ESTIMADO PUBLICO. ANTES QUE NADA, quisiera agradecer a Joe Golsan y a Karine Zbinden por darme la oportunidad de conversar hoy con ustedes. Permítanme presentarme: me llamo Henk de Berg y soy profesor de Estudios Germánicos de la Universidad de Sheffield en el Reino Unido. Mi principal área de investigación es la filosofía alemana, pero no se preocupen, no voy a darles una charla incomprensible -típicamente teutona-. Probablemente ustedes conocen este consejo sobre la construcción de un texto "profundo": si quieres impresionar a tu público debes ofrecerles una presentación que contenga un tercio de contenido con el que ya se sientan familiarizados, otro tercio que sea novedoso, y el tercio restante que sea totalmente incomprensible. Aunque esto no coincida para nada con la personalidad de Tzvetan Todorov, o, mejor dicho, con el espíritu de la Ilustración que él encarnaba.2
Así pues, estoy decidido a ofrecerles una visión más directa y personal de Tzvetan Todorov como pensador sin caer en una visión reduccionista (al menos eso espero). No voy a hablarles de sus aportes específicos a la teoría literaria y al estudio de la historia de la filosofía -aunque hayan sido muchos y de gran importancia- sino de su enfoque intelectual. Así que, ¿qué clase de pensador fue Tzvetan Todorov?
Lo primero y lo más importante: él fue un intelectual europeo. De hecho, me atrevo a decir que él fue el intelectual europeo por excelencia. Hablaba muchas lenguas con fluidez, era bastante culto y erudito, y demostraba una notable curiosidad abierta hacia el mundo que lo rodeaba. El semanario alemán Der Spiegel lo expresó de manera brillante en la primera frase de su obituario: "si uno quisiera explicarle a un marciano qué significa un intelectual europeo, uno tendría que hablarle de Tzvetan Todorov". Sin embargo, este obituario demostró algo más, que nuestro crítico literario, teórico cultural e historiador nunca alcanzó el estatus de pensador superestrella: el obituario solamente estuvo limitado a una pequeña columna de 100 palabras.
Tzvetan Todorov fue un pensador de altísimo nivel. Pero eso no significa que haya sido leído, y mucho menos que haya sido conocido por el público en general si se le compara, por ejemplo, con los intelectuales superestrellas -no necesito decir sus nombres- cuyas publicaciones se pueden encontrar incluso en las librerías de las estaciones de trenes y en los aeropuertos. Esto ocurrió, paradójicamente, porque él encarnaba los ideales de tolerancia, moderación y libertad -es decir, los valores que constituyen la democracia liberal-. Un hecho extraño y algo desconcertante: la autoconciencia del hombre moderno se forma a través de la Revolución francesa, es decir, en la crítica radical de la sociedad de su tiempo. Una vez consolidada, esta mirada desconfiada hace que toda acción y cualquier institución resulte sospechosa, y de esta manera incluso los éxitos sociales más defendibles y admirables resultan insuficientes y, por lo tanto, deben sacrificarse en nombre de alternativas utópicas.3 De golpe, parece que las garantías de libertad se convierten en barreras sociales y que los cimientos del Estado liberal son tratados como instrumentos de represión. Y los autoproclamados representantes de esta conciencia crítica aseguran que nada escapa a este reino de sospechas.4
Sin embargo, Tzvetan Todorov no se puso del lado de esos perros guardianes5 (de derecha o de izquierda) que pasan todo el tiempo en la televisión para vigilar el discurso intelectual y castigar a los que se desvían del camino correcto.6 Tampoco era uno de esos alarmistas -que los medios de comunicación adoran y necesitan- que de vez en cuando anuncian la derrota del pensamiento, el suicidio francés, el declive de Occidente o el fin del mundo.7 Ciertamente no fue uno de esos salvadores de la humanidad: ¡los únicos que saben cómo evitar la catástrofe global, claro, si tan solo nosotros siguiéramos sus consejos!
Cuando Karine Zbinden y yo lo entrevistamos en marzo de 2015 fue la primera vez que pudimos tener una larga conversación con él. Me llamaron la atención tres cosas. Primero, su total ausencia de vanidad. "Sabes", nos dijo, "no me asumo como filósofo. Me considero más un historiador, historiador de ideas ciertamente, con opiniones, defendiendo ciertos prejuicios, pero sin dialogar con los grandes filósofos del pasado" (Berg y Zbinden 236). Lo segundo que me llamó la atención fue que estaba animado y lúcido. Recuerdo haber hecho tres preguntas específicas sobre el reciente libro de Sudhir Hazareesingh, How the French Think. Todorov dio una extensa respuesta a la primera pregunta; una respuesta aún más detallada a la segunda pregunta, y luego empezó a discutir sobre el tercer punto, ¡que yo mismo ya había olvidado cuál era!
Otra cosa que me impresionó fue su retórica calmada y su imparcialidad intelectual. Odiaba el patetismo y siempre trataba de ver las dos caras de la moneda. Cualquiera fuera el tema de nuestras preguntas -el nacionalismo odioso de la extrema derecha, la creciente cobertura mediática de la sociedad o la "robotización" del hombre- sus respuestas fueron sin excepción bien elaboradas. Esto es lo que definitivamente me cautivó: su deseo de no ceder al pánico o al júbilo, el deseo de conservar la capacidad de juicio. Este principio filosófico (porque en verdad es un principio, un credo y no simplemente una disposición psicológica) no le impidió tomar posiciones coherentes y también equivocadas. Además, este principio no tenía nada que ver con el cientificismo deshumanizante.
Para Todorov, la tarea del pensamiento era ver las cosas como son y comprenderlas como tal, precisamente porque siempre estamos involucrados con el objeto que estamos analizando, involucrados con nuestras convicciones y creencias. Entonces lo que importa es que el objeto dialoga con nosotros, pero, también que es el objeto el que dialoga con nosotros. Al igual que Raymond Aron, Tzvetan Todorov fue un espectador comprometido.8
Durante nuestra entrevista, Todorov no mostró demasiado interés cuando aparecía el nombre de Aron. Prefirió resaltar las diferencias ("Raymond Aron estaba mucho más conectado con la realidad que yo" (Berg y Zbinden 242)) y desviar la atención hacia otros pensadores que lo habían influido -como Mijaíl Bajtín, Louis Dumont y Germaine Tillion-. Pero esto es quizás lo que Freud llamó una formación de reacción, porque las respuestas eran casi demasiado evasivas. De hecho, su prefacio a las Memorias de Aron se lee como un autorretrato (lo que uno escribe es a veces más revelador que lo que uno dice).9 Me gustaría terminar mi discurso analizando aquel texto desde esta perspectiva.
Notamos por primera vez en el prefacio una fuerte crítica, formulada inequívocamente por Todorov como por Aron, a cualquier forma de totalitarismo. Esto no es sorprendente, a principios de la década de 1930, en Colonia y Berlín, Aron fue testigo del surgimiento del nacionalsocialismo. En su juventud Todorov vivió en la Bulgaria comunista. La crítica a los llamativos horrores parece obvia. Me apresuro a agregar que, lamentablemente y a pesar de esto, esta crítica no fue compartida por todo el mundo intelectual: había bastantes pensadores que lograron cerrar los ojos o desviar la mirada de la realidad del "real-existierender Sozialismus".10 En cualquier caso, siempre resulta difícil resistir a la tentación totalitaria. Porque también hay pensadores -en Francia quizás más que en cualquier otro lugar- que, aunque reconocen los horrores como horrores, se esfuerzan por justificar el terror en nombre de un humanismo venidero.11 Por otro lado, Todorov y Aron "nunca justificaron lo injustificable por motivos dialécticos" (Todorov 105). Y tampoco han cedido a esta otra forma de tentación totalitaria -una forma mucho más peligrosa- que nos hace ver un camino seguro por el que entraremos sanos y salvos, sin crimen ni catástrofe, al paraíso terrenal. Contrariamente a este sueño de perfección, Todorov y Aron nos recuerdan esta verdad pascaliana que olvidamos, o reprimimos, continuamente: que "El hombre no es ni ángel ni bestia, y la desdicha impone que quien quiere hacer de ángel hace de bestia" (Pascal 111). El cielo está detrás de nosotros; ya no vivimos en el jardín del Edén, sino en un "jardín imperfecto", y solo escapamos de él por el camino del infierno.12
Esta elección en contra del totalitarismo es al mismo tiempo una elección a favor de la democracia liberal, que es un compromiso entre la libertad y la igualdad, entre el individuo y la sociedad, entre la esperanza y la resignación, un compromiso que es "sencillamente [...] menos malo que los demás" (Todorov 117). Es en este mundo donde Todorov y Aron decidieron vivir y hacer su trabajo como pensadores, como observadores comprometidos. Y en este mundo decididamente anti-maniqueísta "nunca se trata de la lucha entre el bien y el mal", como dice Todorov, citando a Aron, "sino de lo preferible contra lo detestable" (Todorov 109). Por eso nuestros juicios nunca pueden ser definitivos; por eso las incertidumbres siempre existirán; por eso abandonar la duda -cartesiana y sistemática- sería catastrófico; y es por eso que el trabajo del conocimiento continúa y continuará perpetuamente, como "un trabajo de Sísifo" (Todorov 116). Además, Todorov y Aron "no se hacen ilusiones sobre la eficacia del discurso razonable" (Todorov 116). Son muy conscientes del hecho de que el conocimiento y el poder son cosas distintas, y que conocer y querer también lo son. Generalmente nos enfrentamos a un abismo entre los argumentos y las acciones.
En este contexto, podemos entender el siguiente elogio de Todorov hacia Aron, que también es un reflejo de lo que él buscaba ser:
Eligió servir al público y ofrecerle un poco de luz. Cumplió su labor renunciando a ser un vendedor de sueños, incitando a conocer el mundo que nos rodea y a valorarlo con equidad. [...] No quiso inflamar el corazón, sino iluminar el espíritu. Y la luz que ofrece no parece la del rayo, sino la de la llama vacilante de una vela que encendemos una y otra vez. (Todorov 130)
Les agradezco a todos por su atención.