Introducción
A principios de los años noventa, el médico Ignacio Manuel Zarante escribía de forma contundente que: «De ahora en adelante, cuando alguien piense conocer de verdad a Colombia, tendrá que hablar de la Expedición Humana» ( 1992, p. 31). Este programa que, según Zarante, marcaba un hito en el verdadero conocimiento del país, se asocia al Instituto de Genética Humana de la Universidad Javeriana y al trabajo de un equipo interdisciplinario liderado por el médico genetista Jaime Bernal. 2 Más de veinte años después, la sentencia de Zarante parece sobredimensionada y seguramente resultado de la euforia de un novedoso y prometedor programa que nacía con grandes pretensiones.
Este artículo presenta algunos aspectos de la historia y características de lo que fue el programa de la Expedición Humana. A partir de un examen de textos, publicaciones y documentos de archivo, se describen los términos en los que se establecieron sus objetivos y de la manera en que enmarcaban su labor. Posteriormente, me detengo en un álgido debate detonado por un documental titulado Cazadores de genes que, un par de años después de su aparición, propició que líderes indígenas nacionales cuestionaran los términos en los cuales el programa de la Expedición Humana concebía sus prácticas de investigación científica y de relación con las poblaciones estudiadas.
Finalmente, evidencio algunos de los supuestos que constituyen los discursos de la Expedición Humana en particular en su pretensión de estar en el mismo nivel histórico de la Expedición Botánica y de la Comisión Corográfica, así como el de concebirse como un hito histórico para «el conocimiento real de lo que es la población colombiana 500 años después de la llegada de los españoles a América» ( Bernal, 1989, p. 1). Termino mostrando cómo las categorías y representaciones articuladas por la Expedición Humana reproducen no solo un pensamiento racial, sino un lugar de enunciación de un sujeto de privilegios de clase, raza y de lugar.
El programa de la Expedición Humana 3
Lo que se bautizó como «Expedición Humana 1992» fue un ambicioso programa de investigación interdisciplinario de varios años que involucraba profesionales y estudiantes de diferentes disciplinas principalmente de la Universidad Javeriana, cuyo propósito primordial, como lo indica su subtítulo, «A la zaga de la América oculta», se concebía como un desvelamiento de una verdad que había estado por largo tiempo encubierta. El programa operaba desde «expediciones» a zonas marginales para «visitar» ciertas «comunidades aisladas» (muchas de ellas indígenas) en aras de realizar una serie de estudios que se acompañaban de un equipo médico y odontológico de atención gratuita. Decenas de expedicionarios, compuestos por jóvenes estudiantes y profesionales de diferentes disciplinas, llegaban hasta estos «remotos» lugares para adelantar sus estudios o como miembros de la «misión médica». El eje articulador del programa estaba enunciado en términos del conocimiento y valoración de la «diversidad» en la «población colombiana», donde el componente genético aparecía como su núcleo, pero no como el único aspecto considerado en las investigaciones.
La Expedición Humana implicó un programa de investigación en la Javeriana en el cual se pueden diferenciar tres fases. La primera (1980-1987) estaría comprendida por la creación y consolidación de la Unidad de Genética de la Facultad de Medicina. El programa de investigación de la Expedición Humana es resultado de un acumulado de trabajos desarrollados desde la Unidad de Genética de la Facultad de Medicina. La escala más limitada y puntual de las investigaciones adelantadas (en número de personas y lugares visitados) y su énfasis en la genética (clínica y de poblaciones), caracterizan esta fase.
La segunda fase (1988-1993) incluye lo que se conoció como Expedición Humana 1992 y la Gran Expedición Humana. Es una fase donde se realizan el grueso de las «expediciones» a más de dos docenas de lugares «recónditos» para estudiar interdisciplinariamente las «comunidades aisladas» (principalmente indígenas) y en las que se prestaba atención médica. En las publicaciones del programa se habla de cuatrocientos «expedicionarios», entre profesores y estudiantes de la Javeriana predominantemente, los que participaron en las diferentes visitas a terreno.
Finalmente, se puede identificar una tercera fase postexpediciones (1994-2000), en la cual ya no se adelantan esos trabajos de campo, pero se siguen trabajando con los datos recolectados publicando sus resultados. El criterio de corte de esta tercera fase se ubica en el 2000 con la aparición del libro Variación biológica y cultural en Colombia, de la serie Geografía humana de Colombia en el que se recogen 29 capítulos que cubren el grueso de las temáticas y resultados del programa de investigación.
El recrudecimiento de la confrontación armada en muchos de los lugares recorridos por la Expedición Humana ( Revista Semana, 2002), un fuerte debate sobre sus prácticas de investigación genética a mediados de los noventa liderada por las organizaciones indígenas 4 y lo que parece ser un cambio en las políticas de la Javeriana, son algunos de los factores que contribuyen a explicar la prácticamente desaparición del programa para la segunda mitad de los años noventa. Durante estos últimos años de la década del noventa continuaron apareciendo algunas de sus publicaciones ( América Negra, por ejemplo, apareció hasta 1998 cuando falleció su principal impulsora), pero ya de manera discreta con respecto a la Expedición Humana y sin el inusitado ímpetu de la voluntad de visibilidad y arrogancia histórica que caracterizó el programa a principios de los años noventa.
La idea de un programa de investigación que diera cuerpo y profundizara lo que hasta ahora se venía realizando desde la Unidad de Genética Clínica surge, según su impulsor, en 1987. En un artículo publicado en el periódico El Tiempo y en el Boletín de la Expedición Humana 1992, Jaime Bernal escribía en un tono anecdótico: «Hace cuatro años esto es en 1987 093;, ante un semáforo y de rumbo al hospital, anoté en mi libro: “A la zaga de la América oculta. Expedición Humana 1992” y supe entonces que había encontrado la forma de dar aun mayor impacto a la genética, en la que venía haciendo investigación y trabajo clínico desde cuando era estudiante de medicina» ( 1991b, p. 2).
Expedición Humana 1992 no fue simplemente el resultado de una ocurrencia en la mente de un individuo. Se entiende mejor como la convergencia de múltiples factores y la consolidación de varios años de investigaciones en genética clínica y poblacional, llevadas a cabo en la Javeriana ( Uribe, 2012). En cierto sentido, este programa refleja una tendencia creciente en la investigación genética que evidenciaba la importancia de unir estos diversos trabajos e intereses. «A partir del séptimo año de salidas de campo se comenzó a hablar de Expedición Humana con la intención de ofrecer un marco conceptual a las investigaciones en curso, las cuales desbordaban ya en esta época, el ámbito genético para adentrarse en aspectos de la cultura tales como la música, la arquitectura, el arte y la sociología» ( Gómez, 1998, p. 132).
Entre los factores externos a la Javeriana cabe señalar el reconocimiento y la visibilidad que adquirió la investigación molecular en poblaciones humanas en los años ochenta y principios de los noventa. Como se sabe, el Proyecto Genoma Humano (PGH) se inició en 1990 y dio un impulso significativo no solo a la investigación genómica a nivel mundial, sino también a la percepción política y social de la genética por parte de aquellos que no son expertos en el tema. Posteriormente, surgieron otros proyectos importantes como el Human Genome Diversity Project (HGDP) y el HapMap.
Esta dinámica en el campo del genoma humano en el establecimiento investigativo internacional se manifestaba también internamente en Colombia. En el país se estaba dando una especie de «carrera» por el posicionamiento de las nacientes unidades de genética y su trabajo en el campo de la genética clínica y poblacional:
En Colombia existían proyectos similares en otras universidades como la Universidad de Antioquia, la Universidad del Valle y la Universidad Nacional, pero la envergadura era similar al primer proyecto Expedición Humana 1991 y su difusión se daba sólo a nivel de publicaciones científicas y muy poco en otros niveles. En la Universidad de Antioquia, Andrés Ruiz Linares de la Facultad de Medicina, era responsable del proyecto «Estudio de la estructura genética de la población amerindia colombiana con marcadores clásicos y de ADN». Ruiz Linares, había trabajado con el profesor Cavalli-Sforza, principal científico del Proyecto Diversidad del Genoma Humano (PDGH) y junto con Sergio Pena, científico brasilero, crearon un comité en América Latina para impulsar el PDGH regionalmente. En el Instituto de Genética de la Universidad Nacional, se llevaron a cabo varios proyectos relacionados con la estructura genética de las comunidades indígenas, pero no se conoce ninguna relación o diálogo con su homólogo de la Universidad Javeriana. ( Ramos, 2004, p. 14) 5
Otro factor de orden internacional pero también local que debe ser tenido en consideración para entender la emergencia del programa de la Expedición Humana 1992 tiene que ver con la coyuntura del Quinto Centenario, que eufemísticamente se denominó desde la institucionalidad más conservadora como el «Encuentro de dos mundos». En el nombre mismo del programa diseñado y puesto a funcionar en 1988, se indica el año de 1992 como un claro indicio de su relación con el quinto centenario. Al respecto, Jaime Bernal escribía:
La Universidad Javeriana convocó, a partir del 12 de octubre de 1988, la Expedición Humana 1992, con la cual pretende adelantar todo un proceso investigativo interdisciplinario que lleve a un conocimiento real de lo que es la población colombiana 500 años después de la llegada de los españoles a América. La Expedición Humana es entonces una de las actividades con las cuales la Universidad Javeriana conmemorará el Quinto Centenario del Encuentro de Dos Mundos ( Bernal, 1989, p., 1; énfasis agregado).
Sobre el enunciado de voluntad de verdad de «que lleve a un conocimiento real de lo que es la población colombiana» volveré más adelante. Por ahora, me interesa subrayar la explícita asociación entre el programa de Expedición Humana 1992 y la conmemoración del Quinto Centenario. Desde esta perspectiva, entonces, no es sorprendente que ese año de 1988 se haya escogido el 12 de octubre como la fecha para dar inicio oficial al programa.
Finalmente, cabe señalar que en la última parte del programa Expedición Humana 1992, antes de convertirse en la Gran Expedición Humana y sin duda como uno de los efectos de la entonces reciente Constitución Política de 1991, en la Javeriana se articula la idea de que su misión se encuentra orientada hacia el reconocimiento y protección de la diversidad cultural como parte de la afirmación de la identidad nacional. De esta manera, un programa que como la Expedición Humana 1992 que venía enfatizando que su objetivo estaba en el conocimiento de la «América oculta», de ese «colombiano ignoto» y de las «comunidades aisladas», de la diversidad genética y cultural del país, encajaba en el naciente ideario universitario. En las palabras pronunciadas por Jairo Bernal, S.J., vicerrector académico de la Javeriana, en la presentación de la revista América Negra se hacía alusión a este punto: «dentro del proyecto de formulación de la misión de la Universidad dentro del proceso de planeación que estamos viviendo se dice: “Fortalecer el reconocimiento y la afirmación de la identidad nacional” Nunca una acción, como la emprendida por la Expedición Humana y sus colaboradores, ha sido más oportuna para la Universidad» ( Bernal, 1991, p. 4).
En términos de los propósitos enunciados en los documentos y publicaciones de la Expedición Humana, se encuentra a menudo la referencia a su contribución a la elaboración del mapa genético de la población colombiana. Así, para 1994, este propósito se presentaba en los siguientes términos: «La Expedición Humana es un proceso interdisciplinario de investigación y servicio, centrado alrededor del mapa genético de la población colombiana, buscando con esto dar una explicación biológica a la actual estructura de nuestras poblaciones, entendidas no sólo como un asentamiento humano sino como un proceso dinámico de interacción entre el hombre y su ambiente» ( Bernal & Tamayo, 1994, p. 33). Más adelante en el mismo documento, se desagregaba este propósito general en una serie de objetivos:
Los objetivos primordiales de la Expedición Humana son:
-Realzar con elementos científicos la diversidad humana y cultural de nuestro país.
-Buscar en nuestros grupos humanos problemas cuyo estudio pueda hacer aportes importantes al conocimiento universal.
-Mirar la historia humana de nuestro país con las modernas tecnologías para generar o confirmar hipótesis históricas.
-Tratar de generar una conciencia de nuestra identidad biológica y cultural en el contexto universal. ( Bernal & Tamayo, 1994, p. 37)
Varios son los aspectos que llaman la atención en esta formulación de los «objetivos primordiales» del programa Expedición Humana. En primer lugar, los proponentes de la expedición consideran que la diversidad humana y cultural de nuestro país puede ser comprendida y abordada a través de la intervención científica. Ven a los científicos como mediadores para revelar esta diversidad.
En segundo lugar, se supone que existe una conexión entre los problemas específicos de «nuestros» grupos humanos, y que, a través de un estudio adecuado de estos problemas, se pueden realizar contribuciones al «conocimiento universal». Esta idea se basa en la noción de que hay un «conocimiento universal» (proveniente de ciertas concepciones epistemológicas y científicas) y que ciertos «problemas» de «nuestros grupos humanos» pueden ser traducidos por expertos al lenguaje y contexto «universal».
Además, se plantea la aplicación de las «modernas tecnologías» en el ámbito de la historia «de nuestro país» como una fuente hasta ahora no considerada, pero que podría ser crucial para confirmar hipótesis sobre orígenes, parentescos, rutas y características de las diferentes poblaciones. El desciframiento genético se presenta como un archivo sorprendente e implacable de la «historia humana de nuestro país».
Finalmente, mediante argumentos fundamentados en la genética humana que exploran incluso el nivel más profundo de la composición molecular del individuo, se refuerza la idea de la singularidad de nuestra «identidad biológica y cultural». Como se detallará más adelante, estos objetivos reflejan constantemente una apelación al «nosotros», a lo «nuestro», al «país», y articulan una serie de representaciones de la colombianidad que se revelan en términos de «diversidad». Este énfasis es resultado de las narrativas surgidas después de la Constitución Política de 1991 y del giro multicultural que moldeó el imaginario político y teórico de la nación a principios de los años noventa.
Obviamente, apenas unos años antes los objetivos de lo que se consolida como Expedición Humana no se presentaban en estos términos. Algunos proyectos puntuales, como el titulado «Estudios antropo-genéticos en poblaciones aisladas colombianas» presentado a Colciencias para su financiación, planteaba que: «El objetivo general de este proyecto consiste en acometer una investigación conjunta antropogenética, para continuar la delineación de la estructura genética de las poblaciones colombianas, esbozada en nuestros anteriores proyectos de investigación» ( Bernal, 1991a, p. 1). Otro ejemplo, se puede tomar de la exposición que hace Alberto Gómez, por ese entonces director del laboratorio de la Unidad de Genética Clínica. Refiriéndose al «proyecto denominado “Expedición Humana 1992” busca identificar el fondo genético que define las razas amerindia, negra y mestiza que habitan en nuestro territorio, así como la etnografía del hombre colombiano» ( Gómez, 1992, p. 10; énfasis agregado). 6
Una particularidad del programa Expedición Humana serían las representaciones que sus participantes hicieron del mismo (como la de que se trataba de un hecho científico heredero y en el mismo plano que la Expedición Botánica y la Comisión Corográfica, sobre lo cual volveré más adelante) o lo que uno puede identificar como un particular deseo de visibilidad expresado en notas en la prensa nacional, innumerables publicaciones dirigidas a los diferentes públicos (desde el artículo en la revista internacional más de punta hasta libros escritos en un lenguaje comprensible para los no iniciados en las urdimbres del genoma) o la producción de otro tipo de materiales no necesariamente vinculados con la investigación genética.
Cualquiera sea el concepto que nos hagamos sobre su excepcionalidad o no, el programa de Expedición Humana 1992 se inició el 12 de octubre de 1988, teniendo como primera salida de terreno una visita a los «indígenas chimila» en el Caribe colombiano ( Bernal & Tamayo, 1994, p. 33). Desde entonces casi dos docenas de viajes se dieron para alcanzar diferentes puntos de las zonas geográficas periféricas del país. La noción de «expedición» y el término de «expedicionarios» evidencian la idea que sus diseñadores tenían del programa, hablan de un lugar de enunciación urbano capitalino de clase media o alta con capital escolar que concibe los lugares a los que viajaban como geografías recónditas y hábitats de gentes olvidadas (de «comunidades aisladas»). No es gratuito, entonces, que en diferentes reportes publicados, se marquen relatos con el sabor de la aventura frente al peligro y lo desconocido con la que se presentaban las salidas de terreno de la expedición: «Muchos viajes se han hecho desde entonces; hemos caminado por días en Nariño, recorrido en una cuatropuertas los más remotos lugares de la Guajira, navegado horas enteras por el Atrato, el Vaupés o el Caquetá; a caballo hemos llevado largas jornadas y los aeropuertos se han vuelto nuestra rutina diaria» ( Bernal, 1991b, p. 2).
Este tono de aventura no es una rara licencia poética en las referencias a los viajes de la Expedición Humana. Al contrario, en varias publicaciones del Boletín o en América Negra se encuentran relatos en primera persona que mostraban a unos «expedicionarios» citadinos penetrando (metáfora nada gratuita por lo demás) unas zonas recónditas para descubrir a sus ojos y a los de «los colombianos» unas geografías, naturalezas y «comunidades aisladas» asociadas a esa «otra Colombia», la del «colombiano ignoto». En estos relatos, se «cuentan anécdotas que contrastaron la visión citadina de los expedicionarios con la violencia, la marginalidad, el racismo, las costumbres de las comunidades, las interacciones con la gente, la observación del medio, el descubrimiento de lugares y las personas de un mundo diferente totalmente alejado del que habían vivido cotidianamente» ( Ramos, 2004, p. 8). Sobre este punto, bien diciente en poner en evidencia los supuestos y el lugar desde donde se imagina el «expedicionario» y la «expedición».
Para 1990, se unió al equipo la reconocida antropóloga colombiana Nina S. de Friedemann, quien desde finales de los años sesenta había estado realizando investigaciones entre las distintas poblaciones negras en varias áreas del país. Uno de los puntos clave en las argumentaciones de Friedemann fue la concepción de la Expedición Humana como un espacio para visibilizar a los «grupos negros». En clara referencia a sus tesis sobre la invisibilidad del negro en el ámbito de la antropología colombiana, las cuales había planteado desde principios de los años ochenta ( Friedemann, 1984), ella sostenía:
en el ámbito académico universitario, el clamor de los grupos negros en torno a la necesidad de obtener espacios de programas de enseñanza e investigación específicos, comparables a los de la etnia india nunca ha tenido respuesta en aquellas dependencias que enseñan antropología como ciencia que explica al hombre. Afortunadamente, el clamor por la oportunidad reclamada por los grupos negros en Colombia tuvo eco en la Unidad de Genética de la Pontificia Universidad Javeriana dentro de un programa que para este proyecto hace honor a su nombre A la zaga de la América oculta. ( Friedemann, 1990, p. 1; énfasis en el original)
En este pasaje, se observa un interesante contraste entre los términos «grupos negros» y «etnia india», lo cual parece perpetuar una distinción racial (negro/indio). También es evidente la participación entusiasta de Nina S. de Friedemann en la Expedición Humana, que debe entenderse en el contexto de sus disputas con la comunidad antropológica colombiana por posicionar los estudios sobre los «grupos negros» y, especialmente, dar visibilidad a sus trayectorias, presencias históricas y culturales, así como a sus contribuciones en la formación nacional.
En consecuencia, Friedemann celebraba la inclusión de los «grupos negros» en la Expedición Humana como una estrategia para contrarrestar su invisibilidad en los ámbitos académicos e investigativos: «Con todo, el logro más importante de este proyecto en el trayecto de la Expedición Humana 1992 es la integración de los grupos negros como sujeto de estudio de la América Oculta. La marginación que en el ámbito universitario y de investigación han sufrido los grupos negros empezara a doblegarse» ( Friedemann, 1990, p. 1; énfasis en el original).
Las expectativas concretas con la Expedición Humana son formuladas claramente por Friedemann, al presentar el proyecto «Perfiles etnomédicos y genéticos en el Litoral Pacífico», en el que se encontraba directamente participando:
Este proyecto interdisciplinario de antropología-genética y farmacología constituye un esfuerzo para comprender la visión etnomédica de grupos negros en el litoral, en el ámbito de la patología genética. Dentro de este propósito se considera factible una interpretación del fenómeno némico/nético sobre el escenario de conceptos y métodos biocientíficos. Desde luego que en el diseño del proyecto se tuvieron en cuenta consideraciones tales como la posibilidad de conocer algunas de las razones que yacen en la asimetría demográfica indio-negro en el litoral. Los negros en un hábitat extraño y bajo el yugo de una esclavitud de varios siglos sobrevivieron con éxito al punto de cambiar el rostro aborigen del litoral por el negro. El conocimiento de la estructura genética de los grupos podría ofrecer algunas claves. Así mismo, la eventualidad de delinear algunos orígenes de la población desde su diáspora africana, tanto como los resultados del proceso de migraciones internas en el país y de aglutinamientos regionales. ( Friedemann, 1990, p. 1)
Los diálogos entre antropología y genética permitiendo conjugar las visiones de los mismos grupos (perspectiva émica) con la de los especialistas (la perspectiva ética de antropólogos y genetistas) son subrayados en lo que aparece como un estudio etnomédico. Pero del trabajo del genetista en particular y de la Expedición Humana en general, Friedemann esperaba claves para explicar las transformaciones demográficas en el litoral, así como eventuales insumos para trazar algunos orígenes de la diáspora africana y de las migraciones en el país y de sus «aglutinamientos regionales». 7
En un texto encontrado en el archivo de la Javeriana titulado «Las Américas africanas: los caminos del retorno», Friedemann consideraba las investigaciones genéticas como una ruta que contribuía a establecer la proveniencia específica de los afroamericanos. Para Friedemann, que era una de las figuras más visibles de un grupo de académicos particularmente interesados en entender las trayectorias, presencias y características de los afrocolombianos en términos de sus huellas de africanía, así como leer en esta clave su lugar y aportes a la nación, esta posibilidad ofrecida por la genética era recibida con gran beneplácito:
hay otras rutas que se exploran para encontrar la proveniencia específica de los ancestros de los afroamericanos. Un tema que también inquieta a las comunidades que se esfuerzan en precisar datos que les permiten proyectar su etnicidad. En Colombia con el desarrollo de los estudios de genética médica, ha surgido la posibilidad de rastrear tales orígenes. El conocimiento de elementos de la estructura genética de los grupos mediante estudios de marcadores como el HLA podrá ofrecer elementos valiosos para confirmar datos documentales y lingüísticos sobre el origen de los africanos. El HLA constituye lo que podría llamarse la cedula de identidad biológica. Es un sistema de proteínas que está presente en la superficie de las células humanas y cuya variabilidad identifica a cada individuo a la manera que lo hace la cédula de identidad social. Este tipo de estudios que actualmente se realiza en el programa de Expedición Humana de la Universidad Javeriana entre grupos colombianos ( Bernal, et al., 1990 ) intenta el dibujo de un mapa genético de amerindios y afroamericanos que defina tanto los elementos comunes como las relaciones filogénicas entre diversos grupos y también las de otras poblaciones que les dieron origen. Desde luego que esta proyección del trabajo en el área afrocolombiana, tendría que consultar materiales africanos. ( s.f., p. 11)
Estas pretensiones de los estudios genéticos como insumos para trazar orígenes más particulares de las poblaciones de descendencia africana, así como para identificar sus emparentamientos o distanciamientos genéticos, es algo que Friedemann toma del discurso de los genetistas de la Expedición Humana. Uno de sus compañeros del proyecto en el Chocó, el genetista molecular Ignacio Briceño escribía al respecto:
Según análisis lingüísticos de Germán de Granada, el origen de los habitantes de la costa del Pacífico es fantiashanti. Edward Bendix y Jay Edwards anotan que el archipiélago de San Andrés y Providencia tiene la misma influencia y Carlos Patiño Roseli señala que la lengua criolla del Palenque de San Basilio tiene elementos del idioma Congo y Angola. La Expedición Humana, mediante estudios de marcadores genéticos entre los que se encuentra el HLA, aportará una evidencia biológica objetiva que pueda ayudar a dilucidar la composición genética de los grupos y con ello realzar la identidad biológica y cultural del pueblo colombiano. Para esto se están adelantando investigaciones en el Chocó, donde se tomaron muestras que se compararán con los estudios de Providencia, ya adelantados, y los que se practiquen en el futuro. ( 1990, p. 4; énfasis agregado)
En el mismo sentido, Jaime Bernal enfatizaba claramente el lugar de la genética como una fuente para la escritura de la historia de los procesos de población y de las poblaciones en nuestro país. La genética como un documento que permite dibujar con un pincel distinto de los utilizados hasta ahora por los historiadores y los lingüistas, aunque complementario, la prehistoria e historia de «nuestro país». En uno de los tantos pasajes donde Bernal se refiere a este asunto, explicaba a los neófitos en los terrenos de la deslumbrante ciencia:
La Biología nos permite entonces, gracias a las nuevas tecnologías, tratar de hacer viva la historia de nuestro país, para entenderla y hacerla propia. Ahora bien, para poder hacer todo esto requerimos estudiar la estructura genética de cada uno de estos grupos y desde muy distintos ángulos. Desde el nivel más sencillo al más complejo, nos interesa tipificarlos para conocer sus grupos sanguíneos, las variaciones en sus proteínas del suero o de los glóbulos rojos, las distintas formas que presentan de antígenos del HLA, y finalmente, su variación en las secuencias del DNA, tanto en el núcleo como en la mitocondria. Todos estos datos permiten análisis para generar modelos matemáticos de relación entre los grupos humanos, tendientes a elaborar un dendrograma o árbol de relaciones filogénicas que, interpretado en el contexto de hechos culturales o lingüísticos conocidos, puede finalmente darnos esa visión coherente que buscamos de la prehistoria de nuestro país. ( Bernal, 2000, p. 14)
Múltiples fueron los resultados más mencionados del programa de la Expedición Humana (esto es, Expedición Humana 1992 y Gran Expedición Humana). La constitución de un banco biológico humano (en algunos artículos también denominado banco biológico amerindio o banco biológico americano) es uno de las más evidentes. Este banco se constituye a principios de 1990 con el propósito de conservar el material biológico que se había ido produciendo en los años de labores de la Unidad de Genética Clínica y de la Expedición Humana 1992, pero también como un servicio de receptor de muestras para los investigadores o clínicos que desearan depositar tales materiales allí. La idea era permitir el acceso a las muestras a los investigadores interesados ( Gómez, 1992, p. 11).
En el Boletín de la Expedición Humana 1992, de noviembre de 1990, se publicaba lo de la creación del «Banco biológico amerindio» en los siguientes términos:
Se ha creado recientemente en la Universidad Javeriana el Banco Biológico Amerindio, con miras a recoger y guardar allí todas las muestras biológicas recopiladas durante el proceso de la Expedición Humana 1992. Estas muestras tienen particular importancia científica dada la dificultad para su consecución y la rareza de algunos de los trastornos genéticos encontrados, y estarán entonces a disposición de todo aquel que tenga interés en algún aspecto investigativo no cubierto en el trabajo de la expedición. El Banco tiene ya cerca de 2.000 muestras de plasma y hemolisado, y en breve tiempo saldrá a la luz el catálogo de todas estas muestras y sus características biológicas y estudiadas. Un aspecto muy interesante del Banco será la inmortalización de linfocitos de los individuos estudiados, lo cual permitirá recurrir incluso a células vivas muchos años después de terminada la Expedición Humana 1992. ( p. 1)
Un año después, en el número 10 del mismo boletín, Alberto Gómez escribía sobre este banco lo siguiente: «Uno de los proyectos que están en curso actualmente, es el que hemos denominado Banco Biológico Americano. En éste se plantea la necesidad de depositar en un lugar seguro una muestra orgánica representativa de tres razas que simbolizan este programa» ( 1991, p. 8; énfasis agregado). La existencia de este banco, así como las prácticas de recolección de este material, se convertirán solo unos años después en una de las razones del fuerte debate que, desde el movimiento indígena, se entabló al programa de Expedición Humana (cfr. Ramos, 2004).
Otro de los resultados del programa de la Expedición Humana, tal vez de los más visibles para los académicos y activistas interesados en los estudios de la gente negra en Colombia, fue la publicación de la revista América Negra. Con Nina S. de Friedemann, Jaime Arocha y Jaime Bernal como sus editores, el primer número de América Negra se presentó oficialmente el 4 de julio de 1991. Durante siete años se alcanzaron a publicar 15 números, hasta diciembre de 1998. 8 En agosto de 1990 se anunciaba ya la próxima aparición de la revista que por aquel entonces se denominaba América Negra y Oculta, y que contaba con el soporte financiero de la Universidad Javeriana y del Icfes. Esta revista se concebía como una publicación internacional que aceptaba «manuscritos de cualquiera de las disciplinas que se ocupan de la descripción de poblaciones humanas haciendo énfasis, sin embargo, en las comunidades negras e indígenas del continente americano y sus relaciones con poblaciones en otros lugares del mundo». 9 Gran parte de los avances de las investigaciones del programa de Expedición Humana todavía en curso o de los resultados de las concluidas aparecieron en las páginas de América Negra.
Entre las publicaciones, aunque con menor visibilidad que América Negra y Geografía Humana de Colombia10, vale la pena destacar la serie Terrenos de la Gran Expedición Humana, de la cual han salido una docena de libros. En esta serie se han ido publicando, desde 1993, los resultados de las investigaciones adelantadas en el marco de la Expedición Humana 1992 y Gran Expedición Humana. Hasta 1999 se publicaron con cierta regularidad, apareciendo el último número seis años después. Entre las publicaciones derivadas del programa también se encuentra la Serie Artes y Crónicas de la Gran Expedición Humana, con cuatro títulos, un disco compacto titulado Itinerario Musical por Colombia y un libro sobre Diseño Indígena. Igualmente, desde el programa de Expedición Humana se participó en la recién creada Asociación Latinoamericana de Antropología Biológica siendo la revista Antropología biológica su órgano oficial. Para 1992 Jaime Bernal funge como secretario de la Asociación y es en la editorial de la Universidad Javeriana que se imprimen los primeros números de Antropología biológica, de los cuales el editor sería también Jaime Bernal.
En una carta dirigida al profesor de la Universidad Nacional Luis Guillermo Vasco, Bernal presentaba una especie de síntesis de sus logros y el marco en el que, a su manera de ver, operaba este programa:
creo que nuestra investigación ha permitido hacer un juicioso diagnóstico de la precaria situación nutricional, educativa, de salud, oral, etc., de muchas de las comunidades más aisladas del país (que hemos divulgado a todos los niveles y que es indispensable para ejercer acciones que respondan realmente a las necesidades de estas personas), desvelar, aunado a los estudios de otros serios investigadores como el Doctor Emilio Yunis, algo del pasado de nuestras gentes, generar alguna inquietud sobre la importancia de nuestra riqueza étnica (a través de exposiciones de arte de nuestros pintores, publicaciones, foros de estudiantes etc.), generar y apoyar el desarrollo del conocimiento sobre las poblaciones Afrocolombianas en el contexto nacional y universal (con la publicación de América Negra y la participación en múltiples foros de toda índole) y, finalmente, mostrar la maravillosa diversidad biológica y cultural de nuestro país, que he presentado personalmente, como lo han hecho también muchos otros participantes en estas investigaciones, en múltiples audiencias internacionales y colombianas, donde hago especial énfasis en la necesidad de conocernos si queremos convivir en razonable armonía, pues no se quiere lo que no se conoce y no se tolera lo que no se quiere. ( Bernal, 1996, p. 6)
El debate: ¿cazadores de genes? 11
En 1992, cuando se lanzaba con inusitado entusiasmo y expectativa lo que se denominó la Gran Expedición Humana, se escribía a nombre de la Universidad Javeriana: «Una vez culminada, la Gran Expedición quedará en la memoria de Colombia y del mundo como una propuesta de investigación autónoma, que será capaz de generar diagnósticos y soluciones viables para muchos de los problemas que aquejan a los habitantes del país» ( PUJ, 1992, p. 19). Dos años después, sin embargo, se difundió en el Canal 4 de la televisión inglesa el documental titulado The Gene Hunters, 12 mostrando «como los investigadores colombianos eran utilizados como intermediarios para la recolección de muestras de sangre indígena para enviarlas posteriormente a entidades extranjeras que tenían intereses económicos de por medio». ( Ramos, 2004, p. 24)
La presentación de este documental generó una reacción por parte de investigadores del programa Expedición Humana solicitando las rectificaciones del caso y ofreciendo su versión de las denuncias que se les imputaban ( Ramos, 2004, p. 24). Es en 1996, sin embargo, cuando el debate sobre el programa de Expedición Humana adquiere grandes proporciones dado que Lorenzo Muelas, entonces congresista en representación de los indígenas, deviene en la voz más visible en el cuestionamiento de las labores de investigación genética adelantadas por el programa entre poblaciones indígenas. Este debate derivó en una confrontación directa al programa -y, por extensión, a la Javeriana- por parte de las organizaciones indígenas representadas por Muelas, en la cual también participaron algunos asesores, ONG del país e internacionales y un colectivo de antropólogos de la Universidad Nacional. El momento álgido de la controversia surgió cuando
representantes de algunas comunidades indígenas denunciaron el envío, sin su consentimiento, de sus muestras de ADN a un instituto estadounidense que trabajaba en el proyecto mundial Genoma Humano. Frente al conflicto que se dio, actuaron múltiples sectores en defensa y ataque del proyecto, en una polémica que alcanzó los medios de comunicación, el senado y algunas Ongs internacionales. ( Ramos 2004: i)
En una carta fechada el 16 de diciembre de 1996, firmada por el entonces senador Lorenzo Muelas y Abadio Green presidente de la ONIC, dirigida al decano de la Facultad de Medicina de la Javeriana, con copia al rector y a Jaime Bernal, se evidenciaba el profundo malestar que se tenía con las prácticas adelantadas en el marco de la Expedición Humana y Gran Expedición Humana:
sentimos que las comunidades indígenas han sido engañadas, que hubo una violación de nuestros derechos, al obtener nuestra sangre para unos propósitos que nunca nos fueron comunicados y al hacer uso de ella en asuntos que nunca nos fueron consultados, y para los cuales, por lo tanto, nunca otorgamos nuestro consentimiento. Porque lo cierto es que, si se nos hubiera explicado la totalidad de las implicaciones de su trabajo sus objetivos de investigación más allá de la ayuda médica a las comunidades, muy seguramente habríamos negado su entrada a nuestros territorios y su acceso a nuestros cuerpos. ( Muelas & Green, 1996, p. 2)
Diez años después, en una entrevista Lorenzo Muelas se refería a la controversia de la siguiente manera:
En 1992, luego de 500 años de la llegada de los colonizadores, por ejemplo, científicos colombianos fueron hasta muchas aldeas afirmando que irían a curar o a investigar problemas de salud. Extrajeron sangre de varias personas afirmando que irían a realizar análisis para curar estas dolencias. Cuando nos dimos cuenta, el material ya estaba en laboratorios de genética en Estados Unidos. Cuando fui senador, luché para repatriar el material, pero hasta el día de hoy no conseguimos concretarlo. ( Muelas, 2006, p. 25)
Según uno de los más cercanos asesores de Muelas, al ser entrevistado en diciembre de 2001 con respecto a cómo se enteraron en las organizaciones indígenas de que las muestras del material genético de grupos indígenas colombianos se encontraban en los Estados Unidos, su respuesta se refiere a la ONG internacional RAFI (Rural Advancement Foundation International):
Nos enteramos por RAFI, ya que ésta le estuvo haciendo mucho seguimiento a este tema del proyecto de Diversidad del Genoma Humano, ellos tienen un inventario de todas las muestras que están guardadas en Estados Unidos, hay un artículo que ellos publicaron donde hay un inventario de todas las muestras que están en el Instituto de Salud de Estados Unidos, donde se evidenciaba muestras de Colombia y gran parte del proyecto de la Universidad Javeriana. (Germán Vélez, citado en Olarte & García, 2002, p. 69) 13
Con este precedente, «La desconfianza de los indígenas aumentó al momento de la publicación de un artículo de Jaime Bernal en el que resumía parte de la información obtenida del estudio del material genético de las comunidades Wayúu» ( Olarte & García, 2002, p. 70). 14 En ese artículo se abordaba lo estimulante que, para el control de la leucemia, resultaban los análisis de las muestras tomadas a estos indígenas por su reacción al virus HTLV-I y HTLV-II. En el marco del posible o imaginario riesgo de patentar el material genético y su apropiación por parte de compañías transnacionales para su explotación comercial (cfr. Kabuya, 1996a y 1996b), no es de extrañar que un movimiento indígena posicionado haya reaccionado fuertemente frente a lo que consideraban una nueva forma de colonialismo y explotación de sus comunidades.
En concreto, los líderes indígenas acusaron al programa de Expedición Humana de utilizar las misiones médicas como pretexto para extraer muestras de sangre sin el consentimiento informado y por escrito de las comunidades indígenas y sin la consulta con sus organizaciones, lo cual a sus ojos era claramente un engaño y una práctica de dudosa ética ( Muelas & Green, 1996, p. 2). 15 También acusaron al programa de que a través suyo salieron muestras al extranjero como parte de sus labores de colaboración con otros institutos e investigadores, lo que vendría a significar que las muestras tomadas a las comunidades indígenas terminaron en laboratorios de los Estados Unidos donde las destinaciones dadas a éstas escapan al control no sólo de las comunidades indígenas sino también del mismo programa que colectó tal material biológico:
Y lo que nosotros entendemos, a pesar de no ser científicos, es que las posibilidades de controlar la posterior utilización de estos materiales una vez salen de las manos de uno son prácticamente nulas, y que los derechos de sus dueños originales son hoy en día inexistentes. Porque lo cierto es que cuando nuestra sangre está en manos de gente como la del NIH 16, nada diferente a sus propios intereses está bajo control. ( Muelas & Green, 1996, p. 2)
Finalmente, los líderes indígenas cuestionaron lo que para ellos eran claras evidencias de concepciones coloniales sobre el conocimiento científico y del poder que subyacen a las prácticas del programa de Expedición Humana, así como la idea de los indígenas reducidos al lugar de dóciles objetos de estudio:
Pensamos que ustedes le siguen dando continuidad a esa vieja práctica de utilizar a los indígenas como conejillos de indias, como ratas de laboratorio. Consideramos que es nuestra opción decidir -aunque a algunos les cuesta aceptar que somos seres pensantes y que tomamos decisiones autónomas- si nos interesa un proyecto de investigación o no, si queremos hacer parte de él o no, si éste viola nuestra propia cosmovisión o no, si responde a nuestras necesidades y, en últimas, si deseamos o no contribuir al desarrollo de la ciencia occidental. ( Muelas & Green 1996, pp. 2-3)
De ahí que pusieran en duda las narrativas de los «científicos» del programa de que su trabajo obedecía a un sacrificado y desinteresado propósito de «beneficiar a la humanidad», sugiriendo muy al contrario que lo que está en juego son otra serie de intereses y concepciones entre los cuales se encuentran sus «beneficios académicos, como ascensos, títulos, honores, publicaciones, prestigio y demás». ( Muelas & Green, 1996, p. 3)
Este tipo de argumentos esgrimidos por los líderes indígenas, también son reproducidos en una serie de publicaciones como la revista Kabuya antes referida, pero aparecen incluso en periódicos locales, como el Citará de Quibdó. En un artículo titulado «Proyecto “Genoma humano”. Con sangre de indígenas y negros conforman bancos de genes humanos en USA» se cuestionaban fuertemente la intencionalidad y legitimidad de los trabajos del programa de Expedición Humana al igual que los del Instituto de Genética de la Universidad Nacional, concluyendo que «Lo preocupante de estos proyectos es que las muestras bien pueden ser destinadas a la patentación y comercialización, sin que los depositarios de las muestran sepan tan siquiera el destino de ellas» ( Vásquez, 1996, p. 8). 17
De manera contundente, en su carta los líderes indígenas también problematizan el entramado de supuestos de la retórica liberal, iluminista y bogotanocentrada que configuraba las nociones y prácticas de la Expedición Humana:
el problema de nuestros pueblos no es el de estar ocultos, sino de explotación económica, opresión política, negación cultural: es el problema de una gran pobreza, no porque hayamos sido pobres sino porque nos han empobrecido a través de un sistemático saqueo de todo nuestro patrimonio. Además, nuestra experiencia nos dice que el simple conocimiento del otro no garantiza su respeto, pues éste puede ser, y de hecho lo ha sido, base para una mayor explotación». ( Muelas & Green, 1996, p. 6)
En el análisis discursivo de la defensa del programa de Expedición Humana, Ramos (2004) evidencia no sólo cómo se apeló a los juegos de verdad que constituyen el imaginario de la ciencia como un conocimiento universal, desinteresado y objetivo, sino también cómo se desplegaron una serie de diacríticos para establecer la autoridad científica del programa (publicaciones, hoja de vida, participación en redes internacionales y aval por entidades científicas colombianas, etc.) sugiriendo que las denuncias de los líderes indígenas eran el resultado de sus múltiples desconocimientos azuzados por asesores o intereses políticos ocultos.
En un documento que parece interno, y que actualmente se encuentra en el archivo de la Javeriana, titulado «Trabajo del Instituto de Genética de la Universidad Javeriana», se aborda este debate en lo que se llama «Empiezan las complicaciones». Aquí se ve operando la estrategia discursiva indicada por Ramos (2004), que simplemente le endosa a un documental sensacionalista y malintencionado el manchar irrespetuosamente la hasta entonces impecable imagen de los científicos y profesionales que han trabajado desinteresadamente en la Expedición Humana. 18
No se encuentra allí el más mínimo asomo de una problematización reflexiva de su propia práctica que se concibe como intachable, de unos esfuerzos que se imaginan contribuyendo a la ciencia, la nación y a unas comunidades aisladas y desconocidas. La arrogancia y ensimismamiento en nombre de la ciencia, que en este caso suponía posiciones de privilegio enclasadas, de una blanquidad no examinada, y de un bogotanocentrismo naturalizado, no permitía escuchar los cuestionamientos de los líderes indígenas que iban mucho más allá del manejo de las muestras tomadas. No obstante, de forma paradójica, escrito en lápiz y en mayúscula, al final de la página del documento, hay dos significantes anotaciones de un autor anónimo: «-No sería útil hacer referencia a los cuestionamientos de los políticos indígenas colombianos? -Por qué no hablan del tema del consentimiento informado?» ( Sin autor, s.f., p. 7).
Esta controversia parece haber tenido varios efectos, no sólo para los estudios en genética de poblaciones que involucran grupos indígenas adelantados desde la Javeriana, sino también para los se realizaban o se han propuesto desde otras universidades. Para la Javeriana la controversia suscitada por el programa de la Expedición Humana parece haber significado una interrupción en sus investigaciones en genética de poblaciones, por lo menos en las que involucraban «expediciones» como las que se hicieron entre 1988 y 1994. Aunque se siguieron publicando los resultados, es evidente el relativo «bajo perfil» con que se presentan a diferencia de los años anteriores donde se publicitaba fuertemente las labores del programa.
Para los genetistas del país en general, el impacto de esta controversia se expresa en una tensa relación con las organizaciones y grupos indígenas con respecto a cualquier propuesta de investigación genética. En su ponencia titulada «Genética humana y pueblos indígenas», el profesor de la Nacional y miembro del Instituto de Genética, William Usaquén se refería explícitamente al impacto derivado del debate desatado por el programa de Expedición Humana: «Este es un antecedente dolorosísimo no solo para las comunidades sino también para la genética en el país porque a partir de ese momento lo que sucede es que prácticamente los genetistas quedamos vetados y obviamente nuestro quehacer y nuestro trabajo en relación con una comunidad se pone en tela de juicio totalmente» ( 2011, p. 138).
Muchos años después, en el marco de la investigación de genómica mestiza, con la participación de académicos de México, Brasil, Colombia y Reino Unido, dos de las más destacadas figuras de la Expedición Humana se indignaron con mis interpretaciones de la matriz de pensamiento racial que se evidencia en las categorías de análisis y el discurso del programa (sobre esto volveré más adelante). Como en aquel entonces yo trabajaba en la Javeriana se quejaron ante el director del Instituto Pensar, que era mi jefe inmediato, y se reunieron con el director general del proyecto para entregarle un texto donde consignaban sus molestias, con la explícita demanda de que yo nunca lo conociera.
Buscaban acallarme mediante ese juego de intimidaciones. Nunca se atrevieron a debatir el asunto abierta y honestamente. En el evento de socialización de los avances de nuestra investigación en la Javeriana, uno de los personajes solo repetía, a manera de descalificación, «¿Quién hace la etnografía de los etnógrafos?». Como con los cuestionamientos que le hicieron los líderes indígenas a su labor: los científicos de bata blanca no pueden ser interpelados, están por encima de quienes se atreven a problematizar sus certezas, los efectos de su trabajo y sobre todo su autoridad. Una arrogancia anclada en privilegios de clase y raciales, en un naturalizado bogotanocentrismo, que no solo desprecia las críticas de lo que no pueden ser sino «manipulados» líderes indígenas o díscolos etnógrafos, sino que se instaura como principio de inteligibilidad desde los cuales racializan y otrerizan la diferencia, la inscriben en geografías recónditas y en temporalidades suspendidas, mientras se imaginan a sí mismos como sabios insignes de la nación en el mismo nivel que los de la Expedición Botánica y los de la Comisión Corográfica.
Nación y diferencia
No deja de sorprender lo parcos que sobre esta controversia con los representantes indígenas son en sus publicaciones los investigadores involucrados, lo que contrasta con sus más abundantes argumentaciones de la excepcionalidad y bondades del programa de la Expedición Humana. Una de estas argumentaciones que resulta muy fecunda para examinar los imaginarios de sí mismos y de su labor que parecían subyacer a algunos de los miembros del programa es la referida a concebir a la Expedición Humana como un hito histórico comparable y continuador de dos de los más conocidos e impactantes momentos de la labor científica en lo que hoy es Colombia: la Expedición Botánica, realizada todavía bajo el dominio colonial por el naturalista José Celestino Mutis, y la Comisión Corográfica, adelantada a mediados del siglo XIX por parte del geógrafo Agustín Codazzi.
Ambas iniciativas científicas estuvieron estrechamente ligadas a políticas del Estado colonial y el republicano por hacer un balance detallado de las riquezas contenidas en sus territorios. De un lado, riquezas naturales representadas en la exuberante y grandemente desconocida flora; del otro, las riquezas económicas de las diferentes comarcas del país. Todavía hoy se considera a ambas iniciativas como pilares fundadores de la actividad científica local y, en el caso de la Comisión Corográfica, el referente histórico indiscutido de la emergencia de las ciencias sociales en el país (cfr. Nieto, 2000, Restrepo, 1984).
Pensar a la Expedición Humana en el mismo plano de la Expedición Botánica y la Comisión Corográfica no es un enunciado marginal que se encuentra entre los correos cruzados de algunos de sus participantes o en un pasaje de una entrevista realizada en un momento de particular importancia al calor de su ejecución. Uno de los principales «expedicionarios» y director de una de las unidades del Instituto de Genética Humana de la Javeriana, Alberto Gómez incursiona en los terrenos de la historia para publicar a finales de los años noventa un libro dedicado a argumentar tal lugar de la Expedición Humana en la historia de la ciencia en el país. En este sentido, Gómez introduce su libro en los siguientes términos:
El propósito de la presente obra es, entonces, el de analizar tres de las expediciones más importantes que han tenido lugar en el territorio colombiano en los últimos siglos. Del siglo XVIII escogimos la Expedición Botánica, del siglo XIX la Comisión Corográfica y del siglo XX la Expedición Humana. El criterio utilizado para esta selección es el de buscar ejemplificar la actividad científica en los tres periodos principales de nuestra nación: la Colonia, la República y los Tiempos Modernos, creando, de este modo, una nueva perspectiva para la investigación contemporánea, específicamente para la Expedición Humana. ( Gómez, 1998, p. 20)
No me interesa entrar a problematizar si es un despropósito o no considerar al programa de la Expedición Humana en el mismo nivel de relevancia histórica para la ciencia y el proceso de formación de nación. Lo que resulta sumamente revelador para mi análisis de la arrogancia científica, es que algunos miembros lo hayan imaginado así, presentando el programa en clave de heredera y continuadora en el siglo XX de lo que aparece en las narrativas convencionales como los hitos de la «ciencia nacional» en los siglos XVIII y XIX. Aunque el libro de Gómez es la elaboración más sistemática de la idea, no es traído de los cabellos suponer que cuando se bautiza el programa de investigación interdisciplinario como Expedición Humana 1992 y luego como Gran Expedición Humana, lo que estaba retomándose era lo que significaba el término expedición en un programa científico como en la Expedición Botánica.
Gómez parte de argumentar la diferencia entre un proyecto de investigación y una expedición científica. Para que se hable de una expedición científica se requiere de un programa de investigación multidisciplinario con un cubrimiento significativo de la geografía del país y de sus gentes orientado por el propósito de explorar y descubrir desde la labor científica sus realidades, logrando así una «resonancia histórica». Es por esta trascendencia histórica que los tres programas devienen «en momentos cumbres de la investigación colombiana, ejes fundamentales de nuestra historia y no meras curiosidades para archivar en las bibliotecas. La ciencia aparecerá, por tanto, como el más potente aglutinante comunitario y no como un simple factor reduccionista de nuestra cultura» ( Gómez, 1998, p. 22).
El carácter sistemático e integrado diferencia la labor de las expediciones científicas de las ligeras aproximaciones periodísticas o de la fragmentaria lectura del experto que estudia un grupo humano aislado: «Pero la iniciativa de un científico o su viaje personal no define una expedición. Hace falta para esta categoría el concurso de múltiples niveles de actividad que incluyen desde la diversidad académica de sus integrantes hasta la clara descripción de derroteros científicos que guiarán al grupo interdisciplinario» ( Gómez, 1998, p. 133). De esta manera, los tres programas trascienden su interés estrictamente científico logrando que la dimensión humana y la «fraternidad nacional» adquieran un lugar central: «estos intereses gestores de los tres amplios programas de exploración, se convirtieron progresivamente en apéndice de la investigación correspondiente, para dar paso a una preocupación social dominante y común de las expediciones, en las cuales el ser humano se sobrepuso al científico, y la fraternidad nacional, aparece como resultante inesperada de estos procesos intelectuales» ( Gómez, 1998, p. 22).
Al comparar la Expedición Botánica, la Comisión Corográfica y la Expedición Humana, Gómez subraya que existen ciertos puntos en común y determinadas transiciones entre ellas. Como punto en común indica «la participación activa de científicos colombianos, lo que los diferencia del resto de expediciones llevadas a cabo en nuestra geografía» ( Gómez, 1998, p. 20). Este punto no sólo es una apelación al lugar de estos tres programas en la emergencia y consolidación de la ciencia en el país, sino también una reivindicación de corte nacionalista. No sobra anotar, sin embargo, que la Expedición Botánica se dio antes de que se articulara la colombianidad, antes de la existencia del Estado-nación, por lo que la «participación activa de científicos colombianos» es en estricto sentido un anacronismo. Un tanto podría afirmarse de la Comisión Corográfica en el sentido de que en el momento en el que ella despliega sus labores y de la cual es expresión, es precisamente cuando se estaba amonedando la idea de colombianidad, apenas estaba produciéndose la nación.
Las transiciones indicadas por Gómez son igualmente sugerentes. La primera habla del lugar del gobierno o de la iniciativa privada como impulsores de los programas:
Estas tres expediciones representan, por otro lado, una transición entre la iniciativa de un gobierno extranjero, como el del rey Carlos III y su virrey el arzobispo Antonio y Góngora, pasando por una iniciativa del gobierno nacional, bajo las presidencias de Tomás Cipriano de Mosquera y José Hilario López, para llegar a una iniciativa de la academia privada en nuestro país, como fue la de la Expedición Humana de la Pontificia Universidad Javeriana de Santafé de Bogotá. ( Gómez, 1998, p. 22)
Nuevamente es muy sugerente cómo se presenta la relación gobierno extranjero/gobierno nacional. El gobierno de Carlos III era un gobierno colonial, pero no podría afirmarse que era extranjero. Un gobierno colonial puede ser visto como imposición, ilegitimo, arbitrario, pero en su propia juridicidad es legal y no es extranjero con respecto a sus territorios y poblaciones coloniales. Cuando Gómez habla de gobierno extranjero, no se refiere a este nivel de lo jurídico, sino a que no era un «gobierno nacional», un gobierno de «nosotros los colombianos». Para ese periodo histórico no existían «gobiernos nacionales» en el sentido de gobiernos en nombre del Estado-nación que se articulan en el siglo XIX. Por eso mismo, los gobiernos de Mosquera y de López más que «nacionales» son gobiernos que están literalmente produciendo la «nación», y de ahí el sentido de programas como la Comisión Corográfica.
La serie gobierno extranjero-gobierno nacional-iniciativa de la academia privada es muy llamativa, sobre todo para alguien que escribe desde una universidad privada en Bogotá con todo lo que esto ha significado en la configuración del establecimiento académico en Colombia. Por supuesto que de eso no se dice nada en el libro, ni parece haberse discutido críticamente en la Expedición Humana. Cuestiones de geopolítica del conocimiento o de la colonialidad del saber parecen serle ajenas a Gómez, de la misma manera que las precauciones metodológicas sobre el presentismo histórico.
Los tres programas se conciben, entonces, no sólo como importantes para la ciencia, sino que también implican cierta «resonancia histórica» que los hace particularmente visibles y relevantes para la nación:
Un programa de exploración científica que pase inadvertido puede ser importante para la ciencia pero, por definición, no lo es para sus contemporáneos. Así, la Expedición Botánica se convirtió en semillero de patriotas en la lucha de la independencia de Colombia, la Comisión Corográfica es fuente directa de información para los presidentes de mediados del siglo pasado y, por consiguiente, en base definitiva para la creación de un país con territorio y fronteras conocidos, que sería susceptible de ser administrado con base en datos concretos sobre su extensión y características sociales. Hoy enfrentamos el reto de anticipar el efecto social que podrá tener un programa de investigación científica como la Expedición Humana, basándonos al menos en sus dos niveles principales de exploración: el contexto socio-cultural de las comunidades aisladas colombianas y las bases moleculares de su diversidad. ( Gómez, 1998, p. 143)
La Expedición Humana, entonces, es imaginada desde la visibilización y valoración de la diversidad de la nación, una diversidad que pasa por el desvelamiento de la «Colombia oculta», la de las «comunidades aisladas», pero también por una diversidad que supone un registro más profundo como lo es el molecular.
Otro tipo de transición también es indicado por Gómez entre estos tres programas: «parte desde el interés naturista del siglo XVIII, pasando por el geográfico y político del siglo XIX hasta llegar al interés molecular del siglo XX» ( 1998, p. 22). De esta manera, el desplazamiento de la producción del conocimiento científico se da desde el discurso de la historia natural centrado en las riquezas de la flora en el marco de la mirada colonial, pasando por el discurso de la geografía enfocado en la riqueza económica dispersa en el espacio para ser cartografiada por un gobierno que buscaba constituir Estado-nación, hasta llegar a un discurso de lo molecular interesado por la diversidad genética tendiente a la valoración de la diferencia biológica y cultural de los colombianos y, de ahí, una contribución a una ética de la tolerancia.
De la diversidad en la flora natural del siglo XVII a la diversidad espacializada del XIX, se pasa a finales del siglo XX a la diversidad en el ser humano: en lo más profundo de su ser como es su dimensión molecular, pero también en lo más oculto del ser de la nación como lo son las «comunidades aisladas». Ahora bien, en los tres programas no se adelantan registros que se oponen, sino que se complementan: «El nivel molecular desarrollado por la Expedición Humana como su eje de investigación, la caracteriza como un programa complementario de la Expedición Botánica y de la Comisión Corográfica, las cuales venían aproximándose al hombre desde la botánica y la geografía. Se llega por fin al individuo y se penetra en él mediante la muestra de sangre para explorar su interior» ( Gómez, 1998, pp. 147-148).
Para varios de los autores asociados al programa de Expedición Humana, existe una especie de urgencia en el estudio de la diversidad humana (biológica y cultural) ya que se encuentra en un gran peligro de desaparecer ante los embates de las transformaciones tecnológicas del mundo contemporáneo, pero también por el mestizaje acelerado que a la que se enfrentan las «comunidades aisladas». Así, por ejemplo, uno de los argumentos para la creación del Banco Biológico Humano se planteaba en los siguientes términos: «La conservación de todo ese patrimonio biológico es realmente urgente, puesto que las diferentes etnias pueden diluirse en el mestizaje progresivo de estas culturas» ( PUJ, 1992, p. 16). En la justificación de uno de los proyectos presentados por Bernal a Colciencias se clamaba por la urgencia de los estudios de genética poblacional dada la desaparición de las poblaciones indígenas aisladas:
A nadie se oculta que las poblaciones que habitaron nuestro continente antes de la llegada de Colón han venido extinguiéndose, bien por aculturización e incorporación a ciudades y pueblos, o por la alta morbimortalidad de las enfermedades infecciosas y la desnutrición, que han venido como resultado del trastorno de su hábitat por el colono «blanco». El estudio médico y genético de estas poblaciones es entonces urgente, más cuando se tiene en cuenta que los asentamientos indígenas de otras partes del continente han venido siendo objeto de este tipo de estudios durante los últimos 20 años, sin que algo similar se haya llevado a cabo en Colombia. ( Bernal, 1991a, p. 3)
Esta especie de «genética de salvamento» tiene como antecedente la angustia antropológica de la mitad del siglo pasado sobre lo que se veía como la evidente desaparición de los grupos indígenas tradicionales (cfr. Rojas & Jaramillo, 2020). Esta angustia impulsó un sinnúmero de «etnografías de salvamento» que buscaban conservar para la «ciencia» y la «humanidad» un registro lo más adecuadamente posible de esas poblaciones que desaparecían. Este discurso en antropología fue profundamente cuestionado, pero parece que con la Expedición Humana emergía con un nuevo rostro y en otro registro como argumento para adelantar las investigaciones en genética poblacional y clínica.
Al igual que los antropólogos de los años cuarenta consideraban a las transformaciones tecnológicas y comunicacionales asociadas a los procesos de la modernización como las causantes de la pérdida de los modos de vida tradicionales, en el libro que he comentado extensamente son los efectos homogeneizantes de la globalización los verdugos de la diversidad cultural:
En el primer caso habrá que hacer una reflexión sobre la riqueza de los conceptos de cada comunidad visitada, para entender la importancia de la diversidad cultural en una sociedad que se encuentra sometida a presiones homogenizantes como las que representan los medios de comunicación social denominada internet. Es posible que, en pocos años, los avances de la técnica pongan en la mano de la mayoría de los habitantes del planeta este nuevo medio de comunicación, a la manera de lo que ya sucedió con la radio y la televisión. En este momento, la gran diversidad cultural de la Tierra se verá reducida a algunos pabellones en museos que mostrarán cómo, en otro tiempo, la gente era muy diferente entre sí y la diferencia enriquecía la humanidad como los colores y sonidos enriquecen el paisaje. Esta triste predicción futurista nos infunde ánimo para seguir en la corriente trazada por la Expedición Humana, de reunir elementos para exaltar la diversidad que existe aún hoy en día. ( Gómez, 1998, p. 145; énfasis agregado)
Como lo han demostrado etnográficamente los estudios antropológicos de la globalización (cfr. Inda & Rosaldo, 2002; Ribeiro, 2003; Tsing, 2005), las cosas son mucho más complejas que estas lecturas apocalípticas de la ineluctable homogenización cultural. No obstante, lo interesante es que este tipo de imaginarios sobre el inminente peligro en el que se encontraba la diversidad humana del país encajaban perfectamente en los argumentos que justificaban la existencia del programa de Expedición Humana: «Es así como esta última expedición del siglo XX busca describir, ayudada por muchos ojos de expertos en múltiples disciplinas y de jóvenes en formación, las características de las comunidades aisladas que las hacen atractivas sino simplemente a cualquier ser humano» ( Gómez, 1998, p. 27).
Esta diversidad humana, no obstante, se encontraba predominantemente en lugares remotos e implicaba unos «colombianos desconocidos». «A la zaga de la América oculta» significaba, entonces, desvelar esa Colombia «escondida», la de las «comunidades aisladas», la de las «geografías inaccesibles», la de los «tiempos remotos». No es extraño, por tanto, que, en el acto de clausura de la Gran Expedición Humana, el 27 de septiembre de 1993, Bernal afirmara: «la Expedición Humana ha trascendido aún más barreras, para ponernos en contacto con la otra Colombia, con la Colombia de los colombianos que no conocemos, la Colombia que se mueve a pie, mula o bota, la que no puede conocer el avión, y a la que el único esfuerzo estatal que le llega es una maestra que aparece y no se amaña» ( 1993, p. 155; énfasis agregado). «A la zaga de la América oculta» denota un tono de desvelamiento desde la mirada de la ciencia de realidades que se han mantenido escondidas para «los colombianos» (o mejor, para unos colombianos) y que requieren de la mediación del saber experto del científico para que emerjan a la superficie, para que sean re-conocidas.
Es en este marco que la diversidad se traduce y encarna predominantemente en las «comunidades aisladas», a las que se puede llegar sólo a partir de un sustantivo esfuerzo de desplazamiento y de superación de los más disimiles avatares y aventuras. En un lugar diferente del laboratorio, en la antípoda de los espacios y gentes transformados por la civilización, es donde se encuentran esas comunidades aisladas, fuentes y anterioridades del «mestizaje genético y cultural»: «De esta manera el doctor Bernal logra aglutinar un número cada vez mayor de iniciativas de investigación en torno a la premisa principal de salir del claustro y llegar hasta los recónditos lugares en donde se han refugiado miles de seres que no quieren, o no pueden, integrarse a la civilización predominante, y que guardan en su seno las fuentes de nuestro mestizaje genético y cultural» ( Gómez, 1998, pp. 133-134; énfasis agregado). Puridades imaginadas, anterioridades prístinas, asequibles por el sacrificio de científicos que las develan enmarcadas en las retóricas de la «diversidad» biológica y cultural de la nación.
Es en estas geografías recónditas y temporalidades suspendidas que signan la existencia de esas «gentes desconocidas» (de esas no conocidas por «los colombianos»), donde se pueden descifrar las claves del país real, incluyendo a esa «Colombia profunda» traída por la generosa y sabia mano de respetados científicos. Desde la perspectiva del vicerrector académico, en plena efervescencia del programa de Expedición Humana, anotaba que éste buscaba:
el redescubrimiento del ser nacional contemporáneo. Hoy, sesenta investigadores de las más variadas disciplinas se vuelcan sobre el fragmentario mapa de Colombia para dibujarlo en su realidad genética, social, cultural, política y económica. La Expedición visita los más apartados lugares, levanta el plano, lo relaciona con otros, lo integra y lo publica. Así se va construyendo la nueva carta del país real, de su sociedad viviente. ( Sanín, 1992, pp. 7-8)
No es extraño, por tanto, que en la misma época aparezca un artículo en la prensa nacional donde todo esto es interpretado como un discurso de la «otra nación», de la Colombia oculta, que se asocia estrechamente a la extraordinaria riqueza étnica, a lo rural recóndito, a la que está más cerca de la naturaleza y se encuentra incontaminada ambiental y moralmente, una suerte de rearticulación del imaginario del buen salvaje y de la naturaleza prístina, del ecólogo por naturaleza:
Colombia no es sólo el país de los paisas, los costeños, los cachacos. Ni es la tierra donde predominan la contaminación ambiental, la indiferencia o la intolerancia. Es también el segundo país más rico en diversidad étnica en el mundo, con más de ochenta grupos indígenas y comunidades de origen africano, asiático y europeo. Muchos de ellos conforman la otra nación, aquella acostumbrada a andar a pie, en mula o en lancha a pisar la tierra, sentirla y por lo tanto a cuidarla. Aquella que ama la naturaleza, el mar, el agua... En esa otra nación hay lugares a donde aún no llega la polución, ni la contaminación ambiental. Es más, conforman el gran paisaje, el motivo para vivir entre el aire puro, la naturaleza, y sus riquezas. Hay pueblos en donde no se conoce la envidia ni el engaño; donde viven tranquilos y trabajan arduamente. Aunque sufren, porque hacia afuera pocos se percatan de su existencia. Su proyecto, Expedición Humana, lo asumió la Universidad Javeriana y es dirigido por el genetista Jaime Bernal Villegas. Su propósito es, precisamente, redescubrir y dar a conocer esa otra Colombia. ( El Tiempo, 1 de febrero de 1993 ; énfasis agregado) 19
El énfasis en lo que se denominó comunidades aisladas, no se limitaba al interés de los científicos de la Expedición Humana. Parece que también tenía resonancia en iniciativas globales con las cuales el programa de la Javeriana adelantó proyectos concretos. Un indicio de ello lo encontramos en el Boletín número 2 de julio de 1989 de la Expedición Humana 1992, en una nota titulada «Noticias Internacionales». Allí se refiere la siguiente información:
Por iniciativa de la Academia Real de las Ciencias Exactas Físicas y Naturales de Madrid, se reunió a finales de febrero un pequeño grupo de investigadores latinoamericanos en esa ciudad para diagramar un proyecto de investigación conjunto sobre la génesis biológica de nuestras poblaciones. El proyecto se centró básicamente alrededor de la detección y estudio de algunos marcadores biológicos e involucrará poblaciones aisladas de México, Venezuela, Chile, Argentina y Colombia. En esta reunión se presentó el Programa de actividades de la Expedición Humana 1992, que quedó formalmente vinculada al proceso. ( Boletín Informativo Expedición Humana 1992, julio de 1989, N 2, p. 4 )
La realización de este proyecto se puede rastrear hasta 1994, lo que significa que las definiciones de las unidades de análisis y la relevancia de las comunidades aisladas en clave de diversidad biológica para entender las formaciones nacionales no es una singularidad del programa de la Expedición Humana. En últimas, lo que estaba en juego con este programa de la Expedición Humana era el fortalecimiento mismo de la identidad nacional mediante el estudio molecular de la población colombiana ( Gómez, 1998, p. 201). Y esto, desde la perspectiva del genetista, pasaba por el mapeo genético de la población colombiana, aunque éste se materializara inicialmente en un trabajo orientado hacia las «comunidades aisladas»: «Uno de los derroteros definidos por el director de la Expedición Humana fue el de elaborar el mapa genético colombiano. Esto quiere decir que, tomando suficientes muestras representativas de los diferentes grupos étnicos nacionales, se podría llegar hipotéticamente a construir un panorama global del contenido de genes de nuestra población» ( Gómez, 1998, p. 148).
A los ojos de los genetistas de la Expedición Humana este fortalecimiento de la identidad nacional pasaba por reconocer la enorme diversidad de la población colombiana. En una entrevista realizada por Nina S. de Friedemann y Diógenes Fajardo a Jaime Bernal, este punto se hacía bien explícito:
NSF: ¿Es esa búsqueda de la diversidad la justificación, el punto de partida para la Expedición Humana?
JB: Sí. Ahí nace. Para observar la diversidad asombrosa en Colombia, en el mundo, el segundo país más rico en ella. Aquí el genetista tiene un paraíso excepcional por la variedad étnica, con la posibilidad de tratar de entenderla, de verla, de percibirla desde muchos niveles, desde la apariencia de los ojos hasta la estructura de sus genes. Buscar la causa de la diversidad es lo que los genetistas estamos haciendo en el fondo. Por qué somos distintos. Qué sentido tiene que seamos distintos. Por qué es importante que seamos distintos. Cuáles y qué tanto esas diferencias influyen nuestra forma de vivir. ( Friedemann & Fajardo, 1993, p. 211)
Colombia, el segundo país más diverso del mundo en términos de riqueza étnica, es considerado un paraíso para los genetistas debido a la variedad observable en los cuerpos y en los genes, estos últimos solo legibles por expertos. Sin embargo, esta diversidad no puede ser explicada únicamente por el conocimiento de la genética, sino que hay otros factores involucrados. La diversidad étnica se manifiesta principalmente en las «comunidades indígenas» y los «grupos negros», que encarnan este concepto de manera destacada. Estas comunidades y grupos, casi por definición, son los referentes principales de la noción central del programa, que se enfoca en las «comunidades» o «poblaciones» aisladas: «La Expedición Humana viaja frecuentemente al encuentro de poblaciones aisladas en nuestro país, principalmente negras y amerindias» ( Gómez, 1992, p. 10).
Esta diversidad humana, sobre todo hasta finales de los ochenta, también fue fácilmente traducida a una clasificación racializada de negros, mestizos, indígenas. A pesar de los escozores que este planteamiento produce entre algunos de los más notables proponentes de este programa, esta clasificación es racializada, así no se utilice el término «raza» ni se considere que las «razas» existan como entidades biológicas discretas de las cuales se deriva el comportamiento, habilidades y moralidades de las personas. Es racializada porque apela a las nociones históricamente racializadas de «negro», «indígena» y «blanco» (o sus sustitutas como «caucasoide») para pensar la diferencia cultural y biológica del país. Se reinscribe la diversidad biológica y cultural en la plantilla del pensamiento racial cuando se asume que indio, negro, mestizo o blanco (o sus eufemismos sociales o académicos) son entidades significativas para enunciar y trazar distinciones sustanciales entre poblaciones.
Esta clasificación racializada se evidencia, por ejemplo, en el logo de la Expedición Humana (ver Figura 1). Este logo dibuja los perfiles de tres hombres (no mujeres, ni niños ni ancianos), uno al lado del otro, donde se resaltan ciertos marcadores somáticos (como la forma del cabello, de la nariz, labios y ojos) para representar en su «obviedad» un rostro indígena, uno blanco (o mestizo blanqueado) y uno negro. La racialización del logo es explicitada en algunos pasajes: «Uno de los proyectos que están en curso actualmente, es el que hemos denominado Banco Biológico Americano. En éste se plantea la necesidad de depositar en un lugar seguro una muestra orgánica representativa de tres razas que simbolizan este programa» ( Gómez, 1991, p. 8; énfasis agregado).
Este logo, es usado por vez primera en julio de 1989, para encabezar el número 2 del Boletín Expedición Humana 1992. El anuncio se hizo en los siguientes términos: «Encabeza este boletín el nuevo logosímbolo de la Expedición, amablemente diseñado por el Maestro Antonio Grass. El Maestro captó y plasmó en el logosímbolo, de manera inmejorable, la idea central del proyecto» ( p. 4; énfasis agregado). Se imagina una diversidad biológica y cultural de la población colombiana circunscrita a tres siluetas masculinizadas que enfatizan los rasgos fenotípicos que han operado históricamente como marcadores raciales de la «raza» india, negra y blanca.
En una diciente publicación, titulada Aspectos demográficos de las poblaciones indígenas, negras y aisladas visitadas por la Gran Expedición Humana, tres de los expedicionarios se refieren a la metodología con la que se levantaban los datos de campo. Para la Gran Expedición Humana se desarrolló una encuesta que operaba como protocolo de la investigación genética. En el aparte titulado «Descripción metodológica», Mendoza, Zarante & Valbuena describen que estos instrumentos de investigación fueron el resultado de «reuniones con distintos grupos de trabajo de los proyectos de investigación participantes para que el cuestionario a llenar durante las visitas, respondiera en forma adecuada a las necesidades planteadas por cada grupo» ( 1997, p. 23).
En las encuestas llenadas en terreno que acompañaban las muestras tomadas se pedían nombres y apellidos, edad, sexo y procedencia «Indicando la comunidad, población o municipio desde el cual asistían» ( p. 25). Pero más sugerente aun, se pedían los datos del «grupo racial» y la «etnia». Por «grupo racial» entendían: «el grupo al cual pertenece cada individuo ya fuera Indígena, Mestizo, Negro o Colono» ( Mendoza, Zarante & Valbuena, 1997, p. 25). Se clarificaba, a su vez, que «Se comprendieron en este grupo como mestizos todos aquellos individuos con un ancestro indígena dentro del primer grado de consanguinidad y como colono a los individuos que no tenían conocimiento o documentación de familiares indígenas» ( p. 25). Así, el grupo racial incluía los «colonos», pero lo interesante es que se lo diferencia del «mestizo» con un criterio de ascendencia indígena en el primer grado de consanguinidad o no. Por el título de la publicación, donde se habla de poblaciones indígenas, negras y aisladas, entonces mestizo y colono se imaginan como dos «grupos raciales» que son subsumidas en la categoría de «poblaciones aisladas».
De otro lado, en esta encuesta solo los indígenas podían ser considerados como «etnia» ya que «En los individuos indígenas se obtuvo el grupo étnico al cual pertenecen, por medio de pregunta abierta: de esta manera fue que cada individuo se refirió al grupo al cual pertenecía» (p. 25). Por lo tanto, aunque para el sentido común contemporáneo suene muy extraño ya que se ha instalado la noción de grupo étnico o pueblos étnicos que incluye tanto a indígenas como negros, para la Gran Expedición Humana «etnia» solo era aplicable a los «indígenas» ya que para entonces los «negros» apenas estaban comenzando a ser imaginados como «grupo étnico». 20
Conclusiones
A más de veinte años de concluida, la Expedición Humana aparece como una descomunal y sostenida iniciativa, desde una universidad privada confesional, en investigación genética en la cual confluyeron diversas disciplinas con el ánimo de contribuir a conocer desde la ciencia la diversidad biológica y cultural del país. Con sus numerosas expediciones y expedicionarios hurgaron en lo que para unos citadinos bogotanos suponía los más alejados lugares de la geografía nacional, llegando con brigadas de salud a estas «poblaciones indígenas, negras o aisladas» al tiempo que adelantaban la recolección de materiales biológicos para sus investigaciones genéticas entre otros estudios.
Esta parte de la «América oculta» que ameritaba desplegar enormes recursos para ir en busca de ella (a su zaga) en aras de darla a conocer a «los colombianos» y a la ciencia universal, nombrándose a sí mismos como los más claros herederos y continuadores de una tradición de científicos que se remonta al periodo colonial con la Expedición Botánica y a mediados del siglo XIX con la Comisión Corográfica. Esto contribuiría, entre otros, a trazar un mapa genético de las poblaciones en Colombia, así como a contar con una fuente «objetiva inscrita en el plano molecular de las poblaciones» para descifrar la «historia humana de nuestro país» en aras «generar o confirmar hipótesis históricas».
Nobles propósitos en el papel que, sin embargo, fueron puestos en cuestión por líderes indígenas que, paradójicamente, no se encontraban en las geografías recónditas y temporalidades suspendidas imaginadas por los expedicionarios, sino en lugares como el Congreso en Bogotá y apelando al moderno discurso del derecho, los interpelaron en asuntos tan elementales de la ética científica como la ausencia de consentimiento informado y por escrito de las comunidades a las que se les extrajeron materiales biológicos para engrosar el «banco biológico» en la Javeriana, o para recordarles la existencia de las autoridades y organizaciones indígenas nacionales con las que se deben adelantar las consultas correspondientes de manera transparente para tener claridad de los alcances y riesgos de la labor de los «desinteresados» expedicionarios.
No cuento con la experticia del genetista que pudiera sopesar sus contribuciones en este plano. Como antropólogo, sin embargo, es evidente los limitados logros (si es que hay alguno relevante para la discusión antropológica en Colombia), en relación con las pretensiones de algunos de los expedicionarios más visibles de lo que serían sus contribuciones a trazar «el dibujo de un mapa genético de amerindios y afroamericanos que defina tanto los elementos comunes como las relaciones filogénicas entre diversos grupos y también las de otras poblaciones que les dieron origen» ( Friedemann, s.f. p. 11). Ni siquiera en el campo de los estudios afrocolombianos, desde donde escribe entusiasta Friedemann, ha circulado con algún impacto en la discusión una evidencia derivada de la Expedición Humana.
Al examinar sus discursos, es notable la precariedad de las categorías analíticas sobre la diversidad y la ausencia de discusiones de la teoría social que les evidenciaría no solo como siguen reproduciendo el pensamiento racial, del cual se imaginan haber tomado distancia, sino que les permitiría cuestionar su arrogancia científica al entender las geopolíticas del conocimiento y la colonialidad del saber que los constituyen desde su naturalizado lugar de un sujeto de privilegios enclasados y raciales, atiborrado de lugares comunes bogotanocentrados sobre gentes que aparecían como espectros en espacialidades recónditas y temporalidades suspendidas.