Introducción
La creciente diversificación del campo religioso en Colombia afecta el uso e interpretación del espacio sagrado (iglesias, templos, mezquitas, sinagogas, etc.) que es concebido y utilizado de acuerdo con las referencias propias de cada sistema religioso y sus adaptaciones a la realidad cultural y social del país. Esto a su vez genera nuevas referencias espaciales que influyen, tanto en los creyentes mismos, como en el entorno urbano y en la sociedad que lo circunda.
Este artículo presenta algunos resultados del proyecto de investigación "Diversidad religiosa y arquitectura en Colombia" realizado por los grupos de investigación Sagrado y Profano (Universidad Industrial de Santander) y Ginvearqui (Universidad Santo Tomás), financiado por ambas instituciones. A partir de observación directa, entrevistas1, estudio planimétrico y revisión documental, se realizó un análisis histórico, social y arquitectónico de 15 lugares de culto representativos de grupos religiosos significativos en Colombia, teniendo en cuenta variables que interrelacionan el espacio sagrado con las representaciones y expresiones religiosas. En concreto, y teniendo en cuenta la propuesta de la arquitecta Susana Jiménez (Jiménez, 2008, p. 24), el estudio tuvo en cuenta información relacionada con cuatro variables: a) contexto, b) forma, c) funcionalidad y d) significado.
Buscábamos que los objetos arquitectónicos fueran representativos de la diversidad religiosa en Colombia y para las distintas organizaciones. También, en algunos casos, atendimos a su sentido histórico y a su valor patrimonial. Por eso pensamos en un rango amplio y escogimos los siguientes lugares2:
Cosmovisiones originarias: Maloca huitoto (Leticia, Amazonas), construida en 2010, ejemplo de una cosmovisión milenaria.
Catolicismo romano:
Templo doctrinero de Sutatausa (Cundinamarca) construido en el siglo XVII, utilizado para la cristianización de los indígenas muiscas.
Templo del antiguo convento de San Agustín (Bogotá), construido en el siglo XVII, para el servicio de una comunidad religiosa y la feligresía hispano-criolla santafereña.
Catedral metropolitana de Medellín, construida a finales del siglo XIX y comienzos del XX, ejemplo del significado del maridaje entre la Iglesia y Estado que sobrevino con la Regeneración y la hegemonía conservadora (1886-1930).
Catedral metropolitana de Barranquilla, construida en las décadas de 1960 a 1980, el cual simboliza un poco los esfuerzos de modernización del catolicismo colombiano tras la celebración del Concilio Vaticano II.
Templo de la parroquia San Norberto (Bogotá), construido a comienzos del siglo XXI. Expresa las nuevas dinámicas y concepciones sobre prácticas, expresiones religiosas y relación catolicismo-sociedad contemporánea.
Protestantismo histórico y anglicanismo:
Templo de la Primera Iglesia Bautista de San Andrés Isla. Construida a finales del siglo XIX, en madera, es todo un referente de identidad cultural isleña.
Templo de la Primera Iglesia Presbiteriana (Bogotá). Símbolo de la presencia e identidad de la primera iglesia protestante establecida en el territorio continental de Colombia.
Catedral Anglicana San Pablo (Bogotá). Símbolo de la activa comunidad anglicana de Colombia, definida a sí misma como "vía media" entre el catolicismo y el protestantismo.
Cristianismo evangélico y pentecostalismos:
Templo "Redención" de la Iglesia Adventista (Bucaramanga). Construida en el siglo XXI, es un símbolo de la fortaleza y adaptación de esta iglesia en la ciudad con las comunidades más antiguas y consolidadas del país.
Templo de la Iglesia Casa sobre la Roca (Bogotá). Edificado en el siglo XXI. Espacio de culto principal de una importante iglesia de doctrina protestante y espiritualidad pentecostal-carismática, nacida en Colombia. Reúne las características básicas de los mega-templos cristianos construidos en las últimas décadas.
Cristianismo Ortodoxo
Templo Ortodoxo griego (Bogotá). Es en la década de 1960 cuando se levanta el primer templo ortodoxo en el país: la Iglesia de la Dormición de la Virgen, en Bogotá. Todo un símbolo de la presencia cristiana ortodoxa griega en el país y de las pequeñas pero influyentes migraciones provenientes de Europa oriental.
Islam
Mezquita de Maicao (Guajira). En Maicao, Guajira, los inmigrantes sirio-libaneses construyeron, en la década de 1990, la Mezquita Omar Ibn Al-Jattab, que se ha convertido en símbolo mismo de la ciudad, del departamento y de la cultura e identidad colombo-árabe.
Hinduismo
Templo Gornitay, comunidad Hare-Krishna (Bogotá). El hinduismo llega a Colombia en la década de 1970, desde Estados Unidos, y sus doctrinas influyen especialmente entre losjóvenes. En un céntrico y tradicional lugar de Bogotá se creó en los años 80 el Templo Gornitay, de la comunidad Vaisnava o Hare-Krishna.
Budismo
Estupa budista (Santa Marta, Magdalena), En la segunda década del siglo XXI, la corriente tibetana en Colombia, en la falda de la Sierra Nevada de Santa Marta, construyó una estupa, la primera en el país, la cual consideran todo un faro de energía espiritual.
A partir de estos datos nos propusimos, como dice el arquitecto Germán Téllez, "presentar la forma corpórea, en la esperanza de que, por medio de las imágenes, se nos revele también su espíritu" (Téllez y Moure, 1982, p. 11). En el caso del presente artículo, queremos compartir las respuestas que obtuvimos a las siguientes preguntas de investigación: ¿qué elementos físicos, fenomenológicos, religiosos, históricos y culturales caracterizan esos espacios y si se encargan o no de aportar cargas simbólicas al objeto arquitectónico?, ¿cuál es la relación existente entre corrientes religiosas y el diseño y uso de estos espacios? La respuesta a estas preguntas nos llevó a comprender la estrecha relación existente, en la mayor parte de los casos, entre práctica religiosa y arquitectura, y de todo ello con el entorno.
La arquitectura como expresión cultural y religiosa
A partir de Auguste Choisy, quien explicó la historia de la arquitectura desde su complejidad técnica principalmente (Choisy, 1944), se puede inferir sin embargo su carácter social. Esta concepción ha sido replicada en disciplinas como la historia, que, desde la irrupción de la Escuela de los Annales en 1929, considera la arquitectura como una fuente histórica, una expresión cultural, social y política que puede leerse y comprenderse (Burke, 1996, pp. 16-21). Más recientemente, la argentina Marina Waisman afirmó que la obra de arte o arquitectura es en sí misma "el testimonio histórico principal e imprescindible, el que reúne en sí los datos más significativos para su conocimiento" (Waisman, 1990, p. 18), en tanto se trate de hacer una revisión de la historia de la arquitectura y/o investigaciones que tengan como objeto de estudio la arquitectura.
Waisman no solo se encarga de aclarar el valor que tiene el objeto arquitectónico como fuente primaria, sino que avanza para proponer la necesidad de una existencia de pautas propias de análisis para la comprensión de la realidad arquitectónica latinoamericana. Esto comulga con dos planteamientos hechos por Damián Bayón para el estudio de la arquitectura religiosa americana: primero, que dentro del contexto de una historia cultural no se pueden desconocer las referencias a lo social y lo económico; y, segundo, que no tiene sentido un análisis de estas arquitecturas bajo ópticas o "nomenclaturas" europeas. "Si alguien se empeña en seguir hablando de estilos debemos empezar, al menos, a pensarlos en términos que supongan categorías típicamente sudamericanas" (p. 23). Resalta Bayón la importancia de tener en cuenta las condiciones geográficas, climáticas y humanas, entre otras (Bayón, 1974). La arquitecta colombiana Susana Jiménez agrega que la investigación arquitectónica latinoamericana debe explicar los hechos arquitectónicos como espacios de identificación y construcción de cultura, de memoria y de identidades colectivas (Jiménez, 2008, p. 21). Esta autora diferencia la obra arquitectónica del hecho arquitectónico. Este último surge cuando la obra arquitectónica se carga de significados, es decir, adquiere sentido histórico, trascendencia cultural, política, económica y social. Así, el lugar, la cultura y la identidad quedan vinculados (Jiménez, 2008, p. 23).
Con respecto a la arquitectura religiosa, la experiencia del espacio arquitectónico está directamente relacionada con las representaciones y expresiones religiosas (Houtart, 1992, pp. 33-95) que se plasman en dicho espacio, y con la misma estructura de la organización religiosa que lo concibe y construye (Houtart, 1992, pp. 97-124). La arquitectura religiosa, es, entonces, una expresión de ideas religiosas, de cosmovisiones y experiencias de fe, de poderío o debilidad institucional, de influencia social, y una importante fuente para leer la historia religiosa de una sociedad.
Lo esencial y lo común
Vivir el momento del culto en compañía de los diferentes oferentes del mismo, hablar con ellos y con sus fieles, escucharles y observarles permitió identificar un rasgo común en todas y cada una de las manifestaciones religiosas o sagradas: lo esencial del espacio religioso es el encuentro con los otros, semejantes entre sí, en las mismas condiciones de fragilidad y búsqueda espiritual y, por otra parte, el encuentro con lo otro, ese algo más allá e intangible que habita en la creencia religiosa. Encuentro en la palabra, educadora muchas veces y proselitista otras, la cual también posibilita un encuentro silencioso con lo intangible.
En esta investigación se pudo observar y sentir el sentido y la fuerza del encuentro, de la "casa común". La maloca huitoto, localizada dentro del casco urbano de Leticia, está abierta a catorce etnias diferentes de la amazonia colombiana que concurren allí para celebrar sus reuniones de Cabildo, así como los bailes que están relacionados con su "calendario ecológico". A casi dos mil kilómetros de distancia de Leticia, en Santa Marta, en las estribaciones de la Sierra Nevada, se desarrolla el encuentro esporádico, y casi restringido, de un pequeño grupo alrededor de la primera estupa budista construida en Colombia. Mientras tanto, en el centro del país, el encuentro se hace masivo dentro de las nuevas iglesias de corte pentecostal y neopentecostal, como Casa sobre la Roca, que cuentan con espacios anexos, pero que no generan una socialización adicional inmediata, como si sucede con las iglesias protestantes históricas: anglicana, adventista y presbiteriana, aunque posibilitan otros encuentros en otros horarios y para otro tipo de actividades, especialmente direccionadas a la formación y crecimiento personal de sus fieles. A poco más de mil kilómetros de Bogotá, se encuentra la intensidad percibida en la mezquita de Maicao -centro de cultura y civilización de la ciudad-, al medio día de un viernes, víspera del inicio del Ramadán; en otro lugar, a casi mil doscientos kilómetros de Bogotá, en el punto más alto de la Isla de San Andrés, la reunión de fieles que celebran en inglés en la primera iglesia bautista de la isla, fortaleciendo así no solo su identidad religiosa, sino además su identidad cultural. Pasamos a Medellín, donde la inmensidad y penumbra del espacio de la catedral empequeñece al creyente que va en búsqueda de un poco de paz y perdón, en el agitado y poco amistoso ambiente de esa zona del centro de la ciudad. Luego en Barranquilla, en otra catedral, se respira otro aire: este sí de encuentro festivo, a tono con el calor de la ciudad y el multicolor de los vitrales del moderno edificio que expresa la pujanza de la ciudad. Y de nuevo en Bogotá, la bella Iglesia de San Norberto, en donde los fieles, al igual que en Maicao y como en San Andrés, salen rápidamente a continuar con la vida otra, la rutinaria de los viernes, sábados y domingos.
En el centro del país se ubican dos templos históricos: la iglesia de San Agustín, levantada en el siglo XVII, y a setenta y cuatro kilómetros aproximadamente, el pequeño templo doctrinero de Sutatausa, del mismo siglo. Estos espacios restaurados y embellecidos llaman al encuentro de los esporádicos fieles y a las recurrentes visitas con miradas atentas de los turistas. Finalmente, dentro del tráfago de la ciudad capital, sobre la avenida Caracas, vamos al pequeñísimo templo Gornitay donde los tambores, las flores, las frutas, el fuego y el agua consiguen reunir a los fieles -en su mayoría jóvenes- alrededor de una alabanza a Krishna. A un poco más de cien cuadras de allí, hacia el norte, en la iglesia Ortodoxa Griega Dormición de la Virgen, convergen diferentes culturas: griegos, rusos, libaneses y colombianos que se reúnen en un ritual milenario que resiste al tiempo, a la geografía y a la adaptación cultural.
Lo simbólico
El centro de este artículo es abordar el fascinante mundo de lo simbólico, que es el que llena a los espacios de contenido, de una energía particular, poderosa, que da sentido a todo lo que se practica en ellos, y a la comunidad misma que lo lleva a cabo. ¿Cuáles son las condiciones simbólicas de estos edificios y espacios visitados?, ¿cuáles son otorgadas por sus creadores y por el sistema religioso que los concibe, y cuales son dadas por la práctica y el uso?, ¿son inmutables?, ¿son cambiantes?, ¿el poder simbólico del objeto influye en su entorno? Estas son algunas de las preguntas a las cuales buscamos dar respuestas. De acuerdo con Serge García Doménech, el mundo que nos rodea no siempre es el que aparentemente es, sino el que somos capaces de percibir con los sentidos y, sobre todo, el que se "filtra" a través de nuestros contextos culturales y de nuestra memoria. La percepción no es universal; "la base cultural y la experiencia anterior aportan diversidad a la percepción de las cosas y hace que la misma se convierta en un acontecimiento sensorial racional a la par que personal" (García, 2014, p. 309). Así, el mundo de las representaciones y significados del objeto arquitectónico religioso tiene mucho de subjetivo, si bien no lo es en sentido exclusivo, pues hay elementos "objetivos" que también afectan las percepciones. De manera que la condición simbólica de un objeto arquitectónico está ligada a su diseño, estructura, estética, sonoridad, pero, además, a su localización, entorno, fines constructivos, funcionalidad y simbología prestablecida. En todo ello interactúa, además, la influencia y el poder de las organizaciones religiosas que lo construyen (García, 2014, p. 309).
El propósito de un espacio de uso público -como el espacio religioso- es ser identificado y aceptado por fieles y visitantes, quienes lo dotan de un carácter propio y de significados. Este sería el objetivo final, pero no todos lo logran. Su alcance es el resultado de una amalgama compleja de variables históricas, religiosas, sociales, culturales, económicas y hasta políticas (García, 2014, p. 314).
Así, interesados en lograr comprender los significados de los espacios de la diversidad religiosa en Colombia, establecimos algunas variables de observación que guiaron el análisis. Estas son: sus significados como lugares sagrados, sus significados estéticos y sus significados culturales.
La condición sagrada
A pesar de las diferencias que hay entre los sistemas religiosos, todos operan bajo una distinción básica: la de lo sagrado y lo profano. Toda persona religiosa distingue una línea de ruptura que separa las cosas sagradas de las cosas profanas. Lo sagrado es aquello que está al margen de los usos comunes; es algo misterioso, tremendo y fascinante; su esencia es el misterio, normalmente impenetrable a la razón, aunque no por esto irracional: tiene mucho sentido y es comprensible. Lo sagrado se conoce principalmente a través de la experiencia religiosa, donde el sentimiento y otras sensaciones tienen un lugar importante. De acuerdo con Alfredo Fierro, "la cercanía de lo sagrado hace temblar, estremecerse [...] pero, al propio tiempo, lo atrae, seduce y enardece como supremamente cautivador" (Fierro, 1984, p. 6).
Ahora, no todas las religiones tienen bien separadas las fronteras entre lo sagrado y lo profano, y algunas veces se desdibujan; eso sucede en el panteísmo y el animismo, donde la naturaleza hace parte de la divinidad o los distintos seres tienen ánima o espíritu, respectivamente. Por tanto, todas las actividades humanas se vuelven prácticamente sagradas. Lo contrario es el monoteísmo, que distingue muy bien entre Dios y los hombres, entre el creador y la creación, separando lo sagrado y lo profano, abriendo así las puertas a la desacralización del mundo físico (Gauchet 1985).
Así, el espacio sagrado está creado para asegurar el contacto entre el creyente y la divinidad y está condicionado y orientado en torno a un supuesto "centro" geográfico, axis mundi, ombligo del mundo, en el cual vive la divinidad, o su presencia es más fuerte e intensa. De esta manera los musulmanes se disponen a la oración mirando hacia la Meca; muchos templos se edifican orientados a la salida del sol, o una estrella; los cristianos hablan de los "santos lugares", ligados a la vida de Jesús (Fierro, 1984, pp. 14-15). Los templos deben, entonces, facilitar dicha conexión.
Sin embargo, la condición de sacralidad varía en cada lugar de culto. Razones culturales, contextuales y doctrinales de cada organización religiosa explican estas diferencias. En los espacios estudiados podemos determinar tres tendencias: la primera otorga una característica sacra al espacio en sí mismo y de forma continua; la segunda otorga una sacralidad condicionada y temporal al espacio religioso, determinada por la comunidad y por el acto celebrativo religioso (la liturgia, por ejemplo); la tercera es la interrelación entre lo sacro y lo profano en perspectiva que implica la sacralización de todas las actividades cotidianas.
La sacralidad permanente
Esta es la condición que uno esperaría encontrar en un lugar destinado al culto religioso: un espacio para realizar un acto sagrado, que refuerce la separación frente a lo mundano, lo secular, lo profano. Ciertamente, en Occidente esta separación se ha acrecentado con el tiempo, especialmente tras la Ilustración; sin embargo, ha sido un rasgo de muchos sistemas religiosos considerar al templo como un espacio que facilita la conexión con lo espiritual, para lo cual sería necesario otorgarle ciertas características que lo hagan ver especial, distinto, "ungido" por la divinidad.
Podemos decir que los templos católicos y ortodoxos mantienen esta condición de espacio sagrado en sí mismo, independiente de la presencia de la comunidad, y que refuerza profundamente la separación entre lo sacro y lo secular. Esto no ha cambiado en la historia. Tanto los templos coloniales, decimonónicos, del siglo XX o XXI, en cualquier contexto, siguen manteniendo este rasgo. La clave está en su consagración y en la presencia en él del sacramento eucarístico.
Todo templo católico y ortodoxo, antes de ser usado, debe ser consagrado y dedicado por un obispo. Consagrar significa "hacer santo", acto ritual o ceremonial a través del cual una persona o un lugar es apartado para la adoración y el servicio a Dios. Este acto tiene origen bíblico, especialmente en los libros del Éxodo y Levítico. El antiguo Templo de Jerusalén era considerado la "casa de Dios" (Dios habitaba personalmente ahí), era tan sagrado que estaba restringido el ingreso a los lugares más sacros (como el Sanctasanctórum) bajo penas graves, inclusive la muerte (Pigna, 2019). Luego, los cristianos adoptaron esta condición para sus templos y ceremonias, aunque con variantes y diferencias respecto aljudaísmo bíblico. Durante el acto de consagración, el altar, donde se celebra el sacrificio eucaristico, es objeto de una bendición especial. Allí se colocan las reliquias de algunos santos; además se le unge con crisma, se quema incienso y se rocía con agua bendita. Todo ello se hace porque, para los católicos, el altar es el lugar donde, en cada misa, se produce la transustanciación, es decir, Dios mismo se hace presente de forma real en la hostia y el vino (Redacción Aciprensa, 2016).
Los altares y, sobre todo, el Sagrario, con la eucaristía, otorgan santidad al templo católico:
Si un espacio puede consagrarse, presumiblemente también puede perder esta condición. En el catolicismo es posible hacerlo y también requiere de una ceremonia especial, luego de la cual el lugar puede ser utilizado para fines profanos. Ahora, esto significa que debe haber un segundo elemento en el templo católico para que adquiera la condición sagrada en plenitud. Este es el sagrario, con la hostia consagrada (el Santo Sacramento) que en la Iglesia Católica es, nada menos que, la presencia real de Dios encarnado (Jesucristo) en el lugar. Por eso, los católicos suelen persignarse al pasar por los templos, aunque no ingresen, porque saben que "Dios está ahí". Estos signos son más intensos a medida que el creyente se adentra al templo y se acerca al lugar central del mismo: el sagrario: aparecen las genuflexiones, muchas de ellas profundas y largas; inclusive no falta quien toque el piso con su cabeza en una señal de sometimiento a la divinidad. Aún en templos con fuerte significado histórico, como la iglesia doctrinera de Sutatausa o el templo de San Agustín, donde acuden muchas personas atraídas por su condición de monumento histórico, aun allí, el creyente sigue rindiendo especial respeto a los lugares donde se encuentra el Santo Sacramento: en una capilla lateral del templo o en una capilla posa de la plaza. En el caso del templo Ortodoxo se protege la sacralidad del altar y del sagrario por medio de un iconostasio, un gran cancel que cubre estos espacios, y que solo se abre para permitir su visualización durante la celebración de la eucaristía, siempre con la presencia sacerdotal, dando la espalda al público.
Dada esta condición, los templos católicos, romano y ortodoxo, solo pueden usarse con fines litúrgicos y devocionales, aunque ocasionalmente se permite la realización de conciertos de música religiosa (en el caso del templo católico). Cualquier otro acto puede considerarse irrespetuoso, o inclusive representar una profanación o un sacrilegio, lo cual pone en entredicho la santidad del templo (Vásquez, 2015).
Así, todos los creyentes entrevistados en los cinco templos católicos y en el templo ortodoxo estudiados, manifestaron que estos tenían significados que aludían a lo sacro y a lo santo, y que invitaban a la trascendencia: "Aquí está Jesús", fue una frase recurrente. En el caso de las iglesias urbanas esta condición sacra las convierte en "oasis" de protección respecto a una ciudad convulsa. Así, los más creyentes buscan ubicarse cerca del altar y lejos de las puertas. Tranquilidad, anonadamiento y "pequeñez frente a la grandeza de Dios" son otras sensaciones expresadas por los creyentes.
Los fieles del templo ortodoxo evocan la doctrina de la encarnación de Dios al referirse a su templo. Sabemos que esta doctrina es la que justifica tanto la existencia de iconos, como de templos. Dios en su persona de Jesús puede representarse gracias a que lo divino toma forma humana y por tanto se hace presente en medio de la realidad de los hombres.
En el trabajo de campo vimos que la condición sagrada solo era captada por los creyentes; quienes no lo son, no expresaron ese tipo de sensaciones de tipo religioso; no obstante, aún ellos aludieron en sus entrevistas a la idea del "oasis", del "lugar de paz" y de "calma"; también se expresó la idea de "energía", aunque no faltó quien interpretara la disposición de los espacios y los símbolos de ciertas iglesias históricas (San Agustín y catedral de Medellín) como un ambiente de "museo" y aún de frialdad, generando sensaciones entre misteriosas y tenebrosas.
En el caso del templo hinduista vaisnava, la santidad del lugar se refuerza con la presencia de las deidades, pequeñas figuras que representan a Krishna y a maestros espirituales que han adquirido condición divina y a quienes se ha consagrado el espacio. Estas estatuas e imágenes son ubicadas en una especie de altar, conocido como Garbhagriha o Moolasthanam, que es el centro mismo del templo y que, se cree, atrae las ondas "positivas". Los templos hinduistas procuran orientarse y ubicarse buscando dichas energías provenientes de la "transferencia de ondas eléctricas y magnéticas en un punto de inserción norte/sur" (Ram, 2015). Esto se refuerza con actos y símbolos, como descalzarse, el cual tiene un fin muy importante. Los templos hinduistas son lugares donde hay vibraciones puras de campos eléctricos y magnéticos de energía positiva; al estar descalzo, se facilita la transferencia de dichas energías al cuerpo, a través de los pies. Una razón adicional es que los zapatos y sandalias se usan en la calle y por tanto recogen impurezas que estropean la condición pura del templo, y por tanto son fuente de energía negativa.
Otro acto simbólico que indica la condición sagrada del lugar es tocar la campana antes de entrar a la parte interior del templo, el Garbhagudi o cámara matriz, donde están dispuestas las estatuillas de las deidades. Se supone que, al tocar la campana, esta produce un sonido agudo y duradero que dura al menos siete segundos, tiempo en el cual se activan los centros curativos del cuerpo y ayudan a vaciar a la persona de pensamientos negativos del cerebro, algo necesario para poder disponerse para la alabanza y la oración.
Existen otros signos más que refuerzan la condición sagrada y energética del templo hinduista, que se convierte en un espacio que recoge y concentra energía, la cual es transmitida a los fieles y devotos.
El budismo bebe de la tradición hinduista y sus estupas asumen también la condición de lugares energéticos y "sacros", aunque de forma distinta a como la concibe el catolicismo y el cristianismo ortodoxo. Se trata aquí de energía espiritual que irradia sobre el fiel, y que lo anima y fortalece en su camino hacia el nirvana.
La estupa es la transformación budista de la montaña Meru del hinduismo4. El centro es el "huevo sagrado", que es rodeado de un camino ascendente en forma de terrazas, que permiten ir ascendiendo (haciendo un símil de las encarnaciones) hasta llegar a la cima de la vida inmortal. "Cuando el peregrino llega a esa cima que corona la estupa, considera que ha logrado anticipar ritualmente su propia iluminación definitiva, que lo convierte en Budha, superado ya todo apego kármico", dice el teólogo Antonio Bentué (Bentué, 2003, pp. 235-249). Es decir, la forma y disposición de la estupa ofrece al creyente budista un ejemplo físico del viaje metafísico y espiritual que debe hacer en su propia vida. De esta forma, la estupa se vuelve un "centro teofánico" que permite conectarse con lo trascendente, y se convierte, además, en una especie de faro energético.
Por todo ello, los budistas consideran la estupa como un ser vivo. Ha sido objeto de una ceremonia de consagración en la cual se invocó a seres iluminados, que "cargan" el lugar con energías espirituales y que transmite bendiciones especiales a quienes la visitan; como una "antena psíquica", en palabras de uno de los devotos del lugar, que es capaz, no solo de derramar buenas energías, sino, además, de controlar las fuerzas negativas, tales como el odio, la pobreza o la enfermedad. Esta característica es especialmente atribuida a la estupa de Santa Marta, que representa uno de los estados de la Iluminación de Buda. Es, en síntesis, un "refugio espiritual", un lugar de curación, sanación, de "comunión" con los seres espirituales y de recarga espiritual. Por eso el visitante debe siempre mantener una actitud de respeto y recogimiento ante una estupa. De hecho, no es por casualidad que se llega a ella y, al contrario, es necesario tener ciertos méritos para poder hacerlo. Por tanto, el visitante debe considerarse un privilegiado y aprovechar muy bien su visita al lugar.
La sacralidad temporal y condicionada
En el anglicanismo y las iglesias protestantes se da un cambio sensible en torno a la condición de sus templos. La sacralidad es determinada por la consagración del lugar (en el caso de los anglicanos) y, sobre todo, por la presencia de la comunidad de fieles (en los anglicanos y en todas las iglesias de tradición protestante). Ellos son quienes conceden, en últimas la "santidad" al espacio, y es solo mientras la comunidad está reunida.
Esta actitud respecto a los espacios de culto protestantes se entiende por las características históricas identitarias de la Reforma Protestante: su existencia se determinó por una lucha contra la "sobre-sacralización" de los objetos (por ejemplo, las reliquias) y espacios de culto que había generado el catolicismo medieval, al punto de otorgarles poder santificador (sacramentales) o a través de un acto simbólico (indulgencias). Por tanto, en el protestantismo, el espacio religioso es vaciado de los significados que tiene en el catolicismo romano y en el cristianismo ortodoxo, y lo simbólico se reduce, haciendo ver al fiel que no necesita de intermediación alguna para relacionarse con la divinidad. El creyente que ha aceptado a Jesucristo como su Señor recibe la santificación por la Gracia divina y, al reunirse en comunidad (ekklesía) para la oración, "atrae" la presencia de Dios, que se hace presente en medio de ella, y solo mientras esté reunida. Esto vale inclusive para la Iglesia anglicana, que celebra un rito eucarístico similar a la misa católica, pero en el cual la presencia de Jesús en el pan y el vino es solo espiritual y no permanece de forma real. Solo hay presencia divina mientras está reunida la comunidad, por tanto, no existe el culto a la hostia consagrada.
Sin la comunidad en actitud de oración, el espacio religioso protestante se convierte en un lugar de reunión que puede servir para otras actividades, aunque esto varía: mientras que para las iglesias anglicana, presbiteriana, bautista, adventista y Casa Sobre la Roca estas actividades no pueden ser "indecorosas", es decir, deben ser de tipo cultural, tales como conciertos de música religiosa, reuniones no celebrativas de los fieles y otras actividades con fines religiosos o académicos, en las iglesias neopentecostales el espacio mismo puede ser utilizado como sala de conferencias, de reuniones de negocios y hasta de encuentros políticos. Por eso, algunas de estas iglesias llegan a tener varias salas con actividades simultáneas. La secularización del espacio neopentecostal queda bien marcada con la palabra "centro de convenciones", nombre que algunas de estas organizaciones religiosas (por ejemplo, la Misión Carismática Internacional) dan a sus templos (Beltrán, 2012, p. 313).
Para las iglesias de tradición protestante, la santidad del espacio la otorga la comunidad que se reúne en él en actitud de oración y adoración a Dios.
En el templo protestante lo sagrado se reduce de tal manera que es superado por otros significados, inclusive culturales. Así sucede con el templo Bautista de San Andrés, donde, a juicio de los entrevistados, las sensaciones y significados en materia de fe pasan a un lugar secundario frente a su condición cultural y en la Primera Iglesia Presbiteriana de Bogotá, donde se respira un ambiente de tradición e historia. En los templos Casa sobre la Roca y Adventista prima la calidez (cuando está la asamblea reunida), mientras que al vaciarse se convierten en lugares inexpresivos en lo referente a la sacralidad.
En el Islam, contrario a lo que pudiera pensarse, la mezquita, en un primer momento, puede tener un significado muy parecido al de la iglesia protestante, e inclusive ir más allá. La presencia de la comunidad de fieles es la que bendice el lugar. La mezquita, que significa "lugar de postración", es un lugar de reunión y oración y de acogida de los creyentes, pero no está sacralizado; esto significa que no excluye la posibilidad de ser utilizada de varias maneras: para reuniones culturales y políticas, para socializar, y aún para dormir (en caso de necesidad). Mientras no se esté haciendo la oración (ahí todos deben guardar la máxima compostura) se puede hablar, socializar, enseñar y hasta comer y beber. Por eso la mezquita es considerada como "arquitectura del vacío", pues lo importante en ella es el espacio vacío mismo, que será llenado por los fieles. Hasta el mihrab es vacío, aunque bien decorado (Westheim, 2006, p. 54). Pero este significado no es del todo exacto. Aún vacía, la mezquita transmite paz y tranquilidad, y parece mantener una condición de "amplificador" espiritual, pues las oraciones que se hacen dentro de ella -según sus fieles- valen 27 veces más que aquellas que se realizan por fuera.
La integración de lo sagrado y lo profano a través del espacio
Los sistemas religiosos de tendencia panteísta y animista suelen considerar unidos el mundo físico y espiritual, es decir, que lo divino y lo humano coexisten en el mismo plano. Es natural, entonces, que sus espacios de culto también sean un lugar privilegiado para dicha interrelación. En nuestra investigación, los huitoto exponen una cosmovisión amazónica que se ajusta a las características descritas. Y su lugar sagrado, la maloca, integra la vida cotidiana con la vida espiritual, lo divino y lo humano. No es un espacio para "desconectarse" del mundo y "conectarse" con Dios; al contrario, pone la vida misma en relación con lo espiritual y lo divino todos los días, a cada momento. De hecho, la maloca permite que lo espiritual guíe lo temporal. Esto, porque la maloca no pierde su condición de centro social y económico, siendo, de acuerdo con Reichel y Von Hildebrand, "una unidad dinámica, socio-política, económica, expresando en su teoría y en su práctica, un manejo comunitario de recursos naturales y culturales" (Tagliani, 1992, p. 71).
Por eso, en la maloca cada actividad cotidiana debe prepararse también simbólicamente. Si se va a cazar, por ejemplo, el cazador debe limpiarse espiritualmente por medio de baños, debe preparar amuletos de protección y que ayudan a la precisión (dientes, colmillos, picos, polvos), a la vez consumir coca y tabaco.
Así, la maloca se convierte en modelo simbólico del cosmos y en su estructura se hace alusión constante a la unión entre la naturaleza y el mundo espiritual: el piso representa la tierra; el armazón son las plantas y los animales, y los niveles de techo plasman modelos de los cielos del cosmos. Dentro de la maloca se explican las múltiples funciones que tienen los seres humanos, las plantas y los animales. También representa un "útero-vientre": el tercero de los cuatro vientres en el que el ser humano debe estar7. Aún más, la maloca se considera el centro del universo, pues la familia de cada huitoto y su comunidad son centros mismos, mientras que la selva y los "otros", los que no pertenecen a la cultura y a la comunidad, son periferias (Tagliani, 1992, pp. 52-53).
Fuente: dibujo de los autores a partir de datos suministrados por el antropólogo Lino Tagliani (1992, p. 35).
La condición cultural y patrimonial
La arquitectura religiosa no solo es valorada por su sentido religioso, sino que, además, es motivo de interés por su valor cultural y patrimonial. Y fue por esto por lo que, a pesar de los procesos de secularización, la arquitectura religiosa sigue despertando interés, al punto de convertirse en importante foco de atracción turística para los países. En Colombia, las primeras investigaciones, hechas en los años 60 del siglo xx, sobre la historia de la arquitectura religiosa, la concibieron como un bien patrimonial que era necesario conservar y luego, restaurar (Rueda, Plata, y Figueroa, 2017, p. 307). Y es que, para creyentes y profanos, la arquitectura religiosa tiene unas significaciones que aluden a un pasado o a una tradición y que por consiguiente conservan una serie de elementos valorados por las sociedades del presente como necesarios para constituir memoria e identidades que son apropiados por grupos pequeños o por comunidades y naciones enteras. Este significado cultural puede remitirse a lo histórico, o puede simbolizar el esfuerzo y el empuje de la comunidad que construyó o mantiene el edificio religioso.
En nuestra investigación el significado histórico-patrimonial se encuentra presente sobre todo en los edificios más tradicionales: iglesia doctrinera de Sutatausa, iglesia de San Agustín, iglesia bautista, iglesia presbiteriana, catedral de Medellín y maloca huitoto. En algunos de ellos, como el templo de Sutatausa o el de San Agustín, el sentido histórico puede superar el significado religioso propiamente dicho. Fue por lo mismo que han sido objeto de restauración. Palabras como: "monumento", "museo", "ventana al pasado", "tradición", "historia", fueron expresadas por propios y visitantes al referirse a estos espacios. Algunos de ellos representan mentalidades de otros tiempos y son auténticos instrumentos pedagógicos para la historia de las religiones en Colombia y para percibir un poco la cultura de antaño. Dan sentido de pertenencia a una comunidad más amplia de la propiamente religiosa y por ello han sido protegidos por el Estado. No pertenecen ya solamente a las instituciones religiosas que los construyeron, sino que han sido adoptados por el país mismo. Son patrimonio cultural, objetos de un turismo cada vez más creciente, con visitantes que irrumpen e interrumpen en los recintos, interesados en saber más sobre sus significados histórico-estéticos. Por su parte, para las organizaciones religiosas, estos espacios son su orgullo; representan una historia, una presencia, una tradición: son símbolos de la "mayoría de edad" de dichas organizaciones. Tales sentimientos se evidenciaron en las palabras y gestos de los guardianes de estos lugares, que parecen decir: "No somos una religión cualquiera: tenemos una historia y la hacemos valer".
Muchos templos tienen además un significado histórico para la comunidad de fe o para toda una nación como se ve en las figuras 15 y 16.
El significado cultural patrimonial es un poco diferente en los templos de las iglesias bautista y presbiteriana, respecto a los templos católicos de San Agustín, Sutatausa y catedral de Medellín. Para las comunidades que guardan los segundos, estos representan una historia, un pasado, y no son necesariamente son reconocidos como símbolos de identidad cultural presente. En el caso de la catedral de Medellín, esta representa una cultura y una historia -el "empuje" antioqueño que colonizó una región-, pero el edificio permanece bastante ignorado hoy día por los habitantes de la ciudad.
En cambio, para las comunidades del primer grupo, los templos de San Andrés y Bogotá son importantes por su historia, pero también por su presente, convirtiéndolos en protectores de su identidad. En el caso del templo bautista de San Andrés esta idea es muy fuerte: es el símbolo de la cultura raizal, ni más ni menos. Por eso el culto se hace en inglés, hay una homogeneidad étnica en sus fieles, se alude a la herencia africana constantemente y cualquier visitante es cuidadosamente referenciado y observado; nadie pasa desapercibido. Si una iglesia como San Agustín de Bogotá es una ventana al pasado, un templo como el Bautista de San Andrés es un guardián del presente. En el caso del templo presbiteriano de Bogotá, la comunidad insiste mucho en preservar una tradición particular, por eso es cuidadosa en la manera de realizar sus oficios religiosos y decorar el lugar; quieren mostrar con su templo, que durante mucho tiempo fuero una "isla en un mar de hegemonía religiosa" y eso los dotó de una manera particular de ser y vivir. Tal propósito se renueva con los lazos que se entretejen cada domingo al finalizar el culto principal, en actividades culturales, de socialización y aún gastronómicas.
En el caso de la maloca, el significado histórico y patrimonial cultural va más allá del objeto físico propiamente dicho -que es de reciente en su construcción- y se otorga a lo que representa: se trata de un espacio sagrado que sigue estrictamente una tradición milenaria en su construcción y esto es lo que lo inviste de poderosos sentidos histórico-culturales. Estos hacen que la maloca de Leticia sea ni más ni menos que un elemento encargado de preservar la cultura tradicional de las comunidades indígenas que habitan el mundo urbano.
Otros templos también tienen un importante sentido cultural que alude al presente de la ciudad o lugar donde se encuentran. Un ejemplo es la catedral de Barranquilla. Su diseño moderno y atrayente, su colorido, su arte y su calidez, junto con su ubicación en un lugar neurálgico de la ciudad, la vinculan con la ciudad moderna y la convierten en un símbolo de esta. Otro caso es la mezquita de Maicao, un símbolo de una cultura y de un pueblo (árabe) que ha sido visible y protagonista de la región en los últimos 50 años; es, además, símbolo de belleza, orden y civilización en una ciudad caracterizada por la ilegalidad económica y la corrupción estatal.
Tanto la catedral Metropolitana de Barranquilla (figura 19), como la Mezquita de Maicao (figura 20), son símbolos de orden, empuje, estética y modernidad, convirtiéndose en puntos referentes para sus ciudades.
Varios de los espacios más recientes tienen otro significado: el esfuerzo de las comunidades que los construyeron. A diferencia del catolicismo de antaño, cuando el Estado participaba en la construcción de los enormes templos, en el presente, las organizaciones religiosas deben costear la construcción de sus templos con donaciones de sus propios miembros. Son ejemplo del trabajo colectivo de sus fieles y esto les da un sentido de especial aprecio: es "su lugar", que han construido con su trabajo y esfuerzo. Un motivo más para agradecer a la divinidad.
De esta manera, los significados histórico-culturales se convierten en un elemento poderoso que, además, del religioso propiamente dicho, cargan a los lugares de sentimientos positivos, los llenan de calidez, amor y sentido de pertenencia. Se convierten en lugares para la sociabilidad, la construcción de lazos afectivos, la génesis de nuevos proyectos, y otorgan impulso a las comunidades religiosas para incidir un poco más en la sociedad donde viven.
La condición estética
Arquitectura y estética están relacionadas, puesto que, como dice Plazaola, todo lo que tiene relación con lo sagrado "exige que resplandezca por la nobleza, la verdad y la belleza" (Plazaola, 2006, p. 13), pues esta arquitectura estaría destinada a producir fascinación y emoción sobre el espíritu. Es, además, un lenguaje comunicable y a la vez, sincero. Aún en la arquitectura moderna, donde la noción de belleza se vuelve subjetiva, relativa y pareciera primar lo funcional sobre lo bello, se sigue exigiendo a la expresión religiosa de la arquitectura la comunicación de lo sublime, lo agradable, lo calmo, lo profundo, lo fascinante, todos estos elementos ligados a la estética, convirtiéndola en una expresión de carácter holístico que nos habla del ser del hombre (Ayma, 2003, p. 69).
Pero el arte religioso, dice Paul Westheim, "no puede aceptar una contemplación desinteresada. Su meta es despertar interés" (Westheim, 2006, p. 17) que busca ser orientado en torno a unos propósitos establecidos por los creadores, los cuales normalmente son de tipo espiritual y pedagógico. Por ejemplo, el arte y la arquitectura barrocas buscaban estimular los sentidos y lo sensual para facilitar la experiencia religiosa del creyente. Ese es el fin; la estética por sí misma no es la meta del arte religioso, al contrario, es apenas un rasgo derivado (Westheim, 2006, p. 19). Esto, porque la "belleza" es un juicio basado en el gusto, que difiere en cada persona, cada pueblo, cada época. Los ideales de belleza y estética cambian con el tiempo y la cultura, y el arte y la arquitectura religiosas, que están hechos para trascender, no puede limitarse a la interpretación subjetiva y temporal. Debe transmitir un mensaje completo y coherente, para lo cual la estética sirve de instrumento, pero no de finalidad. Así, en el arte y la arquitectura religiosa lo simbólico tiene un peso tan fuerte o mayor que lo estético.
Por eso quisimos preguntar a las personas que visitaron los lugares estudiados, para conocer sus percepciones sobre la estética de los edificios y si generaban algún "gozo estético". Es necesario decir que el interés por este aspecto y las sensaciones generadas por este difirieron entre visitantes (incluyendo a los investigadores) y creyentes. Los primeros, quizá por no compartir el universo simbólico-religioso sobre el cual se han establecido los templos, se interesaron más por lo estético y se fijaron más en los detalles que generaba. Para los segundos, salvo en algunos casos -donde existía un reconocimiento pleno de la importancia patrimonial y estética del edificio- lo estético pasaba a un segundo plano, eclipsado por el sentido religioso. En algunos, como la maloca, la estupa budista, el templo hinduista, la catedral de Medellín y el templo bautista de San Andrés, ninguno de los entrevistados feligreses se refirió a lo estético; lo simbólico era mucho más importante. En otros, como los templos adventistas y Casa sobre la Roca, primó el interés funcional, y el juicio de los fieles estuvo encaminado a qué tanto facilitaba o permitía el encuentro de la comunidad (sonido, lugares adecuados para reunirse en pequeños o grandes grupos, visibilidad del predicador, etc.). No se expresaron sensaciones estéticas, quizá correspondiendo con los intereses de los creadores de estos lugares, que buscaban, ante todo, la funcionalidad de los espacios.
La estética es relativa y puede requerir mucha inversión, o sencillez e imaginación, como puede verse al comparar la figura 21 y 22.
En cambio, los visitantes, entre los cuales nos incluimos, sí se detuvieron en la percepción y descripción de sensaciones estéticas. Llamaron a la maloca "bella y amable", al templo doctrinero "claro y limpio", y "emocionante" por sus murales; al templo de San Agustín "colorido, barroco y frío", a la catedral de Medellín "neorrománica", "majestuosa por dentro y por fuera", llena de "luz y sombra"; consideran que la catedral de Barranquilla "irradia luz y color" y genera "sensación de amplitud y de iluminación"; que templo parroquial de San Norberto es "sobrio", "hermoso" y "original" en su manejo de la luz y el color. Asimismo, que el templo ortodoxo griego "llama la atención" por el "contraste de los ladrillos con su fachada y el color azul celeste de sus puertas, techos y cornisas"; que la catedral anglicana es "sencilla y clara en su concepción", que genera un espacio "cálido y amigable" y que el templo bautista de San Andrés impresiona por fuera "por su diseño y colorido", pero que por dentro "es menos impactante". Por su parte, la primera iglesia presbiteriana de Bogotá produce, para los visitantes, la "sensación de estar en un templo protestante de otro país" por su diseño "neogótico inglés"; que el templo adventista de Bucaramanga se "percibe algo desnudo por la falta de adornos y sus blancas paredes"; que el templo Casa sobre la Roca expresa "abundancia, técnica, efectividad y orden"; que la mezquita de Maicao es "una joya engastada en medio de un pequeño jardín"; que el templo vaisnava sorprende por el contraste entre la decoración externa y lo básico que es por dentro; y que la estupa budista es "atrayente por su forma, por su color blanco, por la pequeña estatua de Buda, por los pétalos y las ofrendas". En las figuras 23 y 24 se aprecia la estética de dos épocas distintas.
Los creyentes que transmitieron sensaciones estéticas lo hicieron sobre aquellos espacios de los cuales ya conocían su importancia y sentido. Así, los fieles del templo de San Agustín mostraron interés por detalles (específicamente adornos barrocos) del templo; aquellos de la catedral de Barranquilla manifestaron su gusto por los vitrales y por la escultura "el Cristo Libertador" de Jaime Arenas Betancourt; los feligreses del templo parroquial de San Norberto manifestaron que este expresa "modernidad" y aquellos del templo ortodoxo, que eran "llamativos" los colores azul, que relacionaron con el cielo, y el color ladrillo, que ligaron a la tierra. De igual modo, destacaron el valor de los iconos que revisten el templo. También llovieron elogios hacia el templo presbiteriano de Bogotá -recién restaurado- al que calificaron de "el más bello" templo protestante del país, cuya presencia evoca "majestuosidad" y su decoración transmite "calidez" y "quietud". Asimismo, la mezquita de Maicao fue considerada por miembros de la comunidad musulmana como "incomparable" a nada que exista en la ciudad y en toda la región.
Además, vale la pena resaltar que los creyentes, a la hora de expresar el sentido estético, se detuvieron más en las decoraciones y otros detalles que en el diseño y estructura arquitectónica de los edificios, a la cual no calificaron en sentido estético, sino en su funcionalidad, haciendo críticas a la acústica (algunos templos católicos) o a la utilidad de los espacios que lo componen (iglesias de tradición protestante).
Así, parece ser que, salvo en algunos casos, el interés estético del edificio está en proporción inversa con el sentido religioso que evoca en los visitantes y la feligresía. Quienes no percibieron suficientemente el sentido religioso, se percataron más de lo estético, y viceversa. Esto, porque para el creyente, el espacio religioso es ante todo eso, un lugar para el encuentro con lo divino, donde lo estético se subordina y hasta palidece frente a la condición sagrada y al sentido religioso. Los investigadores y visitantes, por su parte, al no compartir los códigos religiosos, no tienen otra que estar atentos a los aspectos estéticos.
Conclusiones
El sentido del encuentro
El espacio religioso continúa siendo uno de esos pocos lugares significativos de encuentro, donde, a diferencia de lo que acontece en los demás, los beneficios obtenidos no son de orden material, sino espiritual; algo intangible, pero que indudablemente no ha dejado de ser una necesidad para una buena parte de la humanidad.
Lo interesante es que la arquitectura, como elemento físico y material, tiene la capacidad de generar y producir efectos y sensaciones que conjugan lo material y lo inmaterial, por lo que logra potenciar el espacio para ese encuentro, entre los unos y los otros, así como el encuentro que se da, además, con "lo otro" intangible.
También es importante destacar que en la arquitectura religiosa y/o sagrada, aun cuando el punto de partida es el mismo y común a todos, cualquiera que sea la denominación religiosa o sagrada, la arquitectura se encuentra en capacidad de responder a las infinitas posibilidades diferenciadas que generan las necesidades específicas que tenga cada grupo o comunidad, y puede, además, ir más allá de las mismas, al proponer nuevas expresiones formales para el espacio. El sentido del encuentro es uno, y así lo ha sido a lo largo de la historia del hombre sobre la tierra. La arquitectura en cambio es múltiple, cambiante y diversa, porque responde a esa misma condición del hombre: múltiple, cambiante y diverso.
Lo simbólico otorga identidad al espacio religioso
El espacio religioso es, ante todo, un lugar simbólico. Aún en aquellos sistemas religiosos que pretenden simplificar o reducir los símbolos, aun ahí siguen existiendo y de muchas maneras. Todo significa algo, bien por interés expreso de los creadores, o bien por la interpretación que fieles y visitantes realizan. Ellos, con su presencia y actividad, llenan los lugares de significados, que van desde lo estético e histórico, hasta conceptos más cálidos y fuertes: referencias al hogar, a un refugio, al oasis, a la fraternidad y obviamente, al encuentro con lo divino, a la recepción de energías, a lo santo, a lo eterno. Se trata de ideas que aluden lo positivo, lo afectivo y lo trascendente, y que hacen del espacio religioso poderosamente rico en significados, otorgándoles una identidad y una personalidad que los hace influir en diferentes sentidos: lo religioso en primer lugar, pero también en lo cultural, social, urbano e histórico. Se convierten así en lugares de vida para una comunidad pequeña, mediana, o para una nación entera.
El espacio religioso y/o sagrado es fascinante y permanentemente cambiante en el tiempo, porque se adapta y adopta diferentes lenguajes, materiales, formas; sin embargo, permanece igual en su esencia. Quedó claro cómo, dentro de las múltiples diferencias observadas, que en parte son su principal riqueza, se pueden observar claramente dos tendencias. La primera, que la gran mayoría de las edificaciones visitadas, y aunque algunas de ellas sean de reciente construcción, se encuentran realmente enraizadas en la tradición, y utilizan recursos de diseño disponibles en un "catálogo de referentes" que le permiten potenciar el sentido religioso y diferenciado del espacio. La segunda, que los edificios contemporáneos, que no acuden a los referentes de la tradición, hacen caso omiso de estos recursos, por lo que se caracterizan por la utilización de un lenguaje neutral, no historicista y mínimamente expresivo.
También se considera relevante observar que, mientras los primeros permiten y alientan el encuentro solitario con "lo otro" a partir de la oración o meditación individual, en las edificaciones pertenecientes al segundo grupo, este tipo de encuentro no parece darse, factor que incide en el valioso concepto de creación de "lugar" que pueden tener o no en este tipo de espacios y que a nivel urbano, bien vale la pena potenciar, ante la presencia inminente y cada vez mayor de "no lugares" en el medio urbano contemporáneo.