Introducción
La magnitud espacial y temporal junto a la multiplicidad de grupos implicados en el conflicto armado colombiano produjo diversos hechos victimizantes que afectaron a poblaciones en sus territorios. A partir de esta premisa es necesario abordar la problemática del conflicto armado desde su impacto local, cómo infiltró ámbitos políticos, económicos y culturales, y cómo moldeó las identidades incentivando nuevas movilizaciones sociales desde el feminismo popular, la resistencia no violenta y uso de la memoria. Este artículo centra su análisis en la ciudad de Barrancabermeja, la cual vivió diversos hechos de violencia por la disputa del territorio entre las guerrillas y grupos paramilitares por su ubicación estratégica e importancia económica al albergar la refinería más importante del país.
Esta ciudad perteneciente al departamento de Santander está ubicada a orillas del río Magdalena (Mapa No. 1). Este territorio de frontera alberga una riqueza en flora y fauna, así como una de las zonas más fértiles de Colombia1. Sin embargo, estas tierras son utilizadas principalmente para la ganadería de extensión, pequeños cultivos de pancoger y, en las últimas décadas, empleadas en el cultivo de plantas de coca y marihuana.
La violencia del conflicto armado ha dejado en la ciudad de Barrancabermeja una huella imborrable que marcó la manera de hacer política. La presencia de grupos armados significó al control territorial de las militancias políticas, por lo cual líderes y lideresas sociales fueron amenazadas, perseguidas, asesinadas, desaparecidas y masacradas. Pese a ello, distintos colectivos sociales decidieron hacer campañas y acciones colectivas por la paz y la defensa de los Derechos Humanos.
Los nuevos movimientos sociales son un factor determinante en el análisis de las coyunturas del conflicto armado, pues funcionan como una plataforma de acción para que las comunidades visibilicen sus demandas frente al poder de los actores del conflicto. El historiador Mauricio Archila reconoce que un factor constitutivo de los nuevos movimientos sociales es la violencia y la globalización neoliberal, ya que ambos elementos restringen la democracia y aumentan la inequidad2. Sin embargo, cada una de las coyunturas debe ser analizada desde un contexto nacional y local.
Para el caso colombiano, los nuevos movimientos sociales integran agendas de género y ambientalistas, sin descontar que promueven un factor predominante en su acción colectiva: la no-violencia junto a una salida negociada y democrática frente a décadas de conflicto. La tesis de los nuevos movimientos sociales es clara y contundente en su mensaje: democratizar la democracia. Por esta razón, buscan hacer cambios significativos a la sociedad desde lo político y dejar atrás el discurso y la acción radical de un cambio por la sumatoria de todas las fuerzas de lucha3.
De alguna manera, estos movimientos pretenden sustituir una utopía sistémica por una utopía democrática, comprendiendo que los procesos son inacabados y que es con el trabajo constante y la pedagogía que pueden lograr mejoras a sus comunidades. Los nuevos movimientos sociales también pueden ser explicados desde los planteamientos de Alberto Melucci, quien aduce que estos no buscan un cambio total o revolución homogenizante; por el contrario, estos agitan permanentemente demandas sociales, políticas o económicas en una permanente tensión entre sus reclamos y la institucionalidad. En general, la acción colectiva es el producto de orientaciones intencionales desarrolladas dentro de un campo de oportunidades y restricciones. Por tal razón, a través de acciones colectivas se deben vincular distintos símbolos, valores y unidades4 que convoquen y busquen aliados, y no dirigirse permanentemente hacia un mismo contradictor o adversario.
Este artículo aborda la resistencia de las mujeres de la Organización Femenina Popular (OFP), quienes en una intersección entre su clase y su género defienden los Derechos Humanos y el territorio. Analiza el rol de las mujeres como protagonistas de políticas y como constructoras de memoria. Este análisis se centra en las acciones emprendidas por las mujeres después de la masacre del 16 de mayo de 1998 en la ciudad de Barrancabermeja para defender a sus comunidades, teniendo en cuenta que fue el momento en el que se materializó la presencia de grupos paramilitares en esta ciudad, centro petrolero de Colombia y puerto fluvial en el río Magdalena. También recupera el aporte a la memoria de este hecho victimizante por parte de las mujeres a partir de construcciones simbólicas y un lugar de memoria.
El Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) afirma que de las masacres ocurridas en el país entre 1980 y 2012, el 58,9% fueron cometidas por paramilitares, el 17,3% por guerrillas, el 7,9% por la fuerza pública, el 14,8% por actores armados no identificados, el 0,6% por paramilitares y la fuerza pública en acciones conjuntas y el 0,4% por otros grupos. El mayor número de casos se dio entre 1996 y el 2002. Durante estos años ocurrieron 1089 masacres con 6569 víctimas5.
El incremento de las masacres en este periodo de tiempo como modalidad de violencia empleada principalmente por paramilitares se relacionó con la lucha por el control de los territorios que dominaban las guerrillas. También fue un desafío dirigido al Estado debido al proceso de paz que adelantaba el Gobierno del presidente Andrés Pastrana con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) entre 1998-2002. A partir del año 2003 disminuyeron el número de masacres. Esto coincidió con el inicio y desarrollo de las negociaciones del Gobierno de Álvaro Uribe Vélez con los grupos paramilitares6.
Este hecho victimizante fue central en las estrategias de control de las poblaciones dado que generó terror, destierro y destrucción de las comunidades. Las masacres se caracterizan por dejar en evidencia la crueldad para desafiar a los grupos armados enemigos y también a las comunidades. Adicionalmente, las masacres teatralizan la violencia al enviar un mensaje aleccionador a la población por medio de la exposición de los cuerpos de las víctimas y las huellas de la sevicia en los cadáveres. Es una forma de advertir a los enemigos acerca del tipo de guerra que están dispuestos a librar para obtener el control total de los territorios. Según los hallazgos del CNMH, esta modalidad de violencia era utilizada en dos momentos específicos: 1) cuando el actor armado incursionaba en los territorios y 2) cuando el grupo armado había consolidado su posición en una parte del territorio7.
A partir de estos hechos de violencia, se demarca una nueva etapa en la memoria y la cotidianidad de la sociedad barrameja y en la historia de resistencia de las mujeres de la ciudad. Es necesario centrar el análisis en las acciones emprendidas por la OFP, pues casi siempre cuando se habla en perspectiva de género de eventos como una masacre se piensa en el dolor causado a las madres, esposas e hijas y pocas veces se habla de las protagonistas políticas y las estrategias emprendidas para abordar el desastre de la guerra desde la acción feminista popular.
La importancia y complejidad que ha tenido el conflicto armado para la sociedad colombiana ha obligado la realización de investigaciones que buscan dilucidar el fenómeno con sus diferentes aristas. En ese sentido, se ha producido una amplia bibliografía enfocada específicamente al papel de las mujeres en la guerra. Esto ha permitido dar cuenta de la complejidad del fenómeno en lo largo y ancho del territorio nacional, pues la violencia armada y la resistencia no violenta de las comunidades tuvo características particulares que respondieron a las formas culturales propias de asumir los hechos y responder a ellos.
El CNMH ha elaborado diversos informes al respecto8. En ellos analiza el aporte de la inclusión de la categoría género a la construcción de memoria y a la comprensión del conflicto armado. También estudia las memorias de víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado, la influencia de las representaciones de género en los actos violentos durante las incursiones paramilitares en distintas zonas del país, las particulares formas de afectación a identidades sexuales y de género diversas y el papel de las mujeres como actoras políticas.
Llama particularmente la atención el estudio que realizó sobre las afectaciones de la masacre de Bahía Potete en las mujeres wayuu. En él centra el análisis en la agresión orientada a las mujeres dada su posición dentro de la comunidad como voceras o medidadoras. Estos avances son importantes en la medida que establecen una base para nuevos estudios como el que este artículo presenta. Pero hacen falta investigaciones que, teniendo en cuenta la violencia que viven las mujeres en razón de su género, se preocupen por ir más allá de las victimizaciones y recuperen con rigurosidad académica las vidas de las actoras políticas activas, enmarcadas en la resistencia, la defensa de los territorios y de los derechos humanos.
Algunas académicas han estudiado desde una mirada histórica las distintas etapas por las que ha atravesado la OFP desde su creación9. También han estudiado los lugares de memoria creados por esta Organización y las construcciones simbólicas que dan sentido a la memoria de las mujeres10. Así mismo, otras investigaciones se han preocupado por comprender la acción no violenta de la OFP en periodos de tiempo concretos11. Otras se han centrado en visibilizar el accionar político y cultural de la Organización12. Igualmente, hay investigaciones que se dedican a estudiar la participación política de las mujeres de la OFP víctimas del conflicto armado desde una mirada de política pública13. Sin embargo, hasta el momento no existen publicaciones sobre las acciones de resistencia implementadas por las mujeres ante la arremetida paramilitar en el Magdalena Medio tras la masacre del 16 de mayo de 1998.
La OFP ha elaborado monumentos conmemorativos para rememorar a las víctimas, ha construido símbolos de resistencia a partir de la masacre y ha dado un lugar importante a la rememoración del hecho en el museo Casa de la Memoria y los Derechos Humanos de las Mujeres (CMDHM). En esa medida, ha tejido un conjunto de significados para gestionar el trauma social. Hace falta responder a la pregunta de ¿cuál fue el rol del MMGP en la construcción de memoria y resistencia frente a la masacre del 16 de mayo de 1998? Teniendo en cuenta que este hecho victimizante marcó el inicio de una escalada de violencia por la incursión paramilitar y transformó la cotidianidad de las comunidades, es necesario responder a la pregunta, no desde la victimización de las mujeres, sino desde su contribución como actoras políticas influyentes en la región del Magdalena Medio. Para desarrollar este cuestionamiento, este artículo tomó como fuente primaria entrevistas semiestructuradas realizadas a lideresas de la Organización, observación participante en el museo CMDHM y revisión documental de fuentes secundarias. La sistematización y análisis de la información se realizaron mediante el software de investigación cualitativa MAXQDA.
Este artículo se desarrolla como parte de la tesis de maestría en Ciencias Sociales llevada a cabo por la autora en FLACSO-México, la cual se titula "Los sentidos de la memoria: Museo Casa de la Memoria y los Derechos Humanos de las Mujeres" y es producto también del proyecto de investigación "Resistencia: las producciones culturales audiovisuales y literarias como alternativa de memoria del conflicto armado colombiano 1987-2016" financiado por Minciencias y el Centro Nacional de Memoria Histórica.
El artículo se divide en cuatro apartados: primero, contextualiza históricamente a la ciudad de Barrancabermeja en relación con las luchas sindicales y obreras; el segundo apartado hace una aproximación al fenómeno del paramilitarismo y su auge en el Magdalena Medio, el tercero aborda desde una perspectiva acontecimental la masacre del 16 de mayo de 1998 y el cuarto centra la atención en el rol de la OFP como movimiento social que desarrolla las principales acciones colectivas llevadas a cabo para recordar, desde una perspectiva de género y desde un feminismo popular, sobre la base de referenciar la violencia paramilitar que en la década de los años noventa y posteriores cambió la forma de vivir y de relacionarse en el territorio.
Uno de los propósitos de este artículo es visibilizar los lugares de memoria construidos por la OFP como una plataforma territorial de la acción colectiva para narrar los hechos del conflicto desde una perspectiva de género acorde con las nuevas formas de abordar el conflicto, las cuales van más allá de las cifras y los hechos de muerte, para introducirse en un perfil más íntimo de los sentimientos de todos los afectados.
1. Breve contextualización histórica de Barrancabermeja
A inicios del siglo XX el crecimiento y expansión del corregimiento Barrancabermeja, adscrito al municipio de San Vicente de Chucurí fue resultado de la confluencia de trabajadores de la Tropical Oil Company14 para iniciar la explotación petrolera15. El 26 de abril de 1922 se inauguró la existencia legal de Barrancabermeja por iniciativa del gobierno nacional, la Asamblea del departamento de Santander y la propia Tropical Oil Company, la cual había iniciado la explotación petrolera el 18 de febrero de 1922. Paralelamente, las condiciones precarias de trabajo, así como las escasas garantías propiciaron casi al mismo tiempo la creación de la sociedad Unión Obrera, que años después se constituiría como la Unión Sindical Obrera de la Industria del Petróleo (USO)16, que buscaba mejorar la calidad de vida de los trabajadores con la disminución de las jornadas laborales extenuantes, una mejor alimentación, la construcción de hospitales y servicios médicos, entre otros. A partir de este momento la ciudad de Barrancabermeja fue protagonista de distintas luchas sindicales que eran ejemplo para otras organizaciones del resto del país. Esto propició la concepción del puerto petrolero como un fortín de las ideas liberales, socialistas e incluso revolucionarias.
En el año 1964 nació el Ejército de Liberación Nacional (ELN) en la zona del Magdalena Medio santandereano, siendo uno de los grupos guerrilleros más antiguos de América Latina. Esta guerrilla surgió con el apoyo de algunos cuadros formados en Cuba en 1962, bajo el liderazgo de excombatientes de las guerrillas liberales de San Vicente de Chucurí, de la Asociación Universitaria de Estudiantes de Santander (AUDESA)17 y militantes del movimiento obrero de Barrancabermeja18. El discurso antiimperialista y revolucionario del ELN concordaba con el discurso del movimiento obrero que rechazaba la forma represiva de la respuesta estatal ante sus protestas. Debido a esta simpatía ideológica, algunos pobladores de Barrancabermeja aceptaron la presencia del grupo armado en paros laborales y cívicos durante la década de 196019. En la década de 1970 y 1980 la frecuencia de paros cívicos que solicitaban la mejora en las condiciones de vida, especialmente de los habitantes de los barrios nororientales motivó a que se crearan otras organizaciones cívicas y defensoras de Derechos Humanos como son la Coordinadora Popular, Corporación Regional de Derechos Humanos (CREDHOS) y la OFP, entre otras.
Estas organizaciones también surgieron como respuesta a diversos problemas de convivencia conflictiva en la ciudad: la violencia intrafamiliar, las extorsiones, hurtos y "vacunas" que empezaron a aplicar las guerrillas contra la población civil para conseguir recursos económicos, los enfrentamientos entre la Fuerza Pública y la guerrilla y la incursión de la Red de Inteligencia 07 de la Armada20, la cual actuaba de manera irregular para ejecutar asesinatos selectivos. La confluencia de graves problemas de orden público dejaba a la población vulnerable frente a la seguridad y deterioraba su calidad de vida. Por esta razón, las organizaciones cívicas y defensoras de Derechos Humanos tuvieron que luchar por la defensa de la vida. En este ejercicio el papel de las mujeres de la OFP fue trascendental a través de la resistencia. Esta Organización que surgió en 1972 ha emprendido diversas estrategias para afrontar y sobrevivir a las violencias, tanto en el ámbito familiar como público, siendo víctimas de diferentes hechos como el desplazamiento forzado, la violencia sexual, las desapariciones forzadas, la persecución política, entre otros hechos victimizantes. En ese sentido, desde 1995 la OFP lideró la creación del MMGP, el cual trabaja por el bienestar de las mujeres de Barrancabermeja y ha sido protagonista de movilizaciones por la exigencia de derechos, protección y resguardo de la vida, entre otras acciones.
2. El fenómeno del paramilitarismo y su expansión en el Magdalena Medio
El paramilitarismo en Colombia ha sido uno de los principales causantes de hechos victimizantes enmarcados en el conflicto armado interno. Según los datos del CNMH, el paramilitarismo fue responsable desde el año de 1975 de 21044 víctimas, lo que equivale al 47,09% de las muertes ocurridas en el conflicto armado21. El fenómeno del paramilitarismo nace casi a la par que las primeras guerrillas y puede fecharse el aval institucional con legislaciones como la Ley 48 de 1968 que posibilita a la Fuerza Pública a entrenar, dotar de armas y adoctrinar a habitantes en zonas de conflicto para involucrarlos en la confrontación contrainsurgente22. Sin embargo, el fenómeno del paramilitarismo se incrementó en la década de 1980 con el apoyo de los carteles del narcotráfico y de grupos económicos y políticos que dieron su ayuda a todas las formas de lucha23 con el fin de vencer a las guerrillas.
En el año de 1987 la Comisión de Estudios sobre la Violencia dio el primer análisis sobre el paramilitarismo. De la mano de violentólogos como Peñaranda y Jaramillo fue posible diagnosticar su influencia en aspectos como la cultura de la violencia y el impacto en la democracia. Para Jaramillo el paramilitarismo estaba inscrito en una topología del vigilantismo y estableció un vínculo orgánico entre las fuerzas del Estado como el Ejército y la Policía con el accionar de las denominadas autodefensas en las regiones colombianas24. El accionar del paramilitarismo suplantó la actuación de las fuerzas del Estado con respecto a la seguridad y la represión, aduciendo que estaban brindando protección a la ciudadanía y que ejercían dicha protección usando una violencia aleccionadora contra aquellos que consideraban revolucionarios y sediciosos.
Sin embargo, el paramilitarismo no buscaba la resolución del conflicto. Por el contrario, buscaban elevar la naturaleza de este en tanto había logrado un control territorial, económico y político, y solo concebían la derrota de las guerrillas por la vía militar. Es importante hacer énfasis en la definición de Romero25, quien aduce que los paramilitares en el Magdalena Medio funcionaron como empresarios de la coerción. Retomando la noción de Volkov26, un empresario de la coerción es un individuo especializado en administración y uso de la violencia organizada que ofrece como mercancía su poder y fuerza militar a cambio de dinero u otro tipo de valores o servicios.
Los grupos paramilitares tenían dentro de sus objetivos una expansión y dominio territorial, pero tuvieron mayor influencia en zonas donde no se percibía la acción del gobierno o en lugares donde se libraron unas verdaderas guerras por el dominio del territorio y el acceso a sus recursos naturales, comerciales o energéticos. El Magdalena Medio fue uno de estos lugares en el que se libró una lucha sin cuartel por el control del territorio. Esta zona está compuesta por 30 000 kilómetros en los cuales la mayoría de los municipios son rurales, además ha sido lugar de un sinnúmero de hechos victimizantes con tragedias como las masacres y el desplazamiento forzado. El paramilitarismo en el Magdalena Medio es distinto al de otras zonas del país por ser un paramilitarismo territorializado con una vocación profundamente localista27.
Según los estudios del CNMH, el paramilitarismo en esta región tiene su consolidación con la masacre de La Rochela en el año de 1989 y su centro de operaciones fue Puerto Boyacá. El paramilitarismo en la región era dirigido por los hermanos Pérez y la cúpula de la Asociación Campesina de Ganaderos y Agricultores del Magdalena Medio (ACDEGAM), los narcotraficantes que tenían cultivos en Puerto Parra y políticos locales como Óscar Echandía quienes con contratos públicos beneficiaban a grupos paramilitares28. Desde la óptica gubernamental, los paramilitares del Magdalena Medio fue el grupo que junto con las guerrillas preocupaban al gobierno, pues su fuerza y dominio territorial dejaban muy vulnerable la propia institucionalidad. Por esta razón, una vez cometida la masacre de La Rochela el gobierno de Virgilio Barco derogó la Ley 48 de 1968 que avalaba la creación de autodefensas29.
Sin embargo, esta decisión no significó el fin del paramilitarismo ni de la relación del Estado, pues a partir de este momento y buscando su autofinanciación empezó la expansión de uno de los bloques paramilitares de mayor poder en el país. El Bloque Central Bolívar (BCB) surgió como una alianza entre narcotraficantes y grupos paramilitares preexistentes en el Magdalena Medio contra la expansión de los paramilitares liderados por el clan de los hermanos Castaño Gil. El BCB no era una falange de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), incluso unos y otros estuvieron enfrentados por territorios, por el control de las rutas y de los cultivos de coca. El BCB fue creado por Diego Fernando Murillo, alias "Don Berna" y Carlos Mario Jiménez Naranjo, alias "Macaco" y su plan era claro y contundente: combatir la guerrilla y tener una autonomía completa del narcotráfico en la región.
Tanto "Don Berna" como "Macaco" habían sido parte en la década de los ochenta de carteles del narcotráfico de Medellín y Cali. Las primeras apariciones del BCB se dan en el sur de Bolívar y combaten contra cuadrillas del ELN. Sin embargo, autores como Arias y Prieto proponen la hipótesis de que la creación del BCB depende directamente del aumento de los cultivos de coca en la región30, lo cual lleva a considerar que su aparición fue un mecanismo de vigilancia y control de estos cultivos.
Para asumir la dominación de la región, primero necesitaban tener el control sobre Barrancabermeja, la ciudad más importante del Magdalena Medio. De manera que el control de una ciudad con una infraestructura superior a las de los municipios cercanos y con una economía basada en los hidrocarburos, además de ser un golpe estratégico, era también un golpe simbólico para demostrar su poder. Pero tomarse Barranca-bermeja no era fácil, desde tiempo atrás era una ciudad reconocida por ser bastión de milicias urbanas de las FARC y el ELN, además de que la presencia de Ecopetrol inducía a que desde el Estado siempre se estuviera pendiente de su institucionalidad. El control paulatino de Barran-cabermeja por parte de los paramilitares se dio de manera continua por más de diez años, desde la masacre de La Rochela en 1989. Para el año de 1999 el BCB tenía el pie de fuerza y las conexiones suficientes para tomarse el puerto petrolero y ejercer control mientras se beneficiaban de la extracción ilegal de gasolina31.
3. La masacre del 16 de mayo de 1998
El 16 de mayo de 1998 entre las 9:30 y las 10:30 de la mañana el intenso sol hacía serpentear las calles y las personas se disponían a vivir un día más en medio del conflicto, pero con las obligaciones de la cotidianidad a cuestas. Catorce paramilitares urbanos y seis que venían del municipio de Lebrija a cargo de Joaquín Morales, alias "Danilo", entraron a la ciudad en dos camionetas. Pasaron por las Comunas 6 y 7 compuestas por barrios representativos como El Campestre, Nueve de Abril, El Campín y Villarelys, los cuales se pueden observar en el Mapa No. 1. Primero fueron a un estadero conocido como La Tora, allí obligaron a subir a Juan de Jesús Valdivieso, luego fueron a Quinto Patio y preguntaron por otras personas que ya tenían en lista. Luego entraron por Libardo Londoño, un hombre de 75 años que estaba en su casa viendo televisión.
Posteriormente, pasaron por la cancha de fútbol que divide los Barrios María Eugenia, Campín y Divino Niño. En el lugar había un bazar que buscaba recoger dineros para comprar instrumentos musicales. Algunos de los hombres llevaban capuchas y eran estos quienes se encargaban de señalar a los que los paramilitares se debían llevar. "El Panadero", uno de los líderes de la incursión, se paró en medio de la cancha y empezó a gritar que todos los de ese barrio eran guerrilleros y les había llegado la guerra. El y los demás con armas en mano obligaron a las personas a ponerse pecho en tierra y uno a uno identificaban a los asistentes para saber quiénes se iban a subir a la camioneta para sacarlos hacia las montañas.
El miedo se podía cortar con un cuchillo, como el que usó alias "Baby" para cortar el cuello de Pedro Julio Rendón porque se negó a subirse en la camioneta. En frente de todos en una mezcla de arenisca y sangre los asistentes al bazar fueron conscientes del inminente final que dependía de hombres con el rostro cubierto. Una vez fue asesinado el primero no tuvieron ninguna excusa para asesinar el segundo. José Javier, menor de edad y perteneciente al grupo de tamboras fue la segunda víctima. Del bazar fueron detenidas y subidas a la camioneta diez personas: Juan Carlos, Alejandra y Diego Ochoa, a quienes los conocían como los mellizos, Orlando Martínez, Fernando Ardila, José Cañas, Giovanny Herrera, Oscar Barrera, Diomidio Hernández y José Osorio32.
Una cuadra más adelante, pasan por Jaime Peña, un joven de 16 años que estaba hablando con sus amigos en la esquina. Posteriormente, van al Barrio 9 de abril y entran a la cancha de tejo La Campiña; allí, lista en mano, buscan a Wilfredo Pérez, Eider González, Reynel Campos, Melquusedec Salamanca, Carlos Alaixt, Oswaldo Enrique y Robert Wells, no sin antes asesinar a Germán Quintero. En el camino encuentran a Luis Suárez quien es subido por la fuerza a la camioneta mientras que su acompañante Eliécer Quintero se resiste y es asesinado a dos metros de una base militar del Batallón Nueva Granada. Luego entraron a un billar y se llevaron a Daniel Campos, Luis Arguello y Carlos Escobar. Después pasaron por Ricky García y Wilson Pacheco que estaban sentados frente al Colegio Fe y Alegría. Los secuestrados estuvieron retenidos juntos cuatro días; al día siguiente once de ellos fueron enviados a la vereda Mata de Plátano en Sabana de Torres donde fueron asesinados. Posteriormente, apareció en el lugar alias "Camilo Montes" y dio la orden de asesinar a los restantes33. Los últimos en ser asesinados fueron los mellizos tras veintidós días de secuestro, temor y torturas.
Para las familias de las víctimas los hechos fueron confusos. En un primer momento pensaron que era un operativo del ejército y sus populares "batidas" para ubicar antecedentes y situación militar de la población. Luego familiares y amigos de las víctimas reconocen que hubo negligencia o incluso complicidad de la Fuerza Pública. Las razones para inferirlo es que siempre había un retén del ejército con tanquetas a la entrada de la ciudad de Barrancabermeja. Empero, el día de la masacre, a las 7:30 de la mañana, la tanqueta ya no se encontraba en el sitio de siempre. Por si fuera poco, minutos antes de que pasaran los hechos fueron vistos hombres del ejército recorriendo la zona por donde precisamente luego pasarían los paramilitares. Por último, ante la desesperación de los familiares de las víctimas, algunos de ellos se desplazaron hasta el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) y la Policía para denunciar los hechos, pero fueron ignorados. Finalmente, es extraño que no hubo combate directo por parte de las milicias urbanas de las FARC y el ELN que hacían presencia en el sector.
No está de más señalar que la masacre fue perpetrada en un sitio público con la intención de generar terror en dos comunas mientras que en el resto de la ciudad fue un sábado normal de mayo34. Este hecho victimizante quedó en la memoria de la sociedad barrameja como una expresión del terror y la ausencia del Estado cuando los intereses de grupos de poder, narcotraficantes y los mismos actores del conflicto tienen intereses en común como es el dominio de un territorio, el aprovechamiento de recursos y la capitalización de la violencia aleccionadora. A partir de este momento la ciudad de Barrancabermeja se convierte en un nodo donde confluye el conflicto urbano y el rural. A tan solo tres horas de Bucaramanga, la masacre de Barrancabermeja significó la ampliación territorial y política de un fenómeno del paramilitarismo como una fuerza extorsiva y asesina que combinaba todas las formas de lucha para obtener poder y reconocimiento.
4. La resistencia de las mujeres
La violencia que cada vez era más extrema por el interés del paramilitarismo de implantar control en la zona, silenció muchas vidas y apagó el trabajo de muchas organizaciones sociales como la Asociación de Familiares Desaparecidos (Asfades); la Corporación Mujer, Familia y Comunidad; la Mesa Regional del Trabajo por la Paz; el Sindicato de Desempleados (Sindes); el gremio de los taxistas Unimotor; el Sindicato de Empleados del Seguro Social; la Organización de Médicos sin Fronteras35, entre otras. La OFP fue una de las que se vio frecuentemente amenazada por su trabajo social con mujeres pero que logró sobrevivir a esta oleada de violencia.
El trabajo de esta Organización consiste en una intersección entre la conciencia de género y de clase, enfocando sus esfuerzos en transformar su realidad a través de acciones políticas, jurídicas, organizativas y económicas. Ha trabajado históricamente en alianza con otras organizaciones como la USO y la Coordinadora Popular, pero marcando en cada diálogo su perspectiva de género, pues la visión de las mujeres sobre la guerra, el conflicto, la injusticia y la desigualdad social suele ser dejada de lado.
Debido a esta labor, en la década de 1990 empezaron a ser víctimas de asesinatos selectivos, amenazas y persecuciones. Esto motivó a que la OFP liderara la creación del MMGP en 1995, afianzando su perfil como defensoras de los Derechos Humanos. Aunque la presión de los paramilitares hacia líderes y lideresas sociales hizo que muchas personas se alejaran de la Organización o se desplazaran a otras ciudades, otras mujeres no mermaron su actividad, por el contrario, incrementaron la denuncia de las acciones de estos grupos y exigieron una respuesta por parte de las autoridades estatales.
El movimiento social de mujeres se construyó como respuesta al conflicto armado para trabajar en conjunto afrontando el campo estructural y cultural de perpetuación de desigualdades. Como afirman Archila y Pardo36, estas acciones sociales colectivas son "más o menos permanentes, orientadas a enfrentar injusticias, desigualdades, exclusiones, y que tienden a ser propositivas en contextos históricos específicos".
Por ello, resignificaron las violencias que causaron trauma social utilizando símbolos que expresaban sus historias y el campo propositivo desde el cual se posicionaron. El terreno del conflicto en el que se movilizaron las mujeres no se reduce a lo socioeconómico, sino que se construye como una intersección entre su clase y su género. Sus acciones colectivas fueron motivo suficiente para que los paramilitares cometieran más de 148 hechos victimizantes contra la OFP al reconocerla como un obstáculo para el control que querían efectuar en la ciudad.
Desde entonces la Organización, como base del MMGP, pasó por tres momentos: el primero llamado Resistencia se dio entre 1998 y 2007, periodo durante el cual emprendieron diversas acciones colectivas para rechazar la violencia de los actores armados. El segundo se llamó Transición entre 2007 y 2012 durante el cual se replegaron para sobrevivir, evitando la asistencia a actividades de organización social.
El último momento se dio desde 2012 hasta la actualidad, al cual llaman Reconstrucción y Memoria. En este último momento se han dedicado a reconstruir los hechos relacionados con el conflicto armado desde la perspectiva de las mujeres. Para materializar este proceso de narración de la memoria, la OFP construyó sus propios lugares de memoria desde los cuales contar lo vivido, lo perdido y lo construido.
Entre 2007 y 2017 construyeron algunos monumentos en diferentes zonas de Barrancabermeja El primero de estos lugares se construyó en 2007 en el Parque a la Vida donde se ubicaron esculturas metálicas de figuras de mujer y una vasija que tiene la consigna "Que sea la vida, Parque a la Vida". En 2016 en el marco de las iniciativas de reparación colectiva la OFP construyó el segundo memorial "La luz" en el Barrio La Esperanza, ubicado en el sector nororiental de la ciudad, lugar donde fue asesinado Diofanol Sierra Vargas el 8 de abril de 2002 por los paramilitares y quien era uno de los integrantes y líder de la Organización. El último monumento está ubicado en el Barrio El Campín, al suroriente del municipio; es una bata negra para conmemorar a las víctimas de violencia sexual y a las víctimas de la masacre del 16 de mayo de 1998.
Adicionalmente, tomando la oportunidad de haber sido reconocidas por el Estado colombiano en el año 2013 como sujetas de reparación colectiva37, la OFP realizó su propio diagnóstico de daños y construyó una serie de estrategias necesarias para la reparación "como apuesta significativa por reconocer los aportes de las mujeres en la construcción de la paz, la afectación diferencial del conflicto armado en sus vidas y la capacidad de reconstruir el tejido social"38. En el marco del proceso de reparación colectiva, la Organización se embarcó en la apertura del museo CMDHM, en el cual plasman desde una perspectiva de género los hechos victimizantes asociados al conflicto armado, así como las acciones emprendidas por ellas para enfrentar la violencia con diferentes estrategias como la acción colectiva, las campañas y los actos simbólicos.
Dentro de este museo se recuerda la incursión paramilitar en el Magdalena Medio como un momento de implantación del miedo, pero también de la resistencia civil. Las guías39 que acompañan el recorrido por este lugar de memoria relatan aquella época:
"Estos fueron tiempos muy difíciles. Los paramilitares por medio del Bloque Central Bolívar realizaron una ofensiva sin precedentes en el Magdalena Medio, donde pusieron en jaque a toda la Organización. Fueron tiempos de miedo. El solo hecho de ser parte de la OFP ya era una razón para sentirse amenazada. Fuimos consideradas objetivo militar, nos tenían miedo. Instauraron toques de queda, desconectaron los teléfonos de las casas, resquebrajaron el tejido social"40.
Adicional a esta narración, las investigaciones sobre este fenómeno documentan que los paramilitares instauraron el control mediante la implementación de manuales de convivencia, en los cuales indicaban el comportamiento esperado de mujeres y jóvenes, incluyendo cómo vestir o a qué hora salir. Este control se ejercía para poder aplicar castigos crueles y degradantes a quien no cumpliera con este manual.
Según narran Yolanda Becerra y Silvia Yáñez41, en las declaraciones de Julián Bolívar42 ante la Unidad de Justicia y Paz en el año 2007, el motivo de la toma de Barrancabermeja era la presencia de cinco organizaciones que, según él, actuaban como representantes del marxismo armado en la región, entre ellas la OFP por representar una amenaza a los intereses económicos, patronalistas, latifundistas y extractivistas.
Una de las guardianas del museo CMDHM relata a su audiencia cómo rememora la OFP la llegada de paramilitares a Barrancabermeja:
"Ustedes la conocen, o han oído hablar del año 1998 cuando los paramilitares se toman la comuna 7 y hacen una masacre en la que asesinan 7 personas y desaparecen otras 25. Ese hecho marcó el inicio de la toma paramilitar en Barrancabermeja, entonces entre 1998 y 2006 se presentaron los hechos de violencia más fuertes en la región. En ese contexto las mujeres asumieron una postura de defensa de la vida. Digamos que entre la década del 60 y el 70 la agenda del movimiento social estaba ligada a la defensa de los derechos civiles. El derecho a la vivienda, los servicios públicos, los procesos de recuperación de tierras, etc. Pero en este contexto de violencia del conflicto armado pues la agenda se vuelca más a la defensa de los derechos humanos, a la defensa de lo más básico y lo más fundamental que es la vida. En ese escenario las mujeres empiezan a desarrollar distintas movilizaciones, campañas y plataformas de interlocución"43.
Es bien sabido según la memoria social e investigaciones realizadas hasta el momento, que la Fuerza Pública estuvo implicada en hechos de violencia como la masacre del 16 de mayo de 1998 y que toleraron todo tipo de violencia paramilitar contra la población de Barrancabermeja. Sin embargo, como lo expresa la guardiana, esta etapa fue tan importante para la comunidad barrameja porque cambió la agenda política del movimiento social de mujeres.
En ese sentido, las mujeres asumieron la defensa de la vida como su principal bandera. El movimiento de mujeres de la OFP pasó por encima de las imposiciones paramilitares siguiendo sus principios de civilidad y autonomía para defender la vida como derecho fundamental y exigir respuestas al gobierno sobre lo que sucedía por aquella época en la ciudad:
"Nosotras fuimos las que pusimos la voz, el cuerpo, la denuncia, las que buscamos los muertos, las que buscamos los desaparecidos, las que pusimos las denuncias, las que salíamos a las calles, las que hacíamos movilizaciones de diez mil personas en la calle en Barranca"44.
La narración de esta mujer da cuenta de la forma como el movimiento de mujeres configuró sus acciones colectivas en ese contexto específico de escalamiento de la violencia. Con el cuerpo, arriesgando la propia vida y trabajando de manera mancomunada se encargaron de buscar a las personas desaparecidas, rescatar los cadáveres del río, denunciar con actos simbólicos y manifestar el rechazo rotundo a las imposiciones paramilitares.
El porvenir, es decir, esa necesidad de construir futuros distintos llevó a las mujeres a buscar estrategias para resistir y sobrevivir. Como afirma Augé45 el porvenir "es una expresión de solidaridad esencial que une al individuo y la sociedad. Un individuo absolutamente solo es tan inimaginable como insoportable un futuro sin porvenir". En ese sentido, las mujeres se congregaron para responder de manera colectiva frente a las violencias que iban dirigidas contra ellas y sus comunidades, poniendo en riesgo sus futuros individuales y comunitarios. De manera que, en miras a resistir luchando por un porvenir sin violencia, después de la masacre del 16 de mayo de 1998 el MMGP se fortaleció.
Según narra el museo CMDHM, tras los hechos del 16 de mayo de 1998 el movimiento de mujeres salió a marchar acompañado de familiares, amigos y vecinos, quienes vistieron en conjunto una bata negra, la cual se convirtió en un símbolo de su resistencia y de reafirmación de sus lemas: "Las mujeres no parimos hijos e hijas para la guerra", "Es mejor ser con miedo que dejar de ser por miedo". En ese sentido, la bata negra se convirtió en un símbolo de resistencia impulsado por las mujeres y posicionado en la población barrameja, pues era usado por esposos, hijos y amigos que apoyaban la lucha del movimiento de mujeres y marchaban con ellas. Como afirma una entrevistada: "las mujeres aquí salvaron vidas poniéndose las batas negras, entonces para nosotras es [importante] mostrarlo"46.
Durante el recorrido por el museo CMDHM, se encuentra una colcha realizada con camisetas que utilizó la Organización en estas acciones colectivas. Las guías del lugar narran el contenido de este objeto de memoria:
"Está también el Tribunal Internacional de Opinión, que fue una acción colectiva que se hizo de todas las organizaciones sociales y de derechos humanos para realizar un juicio político como respuesta a la impunidad de la masacre del 16 de mayo de 1998. Se realizó un año después de la masacre como un juicio político y social a los hechos que se habían cometido"47.
Esta acción colectiva que se evidencia en la colcha de la memoria da cuenta del trabajo mancomunado que lideraron las mujeres. El MMGP lideró las marchas y actos simbólicos que se realizaron en el Parque Camilo Torres, más conocido como el Parque del Descabezado después de la masacre del 16 de mayo de 1998. Allí se pararon con sus batas negras junto a los ataúdes vacíos de las personas desaparecidas para exigir respuestas al gobierno y rechazar la violencia paramilitar48. Como explica la guía en el recorrido por el museo CMDHM:
"(...) se posiciona con mayor fuerza a partir de 1998, a partir de la masacre de 1998 las mujeres se ponen sus batas y asisten con ellas, a partir de allí se usa en todas las movilizaciones, en las acciones de búsqueda de desaparecidos, en las acciones de exigencia de justicia, la bata se convirtió en ese símbolo de identidad, pero además de reconocimiento. Cuando llegaban las mujeres con las batas todo el mundo sabía que era la OFP"49.
Asimismo, en la narración cronológica que realiza Manuelita Barrios50 sobre los hechos, relata que el 20 de junio, es decir, más de un mes después de la masacre, cincuenta mujeres, algunas madres y esposas de los desaparecidos, protestaron porque hasta ese momento no se conocía información sobre ellos, y a pesar de haber presionado al gobierno para que esclareciera los hechos, no se tenía hasta el momento ningún informe sobre las investigaciones que venían desarrollando.
Después de la masacre siguió una oleada de homicidios, torturas, desapariciones forzadas, violencia sexual, entre otros hechos victimizantes. La OFP se encargó de designar las Casas de la Mujer que tenían en diferentes sectores de Barrancabermeja (centro, norte, nororiente, suroriente y sur) y en los demás municipios de la región para servir como albergues humanitarios en donde ofrecían capacitaciones, techo, comida y los mínimos de subsistencia a las víctimas del conflicto armado. Adicionalmente, la Organización y su movimiento de mujeres se vincularon a diversas plataformas de mujeres de carácter mundial y nacional para exigir y hacer presión sobre el esclarecimiento de los hechos ocurridos el 16 de mayo de 1998 y posteriores. Se unieron a las Brigadas Internacionales de Paz, la Red Mundial de Mujeres y Derechos Reproductivos, el Movimiento de Mujeres de Negro de España y la Red en Derechos Humanos y Solidaridad con Colombia51.
"Entre el 1998 y en el 2006 fue una época de mucha violencia, pero también de mucha movilización, de mucha resistencia, fue el momento en el que la Organización [OFP] logró construir la mayoría de estrategias que les permitieron sobrevivir como Organización, pero además permitieron que muchas personas que estaban en escenarios de riesgo pudieran sobrevivir"52.
Levantando las voces de las comunidades y de las personas que habían partido (asesinadas, desplazadas, desaparecidas o exiladas), el movimiento de mujeres respondió a cada hecho violento con una nueva estrategia cultural para interpelar a la ciudadanía y a los actores armados. No solo se trataba de hablar por las mujeres y los efectos de la guerra en sus cuerpos y en sus vidas, sino de llamar a la solidaridad de todas aquellas personas que sintieran que las denuncias de las mujeres abordaban aspectos de sus propios futuros y del porvenir comunitario: "Estos movimientos atraen a la gente a la acción colectiva por medio de la resistencia e introducen innovaciones en torno a sus márgenes. En su base se encuentran las redes sociales y los símbolos culturales a través de los cuales se estructuran las relaciones sociales"53.
En ese sentido, otro de los actos de resistencia que hicieron las mujeres para responder a esa violencia fue la campaña "Pare por la Vida", la cual consistió en traer al presente las voces de las personas ausentes ya sea porque fueron asesinadas, desaparecidas, desplazadas o exiladas, haciendo sonar piedras en el espacio público. Las mujeres se unieron para buscar estos objetos en las calles y en el río, priorizando aquellas de mejor aspecto, peso y solidez, que les permitieran golpearse entre sí generando sonidos que llamaran la atención en la calle.
Simbólicamente fue una forma de recordar a las personas que ya no estaban y pedir a los actores armados el cese de la violencia:
"Esas piedras corresponden a unas jornadas que hacíamos que se llamaban el "Pare por la vida". Como ya no se podía hablar de paro porque los satanizaron y decían que los paros eran de la guerrilla y no sé cuántos cuentos, entonces decidimos hacer pares por la vida y era toma de las calles, toma de las vías, salir a la calle, pero no los llamamos paros, sino que les llamamos "Pare por la vida". Entonces cada persona llevaba dos piedras y en cada momento hacíamos toque de piedras, era pegar una piedra con la otra por las voces ausentes, es decir, tocar las piedras era el canto de los ausentes, y cuando hablábamos del canto de los ausentes era los desaparecidos, los asesinados, los perseguidos, los refugiados, los exilados, o sea, como si esas piedras fueran el lenguaje de los ausentes"54.
Otra campaña importante fue "Ojo con la vida, hagámosle el amor al miedo" la cual consistió en la realización de murales, conversatorios, afiches y otras actividades para hablar de los miedos que producía el conflicto y la búsqueda de estrategias para afrontarlo. Las guardianas del museo CMDHM relatan:
"Las compañeras que estaban en ese momento en la Organización Femenina Popular nos han contado, quienes hemos llegado más recientemente que esta campaña se realizó en un momento en el que el miedo tenía paralizado a Barrancabermeja. Daba miedo salir, daba miedo hablar, daba miedo a organizarse, y frente a ese miedo paralizante, la palabra encontró la forma de resignificarse para ser una forma de organización, para ser una forma de resistencia y darle la fuerza a las mujeres y a las comunidades para organizarse y salir a las movilizaciones y continuar denunciando"55.
"Ojo con la vida, hagámosle el amor al miedo" fue una campaña que realizó la OFP cuando llegaron los paramilitares a Barrancabermeja. Solo de recordarlo se me pone la piel de gallina. Todo Barrancabermeja se paralizó de miedo. Todo mundo se escondía. Uno dormía debajo de la cama, es decir, el miedo rondaba por todos lados. Después de eso, la Organización creó esta campaña y se fue por los barrios a animar a la gente. De esta campaña surge esta gran consigna: "es mejor ser con miedo que dejar de ser por miedo", la cual invita a la gente a que salga de sus casas, a que empiecen a compartir"56.
Fue una manera de coexistir con la violencia y el miedo que generó en la población. Las mujeres entendieron que tenían que buscar estrategias para seguir viviendo a pesar de los daños ocasionados por el conflicto. No se trataba de ser indiferentes a la realidad, sino de sostenerse comunitariamente para volver a convivir. Estas campañas desafiaron a los paramilitares desde la resistencia no violenta, quienes pretendían imponer un orden social que les permitiera controlar el territorio. Lo que vino después de esta resistencia de las mujeres fue una serie de amenazas, desplazamientos, asesinatos, masacres e intentos de expropiación de varias de las Casas de la Mujer. Hubo una masacre más en agosto de 1998, dos en 1999 en las que los muertos fueron los familiares de las víctimas de la masacre del 16 de mayo de 1998, y el asesinato de entre 250 y 400 personas en el año 200057. A finales de 2001 los paramilitares ya habían ocupado la mayor parte de la ciudad, consolidando el control social generalizado.
Sin embargo, la OFP siguió construyendo estrategias para sobrevivir y resistir a la violencia. Producto de ello la Organización cuenta en la actualidad con una amplia colección de símbolos que resignificaron el trauma social para protegerse y enviar mensajes de vida y paz a los actores armados. Estos símbolos se han convertido en la memoria de su resistencia. En el caso de la masacre de 1998 la bata negra marcó un hito, no solo porque las mujeres la usaron para exigir justicia y verdad sino porque persuadieron a la población barrameja a unirse a sus acciones portando este mismo símbolo. Años más tarde, con nuevos hechos de violencia, otros símbolos fueron haciendo memoria, como es el caso de las llaves, los pitos, las flores, las trenzas, las piedras, las ollas, entre otros. También recurrieron a frases como "Las mujeres no parimos hijos e hijas para la guerra" y "Es mejor ser con miedo que dejar de ser por miedo", estribillos sentidos que tienen el sello de este movimiento de mujeres que envía en cada acción colectiva un mensaje como madres y protagonistas políticas que persiguen la paz y la justicia social.
Para dar un lugar a la memoria de sus acciones colectivas de resistencia no violenta, la OFP ha construido monumentos y un museo de la memoria de las mujeres. A partir de allí construyeron la Ruta de la Memoria que busca sensibilizar y dar a conocer a cualquier persona que visite Barrancabermeja, la historia de la violencia en la ciudad y el papel que han cumplido las mujeres populares en la defensa de los derechos que les han sido violentados por su género y su clase. Este recorrido 225 empieza en el museo y termina en el río Magdalena, pues este último es un lugar simbólico que alberga historias de asesinatos, desapariciones y represión. Una entrevistada habla de la importancia que tiene para ella contar con lugares como estos: Creo que es muy importante que si vamos a recordar tengamos por lo menos presente dónde y cuándo fue. Que muchas personas "no sí, la masacre que fue por allá, pero no me acuerdo". Bueno, fue en mayo del 98, fue allá en el barrio El Campin58.
Para esta investigación fue fundamental acceder a dichos lugares de memoria, pues dan cuenta de la forma como ellas narran su propia versión sobre la violencia paramilitar y concretamente sobre sus acciones colectivas frente a la masacre del 16 de mayo de 1998. Estos lugares dan cuenta no solo de la dimensión de víctima que atraviesa la vida de las lideresas, sino también y, sobre todo, la dimensión de actoras políticas, que, subvirtiendo la vulnerabilidad, afrontaron la violencia con la fuerza del lenguaje simbólico.
El movimiento de mujeres de Barrancabermeja, al construir en sus acciones colectivas, nuevos espacios públicos de expresión, estableció escenarios discursivos para hablar de sus intereses, necesidades, preocupaciones y posicionamiento político59. Recordando a Melucci60, la acción colectiva es resultado de intenciones, recursos y límites, con una orientación construida por medio de relaciones sociales dentro de un sistema de oportunidades y restricciones. Las mujeres, actuando conjuntamente, definieron mediante símbolos una posición política de clase y de género en el campo de las posibilidades que tuvieron. Resistieron a la violencia recurriendo a la fuerza simbólica de los objetos con los cuales sobrevivieron a la cotidianidad del conflicto armado y tejieron redes de apoyo entre ellas, con otras organizaciones y con sus comunidades para, a pesar del entorno hostil, resistir y mantener su actitud de denuncia y exigibilidad de derechos hasta la actualidad.
Respondiendo a la pregunta sobre el rol del MMGP en la construcción de memoria y resistencia frente a la masacre del 16 de mayo de 1998, con los hallazgos de este artículo se puede afirmar que los principales aportes que ha hecho el movimiento de mujeres en la resistencia son, por un lado, abrir el camino para que otras mujeres de nuevas generaciones repliquen el legado de las luchas feministas populares. Adicionalmente, las acciones de resistencia de las mujeres no solo salvaron la vida de organizaciones como la OFP sino también de población barrameja en general.
Por otra parte, el uso de objetos como las batas negras, las piedras y las distintas consignas como "es mejor ser con miedo que dejar de ser por miedo" o "las mujeres no parimos ni forjamos hijos e hijas para la guerra" usadas por el movimiento establecieron una forma simbólica de comunicar las denuncias de la comunidad frente a la violencia. Cuando estaba prohibido mantener reuniones sociales o realizar actividades comunitarias, o cuando las personas no podían expresar abiertamente sus posiciones políticas, el lenguaje simbólico construido por las mujeres fue la herramienta que permitió la sobrevivencia de liderazgos políticos y de organizaciones como la OFP. Finalmente, dar un lugar de memoria a los objetos, consignas y experiencias con las cuales resistieron, no solo sienta un precedente para la memoria de Colombia, sino que promueve y facilita la reparación y la no repetición.
Conclusiones
La llegada del paramilitarismo a Barrancabermeja en la década de 1990 propició hechos victimizantes como masacres, asesinatos selectivos y desapariciones forzadas, los cuales atemorizaron a la población. Durante este periodo las organizaciones civiles y los movimientos sociales que venían ejerciendo liderazgo en la reclamación de garantías laborales, cívicas y de derechos humanos, se vieron asediadas por amenazas constantes en la disputa por el control territorial. La OFP como organización y la MMGP como movimiento no fueron inmunes a este periodo de terror en la ciudad. A partir de este momento y enmarcados desde la conceptualización de los nuevos movimientos sociales, la Organización en su mayoría de mujeres víctimas del conflicto armado construye una plataforma de acción colectiva, discursiva, con énfasis en la no-violencia y de una reparación simbólica por medio del uso de la memoria. La masacre del 16 de mayo de 1998 fue un factor que produjo en las mujeres de la OFP una razón mucho más fuerte para actuar y agenciar un rechazo a los actores armados desde la no-violencia, la autonomía y la civilidad.
Aunque la OFP y la MMGP disminuyeron en el número de afiliadas debido a que algunas fueron asesinadas, desplazadas forzosamente, exiliadas o alejadas por el miedo y la incertidumbre, aquellas que sobrevivieron continuaron replicando su mensaje. Aunque la violencia no ha cesado en Barrancabermeja y los paramilitares ahora se denominan bandas criminales, actualmente, la OFP hace ejercicios de memoria en lugares diseñados para ello. El museo CMDHM y los monumentos creados por la Organización son una alternativa para incursionar en la lucha por el territorio que fue arrebatado por actores del conflicto. Si bien, la ciudad de Barrancabermeja sufre aún tensiones por ser un territorio de frontera donde confluyen problemas sociales como la desigualdad social, el desempleo y la violencia doméstica con hechos violentos referentes al conflicto, el papel de las mujeres de la OFP y la MMGP busca generar espacios de diálogo que visibilicen sus vivencias, y el cual también sea una plataforma para futuras acciones colectivas.