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Revista Colombiana de Sociología

Print version ISSN 0120-159X

Rev. colomb. soc. vol.38 no.2 Bogotá July/Dec. 2015

https://doi.org/10.15446/rcs.v38n2.54901 

Doi: http://dx.doi.org/10.15446/rcs.v38n2.54901

Desigualdades sociales, ¿inequidades espaciales? Análisis de la segregación sociorracial en Bogotá (2005-2011)*

Social inequalities, spatial inequities? Analysis of the socio-racial segregation in Bogotá (2005-2011)

Desigualdades sociais, iniquidades espaciais? Análise da segregação sociorracial em Bogotá (2005-2011)

Sebastián F. Villamizar Santamaría**
City University of New York, Estados Unidos

* Este artículo es una versión reducida de la tesis de Maestría en Geografía de la Universidad de los Andes, Colombia titulada "Desigualdades sociales, ¿inequidades espaciales?: Análisis de la segregación sociorracial y el acceso a bienes públicos en Bogotá (2005- 2013)".
** Estudiante de Doctorado en Sociología del Graduate Center - City University of New York. New York, Estados Unidos. Correo electrónico: svillamizarsantamaria@gradcenter.cuny.edu

Cómo citar este artículo: Villamizar Santamaría, S. F. (2015). Desigualdades sociales, ¿inequidades espaciales? Análisis de la segregación sociorracial en Bogotá (2005-2011). Revista Colombiana de Sociología, 38(2), pp. 67-92.

Este trabajo se encuentra bajo la licencia Creative Commons Attribution 3.0.

Recibido: 7 de abril del 2015. Aprobado: 18 de septiembre del 2015.


Resumen

Bogotá es una ciudad segregada socioeconómicamente, pero poco se sabe sobre la influencia de la raza en este proceso. Este artículo pretende explorar esta relación utilizando un análisis espacial con datos del censo del 2005. A pesar de que Bogotá tiene una proporción baja de población afrocolombiana, esta última presenta índices de vulnerabilidad ligeramente más altos que los de la población blanca/mestiza en la capital. La valoración de vulnerabilidad se basa en indicadores como la educación del jefe de hogar, el grado de privación alimentaria, la deserción escolar y el desempleo juvenil, entre otras variables. Además, Bogotá presenta indicios de tener un patrón de segregación residencial según la raza, dado que hay algunos conglomerados de población negra al sur, al noroccidente y en el centro de Bogotá. Este patrón se combina con el efecto de la segregación que se deriva de la clase, en el que hay un eje de distribución norte-sur con una amplia variación en el centro y occidente. La combinación de la situación socioeconómica con las desigualdades raciales hace que Bogotá tenga un patrón particular de segregación, en el que pareciera que la clase tiene un poco más de influencia que la raza. Dicho de otro modo, hay una alta probabilidad de que una persona afrodescendiente presente condiciones de vida similares a las de sus vecinos blancos-mestizos que a las de otra persona negra que reside en un barrio perteneciente a una clase social distinta. No obstante, la población afro se encuentra en una desventaja mucho mayor que la blanca/mestiza en relación con el acceso potencial a bienes públicos como comedores comunitarios y colegios oficiales y privados. En otras palabras, la distribución espacial de estos bienes públicos en la ciudad no es completamente equitativa, lo que lleva a que los barrios donde hay mayor población negra no tengan una oferta significativa de dichos bienes. Así, esta investigación concluye que se deben usar tanto los lentes de clase como de raza para entender mejor las desigualdades en la justicia espacial de la ciudad.

Palabras clave: clase, desigualdad espacial, segregación residencial, raza.


Abstract

Bogotá is a socioeconomically segregated city, but little is known about the influence of race in this process. This article attempts to explore this relationship using spatial analysis with data from the 2005 census. In spite of its low proportion of Afrocolombians, they show slightly worse vulnerability indexes than the white/mestizos in the city. This can be appreciated from the analysis of educational attainment of household heads, the incidence of hunger, youth unemployment and school desertion, among other variables. Furthermore, Bogota shows clues of having a racial residential segregation pattern, in which there are some clusters of black population in the South, North-West and Downtown. This pattern overlaps with segregation derived from class, in which there is a North-South distribution axis with a strong variation in the center and the West. The combination of the socioeconomic situation with the racial inequalities creates a particular segregation pattern for Bogotá in which it seems that class seems to play a greater role than race. In other words, there is a higher chance that an Afrocolombian might have life conditions that are closer to their white/mestizo neighbors than to another black person in a different neighborhood belonging to a different social class. Nonetheless, the population of African descent finds itself in a much greater disadvantage than white/mestizos in terms of potential access to public goods such as communal soup kitchens and both public and private schools. In other words, the spatial distribution of these goods in the city is not completely equal, which means that the neighborhoods where there is a higher percentage of black population do not have a significant provision of these goods. As such, this research concludes that one should employ the lenses of both class and race to better understand spatial justice inequalities in the city.

Keywords: class, spatial inequality, residential segregation, race.


Resumo

Bogotá é uma cidade segregada socioeconomicamente, mas pouco se sabe sobre a influência da raça nesse processo. Este artigo pretende explorar essa relação utilizando uma análise espacial com dados do censo de 2005. Embora Bogotá tenha uma proporção baixa da população afro-colombiana, esta apresenta índices de vulnerabilidade sutilmente mais baixos do que os da população branca/mestiça na capital. Esta valoração utiliza indicadores como na educação do cabeça de família, os dias de jejum forçado, os jovens que não estudam nem trabalham, entre outras variáveis. Além disso, Bogotá apresenta indícios de ter um padrão de segregação residencial segundo a raça, tendo em vista que há alguns conglomerados de população negra ao sul, ao noroeste e no centro de Bogotá. Esse padrão é combinado com o efeito da segregação que se deriva da classe, no qual há um eixo de distribuição norte-sul com uma ampla variação no centro e no oeste. A combinação da situação socioeconômica com as desigualdades raciais faz com que Bogotá tenha um padrão particular de segregação, em que a classe parece ter um pouco mais de influência do que a raça. Em outras palavras, há uma alta probabilidade de que uma pessoa afrodescendente apresente condições de vida similares às de seus vizinhos brancos/mestiços que às de outra pessoa negra que reside num bairro pertencente a uma classe social diferente. Contudo, a população afro se encontra numa desvantagem muito maior do que a branca/mestiça no que se refere ao acesso potencial a bens públicos como refeitórios comunitários e colégios públicos e particulares. Isto é, a distribuição espacial desses bens públicos na cidade não é completamente equitativa, o que leva a que bairros onde há maior população negra não tenham uma oferta significativa desses bens. Assim, esta pesquisa conclui que deve ser considerada tanto a perspectiva de classe quanto a de raça para entender melhor as desigualdades na justiça espacial da cidade.

Palavras-chave: classe, desigualdade espacial, segregação residencial, raça.


Introducción

Distintas investigaciones han mostrado que Bogotá es una ciudad segregada según el nivel socioeconómico de sus habitantes (Aliaga y Álvarez, 2010; Dureau, Le Roux y Piron, 2012), pero poco se sabe acerca de cómo la raza afecta la distribución de la población en la ciudad. Esta situación responde, por un lado, a la política de estratificación de vivienda, que tuvo efectos sobre la estratificación social (Uribe, 2008); por otro lado, el mito de la democracia racial (Telles, 2004) ha ocultado la manera en que las desigualdades sociales se han reproducido en Latinoamérica en términos de raza, al proclamar que somos naciones mestizas, sin distinciones raciales.

Sin embargo, varias investigaciones han señalado que la raza, en efecto, merece especial atención en el caso colombiano, pues muestran cómo los grupos negros1 viven, en general, en peores condiciones que los grupos blancos-mestizos (Barbary y Urrea, 2004; PNUD, 2011; Urrea-Giraldo, 2006). La mayoría de los afrocolombianos viven en zonas urbanas (Urrea-Giraldo, 2011), situación que los convierte en el "grupo étnico" más grande que vive en ellas. Sin embargo, se sabe muy poco acerca de cómo están distribuidos en estos espacios o en qué tipo de barrios viven, lo cual vuelve más difícil su situación en la discusión de justicia espacial y acceso a la ciudad (Harvey, 2008; Santana, 2012; Soja, 2011). Si, para el caso de Bogotá, parece haber un patrón general de segregación residencial socioeconómica, es importante cuestionar: ¿existe una relación entre la segregación racial y la segregación socioeconómica?

Parte de la literatura sobre desigualdades de las condiciones de vida en Bogotá, desde un enfoque espacial, ha mostrado en cuáles localidades hay más pobreza, más jefes de hogar con baja educación, menos ingresos y menos acceso a tecnologías y a educación preescolar (Aliaga y Álvarez, 2010; Chaparro, 2010; Matallana, 2010). Por su parte, el cuerpo de literatura sobre la raza en Bogotá se ha concentrado en las desigualdades socioeconómicas entre grupos raciales, pero no tanto desde una perspectiva espacial (Urrea-Giraldo, 2011; Viáfara y Urrea-Giraldo, 2006; Viveros y Gil, 2010). Una excepción es el trabajo de Duarte et al. (2013) sobre las condiciones de vida y la segregación de los afrocolombianos en varias ciudades de Colombia.

En ese sentido, en un contexto donde las desigualdades socioeconómicas parecen juntarse con las raciales, vale la pena preguntarse por la forma en la que la raza y la clase operan en la distribución espacial de las personas y los servicios urbanos. Así, los resultados adquieren una relevancia no solo para las teorías sobre las desigualdades en los entornos urbanos, sino que también para las políticas de planeación urbana en la capital. Este artículo pretende responder a la pregunta sobre cuál es la relación entre la segregación residencial sociorracial y el acceso a bienes públicos en Bogotá, entendido como el acceso potencial a colegios y comedores comunitarios, y, de este modo, entender una manera en que las desigualdades sociales y raciales se expresan en el espacio urbano.

Segregación residencial racial y de clase

Los estudios de segregación residencial tienen ya una gran tradición en la literatura urbana, especialmente en la sociología estadounidense. En su forma más sencilla, la segregación pregunta por la forma en que ciertos grupos de personas se distribuyen en el espacio de una ciudad (Rodríguez, 2001). Así, una ciudad es más segregada entre más concentración residencial tenga un grupo de personas frente a los demás y viceversa: una ciudad es menos segregada cuando hay más heterogeneidad en la distribución del espacio.

Desde la Escuela de Chicago (Park, 1936), la raza y la etnicidad fueron categorías centrales en el análisis de la segregación, y que siguen siendo útiles hoy en día (Massey y Denton, 1993; Sampson, 2012). La conformación de guetos raciales, que esta literatura ha estudiado, señala que estos tienen consecuencias en el aislamiento y la reproducción espacial de las vulnerabilidades socioeconómicas explicadas por la concentración racial.

Aun así, desde finales de 1970, Wilson (1978) afirma que en Estados Unidos la clase social está desempeñando un papel cada vez mayor en la distribución de las desigualdades sociales, en lugar de la raza solamente. Wilson sugiere que los procesos de movilidad ascendente permitieron la constitución de una clase media negra, que se mudaba fuera de los barrios segregados de sus pares raciales, haciendo que dichos barrios concentraran una mayoría de población negra y pobre. Así, se pensaría que ahora el estatus socioeconómico permitiría que las personas (negras) escaparan (al menos parcialmente) de sus posiciones de subordinación racial en la jerarquía social. Si bien en Estados Unidos la influencia de la raza pudo estar en descenso, como sugiere Wilson, ahora en Latinoamérica se pueden rastrear de forma más explícita las influencias de la raza en la desigualdad.

Precisamente, en Latinoamérica, las investigaciones sobre la segregación residencial han estudiado la discriminación por clase (Rodríguez y Arriagada, 2004; Rodríguez y Arraigada, 2003; Sabatini, 2003). Una razón detrás de esto es que, además del papel central que históricamente se le dio a la clase y que dejaba a un lado a la raza como un marcador de desigualdad, no existían datos sobre ello. De hecho, durante el siglo XX en el continente americano, solo Brasil y EEUU (que tuvieron continuamente esta categoría como un marcador explícito de estratificación) han mantenido alguna pregunta de identificación étnico-racial en sus censos. Algunos otros países (como Colombia o Perú) preguntaban interrumpidamente solo por la población indígena.

Ahora bien, después de las luchas de los movimientos sociales por la igualdad racial y el cuestionamiento del mito de democracia racial, distintos académicos y promotores de políticas públicas están pensando en esto.

Específicamente para Colombia, recientes investigaciones sobre los pueblos indígenas y afrocolombianos han mostrado que estos grupos tienen menor estatus socioeconómico que sus contrapartes blancas/mestizas, lo que se refleja en los pobres índices de educación y salud (Barbary y Urrea, 2004; Viáfara y Urrea-Giraldo, 2006), acceso al empleo (Rodríguez et al., 2013), riesgo de desplazamiento forzado e incluso acceso a derechos (Bocarejo, 2009, 2011; Rodríguez, Alfonso y Cavelier, 2009).

Particularmente, para el caso colombiano, existen algunos trabajos que estudian la segregación racial. Cali ha sido el foco de estas investigaciones, pues es la ciudad que tiene el mayor número de personas afro en el país, y cuyas relaciones raciales han sido estudiadas (y denunciadas) tanto por académicos como por activistas. Así, uno de los primeros trabajos sobre este tema es el de Barbary (2004), quien afirma que Cali es una ciudad altamente segregada para las personas afro, quienes, además, tienen oportunidades desiguales de acceso a distintos servicios en la ciudad. A una conclusión similar llega Vivas (2013), quien compara datos del censo de 1993 y el 2005, y afirma que los patrones de segregación en esta ciudad han persistido.

Así mismo, para el caso bogotano, como dije anteriormente, el estudio de la segregación residencial se ha hecho sobre la clase, incluso con trabajos realizados por la alcaldía misma que señalan que la ciudad está segregada a partir de las condiciones socioeconómicas de sus habitantes (Díaz et al., 2007), conclusión que se evidencia también en las figuras del proyecto METAL para los años 1993 y 2005 (Dureau, 2012). Sin embargo, hay trabajos cualitativos que dan cuenta de las relaciones raciales en la ciudad, especialmente para hablar de los "nuevos" residentes afro. Mosquera (1998), en su texto "Acá antes no se veían negros", estudia las dinámicas de racismo y discriminación que enfrentan las personas negras en la capital colombiana cuando quieren encontrar una vivienda. Por su parte, Meertens, Viveros y Arango (2008) ahondan en las formas de discriminación que vive la población negra en la capital colombiana, formas que se desarrollan en un entorno urbano y que tienen consecuencias en las trayectorias de movilidad social que poseen los hombres y las mujeres afro en la ciudad.

Este artículo se encuentra localizado en este nuevo paisaje de "conciencia" racial en el trabajo académico en la región, preguntando particularmente por la manera en que las desigualdades raciales y de clase se expresan en el espacio. En ese sentido, el enfoque planteado apunta a la interacción entre la segregación racial y socioeconómica en Bogotá, un tema que no solo no ha sido objeto de la sociología urbana colombiana, sino que también es un asunto por medio del cual se puede contribuir a la comprensión de las configuraciones del sistema de estratificación en las ciudades latinoamericanas. Se busca demostrar cómo, a pesar de que las diferencias socioeconómicas parecen desempeñar un papel más fuerte en la distribución de la desigualdad en la ciudad, hay rastros de una "inclinación" racial de las vulnerabilidades sociales hacia los afrocolombianos comparados con los blancos/mestizos.

La pregunta racial en Colombia

El proyecto racial (Omi y Winant, 1994) en Colombia, que pretendía, si no negar, al menos sí desviar la atención de las disparidades y diferencias raciales, fue construido con base en la idea del mestizaje (una herencia mezclada entre los pueblos indígena, negro y español). Comparados con los indígenas, que fueron una parte constante en la conciencia racial de la Conquista y las narrativas alrededor de ella, los pueblos afrocolombianos fueron excluidos de esta atención. De hecho, el último censo del 2005 fue el tercero en el que la pregunta de identificación racial podía responderse con una categoría distinta a indígena, los anteriores datan de 1993 y 1918.

Según el censo de 1993, la población negra en Colombia corresponde al 1,52 %, mientras que en el 2005 fue 10,6 %. Este rápido ascenso no puede atribuirse únicamente a las tasas de natalidad, sino también a la pregunta misma. En 1993, el interrogante de autoidentificación étnico-racial estaba explícitamente relacionado con la ancestralidad ("pertenece a una etnia, grupo indígena o comunidad negra"), mientras que en el 2005 se preguntaba "de acuerdo con su cultura, pueblo o rasgos físicos" la gente "es o se reconoce como: 1) indígena; 2) rom; 3) raizal del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina; 4) palenquero de San Basilio; 5) negro/a, mulato/a, afrocolombiano/a o afrodescendiente [en una misma categoría]; o 6) ninguno de los anteriores" (DANE, 2005).

Además del hecho de que el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) considera como un grupo étnico a todos los no-blancos/ mestizos (que son "no étnicos" y que corresponden a la categoría de "ninguno de los anteriores"), la invisibilidad estadística de la población negra ha hecho difícil una aproximación a sus experiencias en las investigaciones cuantitativas. Así, buena parte de la literatura que ha hablado de este grupo poblacional, producida hasta ese último censo, ha sido cualitativa (Almario, 2002; Cunin, 2003; Grueso, Rosero y Escobar, 1998; Rivera, 2004; West, 2000) y ha mostrado las formas en que la discriminación tiene lugar en la vida cotidiana o cómo se han construido las identidades raciales negras y afrocolombianas en las costas colombianas, donde la mayoría de esta población vive.

Después de la disponibilidad de datos raciales en el censo y de encuestas diseñadas y aplicadas por universidades y movimientos sociales, hay una imagen más clara de la situación desventajosa en la que viven los afrocolombianos comparados con los "no étnicos". Finalmente, desde la proclamación de la Ley 70 de 1993, también llamada Ley de Comunidades Negras (Paschel, 2010), se les han otorgado derechos a algunos pueblos negros sobre los títulos colectivos de tierra, en una forma un poco similar a los resguardos indígenas que han estado funcionando desde el siglo XIX. Estos títulos están concentrados en el Pacífico, aplicados en zonas rurales y han presentado problemas de legitimidad institucional, conflicto armado y extractivismo (Asher, 2009; Cárdenas, 2012; Hoffman, 2007; Misión de Verificación del Pacífico Sur, 2009; Oslender, 2008).

Metodología

Los datos provienen de dos fuentes en línea: el Censo General del 2005, elaborado por el DANE a nivel de manzana (a través de la plataforma Redatam), y las capas de la Infraestructura de Datos Espaciales para el Distrito Capital (Ideca) de Catastro. Aunque el censo tiene ya 10 años de antigüedad, es la única encuesta existente, a nivel de manzana en Bogotá, que tiene la pregunta de autoidentificación étnica. Para simplificar los cálculos, también se agruparon en una sola categoría los tres grupos que reconoce el censo como de descendencia africana en el país (raizales, palenqueros, negros, mulatos, afrocolombianos o afrodescendientes), mientras que los blancos/mestizos, o los llamados "capas étnicos", son quienes respondieron "ninguna de las anteriores". Además de la composición racial de cada manzana, también se utilizaron cuatro variables que apuntan a identificar algunas vulnerabilidades socioeconómicas y que también aparecen en el censo básico a este nivel.

Con estos datos, se calculó el índice de disimilitud (Duncan y Duncan, 1955), una medida tradicional de segregación que refleja la proporción de personas de un grupo minoritario que debería mudarse de sus casas para obtener una distribución aleatoria de los grupos en el espacio. El índice va de 0 a 1, siendo 0 una completa distribución al azar (no hay segregación) y 1 la completa concentración de grupos (la máxima segregación). Esta medida fue calculada de manzana a ciudad, es decir, se consideró la proporción de personas en cada manzana que se debe mudar para que la ciudad tenga una distribución aleatoria en lugar de un barrio o una localidad.

Se utilizó un Coeficiente de Localización (CL) como una medida adicional de la concentración, que calcula la proporción de población afro en cada sector catastral, comparada con el promedio general de la ciudad. Así, los valores mayores a 1 significan una concentración más alta de población negra, y los menores de 1, una menor concentración, comparados con el promedio de población negra de Bogotá.

Posteriormente, se mapearon los datos usando los archivos de capas de Ideca de manzana y sector, además de las de los hospitales públicos, los colegios y las estaciones de policía. Las capas fueron descargadas a finales del 2013, lo que implica tomar los resultados con cuidado. Sin embargo, y como se mencionó, el censo es la fuente más reciente que tiene tanto datos de identificación étnico-racial como representatividad en un nivel más refinado que localidad.

Adicional a esto, se utilizó una tabla de Catastro para homologar los códigos de georreferenciación del DANE a la figura, transformando las 35.824 manzanas que arroja Redatam del censo a las 43.696 manzanas que tiene la capa de Ideca. De ahí se realizó una unión espacial (spatial join) con el programa ArcGIS 10.1, para convertir las manzanas en sector urbano, que corresponde aproximadamente a los barrios en Bogotá. La razón para agregar los datos es que no existe una tabla de homologación de los sectores censales del DANE con los sectores urbanos de Catastro, y como uno de los objetivos de esta investigación es analizar los procesos de segregación en el ámbito barrial, se optó por utilizar esta agregación.

Así mismo, para hacer la comparación de condiciones de vida entre las dos poblaciones, se emplearon los cálculos del índice I de Moran Global, así como el análisis de aglomeraciones del índice I de Moran Local de Anselin. El primero es un estadístico que permite identificar si la distribución de una variable es producto del azar, o no, en el espacio. Dicho de otro modo, este índice permite saber si existen conglomerados, de personas en este caso, que comparten una característica similar.

Luego de este cálculo global, es importante también estimar el segundo índice de autocorrelación espacial, que muestra la probabilidad, en este caso, de que una persona en un barrio comparta características similares con personas de barrios vecinos. Las cuatro probabilidades son alta-alta (un atributo es compartido tanto por la persona como sus vecinos), alta-baja (un atributo de una persona no es compartido por sus vecinos), baja-alta (una persona no tiene un atributo que sus vecinos sí) y baja-baja (tanto una persona como sus vecinos tienen ausencia del atributo).

Resultados

La población afro en Bogotá suma 96.591 (1,48 %) habitantes, comparada con los 6'347.153 (97,42 %) "no étnicos". El 1 % restante son indígenas y rom. Este resultado es consistente con la migración y patrones de población afro en el país, que se ha enfocado en las costas Pacífica y Caribe (Barbary y Urrea, 2004; Leal, 2005; West, 2000).

La mayoría de la población negra en Bogotá ha llegado a la ciudad por migración interna (Duarte et al., 2013). Esta población se ha concentrado en algunas zonas periféricas, al sureste y noroeste de la ciudad, así como en el centro (véase la figura 1). El coeficiente de localización indica una concentración de personas negras por sector, subrayando los lugares que tienen tanto una mayor proporción de afros entre sectores como en el interior de estos. Más aún, los sectores en el sur tienen peores índices de educación y empleo en Bogotá (Aliaga y Álvarez, 2010), lo que permite pensar que las personas que viven allí también tienen estas características de pobreza. Los lugares al noroeste y centro son más mezclados en términos socioeconómicos, aunque son principalmente de niveles medio-bajo por años de educación y estrato.

El I de Moran muestra que esta distribución no se da al azar (i=0,1; p<0,001). La migración ocurre a través de redes y, por lo tanto, las personas que llegan a la ciudad usualmente viven con parientes o donde puedan acceder al mercado de vivienda. Además, es más fácil que las personas establezcan "nuevos" barrios en las zonas periféricas, que en el centro de las ciudades. Por lo tanto, en valores absolutos, hay una población afro más grande en estas áreas, pero hay una concentración mayor (en términos relativos) de personas negras en el centro, comparada con sus vecinos inmediatos. ¿Cuán similares son las condiciones socioeconómicas de afros comparadas con las de sus vecinos "no étnicos"?

El índice D a nivel de manzana en Bogotá indica una segregación media-alta (D=0,56), que está entre las más altas de las 12 ciudades analizadas por Duarte et al. (2013). Sin embargo, comparada con ciudades de EEUU, donde los índices suman hasta 0,88, por ejemplo en Chicago, la magnitud de la segregación racial en la capital colombiana no es tan fuerte. Desde luego, se esperan estos altos valores en algunas de las ciudades estadounidenses, debido a los regímenes raciales, como las leyes Jim Crow, pero es sorprendente que, aunque no hubo regímenes similares en Colombia, la segregación racial sea tan alta para Bogotá.

La tabla 2 también muestra que, como lo dicta la lógica espacial, entre más grande sea la unidad geográfica, menor será la segregación. En otras palabras, las manzanas están más segregadas que los sectores o las localidades, porque hay más personas en las últimas dos, haciendo que la probabilidad de tener una composición heterogénea sea mayor. Este no es el caso de las ciudades estadounidenses, en las cuales el descenso entre manzana y sector no es tan marcado. Así, los barrios en EEUU son más homogéneos y segregados que en Bogotá, por lo que las discusiones sobre guetos raciales tienen más sentido en ese país, ya que la gente negra vive generalmente en peores condiciones en los mismos barrios, comparados con barrios "blancos". No se puede hacer esta relación tan fácilmente para Bogotá, pues, como se muestra adelante, los afros tienen condiciones de vida similares a sus vecinos blancos/mestizos en los mismos barrios (como indica el bajo índice D).

Los índices D socioeconómicos en la ciudad son mayores que los raciales (Aliaga y Álvarez, 2010). ¿Qué significa que Bogotá tenga una alta segregación socioeconómica y una media segregación racial? Al respecto, Wilson (1978) y Massey, Rothwell y Domina (2009) proponen marcos útiles para entender estas relaciones. Estos autores sugieren que, en las ciudades estadounidenses, la segregación racial está en descenso y le da paso a una segregación basada en la clase. La movilidad ascendente de la clase media negra y menores restricciones formales al mercado de vivienda fueron las razones detrás del cambio en la configuración barrial. Así, los anteriormente barrios "solamente negros" dieron paso a barrios de negros pobres, mientras que los barrios de clase media "solamente blancos" tuvieron una mezcla mayor con otros grupos raciales; desde luego, la transición no fue sencilla, pues persistieron el miedo al blockbusting y otros discursos de racismo (Bonilla-Silva, 2006; Smithsimon, en prensa).

¿Es ese el caso en Bogotá? Los I de Moran (véase la tabla 3) muestran que la distribución de afros y blancos/mestizos no se da al azar. De hecho, el flujo de población negra a la capital es, más bien, reciente. Dado que la mayoría de los afrodescendientes están en las costas del país, la migración de este grupo se ha concentrado en las ciudades grandes más cercanas a aquellas, como Cali o Medellín. Sin embargo, el desplazamiento forzado en los noventa significó una fuerza poderosa que hizo que la gente migrara más cerca de Bogotá, fenómeno que combinado con las oportunidades económicas que ofrece la capital, la hizo una ciudad atractiva (Duarte et al., 2013). En cierto modo, Bogotá experimentó un patrón de migración negra similar a los barrios de clase media en EEUU, porque estaban llegando a lugares donde antes casi no había afros. Sin embargo, no fue una clase media negra la que llegó a estas áreas; fueron más que todo poblaciones negras pobres las que entraron en los barrios pobres de Bogotá, cuyos mecanismos de inserción en la ciudad no han sido fáciles, debido a los estereotipos raciales (Mosquera, 1998).

Esta tendencia se observa en la tabla 4. A excepción de la fecundidad adolescente, todas las otras variables de vulnerabilidad están correlacionadas significativa y positivamente entre ellas.

El I de Moran local de Anslin, en este caso, significa la probabilidad de que una madre adolescente de cualquier grupo racial tenga a otras madres adolescentes como vecinas en los sectores adyacentes. Así, los colores en la figura muestran la intensidad de esa probabilidad como alta, baja o no significativa (en blanco) para cada población, para ver si el fenómeno se traslapa entre grupos raciales.

La fecundidad adolescente afecta a cada población de manera distinta (véase la figura 2). Mientras que para las adolescentes blancas/mestizas este fenómeno se refleja en su concentración espacial, para las adolescentes afro se refleja en magnitud. Esto significa que sería difícil aplicar una política pública de salud reproductiva y educación sexual que sea espacialmente focalizada. De cualquier modo, parece ser que el problema de la fecundidad adolescente es más estructural, pues afecta a ambas poblaciones, aunque se expresa de manera distinta. Flórez y Soto (2007) señalan que este fenómeno va en aumento desde la década de los noventa, producto del mal uso de los métodos anticonceptivos y una educación sexual deficiente en los colegios. La fecundidad adolescente se convierte, entonces, en un problema, porque implica una interrupción en la educación y, en últimas, una reproducción de los ciclos de pobreza. Este resultado es consistente con lo que aparece en la figura 2, pues es en los lugares más pobres la probabilidad de tener vecinas madres adolescentes es mayor y viceversa.

La figura 3 muestra una relación similar con los ninis. Estos jóvenes, entre los 18 y 29 años, constituyen un grupo etario relevante en la investigación, pues muestran la magnitud del desempleo y de la falta de ofertas de educación superior para esta población en un lugar. En Bogotá, es especialmente importante porque el total de ninis, para ambos grupos raciales, asciende a casi un quinto del total de la ciudad (cerca de 22 %). A diferencia de la fecundidad adolescente, el I de Moran local de Anselin señala tendencias más claras para ambos grupos raciales; se concentran en el sur de la ciudad, donde las probabilidades de ser un nini y tener vecinos ninis es alta tanto para afros como para "no étnicos". Sin embargo, esto es especialmente problemático para los afro, pues ellos tienen una probabilidad mucho menor de encontrar un trabajo en Bogotá, incluso teniendo las mismas calificaciones que un candidato blanco/mestizo (Rodríguez et al., 2013), lo cual pone a esta población en una situación de desventaja incluso mayor de inestabilidad, informalidad y largos períodos de no ocupación.

La proporción de afrocolombianos que ha tenido que pasar días de ayuno forzado es casi el doble que la de los blancos/mestizos (9,05 % contra 4,7 %). Esta privación de comida tiene repercusiones no solo en la nutrición y la salud, sino también en la pérdida de concentración en el colegio o el trabajo, haciendo de este un problema crítico para las políticas públicas. Es por esto que, a mediados de la década del 2000, el alcalde Luis Eduardo Garzón inició el programa "Bogotá sin hambre", cuyo objetivo era brindar asistencia alimentaria a la población vulnerable bogotana, que presentaba problemas de desnutrición. Como con las anteriores variables, la mayor concentración y probabilidad de encontrar personas con ayuno forzado está en el sur.

Sin embargo, como este es un problema más grande para los afrocolombianos, la ubicación de estos comedores puede ser un signo de los efectos negativos de la segregación, así como de una focalización más efectiva de la política en la ciudad (véase la figura 4). De hecho, aunque esta es la población que más lo necesita, hay una mayor proporción de comedores comunitarios es barrios blancos/mestizos: de los 987 comedores que había en el 2013 en la base de Ideca, solo 425 están localizados en barrios donde el coeficiente de localización es mayor a 1 (es decir, barrios con alta proporción de gente negra). Así, aunque esta política sirve a los barrios más pobres en el sur y el noroccidente, debe poner más atención a la distribución para brindar un mejor acceso a los beneficiarios potenciales del programa.

La figura 5 muestra el bajo logro educativo para jefes de hogar de ambos grupos. De nuevo, aquí se ve que es en el sur donde hay una probabilidad mayor de encontrar jefes de hogar con menos de dos años de educación, lo que refleja la posición de clase baja en estos barrios. Dado que en esta variable es la única en que a la población negra reporta un mejor desempeño que la blanca/mestiza, hay muchos barrios donde no hay autocorrelación espacial. No obstante, cuando sí aparece como significativa y alta, están en las áreas periféricas y en el sur de Bogotá, lo que indica que la población migrante (desplazada) más reciente tiene menor escolaridad que olas anteriores.

Ahora bien, en Colombia los estudiantes que van a escuelas públicas presentan peores resultados que aquellos que van a los colegios privados (García et al., 2013), haciendo de la educación privada un marcador de clase en el país, pues solamente las clases medias y altas pueden acceder a ella. Sin embargo, la categoría de "privado" no garantiza automáticamente una mejor calidad de la educación, aunque son generalmente los colegios más caros los que mejor rendimiento obtienen en las pruebas estatales. En contraste, los colegios públicos (oficiales) tienen problemas de financiación para las instalaciones y los profesores. Las consecuencias de esta desigualdad en el acceso se reflejan en las probabilidades de ingresar a la universidad, lo que también influye en la obtención de trabajos mejor pagados.

No obstante, esa diferencia en la asistencia no parece corresponder a una falta de acceso físico a estas instituciones, sino que puede ser un resultado de la diferencia en términos de asequibilidad (Cárdenas, Ñopo y Castañeda, 2012). De los 620 colegios públicos que hay en Bogotá, 377 están ubicados en zonas en las que el coeficiente de localización de población negra es menor a 1, es decir, donde hay comparativamente menos personas negras en Bogotá, comparados con los 232 colegios que están en zonas donde el CL >1 (véase la figura 6). Se evidencia un número mayor de colegios oficiales en el sur de Bogotá, en los lugares donde viven las personas con peores condiciones socioeconómicas en la ciudad. Esta concentración de la oferta educativa pública señala, por lo tanto, una focalización de las políticas del distrito para brindar servicios educativos a las personas que menos pueden pagar los servicios privados.

En contraposición, llama la atención que los colegios ubicados en el corredor de la Autopista Norte, al nororiente, y los colegios campestres del noroccidente no tengan casi colegios públicos cerca. Esto, siguiendo la diferencia de clase entre ambos tipos de colegio, sugiere que son a los privados a los que más acceden las élites, pues son los colegios más costosos y cercanos a sus viviendas, minimizando la posibilidad de interacción con niños de otras clases. De los 1.526 colegios privados, 1.018 se encuentran en lugares donde el CL < 1, lo que sugiere que el acceso que tiene la población negra en general a esta educación es bastante más limitado que a la pública, pues solo 452 del total de colegios privados están ubicados donde ella se concentra. Esta brecha, más amplia para las personas negras en la distribución del acceso a colegios privados, confirma la baja posibilidad que tienen al acceso a una educación de mejor calidad que la pública, lo cual limita en promedio sus oportunidades de vida posteriores.

Aun así, cabe señalar una especie de oferta mixta en algunos barrios en el sur de la ciudad. Allí existen instituciones educativas tanto públicas como privadas en un mismo sector, lo que amplía las probabilidades de que una persona pueda ingresar al sistema privado y, por lo tanto, tener unas mejores oportunidades de vida en el futuro. Esta oferta mixta también se evidencia en el occidente, en Kennedy y Bosa, y al noroccidente, en Suba, localidades en las que hay una mayor variación en las condiciones de vida de las personas, sugiriendo que hay una mayor probabilidad de que haya interacción entre personas de distintas clases. No obstante, los bolsillos de privilegio socioeconómico mantienen su carácter de privilegio educativo, pues en estos sectores existen casi solamente colegios privados. Esto, sumado al hecho de que en estos lugares no existe mucha población negra, indica que esta tiene menos posibilidades de acceder a la mejor educación, con lo que se reproducen las amplias diferencias socioeconómicas que tiene la ciudad.

Conclusiones

El caso de Bogotá muestra, en efecto, unas amplias desigualdades socioeconómicas que se han traducido, por ejemplo, en su política de estratificación de suelo. Esto ha tenido consecuencias en la manera en que está distribuida la población de la ciudad, donde aparecen zonas altamente segregadas de personas con privilegios sociales (mayor acceso a la educación, mejores condiciones de vida, etc.) al nororiente, y amplios cinturones de concentración de personas más pobres en las periferias al sur, con una amplia variación en el occidente de la ciudad. Al cruzar estas tendencias con las categorías raciales, se ve que la población afrobogotana tiene, en general, unos índices de condiciones de vida ligeramente peores que los de sus pares blancos-mestizos. Esta similitud, no obstante, parece responder más a las oportunidades y condiciones que ofrece la capital bogotana, pues en otras ciudades la población negra tiene sistemáticamente peores características de calidad de vida (Duarte et al., 2013).

Aun así, existen algunas diferencias entre ambos grupos raciales. A partir de los cálculos del I de Moran local de Anselin, fue posible identificar los lugares en los que la segregación residencial parece tener unos efectos más negativos en términos socioeconómicos y variables de riesgo: hay sectores en los que hay una concentración mayor de jóvenes desocupados, de madres adolescentes, de padres con baja educación y de personas que han tenido ayuno forzado. Algunos de estos sectores son principalmente ocupados por personas afro, por lo que sus efectos serían todavía más negativos para ellos, pues refuerzan desigualdades sociorraciales que no les permiten mejorar sus oportunidades de vida en la escuela o el trabajo.

Estos efectos se agravan al ver la distribución de bienes públicos en Bogotá. A pesar de tener una lógica redistributiva más o menos efectiva, que pretende garantizar los derechos de educación y salud para la población más pobre, la ubicación de los bienes públicos está más concentrada en las zonas donde hay mayor población blanco-mestiza que en las de alta concentración de población negra. Esta oferta diferenciada hace que sea más difícil que una persona afro acceda a estos servicios públicos, que, en todo caso, también presentan problemas de calidad.

Sin embargo, parece que el efecto principal de la segregación lo tiene la clase. Es por esto que las diferencias en las condiciones socioeconómicas parecen arrastrar las raciales, lo cual explica que haya una gran similitud entre vecinos de un mismo sector catastral. En ese sentido, los guetos y enclaves de privilegio, en palabras de Marcuse (2001), que hay en la ciudad parecen ser producto de la concentración de la pobreza y riqueza, más que de raza. Sin embargo, una amplia proporción de población negra en Bogotá (y en Colombia) vive en esos lugares de concentración de pobreza y, de forma inversa, la proporción de ella que vive en lugares de privilegio es muy baja. De ahí que la administración haya venido atendiendo las desigualdades de clase, con lo que, de algún modo, pudo haber también atendido a la población negra por efecto de la proximidad espacial.

Esta investigación deja varios caminos a seguir tanto en la reflexión académica como en las políticas públicas, derivados de sus hallazgos y limitaciones. En primer lugar, este estudio se concentró en abordar una dimensión espacial de la segregación: la distribución residencial de las personas y de los bienes públicos. Un primer camino que pueden seguir investigaciones posteriores es explorar las consecuencias que tienen las tendencias descritas en la vida cotidiana de las personas. En efecto, aunque las decisiones burocráticas o administrativas pretendan ser "no racistas" o "no clasistas", la forma de saber si sus efectos lo son es a partir de etnografías e investigaciones cualitativas con las personas que han tenido experiencias de discriminación (Bonilla-Silva 2006). Con ello, se podría identificar la manera en que estas personas viven las desigualdades espaciales planteadas en esta investigación, en una dimensión más subjetiva de la segregación (Sabatini, 2003).

En suma, Bogotá parece ser una ciudad que en los últimos años se ha preocupado por reducir las amplias desigualdades sociales de sus habitantes. Una de las estrategias para ello ha sido llevar la oferta institucional a quienes más la necesitan, con lo que se ha logrado amplias coberturas educativas y de salud, mejoras en la nutrición y mejores índices de seguridad, en los últimos años. Sin embargo, la calidad de estos servicios públicos no puede competir con la que brindan los privados, a los que accede, en mayor medida, la población blanca-mestiza, de clases media y alta. La población negra, en contraposición, a pesar de contar con niveles socioeconómicos similares, tiene un acceso ligeramente peor a dichos servicios. Por lo tanto, es necesario utilizar ambos lentes, de clase y raza, para poder lograr una distribución más equitativa que permita garantizar un mejor derecho a la ciudad.


Notas

1 En este texto uso el término afrocolombianos, personas negras o gente negra de forma intercambiable. Entiendo que estas expresiones se han movilizado en contextos muy distintos, y en ningún momento pretendo homogeneizar las diferencias en el autorreconocimiento de estas comunidades.


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