El “proyecto hegemónico ordenador” es contundente, se hace notar tanto en el transito violento que nos ha tocado vivir del campo a la ciudad, en las condiciones de vida urbanas tan difíciles, violentas, en la creciente periferia, la exclusión, falta de oportunidades, etc.
Así mismo, hemos sido testigos en la ciudad, de cómo la vida se hace cada vez más veloz, más congestionada, con mayores niveles de inseguridad, en la que los valores de la vecindad, las solidaridades se han ido diluyendo, donde la familia se fragiliza gracias a las pesadas cargas del sistema que obliga incluso “para salir adelante”, no tener hijos pues, son un traspiés para el nuevo proyecto impuesto y el sistema hace la simbólica relación directa hijos-pobreza.
Ese proyecto ordenador impuesto, logra atrapar deseos, aspiraciones, metas y enseña una serie de valores que repite por todos los medios, a toda hora posible (el tener, el disfrute comercial, la competencia, el éxito) dejando abierta la posibilidad del uso de “cualquier medio” para alcanzar esas impuestas metas, no importa que incluso se tenga que ceder a la deslealtad, enemistad, ruptura de vínculos familiares-afectivos, la insolidaridad, romper con esos “otros valores” que me hacen humano.
Este proyecto ordenador ha logrado avanzar y al mismo tiempo ha logrado capturar la idea de “lo propio”, lo que hace mucho más compleja la lucha por la emancipación, por ello la necesidad de hacerse a un método que devele lo que subyace a lo dado, es así que, estar y construir con otros como comunidad de sentido, posibilita una interacción que alimenta esa necesaria voluntad de conocer y que activa la voluntad de poder.
La educación en todos sus niveles, como sistema, no escapa a estas lógicas ordenadoras hegemónicas, por el contario es su centro y garantía de reproducción.
De todo esto se debe tomar conciencia
En este sentido Lechner hace énfasis en esa dimensión revolucionaria de la recuperación de la subjetividad y si leemos esta dimensión desde América Latina surge la exigencia de “comprender” ese comprender que permite ver lo que subyace al fenómeno, a lo que se describe, lo que no se ve pero que sostiene lo que se ve, es decir ver de fondo lo que existe y “pasa” en este Continente, lo que de plano nos pone ante la tensión: Proyecto dominante impuesto en permanencia vs “la conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado”.
Es así que, “una subjetividad que no se interroga acerca de sí misma, que no conversa del sentido que pueda tener la convivencia actual y futura, sustrae a la política su razón de ser (…) renuncia a la política como el esfuerzo colectivo de construir una comunidad de ciudadanos y se contenta con la gestión de los negocios de cada día” (Lechner, 1991).
La recuperación de sí
De cara al “orden hegemónico” se le va deslizando un “orden deseado y múltiple” que se deja ver entre las fisuras que se abren a ese eficiente y eficaz “orden hegemónico impuesto”, luchas personales, de trabajadores, hombres, mujeres, campesinos, etc., en luchas cotidianas puntuales, organizadas, estructurales, etc., allí emerge una concreta y a ratos diluida búsqueda de esos otros órdenes, una suerte de búsqueda de lo propio, la familia-lo afectivo, la naturaleza, un poder político liberador, el valor y fuerza de la amistad, las historias de sentido de nuestros referentes existenciales cercanos (esos héroes cotidianos), la construcción de redes de apoyo, de sentido, la solidaridad, así como la sentida necesidad de avanzar más allá de la “impuesta mirada fatalista inmovilizadora”, todos, elementos de ese palpitar de lo propio, de la lucha emancipadora aún no muy clara pero que camina, de esa construcción del orden deseado “no hay que esperar que el destino nos alcance, puesto que no sólo el pasado echa sombras, también el mañana” (Lechner, 1991) Las propias historias y las historias comunes reflexionadas en colectivo, resultan ser claves para recuperar al sujeto.
Aplastante poder hegemónico
La constante lucha por no dejarse empobrecer o por no dejarse expulsar de su casa, o no dejarse sacar de sus barrios, es un “síntoma” de unas intencionalidades que no se ven, pero que son las responsables de dichos fenómenos, la indudable presencia de dicho “proyecto hegemónico ordenador”.
Bauman y Dessal (2004) advierten de un mundo que ha naturalizado un fracaso humano, una sociedad desconectada, atrapada en el miedo a todo, a perder el trabajo, a no ser aceptado, a ser excluido, a caer en la pobreza, miedo a todo, una sociedad cuya idea dominante, cuyo proyecto ordenador ha logrado instaurar un solo miedo un miedo a la guerra, a la violencia que me repiten de manera permanente, y que me pide “donar mi libertad” en pos de la seguridad, pero de la seguridad ante una amenaza cierta y latente a perder la vida, a sufrir dolor, expulsión, eso construye no solo miedos sino el imaginario de los “malos” o del otro como riesgo, peligro, y más, del pensamiento como altamente peligroso.
Castoriadis (1997) resalta cómo éstas historias que emergen de las historias del sujeto, son resultado del proceso histórico-social no solo experiencias individuales aisladas, advirtiendo que la crisis de sentido es también la crisis del proceso identificatorio, de la creación de un “sí mismo” en tanto se ha fracturado esa comprensión de lo individual-social.
Advierte que la insignificancia avanza, y que esa “crisis de sentido” no solo se ve y se percata a nivel individual sino también a nivel colectivo.
Hoy parece imperar la desesperanza que se va apoderando de las voluntades individuales y sobre todo en los centros urbanos, algo así como que tengo claro que esta sociedad está en crisis, pero quiero mantener mi pequeño y aparente bienestar.
Esa crisis que otros llamarán crisis de civilización, crisis del mundo occidental, no lleva a otra pregunta clave, y que identifico en Castoriadis (1997) ¿las sociedades occidentales pueden seguir auto-representándose o no?, o ¿deben seguir siendo capaces de fabricar el tipo de individuo necesario para la continuidad de sus intereses? Que tan viable es esto, ¿qué tan capaces serán de entender su propia crisis?
Pensar construyendo, otros mundos posibles
Lechner advierte que ante estas tensiones y dificultades que existen para realizar los cambios y transformaciones en nuestra realidad social y sistemas políticos actuales, no queda más que imaginar qué y cómo sería el futuro, el nuevo orden o no orden, un posible mundo mejor y el hecho de pensarlo, de darse la posibilidad de reflexionarlo es de hecho un inicio, es empezar la lucha cotidiana y de largo plazo por realizarlo.
Esto ya viene ocurriendo y con fuerza en América Latina donde encontramos:
Una lucha de cara a lo ya establecido, el Estado, las instituciones a quienes se les reclaman por su función esencial, por su tarea como defensora de derechos, del medio ambiente, etc.
En paralelo, se vienen construyendo otras formas, otras organizaciones, otros mundos posibles, así algunos movimientos indígenas, campesinos, urbanos, de defensa de la naturaleza, del agua, animalistas, etc, etc., vienen abriendo nuevos caminos fruto de sus acciones colectivas. Estos procesos buscan la autonomía, la revalorización de la cultura, la afirmación de la identidad de sus pueblos y sectores sociales, aumentar su capacidad para formar sus propios intelectuales, vienen tomando en sus manos la educación y la formación de sus dirigentes, con criterios pedagógicos propios a menudo inspirados en la educación popular, también, se perfila muy fuerte un nuevo papel de las mujeres, la preocupación por la organización del trabajo y la relación con la naturaleza, una marcada desconfianza hacia esas formas tradicionales de organización partidos, iglesias, sindicatos, que deriva en el reto de buscar y tejer nuevas formas organizativas
En este contexto la Educación, la formación, la investigación, la llamada Universidad, sus sentidos deben ser replanteadas, abrir su pensar, ganar y aceptar nuevos retos, leer las necesidades de contexto, las exigencias éticas que se les plantea, abordar esta realidad concreta, reconfigurar su papel, su lugar, desde una mirada crítica, deben “darse cuenta” de este contexto para lograr articular acciones desde un postura ética, política, liberadora.