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Papel Politico
Print version ISSN 0122-4409
Pap.polit. vol.14 no.2 Bogotá July/Dec. 2009
** Historiadora de la Universidad del Valle. Magistra en Estudios Latinoamericanos de la Pontificia Universidad Javeriana. Se desempeña como investigadora independiente. Correo electrónico: aurora929@hotmail.com.
En este libro los autores, con una amplia experiencia investigativa inscrita en el análisis político y las problemáticas sociales, analizan los cambios al interior de la sociedad como consecuencia del mundo globalizado, reflexiones surgidas en diálogo abierto con el estudio de la Ciencia Política y las teorías sociales. En este estudio Hart y Negri elaboran un minucioso análisis de lo que constituyó el imperio en la Antigüedad para de esta forma entrar a definir el estado actual de la sociedad y los cambios en su interior.
Este libro que adquiere vital importancia en la actualidad, pues los postulados que en él se plantean parecen llevar a un punto de no retorno, sobre todo cuando los Estados pierden la autonomía frente al capital. Un tema fundamental es el papel de las masas, quienes representan a un nuevo sujeto capaz de actuar en forma creativa y autónoma, tema desarrollado ampliamente en el siguiente texto elaborado por los autores, Multitud.
Para Hart y Negri los conceptos de soberanía, nación y pueblo reflejan cambios en el orden cultural, económico y social, como consecuencia de una sociedad globalizada. Es así como surgen nuevas formas de dominio expresadas en racismo, servidumbre y coloniaje. La soberanía se desvanece y se privilegia el poder enmarcado en las empresas transnacionales que forman un nuevo orden global.
La construcción del imperio está estrechamente relacionada con los procesos de globalización y los cambios jurídicos que tienden a proyectar una única figura supranacional de poder político. Lo que según Kelsen era el ordenamiento parcial de la ley interna de los Estados-nación, necesariamente remitía a la universalidad y la objetividad del ordenamiento internacional (Hart y Negri, 2005, p. 25).
Para acercar al lector a estos planteamientos, los autores toman como referente los conceptos de Foucault sobre la biopolítica y el biopoder, ampliamente trabajados por el filósofo francés, quien hace referencia a la sociedad controlada dentro de un sistema de normas jurídicas que operan a lo largo y ancho del espacio mundial. Estas formas de control modifican las costumbres y las prácticas productivas, y tienen como fin único modificar las formas de producción, insertadas en un nuevo orden que penetra las fronteras nacionales.
De allí se desprende el biopoder, que representa la autoridad soberana e impone su orden como legítimo. Esta autoridad está estrechamente relacionada con el uso de la fuerza; es una forma de control social que transciende lo público, modificando la vida social. En este sentido, el nuevo orden global plantea una sociedad homogénea. Sin embargo, es aquí donde los autores encuentran que no se pueden construir sociedades homogéneas; por el contrario, éstas se encuentran divididas en su interior por un sinnúmero de diferencias y estratificaciones que plantean nuevos desafíos al orden global; en especial los conflictos sociales y la forma como son resueltos.
Para los autores, la noción de modernidad está asociada al concepto de soberanía, y a su vez establece una relación entre el poder y los sujetos que se expresa a través de la autoridad y la obediencia. Pese a esto, la autoridad va encontrar desafíos que son repelidos a través del uso de la fuerza. En otras palabras, la soberanía se organiza a sí misma como una maquinaria de autoridad que se extiende a través de un territorio, erosionando la capacidad de existir de la multitud como suma de individuos sociales que actúan bajo normas disciplinarias.
Dentro del concepto de soberanía también se hace relación a la esclavitud como parte fundamental del desarrollo capitalista. Las diversas formas de servidumbre son las que permiten el desarrollo capitalista y la acumulación desigual de bienes. Sin embargo, este modelo plantea diversos problemas de orden social, y la lucha de clases emerge como respuesta al modelo capitalista. La división social del trabajo excluye y limita la distribución de bienes, lo que finalmente genera desequilibrio e inestabilidad en el sistema; de ahí que el poder financiero haya desvinculado la riqueza de la productividad y el dinero de las relaciones de producción (Hart y Negri, 2005, p. 193).
Para los autores este es el primer acuerdo que permite crear asociaciones, canales de mediación y resolver conflictos dentro del Estado, pero institucionalizados dentro del imperio; es decir, se transforma la frontera global en un espacio abierto de soberanía imperial. Luego de la transformación de la frontera, aparecen otras formas de dominación, asociadas siempre al capital, y son las nuevas formas de racismo, que centran su interés en señalar diferencias biológicas entre las razas, con el fin de organizar y ejercer el control dentro de un sistema y de esta forma manejar los microconflictos que se presentan al interior de su dominio.
Si bien controlar y dominar son maneras de condicionar a la sociedad, estos elementos no impiden el desarrollo de conflictos sociales. Las luchas proletarias están relacionadas con el desarrollo capitalista y son las que obligan a adoptar niveles más elevados de tecnología y a transformar los procesos laborales. Con ello también se transforman las relaciones de dominación y los conflictos adquieren nuevas dimensiones.
Hart y Negri destacan el problema de la acumulación de capital como el proceso de capitalización. El capital, afirma Rosa Luxemburgo, "desvalija al mundo entero, obtiene sus medios de producción de todos los rincones de la tierra, apropiándose de ellos, si es necesario por la fuerza, en los niveles de civilización y en todas las formas de la sociedad (...) el capital necesita cada vez más disponer plenamente de la totalidad del globo, adquirir un selección ilimitada de medios de producción, tanto desde el punto de vista de la calidad como de la cantidad, a fin de emplear un empleo productivo al valor excedente que ha realizado". (Hart-Negri, 2005, p. 247).
Los autores destacan tres momentos fundamentales para el desarrollo del imperio a partir de 1970: 1) transferir tecnología esencial para construir el nuevo eje productivo de los países subordinados; 2) movilizar la fuerza laboral y las capacidades productivas de esos países, y 3) recolectar los flujos de riquezas que comenzaron a circular por todo el globo sobre una base ampliada.
Los cambios en la forma de producción impusieron el uso de la tecnología como arma esencial del capital, generando un gran avance en los procesos productivos. Con ello se regulo el ciclo social de reproducción y se abrieron las fronteras territoriales a través de la producción en red. En este mismo sentido, el uso de las tecnologías elimina las restricciones y produce un contacto directo con el consumidor, sin intermediarios.
Otro de los problemas que surge del poder imperial es la incapacidad de resolver el conflicto de las fuerzas sociales; es decir, las cuestiones relativas a la pobreza, la escasez y la lucha de clases no son resueltas, y son éstas las que finalmente demuestran un agotamiento del modelo capitalista. A esto se le suma la corrupción en el gobierno supremo del imperio: las diversas modalidades de corrupción al interior del Estado evidencian el agotamiento del modelo capitalista y sus redes de poder.
Si bien los cambios que se dan al interior de las sociedades surgen como consecuencia de la constitución del imperio, la globalización de la producción capitalista y mercado mundial representan fundamentalmente un cambio histórico, pues no se trata simplemente de transformar el mercado, sino de crear normas y conductas sociales. El biopoder es el que establece un orden de comportamiento encaminado hacia la producción sin que para ello se tenga en cuenta al sujeto social.
Dentro de los cambios que plantea el biopoder como forma de dominio encontramos la transformación de la forma como el proletariado expresa sus luchas; aunque éstas se concentraron en sus propias circunstancias inmediatas locales, todas ellas plantean problemas de importancia supranacional.
Pese a que el imperio ha creado una serie de normas jurídicas y de control social, no ha logrado superar la irrupción de las masas en el escenario político. Los conflictos relacionados con la escasez, la pobreza y la lucha de clases han demostrado las falencias del sistema imperial, pues éste no ha logrado superar las diversas problemáticas sociales, las cuales, por el contrario, se han fortalecido dentro del sistema supranacional, aun cuando los ejes de dominación han transformado el sistema financiero, económico y militar.
Frente a la institucionalidad del imperio, los autores encuentran que la ciudadanía global es la que tiene el poder de recuperar el control sobre el espacio y trazar así una nueva cartografía. Es así como a la clase obrera le corresponde transformar sus formas de organización y producción y de esta forma construir una nueva sociedad.
Para los autores, el tipo ideal del imperio puede ser útil, siempre y cuando surjan nuevas dimensiones sociales que garanticen la inserción de todos los sectores de la sociedad en igualdad de condiciones, si de todas maneras las características soberanas de los Estados singulares están debilitadas y recompuestas dentro de las funciones colectivas del mercado y la organización de la comunicación.
Finalmente, se puede decir que los autores abren una nueva discusión sobre el papel de las masas, pues son las estructuras de movilización construidas por las redes sociales las que pueden garantizar la transformación en el mundo globalizado, utilizando los mecanismos de la comunicación en red y haciendo que sus experiencias se vuelvan modulares para la diversidad de los grupos humanos.