La elección que se decide por tal porción acústica para tal idea es perfectamente arbitraria. Si no fuera este el caso, la noción de valor perdería algo de su carácter, ya que contendría un elemento impuesto desde fuera.Saussure (1916/1945, p. 142)
Por supuesto que sería absurdo sostener que para cada palabra de cada lengua ha existido siempre un significado que corresponde exactamente a su sonido. ¿Pero es en verdad mucho más lógica la postura contraria, que niega todo tipo de simbolismo sonoro (fuera de la clase de ecoísmos evidentes u onomatopeyas) y ve en nuestras palabras un elenco de asociaciones plenamente accidentales e irracionales de sonido y de significado?Jespersen (1922, p. 397)
INTRODUCCIÓN
Si un rasgo es, de manera manifiesta, coesencial al concepto de lengua de Saussure y constituye, al mismo tiempo, lo que separa a la lengua del lenguaje, es su carácter de sistema, conjunto de partes funcionalmente integradas. Esta caracterización margina a la parole, el acto individual en que se emplea para la comunicación el repertorio de recursos de la lengua. Históricamente este sistema trocará más tarde su caracterización por la más difundida de estructura, la etiqueta-insignia con que los epígonos del maestro ginebrino proyectaron sus ideas sobre la lengua a un muy surtido espectro de materias culturales. El cambio de designación preservará la arquitectura saussureana, pero utilizando -del modo más extendido- la categoría ‘lenguaje’ (por ejemplo, el inconsciente lacaniano se dirá que se halla estructurado como un lenguaje), desoyendo entonces una discriminación de máxima importancia. La sustitución no cuestionó, con todo, los principios del sistema: la arbitrariedad y la linealidad del signo. En este artículo revisaremos la noción de arbitrariedad desde el abordaje actual de la psicolingüística y la psicología del lenguaje, que han producido en la investigación reciente un cuerpo de evidencias con las que la idea de una motivación fonética o primaria ha recobrado impulso. El objetivo no es, por ende, revisar la noción de arbitrariedad sin más, de la que ya el propio Saussure había indicado que tenía limitaciones en la clase de motivación llamada relativa (intralingüística: fundada en la derivación de signos a partir de signos de orden más elemental), sino volver sobre una variedad de la motivación que permea en el lenguaje (y en la lengua) rasgos objetivos de la realidad. Esta motivación, extralingüística y al mismo tiempo presemántica, sobre la que pesaba la sombra del dictum de Saussure y a la que desde la publicación del Curso de lingüística general se había hecho poco caso en la lingüística pese a advertencias en contrario, por ejemplo, (Jakobson, 1965), se ha visto rehabilitada desde disciplinas claramente emparentadas. En cuanto presemántica, recoge en la sonoridad de las palabras propiedades físicas del referente, las cuales serían universales, mediante la sinestesia natural que se ha documentado que está a la base de la percepción del individuo (Lewkowicz, 1996; Martínez, 2010; Walker, 1982, 1997). El texto se propone, pues, mostrar cómo las investigaciones en psicolingüística y psicología del lenguaje han aportado corroboraciones a viejos trabajos descriptivos que solo asentaban el fenómeno de esta motivación. Según estos estudios cabe señalar que hay componentes translingüísticos en la conformación del léxico de toda lengua, y el influjo del simbolismo sonoro, definido como el conjunto de asociaciones suscitadas entre una entidad o un acontecimiento y un cierto fonema o serie de fonemas, coloca a la lengua en relación con las funciones psicológicas fundamentales, aunque el lenguaje como tal, considerado en toda su complejidad, sea un tipo de las funciones complejas. La experiencia perceptiva se cuela, por tanto, de manera universal, en la particularidad de cada lengua a través de la sinestesia. La motivación sinestésica, como parte de la más amplia motivación fonética (aunque trasciende el plano del mero sonido, conectando la experiencia vivencial cualitativa del hablante con expresiones vocálicas), puede ahora ser tematizada y teorizada con arreglo a nuevas conclusiones obtenidas de la exploración empírica. Desde estos resultados se vuelve posible no tan solo describir y taxonomizar los tipos de motivación, sino ensayar hipótesis sobre los lazos de estas y la resonancia entre modalidades sensoperceptivas del procesamiento psicológico.
El texto se encuentra organizado como sigue: en primer término, se revisan pasajes señeros sobre la arbitrariedad en el Curso de lingüística general (CLG); en segundo término, se comentan resultados obtenidos en psicolingüística y psicología del lenguaje que deben incorporarse a la lingüística en torno al debate sobre la arbitrariedad; en tercer término, se discuten las nociones de heterogeneidad y contingencia como mejores candidatos para describir los mecanismos de constitución del léxico en las lenguas. Se concluye que el tipo de la motivación sinestésica, como subtipo de la motivación fonética, opera en un estrato de la cognición que procesa inputs del medio coordinando las modalidades de la percepción, y que esto es en definitiva lo que sugestiona la emisión verbal con contenidos procedentes de unas cualidades que no corresponden a la esfera del sonido.
REFLEXIÓN
Arbitrariedad y motivación
La arbitrariedad de los signos lingüísticos implica que el significado no se halla provisto “por relación alguna con la secuencia de sonidos (…) que le sirve de significante” (Saussure, 1916/1945, p. 90). Las porciones del espacio fónico y del conceptual (aunque en rigor no todos los significantes corresponden a conceptos) se anexan con plena libertad. ‘Arbitrario’ significa inmotivado: “arbitrario con relación al significado, con el cual no guarda en la realidad ningún lazo natural” (Saussure, 1916/1945, p. 91).
Desde luego, la idea de arbitrariedad no es novedad del CLG, como algunas autoridades sostuvieron y Coseriu (1967) se ocupó de corregir. Baste decir que la idea de la constitución de las unidades de la lengua por impositio, ex instituto, ex arbitrio, secundum placitum y lemas semejantes puede rastrearse hasta mucho antes de Saussure: desde los orígenes de la discusión sobre los signos del lenguaje (desde Aristóteles, dejando a un lado el aporético Cratilo de Platón), y atravesando la Edad Media, en continuidad hasta los albores de la modernidad.
Así podemos concebir cómo las palabras (...) llegaron a ser utilizadas por los hombres en cuanto signos de sus ideas: no por una conexión natural que haya entre sonidos articulados particulares y ciertas ideas, pues entonces habría no más que una lengua entre todos los hombres; sino por una imposición voluntaria a través de la cual tal palabra es convertida arbitrariamente en la marca de tal idea. (Locke, 1999 citado en Coseriu, 1967, p. 92)
En ningún caso se podría endilgar al Saussure enseñante la intención de hacer pasar por nuevo algo de tan larga existencia. En CLG leemos que la arbitrariedad lingüística es algo aceptado por la comunidad de especialistas (“no está contradicho por nadie”; Saussure, 1916/1945, p. 90)1.
Si este rasgo central en la noción de lengua ha cosechado tan amplio predicamento es, por lo menos en buena medida, gracias a su natural perspicuo, su casi obviedad, tal que cualquiera puede constatar cómo la referencia a un mismo objeto recibe en dos lenguas dos nombres diversos (perro, cane, chien, dog, Hund) y ninguna de las variantes parece más próxima a la cosa: reflejar mejor sus propiedades, físicas o culturales. Los sonidos de una significantización (la elevación a rango de significante de alguna materia fónica) remite al hablante a una entidad codificada, pero no recogen atributos fenomenológicos de lo evocado.
Por lo demás, si la arbitrariedad es un principio, ha de abarcar íntegramente el territorio de la lengua, con sola excepción de interjecciones y onomatopeyas, elementos poco representativos y de los que no está claro, siguiendo a Saussure, si son auténticamente motivados, dado que basta advertir cómo el ladrido que es guau-guau en español suena en francés oua-oua y en alemán wau-wau para apreciar una acomodación de los sonidos-fuente al interior de cada uno de los sistemas comparados. Señala Saussure que “los signos enteramente arbitrarios son los que mejor realizan el ideal del proceso semiológico” (Saussure, 1916/1945, p. 91) y que “sus consecuencias son innumerables” (Saussure, 1916/1945, p. 90), para indicar “en passant” que quizás a futuro la semiología quiera desestimar como signos genuinos “los modos de expresión que se basan en signos enteramente naturales”, y que, si los acoge en su seno, “su objetivo principal no por eso deja de ser el conjunto de sistemas fundados en lo arbitrario del signo” (Saussure, 1916/1945, p. 90). Como los signos arbitrarios realizan mejor que cualquier otro el ideal de los procesos semiológicos, la lengua, hecha de signos en su mayoría arbitrarios, constituye en sí el sistema más característico de la semiología y le cabe el privilegio de ser el patrón-medida.
Según De Mauro, responsable de la edición prínceps del CLG (Saussure, 1916/1995), la arbitrariedad no es solo el primer principio, ordinalmente hablando, sino también el principio cardinal, del que depende luego el resto de las novedades aportadas por Saussure (socialidad, mutabilidad y estabilidad de la lengua, la idea de valor). Si hubiera en el signo una motivación que ligara significados con significantes, la lengua estaría condicionada para recortar secundum placitum sus unidades. En cambio, un enlace arbitrario entre las partes del signo lingüístico es garantía de que cada significante recibe una dotación semántica que lo convierte en tal a sola condición de que no exista superposición con otra serie equivalente de fonemas (descontando los homónimos). En un pasaje célebre, Saussure afirma que en la lengua “sólo hay diferencias sin términos positivos (…) Lo que de idea o de materia fónica hay en un signo importa menos que lo que hay a su alrededor en los otros signos” (Saussure, 1916/1945, p. 151, itálicas en el original). Es en virtud de la diferencialidad, constituyente de significados y significantes, que se impone al planteo saussureano la idea de valor.
Cuando se habla del valor de una palabra, se piensa generalmente, y sobre todo, en la propiedad que tiene esa palabra de representar una idea, y, en efecto ése es uno de los aspectos del valor lingüístico. Pero si así fuera [si esa representación recubriera perfectamente la idea de valor], ¿en qué se diferenciaría el valor de lo que se llama significación? (Saussure, 1916/1945, p. 143).
La prueba [de la necesidad de distinguir entre ambos] está en que el valor de un término puede modificarse sin tocar ni a su sentido ni a su sonido, con sólo el hecho de que tal otro término vecino haya sufrido una modificación. (Saussure, 1916/1945, p. 151)
Para Saussure, el valor es anterior y dominante respecto de toda significación -“el valor es, para nosotros, [el] aspecto primero [de las unidades de lengua]” (Saussure, 1916/1945, p. 139); “el valor es sin duda un elemento de la significación… [pero] la significación está bajo su dependencia” (Saussure, 1916/1945, p. 143)-. Esta es la contraparte de la imagen auditiva, pero el valor procede de la relación entre un signo lingüístico y los otros (Saussure, 1916/1945, p. 144). El valor de un signo se define así en dos planos: la secuencia de fonemas /p-e-z/ recibe su aptitud para significar del contraste con fino /p-a-z/, mientras que su correspondiente asignación semántica es producto de un deslindamiento entre pez y pescado. Es porque en español contamos con ‘pez’ y ‘pescado’ que aquellas nociones subyacentes valen de manera desigual respecto de ‘fish’ en lengua inglesa, nominación que abarca ambos espacios de significado.
Según ello, el valor es condición del establecimiento de significados y efecto de puras diferencias que, ensambladas para conformar los signos, constituyen las positividades de la lengua. “Bien entendido ese concepto [signo] nada tiene de inicial, (...) no es más que un valor determinado por sus relaciones con los otros valores similares” (Saussure, 1916/1945, p. 147). Es la noción de valor la que da a la lengua su carácter de sistema y hace que “la lingüística [sea] un sistema de puros valores” (Saussure, 1916/1945, p. 104).
Si el sistema descansa sobre el valor, el elemento ordenador de las piezas individuales dentro del conjunto, es porque cada pieza vale (más o menos, esto/ lo otro) por tener delante a otras que son, precisamente, diferentes. La idea de valor depende de la más fundamental de diferencia, que se aplica a cada plano del signo lingüístico y supone en sí el principio de arbitrariedad. Es la arbitrariedad lo que habilita el sistema de diferencias y lleva estas diferencias a sedimentarse en un sistema de valores. Aun si las dos nociones de arbitrariedad y de valor se hallan consustanciadas como el punto máximo de originalidad en la obra de Saussure, “lo arbitrario radical viene primero, la relatividad de los valores de significantes y significados (...) es la consecuencia de ello” (Saussure, 1916/1995, p. 464)2.
Incluso podría pensarse una arbitrariedad sin correlato de valor, si se posterga el requisito de que los enlaces de significados y significantes se deban a puras diferencias. En este caso, la arbitrariedad estaría dada para un solo signo en el que los fonemas XXYY representaran ~~~~, sin precisar de un signo YYXX para nombrar otra cosa. Los enlaces arbitrarios podrían luego eventualmente organizarse (o no) conforme con sus diferencias, pero un signo como tal podría ser arbitrario sin ser parte de un sistema. Lo que de ello sin embargo queda libre de cuestionamiento es que sin arbitrariedad no hay variabilidad, ni entre las lenguas ni entre los estados sucesivos de una misma lengua. Valor implica variación, y si existiera una motivación en los acoplamientos de significados y significantes, la predeterminación anularía la plena variabilidad, dejando algunos elementos coagulados en virtud de distintos factores. Si un significante estuviera asociado, por alguna forma de intuición, con un significado o referente (digamos, para simplificar, con un significandum), los valores de uno y otro plano no serían aspectos negociables y de esta manera el signo sería un punto fijo que restringiría, al menos en parte, el libre juego del valor. Dado que la arbitrariedad supone que no hay determinaciones previas, si existieran significaciones inducidas desde algún tipo de semejanza o iconicidad, los nexos del significante y el significado no serían enteramente libres ni responderían solo a recortes mutuos. Como afirma García Manga (2002), sin apostatar de la arbitrariedad y
sin pensar la lengua como una mera suma de palabras-cosa, hemos de constatar la existencia de parcelas léxicas dominadas, a todas luces, por la inherente y específicamente humana búsqueda constante de motivación por parte de los usuarios de una determinada lengua. Tal deseo latente de motivación (...) puede incidir en los sonidos mismos constituyentes de la palabra, puede afectar a la estructura morfológica, a la estructura semántica e incluso a varios de estos aspectos al mismo tiempo. (p. 162)
Se han distinguido diferentes tipos de motivación lingüística que sucintamente pueden caracterizarse como sigue. Un primer tipo de motivación está ligado al influjo de la afectividad sobre la manifestación lingüística, reflejo anímico del cual Rousseau había sugerido que podía encontrarse en el origen del lenguaje (Ensayo sobre el origen de las lenguas), tesis que han rescatados algunos investigadores en la actualidad (Mithen, 2006; Wray, 1998). Pero esta musicalidad emocional, que podría ser tenida como apoyo o catalizador en el proceso de la adquisición lingüística a nivel onto- y filogenético, no halla lugar automáticamente dentro de la lengua en tanto que sistema. Esta motivación no se traduciría en los signos del lenguaje, salvo por las interjecciones, sino en aspectos prosódicos de la emisión.
Un segundo tipo abarca lo que se ha denominado, de manera estándar, la motivación fonética, encarnada en la onomatopeya y en la cual cabe discriminar una clase primaria y una secundaria (Ullmann, 1976). Si aquella implica la imitación del sonido del referente, esta concierne a verbalizaciones en las cuales el sonido evoca cualidades físicas o espirituales por algún enlace psicológico que es evidente, pero sobre el cual no había, hasta época cercana, materiales suficientes como para teorizar. Sin duda a nadie había dejado de ser llamativo este poder de la palabra para recoger las formas de la realidad o sentimientos despertados por su percepción (que los poetas habían explotado desde siempre), pero el establecimiento saussureano de la idea de lengua como sistema cerrado sobre sí tuvo la consecuencia de minimizar la relevancia de estos hechos. Para Saussure, tanto las onomatopeyas como las interjecciones (exclamations) no eran más que unas formas marginales de la lengua. Las primeras “nunca son elementos orgánicos de un sistema lingüístico” (Saussure, 1916/1945, p. 91). Si la exclusión acaso podría parecer ad hoc, añade luego que son siempre, a más de escasas, ejercicios aproximativos y convencionalizados del sonido real. Este carácter de aproximación permitiría a la rana angloparlante su sonido ‘rurup’, mientras que su pariente hispanoamericano vocalizaría ‘croac’. Ergo, la serie de sonidos recogida en la onomatopeya “ya es arbitraria en cierta medida” (Saussure, 1916/1945, p. 91), y además, “una vez introducidas en la lengua, [las onomatopeyas] quedan más o menos engranadas en la evolución fonética, morfológica, etc., que sufren las demás palabras (…): prueba evidente de que ha[n] perdido parte de su carácter primario para adquirir el del signo lingüístico en general, que es inmotivado” (Saussure, 1916/1945, p. 92). Hay que advertir, no obstante, que no es fácilmente conciliable negar a las onomatopeyas, por un lado, pertenencia orgánica al sistema y pretender, por otro, que hayan sido sometidas a una convencionalización. En cuanto a las interjecciones, expresiones que podrían llamarse exudaciones emotivas puras, Saussure señala que no hay que olvidar las diferencias entre el francés ‘aîe’, el español ‘ay’ y el alemán ‘au’. “En resumen, las onomatopeyas y las exclamaciones son de importancia secundaria, y su origen simbólico [motivado, según la versión saussureana de símbolo] es en parte dudoso” (Saussure, 1916/1945, p. 92). En la medida en que este tipo de motivación se encuentra contemplado en CLG, supone menos una impugnación que una moderación a la arbitrariedad como principio.
Un tercer tipo de motivación, denominada morfológica, lo constituyen los signos lingüísticos que obtienen su significado del que portan otros signos de los que aquellos primeros se componen. Es lo que supo analizar Saussure como motivación relativa. “Sólo una parte de los signos son absolutamente arbitrarios; en otros interviene un fenómeno que permite reconocer grados en lo arbitrario sin suprimirlo: el signo puede ser relativamente motivado” (Saussure, 1916/1945, p. 163). Saussure admite la derivación de signos a partir de otros signos primeros (el compuesto des-cubrir parte del radical cubrir y el añadido de un prefijo con significado propio.
Así, veinte es inmotivado, pero diecinueve no lo es en el mismo grado, porque evoca los términos de que se compone (...); tomados separadamente, diez y nueve están en las mismas condiciones que veinte, pero diecinueve presenta un caso de motivación relativa. Lo mismo ocurre con peral, que evoca la palabra simple pera. (Saussure, 1916/1945, p. 164)
De acuerdo con ello, la arbitrariedad tolera ciertas solidaridades entre los signos, y “[n]o hay lengua alguna en que no haya cosa motivada [Saussure se refiere expresamente a esta variante de motivación] (...) Los diversos idiomas encierran siempre elementos de dos órdenes -radicalmente arbitrarios y relativamente motivados -” (Saussure, 1916/1945, p. 165). Corolario: “[u]na lengua constituye un sistema (...) y no es completamente arbitraria (…) impera [en ella] una razón relativa” (Saussure, 1916/1945, p. 96). Tanto para Ullmann (1976) se trata de una motivación secundaria o derivada de una semántica básica, de modo que a este nivel se trata de un fenómeno verbal intrínseco, sin relación con lo real3.
Un cuarto tipo, que se encuadra junto con el anterior en la motivación intrínseca, es el de la motivación semántica, donde un signo lingüístico recibe, por medio de diferentes mecanismos de derivación, una particular alteración de su significado original (los tropos clásicos, las etimologías populares, las estrategias que propician reinterpretaciones). Se habla también aquí de una motivación morfosemántica, por cercanía con el tipo anterior y la dificultad de establecer límites claros (aunque en rigor esto afecta en distinto grado a todo este inventario no bien se abandonan los casos modélicos).
Se ha defendido que existe también una motivación terminológica, propia del vocabulario técnico-científico, singularizada porque en ella los signos lingüísticos no están ligados por oposiciones de tales con cuales, sino que funcionan en reemplazo de conceptos o de referentes, que son designados en virtud de las características que la comunidad de expertos ha resuelto destacar en la nominación (García Manga, 2002; Casas Gómez, 1994). No implican un deslindamiento mutuo, signo-signo, en el estilo saussureano, sino clasificaciones lógico-epistemológicas con el designio de trazar la mejor descripción posible de la realidad o un territorio conceptual. Se acercan a un etiquetado, aquello precisamente que, conforme con Saussure, las lenguas no son. Y también se ha discriminado una motivación surgida del tabú lingüístico, donde la interdicción de pronunciar un nombre fomenta entre los hablantes la inventiva de palabras sustitutas (García Manga, 2002, 2014; Casas Gómez, 2000), aunque tal vez aquí se trate menos de cómo ha llegado una palabra a significar una cosa u otra que de la ocasión o del factor que empuja a la creación de léxico (cuestión que no es el sitio para discutir).
¿Es pertinente continuar considerando a la arbitrariedad como el principio universal para todas las lenguas, cuando los especialistas reconocen todos estos tipos de motivación? Parece un hecho que el principio no puede considerarse omnímodo. Aquí nos interesa, de forma particular, lo que concierne a la motivación primaria, directa o extrínseca, ligada a los sonidos, más concretamente la clase de la onomatopeya que Ullmann llamó secundaria (y a la cual acaso no convenga en absoluto el nombre de onomatopeya). De ella, a su vez, nos interesa aquí el fenómeno por el que el elemento de sonido logra recoger facetas de su referente que no pertenecen al sonido como tal, sino que parten de canales o modalidades perceptivas diferentes y son convertidas a emisión vocálica. Por consiguiente, se trata de una motivación multimodal o sinestésica, en la cual el sonido del signo lingüístico no está tomado de un dominio igualmente sonoro, como sucede en las onomatopeyas propiamente dichas, sino de un espacio estimular de otra modalidad (visual, odora, táctil) y es luego transfigurado o importado al registro fonético. Tampoco debe confundirse esta variante de motivación con la de las metáforas conceptuales, ya que no está comprometida con sentidos vivenciales sino solamente con rasgos o propiedades sensoperceptivas precategoriales. Aunque esta variedad, como ya ha sido explicitado, no es en absoluto nueva en la literatura experta y existían de larga data interesantes comentarios observacionales de lingüistas destacados, no siempre es allí claro este distingo entre motivación fonética de una modalidad (sonido ( sonido) y la opción multimodal o sinestésica, ni por otro lado entre esta, privativa de características físico-perceptivas, y la clase de motivación ligada a sentimientos o estados anímicos (‘morales’, respetando a Ullmann). En la sección subsiguiente se discuten resultados de estudios empíricos que han vuelto a potenciar, en la interfaz entre psicología y lenguaje, una conversación que había sido desatendida.
Motivación sinestésica
En el Cratilo de Platón, como es sabido, se disputaba en torno de la ὀρθότης de los nombres para con las cosas: la propiedad con que reflejan aquello que denominan. Allí la controversia del lenguaje ϕύσει-θήσει (natural o positivo) giraba en torno de la verdad, lo que le daba fueros epistemológicos, mientras que las actuales investigaciones se mueven dentro de coordenadas exclusivamente de tenor lingüístico. Las objeciones al principio de arbitrariedad que la psicología se encuentra en condiciones de plantear atañen fundamentalmente a que le corresponda un papel exclusivo en las composiciones significado-significante (Scotto, 2019).
Jespersen (1922) ofrecía una amplia colección de ejemplos de simbolismo sonoro. Las resonancias detectadas entre forma (los fonemas de palabra) y contenido (ciertos rasgos del perceptum) ponían de relieve una curiosa conexión. Ello implicaba que el conjunto de sonidos que se utilizaba en la conformación de los signos lingüísticos no fuera al cabo tan perfectamente ingenuo respecto de lo denominado. Jespersen marcaba que existían asociaciones espontáneas entre tonos de sonido agudo y estimulación visual muy luminosa, o entre tonos graves y estimulación visual oscura. También que el fonema /i/ se encuentra con frecuencia en palabras que aluden, en distintas lenguas, a entidades frágiles, pequeñas, delicadas. Por cierto,
[l]a vocal /i/ es sumamente adecuada para expresar pequeñez, pero sería absurdo decir que la vocal implica siempre pequeñez, o que la pequeñez está siempre expresada por palabras que contienen la vocal; es suficiente mencionar las palabras big [grande] y small [pequeño], o apuntar al hecho de que thick [grueso] o thin [delgado] tienen la misma vocal, para rechazar esa noción. (Jespersen, 1922, p. 406)
Dicho en otras palabras, el fenómeno del simbolismo sonoro no es orgánico ni consecuente, pero su robustez resulta constatable: ciertos sonidos se muestran a los hablantes de distintas lenguas particularmente como convenientes para reflejar determinados contenidos.
Algo más tarde, Köhler (1929) llevó a cabo un estudio pionero sobre sinestesia sonoro-visual en el que presentaba dos formas geométricas cerradas, una curvilínea irregular con aspecto ameboide y otra de tipo estrellado, con rayos agudos proyectados hacia fuera. Los sujetos del experimento debían asociar estas figuras con los nombres inventados baluba / takete. Se hallaron correspondencias entre la primera voz del par y la figura redondeada, y entre la segunda y la figura puntiaguda. Lo que Köhler ponía de relieve era que hay conexión entre modalidades sensoperceptivas. Cada sentido (vista, audición, tacto, etc.) aporta un tipo específico de información (información modal), pero, por una parte, es habitual que exista redundancia intermodal, por otra existe información llamada de tipo amodal, esto es, no vinculada de forma exclusiva a una modalidad, estímulos que registramos por distintas rutas perceptivas. El registro de información que capta propiedades amodales recibe la denominación de transmodal (Bahrick y Hollich, 2008). Las correspondencias transmodales son un mecanismo cognitivo por el que una misma propiedad estimular se patentiza por medio de una modalidad o de otra o varias a la vez. Se han observado estas correspondencias entre color o sabor y altura del sonido, formas y colores, olores y timbres de sonido, color y temperatura (Scotto, 2019). Las correspondencias transmodales se producen por congruencia sinestésica (sin recurso a conceptos) o semántica (lingüística o categorial). Las de este segundo grupo forman parte de los casos de motivación semántica; dentro del primer grupo, todo ocurre en el nivel de la estimulación y las capacidades receptivas del sujeto.
Con el experimento mencionado era muy tentador hablar de un sesgo universal que ligara determinadas cualidades sensoperceptivas no sonoras con ciertos fonemas, pero existía la objeción de que el fenómeno solo ocurriera en una lengua, por sus rasgos fonológicos y fonotácticos, o en un grupo de lenguas que tuvieran parentesco. No podía tampoco descartarse que hubiera una imprimación o desviación debida a cierta preferencia de carácter cultural. En definitiva, aquellos resultados podrían explicarse como efecto de una asociación entre fonemas y contornos de figuras que fuera expresión de hábitos idiomáticos o sociohistóricos. Al despuntar el siglo XXI, Ramachandran y Hubbard (2001) replicaron el experimento de Köhler para hablantes de inglés y tamil, reemplazando las palabras del original por el ahora famoso par de voces bouba / kiki. Los resultados indicaron, en ambas lenguas, una correlación del 95 % entre el primer nombre y la forma ameboide y el segundo nombre y la forma estrellada, despejando los reparos sobre la incidencia de criterios idiomáticos en las correspondencias. Para estos investigadores el fenómeno se explicaría en virtud de que la figura angulada refleja en su línea de contorno el estrangulamiento que el fonema /k/ (oclusivo velar) imprime a la emisión de voz (en ambos casos media una inflexión aguda en la continuidad estimular), mientras que en el segundo para estimular el dibujo de la figura y la emisión de voz poseen ondulaciones suaves. “El ejemplo bouba/kiki proporciona nuestra primera pista vital para entender los orígenes del protolenguaje, pues sugiere que puede haber condicionantes sobre las formas en que los sonidos son cartografiados sobre los objetos” (Ramachandran y Hubbard, 2001, p. 19). A diferencia de lo postulado en la teoría onomatopoiética de origen del lenguaje, para la cual el perro recibe su nombre bautismal de su ladrido, en estos fenómenos de sinestesia se trata de una perfecta coincidencia de patrones entre lo que la visión y la audición registran.
El efecto bouba / kiki ha sido corroborado muy diversamente. Lejos de ser un accidente o un capricho de unas pocas lenguas, el efecto bouba / kiki fue testeado en poblaciones diversas: español (fundacionalmente por Köhler), alemán (Hilmer, 1914; Von der Gabelentz, 1891), chino (Lapolla, 1994), francés (Peterfalvi, 1970), húngaro (Fónagy, 1963), japonés (Amanuma, 1974), las lenguas africanas (Bremner et al., 2013), y el indio americano (Haas, 1969; Nichols, 1971), entre otras. Thompson y Estes (2011) comprobaron que el tamaño de los objetos correlacionaba con la elección de pseudopalabras de manera lineal. Los sujetos evaluados asignaban configuraciones de sonido (de un listado presentado visual o auditivamente) a objetos ficticios de tamaños diferentes. Los objetos de menor tamaño fueron asociados con pseudopalabras de fonemas correlacionados con la idea de pequeñez y los más grandes con pseudopalabras de fonemas que sugieren mayor dimensión. Por su parte, la investigación de mercado ha estudiado la influencia del simbolismo sonoro en los nombres de marca, apostando a aprovecharla en el reclutamiento de consumidores. Klink (2000) halló que los nombres de marca que incluyen fonemas /i/, /e/ están asociados a objetos pequeños, delgados, suaves, fríos, femeninos y agradables que lo que incluyen otras vocales. La percepción de marca puede potenciarse entonces a partir de destacar determinados atributos del producto mediante fonemas (Lowrey y Shrum, 2007). La iconicidad marca-producto ha sido establecida incluso a edades infantiles (5 y 12 años; Baxter y Lowrey, 2011).
El efecto bouba / kiki se ha verificado a edades tan tempranas como 2½ años (Maurer et al., 2006) sin diferencias significativas en la asociación respecto de un grupo de adultos. La detección de correlaciones transmodales ha sido luego retrocedida a los 14 meses (Miyazaki et al., 2013) e incluso a los 4 meses (Ozturk et al., 2013). Estos últimos observaron que los bebés atienden más prolongadamente a la estimulación sonoro-visual discordante. En un segundo experimento pudieron verificar que la detección de propiedades amodales para forma-sonido dependía a esta edad de conjuntos silábicos, no de vocales o de consonantes de manera aislada, lo que sugiere “que cierta cartografía sonido-forma precede al aprendizaje de la lengua [language], y de hecho puede ayudar en el aprendizaje de la lengua [language] estableciendo una base para aparear rótulos con referentes y estrechando el campo de hipótesis en niños preverbales” (Ozturk et al., 2013, p. 1). Fort et al. (2013) no observaron pruebas del efecto bouba / kiki entre 5 y 6 meses, pero estos autores se mostraron cautelosos en la evaluación de datos, asumiendo que sus resultados podían responder a la mayor complejidad de sus estímulos suministrados.
Si el efecto bouba / kiki implica a la musculatura orofacial (propiocepción de la apertura de la boca al producir sonidos), se sigue que la amodalidad en el patrón de redondez es registrada por el individuo tanto en la propiocepción como en la visualización (Ramachandran y Hubbard, 2001). La hipótesis de Ramachandran y Hubbard apela a conexiones sinestésicas entre las áreas perceptiva, somatosensorial y motriz. Tal como la expresión facial está profundamente conectada con su correlato emocional, es aceptable suponer que la propiocepción del movimiento muscular facial refuerce lazos cognitivos preexistentes entre formas y sonidos. Esto abona a su vez la tesis de un procesamiento multiaxial de los estímulos. La redondez captada en la visión del objeto ameboide en los experimentos bouba / kiki activaría el recuerdo de la configuración orofacial correspondiente a la modulación de las vocales implicadas en la redondez estomatognática. La íntima relación entre extero- y propiocepción es de otra parte sostenible con respaldo de estudios sobre los nexos kinésico-emocionales. Las investigaciones sobre la expresión facial tienden a mostrar su universalidad (Ekman, 1999), fuera del modo y de la intensidad con que se exterioricen (aspecto maleable por las convenciones).
La vinculación de las correspondencias transmodales como base o apuntalamiento de la adquisición lingüística por vía de la iconicidad o el simbolismo del sonido es materia de controversia. Asano et al. (2015), utilizando medidas de actividad cerebral, proponen que efectivamente las correspondencias no arbitrarias de corte viso-auditivo son producto de un sistema de procesamiento transmodal de los estímulos del que emerge la primera ordenación semántica del léxico. La transmodalidad converge aquí con la propuesta psicológica de una estructura universal semiótica multimodal cuya incumbencia es la gestión de los mensajes de gesto y palabra, contemplando diferencias en formato y propiedades, bajo un único patrón ejecutivo al interior del cual funcionan, ambos, sinérgicamente (Kendon, 1997, 2007; McNeill, 1992, 2005). El procesamiento del lenguaje, tanto en la comprensión como en la producción, ha revelado ser multimodal al identificarse la importancia de las estructuras comunicativas de gesto-palabra en niños pregramaticales (Capirci y Volterra, 2008). Palabras y gestos se coordinan a nivel semántico por momentos de manera redundante (misma significación), por momentos de un modo suplementario, dejando por cuenta de cada modalidad representar un contenido ausente de la otra. Por ejemplo, un niño prescolar, interrogado acerca de la cantidad de baños en una vivienda, responde con una verbalización monosilábica, “Dos”, y alza los brazos para señalar, con sendos gestos, dónde están localizados. Se encuentran documentados asimismo hechos de cruzamiento o conversión intermodal -input auditivo, reproducción gestual del mismo contenido (Rodríguez, 2021) - que abonan la idea de una estructura semio-cognitiva menos modular de lo que alguna vez fuera considerado. La transmodalidad de cuño perceptivo, que hace corresponder sinestésicamente estímulos de un tipo y otro, está ligada a la multimodalidad semiótica, que procesa unidades de significado de extracción y de características distintas, como son el gesto y la palabra.
En esta misma línea, Imai y Kita (2014) y otros han sostenido que el simbolismo sonoro constituye una importante alternativa a otras variantes de bootstrapping en la explicación del surgimiento del lenguaje (bootstrapping semántico, sintáctico, etc.). El peso de las claves sonoro-simbólicas en el proceso de la adquisición lingüística solo se transparenta en la observación ecológica entre el niño y el adulto (Perniss et al., 2010; Perniss y Vigliocco, 2014; Perniss et al., 2017). El segundo de estos estudios, un experimento con lengua británica de señas (BSL) en contextos ostensivos y no ostensivos, arrojó por conclusión que, en paridad con la pauta arbitraria, la iconicidad funciona como orientador para la identificación de referentes nuevos. También para la BSL se ha verificado que la iconicidad está presente en la comprensión y producción comunicativa de niños entre 11 y 30 meses (Thompson et al., 2012). Sin embargo, Nielsen y Dingemanse (2020) afirman que no hay evidencia de que el aprendizaje más veloz y más temprano de voces icónicas explique el desarrollo del lenguaje en general. Aunque hay un predominio sonoro-simbólico en el habla dirigida a los bebés, estos serían definitivamente menos receptivos que los niños de 2½-3 años.
En resumen, y a cuenta de la evidencia empírica respaldatoria, habrá que preguntarse una vez más qué es lo que significa la motivación de estilo bouba / kiki. De allí no cabe derivar que la persona pueda incorporar todos y cada artículo del diccionario, en un idioma que le sea desconocido, por apelación a sugestiones que el sonido consiguiera despertarle, ya que es evidente que las resonancias cognitivas, del tipo que fueren, no alcanzan per se a dejarle comprender cuáles son los significados de obliviscor, Schinken o infinito si ignora el latín, el alemán o el español; pero sí es admisible, en cambio, que exista una facilitación, desde lo perceptivo, para que determinadas formas expresivas se hayan escogido, en el momento bautismal, desde materias expresivas asociables con sus referentes, especialmente apropiadas para reflejar en el sistema de la lengua las características empíricas de objetos o acontecimientos.
Contingencia del signo lingüístico
Las anteriores formas de iconismo no deben ser confundidas con otras variantes ensayadas en el pensamiento occidental, como la de los modi medievales, la gramática de Port-Royal o la teoría figurativa del Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein entre otros intentos por hacer corresponder el pensamiento proposicional y los hechos del mundo. Si en estos intentos se trataba de aquellos universales con los que el lenguaje puede describir la realidad, para el simbolismo del sonido la iconicidad concierne a un plano más elemental: a cierto influjo procedente de la realidad qua percibida sobre la elección de los sonidos que expresan mejor tales o cuales propiedades, por lo tanto no al lenguaje en su mayor complejidad. A diferencia de la iconicidad lógica, la iconicidad transmodal no es una cognición mediada por categorías de sujeto y predicación.
Saussure había enseñado que “puesto que no hay imagen vocal que responda mejor que otra a lo que se le encomienda expresar, es evidente, hasta a priori, que nunca podrá un fragmento de lengua estar fundado (...) en otra cosa que en su no-coincidencia con el resto” (Saussure, 1916/1945, p. 148). ¿Cómo conciliar el principio de arbitrariedad con los experimentos de la especie bouba / kiki, que arrojan los mismos o muy semejantes resultados en distintas lenguas? La pista estribaría en tomar literalmente la alusión a ‘fragmentos de lengua’, dado que si, por un lado, las asociaciones del experimento se revelan translingüísticas, sucede por otro que tales fragmentos, lejos de pertenecer a una lengua particular, son del lenguaje, por lo que el principio de arbitrariedad, en cuanto afecta solamente a lenguas, saldría indemne frente a cualquier objeción de este tenor. Aunque el aporte de los estudios en torno del simbolismo sonoro no pueda desconocerse, podría sin embargo suceder que no afectara la definición de lengua. Pero también puede voltearse el argumento señalando que, si la iconicidad induce a la elección de tales o cuales fonemas para, no importa en qué lengua, conformar signos lingüísticos nominativos semejantes para un mismo objeto, entonces no puede defenderse la arbitrariedad como principio universal. Por el contrario, la iconicidad cosa-palabra parece una propiedad ubicua del lenguaje, lo que convierte al lenguaje en un “fenómeno semiótico heterogéneo y multimodal” (Scotto, 2019, p. 36). Heterogéneo, porque el principio de arbitrariedad es menos soberano de lo que se había creído; multimodal, porque esta propiedad mimética de su iconismo compromete a diversos canales de aferencia y eferencia cognitivas (recepción y producción).
Que el νομοθέτης (nomothetes) de Platón, en su acto fundador, hubiera dado nombre a los objetos a partir de parecidos de sonido y otras cualidades físicas concretas, injertando así en la lengua una partícula de realidad, no es sin embargo suficiente para concluir que entre los nombres se esconda la clave conceptual de aquellos entes nominados. De ser así, habría una lengua única, lengua-matriz determinada por condicionantes extero-lingüísticos. Lo que en verdad nuestro fenómeno del simbolismo permite afirmar es que, disimuladas bajo la arbitrariedad que parece campear sobre la superficie de la lengua, se ve aparecer la huella de un lazo de sangre subterráneo entre el lenguaje y otras formas de la cognición, un enlace que integra diferentes funcionalidades psicológicas.
Todavía cabe una defensa del principio saussureano. Si entre los significantes, solo definidos por sus diferencias, hubiera algún vínculo determinado desde el mundo perceptual (una intrusión realista en la lengua-sistema), la arbitrariedad sometería los rastros de iconicidad y, por ejemplo, las opciones bouba / kiki y baluba / takete valdrían sobre todo como oposiciones, no por los destellos que guardaran de la realidad empírica. Tal es el argumento saussureano relativo a la onomatopeya. Sobre esos pares de sonido operaría la regla de la oposición y diferencia. Incluso si estos pares experimentales tuvieran mayor proximidad fonética (bouba / douba o kiki / wiki) y se perdieran de este modo las características de propiedades amodales, se conservarían con todo en esa reducción dos elementos lo bastante diferentes como para que la lengua mantuviera su sistematicidad. Las diferencias entre los fonemas harían de la lengua la forma rectora y primordial capaz de metabolizar todo lo que asomara a su reticulado: la lingüistización de todo tipo de sonidos pagaría una cuota de admisión para hacerse visible en la estructura. De esta manera, si para indicar la pequeñez puede decirse small sin usar del fonema /i/, o si el fonema /k/, ligado a una fractura en la emisión y en la continuidad visual, puede estar en el nombre de un objeto esférico (el fruto coco), la arbitrariedad tendría de donde reclamar ser la fuerza administradora de la lengua, por encima de otras que, sin duda, afectan el más amplio espectro de los hechos del lenguaje. Pero las pretensiones saussureanas de que la motivación se halla domesticada por la lengua deben confrontarse con el hecho de que aunque el canto del gallo en español, ‘cocorocó’ o ‘quiquiriquí’, difiere del equivalente en lengua inglesa ‘cock-a-doodle-do’, en los tres casos la onomatopeya implica cierta reverberación y longitud en la emisión, hecha de sílabas entrecortadas (ca-ca-reo= k-k-k…), lo que definitivamente impugna las aspiraciones del principio de arbitrariedad.
El sistema como tal parece traicionar las puras diferencias sobre las que presumiblemente fundaría su ser y su organización. La arbitrariedad obliga a un orden de diferencialidad y oposición. Tenemos, sin embargo, casos de diferencialidad sin arbitrariedad (onomatopeyas e interjecciones) y casos de arbitrariedad sin correlato de diferencialidad (vocablos homónimos). Parece apropiado acudir a la idea de contingencia como alternativa de arbitrariedad. La contingencia indica que el enlace en el signo lingüístico, si es en concreto tal, podría haber sido virtualmente cual, y no existe por ende necesariedad. Hablar del gallo como ‘gallo’ o bien como ‘cocorocó’, del auto como ‘un auto’ o ‘un tutú’ (por el ruido de la bocina), o en inglés ‘a train’ tanto como ‘a choo-choo’ son solo opciones convivientes en las cuales se puede apreciar que la motivación se encuentra siempre disponible. Mientras la contingencia permite la alternativa de atender a la motivación o serle indiferente, la arbitrariariedad en cambio indica que no puede haber enlaces motivados. Pero ha sido observado que esto no es el caso, que para las posibilidades de la denominación puede apelarse a voces con algún resabio o marca de su referente. En consecuencia, el rasgo más identitario de la biplanariedad lingüística (significados y significantes) bien podría ser no ya la arbitrariedad, sino una contingencia comprehensiva del nombre arbitrario y de una forma sonoro-simbólica (o de otras diversas variedades de motivación). La silueta ameboide puede ser llamada bouba, nombre motivado, o de cualquier otra manera inmotivada (XYZ). Si el lenguaje es un fenómeno de conformación heterogénea, como pondera Scotto (2019), es porque es contingente el modo en que la lengua escoge las formas significantes con que constituye el léxico. La heterogeneidad formal y resultante es el producto de la contingencia con que la motivación y la arbitrariedad se mezclan, en muy distintos registros, a veces de modos en los que solo un análisis desprejuiciado puede revelar lo no arbitrario.
Como Jakobson (1965) escribió, luego de detenerse sobre el iconismo diagramático de Peirce: “El sistema de ‘diagramatización’, patente y obligatorio en todo el patrón sintáctico y morfológico de la lengua, pero latente y virtual en sus aspectos léxicos, invalida el dogma de arbitrariedad de Saussure (...) [y] exige la revisión” (pp. 35-36). Tomando un ejemplo de este escrito, “La cadena de verbos -veni, vidi, vici- nos informa sobre el orden de los hechos de César en primer lugar porque la secuencia de pretéritos coordinados se utiliza para reproducir la sucesión de ocurrencias reportadas” (p. 27); pero además, rasgo no mencionado, los tres elementos de la verbalización envían a tres acciones reflejadas con el máximo de brevedad verbal, una elección de César mediante la cual dejó entender cuán simplemente había resuelto el combate de Zela. Iconicidad y arbitrariedad (o, como en Peirce, simbolicidad), son en verdad, como también destaca Peirce, más bien los dos extremos que tensan la relación del signo y del objeto. Esta tensión rige también para el signo lingüístico.
CONCLUSIÓN
La negación de la arbitrariedad como pauta de los sistemas lingüísticos implica solo poner entre paréntesis sus pretensiones de exclusividad en la conformación del léxico. Hemos podido ver que la motivación tiene un lugar junto con la arbitrariedad, y que las lenguas naturales son sistemas de tenor heterogéneo en cuanto al mecanismo de enlazar significados y significantes. La unión entre las partes del signo lingüístico refleja variadas formas de inducción desde la realidad que pretende comunicar. La propiedad mimetizante del lenguaje tomaría recursos de una plataforma cognitiva subyacente y previa a la emergencia de la comunicación verbal que sirve a todas las esferas de la vida anímica. Esto es: si la multimodalidad es regla en el procesamiento de las aferencias y eferencias sensoperceptivas y accionales del sujeto, se presentará también como resorte sive mecanismo cognitivo en los espacios dominados por reglas convencionales. Porque en diferente grado toda lengua es contingente, mezclando motivación con arbitrariedad en dosis diversas, el lenguaje y no menos la lengua son heterogéneos. La heterogeneidad es la cara visible de la pauta contingente para crear enlaces.
Hemos llegado a la noción de contingencia en la conformación del léxico lingüístico a partir de un tipo peculiar de la motivación, la motivación sinestésica, que en la bibliografía lingüística especializada apenas se menciona o que, cuando esto ocurre, el tratamiento se limita a una casuística observada. Muchas veces, la motivación sinestésica queda desdibujada al interior de la clase de la fonética, de la cual no reniega, pues se trata del sonido, pero en la cual debe estudiarse como un tipo separado, ya que su fuente es multimodal, vía las correspondencias transmodales. Mientras que la motivación fonética en sentido estricto tiene su dominio-fuente y su dominio-meta en la esfera de los sonidos (la onomatopeya propiamente dicha), la motivación de corte sinestésico germina en cualidades no sonoras de los referentes4. Las edades a las que se detectó aptitud para el registro de correspondencias transmodales sugieren que la motivación primaria, presemántica, directa o precategorial, debe escindirse en dos subclases: la tradicional, unimodal, que transita el andarivel de los sonidos, y esta que recientemente los estudios en psicolingüística han rehabilitado, donde los sonidos son apenas traducciones de determinadas cualidades sensoperceptivas registradas en otras modalidades. Lo que la psicolingüística y la psicología del lenguaje aportan desde la investigación empírica es la teorización ordenadora de las viejas colecciones, la cual surge del conocimiento psicológico a la base del lenguaje. En un estrato más profundo que el de la emisión verbal, bajo la heterogeneidad lingüística y la pauta de contingencia, es posible localizar los fundamentos de un psiquismo organizado multimodalmente, de donde la vocación comunicacional-interactiva del sujeto humano tiende en todas direcciones sus tentáculos para expresarse: imágenes, sonidos, correspondencias, nexos dados o forjados en el afán de vincularse con el semejante y, por este medio, realizar su condición en plenitud social y cultural (Bordoni y Martínez, 2011; Español 2010; Rodríguez y Español, 2019; Stern, 2010). La opción de que el signo lingüístico pueda ser motivado o arbitrario permite entender que en el lenguaje (y en la lengua) se trata de una dinámica menos cerrada (más porosa que lo que con anterioridad se había asumido) respecto de las intromisiones de factores cognitivos que funcionan en el plano del psiquismo más originario y comprehensivo.