Introducción
En 2017-2020 investigamos sobre la importancia que para unos cultivadores y vecinos aliados suyos de María la Baja, Bolívar, y de municipios aledaños tuvo el identificarse a sí mismos como campesinos al calor de su lucha para oponerse y crear alternativas al monocultivo de la palma aceitera. Según argumentaron en 2014 y 2018, la expansión agroindustrial desde fines del siglo XX de ese cultivo no comestible amenazaba sus formas de vida campesina2. Esgrimieron que la expansión del cultivo de la palma implicaba un creciente predominio sobre el territorio por parte de un poderoso grupo empresarial que, con apoyos gubernamentales, controlaba la cadena agroindustrial y atentaba contra sus cultivos y acceso a tierra y agua en esa zona de fértiles planicies bajas, próximas a la costa del Caribe colombiano.
Nos enfocamos en las condiciones de lucha y en los términos en que esos marialabajenses se expresaron, en sus propias palabras, sobre lo que reivindicaban ser, campesinos, y sobre la imperiosa necesidad de defender lo que reclamaban como características cardinales y pilares imprescindibles de sus formas de vida; imprescindibles para seguir siendo campesinos, generación tras generación. Al respecto, pusieron énfasis en asegurar su acceso -de por sí precario- a tierra y agua para producir alimentos para sí y para muchos otros colombianos, en organizarse para controlar el territorio y sus procesos productivos, y en la importancia de transmitir a sus nuevas generaciones dicho control y acceso, así como sus semillas y conocimientos agrícolas. En esas condiciones de antagonismo proclamaban su autoidentificación colectiva mediante la categoría social campesinos, a la que le daban contenido y usos reivindicativos mediante argumentos y otras prácticas en defensa de dichas características de sus formas de vida. Son dos aspectos clave de lo que denominamos sus reivindicaciones autoidentificatorias campesinas o, más brevemente, sus reivindicaciones campesinas.
Realizaron dichos pronunciamientos lo mismo en reuniones familiares que durante descansos al lado de sus parcelas, o en reuniones y movilizaciones organizadas en torno a una ONG procampesina de raigambre regional, la Corporación Desarrollo Solidario (CDS), en cuya sede rural sus líderes participaban como delegados, junto con técnicos asentados en la zona. Para su lucha y sus reivindicaciones campesinas, resaltó la importancia de esa ONG, fundada a principios de la década de los noventa como defensa contra la creciente violencia armada anticampesina en los Montes de María, antes del recrudecimiento que se dio con la llegada de grupos paramilitares a fines de esa misma década.
Mediante la CDS realizaron talleres formativos y reuniones para preparar sus marchas, tomas de canales de riego y otras formas de movilización; también se coordinaron con organizaciones aliadas para difundir sus reivindicaciones y movilizaciones masivamente por Internet. En ese espacio de reunión y capacitación colectivas confluían múltiples apoyos e influencias, incluidos distintos discursos procampesinos: de los técnicos de la ONG, de líderes campesinos marialabajen- ses y de comunidades campesinas de municipios vecinos (figura 1), de organismos regionales para la reparación de daños a víctimas de la violencia armada, de ONG colombianas, de agrupaciones agrarias campesinas, de coaliciones internacionales de muy diversas entidades (incluidas ONG europeas y agencias de Naciones Unidas), de investigadores de varias universidades colombianas, de amplias coaliciones de organizaciones colombianas para negociar agendas procampesinas con el Gobierno central, entre otros3.
En esos discursos y otras prácticas organizativas destacaron reclamos y propuestas de reconocimiento -y respeto a los derechos- de amplias agrupaciones rurales colombianas como sujeto social específico, no solo económico, sino también político-cultural: los campesinos. Sí, campesinos; no pequeños productores ni agricultores familiares -según identificaciones economicistas promovidas desde el Gobierno y otros ámbitos- (Herrera-Jaramillo et al. 2016, 174-175). Campesinos en un país donde, en nombre del desarrollo y la superación de la pobreza y la violencia, amplios sectores de la población han privilegiado impulsar el capitalismo y políticas gubernamentales neoliberales, frenado intentos de reparto agrario, apoyado o solapado violencia armada; procesos que, desde antes de la fundación de la CDS, han atentado contra varias reivindicaciones campesinas -“indígenas” y “afrodescendientes”- de participación política y justicia reparadora, de acceso a tierra y mercados, de respeto a distintas formas de producción agrícola, de vida y de territorialidad rural (Aponte Otálvaro y Mendoza Romero 2014; Henao Tapasco 2015, 85-96; Herrera-Jaramillo et al. 2016, 174-175; MIC et al. 2018)4.
Por tanto, la contenciosa relevancia social de la categoría campesino, también usada por los marialabajenses, no ha dependido solo de estos ni de su lucha contra la expansión de la palma. No mencionaron algunos de esos otros procesos, o solo de pasada, posiblemente porque no les parecieron tan estratégicos para sus reivindicaciones esgrimidas contra esos agroindustriales y sus aliados en los momentos y eventos que nosotros pudimos estudiar5.
Entonces ponemos énfasis en la importancia que, para su lucha colectiva, tuvo la manera en que hicieron suya la categoría campesino, en cómo la usaron para expresar sus reivindicaciones sobre las características indispensables de sus formas de vida; en cómo arguyeron esas reivindicaciones en sus propias palabras, pero respecto de dichos discursos sobre campesinos colombianos, esgrimidos desde mediados del siglo XX o antes, en lugar de recurrir a un concepto para definir cómo son, presuntamente, en lo esencial.
Con este análisis nos hacemos eco de contribuciones recientes que, además de investigar críticamente sobre narrativas acuñadas por burocracias gubernamentales, empresarios y “otros” más en torno a los campesinos y/o de instar a que estudiemos cómo se identifican a sí mismos los grupos rurales (Acevedo y Yie 2016; Devine, Ojeda y Maite 2020; García y Ojeda 2018; Robledo 2017, etc.), han analizado discursos producidos en condiciones específicas por los mismos autoidentificados campesinos, incluidas sus narrativas sobre su “historia” (Yie 2015, 2018).
Sobre la especificidad de nuestro análisis
Llamó nuestra atención que, dentro y fuera de sus reuniones organizativas en la CDS, esos marialabajenses expresaran tanto los acuerdos o aspectos compartidos de sus reivindicaciones autoidentificatorias campesinas como sus desacuerdos o aspectos disidentes; que, ante un desacuerdo que juzgaron importante, esgrimieran dudas sobre la solidaridad de unos de ellos con su lucha opositora; y que además reconocieran diferencias claras entre ellos, como por ejemplo que muchos no poseían tierra, incluidos numerosos jóvenes que, según argumentaron, tampoco tenían el mismo compromiso para dedicarse a trabajarla y cultivar sus alimentos. Es decir, la formación de su autoidentificación campesina era contenciosa también entre ellos, no solo respecto de sus adversarios, los impulsores de la agroindustria de la palma.
Esos marialabajenses no se suponían identificados de manera homogénea, todos por igual, con una identidad totalmente común que les asegurara una militancia solidaria para organizar su lucha opositora y traducirla en movilizaciones y propuestas generadoras de alternativas colectivas. Al contrario, argumentamos que parte de lo que estaba en juego era lograr esa adhesión solidaria y vincularla de manera estable con la forja de objetivos compartidos y movilizaciones colectivas. Ese era su reto y el nuestro, analizar sus intentos para conseguirlo al calor de su lucha.
Por tanto, confirmamos nuestra posición crítica de enfoques que suponen vínculos seguros y estables entre identidades o identificaciones (campesinas, indígenas o de otro tipo) y movilizaciones o luchas sociales; de enfoques que presumen a priori ese tipo de vínculos a partir de una identidad que, concebida como esencial o primordial, es motor y guía garante de adhesión y solidaridad, de organización y movilización de una colectividad -presuntamente preexistente a la lucha-, que es caracterizada y delimitada también por dicha identidad (Hall 2003; López Caballero 2021)6. Entonces nos apoyamos en propuestas críticas y alternativas, surgidas de enfoques sobre la producción nunca terminada de identificaciones sociales y de sus vínculos no seguros, sino inestables, con la adhesión (o militancia) solidaria y la acción social (Hall 2003; López Caballero 2021). Dicha adhesión solidaria -indispensable para movilizaciones concertadas- depende de procesos muy problemáticos, sujetos a cambios imprevistos y tensiones entre lealtades. La formación de las identificaciones sociales es contenciosa y perenne porque es parte de la producción relacional de un “nosotros”, en términos de reivindicaciones de diferencia, exclusión y jerarquía respecto de uno o varios “otros”, también en formación, en condiciones y situaciones socioespaciales e históricas específicas, nunca dadas o fijas, pues transformarlas o reproducirlas es parte de lo que está en disputa. Además, según estos enfoques, la lealtad o solidaridad de ciertas personas para con un “nosotros” depende de la formación de los aspectos que compartan y de los que no compartan de una autoidentificación colectiva, en situaciones y condiciones específicas, emergentes en lo social y lo individual7. Como la formación de los aspectos compartidos es parte de lo que está en juego, nunca asegurado, estos enfoques tampoco suponen la preexistencia de un grupo bien delimitado, con una membresía establecida, distintiva y solidariamente militante, como encarnación objetiva de una identidad social que le es esencial u original8.
Entonces, ante el reconocimiento por parte de los marialabajenses de desacuerdos y diferencias entre ellos mismos, y ante el carácter contencioso y emergente de su lucha frente a los impulsores de la agroindustria de la palma, ¿cómo lograron organizarse para producir sus movilizaciones opositoras y propuestas alternativas?
Para responder esta pregunta, analizamos los términos y las condiciones en que enfrentaron la tensión que implicó la contenciosa formación mutua de los aspectos compartidos y los disidentes de sus reivindicaciones campesinas como parte de su lucha; es decir, para diferenciarse de y organizarse para oponerse y generar alternativas a las iniciativas de los impulsores de dicha cadena agroindustrial: grandes empresarios y terratenientes, dirigentes gubernamentales y algunos vecinos, cultivadores-minifundistas de palma (Rendón 2016; Rendón, Oddone y Almaraz 2018).
Nos centramos en la importancia de sus prácticas discursivas (y otras organizativas) para tratar de producir una adhesión y una militancia solidarias y estables; para lograrlo, según argumentamos, mediante sus intentos por acotar sus desacuerdos, por utilizar positivamente ciertas diferencias entre ellos mismos (como las agrarias), por darles más peso a los aspectos compartidos de sus reivindicaciones campesinas y, en particular, por legitimar su oposición y sus propuestas alternativas a la cadena agroindustrial de la palma.
Destacó el protagonismo de líderes de las comunidades campesinas (delegados ante la CDS) y de los técnicos de la CDS mediante llamados a la “unidad” y discursos muy elaborados sobre “la existencia de una comunidad campesina” unida, con un origen histórico común, marcado por injustos agravios de los que dicha cadena agroindustrial se había beneficiado.
Además de la centralidad de la CDS, argumentamos que el carácter apremiante que esos marialabajenses le concedieron a su lucha opositora -respecto del carácter menos conflictivo de los desacuerdos entre ellos- facilitó que pusieran más énfasis en los aspectos compartidos de sus reivindicaciones campesinas. Dentro y fuera de la CDS, incluso en reuniones familiares o domésticas, otras y otros marialabajenses también participaron en los intentos por acotar sus desacuerdos y por usar positivamente las diferencias entre ellos mismos, lo que abordamos en la primera sección, junto con ciertas condiciones de trabajo de campo que influyeron en nuestros resultados. En la segunda analizamos los mencionados discursos cohesionadores y legitimadores de líderes campesinos y de técnicos de la CDS. En ambos apartados explicitamos aspectos clave de nuestro enfoque conforme analizamos fragmentos etnográficos. En las reflexiones finales regresamos sobre las especificidades de nuestra propuesta analítica y de nuestros resultados.
Intentos por acotar desacuerdos y aprovechar diferencias
Que esos marialabajenses asociaran a Natalia con la CDS y con el grupo doméstico que la albergó -identificado y respetado como de campesinos- favoreció el trabajo de campo entre lugareños cercanos a la CDS y activos participantes en sus iniciativas. Además, propició unas relaciones de confianza que le permitieron presenciar y hasta participar en numerosas situaciones en las que, dentro y fuera de sus reuniones organizativas en la CDS, ellas y ellos discutieron sus acuerdos y desacuerdos sobre sus reivindicaciones campesinas9.
Reivindicaciones sobre cultivo de alimentos y acceso a tierra
28 de abril de 2018: reunión hogareña, junto con uno de sus amigos, a la hora de la cena en casa de los Castro Tabares, grupo doméstico campesino que albergó a Natalia y con el que convivió durante toda su estancia en campo10. Los comentarios de Edilberto Castro, papá, sobre la crisis en Venezuela iniciaron una discusión sobre los subsidios gubernamentales a la gasolina que lo llevó a protestar: “¿Por qué subsidiar la gasolina y no a los campesinos? No todos necesitamos un carro, pero todos, ricos y pobres, necesitamos comer [...] Yo no necesito un carro, yo necesito que me subsidien mi ñame” (énfasis añadido). Su hijo Andrés -de veintitrés años, estudiante universitario en Cartagena y activo colaborador de los técnicos de la CDS- dijo estar de acuerdo con ese subsidio, que “el buen vivir tenía muchas aristas” y que su padre cambiaría de opinión si hubiese una carretera para ir al “monte”.
Con una risa estruendosa, don Edilberto exclamó: “¿Pa qué quiero tener una carretera y un carro para ir al monte, si no puedo vender mi plátano, mi yuca y mi ñame?”. Como Andrés mantuvo su posición, su hermano mayor, Omar -apoyado por su padre y un vecino amigo, Eric- dijo: “Papi es campesino, y el que quiera un carro que mire cómo lo mantiene, pero la comida la necesitamos todos”. Al final, Alejandra, su hermana, esbozó una risa desdeñosa y, dirigiéndose a Andrés, apuntó: “Amigo, ¿se te olvidó que eres campesino?”, a lo que Yamile, su madre, añadió: “¿No estabas en contra de la palma? Ahora, con eso parece que la apoyaras”. Tras un breve silencio, y dirigiéndose a Natalia con una mirada severa, Yamile continuó: “A nosotros, la palma nunca nos ha dado nada”.
La frase con que Andrés trató de justificar su polémica posición, “el buen vivir tiene muchas aristas”, constituía un ejemplo de intentos por permitir la coexistencia de acuerdos y desacuerdos entre estos reivindicados campesinos, aun entre familiares. Empero, los reproches de su hermana Alejandra y su madre dejaron en claro la importancia del estrecho vínculo que ellas y ellos establecían entre sus reivindicaciones y una abierta oposición a la palma. Por eso concebimos sus argumentos autoidentificatorios y sobre la defensa de sus formas de vida como reivindicaciones, es decir, como tomas de posición esgrimidas en una situación contenciosa.
Dicha controversia era parte de un espacio de discusión en formación al calor de su lucha opositora (Roseberry 2002), en el que quienes la asumían participaban en la contenciosa producción de sus reivindicaciones campesinas; un espacio no libre de jerarquías que, al apelar a dicha oposición, también les servía para tratar de acotar los desacuerdos aceptables entre ellos y así poner énfasis en los aspectos compartidos de sus reivindicaciones. Basamos el análisis de estos intentos en una noción de lenguaje y discursos específicos que los concibe como producidos socialmente, en condiciones específicas, y, a la vez, como productores de posibles efectos sociales sobre dichas condiciones (Zendejas Romero 2018, 256-274, 337339 y 342-346).
El énfasis en aspectos compartidos de sus reivindicaciones campesinas fue más evidente en otras situaciones, en las que la oposición común a la palma sobresalía tanto que parecía ocluir o marginar la expresión de sus diferencias.
Noviembre de 2018: entrevista colectiva en casa de Nayeli Cortés, lideresa de la vereda La Suprema, corregimiento vecino de Matuya. Apoyada por Delia Flores, cuadragenaria y lideresa de la zona desde unos veinte años atrás, Natalia fue ahí para hacer unos talleres (y entrevistas) con campesinos, fuera de la sede de la CDS, espacio comúnmente usado para ello. Delia había contactado a Nayeli para presentársela y para que extendiera la invitación a otros campesinos y campesinas, miembros, igual que ella, de una asociación agrario-agrícola adscrita a la CDS.
Al inicio de la discusión, el quincuagenario Leonardo Caballero intervino para reclamar que habían perdido el acceso a la tierra para producir alimentos: “Todas eran tierras de campesinos antes [...] [En] María la Baja [...] se sembraba arroz. [...] los campesinos, las campesinas salían [...] traían arroz y traían plátano”. Jaime Rodríguez, sexagenario y residente de la vereda, subrayó lo que consideraba la causa, la expansión de la palma: “La tierra de la palma ha quitado todo lo de antes, [de] donde uno podía vivir”.
Los reclamos de Leonardo y Jaime complementaron los que recién habían proferido dos mujeres de la misma organización. Sandra Morales, septuagenaria, había dicho irónicamente a Natalia: “Ahora estamos mejor porque uno agarra su corozo [fruto no comestible de la palma], lo cocina y lo echa en un plato y, ajá, lo que hay que comer es fruto de corozo”. Culminó con una risotada burlona que resonó como preámbulo al reclamo conclusivo de Yaneth Baquero, cuadragenaria desplazada del corregimiento de Mampuján y ahora residente en la misma vereda:
Así que antes uno tenía mejor vida porque, lo que es palma hoy en día, antes era arroz, era maíz, era yuca y uno sobrevivía de eso, pero ahora que todo es pura palma, lo redujeron a uno; si uno no siembra [sus propios alimentos], uno no come.
Así resaltaron que la expansión de plantaciones de palma amenazaba sus formas de vida, especialmente su acceso a tierra para producir alimentos para sí y también para otros: “Colombia, nuestro país, vive de nosotros los campesinos, porque sin campesinos se hubiesen muerto los ricos: ¿qué van a comer? Todo lo que ellos comen es producido por la mano de nosotros”, enfatizó Leonardo Caballero en esa misma reunión (énfasis añadido).
“Soy nacido en el campo, mi tierra, mi identidad”11: acceso a tierra y relevo generacional
Para la mayoría de estos autoidentificados campesinos marialabajenses, la expansión de la palma y la violencia armada que sufrieron entre fines de la década de los noventa e inicios de la del 2000 (CNMH 2010; Duica 2010; Victorino 2011) habían amenazado tanto su producción de cultivos alimenticios y su acceso a tierras cultivables como la conservación de sus semillas criollas y de sus conocimientos prácticos agrícolas. Por ende, también atentaban contra su transmisión a las nuevas generaciones, lo que analizamos como amenaza para su patrimonio campesino, para su entramado hereditario (Thompson 1979, 135-172); es decir, para la transmisión intergeneracional de esos conocimientos, semillas, identificaciones y, en general, una serie de condiciones y relaciones clave para acceder a la tierra, cultivar sus alimentos y así defender su territorio, sus formas de vida.
Empero, el relevo generacional también dependía de que los jóvenes, las nuevas generaciones, aceptaran esa transmisión y pudieran asumirla cotidianamente, algo que no había predominado hasta el 2018.
Noviembre de 2018: taller de la CDS, realizado y diseñado por Natalia. Fabricio, avezado cultivador cincuentón, reivindicó una identificación colectiva como campesinos, pero no porque todos se dedicaran a cultivar la tierra ni porque los jóvenes estuvieran en condiciones de hacerlo, y enfatizó el desafío generacional que enfrentaban:
Todos somos campesinos, todos, pero no porque todos labremos la tierra. [...] Yo [...] tengo 43 años de estar labrando la tierra, porque eso fue lo que mi papá me enseñó, a seguir la agricultura. Yo tengo que ver con el monte, […] estoy enamorado de mi roza. […] Yo quisiera que un muchacho de estos tuviera como mi idea, pero no la van a tener, porque un muchacho ahora mismo no se va a acostumbrar a eso, ¿a andar entre el monte? ¡No señor! Eso fue en aquel tiempo. Por eso es que, cuando Fabricio muera, se muere la agricultura, porque ¿a quién se la voy a dejar?
Los jóvenes aplaudieron y subrayaron que la dificultad para acceder a tierra para cultivo era la principal limitación para aprender y poner en juego sus conocimientos agrícolas; en suma, para que aprendieran a cultivar y asumieran el relevo generacional, tal como a sus dieciocho años argumentó Leonardo Caballero, hijo del campesino homónimo:
Pasando a lo que está sucediendo ahora, supongamos que el señor [refiriéndose a un adulto presente] […] tiene sus hijos y, al no tener dónde sembrar y enseñarles, ellos se van a ir levantando [formando] sin esos conocimientos [agrícolas]. ¿Qué pasa? El hombre fallece y se lleva esos conocimientos con él porque no le pudo enseñar a sus hijos. Por eso la mayoría de los jóvenes no sabemos labrar la tierra.
En general, el acceso a la tierra en el municipio de María la Baja era bastante restringido y desigual entre los campesinos: coexistían quienes tenían acceso a tierras de cultivo, principalmente pequeñas parcelas, y quienes no12. Además de una modalidad colectiva de tenencia y acceso a la tierra, en 2018 había varias individuales13. En su mayoría, argumentaron que accedían a pequeñas parcelas mediante el arrendamiento o el préstamo gratuito por parte de un campesino propietario de tierras14.
El acceso a la tierra, aun con dicha precariedad, era vital para su formación como campesinos. Su reto era forjarse como grupalidad, lograrlo en términos de prácticas y condiciones de vida reivindicadas como colectivas y heredables, principalmente frente a los grandes empresarios y demás promotores de la palma. Su desafío social era organizarse colectiva y solidariamente para defender sus formas de vida mediante su lucha por el acceso y control de su reclamado territorio. Por tanto, que se reivindicaran como campesinos, aunque no todos estuvieran en condiciones de labrar la tierra, era parte de sus intentos por producir otro efecto social específico que contribuyera a forjar una adhesión y una militancia solidarias: que esa importante diferencia entre ellos no fuese asumida como causa de desunión, sino, por el contrario, como motivo de compromiso colectivo para su lucha en curso, por un futuro más justo.
Organización opositora, proyectos alternativos y narrativas históricas en torno a la CDS: por la unidad y la legitimación de su lucha
Además de referirnos al control de la cadena agroindustrial en la zona por parte de un poderoso grupo empresarial, nos centramos en las respuestas opositoras de los campesinos, con énfasis en los discursos esgrimidos por sus líderes y por técnicos de la CDS para instar a la unidad para su lucha, para impugnar las reivindicaciones propalma y para tratar de legitimar sus reclamos y proyectos.
Amenazas devastadoras, respuestas colectivas imprescindibles en torno a la CDS
Algunos líderes campesinos insistieron en el enorme reto de oponerse a la expansión agroindustrial de la palma, sobre todo por el privilegio de las leyes colombianas a las empresas agroindustriales y por el control de dicha expansión en la zona por parte de uno de los principales grupos agroindustriales dedicado, en distintas partes del país, a la producción y comercialización del aceite de palma, insumo de gran demanda internacional para el procesamiento industrial de muy diversos alimentos (Ávila 2019, 34 y 166-167; Rendón, Oddone y Almaraz 2018).
Octubre de 2018: encuentro numeroso en la CDS; enérgica intervención crítica de un líder campesino del municipio, William Villegas, sobre la relación entre la legislación colombiana y el reemplazo de sus cultivos campesinos15:
al campesino lo han venido relegando, porque [a] las zonas bajas [...] en municipios como María la Baja [y] Ovejas, que son de potencial de producción de alimentos, […] vienen las grandes multinacionales, a través de agroindustria, remplazando nuestros cultivos por otros. Ese panorama lo complejiza también la legislación colombiana porque cada día se crean normas que apoyan y favorecen a la agroindustria.
Ante esas amenazas devastadoras, exhortó a la unión, a articular esfuerzos mediante “una visión política” para “construir” y defender su “territorio”:
Mi llamado es […] que miremos nuestros proyectos productivos como una visión política de defensa de ese mismo territorio […] Que estos escenarios nos sirvan para articular esos esfuerzos y no nos veamos como una isla […] La idea es no seguir dispersos, es ver cómo hacemos un esfuerzo para construir un territorio que fue devastado por la guerra [en la década de los noventa].
Las circunstancias y los dispositivos de control del Grupo Empresarial Oleoflores sobre el cultivo de la palma y el territorio representaban la reproducción cotidiana de las mencionadas amenazas a sus formas de vida campesinas: financiamiento gubernamental y provisión de riego e insumos mediante la empresa, a cambio de venderle toda la producción a precios y exigencias de tecnología y calidad fijados por ella, según la verticalidad de una agricultura por contrato y el control empresarial del distrito de riego (Rendón 2016; Rendón, Oddone y Almaraz 2018, 81-106). Eran una parte clave de las condiciones en las que estos lugareños producían, al mismo tiempo, sus reivindicaciones campesinas y su lucha opositora (figura 2).
El siguiente comentario de Jaime Rodríguez, en la misma reunión, muestra la manera en que muchos marialabajenses solían referirse a “Murgas” -Carlos Murgas Guerrero, el principal socio del Grupo Oleoflores- como la personificación del control del territorio y del cultivo de la palma que equivalía a una desposesión agraria contra los cultivadores de la zona: “Ahora Murgas se ha hecho dueño de la tierra [...] porque, donde haya corozo, puede ser mío, pero ahí está Murgas. Porque Murgas me da el abono, Murgas me da los fertilizantes, Murgas me compra el corozo, entonces eso es de él. Puede ser mi parcela, pero es de él”.
Aunque algunas de las respuestas opositoras campesinas -organizadas en torno a la CDS- fueron locales, las difundieron a muy diversos públicos por distintos medios16 y las vincularon con otras de mayor aliento, destinadas a formar una amplia base social en varios municipios vecinos, sobre todo de los Montes de María. En 2018, técnicos de la CDS y líderes campesinos organizados en torno a esta convocaron a las denominadas comunidades de esos municipios a conformar un espacio de discusión de problemáticas comunes, recuperar experiencias de lucha y convenir la organización de la llamada Mesa del Agua de los Montes de María17.
En octubre de 2018 organizaron la multitudinaria Caminata Pacífica de los Montes de María con pobladores de María la Baja y de otros dos municipios cercanos para exigirle al gobernador de Bolívar el cumplimiento de acuerdos pactados anteriormente (CDS 2018). Además de salud, educación e infraestructura vial, resaltaron demandas sobre su lucha por la construcción de su reivindicado “territorio campesino”, tras décadas devastadoras de violencia armada, desplazamientos y expansión agroindustrial de la palma: protección a la producción de alimentos y garantías para la implementación de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial.
Concluidas las negociaciones, un líder campesino y vocero de la caminata resaltó la satisfacción de haberle demostrado al Gobierno la existencia de “una comunidad” de campesinos esperanzada y capaz de lograr pacíficamente su objetivo de mejorar su “condición de vida”; así lo hizo, en singular, para resaltar en público sus reivindicaciones de unidad, consenso y homogeneidad de condiciones:
la satisfacción de nosotros [...] [es] que hay una comunidad, que ha visto la institucionalidad [el Gobierno] que [...] sí es capaz de lograr lo que se propone, pacíficamente, [...] que es una comunidad, unos campesinos que quieren que ese producto que se come en la ciudad […] [y en] los pueblos, ese producto campesino [...] de semillas criollas [...] [es] la razón por la cual nosotros estamos aquí; [...] queremos que mejore nuestra condición de vida. (CDS 2018)
La reiteración de la categoría comunidad por parte de los líderes y los técnicos de la CDS en sus medios de difusión escrita y audiovisual -sujetos a una clara labor de edición- fue mucho más sistemática que en las grabaciones hechas por Natalia, tanto de talleres y otras reuniones de trabajo en la CDS como de discusiones entre campesinos al margen de aquellas reuniones.
Así destacó el protagonismo de esos líderes y de técnicos de la CDS en sus intentos por vincular argumentativamente la categoría campesino con reivindicaciones específicas sobre la existencia de una comunidad, sobre las características esenciales de su condición de vida y sobre su compromiso para mejorarla; como si fuesen cuatro aspectos de un sujeto social ya existente (López Caballero 2021), integrado de manera estable o segura, solidaria (Hall 2003). Sin embargo, basados en la confluencia de nuestra implicación procampesina con nuestra propuesta de análisis, interpretamos dichos discursos como intentos de una militancia comprometida en producir efectos de adhesión solidaria; efectos consustanciales de la formación, al mismo tiempo, de (un predominio de los aspectos compartidos de) sus reivindicaciones autoidentificatorias campesinas, de una militancia tan vasta como comprometida y de una lucha organizada y eficaz, principalmente en torno a la CDS.
Dichos líderes y técnicos también influyeron decisivamente en la formación de otros dos aspectos de esas reivindicaciones campesinas que, estrechamente relacionados entre sí, fueron clave para tratar de enfocar y organizar su lucha respecto de ciertos objetivos y legitimarlos. Por un lado, sus arengas sobre la destrucción violenta e inaceptable de un pasado que había sido mucho mejor para ellos como la causa o el origen histórico injusto de la situación peligrosa, pero esperanzadora, en la que se encontraban. Por otro lado, sus iniciativas para tomar control sobre el territorio y los procesos productivos, lo cual es condición, instrumento y resultado perseguido de su lucha para mejorar su condición de vida.
Controlar lo que reclamaban como su territorio exigía un tipo de desarrollo rural que impulsara su economía campesina, tal como días antes de la marcha referida lo habían argumentado varios líderes campesinos y el joven Jaime en la mencionada reunión de trabajo en la CDS, en octubre de 2018. Ante numerosos participantes, este sociólogo asociado a una ONG aliada hizo hincapié en los fundamentos organizativos y comunitario-campesinos de dicho modelo y dichos proyectos de desarrollo alternativo al empresarial.
Jaime redondeó la propuesta de esas ONG y la Universidad de Cartagena para complementar “la capacidad de las comunidades campesinas [...] [con] otro tipo de conocimientos que pueden potencializar esa diversidad productiva que hay en la región” para construir “cadenas de valor” completas, “pero en […] [un] sentido político, productivo y ambiental totalmente distinto […] [es decir, que] se produzca, se transforme y se comercialice sobre todo [para] que beneficie [...] a las comunidades, que es [de] donde viene esto”.
Esta propuesta era muy retadora también para los mismos lugareños, pues construir esas “cadenas de valor” exigía dejar de lado “ideas románticas” sobre los campesinos que promovían continuar con modalidades tradicionales de cultivo, sin depender de tecnologías digitales ni de vehículos automotores -tal como Edilberto Castro le había reclamado a su hijo Andrés-. Por el contrario, insistieron Jaime y una joven cultivadora, Manuela, es necesario aceptar esos cambios tecnológicos para poder competir con las agroindustrias:
- […] es algo peligroso criticar los celulares y el computador, porque incluso la CDS usa computadores, hasta wifi. […] Yo misma tengo un cultivo de maíz., yo amo la tierra, pero sinceramente a veces siento que hay una idea un poco romántica que no [nos] está dejando ver esos intereses estratégicos y planificados que tienen las grandes industrias. -Claro. -de inmediato agregó Jaime- el territorio está muy bien cartografiado y [esas empresas] lo conocen mejor que nosotros. (Énfasis añadido)18
Antagonismo: narrativas históricas campesinas versus discursos propalma
Dichos líderes campesinos también esgrimieron discursos sobre lo que argumentaron como las causas u orígenes de la situación injusta y peligrosa en la que se encontraban en 2014 y 2018. Fueron reclamos ampliamente compartidos sobre la devastación de un pasado más justo, seguro y próspero, en el que tuvieron mejores condiciones para acceder a tierras, sembrar sus propios alimentos y legar su patrimonio a futuras generaciones; discursos sobre la destrucción de ese pasado, sobre el “despojo” de su “territorio” en el cambio de siglo hacia el XXI por una violencia armada causante de desplazamientos forzados y por un viraje neoliberal de la política gubernamental que, tras contribuir a debilitar la producción regional de arroz, apoyó la expansión del cultivo de la palma. Sin embargo, argumentaron, esos injustos desastres también los aguijonearon a organizarse para responder colectivamente y, al calor de la lucha, producir esos discursos que -analizados como narrativas históricas- les sirvieron para seguir pugnando por forjar unidad, por legitimar sus reivindicaciones y proyectos, e impugnar los de sus opositores, los impulsores de la cadena agroindustrial19.
Como parte de esfuerzos empresariales y gubernamentales por promover la expansión agroindustrial de la palma en la zona, accionistas del Grupo Oleoflores y un presidente de la república pronunciaron discursos entre 1998 y 2017 para proponerles a los pequeños cultivadores que se “asociaran” con esa corporación con el fin de superar añejos flagelos. En entrevista concedida en 2017 a dos portales de periodismo digital, Carlos José Murgas, hijo del socio fundador de ese grupo empresarial, argumentó que su padre, “emprendedor visionario”, promovía el cultivo de palma como respuesta a condiciones de “marginalidad, pobreza y violencia”, y estaba convencido de que la “integración de los pequeños y medianos productores con socios estratégicos conocedores del mercado [como el Grupo Oleoflores] era una fórmula para el desarrollo rural y la creación de condiciones de paz y prosperidad [para lo que] ideó el modelo de Alianzas Sociales y Productivas” (VA y RC, 2017; énfasis añadido).
Desde que fue ministro de Agricultura (1998-1999), el propio Carlos Murgas, padre, empezó a promover ese tipo de propuestas de “asociación” para impulsar el cultivo de la palma en el país (“Agro: no más diagnósticos” 1998), negocio en el que se inició a fines de la década de los setenta (Millán 2015, 85-86; VA y RC 2017)20.
Incluso, poco después ese proyecto recibió firme respaldo gubernamental mediante su inclusión en los planes nacionales de desarrollo entre 2002 y 2018. Destacaron las declaraciones de Juan Manuel Santos en su visita de 2012 a la planta extractora de palma de aceite, propiedad del Grupo Oleoflores, en el municipio de María la Baja:
Colombia es un país con un tremendo potencial, que, por razones diferentes, entre ellas, y en buena parte, la violencia, no nos había permitido [...] concentrarnos en ese tipo de esquemas. Las asociaciones productivas entre campesinos y empresarios para volverse socios la podemos replicar, no solo en la palma, sino en todos los productos […] el papel del Gobierno es ayudar a que esa tierra se vuelva más competitiva. (Santos 2012)
A diferencia de terratenientes aquiescentes, los campesinos de María la Baja y de municipios vecinos rechazaron su subordinación al Grupo Oleoflores, retóricamente enmascarada de “asociación”, e impugnaron abiertamente su invitación, discursivamente investida de presunta “fórmula para el desarrollo rural y la creación de condiciones de paz y prosperidad”.
¿“Paz”? ¿“Desarrollo”? ¡Qué ironía, qué atrevimiento! Para esos campesinos marialabajenses opositores y para sus aliados, la implantación y expansión de la palma se benefició directamente de los despojos de tierras contra ellos por una violencia armada que, mediante grupos paramilitares, fue impulsada por grandes empresarios y, cuando menos, tolerada o hasta solapada por el Gobierno, sobre todo en el cambio de siglo hacia el XXI (CNMH 2010; Duica 2010 y Victorino 2011; Gutiérrez Sanín 2019).
¿Por qué [el desplazamiento]? Porque [en las tierras altas] los ganaderos necesitaban expandir [sus pastizales] y [aquí, en las bajas,] venían los que venían detrás, toda esta serie de proyectos de agroindustria; eso ya venía cacareado [anunciado] desde hace rato, pero necesitaba también tierra […] y como el campesino estaba y no tenían título de propiedad, era fácil desplazarlos y que no volvieran por ahí […] Es una de las formas de cómo el desplazamiento se da, y obligadamente […] porque los hacían salir a las buenas o a las malas: “o vendes o vendes, y no vuelvas, o arreglamos con la viuda”.
Así respondió con vehemencia el cultivador y experimentado líder Joaquín Peña a Natalia en una entrevista colectiva de noviembre de 2018 en casa de los Castro Tabares. En el mismo tenor, pero con énfasis telegráfico en su reclamo de complicidad del Estado, había respondido seis meses antes el joven Luis López, activo participante en espacios organizativos de la CDS y promotor de este tipo de reivindicaciones:
el campesino antes estaba muy bien [...] pero [...] el Estado dice: “el campesino se está creciendo [mejorando su nivel de vida], vamos a ver cómo le quitamos las tierras”; entonces [llega el] conflicto armado [...] el campesino vende sus tierras, [introducen] la palma de aceite y el campesino se queda sin nada. […] Ahora hay hambre, […] escasez de trabajo, no se come bien. O sea, las condiciones son muy precarias.
Repetidamente reclamaron la violenta destrucción de un pasado más justo, con tierra, agricultura diversificada y autoabasto de alimentos para todos, como el mismo Joaquín comentó el 10 de junio de ese año: “en estas regiones […] todo el mundo tenía parcela […] y agricultura diversificada. Había de todo […] no tenían que comprar nada, ni liga [carne], nada. Tenían su puerco, sus gallinas, todas sus cosas y producían sus verduras” (énfasis añadido).
Impugnaron la agroindustria de la palma argumentando que era parte y beneficiaria principal de la destrucción de ese mejor pasado campesino, en lugar de presunta solución a las condiciones de “marginalidad, pobreza y violencia” en la zona, sobre cuyas causas habían hecho mutis el entonces presidente y Murgas hijo. Es decir, con sus narrativas históricas, esos líderes campesinos marialabajenses invirtieron argumentativamente esa relación causa-efecto como parte de sus embestidas para impugnar los proyectos propalma y legitimar sus iniciativas opositoras. Así, reivindicaron ese pasado de manera tal vez idílica, pero no en términos de un retorno a él, sino como parte de su lucha por mejorar su condición de vida, por contribuir a forjarse a sí mismos, con un futuro mejor para ellas y ellos.
Este énfasis de nuestro análisis de reivindicaciones campesinas en términos de intentos de la producción discursiva de efectos sociales es parte de nuestra crítica a la pretensión de juzgar o calificar dichas argumentaciones a partir de dicotomías objetivo-subjetivo, falso-verdadero, etc. La argumentación de sus reivindicaciones campesinas y, en particular, de sus narrativas históricas como reclamos verdaderos era un recurso discursivo para producir dichos efectos sociales de legitimación e impugnación, indispensables para generar adhesión solidaria para y al calor de su lucha21.
Reflexiones finales
Nuestra propuesta de enfoque se centra en un análisis interpretativo de la formación de reivindicaciones autoidentificatorias campesinas (narrativas históricas incluidas) en situaciones conflictivas, al calor de experiencias de movilización social, como parte de estas. Es decir, como soporte y resultado, como expresión y pilar discursivos de intentos por construir una militancia solidaria, por forjar objetivos opositores y generadores de alternativas colectivas, y por organizarse para realizarlos y así contribuir a modificar y mejorar sus condiciones de vida. En esta etnografía, dichas reivindicaciones son parte de la activa participación de dichos marialabajenses en su formación social como quienes defienden ser, campesinos, tal como lo señaló contundentemente la reconocida lideresa Delia Flores frente a otros aguerridos campesinos en noviembre de 2018, en casa de los Castro Tabares, al final de una entrevista centrada en “la violencia, el desplazamiento, el despojo de tierras” y sus consecuencias para ellas y ellos:
Hoy eso se ha hecho visible porque nosotros mismos nos hemos puesto la camisa de fuerza para decir “pasó esto” y “qué pasó”. Por eso hoy se está conociendo la historia de San José del Playón, de sus veredas como tal, y de María la Baja. No porque el Gobierno vino aquí para decirnos que nos íbamos a conformar, ¡no señor! Eso lo hicimos nosotros con el apoyo de la parroquia, de [la] CDS y sus resistencias que, siempre lo he dicho, hoy somos quien somos por la resistencia que nos hemos dado22.
Como paráfrasis de la noción de formación de clase social de Thompson (1989), y apoyados en las críticas referidas a enfoques esencializantes de identidades sociales (Hall 2003; López Caballero 2021), argumentamos que esos marialabajenses no lucharon porque eran campesinos, sino que se organizaron y reivindicaron como tales al calor de esa confrontación. Es decir, como grupo social autoidentificado no luchó porque preexistía a la lucha, sino que estaba formándose en ella, como parte de esa lucha, y siempre en relación con otras grupalidades auto- y heteroidentificadas socialmente, también en formación nunca terminada, en momentos y lugares específicos; en condiciones sociales y desde posicionamientos cuya formación era parte clave de lo que estaba en disputa.
Nuestra paráfrasis de Thompson (1989) alude a un predominio de aspectos reivindicativos de clase social en la formación de las reivindicaciones campesinas de los marialabajenses y de vecinos suyos de municipios aledaños. Ese predominio, influido por la destacada participación de los mencionados líderes y técnicos mediante la CDS, resaltó en sus reivindicaciones sobre las características imprescindibles de sus formas de vida campesinas -acceso a tierra y agua para cultivar alimentos, etc.- y sobre su lucha por una economía campesina para controlar el territorio y sus procesos productivos.
Dichos resultados destacan a pesar de que apoyamos nuestro análisis de reivindicaciones en una noción de posicionamientos que considera dos aspectos interrelacionados de las condiciones de su enunciación: los interaccionistas-situacionales y otros, no coyunturales, ni necesariamente tan cambiantes, que se refieren a las diferencias e igualdades sociales reivindicadas entre los mismos marialabajenses y respecto de varios “otros”. Por tanto, analizamos las influencias mutuas entre, por un lado, la posición que cada marialabajense argumentó en o sobre cada evento y situación específicos y, por otro lado, un entramado de reivindicaciones de identificaciones y diferencias sociales (Zendejas Romero 2018, 328 y 344-345), que de acuerdo con nosotros fueron las que más influyeron en sus tomas de posición en esas situaciones de interacción en eventos específicos: clase social, relación con la CDS, generación, género y escolaridad.
Tal vez nuestros resultados sobre dicho predominio estuvieron muy influidos por las condiciones en que Natalia realizó el trabajo de campo: se concentró en activos participantes en iniciativas promovidas mediante la CDS, tanto por su arribo a la zona a través de contactos con esa organización como por su implicación procampesina. Que no entrevistara a vecinos distanciados o hasta críticos de la CDS -incluidos quienes habían decidido cultivar palma o trabajar para los palmicultores- también se debió a la manera acotada en que diseñamos el trabajo de campo de 2018 para su tesis de maestría (Ávila 2019), asesorada por Sergio, según reflexionamos sobre nuestra colaboración en Ávila y Zendejas (en prensa)