Originalmente hístôr es el testigo ocular, aquel que ha visto.
GIORGIO AGAMBEN (1993, 94)1
Introducción
La represa de Betania, ubicada entre los municipios de Yaguará, Hobo y Campoalegre en el departamento del Huila, fue la primera hidroeléctrica construida en la cuenca alta del río Magdalena, en los valles interandinos de Colombia. Durante mi última visita de campo a la región, en 2018, Carlos2, quien me transportaba en su mototaxi desde el puerto Momico, en el embalse, hasta el municipio de Hobo, se mostraba sorprendido por mi interés en escribir la historia del desarrollo hidroeléctrico en el departamento: “En el embalse no hay mucho para ver”, “la historia de la represa de Betania ya la contaron, en un documental que se puede ver en Internet”. La primera respuesta no me resultaba difícil de entender: coincidía con el sentimiento de otras personas del departamento acerca de las expectativas no materializadas del sector turístico que, se suponía, la represa habría de movilizar. No obstante, yo desconocía por completo la existencia de tal documental, a pesar de mis constantes búsquedas en Internet sobre la historia de la represa de Betania y de haber crecido en la región. Intrigado, le pregunté por el nombre. Él respondió que no lo conocía ni lo había visto. Dándole tiempo para ofrecerme alguna pista adicional, le expliqué que este era el primero de muchos viajes que yo tendría que hacer a la represa y a los pueblos cercanos. Sin dudarlo mucho, Carlos replicó que la próxima vez bien podría “ir a Rivera3 y ver allí el documental de la historia de la represa en un buen hotel”. La insistencia de Carlos en que no hacía falta decir nada nuevo sobre la historia de Betania se me quedó grabada, entre otras razones, porque señalaba en la dirección de una historia definitiva y, al parecer, ampliamente aceptada, en una región donde los conflictos socioambientales sobre el río y su futuro han sido muy activos desde mediados del siglo XX.
De vuelta en Bogotá, inicié la búsqueda del documental y encontré 50 años de historia para una realidad. Realizado en 1993 por la empresa Central Hidroeléctrica de Betania (CHB), el documental ofrece una visión única sobre la relación entre el río y la historia de la región, sobre cómo esa relación es mediada por la infraestructura hidroeléctrica y cómo esa mediación conduce a la realización de una única realidad. El documental es, por un lado, un mensaje en una botella que transporta la perspectiva de la CHB sobre el pasado y el futuro del departamento y de la infraestructura hidroeléctrica en la región. Por otra parte, es también una máquina de (re)producción de temporalidades que mezcla relatos míticos sobre los orígenes del río con promesas de modernización y desarrollo tecnológico asociadas a la construcción de represas en la cuenca alta del Magdalena. Esto es, en otras palabras, un dispositivo que trabaja a través del tiempo y con el tiempo.
En este artículo busco explorar la contribución de 50 años... a la (re)producción de la infraestructura hidroeléctrica en la región del Alto Magdalena. Para ello, recurro a un experimento etnográfico que surgió de las limitaciones a mi investigación doctoral generadas por la pandemia de COVID-19 a principios de 2020. ¿Cómo conceptualizar el documental 50 años de historia para una realidad en cuanto objeto etnográfico justo en un momento en el que las posibilidades mismas de realizar trabajo de campo fueron radicalmente suspendidas? En línea con tradiciones de la teoría antropológica que han invitado a repensar el significado del prefijo etnos- en el trabajo etnográfico (Andrade y Elhaik 2018), la presente es una etnografía no-antropocéntrica que desplaza el etnos- en favor de las estrategias de ensamblaje que lo constituyen, sus coordenadas de sentido y su rol en la producción de narrativas históricas. En ese orden de ideas, aproximarse a 50 años. en su carácter de archivo es revelador. Como han señalado Ann Stoler (2002), Brian Keith Axel (2002) y Johannes Fabian (2002), los archivos no guardan una relación pasiva o representacional con el pasado, sino que son engranajes activos en la selección de las historias que importan y de futuros posibles. Se trata, entonces, de aproximarse al documental no en su capacidad para reflejar de manera fidedigna la historia de la infraestructura hidroeléctrica, pues, desde esta perspectiva, no es una adición o un producto derivado de la infraestructura misma. Por el contrario, busco observar la manera en que el documental es partícipe de la infraestructuración hidroeléctrica del río Magdalena, la manera en que tiene un papel tanto en la estabilización de la imagen de la represa como en la materialización de los intereses hidroeléctricos en la región. En lugar de centrarme en la historia del documental, en los significados que transmite o en sus preocupaciones representacionales, me concentro en el trabajo temporal que realiza, en cómo opera y toma parte en el cumplimiento de su propia tarea: hilar “50 años de historia” en “una realidad”.
Con este análisis busco contribuir al corpus de literatura académica que analiza las relaciones entre temporalidad e infraestructura. Esta literatura cuestiona la preeminencia de la temporalidad moderna, singular, lineal y omnicomprensiva dentro del campo de los estudios sociales de la infraestructura. Asimismo, este campo muestra que la teleología de planificación-desarrollo-inauguración que rige la mayor parte de la comprensión del tiempo de las infraestructuras es sostenida por constelaciones de tiempo contradictorias, asíncronas y en constante expansión. Algunos autores han señalado cómo las temporalidades de la infraestructura exceden y problematizan la vida humana como métrica implícita de nuestra comprensión de las temporalidades (Braun 2020; Sneddon 2015), con lo cual han puesto de manifiesto las escalas de tiempo más que humanas que gobiernan la vida de las infraestructuras (Appel, Anand y Gupta 2018; Bowker 2015). Otros académicos han puesto de presente la coexistencia de diferentes temporalidades y orientaciones temporales dentro de los procesos infraestructurales, al mostrar, por ejemplo, que la suspensión o la ruina no son tendencias ulteriores, externas a los procesos infraestructurales, sino internas y permanentes, inherentes a la propia infraestructura (Appel, Anand y Gupta 2018; Gupta 2018; Uribe 2017), o que “el futuro y el aplazamiento, lo teleológico y lo cíclico” no son temporalidades mutuamente excluyentes, sino que pueden coexistir fácilmente (Appel 2018; Larkin 2013).
Análisis recientes de las temporalidades de las infraestructuras también han puesto en evidencia que la coherencia no es una condición de la existencia de esa pluralidad de temporalidades. Carse y Kneas (2019), por ejemplo, han señalado que las infraestructuras que no llegan a construirse o quedan inacabadas suelen indexar mundos sociales en los que las temporalidades se anudan y reelaboran de forma impredecible; y Cons (2020) ha hecho una observación similar sobre los deltas fluviales en Bangladesh, que son habitados por visiones disonantes e inconmensurables del futuro que dan forma a su presente. De la misma manera, Harvey (2018) ha explicado los ensambles de tiempos contradictorios que atraviesan los proyectos de construcción de carreteras en Perú, que exhiben, simultáneamente, la fuerza de la promesa como fundamento de la expectativa de algo por venir, así como la forma en que dicha promesa es diluida constantemente por nuevas alineaciones temporales complejas e inestables. Este corpus de literatura ha sido relevante para poner de presente que las temporalidades asociadas con el aplazamiento, la suspensión y la ruina no son manifestaciones excepcionales del tiempo infraestructural, sino que son tan constitutivas de este como las temporalidades prospectivas de la promesa, la anticipación y la expectativa, lo que hace visible la naturaleza plural, contradictoria y disputada del tiempo infraestructural.
Un rasgo común a estos trabajos académicos es el énfasis en un lente analítico a través del cual se aborda la cuestión de las temporalidades en términos de alineaciones, nudos o constelaciones, con lo cual sale a la luz la no-homogeneidad del tiempo y la naturaleza asincrónica de las temporalidades infraestructurales. No obstante, esta aproximación tiende a prestar menos atención a los mecanismos y relaciones de poder que producen y articulan esas multiplicidades en narrativas históricas singulares. Dicho de otra manera, nuestra comprensión de la pluralidad de temporalidades implícitas en la infraestructura contrasta con nuestra comprensión de la manera en que esas múltiples experiencias temporales son sincronizadas en narrativas históricas hegemónicas. ¿De qué manera median los procesos de infraestructuración la relación entre temporalidades e historia?
El objetivo del presente artículo es hacer una contribución a la literatura sobre las temporalidades no-lineales de la infraestructura, mediante el análisis de los principales dispositivos y operaciones de producción temporal de la represa de Betania en la cuenca alta del río Magdalena desde la óptica del documental-archivo 50 añosSostengo que la multiplicidad de experiencias temporales y la producción de narrativas históricas hegemónicas son el resultado de operaciones simultáneas y coconstitutivas de la vida social de las infraestructuras. En el caso específico del documental sobre la represa de Betania en el río Magdalena, argumento que “50 años de historia” son reducidos a una narrativa histórica que se presenta como indisputable (“una realidad”), a partir de operaciones de yuxtaposición, inscripción e indexación que permiten a la infraestructura hidroeléctrica reproducir sus intereses en la región.
El artículo se desarrolla en tres pasos. En primer lugar, extraigo elementos analíticos de los debates sobre la relación entre etnografía y archivos para reflexionar sobre cómo he llegado a entender una etnografía de los poderes de producción de tiempo en medio de la intensificación de las experiencias temporales provocada por la pandemia de COVID-19. En segundo lugar, analizo tres ensambles temporales diferentes que atraviesan 50 años... para desentrañar sus operaciones específicas: yuxtaposición, inscripción e indexación. En tercer lugar, a manera de conclusión, retomo las relaciones entre los dispositivos de producción de tiempo a fin de exponer su vitalidad histórica tanto como los artificios de su producción.
Una etnografía de la producción del tiempo
Qué es la historia importa menos que cómo funciona.
MICHEL-ROLPH TROUILLOT (1995, 28)
Originalmente, la investigación que sostiene este artículo iba a ser muy diferente. Durante mi primer semestre como estudiante de doctorado me otorgaron una beca de investigación para viajar al Alto Magdalena a realizar un trabajo de campo exploratorio sobre las experiencias históricas de futuro, generadas a raíz del primer pico de infraestructuración hidroeléctrica del río en la década de los ochenta. Aunque mi interés por las relaciones entre temporalidad e historia en la región había sido suscitado por mi encuentro con 50 años..., había imaginado que el documental ocuparía un lugar tangencial en una investigación etnográfica que se asemejaba al canon malinowskiano de visitas de campo, presencialidad, observación directa e inmersión en la cotidianidad. Sin embargo, a principios de marzo de 2020 la pandemia de COVID-19 ya había golpeado el mundo y sus alcances globales (además de sus efectos sobre mis planes de investigación) se hicieron evidentes tras la suspensión de los permisos de investigación presencial no esenciales por parte de mi universidad.
Con la cuarentena, 50 años. adquirió un nuevo lugar dentro de mi investigación al desencadenar nuevas reflexiones sobre las relaciones entre historia, tiempo y lugar. Confinado en mi apartamento, la invitación de Carlos a entender la historia de la región desde el documental adquirió un nuevo significado: desvelaba no tanto la manera en que el documental puede o no suplantar el tiempo-espacio de la represa, sino cómo ese tiempo-espacio ha sido producido y continúa siendo reproducido a partir de una serie de operaciones que ocurren en el embalse y más allá de él. La invitación de Carlos ahora me sugería una nueva perspectiva que no solo me ponía frente a frente a las pretensiones históricas de la infraestructura hidroeléctrica de la región, sino que hacía evidente justamente que la historia de la infraestructura hidroeléctrica en el Huila es producida y reproducida a partir de operaciones de dislocación y relocalización de las que el documental es partícipe. Entender esas operaciones de reemplazamiento por medio de 50 años... se convirtió en una intuición etnográfica para desentrañar la dialéctica espacio-temporal en la que participa el documental. ¿Cómo reunir la etnografía y la historia para atender a la especificidad de la producción de temporalidades presente en 50 años.? ¿Qué perspectivas teóricas podría contribuir una aproximación etnográfica a la dialéctica espacio-temporal que atraviesa el documental?
El campo de la antropología histórica es quizá el que ha aportado las ideas más persuasivas sobre las relaciones entre la etnografía y los tiempos históricos. Como explica Brian Keith Axel: “más que el estudio de un pueblo en un lugar particular y en una época determinada, lo que está en juego en la antropología histórica es explicar la producción de un pueblo, y la producción del espacio y del tiempo” (2002, 3)4. Esta aproximación a la antropología histórica y su conceptualización de la relación entre etnografía, espacio y tiempo ilumina el desplazamiento epistemológico en el que me embarqué luego de identificar la necesidad de entender las reelaboraciones espaciotemporales de las que hace parte el documental. Una reflexión etnográfica de 50 años... implicaba suspender la certeza de la existencia de una comunidad, un tiempo y un espacio, para acercarse a cómo el documental participa en la producción de cada uno de esos elementos a partir de operaciones de conexión, disyunción y disrupción, mediante las cuales se entreteje una narrativa histórica.
Desde esta perspectiva, el documental puede ser entendido como una pieza particular de un archivo histórico y como un archivo de experiencias temporales. 50 años. es un documento específico del archivo sobre la infraestructuración hidroeléctrica del río Magdalena que debe ser entendido en su relación y sus conversaciones tácitas con los otros documentos disponibles sobre ese proceso histórico; pero es también un archivo singular, compuesto por diferentes documentos que dan cuenta de experiencias temporales originadas fuera de los dominios del documental, por ejemplo en otros documentales o informes, y que este selecciona, organiza y dispone de manera particular. 50 años. es siempre esas dos cosas: un documento específico de un archivo más amplio cuyos contornos no son claros y un archivo singular con pretensiones de totalidad compuesto de múltiples documentos. Una etnografía del documental debería atender a la manera en que desestabiliza la distinción entre documento y archivo, y tratar, de una parte, el campo no como un lugar empírico dado, sino como una construcción analítica moldeada por documentos de distinta índole (Muzzopappa y Villalta 2011); y, de otra parte, el documental en cuanto artefacto que moldea el campo, que entabla una serie de relaciones que interpelan al etnógrafo o etnógrafa y cuya respuesta se convierte en un lugar de observación (Riles 2006). Lo que está en juego aquí es, antes que nada, la agencia histórica del archivo.
La distinción de Ann Stoler (2002) entre archivo-como-fuente y archivo-como-sujeto apunta precisamente en esa dirección. Con esta distinción, la autora produce un cambio epistemológico en la práctica etnográfica y su relación con los archivos. Este cambio consiste en dejar atrás la idea de que los archivos son objetos o lugares de los que se extrae información -lugares u objetos que pueden ser minados por su contenido- y aproximarse a ellos como historias vivas en las que lo que importa es su forma, sus redes de inteligibilidad y topologías emergentes, sus ubicaciones en las operaciones historiográficas; en suma, los archivos como artefactos productores de conocimiento (Stoler 2002, 90-91). Esta perspectiva nos revela la vitalidad histórica de 50 años...: este audiovisual es una red productora de sentido cuya actividad consiste precisamente en formar ensambles inestables y cambiantes que producen formas de comprensión del río, la región y su historia. Siguiendo esta línea de razonamiento, una aproximación etnográfica a 50 años. requiere entenderlo como un agente activo en redes de reproducción simbólica y material de los intereses del desarrollo hidroeléctrico en la región, redes que el mismo documental ayuda a ensamblar pero que también lo moldean y se extienden más allá de él, vinculando, como veremos, otros documentos de distintas características y orígenes.
Para aproximarnos a la agencia de 50 años. es necesario entender que el documental se inscribe en una coyuntura histórica particular en la que la generación de energía hidroeléctrica se posicionó como el deber ser del uso de la cuenca alta del río Magdalena. En su fantástica etnografía sobre las disyuntivas y contigüidades entre el agua como mercancía y como derecho humano en Costa Rica y Brasil, Ballestero (2019) analiza la capacidad de intervención histórica de los dispositivos tecnolegales. La autora define dichos dispositivos como un “nodo intenso de temporalidades y afectos, una combinación de diversas herencias técnicas [...] que abren la posibilidad para otras posibilidades” (Ballestero 2019, 9). Para Ballestero, los dispositivos no son simples objetos comunes y corrientes, aunque ciertamente pueden ser prosaicos; son puntos de convergencia y divergencia de múltiples genealogías, técnicas y afectos que se distinguen por su capacidad para efectuar transformaciones creando bifurcaciones, es decir, cerrando ciertas historias posibles y abriendo otras. Etnografiar el trabajo temporal de 50 años. es atender a los dispositivos y operaciones a partir de los cuales el documental participa en el proceso de infraestructuración hidroeléctrica que desde la segunda mitad del siglo XX viene moldeando el presente y creando condiciones de futuro en la cuenca alta del río.
¿De qué maneras puede contribuir un archivo audiovisual a moldear el presente y el futuro? Quisiera detenerme en la diferencia entre lo que el documental presenta, lo que pone de presente y cómo hace presente(s). La presencia de los archivos, como nos recuerdan Trouillot (1995) y Fabian (2002), es una presencia autorizante, entre autoritaria y autorizada, en la medida en que los archivos, físicos y online, participan en la selección de las historias que importan y median la transición entre procesos sociales y sus narrativas históricas. Es más, la presencia autorizante de los archivos nunca es exclusivamente una cuestión del pasado, pues su regulación no se detiene allí. Los archivos también construyen el pasado a partir de prácticas predictivas y prescriptivas (Stoler 2002) que los sobreviven o, como lo señala Derrida (2017), el archivo siempre aloja y esconde la estrecha coordinación entre dos principios: origen y mandato, commencement y commandment. Aunque el archivo no lo ponga de presente, la suya es una presencia que no solo nos antecede y nos sucede, sino, ante todo, que comanda; y su mandato no es solo una cuestión del pasado, sino también de y para el presente y el futuro, puesto que la fuerza de su autoridad, aunque no resulte inmediatamente evidente, permanece históricamente activa, imperante.
Hacer visible la vitalidad histórica del archivo, su presencia imperante, depende tanto del medio del archivo como de la forma de leerlo. En términos de Stoler, las etnografías de archivo requieren una doble lectura, hay que leerlos a contrapelo, así como en el sentido de sus fallas geológicas; es decir, es necesario ir a contracorriente de las categorías heredadas de los archivos tanto como seguir sus lógicas de remembranza, sus regularidades, incluso las consistencias de sus omisiones (2002, 100). Debido a la naturaleza audiovisual del archivo de 50 años..., la aproximación etnográfica al cine como ejercicios curatoriales de la mirada de Tarek Elhaik (2019) resulta particularmente iluminadora. El autor resalta que este modo de atención demanda un movimiento que va de la imaginación a la cogitación, “una actividad que incluye una amplia gama de estados: contemplación, ensoñación, estudio, meditación, lucha intelectual, etc.”, y que actúa sobre las imágenes de manera dual: tanto por división, extrayendo de ellas su intención, como por composición, combinando intenciones e imagen (Elhaik 2018). En el caso de 50 años. interpreto estos modos de atención etnográfica como una práctica situada en el punto medio entre mirar y observar: recorrer el argumento del documental en la dirección de sus propios fines, considerando los referentes que moviliza y que dispone, pero sin dejar de atender a su elaboración y funcionamiento, a los mecanismos implicados, a su articulación, sus desajustes y sus relaciones insospechadas con otros elementos del archivo más amplio en el que se inserta. Con ello busco poner de manifiesto cómo las narrativas históricas de la generación hidroeléctrica en la cuenca alta del río Magdalena son el resultado de procesos de curaduría y composición temporal, de procesos de selección, organización activa, reactivación selectiva y autorización de experiencias temporales en cuyo montaje sejuega la producción del espacio-tiempo de la misma cuenca.
Tierra prometida: yuxtaposición
Cuando la temporalidad se concibe bajo el signo mítico de la predeterminación, la gente se convence de que no se puede resistir el curso actual de los acontecimientos.
SUSAN BUCCK-MORSS (1991, 79)
Los primeros tres minutos y medio de 50 años... recrean lo que, según la CHB y Fernando Segura, coguionista y director del documental, serían los tiempos anteriores a la represa de Betania. Esos minutos yuxtaponen planos amplios del paisaje del Alto Magdalena, música tradicional andina y una voz masculina cuya entonación recuerda a la de un locutor de radio. La filmación inicia con un contrapicado del Nevado del Huila que enfatiza su altura y distancia; luego la cámara se desliza lentamente a través de altas cascadas y, tras recorrer diferentes segmentos de donde el río corre entre cañones, llega a las amplias orillas del río en la ciudad de Neiva. Mientras tanto, el narrador recuerda las conocidas esculturas megalíticas de San Agustín y evoca al escritor más famoso de la región: el poeta José Eustasio Rivera. En su relato de la parte alta del río, el narrador denomina la región como la “tierra prometida”, y compone un paisaje temporal particular (Kojola 2020) a través de la activación y ordenación de variadas referencias y experiencias temporales.
Con ese nombre, el narrador alude a la ópera prima de José Eustasio Rivera, Tierra de promisión, una serie de poemas publicados en 1921. En consonancia con algunas de las preocupaciones del modernismo literario latinoamericano, en dichos poemas Rivera refleja el ambiente de patriotismo de principios del siglo XX y las angustias por la falta de integración política y económica del país, tanto hacia el exterior, con otras naciones, como en su interior, donde la consolidación de una identidad nacional parecía lejana y seguían existiendo regiones y poblaciones aisladas y rebeldes (Jaramillo 2016, 49-53). Tierra de promisión es un recorrido imaginario por los territorios para territorializar una nación moderna e integrada, paradójicamente, consolidando el imaginario de sus fronteras internas y sus otros (Serje 2011; Uribe 2017). Mediante la referencia a la obra poética del escritor más importante de la región, el documental suscita sentimientos de orgullo en el departamento del Huila, a la vez que crea un imaginario de la región como frontera aislada y de la represa de Betania como un proyecto modernizador inscrito en la dinámica más amplia de construcción de nación.
El paisaje de la tierra prometida, tal como se presenta en el documental, se teje mediante una compleja mezcla de referencias teológicas, políticas y medioambientales. A pesar de su intrincada naturaleza, es posible distinguir un conjunto estable de actores y relaciones:
En este panorama de tierra prometida fue el agua, sin duda, el más importante regalo de los dioses.
Dotado generosamente por la naturaleza, el Huila responde con altura al apelativo de “tierra de promisión” que le impusiera el poeta.
Para los huilenses el río Magdalena siempre ha sido y será fuente de vida y de progreso.
El río Magdalena, ese río de la patria que, tras nacer en el Huila y surcarlo todo de sur a norte, sigue su largo curso por el territorio nacional como si fuese su misma columna vertebral.
Los dioses, el río, los huilenses y la nación colombiana son invocados por los narradores, y todos ocupan un lugar específico con respecto a los demás. El río desciende directamente de las manos de los dioses hasta el reino natural, donde se convierte en un regalo y un recurso; luego baja a los dominios de lo humano como fuente de vida y progreso; finalmente, se convierte en la columna vertebral del territorio nacional y la patria. En dicha narrativa, todos los actores gozan de agencias diferenciadas. Mientras que los dioses, la naturaleza y el río tienen la capacidad de regalar, dotar y moldear, los huilenses, el Huila y el territorio nacional son en su mayoría objetos pasivos. El paisaje de la tierra prometida es articulado por el fluir del río y sus aguas, que en su recorrido componen un conjunto jerárquicamente organizado de actores y entidades pasivas.
En este paisaje inicial, el dinamismo de las aguas contrasta con un tiempo inmóvil, estancado. Ciertamente, hay una sucesión desde un momento de la creación, que pasa rápidamente sobre referentes del proceso de colonización de la región, para llegar finalmente al propio proyecto de la represa, presentado como el resultado necesario del flujo del río. Sin embargo, esa sucesión es más bien una secuencia de figuras que desplazan a sus predecesores: los dioses, las aguas, los indígenas, los españoles, los huilenses, la represa de Betania. Las relaciones conflictivas de la colonización de la región se revelan como un proceso incremental de hibridación y mestizaje en el que diferentes “razas” aportan distintos atributos al surgimiento de la población huilense. Los indígenas, la fuerza; los españoles, “el credo y la lengua”. Esta sucesión es una teleología, pero una de carácter atemporal. Su decurso ocurre en un tiempo que es eterno o inexistente, uno cuyo flujo es indiscernible. Es el tiempo mítico, eterno, de los dioses.
Y no de unos dioses anónimos. La idea misma de la tierra prometida procede de la configuración religioso-política contenida en la promesa hecha por el Dios judeocristiano a Abraham: “vete de tu país y de tu familia y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una gran nación, y te bendeciré y engrandeceré tu nombre, para que seas una bendición” (Gén. 12: 1-2). Las implicaciones coloniales de esta idea son asombrosas: la tierra prometida es el correlato de un proyecto de colonización sancionado por Dios del que nacerá una nueva nación. El gesto del documental con esta referencia, que le da tintes religiosos a la legitimación de la explotación hidroeléctrica en la región, no puede sino alcanzar una enorme resonancia entre la católica población huilense.
Cuando leemos 50 años... en la dirección de su propio argumento, la construcción de la tierra prometida se muestra como una serie de transiciones entre distintos referentes. No obstante, cuando leemos esas transiciones a contrapelo e indagamos sobre las suturas que las componen, nos damos cuenta de que dichos referentes no solo tienen poco que ver unos con otros, sino que han sido yuxtapuestos, a la manera de un mosaico, para generar un efecto de conjunto. La tierra prometida es un dispositivo espacio-temporal hecho de yuxtaposiciones de paisajes alto-andinos y narrativas poéticas y religiosas que producen una imagen de la región de la cuenca alta del río Magdalena como una frontera interna del territorio nacional, aislada, estancada en el tiempo, cuya colonización y modernización se justifican política y teológicamente. Este dispositivo es de suma importancia, pues su operación desestabiliza las fronteras entre la ficción y la historia, y construye una visión de la región y su población a la medida de las necesidades de los promotores del desarrollo hidroeléctrico. Mediante las yuxtaposiciones con las que construye el paisaje de una tierra prometida, el documental produce una imagen de los huilenses como sujeto colectivo desprovisto de historia y estancado en el tiempo; como sujetos pasivos, aunque piadosos, a la espera de una intervención modernizante.
Fuente de energía: inscripciones
La primera vez viene de forma diferente, la segunda, no como lo imaginas.
REINHART KOSELLECK (2018, 7)
50 años de historia para una realidad es, de hecho, el segundo intento de la CHB por dar cuenta de la diferencia que la energía hidroeléctrica traería consigo a la región. Andrés Felipe Ortiz, historiador local y administrador del grupo de Facebook Memoria de Yaguará, donde se aloja el documental, me mostró Río Magdalena, fuente de energía, el primer documental producido sobre el proceso de construcción de la represa de Betania, dirigido y filmado en 1984 por Guillermo Cajiao Lenis, uno de los precursores del documental ambiental en Colombia.
50 años... y Río Magdalena comparten una misma comprensión de la producción hidroeléctrica como generadora de una nueva temporalidad. Con su referencia a los intentos sucesivos por producir electricidad a partir de las cuencas de los ríos Timaná, Fortalecillas o El Majo adelantados por diferentes familias regionales durante el siglo XX, los documentales se adentran en una experiencia temporal marcada por la sucesión lineal de momentos discretos. En el Huila, la electrificación inaugura el tiempo histórico en un sentido moderno. Esa transición está claramente delimitada en ambos documentales por el uso de la misma composición audiovisual. La música de fondo se detiene y un sonido agudo sirve de antesala al plano cerrado de las manos de una persona que manipulan un detonador de explosivos. La atmósfera es tensa, algo está a punto de suceder. A continuación, se produce la primera explosión y, tras ella, un nuevo plano encuadra la vera del río, donde ocurre una sucesión de explosiones controladas, simétricas. Sin temor a la redundancia, cada documental repite el mismo sonido agudo y la misma serie de explosiones entre dos y tres veces. Acto seguido, máquinas que rugen a todo motor se toman la escena. La cámara dirige la atención hacia las retroexcavadoras que remueven los escombros de las explosiones y los descargan dentro del río, en una operación a la vez monumental y meticulosa que termina por cortar el cauce del Magdalena. El explosivista, las detonaciones y las retroexcavadoras que llevan a cabo la desviación del río anuncian una nueva temporalidad cuya formulación más explícita la pronuncia el narrador de 50 años.: la historia del departamento ha sido “partida en dos”.
Estas imágenes de transformación radical del paisaje, que constituyen el clímax del documental Río Magdalena, en 50 años... abren paso a una narrativa sobre las posibilidades insospechadas de la región: su potencial. Para ello, 50 años. recuerda el trabajo de Carlos Boshell Manrique, el ingeniero civil que realizó los estudios de factibilidad hidroeléctrica en la cuenca alta del río Magdalena, primero en 1947 y luego en 1962, y a quien se le atribuye ser el primero en ver las posibilidades insospechadas del río. Todos estos desarrollos se basan en una comprensión de la naturaleza como encarnación de una fuerza contenida y a la espera de ser liberada, así como en una epistemología especulativa (Weszkalnys 2015) que el narrador despliega en su comentario sobre cómo la represa de Betania traería consigo oportunidades de desarrollo turístico, de industrialización de la pesca y revelaría el potencial del río para futuros desarrollos hidroeléctricos. Esta potencialidad, que es tan física como especulativa, surge de un movimiento que desacraliza el imaginario de naturaleza divina con el que inicia el documental, mediante la exposición de su (re)ordenación violenta y la evocación de las formas de saber que avalan la existencia de sus beneficios no reconocidos.
Jason Moore (2015) ha mostrado los procesos implicados en hacer visibles y apropiables características socioambientales previamente invisibles y no valoradas. Su concepto de naturaleza social abstracta se refiere al conjunto de prácticas simbólicas, racionalidades políticas y estrategias de acumulación a través de las cuales se hacen legibles rasgos particulares de las naturalezas humanas y no-humanas a efectos de la acumulación de capital. La producción de naturalezas sociales abstractas no es un proceso de invención artificioso ni de mero descubrimiento. Las naturalezas sociales abstractas son abstracciones concretas, “del tiempo (lineal), del espacio (plano) y de la naturaleza (externa)” (Moore 2015, 194), producidas a través de la identificación, el mapeo, la cuantificación y la codificación de las naturalezas humanas y no humanas. Este proceso implica tanto características empíricas realmente existentes como formas innovadoras y creativas de hacer visibles posibilidades antes inexistentes, con miras a la transformación de las relaciones de valor. Los dos documentales sobre la represa de Betania y su construcción del río Magdalena como una potencia sin explotar presentan y participan en el proceso de producción de una nueva naturaleza social abstracta del paisaje fluvial, susceptible de ser regulada, administrada y apropiada por las empresas hidroeléctricas y de ingeniería.
¿Ante quién buscan los documentales hacer legible el paisaje fluvial en términos de potencial inexplotado? A pesar de que no hay una respuesta inequívoca a esta pregunta, el momento de realización de cada uno de los documentales y sus modes of emplotment, es decir, el tipo de historia que cuentan sus formas (Scott 2004, 46-47), ofrecen algunas pistas. El documental de 1984, Río Magdalena, fuente de energía, sigue una trama dramática que transmite la lucha de los ingenieros por dominar el río durante la maniobra de desviación. Fiel a la idea en boga durante el siglo XX sobre las grandes transformaciones del paisaje como medida de progreso y, en últimas, como expresión de la grandeza del hombre (Carse 2014; Kirsch y Mitchell 1998), este documental presenta la maniobra de desviación como la victoria del hombre y de la ingeniería sobre el río, que, como enfatiza la voz en off, fue “obligado a tomar un nuevo curso”. Al recordar cifras cada vez más grandes de dinero invertido, megavatios previstos, trabajadores contratados y metros cúbicos de tierra removida durante la construcción de la represa, Río Magdalena envuelve la represa de Betania bajo un manto de grandeza que genera asombro y sentimientos de triunfo. No cabe duda de que esos sentimientos eran de vital importancia para el proyecto de la represa en el momento del estreno del documental, ya que este se lanzó precisamente en una coyuntura de crecientes críticas hacia la obra debido a la inestabilidad financiera del proyecto y a la incertidumbre general sobre su finalización. En la historia de construcción de la represa, los años de 1983 y 1984 se caracterizaron por los retrasos y la amenaza de paralización de las obras debido a las sucesivas huelgas del sindicato de trabajadores, los cortes de electricidad, la insolvencia financiera del consorcio constructor y las preocupaciones por denuncias de corrupción. En julio de 1984, la crisis financiera del proyecto era noticia constante en los periódicos regionales.
A su vez, el documental de 1993, 50 años..., retoma y excede el modo narrativo dramático, para ofrecer justificaciones en retrospectiva de los problemas socioambientales generados por la represa y miradas al futuro del desarrollo hidroeléctrico en la región. Este documental es, ante todo, un artefacto comercial, fabricado para disipar cualquier inquietud sobre un proyecto por aquel entonces terminado, pero asediado por el fantasma de los impactos socioambientales, así como para convencer a los espectadores de la solidez y las vastas posibilidades de desarrollo hidroeléctrico que encierra el Huila. Curiosamente, 50 años. fue producido un año después de que se consolidara la privatización administrativa de la operación de la CHB (“Betania privatiza su administración” 1992) y tres años antes de que se concretara su plena privatización, cuando finalmente fue adquirido por Endesa (“De Chile” 1996). Es difícil rastrear quiénes vieron el documental de 1993 y cómo reaccionaron ante él, pero observar de cerca su modo narrativo deja pocas dudas de que la audiencia esperada estaba compuesta por inversores y tomadores de decisiones del sector energético e hidroeléctrico.
Esta legibilidad genera su propia ilegibilidad, de tal suerte que lo que calla el documental también salta a la vista. La ecología política de las represas ha señalado claramente los impactos negativos y los conflictos socioambientales generados por este tipo de infraestructuras en la cuenca alta del río Magdalena, particularmente para la represa El Quimbo (Comisión Internacional de Juristas 2016; Dussán 2017; Salcedo Montero y Cely Forero 2015); en otras partes del río o en diferentes cuencas hidrosociales del país (Camargo y Camacho 2019; Duarte-Abadía, Boelens y Roa-Avendaño 2015; Rodríguez Becerra 2015; Rodríguez Garavito y Orduz Salinas 2012); y en varios lugares del mundo (Baviskar 2005; Boelens, Shah, y Bruins 2019; D’Souza 2006; Swyngedouw 2015). Sin poder obviar enteramente los conflictos socioambientales generados por la represa de Betania, 50 años... realiza una breve mención de la pérdida de tierras dedicadas al cultivo del arroz y la ganadería pertenecientes a los municipios de Hobo y Yaguará, y la disrupción del ciclo reproductivo del bocachico y el capaz. No obstante, esta alusión rápidamente es convertida en una oportunidad para que la CHB muestre las potencialidades del proyecto y disipe dudas sobre los beneficios presentes y futuros de las infraestructuras hidroeléctricas.
Fuente de energía es no solo parte del título de uno de los documentales, sino el nombre de un dispositivo técnico-científico cuya labor es llevar a cabo una doble inscripción. De una parte, este dispositivo inscribe la idea del potencial hidroeléctrico en el paisaje rivereño a partir de acciones técnicas y científicas que reducen este a su capacidad para generar energía hidroeléctrica. De otra parte, también inscribe ese modo de legibilidad en coyunturas históricas de crisis o de expansión del proyecto hidroeléctrico a través de la producción, el lanzamiento y la presentación de los documentales. Esta doble inscripción, que atraviesa los dos documentales, es tanto material como simbólica y, sin desestabilizar enteramente las distinciones entre ambos dominios, produce constantes intercambios entre ellos que nos recuerdan que hacer e imaginar naturalezas son dos movimientos complementarios (Ferry y Limbert 2008).
Proyecciones: indexar
Siempre hacemos gestos simultáneamente arcaicos, modernos y futuristas.
MICHELLE SERRES (EN SERRES Y LATOUR 1995, 60)
50 años... habría permanecido oculto para mí de no haber sido por la amistad entablada entre Andrés y uno de los operarios del cuarto de máquinas de la represa de Betania, quien le permitió en varias ocasiones visitar un archivo informal del proyecto. En una de esas visitas, Andrés consiguió el permiso para llevar la cinta documental a la Universidad Surcolombiana con el fin de digitalizarla. Esa decisión le dio una segunda vida al documental, pero aparentemente tuvo efectos sobre el archivo informal. Andrés recuerda que poco después de subir el documental a Facebook, el archivo fue trasladado de la sala de máquinas a un destino desconocido. La maniobra de Andrés ha permitido que la narrativa histórica de la región que teje el documental siga presente y disponible para el futuro. Sin embargo, las posibilidades de futuro del documental no dependen totalmente de esa maniobra. Paradójicamente, el documental abre un camino hacia el futuro al relanzar planes olvidados de desarrollo hidroeléctrico, para lo cual se vale de un dispositivo de proyección: una lista de posibles lugares-infraestructuras, aún no realizados, que llevan el nombre de su ubicación a lo largo del río. Lentamente, desde la parte inferior de la pantalla, van emergiendo uno a uno, en mayúscula sostenida, los nombres de los posibles lugares-infraestructuras que el narrador lee con voz grave y tono definitivo: EL QUIMBO, PAICOL, PÁEZ, GUARAPAS, PERICONGO. Esta lista relanzada por el documental es un dispositivo tempo-geográfico en el que la infraestructuración del río es explícitamente producción de futuros.
En 1995, dos años después de la realización de 50 años., la CHB solicitó ante el Ministerio de Ambiente de Colombia la licencia ambiental para la construcción de una nueva represa en la cuenca alta del río Magdalena que se ubicaría en la hacienda El Quimbo. En su respuesta, el ministerio negó la solicitud por considerar que no era conveniente inundar las mejores tierras agrícolas de la región y que sería imposible recuperar la actividad productiva en la zona (Dussán 2017, 45). Doce años más tarde, se presentó una nueva solicitud de licencia ambiental para la construcción de la represa El Quimbo, esta vez por parte de Emgesa, filial de la multinacional energética ítalo-española ENEL, la mayor empresa energética privada de América Latina, propietaria también de Endesa, transnacional que había adquirido la represa de Betania en 1996. La represa hidroeléctrica El Quimbo, desarrollada 35 kilómetros aguas arriba de Betania entre 2008 y 2015 en medio de fuertes protestas, fue la primera diseñada, construida y operada por una empresa privada en Colombia. Su funcionamiento comenzó en junio de 2015, cuando sin previo aviso se inició la inundación de zonas dedicadas a la producción de cacao, tabaco, sorgo, maíz y arroz, pertenecientes a los municipios de Gigante, Altamira, Garzón, El Agrado, Paicol y Tesalia. Hobo, municipio que había sido parcialmente inundado por el embalse de Betania, perdió otra parte de su territorio por la represa El Quimbo.
Andrea Ballestero (2019) nos recuerda el poder de las listas. A pesar de su aparente precisión, las listas son “mapas semióticos” en los que “lo que importa es la ubicación de un elemento dentro de una categoría como símbolo de algo mayor” (137-138). Las listas tienen el poder de reunir elementos inconmensurables y formar un todo aparentemente coherente, aunque no necesariamente exhaustivo; así como el poder de “anunciar la multiplicidad sin tener que narrarla explícitamente” (138). Las listas son formas sutiles y eficaces de composición y reordenación. La lista que se presenta en el documental reúne el nombre de haciendas, ríos y pueblos de la región del Alto Magdalena y los relaciona todos bajo la etiqueta de proyectos. Así, con esta categoría, se logra borrar la especificidad de cada lugar y equiparar a cada uno de ellos con una represa por venir. La lista también funciona a la inversa, ubica represas abstractas, aún por realizarse, en lugares particulares del río. Los nombres de la lista indican y establecen una nueva relación entre lugares, infraestructuras y tiempos futuros.
La estructura temporal de este futuro es de un tipo particular. “Con Betania, el Huila dio el paso definitivo hacia un futuro lleno de posibilidades y esperanzas”, sostiene el narrador en 50 años... Aunque sería fácil decir que se trata de un futuro moderno, anticipatorio y orientado hacia adelante, en realidad es más complejo, incluso paradójico. El historiador regional Ananías Osorio Valenzuela (2013) identificó que la lista de futuros hidroeléctricos presentada en el documental data de 1982, cuando el Ministerio de Obras Públicas y Transporte propuso un plan de desarrollos hidroeléctricos basado en la información del Instituto Colombiano de Energía Eléctrica (ICEL). Este plan es recogido en un mapa-lista en el que puede leerse:
Isnos, 140 MW; Chillurco, 156 MW; Oporapa, 226 MW; Pericongo, 305 MW; La Plata, 186 MW; Paicol, 324 MW; Aranzazu, 111 MW; Páez, 102 MW; Angostura, 156 MW;
El Quimbo, 527 MW; Betania, 510 MW; El Manso, 98 MW; Juncal, 97 MW; Veraguas, 87 MW; Bateas, 115 MW; Balsillas, 101 MW; Carrasposo, 111 MW; Natagaima, 120 MW. (Osorio Valenzuela 2013, 126)
En este sentido, el futuro del documental es una iteración de un futuro anterior plasmado en el mapa-lista del ICEL que ha rescatado Ananías Valenzuela y relanzado en un nuevo formato, de manera que el pasado no solo se sitúa por detrás del tiempo presente, sino también por delante de él. Mediante el relanzamiento de futuros pasados, estas listas convierten futuros que ya se fueron en pasados aún por venir.
Sin duda, los planes pasados se perfilan en el horizonte de la región. La iteración más reciente de estas listas de proyectos hidroeléctricos en la cuenca alta del Magdalena fue hecha en 2013 por Hydrochina, Powerchina y Cormagdalena en el “Plan maestro del Río Magdalena”. En esa ocasión se ubicaron diecisiete represas en una lista-gráfica que resume el plan integral de desarrollo del curso superior del río, en la que se lee: “Guarapas, Chillurco, Oporapa, Pericongo, El Quimbo (Constructing), Betania (Constructed), El Manso, Veraguas, Bateas, Carrasposo, Narino, Lame, Ambalema, Cambao, Honda, Piedras Negras” (Powerchina, Hydrochina Corp. y Cormagdalena 2013, 486). Aún está por verse si la construcción de estas infraestructuras podrá llevarse a cabo. No obstante, lo que me interesa de tales listas es su operación de indexación: su capacidad para vincular lugares en la cuenca del río con posibles infraestructuras hidroeléctricas y encapsularlos en “proyectos” que desafían el paso del tiempo y pueden ser eventualmente reactivados por las redes políticas, económicas y simbólicas que dan vida a estas infraestructuras. El relanzamiento de estos proyectos se remite a los futuros pasados, para evitar que caigan en el olvido, y los trae al presente, dándoles una nueva vida. De este modo, el futuro que podría haber sido se convierte en un pasado por venir, un pasado que acecha el tiempo futuro. Este dispositivo de proyección, lejos de encarnar una temporalidad puramente anticipatoria, se asemeja a la temporalidad de los proyectos zombis, que nunca están completamente muertos, que permanecen entre la disipación y la reemergencia, sin terminar nunca de materializarse (Carse y Kneas 2019). En su entrelazamiento, estas listas de futuros proyectos hidroeléctricos mantienen vivo, desde hace más de medio siglo, el futuro zombi de las infraestructuras hidroeléctricas.
Las propiedades emergentes de los dispositivos
El poder de persuasión de un relato histórico depende, como el de un acto de magia, de que los artificios de su producción se mantengan ocultos.
FERNANDO CORONIL (1997, 3)
¿Qué podemos aprender acerca de la transformación histórica del Alto Magdalena llevada a cabo por las infraestructuras hidroeléctricas a finales del siglo XX si atendemos a la invitación de Carlos a entender el proceso a través de la lente de 50 años...? ¿Qué nos revela una atención etnográfica al archivo 50 años de historia para una realidad sobre la relación entre la multiplicidad de experiencias temporales y la producción de narrativas históricas hegemónicas?
Lo primero que revela este ejercicio es que 50 años... no solo es una representación de la construcción de la represa de Betania y su promesa, sino que es parte integral del proceso de producción y reproducción de la infraestructura hidroeléctrica en la región. En este sentido, he mostrado cómo el documental forma parte del trabajo de justificación y legitimación de la represa de Betania, en el que participa mediante la articulación de un dispositivo teológico-político funcional a la constitución de la región como una frontera interna, de su población como un sujeto atrasado y de la generación hidroeléctrica como una intervención modernizante. También he presentado cómo el documental retoma y actualiza un dispositivo técnico-científico que impulsa simbólica y materialmente la especulación en torno al potencial hidroeléctrico de la región y que la presenta como una fuerza modernizante. Por último, he explicitado cómo el documental sirve de vehículo a los dispositivos tempo-geográficos que dan nueva vida al tipo de futuros pasados en los que se basan los proyectos hidroeléctricos de la cuenca alta del río Magdalena. De esta manera, sin coincidir enteramente con ellas, el archivo audiovisual y los dispositivos que lo recorren y que este contribuye a ensamblar son parte integral de la dispersión espacial y temporal de las infraestructuras hidroeléctricas en el Huila.
Esta aproximación etnográfica al archivo nos permite entender cómo la vida social de las infraestructuras articula múltiples temporalidades no-lineales y narrativas históricas hegemónicas. Si de la multiplicidad de experiencias temporales de ordenamiento míticas, modernas y zombis que componen 50 años... puede emerger “una realidad”, es porque en sus operaciones los dispositivos que las articulan están constantemente redibujando los límites entre la ficción y la historia, entre lo simbólico y lo material, entre el pasado y el futuro, lo que constituye un terreno fértil no solo para la reproducción de los intereses de la industria hidroeléctrica en la cuenca alta del río Magdalena, sino, especialmente, para la naturalización de dichas infraestructuras. En ello consiste su efecto de conjunto: en convertir la infraestructuración de la naturaleza en la naturalización de la infraestructura. Este es, antes que nada, un efecto político, que consiste en ocultar el carácter coyuntural y político de la intervención infraestructural del río.
Hacer evidente el artificio presente en este efecto de conjunto que articula temporalidad e historia en la vida social de las infraestructuras es el primer paso para desarticular su poder de persuasión. En este sentido, los estudios sociales de la infraestructura y de sus temporalidades se benefician de una comprensión que enfatiza no solo la multiplicidad de temporalidades que subyacen a las infraestructuras, sino de las maneras en que dichas temporalidades son articuladas en procesos de síntesis y reducción que producen narrativas históricas hegemónicas. Si la historia de las infraestructuras hidroeléctricas de la cuenca alta del río Magdalena puede ser a la vez coherente y contradictoria, singular y múltiple, es gracias a los poderes de producción de tiempo de los dispositivos que le dan vida, es decir, a su capacidad para reproducir, ensamblar, desensamblar y rearticular diferentes temporalidades y hacerlas funcionar como un todo aparentemente lógico que encubre su propia producción mientras ofrece un terreno fértil para la reproducción de las redes sociales, políticas y económicas que les abren camino a los intereses de la industria hidroeléctrica. Atender a los procesos de multiplicación y síntesis de las temporalidades de las infraestructuras revela que la coherencia del ordenamiento hidroeléctrico del tiempo en el Alto Magdalena, ordenamiento que se presenta a sí mismo como destino, es siempre el resultado de un ensamble contingente y precario.