Introducción
En conflictos armados, como el colombiano, se han usado estrategias de terror y guerra sucia que buscan destruir al “enemigo” y generar control social (Tobar, 2015), a través de una pedagogía “ejemplarizante” para paralizar sujetos y romper el tejido social (Villa Gómez, 2013). El llamado etnocidio por el levantamiento campesino en El Salvador a finales de los 30, el exterminio de la Unión Patriótica en Colombia durante los 80 y la Operación Plomo Fundido en Gaza entre 2008 y 2009 son ejemplo de ello (Blanco & De la Corte, 2003; Tobar, 2015). En Colombia, el rostro de las personas que han sido víctimas del conflicto armado confronta al resto de la población con una responsabilidad ética en la generación de estrategias y conocimiento que contribuyan a la construcción de la paz; más allá de la estadística, que no deja de ser impresionante: 8.554.639 víctimas; de los cuales 7.243.249 son desplazados, 267.411 homicidios, 30.757 secuestrados, 18.594 personas afectadas en su integridad y libertad sexual, 11.615 víctimas de Minas Antipersona; 8.435 niños, niñas y adolescentes vinculados a grupos armados al margen de la ley (Red Nacional de Información, febrero, 2018) y 60.630 desparecidos (CMH, 2016).
Ahora bien, las políticas de terror, por sí solas, no pueden sostenerse por mucho tiempo, pues surgen presiones en la misma sociedad y en la comunidad internacional para su cese. Por este motivo, quienes promueven la violencia, suelen recurrir a estrategias propias de “guerra psicológica”, fomentando la mentira institucionalizada y desplegando campañas de propaganda y desinformación, cuyo objetivo es conquistar la opinión pública para que se justifique la militarización de la vida cotidiana (Martín-Baró, 1989, Blanco & De la Corte, 2003; Cárdenaz, 2013; Correa, 2006, 2008) y se construya un pensamiento y sentimiento alineado con un discurso dominante, disminuyendo la capacidad crítica y reflexiva (Zuleta, 2015); configurando normas sociales implícitas que privilegian y legitiman la guerra.
Para lograrlo, se enfatiza sistemáticamente en la seguridad, manipulando miedos, incertidumbres y vulnerabilidades a través de estrategias mediáticas y sociales orientadas a construir una amenaza hostil; es decir, un enemigo que encarna la causa de todos los males y el riesgo de destrucción de identidades, estilos de vida, valores y tradiciones propias, razón por la cual se justifica su eliminación y la continuidad del conflicto. Para lograr este fin, se hace necesario que, ese otro devenido enemigo absoluto y demonizado, sea deshumanizado, presentándolo como un objetivo a erradicar, cerrándole cualquier posibilidad de diálogo y de participación democrática (Schmitt, 1998; Bauman, 2011; Zuleta, 2015; Korstanje, 2014; Blanco & De la Corte, 2003; Angarita Cañas, et al, 2015).
El presente artículo, resultado de la investigación “Barreras psicosociales para la construcción de paz en Colombia”, analiza la producción de emociones que se dirigen hacia el conflicto armado y sus actores, particularmente hacia este enemigo absoluto, en la medida en que en ciertos sectores sociales en el poder, que despliegan procesos de ideologización mediante una serie de mecanismos discursivos, retóricos, comunicativos, mediáticos y educativos, dan lugar a la configuración de las siguientes barreras para la paz (Bar-Tal, 1998, 2010, 2017): narrativas colectivas del pasado (memoria), representaciones y creencias sociales y orientaciones emocionales colectivas de miedo y odio (Bar-Tal & Halperin, 2014); que aunadas, deshumanizan al adversario, legitiman la violencia sobre este y polarizan la sociedad, atravesando subjetividades, configurando una cultura bélica y obturando las posibilidades de paz, desde formas de violencia cultural (Bar-Tal, 2010, 2013, 2017; Galtung,1999).
Investigaciones como las de Bar-Tal (1998, 2010, 2013), Correa (2006, 2008), Cárdenaz (2013) y Bekerman & Zembylas (2010), señalan el papel de los medios de comunicación y de la educación en la construcción de estas estrategias de ideologización, con las que se generan climas emocionales de miedo, odio e ira, junto con creencias en torno al otro como enemigo absoluto (Schmidt, 1998; Bar-Tal, Halperin y De Rivera, 2007), deshumanizado en su condición y deslegitimado en sus aspiraciones. Los sujetos, efectivamente manipulados por esta desinformación y propaganda, terminan aprobando y aclamando actos inmorales, antidemocráticos, violaciones a los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad, a nombre de la seguridad y de la erradicación de esa ‘horrible amenaza’ construida (Barrero, 2011; Bar Tal, 2013, 2017; Bar-Tal & Halperin, 2014).
Al mismo tiempo, los objetivos de estos grupos sociales en el poder, a los que debe plegarse el resto de la sociedad, son percibidos y valorados como esenciales: buenos desde una dimensión moral, justos al reivindicarse desde una posición de víctimas y loables porque garantizan la protección en una situación de inseguridad real o percibida (Bar-Tal, 2013, 2017). De allí que estos discursos demanden narrativas, creencias sociales y emociones políticas de unidad y homogeneidad en torno a la patria y la acción contra el enemigo. De otro lado, Galtung (1999) argumenta que, tras las negociaciones de conflictos armados, fácilmente pueden recomenzar nuevas agresiones. Es el caso de la antigua Yugoslavia, Ruanda, Israel y Palestina (Blanco & De la Corte, 2003; Pupavac, 2002; Maoz, Ward, Katz, Maoz & Ross, 2002; Maoz & Eidelson, 2007). Esto sucede cuando no se comprende que debajo de la violencia directa existe un entramado de violencia estructural y de violencia cultural que no desaparece tras la firma de un tratado de paz. En Colombia, procesos de negociación que se han cerrado con las guerrillas del M-19 o el EPL en los años 90, el proceso fallido de negociación con las FARC en los años 80 que condujo al exterminio de militantes del partido político Unión Patriótica (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2013), y la desmovilización parcial de las Autodefensas Unidas de Colombia permiten preguntar por la manera en que la ciudadanía construye sentido y significado en torno a este tipo de procesos.
Algunos investigadores, refiriéndose a conflictos en otras latitudes, han reconocido la importancia de atender a esta dimensión psicosocial, poniendo principal énfasis en las subjetividades que se construyen. Por tanto, en el contexto colombiano, preguntarse por la las orientaciones emocionales colectivas de carácter político que incitan al odio y el miedo, que emprenden estos sectores sociales en pro de garantizar la prevalencia de sus intereses, tiene una importante implicación de orden científico, ético y político, relativa a la posibilidad de subvertir este orden de cosas y transformar estas barreras afectivas, hacia otras orientaciones emocionales colectivas emergentes, como la esperanza y la empatía, que pueden facilitar escenarios de construcción de paz (Bar-Tal, 2017).
Consideramos que lo vivido en torno al proceso de negociación política con las FARC, el plebiscito convocado por el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y la victoria del ‘NO’ como reprobación de los acuerdos, y la posterior utilización de su implementación en la campaña presidencial del 2018, constituyen un escenario que posibilita profundizar en este tema. Puesto que, todo esto redunda en un riesgo real y latente de reactivación de nuevas formas de violencia, recrudecimiento del conflicto armado, activación de nuevas formas de represión y persecución política o degeneración de la violencia política hacia formas de violencia social y delincuencial. De allí la importancia de realizar una investigación que, por un lado, permita identificar y comprender estas barreras y, por otro, plantee propuestas sobre cómo transformarlo en un ethos psicosocial favorable a la paz.
Elementos teóricos
Podría afirmarse que el conflicto armado colombiano tiene un carácter destructivo (Fernández, 2007), en tanto ha impactado en el bienestar y en la salud mental de millones de personas afectadas, directa o indirectamente por él. En esta misma línea, investigaciones realizadas en diferentes latitudes, han planteado que en medio de un conflicto armado prolongado, las sociedades configuran repertorios psicosociales que bloquean la cons trucción de paz y promueven el mantenimiento de divisiones y tensiones entre las partes, todo esto bajo el apelativo de ‘barreras sociopsicológicas para la paz’ (Bar-Tal, 1998, 2010, 2017; Oren & Bar-Tal, 2006; Bar-Tal, Halperin & Oren, 2010; Mínguez, Alzate, & Sánchez, 2015; Bar-Tal & Halperin, 2014; Vallacher, Coleman, Nowak, & Bui-Wrzosinka, 2010).
Estas barreras son un conjunto de operaciones integradas que se van desarrollando en sociedades inmersas en décadas de conflicto, en las que convergen procesos cognitivos, motivacionales y emocionales; configurando una infraestructura psicosocial que permite la adaptación a la situación de conflicto y tiene un papel trascendental en su pervivencia (Halperin & Bar-Tal, 2011; Bar-Tal, 2010, 2013, 2017) que, al institucionalizarse y cristalizarse, da lugar a una cultura bélica.
Este repertorio está conformado, en primer lugar, por narrativas del pasado, que exaltan la condición de injusticia y victimización padecida, caracterizadas por ser fijas, congeladas e inmóviles, por estar cargadas de odio e ira hacia quienes se consideran los agresores; recalcando en el trauma, la humillación y el sufrimiento padecido (Bar-Tal, 2013; Bar-Tal, Chernyak-Hai, Schori, & Gundar, 2009; Hammack, 2010; Liu & Hilton, 2005; Techio et al., 2010), de esta manera, se habla de memorias victimistas y traumas elegidos.
En segundo lugar, por creencias sociales, que son compartidas por los miembros de una sociedad, que insisten en la justicia de los propios objetivos, la seguridad, la valoración positiva de la autoimagen, la propia victimización, el patriotismo, la unidad como cohesión social, la deslegitimación del adversario y en una idea de paz idealizada, que parece ser lograda solamente a través de la eliminación del enemigo (Bar-Tal, 1998, 2010, 2017; Maoz & Eidelson, 2007; Oren & Bar-Tal, 2006).
Finalmente, por una orientación emocional colectiva, que será objeto de profundización en las líneas sucesivas del presente artículo. Ésta designa “la caracterización societal de una emoción que se refleja en los niveles individual y colectivo, en el repertorio sociopsicológico, así como en símbolos societales tangibles e intangibles, como los productos culturales o ceremonias” (Bar-Tal & Halperin, 2014, p.27). Dicha orientación da lugar a ciertas formas de relación con hechos sociopolíticos e impacta en la toma de decisiones (Nussbaum, 2014). Históricamente, le ha sido atribuido a las emociones un papel de mera reacción; sin embargo, los desarrollos de una serie de autores/as, enmarcados en el giro afectivo de las ciencias sociales, han permitido darle un mayor protagonismo a este fenómeno a la hora de comprender la acción sociopolítica de los sujetos. “Vivimos en una sociedad afectiva, una condición que se despliega en cantidad de registros donde los medios tienen indudable primacía” (Arfuch, 2018, p. 246).
Todas las sociedades poseen una cultura política que tiene asociada unos valores y unas orientaciones emocionales específicas. Por consiguiente, resulta fundamental analizar cómo ésta cultura política emocional puede, o no, dar lugar a que sus ciudadanos/ as se apeguen a ciertas normas para la acción. Además, es necesario reconocer que las emociones pueden cultivarse, de modo tal que aporten a la construcción de los proyectos que se trace la nación (Nussbaum, 2014) o ciertos sectores de esta.
Nussbaum (2014) y Ahmed (2015) reconocen que las emociones, en tanto públicas y políticas, tienen una función en la construcción de la colectividad; idea que rompe con la visión tradicional según la cual, estas constituyen una manifestación privada e individual, ya que son construidas y significadas a partir de una serie de imaginarios que se comparten en lo colectivo, emergiendo en interacciones sociales situadas y moldeadas por la historia (Mancini, 2016). Así, tienen poder y dan lugar a la formación de las identidades políticas y acciones sociales. De ahí que sean usadas con la finalidad de mantener y reproducir órdenes sociales, naturalizando cuestiones que son resultado de decisiones políticas. En coherencia con estas afirmaciones, algunos investigadores han puesto de manifiesto el papel que puede jugar la orientación emocional colectiva en el mantenimiento o resolución política de los conflictos destructivos y prolongados (Bar-Tal, 2013; Halperin & Pliskin, 2015); y han evidenciado cómo se cultivan ciertas emociones que obstaculizan la construcción de la paz y la reconciliación. A continuación, se dará cuenta de algunas de ellas:
Miedo e inseguridad
El miedo es una emoción que emerge frente a situaciones que son evaluadas como peligrosas. Implica una experiencia subjetiva de aversión y un congelamiento e inflexibilidad cognitiva, que no permite integrar nuevas perspectivas frente a los otros, manteniendo así las narrativas del pasado y las creencias sociales (Bar-Tal, 2001; Halperin & Pliskin, 2015). Promueve la solidaridad intragrupal, acentuando la desconfianza intergrupal y la deslegitimación de quienes son vistos como adversarios; además refuerza la imagen de enemigo (Bar-Tal, 2001, 2013; Korstanje, 2014). Tanto el miedo como la inseguridad guardan una estrecha relación con narrativas del pasado victimistas, son producto de una economía afectiva encargada de marcar las diferencias y las distancias entre cuerpos y entre grupos. Implica la construcción de un otro como temible, como una amenaza, lo que justificaría la violencia en contra de él, legitimando iniciativas de eliminación, en función de la defensa del propio grupo o con el que se identifican (Korstanje, 2014; Ahmed, 2015).
Ira e Indignación
Emoción que tiene asociada una sensación de hostilidad que emerge cuando las acciones de los otros y del exogrupo, son valoradas como injustas, considerando que deben ser corregidas o confrontadas (Halperin, 2008; Halperin & Pliskin, 2015). A través de la ira, se hace al otro un señalamiento de la disposición a usar el poder en contra de él, sea a través de la violencia o no (Bericat, 2000). Debe señalarse, que esta emoción puede asociarse con la creencia de que es posible cambiar una situación de conflicto, lo que la aproxima a la indignación y le permite ser usada con fines constructivos en pro de la paz (Halperin & Pliskin, 2015), movilizando a los sujetos de manera similar a la ira; sin embargo, se diferencia de esta, en tanto no implica la disposición a dañar al otro o a vengarse por el daño recibido. Considerada como un sentimiento moral, la indignación se vive en la colectividad y señala que algo no está funcionando bien y que ciertas situaciones no cumplen con las expectativas morales trazadas, o son injustas para una comunidad política y requieren ser transformadas; porque transgreden, en algún sentido, a una comunidad imaginada o real, en sus vínculos, en su confianza y en sus aspiraciones (Ahmed, 2015; López, 2014).
Odio
El odio alinea a los cuerpos y a las comunidades en función de la idea de una amenaza, en la que claramente se reconoce un “nosotros” y un “ellos; mientras que el primero es amado, el segundo es odiado (Ahmed, 2015). Se trata de una orientación emocional fuerte en los conflictos destructivos, pues motiva a desplegar acciones violentas contra el otro, en busca de destruirlo y eliminarlo. Implica una atribución de maldad absoluta al otro, de allí que sea necesario “sacarlo” o eliminarlo del mismo espacio que habita el endogrupo (Halperin, 2008; Halperin & Pliskin, 2015). Tiene diferencias sustanciales con la ira, en tanto ésta implica la idea de que ese otro puede cambiar, mientras que en el odio se incurre en un esencialismo psicológico, que no permite verlo como algo más que malo (Halperin, 2008).
Patriotismo
“Es una emoción fuerte que tiene a la nación por objeto” (Nussbaum, 2014, p.252), constituye una forma de amor, en la cual se considera que la nación o algunos aspectos asociados a ésta, son propios de uno. Tal amor puede asumir múltiples manifestaciones a través de objetos como colores, banderas, personajes, etc. El patriotismo y la pasión que tiene asociada, pueden ser utilizados para promover valores excluyentes y homogeneidad acrítica, que da lugar a guerras absurdas, a odios intergrupales (Nussbaum, 2014).
Dolor
Según Ahmed (2015), el dolor es un fenómeno que emerge en un vínculo que se ha construido con los otros, que se encarga de unirnos, pero a la vez separarnos, especialmente cuando atribuimos al otro, maldad. Si bien, suele ser presentado como una experiencia privada y solitaria, está a la búsqueda de testigos, de allí que motiva una ética de la respuesta. No es posible sentir el dolor del otro, pero puede “escucharse” para emprender una acción en función de ello (Das, 2008).
Empatía
Implica experimentar reacciones emocionales congruentes o similares a las que viven los demás; lo que permite entender cómo se encuentran y actuar en función de ello para transformar alguna situación. La empatía involucra la comprensión de los otros, la experimentación de estados afectivos que sintonicen con lo que sienten y la ejecución de acciones apropiadas y coherentes con ello (Chóliz & Gómez, 2002). Para que la empatía promueva la paz y la reconciliación, es necesario que no se circunscriba a los miembros del endogrupo, sino que se haga también extensiva al exogrupo (Halperin & Pliskin, 2015).
Esperanza
Se relaciona con la expectativa de alcanzar una meta que es valorada como significativa e importante y con procesos cognitivos que permiten realizar representaciones del futuro, planear, crear, ser flexible y asumir riesgos (Bar-Tal, 2001; Halperin & Pliskin, 2015). A diferencia del congelamiento y la parálisis que genera el miedo, la esperanza permite desplegar el potencial creativo de los sujetos y las sociedades, permitiendo desear e imaginar un futuro distinto, encontrando nuevas soluciones a las situaciones. Por consiguiente, en medio de los conflictos destructivos, que se han prolongado y que han sido de difícil resolución política, la esperanza permite aspirar a la salida negociada y hallar soluciones pacíficas (Cohen-Chen, Halperin, Crisp & Gross, 2014; Halperin & Pliskin, 2015).
Metodología
Realizamos una investigación cualitativa desde el enfoque hermenéutico. Se hace importante esclarecer que el problema de investigación aquí planteado implica un acercamiento a la problemática desde las formas de comprensión e interpretación del sujeto participante (Bonilla-Castro & Rodríguez, 1997); puesto que “la naturaleza de la construcción del significado, su conformación cultural y el papel esencial que desempeña en la acción humana” se aleja de las ciencias positivistas y sus enunciados de reduccionismo, predicción, control y explicación causal (Bruner, 1991 p.13).
En esta investigación buscamos indagar por las orientaciones emocionales colectivas de carácter político, en relación con el conflicto armado en Colombia y los actores armados (FARC, Paramilitares y Fuerza Pública), con el objetivo de comprender de qué manera estas construcciones de sentido crean realidades sociales y significados (Pourtois & Desmet, 1992) que abren o cierran puertas de negociación y construcción de paz con unos u otros actores. El eje del análisis fue la posición del sujeto en relación con el proceso de negociación política del conflicto armado entre el Estado colombiano y las FARC, expresada en sus significados y prácticas políticas. Se realizaron 55 entrevistas en profundidad, semiestructuradas, a ciudadanos del común, de estratos medios, sin afiliación a partidos políticos, ni a movimientos sociales, ni a ONG, de la ciudad de Medellín. El criterio de selección del muestreo fue tipológico e intencional, y de bola de nieve (donde un sujeto va conduciendo a otro) siguiendo los siguientes criterios: competencia narrativa atribuida al sujeto (Vallés, 2000), diferentes sectores y categorías sociales, como empleados/as, trabajadores/as, estudiantes universitarios/as, amas de casa, trabajadores independientes. El grupo social definido de antemano fue el de personas que hayan participado en el plebiscito o que tengan una posición política respecto a los acuerdos de paz de La Habana. Esta posición la definimos como en acuerdo, desacuerdo y ambivalente para configurar el análisis.
El proceso de producción de los resultados se hizo a través del análisis de discurso hermenéutico (Martínez Migueles, 2006), desarrollando un procedimiento categorial por matrices, avanzando de manera analítica en un proceso intratextual, intertextual y de codificación teórica de primero y segundo nivel (Flick, 2004), en la que se va avanzando en la interpretación de forma interactiva entre procesos inductivos y deductivos hasta llegar a la construcción de interpretaciones que posibilitan la construcción de los resultados de la investigación. El proceso de categorización en la matriz intertextual cruzó como categorías de análisis: las posiciones de los y las participantes en relación con la negociación política entre el gobierno y las FARC, (acuerdo, desacuerdo y ambivalente), con los diversos actores del conflicto armado analizados (FARC, paramilitares y Fuerza Pública) y el conflicto armado en general, ubicando orientaciones emocionales colectivas que se dirigían desde los diversos participantes hacia los actores armados mencionados.
Resultados
El ordenamiento teórico de los resultados desarrolla una comprensión de las orientaciones emocionales colectivas, identificando la manera en que fueron construidas; intentando comprender en qué condiciones algunas se expresaron de manera general en relación con el conflicto o hacia todos los actores armados, mientras otras emergieron en relación con un actor determinado, según la posición política en torno al acuerdo. Así, se elaboró un texto que da cuenta de estas construcciones sociales, tal como se presenta a continuación.
Patriotismo
Iniciamos con el patriotismo como una orientación emocional colectiva compleja que reúne varios elementos: admiración, respeto y orgullo. Que además se evidenció de forma monolítica hacia la Fuerza Pública. Los participantes, de todas las posiciones, expresaron sentimientos relacionados con el honor, el respeto y el amor por Colombia; pues son la imagen del “sacrificio” por el mantenimiento de los valores y el bienestar de la nación (Nussbaum, 2014), “son gente que sacrifica su vida por otras personas, por personas que no conocen, por defender el país” (E6).
Según Bar-Tal (1998, 2010) y Oren & Bar-Tal (2006), el patriotismo incluye contenidos de lealtad, orgullo, compromiso y unión frente a la patria; que a su vez llevan consigo exigencias de sacrificio y entrega por el bienestar de la nación; para defender precisamente esta bandera, necesitan hacer sacrificios como:
Están expuestos a dar la vida por todo un país, es de admirar, están expuestas por nosotros, por Colombia, por la patria, incluso como les dicen a ellos, dan la vida por la bandera (E10). Dejar su familia mientras nos defienden (E34).
A pesar de que el patriotismo se presentó en los participantes, independiente de su postura frente a las negociaciones de paz, en quienes tenían una postura de acuerdo y algunos que se encontraban ambivalentes se pudo apreciar un matiz, pues estos, además de expresar su amor por las fuerzas armadas, reconocían también los actos extralimitados que también han cometido, logrando construir una mirada crítica, que por lo menos posibilita la identificación de la fuerza pública como actor del conflicto armado, y, como tal, sujeto de evaluación y valoración en cuanto a sus actuaciones:
(…) del ejército, qué siento: a veces un poquito de tristeza, a veces como orgullo, porque bacano que haya gente ahí que esté dispuesta a dar su vida por el país, y tristeza porque no siempre el ejército hace bien las cosas, a veces también hacen cosas que no deberían y mucho menos siendo los que representan el Estado, al pueblo (…) yo obviamente quiero mucho a mi país y también me considero patriota en cierta forma (…) respeto mucho al ejército, desde pequeño me ha parecido que los soldados son personas que tienen que sacrificar mucho en su vida, incluso sacrifican su propia vida por defender al país (…) orgullo por eso. Y tristeza porque, aunque deberían ser algo bueno para el país, no siempre lo logran (E15).
Mientras que los entrevistados que no estaban de acuerdo con el proceso de paz negociado en La Habana, no reconocen, o lo hacen en menor medida, los actos de violación de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario; en tanto las Fuerzas Militares son percibidas e identificadas como parte del propio grupo y calificadas como superiores moralmente; así que, sus acciones violatorias o crímenes cometidos, son relativizados, justificados y no generan sentimientos de culpa (Schori-Eayl, et al., 2015). En el caso de estos participantes, algunos incluso, hicieron alusión a la alegría en relación con lo que consideran sus triunfos, en las diferentes acciones que ejecutan a “nombre del país”, sintiendo sus éxitos y hazañas como propias:
Siento alegría cuando los veo triunfar en algo, siento alegría (E5). Alegría por todo esto, porque cuidan, cuidan el pueblo (E25). Siento como esa emoción tan grande de verlos desde que empiezan un proceso, desde que entran a la escuela militar, se forman, como luchan, como defienden sus instituciones, todo (E5).
Es posible considerar esta alegría como una orientación emocional colectiva, ya que surge con la identificación y sentido de pertenencia de las personas hacia este actor del conflicto, legal y constitucional, representante del Estado, y en palabras de los y las participantes, de la sociedad en general; al cual identifican con la imagen de un país, son “Colombia”, sus éxitos, son de toda una nación, mientras las FARC “no son Colombia” (E37, E43), de una u otra forma son el enemigo, excluido, ajeno a la patria.
Seguridad
El patriotismo que emerge hacia las Fuerzas Armadas de Colombia, al ser consideradas como una institución que representa el amor, el honor y el sacrificio, se ve acompañado por una orientación emocional de seguridad, pues se siente que los soldados:
Al dar la vida por la seguridad de Colombia y sus habitantes, son quienes cuidan la nación. Ellos aportan al país seguridad y respaldo (E26). Han luchado mucho por liberar los secuestrados, por cuidar el país (E5). Gracias por cuidarnos, por luchar por nosotros, por defender la patria (E34).
Según Gordillo & Federico (2013), estas situaciones pueden ser comprendidas en tanto la imagen social de las fuerzas armadas se ha construido en torno al heroísmo, con el lema publicitario: “los héroes en Colombia sí existen”; idea fundamental que las ha representado a través de campañas publicitarias difundidas repetitivamente por los medios de comunicación masiva. Con esto se ha logrado una configuración de relatos y narrativas en torno al pasado y una serie de creencias sociales que se identifican con su presunta bondad, legitimidad y superioridad moral (Bar-Tal, 1998). De esta forma se ha conquistado la mente y el corazón de los colombianos, sus sentimientos, pasiones y afectos (Martín- Baró, 1989), logrando, incluso, el olvido sobre sus actos injustos y atroces; pues termina siendo más fuerte el relato construido, al configurar identificaciones en torno a los “héroes” (Gordillo & Federico, 2013), lo que conlleva a apoyar acríticamente la lucha, defensa y seguridad que inspiran:
Yo creo que es no solo un sentimiento mío, sino un sentimiento general de agradecimiento, incluso amor y cariño, porque muchos de ellos entregan su vida y aunque han tenido también muchas fallas en el interior como organización, ellos han estado cuidando al país de todo este tema de guerrillas, de violencia, de armas, entonces hacia las fuerzas militares hay un sentimiento de agradecimiento, cariño. O sea, así hagan estas cosas malas, yo sigo sintiendo agradecimiento porque han cuidado de alguna manera la población civil (E1).
Por su parte, los participantes en acuerdo con el proceso de paz nuevamente pueden ampliar su perspectiva y reconocer que, si bien se ha desarrollado un proceso “educativo” en el país para reconocer a las Fuerzas Armadas y darles un estatus en el orden social, también es necesario no dejar de percibir las acciones que denotan una violación a su misión constitucional:
(…) a nosotros como ciudadanos se nos educa en que debemos confiar en ellos, e incluso ayudar a que su ejercicio de proteger a la ciudadanía se dé de esa manera, que uno confíe en estas fuerzas, en que ellos van hacer las cosas como la ley lo dicta. Pero que sean ellos mismos quienes hagan todo lo contrario o que quienes incluso por presión, dinero o cualquier motivo hagan este tipo de actos, como los falsos positivos, me parece terrible (E7).
En relación con las FARC, todos los participantes expresaron un sentimiento de inseguridad; puesto que son percibidos como el actor fundamental que se opone al orden social establecido, tal como se verá más adelante. En cambio, con respecto a los paramilitares, muchos de los y las participantes cuya posición era ambivalente o en desacuerdo expresaron en sus relatos una orientación emocional colectiva de seguridad;
Hay gente que se siente protegida con ellos, entonces yo creo que aportan más seguridad, porque finalmente es un grupo que tiene una respuesta de acción, incluso más rápida que la policía, pues el policía llega cuando uno no sabe nada del ladrón (E19).
A partir de lo relatado, y asociado a la orientación emocional de seguridad, se observa una legitimación de la causa paramilitar, en estos participantes; puesto que, para ellos, este grupo propicia el cuidado que se necesita para hacerle frente a lo que consideran una gran amenaza: las guerrillas. En este sentido, se alinean con unos, en contra de otros, a raíz del miedo que esos otros (FARC) generan, en la medida en que han sido construidos socialmente como enemigo absoluto (Blanco, 2007, Angarita Cañas, et al, 2015; Gallo, et al, 2018). Se da pues, una movilización del miedo, mediante la percepción de un riesgo compartido, lo que suele generar una solidaridad basada en la inseguridad (Ahmed, 2015), que implica la aceptación de una fuerza que prometa la seguridad, es decir, sentir que se puede tener control sobre la propia vida y sobre las dinámicas colectivas que se ven amenazadas por ese enemigo real o imaginario. Muchos de estos participantes terminan, por tanto, teniendo una visión más positiva de este grupo, tanto que, al cuestionar sus medios y las atrocidades cometidas, se generaba una disonancia, pues:
Los paramilitares dicen que es un grupo bueno, pues lo poquito que uno conoce, porque antes cuidando el pueblo, están cuidando la gente, entonces ellos también reciben beneficios, pienso yo, pues porque tampoco van a trabajar gratis […] Pienso yo, que ellos creen que están haciendo el bien, porque están cuidando por ejemplo una persona que tiene mucho dinero, pero ellos también reciben plata, por cuidarlo de los otros que son más malos. (E31).
De esta manera, puede apreciarse que el concepto de estos participantes sobre los paramilitares está basado en el miedo y la inseguridad, ideologizados en la construcción de un enemigo que debe ser combatido; y en función de ello, se legitima un accionar que induce una falsa idea de seguridad (Korstanje, 2014), pues, aunque no se esté de acuerdo con sus acciones violentas, finalmente, el hecho de obtener protección de su parte termina primando. De otro lado, las personas cuya postura frente a los acuerdos de paz es ambivalente, reconocen también las atrocidades que este grupo armado ha cometido, señalando así que están completamente de acuerdo con su objetivo de protección, pero que son injustos los medios crueles por los cuales los paramilitares brindaban esa seguridad, pues:
Llegan al punto de extorsionar la gente, en casas o negocios, yo creo que no es la forma, pero finalmente así fue como nacieron, como acostumbraron a la sociedad y difícilmente eso va a cambiar, pero no es la forma y creo que, no es mucho el aporte que le hagan al país (E19).
Observándose una dualidad entre el interés personal de ser cuidado, y las implicaciones y sufrimientos que otros deben padecer para que esto suceda, pero finalmente, prima la necesidad de sentirse “protegido”.
En un escenario, donde se ha construido un clima emocional de miedo permanente, como se dirá más adelante, se hace evidente que emerja con fuerza el deseo de seguridad, puesto que ha implicado también la sensación de inermidad (Lira, 1990), posibilitando la necesidad imperiosa de protección. Según Korstanje (2014), en estos contextos, la sociedad termina aprobando y aclamando actos inmorales y antidemocráticos a nombre de la seguridad que se brinda.
En Colombia los paramilitares construyeron un discurso que prometía la erradicación de esa ‘horrible amenaza’, encubriendo otros intereses y acciones que implementaban una contrarreforma agraria que implicó la expropiación de la tierra a millones de campesinos (Barrero, 2011); algo que se invisibiliza o se ignora, y de lo que se puede dar cuenta en los discursos de los participantes en desacuerdo, quienes consideran, que a pesar de lo expuesto, este grupo aportó a la seguridad del país precisamente porque combatía contra ese enemigo (Las FARC):
(…) aportan tranquilidad al país, porque yo del paramilitarismo no he escuchado que haya tanta matazón y tantos, pues tanta violencia, yo pienso que se ha generado precisamente por los otros grupos, porque ellos claro, van en contra de los otros (E35).
Miedo
El miedo se presenta como la orientación emocional más englobante en el marco de los conflictos armados de larga duración, incluso puede convertirse en un marco social que se constituye en clima emocional normalizado de la vida cotidiana, en las sociedades inmersas en estos conflictos (Lira, 1990; Bar-Tal, Halperin & De Rivera, 2007; Bar-Tal, 2013). En algunos casos es percibido de forma consciente, en otras, guía acciones, decisiones, actitudes y procesos sociales sin que sea explícitamente nombrado. En el caso de la presente investigación, los participantes de todas las posiciones políticas enunciaron el miedo como un elemento que deviene debido a una larga historia del conflicto armado:
(…) yo creo que terror. A mí, al menos me da mucho miedo encontrarme con un Paraco o con un guerrillo o con el ejército, entonces imagínate, uno no sabe qué es peor (E6). Pues yo creo que la época como de erradicar como grupos de oposición ya se acabó, eh hasta que yo no sintiera como una amenaza así tangible no sentía tanto miedo, pero pues en este país uno nunca sabe; como nadie está seguro y todo es violencia por todas partes (…) (E16).
De acuerdo con lo anterior, y según Bar-Tal (2001) el miedo surge comúnmente en los conflictos de larga duración cuando se considera que el bienestar propio o el colectivo se ve afectado debido a la amenaza al sistema social (Van Prooijen, Krouwel, Boiten & Eendebak, 2015), es decir, ante la posibilidad de la trasformación de dinámicas ya conocidas, como los proyectos de vida colectivos y personales.
En los relatos, los participantes en desacuerdo y ambivalentes manifestaron sentir miedo en relación al proceso de paz entre el Estado y las FARC, en tanto es percibido como una amenaza, puesto que implica un cambio en las dinámicas sociales y económicas del país, al disponerse a negociar con ideas consideradas “de izquierda”, con las que no están de acuerdo, lo que conllevaría a una transformación del estatus quo. Desde ese punto de vista, esos cambios atentarían contra el bienestar propio y el de la sociedad: “no me gustaría que ellos ejerzan su metodología, los ideales de ellos no me gustan, me hace sentir inseguro eso, no me gusta” (E9). Pues sienten inseguridad ante la posibilidad de sufrir daños por parte del grupo armado,
Uno también le da miedo estar al frente de uno de ellos [ …] de lo bien entrenados que están le pueden hacer algo a uno (E33). Yo ya no creo en ellos por los actos que hacen (E14). Miedo, a mí me da mucho miedo, a mí me da mucho miedo así se reinserten, me parecen horribles, me parece que son falsos (E35).
Las FARC son percibidas como un peligro para la vida y la existencia, de esta forma se justifica la violencia en su contra. Los relatos de personas en desacuerdo con el proceso de paz se centran en el temor por la seguridad propia, donde el miedo viene acompañado del de la desconfianza, impidiendo que se considere posible un cambio por parte de este grupo:
Miedo, a mí me da mucho miedo, a mí me da mucho miedo, así se reinserten. Me parecen horrible, me parece que son falsos, me parece que es un grupo que no tiene verdad, aunque los más grandes quieran estar metidos ahí, me parece que hay mucha falsedad (…) de una menara que… solamente por buscar poder y dinero, poder a nivel político y su dinero. (E35)
De otro lado, esta emoción se ha movilizado de manera estratégica, pues el miedo y la creencia de que es imposible un cambio exacerba la visión de un enemigo absoluto (Blanco, 2007; Angarita Cañas, et al, 2015; Gallo et al, 2018) en la guerrilla de las FARC, aumentando a su vez la afiliación hacia lo que propicie seguridad.
En relación con los paramilitares, los relatos alrededor del miedo se presentan de manera general en las diferentes posturas frente al proceso de paz, girando alrededor de un temor por la seguridad personal, reconociendo su accionar violento; generando una sensación subjetiva, en la que se les percibe como un peligro para la propia vida y la sociedad. Sin embargo, se da cuenta de una paradoja ante este actor armado; se persigue la paz de manera violenta: los participantes que están en desacuerdo con el proceso de paz, tal como se ha dicho, expresan seguridad frente a estos grupos, puesto que fueron presentados como alternativa para poder combatir al enemigo absoluto, por lo que para muchos de ellos termina siendo un mal menor:
(…) el paramilitar de pronto también lo hizo, pero también nos brindó más seguridad. Puede que el paramilitar haya hecho eso [Crímenes atroces] porque seguramente también; pero nos brindó más seguridad, por lo menos a los Antioqueños nos brindó más seguridad el paramilitarismo. Para mí el paramilitar es tranquilidad, esa es la palabra. Yo pienso que ellos siempre han estado pendientes de… yo creo que son organismos, que ponen en contradicción a los otros, sí, yo sí pienso que hemos tenido más tranquilidad con el paramilitarismo. (E35).
Además, para los participantes que están de acuerdo se reconoce en los paramilitares “una imagen más violenta” (E40), pues de hecho “pueden hacer más daño que incluso las FARC” (E37). Una vez las personas aprenden la información sobre estas situaciones amenazantes o potencialmente amenazantes, pueden tener la memoria explícita acerca de estas situaciones emocionales que tienen un fundamento en la realidad (Bar-Tal, 2001). Sin embargo, y allí puede tener sentido la paradoja en algunos participantes ambivalentes y en desacuerdo, esta memoria termina por excluirse e invisibilizarse, pues son más fuertes las narrativas oficiales, las memorias imperantes, transmitidas por élites sociales y políticas con intereses concretos, en función de los cuales despliegan procesos de ideologización (Bar-Tal, 2013, 2017; Barrera Machado y Villa Gómez, 2018).
Así, cuando las memorias colectivas no se asumen como procesos en los que se negocian narrativas, identidades, creencias, actitudes y orientaciones emocionales; sino que se consideran como un simple repertorio congelado, inmóvil y “verdadero”; estas pueden llegar a legitimar actos atroces de violencia (Hammack & Pilecki, 2015) e incluso, generar una enajenación de la historia personal, de las vivencias y la seguridad propia, en nombre de la eliminación de ese adversario que es más peligroso. Es el caso de cinco participantes, quienes señalan haber sido víctimas del accionar paramilitar, pero a pesar de esto, en sus relatos subyace simpatía por el objetivo que les atribuyen (limpieza y seguridad), y se expresa odio e ira frente a las FARC, incluso cuando no han recibido de parte de ese grupo ninguna acción directa de violencia; por esto, uno de ellos, refiriéndose a los paramilitares afirma:
(…) entonces el sentimiento hacia ellos [paramilitares] es más como de miedo, como que pueden hacer más daño que incluso las FARC, pero es porque ellos se movieron en mi mundo, en mi territorio por decirlo de alguna forma, entonces si es más como un sentimiento de miedo. E: Me sorprende una cosa, las FARC, no se movieron en tu mundo y ellos sí lo hicieron, pero cuando hablas de las FARC emergen emociones en contra de ellos, y cuando hablas de los paramilitares actuando en tu barrio no te afecta tanto, sin embargo, afectaron tu mundo P: Si E: ¿Por qué pasa eso? P: Siendo sincera para mí ha sido mucho más público las FARC que los paramilitares; entonces he conocido más las acciones de las FARC que de los paramilitares y he tenido la oportunidad como de leer un poquito más acerca de las FARC; entonces, a pesar que sé que ellos han hecho muchísimo daño también, tengo más como el conflicto armado por culpa de las FARC; pero sí tengo como ese rechazo a conocer más de los paramilitares (…) No sé, yo creo que es por una barrera que yo tengo de no querer recordar, de alguna forma, esa época como de miedo que se vivió en mi barrio; pero más que todo es como una barrera que yo puse para no conocer más, porque eso me lleva a recordar y no quiero recordar. E: Y no quieres recordar, ¿entonces lo has borrado de la memoria? P: Pues como te digo: yo estaba muy chiquitica, entonces lo único que yo sabía era que estaba pasando algo malo y tenía miedo porque las madres a uno le comunican todo lo que sienten, indirectamente, y mi mamá nos llevaba para la pieza del fondo y nos abrazaba y todo va estar bien y no pasa nada, sin embargo se le notaba como su expresión de miedo, cuando había como uno de esos enfrentamientos y si me pongo como a recordar ese momento y a pensar, técnicamente, ellos estaban, utilicemos una palabra un poco inadecuada, pero yo creo es la única que se utiliza coloquialmente, limpiando el barrio de la gente que le quería hacer daño, porque la gente mala, por decirlo de alguna manera ‘entre comillas’, lo que quiere es hacer drogas, apoderarse del barrio, pues esas cosas; entonces ellos estaban como ‘entre comillas’ limpiando el barrio. Pero se veía mal a ojos de nosotros, los habitantes de ese barrio (…) Son personas equivocadas en todo caso, siento que, vuelvo y reitero, son personas que tomaron malas decisiones y pensaron que el camino de la violencia era el indicado, sin ellos conocer que estaban haciendo mucho daño, entonces pensar en qué siento con respecto a ellos en este momento con lo que hicieron (…) Es que no sabría cómo decirte lo que siento en el momento. Es que, por un lado, el sentir que no estaban haciendo las cosas bien, pero estaban haciendo algo bueno (…) en mi barrio fui testigo de muchas de esas masacres, incluso un familiar estuvo involucrado en unas de esas, no fue letal pero sí estuvo herido. Son cosas que pasan y obviamente mi familiar era una buena persona, no estaba involucrado en nada de esto. E: La mayoría de esas masacres se las hicieron a buenas personas. P: Exacto, yo creo que tengo como una misma posición frente a los paramilitares que siempre me pareció que hacían algo no correcto, algo no bien hecho. Estaban limpiando y como ayudándonos a liberarnos, pero estaba mucha gente buena, E: Entonces, ¿qué pasó? P: Como te dije antes, daños colaterales. E: ¿Daños colaterales? P: Sí, pensaría yo (E37).
Se transcribe esta larga conversación para dar cuenta del proceso de construcción de la legitimación en la persona participante, puesto que encarna buena parte de lo que ha pasado en este país en relación con la forma como se ha narrado la memoria del conflicto armado y las creencias construidas en torno al mismo, articuladas a las orientaciones emocionales colectivas, temas de esta investigación, pero que escapan a los límites de este artículo.
Ira e indignación
Para Quintero & Mateus (2014) esta emoción social, permite que quienes la sienten se vinculen con otros que se sienten vulnerables, movilizándose ante la injusticia de los actores armados: “En un pueblo donde llegaba la guerrilla y llegaban los paramilitares, no podían estar con uno o con el otro, porque entonces los mataban, por sospecha los iban matando” (E2). Ahora bien, esta emoción se expresa de manera diferencial en los participantes, según su posición frente al proceso de negociación política del conflicto armado, y según el actor armado del que se esté hablando.
En primer lugar, algunos de los participantes que manifestaron acuerdo sienten indignación frente al resto de colombianos, en general; pues sienten que, en el país, el grueso de la población tiene un inmenso desconocimiento sobre el conflicto. Lo que, para ellos, es un problema, porque se hacen presa fácil de los discursos ideologizados y de manipulación que se han construido en el marco del proceso de negociación entre el gobierno y las FARC.
En efecto, estos participantes pueden dar cuenta de manera más amplia de la historia del conflicto y menos moldeada por mecanismos de configuración, como los que han desplegado grandes medios de comunicación y las redes sociales:
Como no estamos informados, como no leemos, entonces cualquier discurso nos convence, ahí está el problema, nos dejamos convencer muy fácil, ese es el asunto, me indigna que no leemos, nosotros somos un país en la ignorancia, son muy pocos los que realmente saben sobre el conflicto y podrían hablar de él, son muy pocos (E1).
De otro lado se encontraron pocos relatos de indignación, en estos participantes, en relación con las acciones de las FARC, a los que consideran de similar calidad a los otros grupos armados: “(…) creo que el ELN, las FARC y las autodefensas están conformadas por un montón de enfermos, adictos a la violencia. Perdón, me subí un poquito” (E-38). Pero sí abundaron los relatos de decepción, por lo que consideran una pérdida de ideales y una serie de acciones que han atentado contra la población civil, lo que ha desvirtuado su discurso, su lucha y el ideario que dicen defender:
(…) ¿Cómo me hace sentir eso? Pues me hace sentir defraudado, porque nunca me tocó cuando nació la guerrilla, entonces no tuve esa idea; sino que a mí ya me tocó la parte fea, la parte mala, entonces puedo decir que defraudado (E4). (…) Me da pesar porque son ideas muy chéveres las que tenían las FARC, pero se fueron por un camino muy dañado lleno de vejámenes, de violencia, de cosas muy feas, es algo incómodo lo que realmente uno como colombiano siente al recordar las cosas que ha hecho ese grupo armado (E6).
De otro lado, en relación con los grupos paramilitares, si bien, no hay mucha claridad, sobre su origen y sus procesos de conformación, en la mayoría de los participantes en esta investigación, quienes estaban de acuerdo con la negociación, expresaron indignación y rabia por las acciones violentas de este grupo armado que, según algunos de ellos, fueron soslayadas por algunos medios de comunicación: “(…) Entonces sí, me supongo que es eso, además toda la cortina de humo mediática que le ha dado la comunicación a los Paracos es muy grande” (E6); mientras por otro lado aumenta esta ira, cuando se observa un cierto cinismo en quienes actuaron con, o promovieron estos actores armados; porque no se ha concretado su real desmovilización a pesar de la negociación entre el gobierno colombiano y las Autodefensas Unidas de Colombia, entre 2002 y 2005:
(…) tengo recuerdos muy tristes sobre ellos. Sé que desplazan personas en los campos, que matan, ponen bombas (…) de hecho, hubo una época aquí en Medellín donde la seguridad era por parte de los paramilitares, manejaban los combos y todo eso. De hecho, creo que me molestan más los paramilitares que las propias Farc, no sé por qué (E6). (…) se acentúa un poco más con el cinismo con el que hacen sus cosas, pero hasta que no se logre su real desmovilización, no creo que vaya a pasar ese sentimiento de indignación (E-18).
Otros participantes, también en acuerdo, logran una diferenciación entre las acciones de los grupos paramilitares y las FARC, puesto que evidenciaban mayor sevicia y terror de parte del primer grupo; pero les indignaba sobre todo que en el país se desarrollara una oposición tan fuerte al proceso de paz con las guerrillas, mientras no la hubo cuando se negoció con los paramilitares, quienes, según estos participantes, tienen a cuestas una mayor cantidad de crímenes,
Rabia, porque son un grupo que trabaja más en la sombra, o sea, más lejos del escrutinio público, hacen cosas peores… no quiero sacar conclusiones apresuradas, pero son mucho más delictivas estas cosas, tienen fines más oscuros, inicios más oscuros. Y si ahora se le suma todo el tema de la parapolítica, de lo muy metido que estaba la política colombiana, pues hombre, te enteras que simplemente son una parte de un rompecabezas corrupto que forma una estructura jerárquica colombiana (…) Entonces no es que esta gente esté buscando dar un mensaje, ¡no! sí que lo dan, sí que buscan dar un mensaje, y ese mensaje es que les encanta matar, les agrada matar y qué carajos el pueblo colombiano (…) son cosas horribles, picaban gente, mataban niños, ¡niños, por Dios santo! mujeres y niños, ¡qué carajo! no me acuerdo como es que fue esa masacre, han habido varias y cada una es más inhumana que la anterior, entonces a partir de ello uno que queda como que ¿hombre a esta gente qué le pasa? Porque eso sí he visto, cada una es peor que la anterior (E32).
Por su parte, para las personas con una postura ambivalente, esta emoción está referida a todos los actores armados, sin diferenciación; para ellos, los tres son los causantes de la situación de desigualdad y sufrimiento en el país, expresando frases como: “(…) yo digo que todos tienen la culpa de todo el desangre que hay en el país, todos ellos tienen la culpa de todo, esta desigualdad que hay en el país, todos tienen la culpa de todo…” (E27).
De otro lado, en quienes expresaron desacuerdo con el proceso en la Habana, se consolida como orientación emocional colectiva la ira y la rabia, dirigidas principalmente hacia las FARC, en la medida en que también constatan las injusticias cometidas por este actor armado y su intencionalidad de atentar contra la propia seguridad, los intereses, el estilo de vida y todo aquello que les constituye y les da identidad social (Bar-Tal, 2013). De allí surge, en los entrevistados, una respuesta emocional que configura esta rabia e indignación:
¿Por qué rabia? porque digamos que en parte es injusto como con esa población, es injusto para ellos que les estén haciendo eso (E40). ¿Qué siento? Entonces cuando yo leía lo que les pasaba a estas personas que les tocó irse a la fuerza a la guerrilla, pues a mí sinceramente me generaba como… me indisponía mucho. Me generaba mucha piedra porque ¿yo por qué tengo que obligar a alguien a agarrar un fusil y a exponerse a todos los peligros que implica irse para el monte? (E41).
Ahora bien, esta rabia se hace más evidente cuando estos participantes piensan en este actor armado, las FARC, en el marco de la negociación política del conflicto armado colombiano, puesto que, creen que ante los beneficios jurídicos que van a obtener por su desarme y desmovilización, no se está haciendo justicia, sino que se está promoviendo el crimen o se les está premiando por algo por lo que deberían ser castigados,
Rabia, me da rabia que personas que hayan hecho tanto daño, no vayan a pagar de pronto por lo que hicieron, y muchas personas víctimas no van a poder saber siquiera si la persona que ellos querían y desaparecieron y tampoco tengan la verdad, aunque sólo tengan eso. Porque eso pasó, eso sucedió cuando la negociación con los paramilitares, muchos de los paramilitares están volviendo a ser juzgados porque se dieron cuenta que durante el proceso no dijeron toda la verdad para no aumentar sus condenas, entonces, muchas personas no la van a tener y más en una guerra de 60 años, de que la justicia no funciona (…) lo más seguro es que me salgan 2 o 3 palabras guaches, pues me da rabia, me caen gordos (E42).
En efecto, de parte de la mayoría de estos participantes, no manifiesta la misma rabia en relación con lo que sucedió con la negociación realizada entre 2003 y 2005 con los grupos paramilitares. Aunque algunos de ellos manifestaron indignación por los crímenes que estos actores armados cometían.
Odio
En relación con el conflicto armado general, el odio no emerge como un sentimiento colectivo, puesto que este, normalmente se dirige hacia un actor social, persona o colectivo, específico. Por tanto, en los discursos de los participantes, esta orientación emocional se fue también gradando según la posición política frente al acuerdo y en relación con cada actor.
Los participantes que están en desacuerdo sienten y le atribuyen a las FARC la condición de exogrupo (Blanco & Gaborit, 2007), porque, como se analizó en el caso de la ira y la indignación, perciben el daño que este grupo armado ha propiciado, como un daño intencional y derivado de su malignidad, enfatizando la alevosía de la acción y su sevicia. A partir de aquí, se suscita, entonces el odio; que, en el caso de estos participantes, favorece una cierta justificación de la violencia que se ha ejercido en la historia del país contra este grupo armado y sirve de base argumentativa para su oposición al proceso de negociación con este grupo armado. De allí que, en algunos casos, estos participantes deshumanizan a los miembros de este grupo, identificándolos con un otro que no tiene el estatuto de humano, atribuyéndoles una cierta monstruosidad, lo que legitimaría, incluso, su eliminación:
E: Tienes al frente alguien de las FARC, que sientes. P: Ay no (Risas), yo acá puedo decir que yo siento rabia, pero yo lo cogería, lo ahorcaría, pero realmente uno en los momentos reacciona de manera muy diferente, yo acá puedo decir -no, yo lo mato, lo degollo y de todo […] No sé realmente, qué miedo (E33).
¿Pero cómo el odio emergió en estos participantes? Los relatos, en los que subyace esta orientación emocional, se centran en la construcción de un enemigo absoluto (Schmitt, 1996; Angarita Cañas, et al, 2015; Gallo et al. 2018), al que es legítimo eliminar, expresado en frases como: “esta gente tan mala. Como tan rico que los mataran a todos” (E29), observándose así lo intensa, extrema y persistente que es esta orientación emocional que se manifiesta como rechazo total y generalizado hacia el grupo al que se dirige (Halperin, 2008):
P: (…) ¿qué haría con las FARC?, no sé, desterrarlos para que no sigan haciendo nada, cooperando para que el gobierno no los tenga ahí… E: dices desterrarlos, a que te refieres con desterrarlos P: pues como, es que no quiero manejar la palabra E: no tranquila, P: Acabar con ellos. Pues sí que desaparezcan porque lo que han hecho está mal. E: ¿Qué sientes en este momento? P: Sí siento como rabiecita, si tengo como odio, los odio, los odio (E39).
Según Halperin (2008), esta emoción se cristaliza en la subjetividad, en el cuerpo, tanto así que trasciende creencias y valores de quienes la albergan, al punto de emerger un deseo, claramente justificado, de exterminar a este adversario, que se fundamenta y legitima en el daño que estos actores han propiciado. Para este autor (Halperin, 2008), en el contexto palestino-israelí, la emergencia de esta emoción se justificaba en las acciones violentas que el grupo adversario, que deviene enemigo absoluto, comete contra las personas, bienes o valores del propio grupo. Estas acciones del ‘enemigo” son percibidas como intencionales, injustas, amenazantes y producto de una maldad intrínseca a su condición de no-humanidad; tal como lo expresa el siguiente participante: “Y esa gente no, eso es sin mente; entonces muchas veces se pregunta uno, hasta qué punto no deberían mejor ‘darles’, también sin mente, claro pues que lo que digo, es atroz y sonará horrible” (E3).
El odio puede relacionarse en estos participantes con la pérdida de esperanza, por la imposibilidad de creer en el cambio potencial de los miembros de este ‘exogrupo’. Lo que abre las puertas para legitimar el daño que pueda propiciarse a los miembros del mismo, sin que esto implique vergüenza o culpa, o una contradicción con las propias creencias o posturas éticas; puesto que se hace incluso deseable el intento de eliminarlos o de alejarlos del entorno personal (Halperin, 2008). Creer que la transformación de este grupo es imposible, se expresa en relatos que finalmente señalan que estas personas no han hecho nada bueno, pues son natural y absolutamente malas:
(…) Obviamente uno sí siente por dentro como ganas de ahorcarlos, o como una rabia, una impotencia, me da como una cosa, como una gana de estriparlos (E34). E: ¿y tú qué harías con ellos? P: ¡Quemarlos!, meterlos a una cárcel y que se pudran, lo que no sirve estorba (…) meterlos allá y que se pudran allá, o sea lejos de la sociedad, o sea es que lo que no sirve estorba, que no le hagan más daño a la sociedad (E13).
Como se puede leer en algunos de estos relatos, cuando se considera que dicho grupo es absolutamente malo y no puede cambiar, comienza a emerger una fuerte necesidad de sacarlo, a como dé lugar, del espacio del endogrupo (Halperin, 2008; Halperin & Pliskin, 2015), lo que en términos prácticos conduce a su eliminación o exterminio. Se va construyendo la deshumanización de este “adversario”, al que se le quita el estatuto de lo humano, para ubicarlo en el lugar del monstruo, de un “agente tóxico o infeccioso” que debe ser eliminado: como un antibiótico, que actúa contra una bacteria; o como un jardinero que poda las malezas (Bauman, 1998). Incluso se piensa y desea aplicar la mayor violencia, o por lo menos, el máximo dolor posible para que también puedan “pagar” por todos los daños que han realizado. De tal manera que se configura una legitimación emocional y ética que le da piso a la venganza y a la imagen del vengador como héroe, sin importar la violencia a la que se recurre para “destruir ese mal”:
A mí me da como fastidio por ejemplo los que salen tan prepotentes, como Timochenko, y el otro y el otro, no se pues como se llaman, entonces son con esa risita burlona… ¡Ay! A mí me da como una cosa, ganas de estriparlos… (E34).
Desde este marco de construcción, el odio es una fuerte barrera para la construcción de la paz y la reconciliación; y por eso, en los diversos contextos donde se desarrollan conflictos de larga duración, suele ser promovido por los grupos sociales interesados en la permanencia del conflicto (Fernández, 2006, Bar-Tal, 2013, 2017; Bar-Tal & Halperin, 2014). En la medida en que se deshumaniza al otro como un enemigo absoluto e imposible de cambiar, se interpretan los acontecimientos y se justifica su eliminación, con lo cual, a pesar de un deseo utópico de paz (Bar-Tal, 1998, 2010, 2013, 2017), se termina contribuyendo a la continuación del conflicto; ya que la posibilidad de diálogo es considerada descabellada e imposible, pues con monstruos de esta clase sería absurdo e inadmisible propender por una salida negociada, construir pactos de paz o construir una opción diferente.
El odio se acompaña del asco, para enraizar más profundamente en la deshumanización del adversario. En las personas que se encuentran de acuerdo con el proceso de paz, los relatos no aluden a esta emoción, a diferencia de quienes se encontraban ambivalentes y en desacuerdo, en quienes sí surge esta emoción de asco,
P: Gas, eso no es de personas. E: ¿No es de personas? P: No es de personas conscientes. E: Entonces ¿Es de qué? P: De gente mala, es gente sin pudor, sin respeto a la vida, no son agradables (E9).
Finalmente, y de otro lado, en quienes estaban de acuerdo con el proceso en la Habana, no manifestaron ni odio ni asco, hacia las FARC, ni hacia los paramilitares, ni hacia la fuerza pública, puesto que logran darles un rostro humano a todos los actores armados y, como se ha dicho hasta el momento, es la deshumanización del adversario acompañada del odio un camino expedito para la legitimación de la violencia, la guerra, incluso, la barbarie. En este caso se evidencia, que un elemento clave para poder construir paz, pasa por transformar las orientaciones emocionales colectiva de odio desde marcos comprehensivos que posibiliten una mirada compleja a los actores de la guerra y a los marcos sociales, históricos, políticos y económicos que engloban el conflicto armado en general.
Tristeza y dolor
La tristeza y el dolor emergen en la inmensa mayoría de los participantes, sin importar su posición en relación con la negociación política del conflicto armado; puesto que estas emociones colectivas se encuentran referidas específicamente hacia las víctimas que todos los actores armados, pero en particular las FARC y los paramilitares, han generado en medio de la guerra, pues a pesar de no haber vivido directamente los hechos victimizantes, comienzan a reconocer los mismos, señalando que “han matado más gente y eso es muy doloroso, mucha tristeza por la gente, por tanta barbarie, por destruir tanto” (E34), lo cual según Ahmed (2015) produce una alineación con el dolor de esas víctimas, donde los sentimientos ajenos son objeto de nuestros sentimientos, tal como lo relata un participante: “Es muy triste, triste porque es la tierra de uno, la gente de uno, independientemente de que uno no los conozca” (E1).
Pero también, en los participantes en general, se expresó tristeza y dolor por algunos de los victimarios. En este contexto, logran identificar la injusticia por una relación asimé trica e inequitativa de poder, por la forma como se organiza el grupo armado, atribuyendo una clara responsabilidad a los Cabecillas y jefes, de guerrillas y paramilitares, a quienes responsabilizan, y una cierta comprensión hacia los militantes de base, a los niños reclutados y la imposibilidad de ayudarlos, siendo así una tristeza atravesada por la empatía:
(…) eso sí me da tristeza. Eso hay que dividirlo: entre cabecillas, las personas que simplemente mandan a que el otro vaya y mate o a que el otro vaya y cuide y se emparame todas las noches en la zona vigilando o lo que sea, y el otro bien tranquillo, allá en su casa o que no está todo el tiempo con ellos; o en sus cambuches pegados del otro, allá aguantando frío o quién sabe en qué condiciones, eso es lo que me da pesar y tristeza, que los que se están ganando realmente el dinero están relajados; y eso pasa en la política y eso pasa en todo, ¿cierto? Los que están ganando harto dinero, los que están mandando, se lo están ganando todo y los otros son los que están luchando, los que más están haciendo esfuerzo (…) (E1).
Sin embargo, en algunas personas cuya posición es de acuerdo al proceso de paz, se puede observar como esta emoción está transversalizada por un deseo de transformar la situación del país con acciones diferentes, lo cual lleva a adquirir una responsabilidad social frente a este dolor, suscitando una emoción de impotencia, al no poder modificarlo, como se expresó en algunos relatos:
Por eso te digo, si voy allá, veo toda esa gente, de pronto como voluntaria les ayudo a hacer algo, escuchando historias de ellos obviamente me va a cambiar, ¿cierto? Obviamente voy a sentir algo porque ya voy a estar ahí, en ese conflicto, voy a estar escuchando a esas víctimas y obviamente ya eso le penetra a uno, eso a uno lo conmueve, eso a uno lo conmueve (E1).
A diferencia de los participantes que estaban en desacuerdo al proceso de paz, pues sentían una tristeza en la cual el deseo de transformar, de llevar a la acción, de adquirir una responsabilidad social con el dolor, parecía ausente; emerge una tristeza más cercana a la lástima, desde una visión “caritativa”, donde se siente el pesar, pero no se logran identificar algunos hilos que han llevado a esta misma situación de victimización de millones de compatriotas. Termina siendo un dato, que favorece su punto de vista, donde se pone a quien siente dolor en un lugar inferior al propio, de esta manera, esta aparente empatía, termina desconociendo los dones, capacidades y potenciales que tiene este otro.
Ay mucho dolor, mucha tristeza. Primero, por todos los que sufren, es que a uno le mataron un hermano, pero a cuantas familias le han matado y siguen matando más gente y eso es muy doloroso, mucha tristeza por la gente, por tanta barbarie que ha tenido esta gente, como han destruido tanto (E-34)-
Incluso este sentimiento, en estos participantes en particular, puede extenderse hacia los combatientes, pero manteniendo una barrera demarcada entre nosotros y ellos (Bar- Tal, 1998), lo que dificulta una relación horizontal con estos, movida desde la compasión y la equidad, sino expresada también desde un lugar de superioridad que implica lástima, acompañada de un cierto desdén:
Pues obviamente me da mucha lástima, porque son personas que tienen un nivel educativo muy bajo y no entienden que en muchas de las cosas que ellos están haciendo, se están haciendo daño a sí mismos; porque en algún momento ellos van a terminar de una forma muy, pues no vamos a decir que muertos, aunque en su caso mire que muchas de las personas cuando hay enfrentamientos militares (…) (E37).
Por su parte, en los participantes cuya posición es ambivalente, el dolor hacia las víctimas no fue un discurso preponderante, puesto que en sus relatos manifestaron tener prioridad en intereses propios, en su propia familia y sus proyectos de vida, algunas de estas personas se sienten alejadas y poco interesadas por la realidad de su país, a la que sienten dolorosa, pero por la misma razón no la quieren abordar en su vida cotidiana. Por ello, este no querer entrar en contacto con el dolor, también se relaciona con esa misma ambivalencia frente al proceso de paz y el conflicto armado, del cual se sienten ajenos,
Yo, la verdad no. Me he enfocado como en mi vida, como que en lo que está a mi alrededor. Y a la final puede ser mal hecho, […] Pues, no me interesa. A mí el tema como que no, y no debería ser así, porque igual yo hago parte de este pueblo (E28).
Empatía
En relación con la tristeza y el dolor, dirigida a las víctimas del conflicto armado, emerge también la empatía; puesto que se puede sentir como una orientación emocional que implica comprender su lugar. En este sentido, en las personas que están de acuerdo, suele ser más fuerte y concreta, y desde allí justifican y argumentan su opción por apoyar una salida negociada al conflicto armado colombiano, antes que la solución militar:
(…) sé que no podemos seguir repitiendo la misma guerra, pero yo trato de estar bien y en paz, y lo otro trato de bloquearlo para que no me haga daño, porque pues, ver toda esa gente mutilada por las bombas en el piso, minas quiebra pata y cosas por el estilo, pues por más que uno diga que no, uno se siente atropellado por esas situaciones (E1).
De otro lado, la empatía también emerge al conocer y comprender experiencias personales o historias de vida de algunos miembros del grupo armado, en las que como sujetos singulares pueden reconocerlos como “personas de campo y humildes” (E-1). Acercarse y vislumbrar estas historias y personas, permite que algunos entrevistados hicieran una ruptura de las visiones negativas sobre los guerrilleros, llegando así a un acercamiento más comprehensivo de su situación. Para Halperin & Pliskin (2015) la empatía no necesita ser despertada hacia todo el grupo para provocar un efecto positivo a nivel intergrupal, ya que sentirla hacia un solo integrante, puede construir actitudes más positivas hacia el grupo:
Pude conocer a alguien que perteneció al grupo; ella era una guerrillera y quedó en embarazo, entonces, le tocó dejar su hijo en la autopista Medellín-Bogotá y obviamente el que vea al bebe ahí, va a decir quién fue la madre tan horrible; pero ella decidió que era su único medio para que el niño viviera; la mamá logró salir de la guerrilla, se desmovilizó, se voló. Entonces no es que ella sea una mala mamá o quiso pertenecer, le tocaba, creo que cosas como esas hacen que uno no entre a juzgar o solamente se quede con que son malos y ya (E10).
A partir del marco de esta investigación es importante preguntarse cómo pueden coexistir en algunos participantes, orientaciones emocionales aparentemente contradictorias. Por un lado, el miedo, la ira y el odio contra el actor armado; por el otro empatía y comprensión. Sin embargo, la situación no es tan compleja. En el caso de los participantes en esta investigación, con mucha frecuencia, se configuran orientaciones emocionales colectivas que son guiadas desde una perspectiva política y están ligadas también a discursos de poder. No es que las acciones de guerra y las violaciones al derecho internacional humanitario por parte de las FARC no generen indignación, sino que cuando se enlazan con la orientación emocional colectiva de odio y la legitimación de la venganza y la eliminación de este grupo, a toda costa, como “el enemigo”, subyace detrás una construcción ideológica (Martin- Baró, 2003, Bar-Tal, 2013), un encubrimiento de otros aspectos que podrían favorecer la negociación. En el caso de las orientaciones emocionales relacionadas con la empatía, se deja de ver el grupo como una unidad amorfa, como una entidad sin humanidad, como un engranaje sin alma, donde parece que no existieran seres humanos con similitudes al nosotros del “endogrupo”; allí aparece el rostro de un guerrillero, de una guerrillera, de un ser humano, y es en esta orientación emocional, donde se pueden desarrollar actitudes y acciones que favorezcan un proceso de negociación, construcción de paz y reconciliación.
Incluso, en los participantes que estaban de acuerdo con el proceso de paz, se suscitó no solamente la empatía ante los casos individuales, sino también en el proceso de comprensión de algunas de las propuestas e ideales del grupo armado, yendo un poco más allá de sus actos; pues para estos entrevistados la situación de inequidad colombiana es tan fuerte, que comparten y comprenden la iniciativa de transformar esta sociedad, pretensión que atribuyen a las FARC, aunque todos y todas las participantes manifestaron un enfático desacuerdo con sus métodos. En este punto es importante traer a colación los planteamientos de Halperin & Pliskin (2015) quienes exponen que la empatía en el contexto de los conflictos insolubles, puede ser una orientación emocional congruente para superar la distancia emocional, la desconfianza histórica, la exclusión y el deseo de eliminación del adversario:
E: ¿Y tú qué sientes cuando hablamos de este grupo armado? P: No la verdad no. Como que da rabia todo lo que ha sucedido, pero de alguna forma también siento que comprendo. Comprendo que bajo las circunstancias ese fue el camino que debieron tomar y que creyeron que debieron tomar, y que no estuvieron solos en ese conflicto (E20).
Para Cikara, Saxe & Bruneau (2011), esta orientación emocional se asocia además con la motivación de mejorar la situación de los demás, en este sentido, conduce a tendencias de acción que sirven al objetivo de ayudar al grupo, sin afectar directamente las actitudes hacia el propio grupo o de la situación misma: “muchas ganas de aportar a ellos y las personas que fueron víctimas también de ellos” (E10).
Esperanza desesperanza/fatalismo
Además de la empatía, la presencia de la esperanza o su ausencia, puede ser un facilitador para la construcción de paz o, por el contrario, una barrera psicosocial. En el caso de los participantes que experimentan dicha emoción, se destacó una actitud positiva hacia las negociaciones, pues ésta incentiva a apoyarlas, al considerar que es posible que ocurra una transformación, generando así una tendencia a percibir favorablemente las nuevas acciones que estén dirigidas a la resolución de conflictos (Cohen-Chen et al., 2014).
En relación con las Farc, emergieron en las entrevistas dos emociones políticas contrapuestas: la esperanza y, por otra parte, la desesperanza/fatalismo. La primera emoción, ligada a un cierto nivel de empatía, fue manifestada por los participantes que se encuentran en acuerdo con el proceso de paz, quienes consideran la posibilidad de transformar el país, porque si los actores armados tienen voluntad de cambio, entonces, se puede tener esperanza en que la historia que hemos vivido como nación, puede cambiar:
Sí total, hace poco vi un video donde se grababan los guerrilleros y decían ellos qué quisieran ser y muchos tenían sueños, y no eran sueños tan gigantes, pues que una persona acá de la ciudad lo hace, su sueño era estudiar, aprender a escribir, ser vigilante o ser profesor (E10). Esperanza, mucha esperanza y creo que también es algo prevalente en mí, siento que todos esos conflictos que han causado tanto daño, siento que eso también puede posibilitar muchas cosas y puede ser facilitador de cambios, como en las FARC (E22).
Por otra parte, la emoción contraria, desesperanza/fatalismo, emergió en las entrevistas de los participantes de una posición ambivalente y en desacuerdo, quienes, desde una posición ajena a esta realidad, tal como se ha expresado anteriormente, manifiestan una cierta indolencia (Martin-Baró, 1989) en relación con las posibilidades de transformación de la historia del conflicto armado colombiano:
Resignación, la resignación es ya como lo último, si uno está resignado es porque ve las cosas muy mal, ya nada que decir, nada que hacer (E24). Si la gente se apegara a Dios, es el único que cambia la gente, de resto ellos no cambian solos (E25).
Según Cohen-Chen et al., (2014) la esperanza se expresa en sujetos con ideas menos rígidas y deterministas que consideran pueden cambiarse situaciones adversas; en nuestra investigación esta emoción se presenta en las personas que están de acuerdo y creen en la posibilidad de transformación de los integrantes de las Farc, lo que se ve favorecido por el hecho de reconocer la humanidad de los guerrilleros, al mencionar, por ejemplo, que son personas que también tienen sueños y proyectos. Diferente a los participantes ambivalentes o en desacuerdo, quienes atribuyen a los guerrilleros una naturaleza fija e inmutable, tanto así que afirman que “Dios es el único que puede cambiarlos”, o se cae en la resignación, como ellos mismos lo expresan, lo que va deteriorando la posibilidad de considerar que la realidad del país pueda ser diferente, puesto que la ven desde el fatalismo (Martín-Baró, 1998). Lo que trae consigo apatía y falta de voluntad para realizar una transformación.
Discusión
¿Por qué si históricamente, le ha sido atribuido a las emociones un papel de mera reacción en la acción que despliegan los sujetos, se considera importante comprenderlas a la hora de pensar los conflictos de larga duración, en este caso el conflicto armado colombiano? Para Halperin & Pliskin (2015) las emociones tienen un papel importante en el mantenimiento o resolución de este tipo de conflictos, pues estas suscitan actitudes, creencias, reacciones políticas y comportamientos que se adoptan en torno al mismo, y lo hacen a través de diferentes mecanismos de configuración, uno de ellos es el discurso público, el cual “se traduce en un poder discursivo que permite controlar los actos de los demás, por medio de la persuasión, la manera actual de ejercer el poder” (Castellanos, 2014, p.185). Pero además porque son guía para la acción y la toma de decisiones (Maturana, 2006).
En la creación de este discurso público, así como en muchos otros aspectos del entramado social, las élites en el poder cuentan con la ventaja del acceso directo a los medios de comunicación masiva o al control de los sistemas educativos, como mecanismos de configuración de esta infraestructura sociopsicológica que moviliza a individuos y colecti vos (Bar-Tal, 2013, 2017). De esta forma deciden quién informa, sobre qué, de qué manera y cuándo pueden hacerlo, ejerciendo de esta manera un control discursivo y mental en la sociedad, control a través del cual se van construyendo relatos, creencias y memorias, que como lo sostiene Martín-Baró (1989), y también se expone en el documental “apuntando al corazón”, además de conquistar la mente de las personas, se incorporan también en su corazón (Gordillo & Federico, 2013).
De esta forma, el país se constituye en un escenario en el que sólo puede tener lugar un ejercicio pseudo democrático, en el cual la democracia se reduce a una única idea, a un mecanismo procedimental que obedece a lógicas maniqueas y bipolares (Korstanje, 2014; Zuleta, 2015), donde quien tiene más tiempo y manejo de los medios de comunicación y de las redes sociales y las utiliza, exacerbando las emociones con mensajes fáciles, sin importar su contenido, pero que ataquen algunos objetivos (procesos políticos, como la negociación del conflicto; partidos, personas, etc.), ganan la popularidad suficiente para imponer la agenda política y mediática que moviliza al resto de la población (Cfr. Carrillo, 2017).
En el caso de nuestro país, esta lógica bipolar obedece a la idea de que existe un “nosotros” construido en estos discursos: los colombianos de bien que aman su patria, que representan la política de seguridad, la protección y la confianza; en contraposición a “ellos”: las FARC: asesinos, secuestradores, destructores, terroristas, y homicidas con su modelo Castro-Chavista. Esta polarización conlleva a concluir que las guerrillas (Ellos) originan consecuencias desfavorables y “Nosotros” generamos las favorables (Castellanos, 2014).
Ahora bien, en ese “ellos” no solamente se encuentran las FARC, sino que el discurso y la orientación emocional colectiva se dirige hacia aquellos que no están de acuerdo con las estructuras de poder, con las élites y con la opinión pública que han construido a su favor; por esta razón, dentro del enemigo pueden entrar: movimientos sociales, partidos de izquierda, partidarios de la paz, e incluso políticos de derecha que han apoyado el proceso de negociación política con las guerrillas, como el mismo presidente de la república, que adelantó las negociaciones de paz con las FARC, bajo la acusación de entregar el país a este grupo armado y ser promotor del ‘castrochavismo’. Es así como, evocando estrategias de la denominada “seguridad Nacional” (Martín-Baró, 1989) se llegan a descalificar posiciones críticas y disidentes de esta versión dominante y se le formulan acusaciones graves como ‘aliadas del terrorismo’; y aunque esto no equivale a aplicar coerción ni a introducir prohibiciones legales, es inadecuado en un país con antecedentes de violencia como los que tiene Colombia (Nasi, 2007), puesto que pone en entredicho y en riesgo cualquier opción política que no sea la del sometimiento y la imposición.
Es a raíz de esta lógica que se crean diversas tendencias emocionales colectivas, hacia “nosotros” y hacia “ellos”. En el caso de esta investigación esta lógica bipolar se observó al indagar acerca de tres actores del conflicto armado colombiano: las FARC, los Paramilitares y las Fuerzas Armadas. En este proceso se intenta generar un discurso polarizador, que es exacerbado de múltiples formas; por ejemplo, ante actos similares ejecutados por par te de los diferentes actores tenidos en cuenta en la presente investigación, se movilizan orientaciones emocionales divergentes, tal como lo señala García Marrugo (2012) en su investigación, al dar cuenta de la manera como la prensa escrita direccionó los titulares y las noticias en torno a las acciones de las FARC y de los paramilitares, movilizando por un lado el Odio, y por el otro la incertidumbre, la resignación o una tácita aceptación.
En el caso de las Fuerzas Armadas y las FARC, las primeras se representan en una identidad con la seguridad, el orgullo y el patriotismo, tal como se sostiene en la presente investigación; aún luego de recibir información y reconocer las acciones que han ejecutado de manera extralimitada, graves violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional humanitario, no se experimentaron en los participantes, sentimientos de ira, odio o miedo; por el contrario, se tejía una especie de discurso benevolente y comprensivo que matizaba estas acciones. Así al ejército se le atribuyeron cualidades como la protección, el sacrificio y el honor, puesto que es percibido como quien ‘nos cuida’ frente aquel que se ha demonizado como “enemigo absoluto” que genera un enorme temor, es decir, las FARC. Hacia este segundo grupo se elaboran orientaciones emocionales donde priman la indignación, la rabia, la ira, el odio, llegando incluso al asco; con lo cual se moviliza la disposición afectiva colectiva para legitimar cualquier acción violenta que se desarrolle contra este grupo o contra cualquier posición política o ideológica que les sea similar o que simplemente apoye el proceso y acuerdo de paz con ‘ellos’.
De tal manera que un homicidio ejecutado por este grupo armado es la evidencia de su intrínseca maldad, mientras si es ejecutado por los otros actores, como en los, mal denominados, falsos positivos por parte de la Fuerza Pública, o una masacre paramilitar, siempre es evaluada como circunstancial o como parte de la lucha por derrotar o exterminar a ese enemigo, como lo decía una de las participantes: “un daño colateral” (E39). En relación con lo anterior, Ahmed (2015), plantea, además, que la orientación emocional colectiva del miedo presenta como temibles a estos otros, en este caso las FARC, o aquéllos que son relacionados de forma sistemática con el calificativo de ‘terroristas’ o ‘castrochavistas’, como un peligro para la vida y la existencia de ese otro grupo que se autocalifica como ‘la gente de bien’. Así, se justifica la violencia contra el grupo armado, o contra aquellos que son asimilados con él, pues su presencia se siente como una amenaza para la vida propia (Bar-Tal, 2013).
Es así como al intentar exacerbar una polarización política y social, se movilizan estratégicamente orientaciones emocionales de seguridad hacia el “nosotros”, mientras que el miedo se orienta hacia ‘ellos’. Este otro temido, demonizado y responsable de todas las problemáticas, permite vender la idea de que es necesaria la protección y la seguridad frente a ese enemigo común, aunque esto requiera recurrir a una violencia desbordada (Gordillo & Federico 2013), lo que genera que se les reste importancia, e incluso se justifiquen y validen violaciones graves a los derechos humanos, algunas de las cuales han constituido crímenes de lesa humanidad, tal como las que han cometido los paramilitares o la Fuerza Pública.
Además del miedo, está el odio; que ahonda en la distinción entre ‘nosotros’ y ‘ellos’, generando una distancia en la cual se considera a los miembros del grupo contrario como inferiores morales, sin la calidad de humanos (Halperin, 2008; Bar-Tal, 2013). Al considerarlos inferiores, se genera una exclusión moral, a partir de la cual, los otros no son vistos únicamente como psicológicamente distantes, sino que también se les considera como nulidades, prescindibles, que no merecen equidad; por lo tanto, no se tienen obligaciones morales constructivas para con ‘ellos’, aprobándose procedimientos y resultados que serían inaceptables si se aplicaran a ‘nosotros’ (Peña & Opotow, 2011).
Esta orientación emocional colectiva suscita el deseo de dañar o destruir el objeto odiado, y aunque en muchos casos no se realiza, este anhelo se canaliza en otros comportamientos como el aislamiento, el disfrute a costa de su dolor o al tomar acciones políticas contra el mismo (Halperin, 2008). Este deseo se expresó en algunos participantes: “-¿y tú qué harías con ellos? ¡Quemarlos!, meterlos a una cárcel y que se pudran, lo que no sirve estorba” (E13). Como el deseo es tomar acciones políticas en contra del grupo, al considerar que alguna decisión política puede beneficiarlos, como en el caso de las negociaciones de paz:
¿Y qué piensas de estas negociaciones? Que el gobierno se está dejando hacer eso por las FARC porque es que necesitaba todo, nos está entregando en bandeja de plata; es que, es más, ellos son los que están recibiendo, antes el gobierno les está diciendo, ¿Qué más quiere? ¿Qué más? ¿Qué más? pida que aquí hay […] para mí no merecen nada, deberían estar encerrados en una cárcel… Yo no les daría una oportunidad, porque esa gente no cambia (E13).
Esto se constituye en una barrera psicosocial para la paz, puesto que no se trata simplemente de una momentánea reacción, sino que se encarna en un grupo poblacional amplio, donde se incuba el deseo de eliminar al otro o, por lo menos, impedir todo aquello que lo beneficie. Por consiguiente, cuando el odio tiene lugar, los grupos no están dispuestos a asumir compromisos con las negociaciones políticas y menos aún, con la reconciliación (Bar-Tal, 2013, 2017; Halperin & Bar-Tal, 2011).
En este panorama, en el cual se ha construido históricamente una narrativa, que a su vez es generadora de creencias y representaciones sociales, se sostiene la dificultad para el desarrollo, y ahora para la implementación, de un acuerdo de paz con ese otro enemigo (las FARC). Se mantiene la convicción de la necesidad de armarse y contrarrestarlo por la fuerza, puesto que sería la única manera de llegar a la paz: eliminándolo, destruyéndolo. Y sólo cuando esto suceda se terminaría el conflicto y se podría vivir en paz.
Este marco ideológico y esta orientación emocional colectiva es la que ha permitido la legitimación del paramilitarismo en Colombia; pues se cree que este grupo armado “nos protege” frente a la amenaza inminente que representan las FARC. Para que este relato se mantenga, se ha evitado a toda costa que las personas se expongan a narrativas alternativas, en las que se muestren los hechos atroces y la violación de Derechos Humanos y del DIH, cometidas hacia civiles, que podrían posibilitar nuevos marcos de sentido e identidad; mientras se muestran y se exponen únicamente las narrativas hegemónicas, ‘versiones oficiales’ que señalan a las FARC como el enemigo que encarna todos los males, al que se dirige el odio, y por lo tanto, a toda costa, hay que eliminar (García Marrugo, 2012; Angarita Cañas, et al, 2015; Gallo, et al, 2018). Pues bien, este es uno de los discursos sobre los que se erigió el proyecto paramilitar en Colombia. De allí, incluso, a pesar de conocer algunas de estas acciones violentas de estos grupos, se terminan minimizando, justificando o legitimando.
De allí la ambivalencia emocional de los participantes, en relación con este grupo: por un lado, un temor a poder ser una de sus víctimas, y por el otro, la seguridad; puesto que estaban ‘acabando con el enemigo’. En esta construcción del enemigo como un otro deshumanizado, no se reconocen límites morales, ni racionales que obstruyan la decisión de eliminarlo (Bauman, 2011; Bilali & Ross, 2012; González, 2015). Dicha construcción habita principalmente en la mente y el corazón de los sujetos, movidos por la desinformación y la propaganda, que no sólo acapara la opinión pública en un momento dado, sino que también configura narrativas excluyentes que incitan al mantenimiento de la división y de la diferencia (García Marrugo, 2012; Barrera Machado y Villa Gómez, 2018; Martín-Baró, 1989; Bar-Tal & Halperin, 2014; Halperin & Bar-Tal, 2011). Y en este proceso se encubren los intereses reales de quienes se beneficiaron realmente de la estrategia, que en el caso colombiano se ha hecho evidente con el despojo de cerca de 8 millones de hectáreas a los campesinos, a nombre de destruir a la insurgencia (Barrero, 2011).
En algunos casos, las personas que legitiman la causa del proyecto paramilitar, han sido víctimas del mismo, e incluso suelen reconocer su accionar como más violento y sanguinario; sin embargo, es tan fuerte la orientación emocional de seguridad que brindan frente al ‘enemigo que encarna todos los males’, que se genera una enajenación de la historia personal y una mitigación y justificación de su accionar atroz, primando en este sentido el clima emocional de odio generado colectivamente, que el temor sentido individualmente. Sin embargo, tras este panorama desalentador, aún queda una esperanzadora posición, la cual surge a raíz de otras orientaciones emocionales colectivas que, en lugar de funcionar como barreras psicosociales para la paz, facilitan la construcción de esta misma, entre estas podemos encontrar: la esperanza y la empatía que expresaron personas que manifestaron su acuerdo frente al proceso de negociación, sin dejar de reconocer las responsabilidades de los diversos grupos armados en el conflicto.
La esperanza, es fundamental dentro de la resolución de los conflictos de larga duración, ya que implica la concepción de nuevos caminos y comportamientos hacia la meta, aportando a la motivación para apoyar la paz, pues se asocia positivamente con el menor deseo de tomar represalias y una mayor inclinación a perdonar el exogrupo (Cohen-Chen, et al., 2014). Es así como en medio de un conflicto de larga duración, es posible visualizar un futuro diferente en el cual la paz realmente se considera una posibilidad.
Otra de las orientaciones emocionales que posibilitan la construcción de paz, es la empatía, incluso la tristeza, el dolor y la indignación, cuando se vinculan con una orientación empática, permiten la comprensión de ese otro. Así, se deja de percibir al exogrupo como entidad sin humanidad, como engranaje sin alma y comienza a aparecer el rostro de quienes lo conforman; reconociéndolos como seres humanos, no tan distintos a “nosotros”. Así se desarrollan actitudes y acciones que favorecen procesos de negociación y reconciliación. Para lograr resolver los conflictos de manera constructiva, es necesario, como lo menciona Colorado (2015) “mirarnos en el rostro del otro […] para reconocernos con semejanzas y diferencias, y poder enfrentar los retos del presente y construir un futuro más digno para que los horrores vividos no se repitan nunca más”. Al mirarnos en el rostro del otro, es posible la construcción de paz, ya que según Fernández (2007) citando a Ortega y Gasset (1937) “no se puede ignorar que si la guerra es una cosa que se hace, también la paz es una cosa que hay que hacer, que hay que fabricar [...]” (p.259), pero para edificarla, es importante, como plantea Mínguez (2015) “una transformación psicosocial que implique cambios en la manera de pensar, percibir, actuar y sentir, cambios que impliquen la construcción de nuevas subjetividades colectivas” (p.192).
La pregunta, entonces, es: ¿cómo movilizaremos otras emociones que promuevan la paz y permitan forjar un camino diferente al que siempre hemos tomado? Como hemos visto, las orientaciones emocionales colectivas que se han configurado como barreras psicosociales no son simples reacciones biológicas, ni formas naturales de responder a un suceso, sino que, por el contrario, han sido configuradas a través de diferentes mecanismos, como el discurso público y los medios de comunicación, la educación e incluso la socialización primaria.
Y es precisamente a través de la deconstrucción de estos mecanismos que podemos configurar orientaciones emocionales que viabilicen la construcción de paz, pues el humanizar al otro será difícil si lo único que se escucha de este es lo inhumano y atroz que ha sido. Si al mostrar las acciones violentas y el sufrimiento vivido, no se exacerban los mismos, sino que además se visibiliza la historia que existe detrás de estos seres humanos, sus propios sufrimientos y pérdidas, o se puede comprender que en esta guerra todas las partes han cometido atrocidades y han atentado contra la sociedad, podrán emerger orientaciones emocionales colectivas como la empatía y la esperanza, una indignación que no se dirige al actor, sino a la situación y a la necesidad de transformarla, una tristeza y un dolor que evidencien la condolencia con el sufrimiento de las víctimas y que permita superar la indolencia frente a sus padecimientos, aunando esfuerzos para que nunca más a nadie vuelva a ocurrirle lo que en este país ha ocurrido a más de ocho millones de personas. Se puede empezar a reconocer a cada otro y a cada uno como humano, y con humanos sí es posible negociar, acordar, hacer la paz y perdonar.