Entre las desconcertantes situaciones a las que nos ha enfrentado la pandemia de COVID-19 -de naturaleza infecciosa, agravada por condiciones de orden social e histórico-, una nada halagüeña ha sido constatar, en el día a día, la desconfianza de grandes sectores de la población frente al saber de los expertos. Ante ello, no podemos dejar de preguntarnos si esta suspicacia se dirige a la ciencia misma, a los científicos o a la sospecha de que el saber científico pudiera estar siendo utilizado para fines ajenos al genuino cuidado de la salud de las personas.
Desde luego, la complejidad de la situación que suscitó la aparición de esta nueva enfermedad, para muchos inesperada en una época en la que la epidemiología parecía haber alimentado la ilusa fantasía de que la humanidad habría triunfado sobre las enfermedades infecciosas que la asolaron a lo largo de su historia [1], trazó un panorama nada fácil de gestionar. La enorme brecha entre las formulaciones generadas por la ciencia y las explicaciones que las personas fuera del ámbito científico gestan en la vida cotidiana para comprender y proceder ante una situación desconocida fue quizás uno de los factores que abonaron ese incierto panorama. Al grado de que ni siquiera una institución como la Organización Mundial de la Salud, que en otro tiempo llegó a gozar de gran legitimidad, logró la credibilidad suficiente como para que los habitantes, en distintos lugares del planeta, sintieran la tranquilidad de que el destino de su salud y de su vida, amenazadas por esta tempestad, estaba en buenas manos (véanse, por ejemplo, [2-4].
Los expertos en salud, y muy en especial aquellos dedicados a la salud pública, nos hemos visto confrontados con el hecho de que numerosos grupos de personas fueron arrastrados a respuestas muy apartadas de las de la ciencia, a partir de múltiples explicaciones, denostaciones y recomendaciones infundadas, distorsionadas y a veces absurdas, surgidas de todo tipo de rumores magnificados en las redes sociales, producidos por la imaginación desbordada -o a veces, incluso, por la mala fe- de quien quisiera emitirlos. La información científica, a la que nosotros consideramos más veraz y confiable, no logró acotar este masivo desconcierto.
La experiencia de estos dos años, en que la comunidad científica, por distintas razones, no tuvo el tiempo que requiere la experimentación y la discusión sobre aspectos biológicos, inmunitarios y de organización de los servicios para dar respuestas creíbles y contundentes, compele a reconocer que también el campo científico es un escenario de disputas sobre la verdad, la legitimidad de las acciones y el monopolio de la autoridad científica [5]. Durante la pandemia, se ha evidenciado con mayor claridad lo que Delatin, Carneiro y Sandroni afirmaron en 2015: “[los científicos] actúan políticamente y la política hace parte de sus prácticas y acciones como científicos” [6], p. 153; es así que la ciencia y la política se intersecan. Al reconocer a las y los investigadores de la salud como sujetos morales y políticos, podemos identificar su participación en las luchas de poder en las que, en contextos preexistentes de marcadas divisiones sociales y conflictos políticos, la COVID-19 se convirtió en otra arena política para la confrontación de significados, conocimientos y prácticas, con la resultante profundización de las divisiones entre grupos sociales y entre grupos sociales e instituciones de salud.
La ansiedad ocasionada por las oleadas de esta mortal enfermedad, las carencias en los cuidados médicos que no lograron ser conjuradas, pese a los esfuerzos de quienes se encontraban a la cabeza de los ministerios de salud en los distintos países, y este revuelto río de caóticas y dislocadas versiones dejaron a las personas en la orfandad de orientación con la “autoridad pedagógica” [7] necesaria para ser reconocida como legítima en el tránsito por estos tiempos tan difíciles. Asimismo, en muchos países, el confinamiento obligatorio soslayó las graves diferencias de orden socioeconómico y diversidad cultural, con consecuencias como la violación de derechos humanos fundamentales, además de la ampliación y la profundización de las inequidades e injusticias sociales. Así, quienes más sufrieron los rigores de la pandemia y de las medidas para enfrentarla fueron los grupos humanos empobrecidos y en situación de exclusión, en el marco de edictos, atenciones y estrategias muchas veces decontextualizadas y contradictorias a prácticas enraizadas en saberes ancestrales y en la experiencia propia, que fueron excluidas de las observaciones científicas, políticas y administrativas.
Pero ¿qué sabemos los científicos sobre todo ello?, ¿nos hemos ocupado acaso de entenderlo?, ¿lo consideramos siquiera algo digno de nuestra atención? La pandemia ha puesto al descubierto, entre tantas otras cosas, la necesidad de que los científicos -y más específicamente los expertos en salud pública- encontremos los caminos que nos permitan acercar efectivamente los conocimientos que generamos a aquellos a quienes están destinados a beneficiar. Pero nos coloca también frente a preguntas aún más inquietantes: ¿seremos capaces de reconocer lo que aquellos cuya salud decimos cuidar saben y dicen sobre sí mismos, sobre la manera en la que entienden lo que les acontece e intentan enfrentarlo en las circunstancias reales en las que viven? ¿Podremos permitirnos escuchar con atención y respeto lo que cada uno de ellos puede comunicarnos sobre sus propias experiencias, sus concepciones y los marcos socioculturales desde donde, en la situación en la que viven, orienta sus acciones? ¿Reconocemos que el saber no científico es también saber y que nuestro accionar científico es igualmente moral y político, como propone Lyotard [9] ? ¿Reconocemos los alcances y las limitaciones de nuestras metodologías científicas para dar cuenta de los aspectos no tangibles de la vida, la salud, la enfermedad, la muerte y la atención?
Más de tres décadas de reflexión científico-académica, aprendizaje, búsqueda de caminos y maneras en que la ciencia pueda dar cuenta de ese mundo no tangible, pero real, que afecta tanto las estructuras y las funciones biológicas del cuerpo humano como el funcionamiento de la sociedad y su organización, nos han permitido afirmar, entre muchas otras cosas, que la investigación y la comprensión de la salud exceden los acercamientos desde las disciplinas convencionales para esta área del conocimiento, lo que demanda una mirada transdisciplinar, en especial con los aportes de las ciencias sociales y las humanidades. Al adentrarnos en las metodologías cualitativas, encontramos, construimos y reconstruimos propuestas epistemológicas y metodológicas transdisciplinares e innovadoras, capaces de dar cuenta de la salud como campo de conocimiento abierto en continua reestructuración.
Compartiendo inquietudes como investigadores e investigadoras de la salud, preguntas, necesidades y avances epistemológicos y metodológicos, un grupo de académicas y académicos latinoamericanos nos congregamos bianualmente en el Congreso Iberoamericano de Investigación Cualitativa en Salud, a partir de su primera edición, en el año de 2003, en Guadalajara, México. En estos encuentros reflexionamos y debatimos sobre el valor y la potencia de esta modalidad de acercamiento a la realidad, que es la investigación cualitativa, para el estudio de la problemática de salud en nuestros países. Profundizar en el estudio de los avances epistemológicos a los que estas perspectivas nos invitan nos ha llevado a replantearnos también trascendentes interrogantes que atañen no solo al campo de la investigación cualitativa, sino además al quehacer entero de esta valiosa empresa humana que es la ciencia, su calidad y su sustancia, desde dónde la emprendemos, para qué y hacia dónde la enfocamos.
Celebramos que la Revista de la Facultad Nacional de Salud Pública mantenga abiertas sus puertas a trabajos cualitativos, siempre cuidando la vigencia, la pertinencia, las posibilidades, la calidad, la oportunidad y las propuestas de la investigación cualitativa que tanto necesitamos en nuestro campo, particularmente en estos tiempos de incertidumbre y retos emergentes para las ciencias de la salud.