probablemente para satisfacer los deseos de esa doña moda. Señora caprichosa, que es la pesadilla cotidiana de los prudentes papás, de los maridos y tutores honrados […] ¿Y todo por qué? Por ese incesante deseo de imitar á fulanita ó menganita con grave riesgo de la paz conyugal. ¡Maldita moda! ¡Por qué trabaste tan fuertes lazos con la mujer! Sin ti el amor no sería una idea especuladora; sería un sentimiento santo.83
6. Conclusiones
Las modernizaciones que se evidenciaron en el consumo de maquinaria, medicamentos, y textiles, dan cuenta de un proceso desigual, fragmentario y discontinuo, que integró a unos sectores sociales y excluyó a otros. Así mismo, la organización social, el transporte, las formas de trabajo y de producción, no se transformaron con la llegada de los productos importados y sus ruidos de modernización, algunas, por el contrario, se reafirmaron en sus viejas prácticas tradicionales.84 De esta manera, fue posible evidenciar varias modernizaciones en diferentes campos, niveles y formas, dentro de una modernidad política republicana que asoció el consumo de textiles y medicinas con el reconocimiento de los ciudadanos. 85
También quedó demostrado que el estudio de las mercancías importadas es tan significativo como el de las exportaciones, ampliamente estudiado por la historiografía y la economía. Igualmente, se observó que los efectos culturales de los bienes importados conjugan el marco interpretativo de la nación y los intercambios transatlánticos de objetos, ideas, técnicas, modas y personas. Así mismo, el modelo de conexiones culturales en forma de red conectada en el espacio regional cuestiona el sistema de intercambios desiguales entre centro y periferia establecido por los estudios económicos tradicionales. Lo que se puedo observar es que los consumidores locales le asignaron significados particulares a los bienes que consumían y estos no llegaron a imponerse como resultado indirecto del comercio internacional.86
Teniendo en cuenta lo anterior, seguir más de cerca estas relaciones entre bienes y modernizaciones, exigiría realizar un estudio más profundo de los factores que hicieron posible la producción, circulación, adaptación y venta de dichos bienes.87 Conocer las múltiples formas de transporte (vapor, ferrocarril, mula, canoa, entre otras) ayudaría a entender mejor las los significados que los consumidores les dieron a los bienes, además permitiría ampliar el estudio de mecanismos comerciales que utilizaron los comerciantes para traer todos estos productos y conformar circuitos comerciales, con lo cual se esclarecería el problema de la escasez.88 Así mismo, sería conveniente analizar los cambios de consumo dentro de los sistemas federal y centralista, el consumo visto a través de la raza y el género, el papel del Estado, la religión, la ciencia y el impacto de la importación de instituciones europeas a esta región como fueron las congregaciones religiosas, misiones educativas, ingenieros, científicos, que instalaron escuelas, universidades, instituciones de caridad e higiene, hospitales, policía, ejercito, sistemas de contabilidad pública, etc.
Finamente, no hay que olvidar que el consumo de bienes importados sólo se puede analizar dentro de la tupida y compleja red de poderes locales, regionales y transatlánticos, con sus rupturas y continuidades, con sus convulsiones, regresiones y estatismos. Preguntarse por ¿una modernización para quién y qué significados tuvo el consumo de importaciones?, es tan sólo una manera de entender que el consumo es una experiencia que va más allá del simple intercambio de objetos y que la elección de lo que se compra no se limita al precio y la capacidad económica del consumidor. Explorar sus significados, preguntarse por los discursos y analizar los medios que hicieron posible el intercambio, supone abordar el problema por sus profundidades y no por sus superficies.