Las plantas componen la mayor parte de la biomasa del planeta Tierra (Bar-On, Phillips & Milo 2018). Son esenciales para la supervivencia humana, ya que mantienen el equilibrio de nuestros frágiles ecosistemas. Dentro de las formas de conocimiento modernas, sin embargo, las plantas suelen ser abordadas como aquello a lo que Jane Bennett llama «materia inerte» (2010, viii) : presencias ontológicamente separadas de nuestros mundos humanos y naturalizadas como objetos para ser explotados, consumidos o administrados (Aloi, 2018; Moore, 2016). En tiempos de una debacle medioambiental, este enfoque instrumental a la vida botánica ha creado situaciones desconcertantes. La intervención del gobierno brasileño en la Conferencia de Cambio Climático de la ONU en 2021 (COP26) es un buen ejemplo de ello. Luego de afrontar dos años de reacciones negativas debido al dramático aumento en las tasas de deforestación en la Amazonía, el gobierno de Jair Bolsonaro se comprometió a lograr la neutralidad climática para el año 2050. Durante su discurso oficial, Joaquim Leite, ministro de Medio Ambiente, reconoció que Brasil enfrenta importantes desafíos ambientales. Estudios recientes han demostrado que la Amazonía emite más dióxido de carbono del que absorbe, una situación crítica que está relacionada con el rápido desarrollo agroindustrial en la región (Gatti et al., 2021). Sin embargo, Leite afirmó en su discurso que el país luchará contra estos desafíos sin dejar de ser una potencia agrícola. «Donde hay mucho bosque», dijo el ministro, «también hay mucha pobreza». Esta es una declaración sin duda desconcertante y que resuena con el llamado de Bolsonaro a transformar la Amazonía en un complejo agroindustrial, pero lo que me interesa resaltar con esta viñeta es cómo incluso en las discusiones ecológicas más urgentes hay una desconexión radical entre la violencia cometida contra las presencias botánicas de las que dependemos, y los efectos humanos de estas violencias.
En la teoría crítica, hay una larga tradición de pensamiento que atiende a cómo y a través de qué lógicas opera la instrumentalización de la vida vegetal (ver Smith, 2008). En las sociedades occidentales modernas, se sostiene, las plantas suelen narrarse en términos colectivos y neutrales, y su existencia se revela como culturalmente relevante en tanto esté en relación con el uso o consumo humano -bosques, paisajes, cultivos o agricultura-. Sin embargo, este fenómeno se ha convertido en un asunto de reciente discusión entre investigadores interesados en entender cómo las fuerzas antropogénicas operan en los procesos de devastación ambiental global del presente. Como sugieren Gagliano, Ryan & Vieira (2017) , esta suerte de «ceguera moderna» ante las plantas es hoy día un asunto que sobrepasa las preocupaciones tradicionales sobre la representación y el logocentrismo, que refleja una dificultad para comprender el entrelazamiento íntimo entre la vida humana y el mundo vegetal, y que limita las maneras de atender y cuidar de aquellas presencias que posibilitan la supervivencia colectiva. Interesados en las políticas del Antropoceno, estos investigadores también han comenzado a explorar disposiciones socioculturales divergentes con el fin de abrir nuevos diálogos desde donde puedan surgir, nutrirse y sostenerse ecologías de interdependencia y resiliencia (Haraway, 2016; Lyons, 2020; Seymour, 2020; Alaimo, 2010). Parafraseando a la antropóloga Natasha Myers, las lógicas del Antropoceno ya no pueden ofrecer una salida a su violencia antropogénica y, por lo tanto, «es hora de lanzar otro tipo de hechizo, de convocar otros mundos, de conjurar otros mundos dentro de este mundo» (Myers, 2021). Comprometido con la disrupción y la experimentación radical, este giro hacia las plantas y la vida vegetal es entonces una invitación a sentir, conocer y a reconectarnos con las fuerzas botánicas más allá de los estrechos parámetros de la modernidad, con el fin de imaginar, cultivar y fomentar otros mundos posibles.
Este artículo ofrece una lectura a tres trabajos investigativos que exploran relaciones solidarias y más-que-modernas entre los humanos y la vida vegetal. Si bien el giro analítico hacia la vida vegetal se ha desarrollado principalmente en contextos académicos del norte global, aquí busco indicar una reciente polinización cruzada entre este campo en composición y los estudios culturales latinoamericanos. Basándose en los legados de las cosmologías amerindias, décadas de pensamiento poscolonial y estudios sobre la hibridez sociocultural, los estudios culturales latinoamericanos resultan ser un terreno rico y fértil para el florecimiento de diálogos sobre visiones divergentes del progreso, la individualidad, la ecología y la sociedad. El contexto latinoamericano, además, puede ofrecer lecciones importantes sobre prácticas con las cuales podemos contrarrestar el agotamiento ambiental del presente. Comenzaré a situar esta conversación ofreciendo una lectura al volumen de Monica Gagliano, John Ryan y Patrícia Vieira The Language of Plants: Science, Philosophy, Literature (2017). Seguidamente reseñaré dos trabajos recientes que atienden a la participación activa de las plantas en los mundos ecosociales de América Latina. En Plant Kin: A Multispecies Ethnography in Indigenous Brazil (2019), Theresa Miller estudia las prácticas de cuidado y afecto que nutren las relaciones de parentesco entre humanos y plantas en Brasil. Similarmente, el libro de Lesley Wylie The Poetics of Plants in Spanish American Literature (2020) explora cómo los imaginarios sobre el mundo vegetal han sido fundamentales para articular disensos políticos en el pensamiento poscolonial latinoamericano. Al atender a las maneras en que los enredos botánicos posibilitan nuevas maneras de sentir, pensar y rehacer los contextos ecosociales inmediatos, estos trabajos ofrecen importantes reflexiones sobre el rol de los afectos, la imaginación política y las éticas multiespecie en tiempos del Antropoceno.
Lenguajes botánicos
Lo que aquí he llamado el giro botánico en los estudios culturales -algunas veces referido como el «giro hacia la vida vegetal» y otras como los «estudios críticos sobre las plantas»- es una conversación subterránea entre investigadores en las humanidades y las ciencias sociales, la cual se ha desarrollado a lo largo de las últimas dos décadas principalmente en el norte global, pero que recientemente ha atraído a una generación de jóvenes investigadores en América Latina (Rosa, 2019; Lyons, 2020; Hernández & Rueda, 2020). La provocación seguida por sus participantes no ha sido necesariamente la de pensar sobre las plantas sino la de pensar con o en medio de las plantas. Para ello, los investigadores del giro botánico han rearticulado un conjunto de discusiones propias al pensamiento poshumanista, la ecocrítica, la etnografía multiespecie, la geografía feminista y la ecología queer, llevándolas más allá de sus límites disciplinares (Kohn, 2014; Tsing et al., 2017; Aloi, 2018). En esta urdimbre de saberes, un importante número de contribuciones conceptuales han provenido de la antropología cultural contemporánea, tales como la reflexión sobre las prácticas y condiciones de posibilidad a través de las cuales los interlocutores pueden revelarse a sí mismos en sus propios términos (de la Cadena, 2021). Igualmente, los participantes en el giro botánico toman de los innovadores diálogos entre filósofos y expertos en botánica en torno a las concepciones del Ser vegetal, su intencionalidad, inteligencia y comportamiento, con el fin de expandir conceptualizaciones sobre la vida humana para que en ellas quepa la expresión de las formas de vida más-que-humanas (Hall, 2021; Marder, 2013; Coccia, 2018; Gagliano, 2018). Por último, el giro botánico se ha nutrido de las urgentes reflexiones sobre las posibilidades de vida y muerte en el Antropoceno al evaluar críticamente la delgada línea que divide las formas «ambiental» y «humana» la cual anima las lógicas de consumo de las presencias botánicas en el presente (Myers, 2021).
El volumen editado por Monica Gagliano, John Ryan y Patrícia Vieira The Language of Plants: Science, Philosophy, Literature (2017) demuestra el alcance y los contornos de esta conversación. Como tal, el volumen es el resultado de una serie de conferencias académicas en las que sus participantes intentaban escuchar -y reflexionar sobre las prácticas que implicaría este modo de escucha- aquello que las plantas tienen que decir sobre sí mismas. A nivel conceptual, el volumen propone descolonizar el sentido común humanista al permitir que las plantas redefinan lo que decimos a partir de nociones tales como sensibilidad, comunicación y conocimiento. El libro es una contribución a las conversaciones amplias en los estudios poshumanos y multiespecie, campos que intentan descentrar la figura del Ser humano en la teoría social, y experimentar con epistemologías emergentes en sintonía con la expresión de agenciamientos no-humanos (Ogden, Hall & Tanita, 2013; Meijer, 2019). En este volumen, concretamente, estas provocaciones plantean varias preguntas generativas sobre la comunicación no-humana tales como aquellas sobre las dimensiones y texturas del lenguaje, la posibilidad de traducción multiespecie, o la relación entre inteligencia e intencionalidad. Estas preguntas, a su vez, resuenan con trabajos innovadores tales como How Forests Think (2014) de Eduardo Kohn, ya que demandan nuevas herramientas con las cuales pensar la expresión no-humana y reflexionar sobre cómo estas conceptualizaciones emergentes acarrean profundas implicaciones a las maneras en que abordamos la política y la ética de nuestros tiempos. Hacerlo, sugieren los editores del volumen, requiere pensar por fuera de las categorías totalizadoras de la metafísica occidental y, por lo tanto, trazar un nuevo camino hacia un enfoque más abierto y menos instrumental, no solo frente a las relaciones sociales sino también con el medio ambiente (Gagliano, Ryan & Vieira, 2017, p. xv).
The Language of Plants incluye una serie de ensayos de autores cuyos trabajos han sido centrales para el desarrollo del giro botánico en tanto conversación académica. En esta capacidad, es un volumen que logra definir algunos de los contornos del campo emergente, y que articula una agenda de investigación cohesiva sobre la expresión botánica a partir de conversaciones interdisciplinares. La introducción al volumen presenta un mapa robusto con el cual rastrear las diversas trayectorias de investigación sobre el lenguaje de las plantas dentro de la investigación científica, filosófica y literaria; y así mismo señala sus puntos de convergencia. Esta demarcación tripartita refleja la perspectiva amplia a través de la cual los temas editoriales han sido abordados y sirve de estructura narrativa al volumen. Siendo así, el libro se divide en tres secciones que pueden leerse de acuerdo a las afinidades disciplinares del lector: ciencia, filosofía y literatura. Más aún, el volumen en su conjunto ofrece una suerte de diálogo y continuidad entre las ideas exploradas a lo largo de diferentes capítulos. Por ejemplo, el ensayo de Richard Karban ofrece una descripción robusta sobre cómo las plantas responden a estímulos -tales como la luz o los recursos químicos- con el fin de recordar, predecir y relacionarse con sus contextos inmediatos. Estos modos de conceptualizar la comunicación botánica se amplían más tarde en el ensayo de Christian Nansen sobre señales radiométricas, así como en el estudio de Robert Raguso y Andre Kessler sobre los intercambios químicos botánicos; argumentos que se sostienen y reformulan a través de las reflexiones fenomenológicas de Monica Gagliano. Sin duda una interesante apuesta transdisciplinar.
Como mencionaba anteriormente, la principal contribución del volumen es la de evaluar críticamente las nociones e ideas que sostienen el excepcionalismo humano dentro de las teorías sobre la producción y el uso del lenguaje. Para hacerlo, varios de los autores contribuyentes cuestionan las maneras de lenguajear las plantas, concepto que aquí ofrezco para atender a las prácticas ontoepistémicas que oscurecen o distorsionan la capacidad de la vida vegetal para expresarse en sus propios términos. Igualmente, a través de los lentes analíticos que ofrece el volumen, la expresión vegetal se reformula no desde lo discursivo sino como una forma de habitar y componer mundos. Es interesante notar cómo varios trabajos en este volumen recurren a enfoques fenomenológicos del lenguaje que, divergiendo de la semiótica francesa y la teoría de los signos, conceptualizan el lenguaje a través de una pragmática encarnada. Pensando en medio del Antropoceno, puede llegar a ser productivo imaginar un futuro diálogo entre estos trabajos y la tradición más amplia de pensadores latinoamericanos que han explorado cuestiones sobre la enunciación y el silencio a través de la expresión somática en contextos de violencia y confrontación armada (Taylor, 2006; Parpart, 2013). A lo largo de los capítulos, la expresión corporal de las plantas puede leerse como una manifestación de experiencia, memoria, sensibilidad, agencia y capacidad: un enfoque metodológico que, de cierta manera, resuena productivamente con trabajos tales como el de Kimberly Theidon (2012) en el Perú. A través de lentes botánicos, estos son modos de expresión que resisten su tergiversación y desafían las narrativas modernas que representan el silencio como la incapacidad expresiva de aquellos seres retóricamente carentes. El artículo de Isabel Kranz sobre el lenguaje de las flores y el de Patricia Vieira sobre la literatura como escritura vegetal son excelentes ejemplos sobre cómo la comunicación separa y compartimenta a los humanos y las plantas en planos de existencia incomunicados, pero cómo la vida vegetal tiende a romper esta compartimentación a través de la expresión corporal. Siendo así, sugiero que los escritos en este volumen pueden ofrecer novedosas herramientas con las cuales abordar las múltiples y complejas maneras a través de las cuales el lenguaje ordinario «captura» ciertas formas de vida y les sustrae su agencia, y al mismo tiempo cómo las formas de vida resisten silenciosamente la captura de su enunciación.
The Language of Plants, he señalado, es un libro que articula una multiplicidad de vetas investigativas sobre la expresión de las plantas y al mismo tiempo brinda una base conceptual para formular importantes preguntas y reflexiones dentro de esta conversación emergente. Si bien el volumen no tiene un foco regional específico y tampoco hay ensayos que consideren las plantas en América Latina como objeto de análisis, hay importantes resonancias entre las investigaciones sobre la expresión de las plantas y trabajos contemporáneos en los estudios latinoamericanos que aquí merecen ser mencionadas. Los editores del volumen proponen aprender a escuchar lo que dicen las plantas y, de paso, aprender a construir mundos inclusivos y resilientes. Los estudios decoloniales y subalternos, en tanto exploraciones a las lógicas de la violencia y la representación colonial, encontrarán herramientas útiles con las cuales leer los archivos históricos más allá de la figura de lo humano. Del mismo modo, los editores ofrecen una aproximación relacional y material a la comunicación en tanto coproducción entre diferentes formas de vida, lo que Donna Haraway (2016) llama sympoiesis. Este modo de conceptualizar el lenguaje ofrece importantes reflexiones para los estudios de comunicación, lo que podría llegar a revitalizar los debates sobre la mediación, la transculturalización y la hibridez (García Canclini, 1989; Martín-Barbero, 1993), y a su vez estimular aún más los debates sobre la política más-que-humana (de la Cadena, 2015; Meijer, 2019). Por último, el volumen muestra cuán productivos pueden ser los intercambios académicos horizontales y transdisciplinarios cuyo fin es desafiar los marcos habituales de pensamiento contemporáneo. En múltiples capacidades, The Language of Plants podría servir como modelo para futuras iniciativas editoriales que operen desde la acción colectiva, bien sea en el giro botánico o en los estudios culturales.
Si bien es una apuesta editorial ambiciosa, hay líneas de argumentación que podrían ampliarse. Propongo considerar dos, en particular, pues estas reflejan algunos de los límites conceptuales y metodológicos que circunscriben a esta emergente conversación académica. Primero, el volumen tiende a establecer sus demarcaciones y afinidades analíticas dentro de tradiciones de pensamiento propias al norte global: Europa continental, Inglaterra y los Estados Unidos. Si bien desarrollar un marco intercultural desde el cual atender al lenguaje botánico sería idealista -por decir lo menos-, pensar en torno a la modernidad occidental también implica pensar desde la porosidad de sus márgenes. En los estudios culturales latinoamericanos, el pensamiento fronterizo ha insistido durante mucho tiempo en la fertilización cruzada entre las cosmologías indígenas, negras y occidentales, la cual da origen al binomio sujeto/objeto moderno (Mignolo, 1999). Considerando específicamente el lenguajear de las plantas, abordar los cruces, movimientos, hibridaciones y transgresiones a los límites socioculturales habría podido ser excepcionalmente productivo ya que, por ejemplo, es a través del contacto socioecológico en el Gran Caribe que gran parte del lenguaje de la botánica occidental fue construido. En segundo lugar, si bien los editores y autores hacen un fuerte énfasis en la naturaleza relacional de la expresión botánica, el volumen carece de una sólida reflexión sobre los compromisos contextuales o experienciales entre los contribuyentes y las plantas y sus lenguajes -esto es algo sorprendente si consideramos el rápido desarrollo de los estudios culturales multiespecie-. Los enfoques etnográficos o fenomenológicos, que son piedra angular de gran parte de lo que conocemos como estudios culturales latinoamericanos, podrían haber planteado preguntas interesantes sobre la participación actual de las plantas en nuestra vida cotidiana. En esta misma dirección, también existe una importante tradición de investigaciones etnobotánicas en América Latina interesada en la interacción socioecológica que, articulada a las preguntas propias del giro botánico, podría ofrecer importantes apuntes sobre cómo nuestros mundos han sido históricamente coproducidos entre humanos y no-humanos (Andel et al., 2013; Bush et al., 2015; Clement et al., 2015).
Expresión botánica en América Latina
En América Latina, el giro botánico se ha venido configurando como un sitio desde el cual pensar transdisciplinariamente en torno a la especificidad socioecológica de la región. Sus participantes especulan, atienden, interrumpen y recomponen los enredos entre humanos y no-humanos a través de una amplia gama de prácticas las cuales van desde encuentros artísticos con subjetividades no-humanas (Estado vegetal de Manuela Infante o Cartografías invisibles de Ana Laura Cantera), conceptualizaciones etnográficas sobre la comunicación vegetal (Lyons, 2020), hasta estudios de obras literarias que rechazan la reducción a la complejidad botánica (Rosa, 2019). Hasta cierto punto, la recepción del giro botánico en América Latina podría caracterizarse por su experimentación conceptual y práctica. Al generar espacios de apertura indisciplinada, sus practicantes están recomponiendo algunas de las ideas centrales movilizadas por académicos del norte global de manera que estas respondan a sus agendas de investigación en entornos socioecológicos complejos. Dos libros recientes sobre los lenguajes y la expresión de las plantas latinoamericanas iluminan esta trayectoria. Pensando en medio de la vitalidad del Amazonas, Plant Kin (2019) de Theresa Miller es el resultado de una rica investigación etnográfica sobre las prácticas a través de las cuales las plantas y los humanos llegan a sentirse, conocerse y afectarse mutuamente. The Poetics of Plants in Spanish American Literature (2020) de Lesley Wylie estudia detenidamente la expresión vegetal en prácticas literarias y artísticas hispanoamericanas. En lo que resta de este artículo, reseñaré estos dos trabajos y señalaré cómo contribuyen conceptual y prácticamente a la agenda del giro botánico al explorar visiones divergentes a la ecología, sociedad, humanidad y al agotamiento ambiental en América Latina.
El trabajo de Theresa Miller, Plant Kin es un estudio etnográfico sobre una comunidad indígena multiespecie que habita un territorio rodeado por el agotamiento antropogénico: la región del Cerrado en Brasil. Miller se enfoca en la comunicación sensorial entre la comunidad Canela humana y no-humana, y demuestra cómo las prácticas táctiles fomentan el bienestar multiespecie y la resiliencia ecosocial ante las transformaciones ambientales del presente. Más aún, Miller argumenta que las relaciones sensoriales entre los humanos y las plantas de la comunidad son la base para la configuración de lazos y relaciones de parentesco multiespecie y, especulo, de maneras para reconocerse mutuamente como seres que merecen ser cuidados. El andamiaje conceptual del libro se erige a partir de investigaciones realizadas por varios de los autores que contribuyen en The Language of Plants y, en este sentido, su participación en el naciente campo de los estudios críticos sobre las plantas es axiomática. Sin embargo, el libro también podría leerse como una intervención en aquella conversación concretamente Latinoamericana sobre las relaciones afectivas entre humanos y plantas, la cual incluye valiosos estudios etnográficos como Vital Decomposition (2020) de Kristina Lyons y An Ecology of Knowledges (2020) de Micha Rahder. En esta dirección, el libro hace una contribución significativa al ofrecer un abordaje metodológico innovador con el cual estudiar ecologías afectivas pequeñas y localizadas a partir de las experiencias sensoriales en encuentros multiespecies.
Como sugieren Karban (2021) y otros, la comunicación botánica es una experiencia táctil. En Plant Kin, el tacto emerge como una relación corporal a través de la cual los humanos interactúan con la expresión de las plantas, lo que permite a la autora considerar lenguajes más allá de los estrechos parámetros de la comunicación simbólica. Para ello, Miller explora las prácticas táctiles que ocurren en la jardinería de la comunidad Canela, llevando al lector a encontrarse con jardineras atendiendo a sus plantas de una manera muy similar -argumenta Miller- a como una madre toca y aprende sobre sus hijos. Así aprendemos que, a través de relaciones basadas en el tacto, las jardineras Canela no entienden a las plantas como objetos para ser consumidos, sino como parientes que nutren a la comunidad. Empíricamente, este argumento se basa en un compromiso etnográfico de casi una década de trabajo con las jardineras y se basa en una novedosa metodología que la autora llama una etnobotánica sensorial. Este marco investigativo se conceptualiza como una articulación de herramientas y prácticas investigativas propias a la fenomenología sensorial, antropología afectiva y los estudios novedosos sobre comunicación botánica, el cual permite a la investigadora atender al registro táctil desde una perspectiva ecocultural. Al mismo tiempo, el libro se nutre de investigaciones cuantitativas y cualitativas y de un sólido estudio histórico sobre las ecologías de coexistencia social en la región, llevando así al lector a explorar una infinidad de texturas y dimensiones ecosociales que van desde crónicas del siglo XIX hasta la cuidadosa observación a las redes de parentesco local.
Lo que los lectores encuentran en la investigación de Miller es un complejo mundo compuesto por complejos entramados relacionales entre humanos y plantas, los cuales son dinámicos y transforman a sus participantes. Hasta cierto punto, pensar a través de los jardines selváticos latinoamericanos le permite a la autora encontrar más que plantas singulares -y sus cuidadores humanos-: una ecología de prácticas que coconstituyen mundos. Si bien esta propuesta exige una argumentación igualmente compleja, la estructura del libro responde bastante bien a ello. Como tal, el libro abre con dos capítulos introductorios, uno conceptual y profundamente comprometido con la antropología fenomenológica, y otro histórico-comparativo que contextualiza al lector con una larga tradición de estudios etnográficos realizados en la amazonia. Los capítulos tres a cinco reflexionan sobre el extenso trabajo etnográfico de Miller y ofrecen viñetas que invitan al lector a reflexionar a partir de las experiencias sensoriales de sus diversos interlocutores -mujeres, niños, chamanes, entre otros-. El capítulo cuatro, sobre las prácticas de nombrar y categorizar las plantas, es un buen ejemplo de cómo se desarrolla el argumento del libro, ya que explora las prácticas de observación cuidadosa en relación a la emergencia de procesos de intercambio, comunicación, cuidado entre plantas y humanos. El libro concluye discutiendo las devastadoras realidades del Antropoceno en la región, e invita a los lectores a conectar las nociones contemporáneas de resistencia ambiental con las prácticas de cuidado en las comunidades indígenas. A lo largo de este trabajo, la comunicación entre humanos y plantas es mucho más que una provocación intelectual. Es un compromiso actual del que pueden surgir nuevas herramientas para urdir mundos sostenibles en un presente marcado por sus rápidos cambios.
El libro de Lesley Wylie The Poetics of Plants in Spanish American Literature, de igual manera, ofrece un estudio sobre la expresión vegetal y la coproducción de mundos multiespecies en América Latina. En este caso, sin embargo, su autora lo hace a partir del análisis de prácticas literarias y artísticas. Atendiendo a los entrecruces entre formas botánicas y culturales, el trabajo de Wylie es un esfuerzo por explorar los lenguajes vegetales en la poética poscolonial del disenso. Al presentar una lectura cuidadosa a las narrativas de las plantas dentro del canon literario hispanoamericano, el libro revela los profundos enredos entre la expresión vegetal, los imaginarios localizados acerca de la supervivencia ecosocial, y las raíces del disenso en el pensamiento político y moral de la cultura hispanoamericana. El lenguaje florido del barroco, por ejemplo, adquiere aquí un nuevo matiz que más que reflejar las determinaciones estilísticas o discursivas del autor (el lenguajear de las plantas), señala las aperturas estéticas que la vitalidad botánica ofreció al pensamiento político del Caribe. Así, el libro propone un andamiaje conceptual productivo con el cual atender a la expresión botánica como un eje articulador de identidades disidentes e imaginarios contrahegemónicos desde el período colonial al presente (Wylie, 2020, p. 4).
The Poetics of Plants es el resultado de una investigación robusta. La provocación seguida y declarada por su autora es, al igual que las otras obras aquí reseñadas, aquella por la escucha atenta a las voces de las plantas dentro del canon hispanoamericano. A lo largo del libro, Wylie presta atención a las descripciones y acciones a través de las cuales emergen las plantas en las narrativas, su lenguaje metafórico y simbolismo en el pensamiento poético y en las prácticas artísticas. Uno de los desafíos centrales del libro es cómo marcar los contornos de la cultura poscolonial hispanoamericana como un sitio de análisis. En este sentido, Wylie ha seleccionado cuidadosamente productos culturales que representan el canon literario y artístico tradicional, y a la vez incorporando importantes voces disidentes. Para abrir la poética del lenguaje vegetal a su análisis, Wylie toma prestada la noción de «pensamiento vegetal» de Michael Marder como estrategia para conceptualizar los modos de expresión no-ideacionales que surgen a partir de la proliferación botánica como manera de componer mundos ecosociales (Marder, 2013). Al igual que han sugerido otros trabajos dentro del giro botánico, pensar con las plantas es quedarse con lo inmanente a fin de superar los límites epistémicos de la metafísica occidental (Coccia, 2018). Así, más que explorar las plantas como recursos estilísticos empleados por artistas y escritores, Wylie revela el trabajo de lo botánico en la producción de disenso en paralelo a las determinaciones ideológicas de quienes escriben. En los escritos modernistas de Andrés Bello, por ejemplo, las plantas expresan poéticas antiagrarias que alertan sobre el riesgo de sacrificar vidas no-humanas en el contexto de la expansión de las economías de plantación. De igual manera, al leer el lenguaje florido en María de Jorge Isaacs, Wylie señala nuevas posibles lecturas feministas a la novela.
The Poetics of Plants se divide en cinco capítulos. Los tres primeros abordan trabajos artísticos y literarios que tensionan formas y géneros narrativos a través de sus temas botánicos, mientras que los dos últimos se ocupan de obras que exploran las correspondencias entre la vida vegetal y la humana. El libro indaga un extenso corpus compuesto de diversas formas culturales, señalando así que el pensamiento botánico es una fuerza recurrente en la producción cultural hispanoamericana que transgrede barreras históricas y geográficas. Este es un argumento que, como reconoce Wylie, se nutre de una larga tradición de trabajos ecocríticos (Heffes, 2013) y que resuena, por ejemplo, con el ensayo clásico de Jorge Marcone (1998) sobre Ciro Alegría y la «novela de la selva», o más recientemente con los estudios sobre el paisaje de Andermann (2018) . Sin embargo, vale la pena resaltar dos contribuciones que hace Wylie a esta tradición. Primero, el libro profundiza en la discusión sobre la presencia de plantas en la configuración de las culturas hispanoamericanas al considerar los modos generativos de conceptualizar la vida vegetal propias a las discusiones del giro botánico contemporáneo. En segundo lugar, el libro argumenta explícitamente que las relaciones humano-plantas en la cultura hispanoamericana han contribuido a desestabilizar los modos de pensamiento hegemónicos y, al mismo tiempo, a articular discursos, imaginarios y estéticas contrahegemónicas. Un argumento que hace de las plantas un importante agenciamiento político en la historia regional.
Es en esta atención a la circulación, producción, descomposición y recomposición vegetal en los modos de pensar y actuar donde encuentro una interesante contribución a los estudios culturales desde el giro botánico latinoamericano. A través de sus investigaciones sobre formas culturales, tanto Wylie como Miller sugieren que, al prestar atención a las capacidades de composición de las plantas, la división ontoepistémica entre lo botánico y lo humano se empieza a deshacer: lo humano no solo se hace un poco más planta, sino que las plantas también empiezan a definir lo que es ser humano. Si bien esta apuesta por la transgresión ontológica a la modernidad no es necesariamente un argumento reciente en los estudios culturales latinoamericanos (Viveiros de Castro, 2005), los libros aquí reseñados ofrecen un diálogo productivo en torno a la expresión vegetal, así como importantes reflexiones sobre maneras de convivir en la diferencia. En The Poetics of Plants, específicamente, esta idea se desarrolla claramente en el tercer capítulo, el cual discute el concepto del barroco en el pensamiento de Alejo Carpentier. Como varios de sus contemporáneos, Carpentier se interesó por las fuerzas que componen la identidad latinoamericana. Sin embargo, Wylie sugiere que en el trabajo de Carpentier la pregunta por la identidad latinoamericana no se enmarca en términos de identidades culturales o raciales -como lo habría sido el caso en el pensamiento de Vasconcelos, por ejemplo- sino que esta emerge en medio del desorden ontológico que rehace lo humano y lo no-humano a partir de nuevas formas de habitar el territorio; un enraizamiento.
Como sostiene Wylie, estas proposiciones post humanas -que articulan lo material, lo botánico y lo cultural- responden a una trayectoria intelectual distintivamente latinoamericana, la cual se nutre de los legados de las cosmologías amerindias y sus relaciones de proximidad con el territorio y sus ecologías. Siguiendo la propuesta de Wylie, también podemos especular cómo el animismo amerindio nutre y da forma a imaginarios sobre futuros colectivos alternativos e intensamente relacionales en el presente. En este sentido, pensar en la coyuntura latinoamericana nos obliga a considerar qué significan nociones totalizadoras tales como «lógicas antropocénicas» o «metafísicas occidentales» -desplegadas reiteradamente dentro de las humanidades ambientales y el giro botánico anglófono- y cuál es su riqueza analítica para un contexto regional marcado por la hibridez y la polinización cruzada. De igual manera, el trabajo de Wylie señala la presencia de visiones divergentes del progreso, la individualidad y la sociedad en el canon literario y no sobraría preguntarse cómo estos discursos del disenso político y moral pueden servir para imaginar nuevos modos de atender y cuidar diversas formas de vida en tiempos del Antropoceno. Pensar a través de mundos botánicos en América Latina, sugiero a partir de estos dos trabajos, permite plantear preguntas cruciales sobre cómo podemos desarrollar comprensiones más-que-modernas que redefinan el espacio de lo común en un contexto en que la línea que divide el fondo (lo «natural») y aquello que ocurre en el primer plano (nuestra vida cotidiana) se empieza a desdibujar.
Comentarios finales
El giro hacia la vida vegetal en los estudios culturales es una respuesta urgente a la presente devastación ambiental de alcance planetario. Como campo académico en composición, esta es una conversación que reúne una multiplicidad de compromisos investigativos interesados en la vida y la expresión de las plantas, y al mismo tiempo plantea preguntas urgentes sobre los conceptos con que generalmente explicamos -y separamos- la vida humana. Quienes trabajan desde el giro botánico están ampliando los lentes analíticos de las humanidades y las ciencias sociales con el fin de cultivar e imaginar nuevas sensibilidades y prácticas de cuidado ante las formas de vida más-que-humanas. El volumen editado de Monica Gagliano, John Ryan y Patrícia Vieira The Language of Plants es una contribución importante a esta conversación, pues articula un marco común y ofrece una base conceptual sólida para futuras investigaciones. The Poetics of Plants y Plant Kin ilustran cuán generativo puede ser el encuentro entre las conversaciones en el giro botánico y los estudios culturales latinoamericanos. Estos trabajos también señalan cómo la especificidad de la región puede generar preguntas reflexivas sobre formas no-modernas de relacionarse con la vida vegetal y, al hacerlo, contribuir a la conversación general del giro botánico.
Los puntos de contacto entre los estudios culturales latinoamericanos y el giro botánico se encuentran en proceso de formación. Como espacio intelectual y creativo del norte global, el giro botánico invita a que los investigadores no solo piensen sobre los seres que mantienen la vida en nuestros mundos, sino también desde modos de expresión que fomenten diálogos para mundos sostenibles y habitables. Con una larga trayectoria de investigaciones relacionadas con las nociones de hibridez, mediación, mestizaje, experiencia y expresión, los estudios culturales latinoamericanos pueden ofrecer alternativas generativas por fuera de las categorías totalizadoras de las culturas occidentales y de la academia del norte global. Pensar desde las plantas en América Latina es pensar a través de selvas y sus enredos, ya que es a través de estos encuentros densos que pueden surgir definiciones novedosas sobre cómo entender lo humano, lo social, lo botánico y lo ecológico. Al detenerse en las realidades materiales planteadas por el agotamiento medioambiental impulsado por el Antropoceno, este entrecruce de conversaciones académicas también puede ofrecer importantes herramientas con las cuales pensar acerca de los modos de cultivar mundos resilientes. Para quienes escribimos desde los estudios culturales, la relacionalidad de los mundos más-que-humanos también puede ser un sitio fértil para imaginar prácticas que fomenten la inclusión de la diferencia. La pregunta entonces no es si, sino cómo las plantas pueden ayudarnos a reformular las prácticas políticas y éticas necesarias para reimaginar América Latina de otra manera.