Crecimiento urbano y paisajes periféricos
Las periferias de las ciudades latinoamericanas están compuestas por espacios social y culturalmente heterogéneos, donde conviven los sectores más pobres de la población con los de mayor nivel adquisitivo. A este fenómeno se le suma el desplazamiento de sectores de un nivel socioeconómico alto a urbanizaciones cerradas, las cuales funcionan como guetos4 urbanos aislados del tejido social. Cada vez más ciudadanos buscan una organización privada y eficiente que provea los servicios que antes solían ser públicos. En la década de 1990, Pérgolis (1998: 15) señalaba para Latinoamérica que "la ciudad total está siendo sustituida por la ciudad fragmentada", esto es, el proceso de segregación socioespacial llevado a sus consecuencias extremas. En ese contexto, "la nueva ciudad de la dispersión está surgiendo de forma acrítica, más preocupada por las urgencias de lo inmediato que por comprender su propio sentido" (Arias Sierra, 2003: 15).
En dicho marco se iniciaron procesos de desregulación político administrativa del suelo urbano por parte del Estado argentino, que incrementaron la participación del mercado en la configuración de las ciudades (Clichevsky, 2001), lo que contrae el incremento de la población, del espacio construido, de los automóviles, de las actividades y del estrés urbano, al tiempo que resta la cantidad de espacios verdes públicos, colectivos, para los peatones, de asoleamiento, de superficies de suelo absorbente y de forestación. Así, la aplicación de políticas urbanas que priorizan una lógica económica resulta en la pérdida de paisaje y de calidad de vida urbana. En este contexto se desarrollan planes que proponen clubs privados y aeropuertos como espacios verdes, de la misma forma que pasa en otras ciudades latinoamericanas, olvidando que, "el paisaje, además de estar conformado por sitios concretos, es también una construcción social hecha de prácticas y representaciones" (Saldarriaga, 2010: 122).
Partiendo de la situación actual de fragmentación urbana que se observa en la periferia de la ciudad de La Plata, el presente trabajo se propone constatar que la configuración urbana, resultado de las transformaciones y del crecimiento del sector en las últimas décadas, no contribuye a la integración del territorio en tanto paisaje.
Al describir una ciudad nos ocupamos principalmente de su forma; esta forma es un dato concreto que se refiere a una experiencia también concreta: Atenas, Roma o París. Esta forma se resume en la arquitectura de la ciudad y es a partir de esta arquitectura que me ocuparé de los problemas de la ciudad. [...] La arquitectura no representa más que un aspecto de una realidad más compleja pero al ser el dato último verificable de dicha realidad, es el punto de vista más concreto con que enfrentarse al problema (Rossi, 2015: 19).
Por lo tanto, se puede asumir que la morfología urbana y, particularmente, el paisaje permite verificar las transformaciones sociales y morfológicas propias del crecimiento urbano. Como señala Rotger (2018: 82) "el paisaje se posiciona como una categoría capaz de incidir en la renovación del ordenamiento territorial, a partir de integrar la percepción social, la valoración del patrimonio natural y cultural, y de tener la capacidad de abarcar grandes extensiones territoriales".
De lo anterior se deriva la necesidad de considerar el espacio público como un indicador de calidad de vida y de habitabilidad de la ciudad, así como de la legibilidad del entorno y su accesibilidad en tanto características indispensables para calificar, proponer y renovar el paradigma del diseño urbano (Ipiña-García, 2019).
La región de estudio
El área de estudio comprende al partido de La Plata y conforma la región del Gran La Plata con los municipios de Berisso y Ensenada, un conglomerado urbano alrededor de la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, Argentina. Se encuentra al nordeste de la provincia de Buenos Aires, y muy cerca del límite sudeste del Gran Buenos Aires (Figura 1).
La expansión del área urbana en la región de La Plata se produjo de manera vertiginosa en los últimos veinticinco años. Este fenómeno, impulsado, entre otras cosas por los mecanismos del mercado y por la imposibilidad de acceso al suelo urbano, produce una expulsión de la población hacia terrenos más alejados del centro (suelo productivo), lo que favorece la expansión de las periferias y la consolidación de los barrios más alejados.
En la década de 1990 tuvieron lugar distintos procesos que dinamizaron la configuración urbana de ciudad de La Plata, particularmente el eje noroeste. Entre estos procesos se encuentran la inauguración de la autopista La Plata-Buenos Aires (1996) y la readecuación de la Autovía 2 (1993-99), los cuales han favorecido la aparición de nuevos emprendimientos como barrios cerrados que propician la fragmentación socioespacial de la ciudad (Figura 2). Estos lugares funcionan como ciudades en miniatura y poseen un sistema de "espacio público" en su interior, independiente del de la ciudad. Este crecimiento hacia los terrenos productivos de La Plata configura espacios urbanos fragmentados, que ya evidencian una baja calidad urbana y paisajística. Esta situación, en adición a la falta de planificación y la carencia de espacios verdes públicos, contrasta con el paisaje que se configura en el casco urbano (Jensen y Birche, 2017).
El paisaje como herramienta de intervención e integración urbana
De acuerdo con Bozzano (2012), el territorio es un lugar de escala variada -micro, meso, macro- donde diversos actores -públicos, privados, ciudadanos, entre otros- ponen en marcha procesos complejos de interacción -complementaria, contradictoria, conflictiva, cooperativa- entre sistemas de acciones y sistemas de objetos, constituidos por un medio geográfico, el cual está integrado por un sinnúmero de técnicas -híbridos, naturales y artificiales-. Estos sistemas son identificables según las instancias de un proceso de organización territorial -en acontecimientos particulares en tiempo y espacio- y con diversos grados de inserción en las relaciones de poder, por lo que puede concluirse que el territorio está en constante redefinición.
A partir de lo anterior, la noción de paisaje plantea nuevos interrogantes e indaga sobre el concepto de territorio preguntándose, por ejemplo, cuál es el relato que construyen los diferentes actores con respecto a un lugar en particular y qué tipos de vínculos mantienen con él. Esto enfatiza en la relación entre los actores de la ciudad y el sitio (para transformarlo en un lugar) y no entre ellos (relaciones de poder), plasmando los resultados de dichas relaciones en el espacio y conformando un territorio específico. Intervenir el territorio desde una mirada paisajística implica reconocer la relación estrecha entre cultura y naturaleza, lo que, actualmente, demanda construir vínculos nuevos entre el ser humano y el medio que lo rodea en pos de establecer una relación más armónica con el ambiente natural y, así, reducir la vulnerabilidad frente a los fenómenos críticos que afectan la región. Por lo tanto, pensar el paisaje de otra forma implica ver y actuar en el territorio de manera integral, teniendo en cuenta las dimensiones sociales, físicoambientales y estéticas, con el fin de elaborar estrategias que permitan mejorar la calidad de vida de la población.
Como se mencionó, el paisaje es el resultado de la interacción entre el ser humano y la naturaleza, en consecuencia, se puede entender el paisaje como la cultura territorial de una sociedad determinada. Este planteamiento tiene dos significados principales. El primero, reconoce que el territorio contiene y expresa, a través de la noción de paisaje, las formas de actuar del grupo humano que lo ocupa y lo maneja con distintos fines (de subsistencia, de producción, simbólicos). El segundo, acepta que existen valores colectivos en las formas y en la organización del espacio vivido, los cuales se asocian a la identidad o a la cultura propia (Birche y Jensen, 2017).
Así, el paisaje es entendido desde una visión integral que reconoce el territorio desde una dimensión que abarca la perspectiva social, espacial, ambiental y estética. Hablar de un enfoque integral que permita ver más allá de las dinámicas socioespaciales propiamente dichas implica atender las interrelaciones que se dan entre los sistemas y entender el problema desde un punto de vista reflexivo. De esta forma, se genera una aproximación al lugar que permite actuar sobre él, pero teniendo siempre presente que este se transforma constantemente debido a las dinámicas que lo atraviesan, en consecuencia, el desafío más importante en la intervención del territorio consiste en planificar coordinadamente tiempos diferenciados -el humano y el natural-, pensando en la idea de totalidad.
La Real Academia Española define integrar como "constituir un todo; completar un todo con las partes que faltaban; hacer que alguien o algo pase a formar parte de un todo; comprender; aunar, fusionar dos o más conceptos, corrientes, etc., divergentes entre sí, en una sola que las sintetice". Todo proyecto o plan de paisaje tiene como fin último la integración del paisaje, es decir, de sus componentes tangibles e intangibles.
Con base en lo anterior, se puede definir la integración paisajística como aquella serie de acciones que conforman un proyecto y que están encaminadas a la implantación, ejecución y gestión del mismo en armonía con el lugar. La integración es la cualidad que tiene un proyecto de formar parte de un paisaje, abordado en todos sus aspectos y facetas, por lo tanto, consiste en considerar el proyecto como un elemento que pasa a formar parte de los procesos ambientales, que constituyen la materia prima del paisaje, de la ocupación y utilización humana que convierte un espacio geográfico en territorio, y de la estructura escénica y visual del paisaje, que lo transforma en cultura.
La integración paisajística responde a un conjunto de acciones conscientes encaminadas a adaptar las características de una determinada actividad o proyecto a las del paisaje del lugar en el que se asienta. Estas acciones, además de mitigar los impactos adversos, tienen la vocación de mantener y consolidar las facetas ambientales, territoriales, escénicas y estéticas de los elementos preexistentes (Español, 2008), así como recuperarlos, enriquecerlos e, incluso, recrearlos si han sido modificados. Un criterio básico de integración paisajística es el conocimiento y la comprensión suficiente del territorio en función de sus características estructurales (formas, colores, texturas, elementos que le aportan singularidad), funcionales y estéticas (Eusko Jaurlaritza. Gobierno Vasco, 2016).
Por último, es necesario señalar que, debido a la escala y al carácter urbano del caso de estudio, el concepto de espacio público resulta clave para comprender cómo está conformada la estructura urbana, y para identificar espacios estratégicos que permitan mejorar la calidad y la cantidad de las oportunidades de contacto con los otros, y con el paisaje.
El carácter de una ciudad se define por sus calles y espacios públicos. Desde plazas y bulevares a jardines vecinales y zonas de juego infantiles, espacios públicos en el marco de la imagen de la ciudad. La matriz de conexión de las calles y espacios públicos constituye el esqueleto de la ciudad en la que todo lo demás descansa. El espacio público es un componente vital de una ciudad próspera. El buen diseño y la gestión del espacio público es un activo clave para el funcionamiento de una ciudad y tiene un impacto positivo en su economía, medio ambiente, seguridad, salud, integración y conectividad. La calidad de vida de las personas en las ciudades está directamente relacionada con el estado de sus espacios públicos (Clos, 2015: 1).
Abordaje metodológico
Para abordar la presente investigación se comenzó por identificar las distintas zonas que se conforman con relación a la estructura urbana existente y a la disposición de los principales usos del suelo. Se decide adoptar cuatro zonas de análisis, respetando las divisiones dentro del partido (dieciocho centros comunales que constituyen delegaciones): las tres zonas propuestas por el Código de Espacio Público de La Plata en su Artículo 10, pero subdividiendo la tercera en dos, entendiendo que cada parte responde a realidades y procesos de formación diferentes. De esta forma, se adoptan las siguientes zonas (Figura 3):
Casco fundacional, delimitado por la avenida Circunvalación de acuerdo con el diseño establecido desde su fundación.
Zona de desborde, generada a partir de los primeros procesos de crecimiento por fuera del casco fundacional. Se compone por las delegaciones adyacentes al casco urbano: Tolosa, San Carlos, Los Hornos, Altos de San Lorenzo y Villa Elvira.
Eje de crecimiento noroeste, entendido a partir del crecimiento en torno a las principales vías de conectividad de la ciudad con la ciudad de Buenos Aires. Incluye las localidades de Villa Elisa, City Bell, Gonnet, Ringuelet, Gorina y Hernández.
Cinturón verde, conformado por la reserva urbana del Área Complementaria y por el sector de la Zona Rural Intensiva. Incluye las localidades de Arturo Seguí, Melchor Romero, El Peligro, Abasto, Etcheverry y L. Olmos.
De las cuatro zonas determinadas (Figura 3), el presente trabajo hace foco en el eje noroeste, porque es la zona con mayor crecimiento demográfico, y grado de complejidad con relación a los usos y actividades en el territorio, y a sus correspondientes dinámicas urbanas. La tasa de crecimiento poblacional para esta zona de análisis, proyectada al año 2017, es del 65% con respecto del año 1991, mientras que el caso del casco urbano muestra un crecimiento del orden del 2%, con desborde fundacional del 20% y un cinturón verde del 22,5% (Tabla 1) (INDEC, 1991; 2001; 2010).
Zonas de análisis | Población Censo 1991 Habitantes | Población Censo 2010 Habitantes | Población estimada 2017 Habitantes | Tasa crecimiento 1991-2017 % |
---|---|---|---|---|
Casco fundacional | 207,434.0 | 191,075.0 | 211,744.9 | 2.1 |
Desborde | 202,294.0 | 228,538.0 | 253,259.0 | 25.2 |
Eje noroeste | 62,648.0 | 159,783.0 | 177,066.3 | 182.6 |
Cinturón verde | 69,529.0 | 80,939.0 | 89,691.4 | 29.0 |
total | 541,905 | 660,335 | 731,783 | 35.0 |
Fuente: elaboración propia con base en INDEC (1991; 2001; 2010).
A continuación, se caracteriza esta área de análisis. En una primera instancia, se observa cómo el tejido va perdiendo densidad a medida que se aleja de las vías principales que estructuran la región (Camino Parque Centenario y Camino General Belgrano) y se generan áreas consolidadas, en consolidación y en expansión. Las interrupciones de la trama urbana están dadas por los arroyos y por grandes equipamientos como hipermercados, clubes y parques temáticos como el tradicional República de los Niños o el Parque Ecológico Municipal. Estos espacios constituyen hitos en un paisaje de casas de uno o dos niveles separadas, en muchos casos, por medianeras de poca altura y veredas arboladas, que configuran un paisaje tranquilo dentro de la cuadrícula ortogonal que forman sus calles, donde el verde se adueña tanto de los espacios públicos, como de los privados.
Por su parte, los cursos de agua pueden entenderse como elementos constructores del paisaje, es decir, como elementos estructurales, debido a su permanencia en el tiempo. Particularmente, la región pampeana posee escasas pendientes de escurrimiento hacia el río y se caracteriza por sus grandes llanuras, lo cual resalta la impronta de cada uno de los arroyos que atraviesan perpendicularmente el área urbana, conformando lugares característicos.
Según Appleton (1984), la relación del sujeto humano con el entorno percibido es comparable con la relación de un animal con su hábitat. La preferencia humana innata por las características del paisaje es una reacción espontánea al paisaje como hábitat (Appleton, 1975), por eso, se considera que una abundancia de vegetación y de agua son propiedades paisajísticas para las cuales tenemos una preferencia innata (Schroeder y Daniel, 1981; Ulrich, 1981). Estas preferencias innatas son fáciles de explicar: necesitamos agua para sobrevivir y la presencia de vegetación, a menudo, indica comida, agua y un lugar donde esconderse.
Estos elementos condicionan y organizan la estructura formal del paisaje y, en conjunto con la estructura viaria, el espacio público y los distintos usos del suelo, desarrollan los vínculos y las características que son propias de este lugar (Figura 4).
A continuación, se asignan niveles de integración paisajística con relación a las formas que evidencian, y manifiestan la relación con la ciudad y el paisaje. Se propone clasificarlos en bueno, regular y malo según los siguientes criterios (Figura 5):
Bueno: la integración paisajística se da mediada por espacios de construcción y apropiación social, en donde predominan los usos recreativos y de esparcimiento, y las áreas centrales y barrios consolidados. La relación de la pieza con el entorno es alta y el uso predominante es el residencial urbano.
Regular: el tejido predominante de la pieza es de áreas en consolidación y en expansión, y la relación con el entorno inmediata es media. El uso predominante es residencial suburbano, y la presencia de espacios verdes y de esparcimiento es media.
Malo: en estas piezas la relación con el entorno inmediata es baja, y el tejido predominante son las urbanizaciones cerradas, las villas y los asentamientos. La presencia de espacios verdes y recreativos es baja.
Para comprender la situación planteada anteriormente como un problema de carácter espacial y determinar zonas de relaciones según la integración paisajística, se realizó una cartografía a partir del relevamiento realizado. En una primera instancia se hizo a partir de la observación indirecta a través de Google Earth y Google Street View y, en una segunda, por medio del trabajo de campo.
En la Figura 4 se relevaron los diferentes tipos de tejido urbano y en la Figura 5 se marcaron los niveles de integración. Se detectaron zonas que poseen buena integración y donde la ciudad se relaciona con el paisaje de una manera fluida, como son los espacios verdes, las áreas centrales, los barrios consolidados, los loteos formales, las grandes parcelas residenciales y la vivienda social. Por otro lado, se detectaron zonas con integración regular como las tierras vacantes, mientras que las zonas donde la integración paisajística es mala corresponden a las urbanizaciones semicerradas o cerradas (Tabla 3).
Nivel de integración paisajística | Tejido predominante | Relación con el entorno inmediata | Uso predominante | Presencia de espacios recreativos y de esparcimiento |
Buena | Áreas centrales y barrios consolidados | Alta | Residencial urbano | Alta |
Regular | Áreas en consolidación y en expansión | Media | Residencial suburbano | Media |
Mala | Urbanizaciones residenciales cerradas, villas y asentamientos | Baja | Residencial cerrado o informal | Baja |
Fuente: elaboración propia.
Estos hallazgos permitirían establecer áreas prioritarias de intervención de cara al futuro de la región, por ejemplo, estrategias de refuncionalización de espacios, donde se ubican la mayoría de los barrios cerrados o de revalorización de espacios verdes existentes. Resulta interesante señalar la situación de aquellos espacios con nivel de integración medio que se encuentran sumergidos en áreas urbanas residenciales. Estas áreas en el eje noroeste están asociadas en el imaginario a espacios con abundante vegetación y calles tranquilas, que, si bien poseen características interesantes a nivel de paisaje, no logran conformar espacios definidos de apropiación asociados a él.
Al respecto, es posible afirmar que los ámbitos de la vida que no pueden caracterizarse como público o privado son propensos a perder rápidamente su significación (Birche y Jensen, 2017). En este marco, cuanto más pronunciada se hace la polaridad y la relación recíproca entre las esferas pública y privada, tanto más urbana es desde el punto de vista sociológico. Cuando se da el caso inverso, el carácter urbano del conglomerado es menor (Bahrdt, 1970). De esta forma, si se apunta a lograr un espacio público de calidad, como plantean Birche y Jensen (2017), se debe trabajar en la constitución formal y en la legibilidad de estos lugares para establecer un carácter claro de los mismos, un carácter urbano, que no se preste para confusiones entre las personas que elijan quedarse a disfrutarlos y que constituya uno de los valores distintivos del paisaje en la ciudad. De lo contrario, es necesario tener en cuenta que
en la medida que los daños causados al ambiente y a la sociedad por determinadas intervenciones antrópicas no son remediados tras su abandono, desmantelamiento, o cambio de actividad, puede suceder que sus efectos tiendan a permanecer en el tiempo e incluso a constituirse en factores de degradación aún más complejos o en condicionantes para nuevos desarrollos económicos o sociales (Subsecretaría de Urbanismo y Vivienda, 2007: 264).
Medidas de integración
Las medidas de integración paisajísticas son definidas por el Gobierno Vasco como
las acciones específicas que derivan de la estrategia o estrategias de integración, que han de implementarse en el desarrollo del proyecto y que están encaminadas a evitar, reducir o corregir su impacto paisajístico, a mejorar el paisaje y la calidad del entorno o bien a compensar aquellos efectos negativos residuales (Eusko Jaurlaritza. Gobierno Vasco, 2016: 49).
Las medidas que se proponen a continuación se establecen con base en el estado de la intervención y de la prioridad.
Medidas preventivas
Son aquellas medidas adoptadas en las fases de planificación, diseño y ejecución de la obra para evitar los impactos sobre el paisaje. Tienen que ver con la localización, el trazado, la escala, los materiales escogidos, la adaptación al relieve, entre otros. En el caso del presente artículo, estas medidas son destinadas a las zonas que poseen una integración paisajística buena. A escala peatonal son:
Diagnosticar las especies existentes y determinar su condición fitosanitaria.
Potenciar el espacio peatonal frente al espacio público rodado, por ejemplo, mediante la creación de zonas 30, donde la máxima velocidad es de 30km/h. Es el caso de la calle Cantilo en City Bell o de la calle Arana en Villa Elisa en la zona céntrica.
Realizar un mantenimiento del mobiliario existente.
Incorporar mobiliario específico para nuevas actividades.
Incorporar mobiliario secundario o de apoyo en sitios de mayor concurrencia, por ejemplo, en los parques temáticos como la República de los Niños o en el parque Ecológico Municipal.
Crear barreras antirruidos con elementos vegetales dispuestos en franjas, particularmente en vías rápidas como Camino Parque Centenario y Camino General Belgrano.
Medidas correctivas
Son aquellas medidas que se incorporan al proyecto, generalmente en la fase de ejecución y construcción de la obra, para la reducción o la mitigación de la intensidad de los impactos sobre el paisaje. Tienen que ver con la visibilidad, la incorporación de barreras visuales, la alteración del relieve en el entorno, entre otros. Estas medidas son destinadas a las zonas que poseen una integración paisajística regular. A escala urbana son:
Transformar tierras vacantes en espacios verdes.
Incorporar espacios verdes en los nuevos loteos.
Diseñar espacios verdes públicos en los bordes de los arroyos para mejorar la relación con los espacios del agua.
Evitar espacios donde funcionen únicamente usos terciarios, ya que, cuando cesa la actividad, aparecen espacios desiertos.
Potenciar la visibilidad del espacio y su transparencia, utilizando elementos arquitectónicos que fomenten la vigilancia natural entre conciudadanos.
A escala peatonal son:
Completar las especies forestales y reponer los ejemplares en malas condiciones fitosanitarias, específicamente sobre el Camino General Belgrano y, a partir de allí, en dirección sur.
Completar el mobiliario urbano básico que garanticen accesibilidad y confort.
Establecer un equilibrio urbano entre los espacios dedicados a la funcionalidad y los espacios de estancia, y entre las zonas destinadas a la circulación de autos y de peatones.
Proyectar actividades en planta baja que fomenten la interacción urbana, delimitando la longitud del frente edificado.
Potenciar el espacio peatonal frente al espacio público rodado.
Medidas compensatorias
Son aquellas medidas previstas en los casos en los que no es posible la corrección ni la mitigación de los impactos sobre el paisaje, y que persiguen equilibrarlos mediante la devolución de recompensas ambientales o sociales. Estas medidas son destinadas a las zonas que poseen una integración paisajística mala. A escala urbana son:
Diseñar espacios verdes públicos en los bordes de los arroyos para mejorar la relación de los habitantes con los cuerpos de agua.
Fragmentar espacios sobredimensionados, utilizando elementos temporales o definitivos (arbolado, bulevares, entre otros).
Urbanizar las villas y asentamientos, incorporando elementos de construcción de paisaje como vegetación y agua.
Potenciar la visibilidad del espacio y su transparencia, utilizando elementos arquitectónicos que fomenten la vigilancia natural entre conciudadanos.
A escala peatonal son:
Completar las especies forestales y reponer los ejemplares en malas condiciones fitosanitarias.
Determinar nuevos espacios para la colocación de arbolado público y vegetación en general como elemento generador de microclimas, zonas de sombra y cortavientos en ámbitos sobreexpuestos.
Completar el mobiliario urbano básico que garantice accesibilidad y confort.
De esta forma, se plantea que, luego de identificar los distintos niveles de integración, este tipo de medidas pueden guiar las distintas intervenciones, y proyectos realizados y a desarrollar para tender a una mejor integración paisajística en la periferia platense.
Algunas reflexiones finales
Las periferias argentinas, particularmente la correspondiente a la ciudad de La Plata, han ocupado un papel protagónico en el crecimiento urbano. Esto se puede visualizar no solo en el aumento poblacional, sino en las alteraciones que ha sufrido la relación entre el campo y la ciudad, y en las modificaciones a elementos estructurales de la ciudad en la periferia como los espacios verdes y los cuerpos de agua. En este contexto, se han configurado en La Plata grandes zonas periurbanas que adquieren los rasgos particulares de una zona de transición (usos del suelo residenciales y productivos) que sirven de apoyo a la ciudad, pero que son susceptibles de ser absorbidas por el crecimiento urbano. De esta forma, se sostiene que la periferia platense se caracteriza por su dinamismo y su inmersión en los procesos de cambio morfológicos, funcionales y sociales, situación que no debe ser considerada como una desventaja, sino como un valor inherente al área periférica para, así, posicionarla estratégicamente como un área de oportunidad, encontrando en ella nuevos factores que posibiliten su desarrollo.
Con relación a la integración paisajística del área periférica, se puede afirmar que el ritmo de los procesos de ocupación y las distintas dinámicas territoriales resultan ampliamente superiores a los de cualquier tipo de planificación por parte del Estado, que aún se encuentra lejos de considerar temáticas como las del paisaje. Esto ha derivado en una gran cantidad de espacios fragmentados, desprovistos de ciudad y de espacio público.
La zona del eje noroeste es donde se ha dado el mayor crecimiento poblacional y de expansión de la mancha urbana, dando lugar a una alta fragmentación del tejido. Allí, se localizan no solo los barrios cerrados con mayor tamaño e importancia de la ciudad como Gran Bell y Ayres de City Bell, sino barrios semicerrados como El Quimilar y Barrio Parque Ecológico. También existen grandes loteos en zonas donde el tejido urbano se encuentra con el uso rural como en Altos de Don Carlos y Barrio Angosto, al igual que villas, asentamientos y zonas de transición periurbanas. De esta forma, se constata que la configuración urbana actual no contribuye a lograr una integración paisajística buena en el sector, salvo en algunas áreas ya consolidadas que poseen mayor calidad y cantidad de espacio público, entendiéndolo como un factor decisivo tanto para la estructuración de la ciudad y su funcionamiento, como para apuntar a una mayor cohesión social y garantizar el derecho a la ciudad.
Las medidas propuestas en el presente artículo pueden incorporarse en los procesos de planificación y así mantener una visión integral de la problemática para poder trabajar con la amplitud conceptual necesaria y constituirse como un factor clave para estudiar y proponer la ciudad. Por eso, desde el Instituto de Investigaciones y Políticas del Ambiente Construido (IIPAC) se sostiene que las nuevas formas de apropiación social y el dinamismo que caracteriza a los procesos de cambio en la periferia obligan a los investigadores a reformular presupuestos, a reorientar las líneas de trabajo con una mayor conciencia con respecto de la realidad urbana y a generar estrategias de proyectos basadas en la compresión de las lógicas actuales de intervención.