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Revista Colombiana de Antropología
Print version ISSN 0486-6525
Rev. colomb. antropol. vol.44 no.2 Bogotá July/Dec. 2008
DEFENDING TERRITORIES FROM EXILE. DISPLACEMENT AND RECONSTRUCTION IN CONTEMPORARY COLOMBIA
ANDRÉS SALCEDO FIDALGO
PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA
asalcedofi@unal.edu.co.
Fecha de recepción: 26 de marzo de 2008. Fecha de aceptación: 19 de agosto de 2008.
Resumen
Este artículo analiza cómo entienden diversos grupos de población el desplazamiento forzoso y las articulaciones que esta geopolítica bélica presenta entre guerra, movimientos sociales y reconfiguración urbana. Con base en testimonios explora el complejo trabajo de rememoración del lugar por parte de personas en situación de desplazamiento, que contrarresta los discursos dominantes de la neutralidad humanitaria. Examina los discursos de los movimientos étnicos sobre su pasado y por la defensa del territorio y la cultura desde la ciudad. Propone el término "reconstrucción" para dar cuenta de la activación de nuevos espacios políticos y sociales que los recién llegados establecen con las comunidades que dejaron atrás y con migrantes de su misma parentela, grupos étnicos o afiliaciones ideológicas, ubicados en la capital de tiempo atrás.
Palabras clave:desplazamiento forzoso, migración, reconfiguración urbana, Colombia.
Abstract
In this article I analyze how forced displacement is understood by different population groups and the articulations that this bellicist geopolitics presents between war, social movements and urban reconfiguration. Drawing on displaced people testimonies I explore the complex task of remembrance of place which counters the dominant discourses of humanitarian neutrality. I also examine the discourses of ethnic movements about their past and for the defense of territory and culture in the city. I propose the term "reconstruction" to account for the activation of new social and political spaces that the newcomers establish not only with the communities they left behind but with migrants of their own kin, ethnic groups, or ideological affiliations, already settled in the capital.
Key words: Forced displacement, migration, urban reconfiguration, Colombia.
INTRODUCCIÓN
Los propósitos de presentarle al lector los resultados parciales de esta investigación son varios: elucidar las conexiones que la guerra y el desplazamiento plantean con cuestiones aparentemente inconexas tales como la vigorización política y los procesos de urbanización, así como ofrecer un enfoque crítico sobre el desplazamiento que, por lo general, está saturado por análisis descriptivos centrados en el drama humanitario que conlleva el destierro. Desde 2002 hasta 2004 seguí de cerca cómo el conflicto armado se intensificaba y recrudecía hasta el punto de que ciudades que durante años permanecieron aparentemente blindadas o indiferentes a la guerra, como Bogotá, Pereira o Medellín, empezaron a reconfigurarse socialmente y a recibir los ecos de las batallas que tenían lugar en el Pacífico colombiano, la Sierra Nevada de Santa Marta y el sur andino y amazónico. De ahí que otro de mis propósitos sea mostrar la forma infortunada y triste en que la migración forzosa interna empezó a visibilizar a grupos de migrantes internos que no eran considerados antes como protagónicos en la escena política nacional, y cómo el desplazamiento entró a formar parte prioritaria no sólo de las agendas políticas de los movimientos sociales, sino también de programas del estado y de organismos nacionales e internacionales de ayuda humanitaria.
A lo largo del artículo discutiré entonces el reto conceptual que los términos desplazamiento y migración internacional plantean a las investigaciones que buscan encontrar los nexos entre movilidad y violencia en Colombia. ¿Qué hacer cuando las movilidades forzosas están precedidas por movimientos voluntarios y cómo explicar que los desplazamientos forzosos pueden estar acompañados de migraciones posteriores de tipo voluntario? Luego, quisiera presentar una crítica a la noción de lugar de origen y mostrar cómo se ha construido a lo largo de intensos procesos de rememoración con una intencionalidad emocional y política. ¿Cómo recuerdan las poblaciones rurales que no están organizadas en torno a movimientos étnicos el lugar de residencia previa? ¿Cómo discuten representantes y líderes de movimientos étnicos dicho lugar de origen? En el caso de poblaciones con profunda raigambre étnica, esta rememoración adquiere visos de historicidad (Trouillot, 1995) al posicionar sus discursos de defensa de un territorio ancestral frente el estado y a los movimientos armados. Me interesa mostrar mediante discursos y estudios de caso los procesos de recomposición que diversas poblaciones de migrantes emprenden una vez llegan a la ciudad de Bogotá. Planteo el término "reconstrucción", en lugar de "reestablecimiento" empleado por las políticas públicas, con el ánimo de enfatizar en la lucha de estas poblaciones por encontrar un lugar social y político en Bogotá, y la forma como logran tender lazos entre sus lugares denominados "de origen" con los nuevos y múltiples vínculos creados en los nuevos lugares de residencia.
ALGUNAS NOTAS METODOLÓGICAS Y DE CONTEXTO
En el periodo comprendido entre 2002 y 2004, Colombia se convirtió en un laboratorio de geopolítica bélica: aproximadamente doscientas cincuenta mil personas por año eran expulsadas de sus lugares de residencia. Este gigantesco éxodo forzoso interno revelaba el intento de los paramilitares por retomar zonas dominadas tradicionalmente por las guerrillas. El resultado: miles de personas pobres con una gran heterogeneidad cultural y social desterradas una vez más en la historia reciente del país, tratando de abrirse campo y volviendo a reconstruir sus trayectorias de vida. No era la primera vez que en Colombia la migración forzosa se entremezclaba con migración laboral y económica: la guerra de los mil días y el periodo conocido como la violencia habían provocado movimientos de población de dimensiones similares que en aquel entonces se conocieron como "la colonización de baldíos", parte de "la cuestión social", "resultado de la violencia que azotaba el campo colombiano", o como simples migraciones del campo a la ciudad, propias de todo proceso de modernización y desarrollo. No se les conoció ni como desplazamientos forzosos ni como violaciones a los derechos humanos, pero tuvieron un gran impacto en la urbanización del país durante las décadas de 1950 y 1960. Desde finales de los años 1990, los discursos sobre el problema, difundidos por los medios de comunicación masiva y por las agencias humanitarias, describían el fenómeno como una tragedia que debía ser atendida por instituciones especializadas en manejar los efectos traumáticos de una catástrofe asemejada a los siniestros naturales. Quisiera plantear en este artículo que los grupos de personas que lo han vivido difieren de los discursos que presentan las agencias de cooperación y asistencia humanitaria desde sus tradiciones de filantropismo y asistencialismo eurocéntricos. Las víctimas del destierro se refieren al mismo como una experiencia que comprende intensos procesos de duelo, rememoración, movilización política y reconstrucción. El desplazamiento forzoso, como se le conoce desde 1993 (Osorio, 1993), tiene incidencias demográficas y poblacionales más amplias: poblaciones removidas por la geopolítica y la economía de la guerra, revigorización política en el seno de movimientos sociales, reclamo de territorios abandonados desde el exilio y nuevas modalidades de reinserción en las ciudades.
Para desarrollar esta investigación conversé abierta e informalmente con personas atendidas y en muchos casos alojadas por la Casa del migrante de la Arquidiócesis de Bogotá, y seguí los itinerarios y las odiseas que algunos de los miembros de estas familias debieron enfrentar en Bogotá. En sus relatos gran número de ellas contó cómo, previo al último destierro, habían sido migrantes económicos en búsqueda de empleo y como tuvieron que huir justo cuando trataban de levantar un rancho luego de décadas de esfuerzo individual o liderazgo comunitario. Hombres y mujeres narraron cómo debieron lidiar con el miedo a ser tildados de colaboradores de uno u otro grupo armado y evitar que sus hijos e hijas fueran reclutado(a)s por esos movimientos armados.
Gracias a los contactos facilitados por la Consejería para los Derechos Humanos y el Desplazamiento (Codhes) entré en contacto con gran variedad de grupos en exilio. Durante el trabajo de campo me encontré con que la heterogeneidad de los grupos sobrepasaba todas las previsiones, y que las tres grandes y monolíticas categorías comúnmente empleadas, tanto por instituciones como por investigadores, de indígenas, afrocolombianos y campesinos, debían ser revisadas. De hecho, las imágenes que sobre estos grupos prevalecen en el imaginario institucional y académico no corresponden a la diversidad de sus ocupaciones ni a los itinerarios que han marcado sus trayectorias de vida. Conocí a indígenas kankuamo, líderes y comerciantes, quienes por primera vez en la historia de Colombia se encontraban viviendo en Bogotá. Me explicaron las lógicas detrás del genocidio de varios de sus líderes y miembros de su organización así como su vínculo espiritual con el territorio de la Sierra Nevada de Santa Marta y su empeño para proseguir con mayor ahínco en su proyecto de reetnización en la ciudad. Acompañé también la experiencia de migrantes pijao recién llegados a Bogotá y su intención de apoyar el proyecto de conformación del cabildo urbano Ambiká, con ayuda de redes de migrantes de su comunidad establecidos desde el siglo diecinueve en esta ciudad. Conocí a grupos de afrocolombianos agricultores, pescadores y dueños de tiendas en áreas relativamente aisladas del río Atrato tales como Salaquí y Riosucio, que con sus familias se estaban reubicando y construyendo nuevas viviendas en Ciudad Bolívar. Adultos y jóvenes contaban con el apoyo de organizaciones étnicas más grandes gracias a los canales activados mediante sus linajes y parentelas. Tuve la fortuna de conocer de cerca a varias mujeres afrocolombianas que habían vivido gran parte de su vida en ciudades como Cali o Buenaventura y que habían logrado emplear su gran pericia comercial y su larga experiencia como líderes comunitarias para conformar asociaciones de mujeres en Bogotá. Finalmente, conocí a trabajadores y comerciantes agrícolas que habían tenido intensas trayectorias de migración laboral, moviéndose como aparceros, trabajadores de industrias extractivas, dueños de tiendas y negocios, activistas y líderes comunitarios, quienes con gran dificultad buscaban ingresos mediante el comercio informal y el contacto con organizaciones de ayuda humanitaria y de derechos humanos.
Las historias y trayectorias de movilidad que narraron para esta investigación me permitieron entender más claramente una experiencia que parece haber marcado las vidas de un sinnúmero de colombiano(a)s en su historia reciente: estas poblaciones habían vivido un trasegar que denominaban un verdadero "calvario" en el que habían caído y del que se habían levantado varias veces (Sánchez, 2007). Es interesante anotar que por medio de esta alusión religiosa al vía crucis, grupos recién asentados en Bogotá le dan sentido a una experiencia que en principio no tiene explicación racional. Luego de ser expulsados de sus lugares de residencia recurrieron a redes de amigos o familiares, migrantes también, para reubicarse en las periferias de estas ciudades, fusionándose de este modo y sin saberlo con nuevas fases de procesos de urbanización que cobraban nuevos visos y modalidades en tiempos de profundas reestructuraciones neoliberales.
UNA TRAYECTORIA INTERRUMPIDA POR EL TERROR
En las narraciones de las personas con quienes conversé encuentro una gran diferencia entre quienes acaban de llegar a Bogotá y quienes llevan más de dos años en la capital. En los discursos de los primeros priman la depresión, el agobio y la tristeza generados por la incertidumbre en torno a su futuro y la precariedad de sus nuevas condiciones de vida. Quienes llevan más de dos años en la ciudad ven que la experiencia de desplazamiento les ha dado la posibilidad de ver más allá, de conocer más gente y de abrir nuevos espacios sociales y políticos para lograr la reconstrucción de sus trayectorias vitales.
Zolberg, Zurke y Aguayo (1989) plantean que la violencia con la cual se expulsa a las poblaciones es el parámetro más contundente para diferenciar entre desplazamiento forzoso y migración voluntaria. Quisiera problematizar esta categoría de violencia tal y como la presentan estos autores y llamar la atención sobre el miedo y el terror que masacres, retenciones, amenazas y rumores pueden generan en una población. Estas emociones varían de persona en persona, y lo que encuentro en mis entrevistas es que las experiencias de violencia son difícilmente traducibles en palabras, no son generalizables y existen gradientes de miedo y terror para cada uno. En algunos testimonios se detallan las técnicas de guerra empleadas por los actores armados para obligarlos a salir de sus lugares de residencia. El gran temor que subyace en sus narrativas es el posible reclutamiento de sus hijos o hijas como soldados, espías, mano de obra barata, acompañantes, cocineras o trabajadores en cultivos de uso ilícito. Evitar a toda costa el reclutamiento es el motivo principal aludido por mis entrevistadas y entrevistados para estar en la ciudad. Una segunda tecnología de terror consiste en la diseminación lenta del terror para expulsar a las personas no gratas y garantizar lealtad absoluta dentro de "sus dominios"1. Se elaboran listas con los nombres de las personas a quienes se les da un ultimátum para partir. Además, el rumor se emplea para hacer circular el terror entre aquellos que no son partidarios del grupo armado que intenta dominar la zona: "dicen que al tío de Aníbal lo amarraron, dicen que el cuerpo de Rosendo lo encontraron flotando en el río".
Finalmente, dentro de este repertorio macabro de técnicas los grupos armados envían emisarios en visitas de advertencia a las poblaciones que se encuentran "en la mira". De acuerdo con los relatos, hay una primera visita corta que aparenta ser amigable y casual a las familias tildadas de haber colaborado previamente con el enemigo. Esta advertencia es seguida por una segunda visita, durante la cual saquean provisiones, preparan comida y permanecen todo el día en el predio.
- A los quince días nos llegaron con más gente de ellos pero es gente que uno no puede voltear a mirar a la cara, son caras terribles o yo no sé si por lo malos o qué pero no puede uno mirarlos a ellos porque es terrible, el susto, la sola mirada a uno le cortan todo, en la forma que le hablan porque no son decentes como los primeros que le mandan a uno. Eso es como estrategia, mandan gente muy suave, muy querida, muy tratable, pero después viene gente que es terrible (mujer procedente de El Castillo, departamento del Meta, 27 años).
Esta mujer de Anolaima (departamento de Cundinamarca) y su esposo, ambos colonos desde hacía décadas en El Castillo (departamento del Meta), habían huido hacía ocho meses por amenazas de los grupos paramilitares que los asediaron y vigilaron tildándolos de guerrilleros. Ella describe el efecto de miradas que enferman hasta el punto "de cortarle a uno todo", es decir, de provocarle "soltura", indicando el poder somático de miradas que sólo emanan de seres malvados. Con el término de "la pensadera" las personas se refieren a la somatización que producen la persecución política y el miedo. Durante la invasión e intrusión en sus espacios domésticos no hay tiempo de cerrar sus casas ni de enterrar a sus muertos, y sus posesiones son saqueadas y destruidas. El cambio impuesto en los proyectos de vida es lo que más les duele a aquellos con quienes conversé. La expresión "no nos dejaron con nuestros sueños de seguir" refleja la irrupción arbitraria de la violencia en trayectorias imaginadas en términos de mejoramiento y porvenir.
Las víctimas de grupos que no pertenecían a organizaciones sociales en el momento de la entrevista, como la mujer mencionada, se refieren al desplazamiento como un giro impuesto en sus trayectorias y destinos debido a una geopolítica de guerra dilucidada muy claramente. Se refieren no sólo a los regímenes de terror a los que fueron sometidos y a los que sobrevivieron, sino también a un proceso de extrema vulnerabilidad durante el cual sobrellevaron el duelo por las pérdidas de seres queridos, pérdidas materiales y, sobre todo, pérdidas inmateriales relacionadas con su sentido de pertenencia y reconocimiento social en el lugar de previa residencia.
Indudablemente, el desplazamiento interno en Colombia ha conllevado todos estos procesos de abuso, asedio, vigilancia, saqueo, robo, ruptura, dolor, duelo y confinamiento. Sin embargo, quisiera plantear aquí que el desplazamiento incesante que ha acompañado la historia del país también ha estado estrechamente ligado a otros procesos que, por lo general, se invisibilizan debido a que los análisis al respecto se centran en el drama del evento violento únicamente.
SALIENDO DEL DISCURSO DEL DRAMA HUMANITARIO
Los términos "desplazamiento" y "migración" constituyen un reto teórico para los investigadores en este campo académico, ya que los reportes humanitarios, los medios y la academia han contribuido a asociar la categoría de "desplazados" con una población pobre caída en desgracia y necesitada de ayuda (Arquidiócesis de Bogotá y Codhes, 1997; Cohen y Deng 1998). Quintero y Montoya (2004) han demostrado cómo los medios de comunicación masiva pueden llegar a simplificar la situación de poblaciones en situación de desplazamiento durante sus movilizaciones y protestas políticas, presentándolas como víctimas o amenaza para el orden público, y privilegiando el cubrimiento de los acontecimientos sobre el contexto y el análisis. Por otro lado, los enfoques psicosociales y médicos (Sánchez y Jaramillo, 1999) y sus énfasis en el estudio del estrés postraumático pueden resultar así mismo en caracterizaciones victimizantes e infortunadas del desplazamiento, como la que se presenta a continuación:
- La situación de desplazamiento implica (
) una disociación ideoafectiva que establece una confusión psíquica, e imposibilita la elaboración del duelo por el sinnúmero de pérdidas. Posteriormente, la víctima permanece suspendida en esta situación de embotamiento o parálisis asociada a un deterioro grave de la autoestima y la aparición de la desconfianza. La suma de todo lo anterior no puede provocar un efecto diferente a la pérdida de la mismidad, a la desorganización como individuo y como parte reconstituyente de una red social particular. Lo pierde todo e, incluso, comienza a perderse a sí mismo. El desplazamiento es experimentado por el sujeto como una parálisis de la existencia, que se pone de manifiesto en los sentimientos de soledad, de síntomas y signos de enfermedad mental, en la carencia del proyecto vital, en la incomunicación, en la infelicidad, en el ostracismo (García, 1999: 21).
Sin demeritar una labor política importante de las organizaciones sociales y las agencias de ayuda humanitaria para situar el problema en Colombia, la mayoría de los reportes se centran en la descripción acrítica de estos análisis psicosociales tomándolos como veraces y objetivos, obviando el hecho de que por lo general son textos escritos desde una posición y un trasfondo religioso o filantrópico, sin información o análisis sobre los contextos históricos de los destierros que ha habido a lo largo de la historia reciente de Colombia y sus nexos con las migraciones laborales. Aun cuando la teoría social sobre migraciones internacionales y transnacionales es prolífica, son pocos los análisis críticos, históricos y estructurales sobre migraciones internas. Además, a diferencia de la manera como se describe el desplazamiento forzoso, la migración internacional de colombianos suele presentarse con calificativos opuestos: como una proeza, un movimiento exitoso en cuanto a acumulación de capital material y simbólico así como un gran paso en términos de movilidad social ascendente.
La literatura sobre desplazamiento forzoso está marcada por el afán de aliviar y cambiar las circunstancias de las poblaciones en situación de desplazamiento. Desde su creación, organismos tales como la Cruz Roja, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) adelantan acciones humanitarias enmarcando sus discursos y la literatura al respecto en una estricta doctrina de neutralidad. Su misión de defensa de la humanidad y de la dignidad de las víctimas se refleja en el uso de testimonios y estadísticas presentadas como veraces y objetivas. Partiendo de premisas funcionalistas y técnicas tales como "contrarrestar los factores de riesgo" o "limitar los factores de vulnerabilidad", consideran que si las causas del desplazamiento se previenen adecuadamente se podrá aminorar el sufrimiento de las poblaciones afectadas. Lo interesante es mirar cómo en nombre de un tipo particular de premisas humanitarias y de raigambre religiosa estas agencias cuentan con una tradición de códigos de ética y conducta, doctrinas, técnicas, disciplinas de trabajo y estilos de comunicación que han forjado toda una formación discursiva en torno al desplazamiento forzoso y a los derechos humanos (Redfield, 2006).
Un gran número de agencias humanitarias promueve una visión unilateral de progreso y paz mediante una política de la compasión que cuenta con la simpatía de la gran mayoría de agencias y personas que habitan en lugares que se consideran a salvo de la pobreza y la violencia (Pandolfi, 2000). La ayuda que se envía por medio de Save the Children o Visión Mundial, por ejemplo, se hace con las presunciones y representaciones que las poblaciones de países "ricos" tienen de los países "pobres". Dado que los medios de comunicación han contribuido a forjar y a reforzar esas representaciones de las sociedades en vías de desarrollo como lugares con pobreza y violencia endémicas, la agenda política de muchas de estas organizaciones consiste en contribuir en algo a la reconfiguración de tales sociedades, de acuerdo con los parámetros globales del discurso liberal moderno. El remedio contra la inestabilidad global es la promoción del desarrollo económico de estas regiones siguiendo el modelo económico hegemónico y la erradicación de los obstáculos, tales como las creencias y tradiciones culturales "atrasadas" de las mismas poblaciones. Los factores históricos y estructurales que llevan a que una situación de violencia como la que se ha gestado en Colombia se reproduzca son, de nuevo, los grandes ausentes de este enfoque humanitarista.
MIGRACIÓN INTERNACIONAL Y DESPLAZAMIENTO FORZOSO
En mi investigación encontré que el proceso de desplazamiento puede transmutar en otras formas de migración, y que la frontera entre movimientos voluntarios e involuntarios, donde parece residir la diferencia entre desplazamiento y migración, no está demarcada tan claramente. El desplazamiento forzoso se diferencia de la migración laboral y económica en que no es un proyecto planeado, es el resultado de la imposición de mecanismos de terror y miedo. De acuerdo con el marco normativo vigente en Colombia, este constituye una violación múltiple de derechos humanos y es un delito2. Sin embargo, en Colombia y en el mundo proliferan los casos de migraciones emprendidas por situaciones insoportables de pobreza y falta de oportunidades para trabajar y sobrevivir, que no han sido tipificados como desplazamientos forzosos a pesar de ser impuestas sobre las poblaciones por cuestiones políticas y económicas estructurales.
Los desplazamientos forzosos pueden desembocar en migraciones internacionales bajo la forma de asilos políticos o exilios emprendidos en silencio. Infortunadamente, estos casos no han sido bien documentados y no es la intención de este artículo abordar la situación de colombianos que por persecuciones y amenazas han cruzado las fronteras nacionales. Lo que sí quiero mostrar es que los desplazamientos forzosos internos generan procesos sociales similares a los que desencadenan las migraciones internacionales: creación de múltiples redes sociales en varias direcciones, envío de remesas en doble vía, migraciones posteriores y en cadena de los miembros de las familias más jóvenes. Como numerosos líderes de grupos de migrantes voluntarios, las personas en situación de desplazamiento, y en especial los líderes, se vuelven actores importantes de apoyo para las comunidades que dejaron atrás, a veces en contextos de guerra, porque quienes salen y logran ubicarse cerca de poderes centrales administrativos y judiciales en ciudades capitales suelen encontrar más eco en sus reclamos y denuncias. Inversamente, las comunidades de residencia previa constituyen la razón para mantener la lucha de quienes partieron y la razón de ser de sus anhelos de retorno en el futuro.
Varios enfoques estructuralistas (Portes y Walton, 1980; George, 1990; Sassen, 1999) sitúan el proceso migratorio dentro de los análisis de la economía política global, que identifica la disparidad entre zonas periféricas y zonas centrales, los diferenciales en términos de salarios y oportunidades y los flujos diferenciados y selectivos de poblaciones que suplen mercados y actividades específicas. Ehrenreich y Hochschild (2002) han demostrado de forma contundente cómo lo que denominamos globalización ha generado un flujo enorme de mano de obra femenina de países pobres que dejan a sus hijos e hijas al cuidado de parientes y parten hacia países ricos a suplir las necesidades del cuidado de niñas y niños de grupos medios y acomodados. Las autoras se refieren al resurgimiento de una dependencia de tipo íntimo, en la cual los países ricos asumen el caduco y viejo rol del patriarca atendido y mimado por todo un contingente de nanas, empleadas domésticas y trabajadoras sexuales que mantienen su afluente estilo de vida. Los programas de gobierno en todo el mundo, incluyendo al gobierno colombiano, celebran este tipo de migraciones en las cuales las mujeres trabajan largos años fuera de sus países para enviar remesas que, en lugar de ser ganancias para ellas mismas, son empleadas para mejorar sus viviendas familiares y para el sostenimiento de parientes en los lugares de residencia.
En el caso de las migraciones internas, asistimos también a la feminización de los procesos de movilidad forzosa, donde grupos con ingresos medios y altos son los que terminan empleando informalmente a algunas de las mujeres en situación de desplazamiento en el amplio espectro de los servicios domésticos. Como bien lo ha demostrado Donny Meertens (2001), las mujeres logran mayores oportunidades de trabajo en las grandes ciudades, mientras que los hombres tienen enormes dificultades para encontrar empleos estables en el sector formal y de los servicios. Es necesario señalar el efecto diferencial por género de la guerra, que cobra más víctimas mortales entre la población masculina. En este caso, un gran número de mis entrevistadas mujeres, sus compañeros o algunos de sus hijos habían sido asesinados o se encontraban desaparecidos.
Si bien el servicio doméstico y el sector de la construcción siguen siendo importantes nichos de ocupación para las poblaciones recientemente desterradas por la guerra, las organizaciones de derechos humanos, las asociaciones de víctimas del conflicto armado, las organizaciones no gubernamentales y el autoempleo en ciertos circuitos étnicos del sector informal son nuevos ámbitos laborales para grupos fuertemente organizados. Es importante mencionar también que en términos organizativos las mujeres han creado movimientos tales como Mujeres en contra de la Guerra, la Ruta Pacífica de las Mujeres por la Negociación Política de los Conflictos, y la Alianza Iniciativas de Mujeres Colombianas por la Paz, que se oponen a la guerra y han hecho variados eventos en contra de la impunidad y desarrollado iniciativas solidarias de reconstrucción.
REMEMORANDO EL LUGAR DE ANTES
Elizabeth Jelin (2002) se refiere a los trabajos de la memoria como recursos por medio de los cuales decidimos elaborar y enfrentar eventos traumáticos en contra de las fuerzas de la impunidad y del olvido. Pues bien, justamente ese trabajo de la memoria lo encuentro también en la reconstrucción de los procesos socioculturales que las personas que participaron en esta investigación consideraron significativos en sus narrativas. La elaboración de ese duelo hace parte de esta actividad que se lleva a cabo en un contrapunteo permanente entre el ahora y el antes, que por medio de las narrativas y los testimonios supone olvidar, asimilar y descartar.
Nadia Seremetakis (1994), por su parte, propone que los procesos de memoria son órganos sensoriales complejos en los que la dimensión emocional forma parte primordial de una conmemoración del sentido de lugar que se intensifica cuando se pierde. Durante diversos momentos de mi trabajo de campo, la música, la comida o algún olor que inundaba el cuarto en el que nos encontrábamos reunidos, revivieron momentos de goce, alegría, angustia o extrema nostalgia. Mediante una "esencialización del antes" las personas en sus narrativas evocaban imágenes idílicas del lugar de antes como bello, prolífico, sano y pacífico, condensando los espacios sociales que a lo largo de sus vidas habían intentado construir y reconstruir varias veces. En realidad, este lugar recordado era la forma como reclamaban respetabilidad en el nuevo lugar de ubicación. Tanto hombres como mujeres enfatizaron la importancia de presentarse en el nuevo contexto de residencia como personas con un pasado, unas tierras, unas propiedades, un reconocimiento social y unas prácticas comunitarias. Los buenos recuerdos, según las palabras de un líder afrocolombiano, son de las pocas cosas que no les pudieron arrebatar:
- Lo que me alegró bastante es recordar uno esos tiempos buenos que se vivieron en el pasado y que nadie los va a poder acabar. A nosotros nos pueden sacar de la casa, de la finca, de todo lo que teníamos, pero eso que disfrutamos allá de todo lo que teníamos nadie nos lo va a poder quitar (hombre de 35 años, de Salaquí, departamento del Chocó).
Las personas consideran importante oponerse a las imágenes estereotípicas fundamentadas en supuestos sobre ciertos lugares de origen o discursos hegemónicos sobre zonas en conflicto que se asocian con el atraso, la guerra o el peligro. A pesar de que la mayoría emplea el término "lugar de origen" para referirse al nicho primordial y a la casa materna como fuentes únicas de identidad, quisiera problematizar dicho concepto porque de cierta manera nos lleva a ignorar la historia de intensa movilidad laboral y forzosa de la mayoría de la población rural colombiana. Es común la tendencia a clasificar y a jerarquizar lugares y poblaciones siguiendo escalas unilineales y jerárquicas de progreso y en binomios tales como atrasado-moderno, urbano-rural (Gupta y Ferguson, 1997), binomios que suelen estar acompañados de etiquetas morales tales como sano-vicioso, tranquilo-agitado, virtuoso-decadente. Los entrevistados y las entrevistadas se referían a sus lugares de previa residencia como más auténticos y naturales, mientras que describían la ciudad como una gran cárcel rodeada de vicios, crimen e inseguridad. Varios grupos de aparceros asociaron el hecho de trabajar la tierra y cuidar fincas con el sentimiento de estar libres y cerca de la naturaleza, mientras que en un cuarto alquilado y lejos de su tierra se sentían confinados. Por su parte, los vecinos de zonas en donde se reasentaban las personas en situación de desplazamiento, y en general las instituciones y los medios, les adscribían rasgos y características de acuerdo con estereotipos de los lugares de procedencia: los y las indígenas kankuamo eran tomado(a)s como costeños ruidosos y fiesteros, mientras que las mujeres afrocolombianas en barrios periféricos como Molinos, ubicado al sur de Bogotá, se quejaban de que eran vistas con morbo por los residentes hombres y con desconfianza por las mujeres.
Diversos discursos académicos tienden a caracterizar a las poblaciones en situación de desplazamiento como poblaciones en espera, en estado liminal, en un limbo asociado a desarraigo (Agier, 2002; Castillejo, 2000; Valentine y Knudsen, 1995). El problema de caracterizar esta situación provisional como condición liminal es que cae en el supuesto de que a cada grupo de personas corresponde un lugar geográfico, una identidad y una cultura, y que sin estos atributos las personas pierden su integridad moral (Malkki, 1992; Gupta y Ferguson, 1997). En ciertos discursos institucionales estar fuera del lugar de origen o desarraigo es suficiente para afirmar que las poblaciones en situación de desplazamiento han perdido su "cultura". Pocas veces se menciona que los entrevistados seleccionan cuidadosamente sus narrativas empleando la idealización de su lugar de antes para contrarrestar lógicas que tienden a verlos como carentes de pasado y desposeídos. En vez de situarse en un estado de liminalidad, las personas emplean constantemente un movimiento pendular entre visibilidad e invisibilidad, así como un repertorio múltiple de referentes culturales para situarse frente a la sociedad mayor y reconstruir su vida en el nuevo sitio de residencia.
Trabajadores y empresarios agrícolas, líderes comunitarios y comerciantes que no eran miembros de organizaciones étnicas indígenas o afro asocian el lugar de antes con la posesión de un pedazo de tierra, un negocio de comidas o una casalote equivalentes al proyecto de toda una vida en el que se ha podido obtener "lo propio", trabajar la tierra propia y poder sacarle provecho para pagar la educación de sus hijas e hijos. El desplazamiento ocurre para muchos en el momento en que habían logrado obtener su casa o su negocio o cuando estaban haciéndole mejoras a sus viviendas. El prestigio, el nombre o la fama adquirida a través de los años como miembros de sus comunidades, líderes comunitarios, reconocidos navegantes, es la relación social que más añoran y la cual saben es un atributo social invaluable que, muy seguramente, "no van a volver a tener". La conexión afectiva y sensorial con tierras, paisajes, posesiones, seres queridos y prácticas sociales adquiere especial importancia en términos de reconocimiento social cuando las personas pasan a vivir en las ciudades donde se encuentran con otros cánones y códigos. Los y las entrevistadas mencionan, en especial, la forma como sienten que la ciudad acarrea implacables regímenes de consumo y de apariencia difíciles de sobrellevar habiendo perdido todo su patrimonio material. Gran parte de las y los entrevistados recuerdan el lugar de antes con imágenes de la infancia y de un pasado remoto en el que tuvieron mucha abundancia de recursos y comida que contrasta con un presente de escasez y penurias.
- Buena alimentación, eso sí, mejor dicho, allá no había escasez, yo no sé allá no tenía uno que comprar nada. Todo estaba ahí, los bananos bocadillos caían al piso, la naranja eso caía, toda la fruta caía al piso cuando estaba madura se caía al piso (
) como le digo eso allá (
) mejor dicho.
La insistencia de esta mujer criada en Candelillas (departamento de Nariño) en la hacienda de un tío y que huyó por amenazas de la guerrilla por asuntos de tierra, parece ser los sentimientos con los cuales condensa las imágenes de la memoria de ese lugar de antes que contrasta con el trasegar que marca el resto de su vida. En efecto, Pastora debió huir de Candelillas a Buenaventura por haber sido testigo del asesinato de su tío, y allí se encontró con que grupos paramilitares se estaban llevando a los niños del sector a donde había llegado.
En otros casos, los migrantes tratan de reconstruir un entorno que les evoque su lugar de origen. Tal es el caso de Marina, promotora de salud, madre comunitaria, comadrona y miembro de la organización Proceso de Comunidades Negras, quien debió salir de Barbacoas (departamento de Nariño) cuando grupos paramilitares masacraron a varios miembros de su familia. En Bogotá logró tomar en arriendo una vieja casona en el barrio Santafé, que subarrienda a otras familias en situación de desplazamiento y que le recuerda la suya en Barbacoas porque tiene un patio trasero con árboles frutales donde puede cultivar sus hierbas, extender la ropa y tener sus gallinas. Sin embargo, para ella el retorno sigue siendo fundamental, pues como bien lo dice: "la comunidad necesita a alguien que piense y se preocupe por la otra gente si queremos tener desarrollo".
DESTERRITORIALIZACIÓN Y NUEVA ESCLAVITUD
Dentro de los movimientos étnicos el desplazamiento se narra de manera distinta y adquiere profundidad histórica cuando se devela que las colectividades a las cuales pertenecen habían vivido procesos similares en el pasado. Los movimientos étnicos demuestran que lo que está en juego en esta estrategia de guerra es la riqueza que albergan sus territorios y que la guerra ha entrado a romper la fuerte relación con la naturaleza que dichas poblaciones habían sabido preservar hasta ahora. Es así como grupos de indígenas organizados procedentes del departamento del Cauca y de la Sierra Nevada de Santa Marta, reunidos en torno a la problemática del desplazamiento gracias a los contactos obtenidos por medio de la Organización Nacional Indígena de Colombia (Onic), consideraron de crucial importancia rememorar una historia alternativa de la violencia en Colombia y de la resonancia de la guerra actual mediante el relato de su historia de resistencia y de recuperación de miles de hectáreas de territorios ancestrales. Los indígenas organizados inscriben el actual proceso de desplazamiento dentro de su larga lucha por la tierra, como continuación de la conquista y la consecuente pérdida cultural de sus tradiciones.
Esta "desgracia" de la desterritorialización los ha fragmentado y apartado de su centro en términos de identidad. El discurso de varias organizaciones indígenas se inscribe en una concepción de historia por medio de la cual vale la pena recorrer el pasado para adquirir una visión más clara de quiénes son y qué quieren llegar a ser en el futuro. El lugar de antes hace parte de un territorio que implica una organización política, un lazo entrañable, un contacto con sus ancestros y, en el caso de los indígenas de la Sierra, un lazo espiritual con la naturaleza. La integridad de sus territorios no sólo significa poder político -autonomía-, sino también fuente de conocimiento -cultura-, sabiduría y, más recientemente, derechos especiales. Los miembros indígenas de la Onic afirman que las riquezas que albergan sus territorios han descontrolado la mente del hombre occidental produciendo la guerra que estamos viviendo. Actuando "desde su propia cultura y pensando desde sus propios corazones", los indígenas organizan acciones como la minga por la vida y la justicia desde el centro del país, o bloquean la carretera Panamericana por medio de una resistencia política desafiante pero pacífica.
- Somos titulares de un derecho mayor, sustentado en que estamos aquí desde el principio de todos los tiempos y es nuestro deber garantizar la pervivencia de nuestras futuras generaciones. Y como siempre hemos creído en la ley desde el 91 hasta nuestros días estamos esperando pacíficamente a que el estado colombiano, con todo y las bondades de los derechos consagrados en la Constitución nacional cumpla con la responsabilidad social y jurídica de realizar nuestros derechos y cumplir con los acuerdos que en el entretanto suscribió para mitigar las desgracias que nos ha ocasionado con sus políticas económicas y desmanes militares. Demandamos que nos respeten y protejan nuestros territorios y recursos naturales, fundamento y esencia de nuestra vida colectiva e identidad cultural. Que se suspenda y archive la ley forestal (www.onic.org.co, consultada el 8 de abril de 2005).
La tradición de los grupos indígenas que reposa en el respeto que profesan por la naturaleza se invoca como el principal medio de protección ante el éxodo. Es interesante ver cómo los movimientos indígenas logran revertir la mirada colonial con su discurso para indicar que los salvajes son otros, quienes han adoptado una mentalidad económica depredadora y una práctica guerrerista destructora. La ley y los derechos culturales desde la Constitución de 1991 se mencionan como garantes de derechos en tanto ciudadanos colombianos pero merecedores de una postergada y sentida reparación como población diferenciada.
De forma similar, los miembros de organizaciones de afrodescendientes como la Asociación de Afrocolombianos Desplazados (Afrodes) y miembros del Proceso de Comunidades Negras (PCN) procedentes de Nariño y Chocó, narraron su lucha por obtener los derechos especiales otorgados por la ley 70 de 1993 y denominaron a esta situación como "una nueva forma de esclavitud". Se refirieron a sus parcelas como "herencias", indicando su carácter ancestral, y rememoraron sus tierras como "territorios de libertad" que habían respetado y ayudado a preservar. Argumentaron que han sido promotores de relaciones armónicas con su entorno y poseedores de un estilo de vida propio. El lugar de antes es esencial para preservar sus vidas y su dignidad, y el desplazamiento forzoso ha implicado la destrucción de un universo social y natural que incluye relaciones ecológicas, lazos sociales, celebraciones religiosas y conocimiento botánico. Los ríos, dicen, representan vida, movimiento y vida social, porque las fiestas se hacen con las parentelas que habitan en las riberas de los diferentes afluentes.
- El que los afrochocoanos hayamos por siglos preservado la jungla se conjuga con el principio del muntú, que establece que el hombre es parte de la naturaleza, por eso debe amarla y cuidarla. Cuando se va a beneficiar de ella debe pedirle permiso a los orishas y no proceder como enemigo de ella o simplemente aprovecharse de su generosidad (tomado de 81º fiestas franciscanas de Quibdó presentado en el teatro Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá).
La guerra, acompañada por el desplazamiento de estas comunidades, responde a estrategias nacionales y globales para arrebatarles el litoral de selva tropical húmeda, que de ser visto como territorio malsano e inhóspito a principios del siglo veinte pasa a ser en el veintiuno, para el gobierno nacional, un importante patrimonio biológico y cultural. De forma repetida grupos afrocolombianos denuncian el desplazamiento forzoso como estrategia para llevar a cabo los megaproyectos de hidroeléctricas y carreteras, pensados y diseñados desde hace tiempo como marcadores triunfales de la entrada definitiva del Pacífico colombiano a la modernidad.
- La violencia en nuestros territorios no es gratuita. Es un intento por apropiarse de los recursos naturales que hemos protegido por generaciones con el propósito de construir megaproyectos en nuestras tierras. ¿Por qué la vida de los civiles inocentes no puede ser protegida del conflicto armado mientras las grandes compañías que quieren robar nuestros recursos naturales sí obtienen dicha protección? (www.ctconfucc.org/partnerships/colombia/colombiatrip3. html, consultada el 3 de mayo de 2005).
Mediante este trabajo de la memoria, desde la política y las emociones, se defiende, se añora y se evoca un lugar. Es interesante tener en cuenta cómo la memoria está estrechamente ligada a la riqueza del mundo material, inmaterial, social y cultural de ese entorno abandonado. Tanto las posesiones materiales como los momentos vividos en comunidad, así como las actividades de trabajo, son indicadores importantes de logro, fuentes de valor y prestigio, capital emocional para dignificarse en momentos de adversidad. Los miembros de organizaciones étnicas plantean la etnicidad como un terreno de disputa sobre el significado del pasado y del futuro e insisten en que su cultura depende de la integridad de sus territorios. En ese sentido, son movimientos en defensa de la cultura, el lugar y la naturaleza (Escobar, 2001) y contra los males de la globalización. La discrepancia entre estas nociones de territorio y naturaleza de las poblaciones étnicas y la visión neocolonial de explotación de recursos propios del modelo económico imperante ha llevado a que estas organizaciones prefieran los lazos transnacionales como alianzas pan-étnicas y el trabajo conjunto con organismos internacionales de defensa de los derechos humanos, a sentarse a hablar con el estado colombiano que sigue firmando concesiones con compañías extractivas para vender y fragmentar aún más sus territorios.
RECONSTRUCCIÓN EN LA CIUDAD
Las poblaciones desplazadas ven la ciudad como un monstruo de concreto deshumanizado, pero también como la posibilidad de estar más cerca del poder político central -la cabeza, según el decir de algunos líderes indígenas- para defender el territorio y para buscar oportunidades para las generaciones jóvenes. La inserción en la ciudad es un contrapunteo entre antiutopía y utopía. Por antiutopía me refiero a los sentimientos de depresión y tristeza que acompañan la atomización de la familia, la falta de reconocimiento y el decaimiento social en términos de prestigio. Con el término utopía a la dura prueba después de la cual pudieron crear nuevas redes, ver más allá, comprometerse con nuevos espacios políticos y encontrar nuevas oportunidades de educación y formación. Las personas entrevistadas que no pertenecen a organizaciones étnicas y se desempeñaban como trabajadores agrícolas, comerciantes y activistas en sus lugares de previa residencia se encuentran con la desventaja de no poder demostrar una etnicidad con la cual legitimarse ante el estado y la sociedad urbana como poseedores de derechos culturales especiales, ni tampoco pueden ubicarse en sus discursos políticos como ecológicos. Sin embargo, esta población ha formado una densa red de asociaciones de mujeres, de autoempleo en la venta informal, fundaciones de apoyo emocional, ayuda psicosocial, afiliaciones a grupos evangélicos, organizaciones de derechos humanos mediante las cuales gestionan recursos con nuevos partidos políticos o iglesias con el fin de poner en marcha proyectos de vivienda o microempresas.
En el caso de los indígenas, la resistencia política desafiante y activa promovida desde el sur y centro del país ha encontrado eco en otros movimientos indígenas de sectores urbanos y movimientos sociales y ambientales inconformes con el modelo de ajuste económico imperante. Si bien para ellos vivir en la ciudad conlleva el peligro de que "se les meta la idea esa de la civilización" en la cabeza, consideran que esta experiencia ha sido la oportunidad para fortalecerse espiritualmente, llevar a cabo una misión de fortalecimiento cultural con la ayuda de grupos indígenas muiscas recientemente reetnizados de la sabana de Bogotá y ayudar a quienes quedaron atrás denunciando lo que pasa en sus territorios.
Los indígenas recién llegados diversifican los circuitos de chamanismo urbano y medicina alternativa establecidos desde tiempos de la colonia en Bogotá por grupos indígenas tales como los ingas y pijaos. Varios grupos indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta y del departamento de Putumayo en la ciudad dicen tener la misión de emprender un cambio de mentalidad por medio de su medicina natural, las limpias espirituales, el uso milenario del yagé o la alimentación limpia. Algunos miembros de la etnia kankuamo, por su parte, vuelven a vestirse de blanco y a usar los poporos otorgados por los mamos para adquirir fortaleza mental y organizativa mientras se encuentran temporal y geográficamente por fuera de sus territorios. Cabe anotar que esta permanencia temporal en la ciudad es vista también con recelo por miembros de su comunidad, y se dice que los kankuamo residentes en Bogotá se están enriqueciendo, rumores alimentados por la asociación entre ciudad capital y dinero.
Los grupos afrocolombianos también se reconectan con circuitos de enclaves de la economía informal tales como restaurantes de comida del Pacífico, peluquerías y venta ambulante de comida étnica, actuando los estereotipos que la sociedad urbana espera de ellos y ellas como tropicales, exóticos y alegres. Así mismo, los jóvenes han logrado abrirse espacios, demostrando ciertas habilidades en el dominio de la música rap o reggaeton, la danza y los estilos globales afro en boga en las periferias urbanas colombianas.
CASO DEL CABILDO AMBIKÁ
Por su parte, indígenas pijao en situación de desplazamiento, acompañados de compañeros de su misma etnia residentes en diferentes barrios del sur de Bogotá, se presentaron en la oficina de asuntos indígenas del Ministerio del Interior y de Justicia para obtener el reconocimiento del cabildo urbano Ambiká. La comunidad pijao se ha caracterizado por los fuertes lazos históricos que ha mantenido con Bogotá, creando un flujo migratorio laboral permanente, en parte alimentado por la cercanía de sus resguardos de Coyaima, Natagaima, Ortega y Chaparral, localizados en el sur del departamento del Tolima. Desde 2001, un creciente número de personas en situación de desplazamiento se ha asentado en las localidades de Ciudad Bolívar, Usme, Bosa y San Cristóbal, al sur de la ciudad, gracias a sus redes de paisanaje. Los miembros de la comunidad pijao en Bogotá van y vienen con frecuencia para ver a su familia extensa y sus parcelas, se enteran de lo que está sucediendo en sus comunidades en términos de conflicto armado y establecen circuitos de intercambio entre el sur del Tolima y la capital. Mientras las familias envían plátano cachaco, yuca, bizcochos, mojarras, guabinas, chicha prelista, ellos y ellas mandan granos, ropa, calzado y dinero.
En 2002, cuando la comunidad pijao emprendió su proyecto para lograr el reconocimiento del cabildo urbano, la dirección de asuntos indígenas del Ministerio del Interior y de Justicia envió una carta al cabildo Ambiká con un concepto que concluía, que según estudio realizado por dicha oficina:
- no existe ninguna noción territorial de la comunidad, que ésta habita de manera dispersa y que cada quien habita individualmente, tiene su propia casa o habitación en arriendo o en propiedad y que al trasladarse a vivir definitivamente en la ciudad, las personas que provenían de un contexto indígena pijao han venido perdiendo los vínculos y relaciones cotidianas con su comunidad de origen y por lo tanto, con su cultura llevando a la consiguiente pérdida de esa cultura (Ministerio del Interior y de Justicia, 2002).
El estado sostiene que la comunidad pijao no constituye una comunidad indígena ya que no se diferencia de los campesinos que habitan el sur del Tolima y que tampoco ha logrado conservar los "usos y costumbres" requeridos para calificar como tal, según las interpretaciones que ha hecho de las definiciones de "grupos étnicos" plasmadas en la Constitución política de 1991.
Desde entonces, un grupo de líderes de esta comunidad, con el apoyo de otras organizaciones étnicas residentes en la ciudad, piden la rectificación de dicho concepto mediante pruebas de etnicidad recogidas en encuestas y sondeos realizados por ellos mismos o con la asesoría de antropólogos. En sus documentos enfatizan en la importancia del cabildo para apoyar la llegada de compañeros expulsados por la guerra y la necesidad imperiosa de una institución política indígena pijao que los represente y acoja. Como soporte presentan un documento que contiene un censo y un programa de recuperación cultural que incluye la creación de un programa de etnoeducación y donde narran los mitos y las leyendas que, según ellos, hacen parte fundamental de su historia. Lo que a primera vista parece un simple recordatorio de historias o un inventario folclórico de saberes, técnicas y leyendas, revela de manera metafórica la historia de profundos cambios culturales. En el documento resaltan su experticia en las artes de la guerra tanto para oponerse a la evangelización por parte de la iglesia católica como para luchar por la recuperación de tierras durante la década de 1980. Esta narrativa contiene también las claves de los términos con los cuales este grupo indígena entiende el desplazamiento forzoso: el despojo ha sido una constante histórica que tiene resonancia con el pasado de la conquista. Una de las historias consignadas en el mismo documento narra cómo las montañas que rodean a los poblados de Coyaima y Natagaima abren sus puertas cada viernes de la Semana Santa. Según los pocos que se han atrevido a entrar por esa puerta y han regresado con vida, se puede ver una serie de tesoros prehispánicos, entre ellos una pata de oro con sus patitos y la enorme campana de oro de la iglesia de Natagaima robada por los españoles durante la conquista.
Por otro lado, el documento presentado por el cabildo Ambiká al Ministerio del Interior y de Justicia tiende a omitir información que los hace parecer demasiado urbanos, a pesar de que un gran número de los hombres pijao en Bogotá se desempeñan como ayudantes de maestros de obra e, incluso, dominan dicho enclave laboral gracias a que migrantes llegados hace varias décadas enganchan a los recién llegados en este sector. Las mujeres, por su parte, se han empleado en el sector del aseo mientras que otras sostienen cooperativas para la comercialización de hojas de plátano mediante las redes que mantienen con otras mujeres en el sur del Tolima. En el documento, sin embargo, mencionan que son agricultores con un profundo arraigo por su tierra y que se encuentran en Bogotá de manera obligada y buscando refugio. Por eso proponen crear un museo en la localidad de Usme con el propósito de mostrarle al resto de los bogotanos la preparación de su comida tradicional, sus técnicas de pesca y sus vastos conocimientos en medicina tradicional.
Los casos presentados demuestran la complejidad del lugar social que históricamente han ocupado ciertas poblaciones en la cartografía nacional, las trayectorias geográficas y vitales de estas poblaciones cuando son desterradas, las múltiples relaciones interétnicas que logran tejer a pesar de su dolor, y los proyectos culturales y políticos que deben emprender cuando se estrellan con visiones e interpretaciones miopes y ahistóricas sobre su movilidad y su condición marginal dentro del estado-nación.
CONCLUSIÓN
Lejos de de ser un movimiento unidirecc ional en el que las personas parten de un lugar de expulsión, por lo general imaginado como "rural" y "tradicional" a un lugar de llegada imaginado como "urbano" y "moderno", el desplazamiento forzoso comprende un largo y complejo proceso vivido e interpretado de manera distinta por grupos vinculados a movimientos sociales amplios, grupos que han sido migrantes laborales o colonos gran parte de su vida, grupos que por primera vez conocen la persecución y el exterminio y grupos que no habían vivido este tipo de relocalización impuesta. He querido mostrar como entre 2002 y 2004 la toma paramilitar de grandes regiones del país reconfiguró, una vez más, el paisaje demográfico de Colombia, que de por sí ya mostraba un increíble dinamismo de movimientos forzosos y voluntarios. Como efectiva estrategia de guerra para establecer microreinos despóticos de movimientos armados, el desplazamiento ha arrasado con trayectorias de vida para las cuales la consecución de lo propio se ve coartada, y con proyectos de reetnización y recuperación de territorios y derechos territoriales colectivos recientemente adquiridos y violentados. El desplazamiento forzoso ha amenazado seriamente las opciones mediante las cuales numerosas poblaciones pobres en Colombia estaban logrando cristalizar modos de vida y relaciones alternativas con sus territorios. Lo que el desplazamiento reciente en Colombia revela es una guerra en la cual se contraponen visiones antagónicas de nación, ciudadanía y desarrollo. Esta etapa de la guerra en Colombia retrata el enfrentamiento entre diferentes modelos de futuro y desarrollo; mientras la arremetida violenta del paramilitarismo parece favorecer el modelo neoliberal de economía, varias de las poblaciones afectadas y víctimas del conflicto armado se organizan vigorosamente para emprender movimientos en contra de la guerra y de una visión depredadora de la naturaleza. Lo que revela la llegada y la presencia de miles y miles de personas a ciudades grandes, pequeñas e intermedias es una gran diversidad cultural que durante décadas se mantuvo censurada y relegada a las márgenes de la nación colombiana.
He querido demostrar, así mismo, que el acto de rememorar desde el exilio un lugar de previa residencia o un territorio que alberga todo un universo de derechos y luchas, es un trabajo político. Pero del mismo modo, es una manera de situarse en la historia del país exigiendo reconocimientos en los nuevos lugares de residencia y frente a nuevos vecinos y residentes. El lugar de origen no es el gran nicho primordial de donde emanan identidades prístinas, sino la condensación de imágenes identitarias de los varios lugares geográficos y sociales que las personas han ocupado y han contribuido a forjar a lo largo de sus vidas.
Pese a la adversidad, las poblaciones en situación de desplazamiento han recompuesto redes familiares y étnicas gracias a los contactos con personas que habían migrado antes a ciudades intermedias y grandes. Sorpresivamente, las personas en sus trayectorias de movilidad han logrado articular a las poblaciones dejadas atrás en sus municipios de previa residencia con poblaciones recién asentadas en las grandes urbes, y han adelantado proyectos de revigorización cultural y política generando nuevas alianzas y fusionándose con otros movimientos étnicos y ambientalistas urbanos. Al tiempo que la guerra fragmenta, destruye y desarticula, las poblaciones en situación de desplazamiento recomponen, vinculan y articulan poblaciones, capitales étnicos y capitales políticos de enorme valor y riqueza, en un proceso que he llamado de reconstrucción.
Notas
1 Es importante señalar aquí que esta obsesión por parte de movimientos armados por el poder político obtenido mediante el dominio absoluto sobre la tierra desemboca en una situación que he denominado de "soberanías en competencia", donde el estado, los movimientos armados, los sectores privados y los movimientos étnicos defienden una versión distinta de lo que significa territorio (Salcedo, 2006).
2 El desplazamiento es sancionado por la ley 589 de 2000, Código penal.
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