-Los políticos tuvieron que buscar oficios honestos; algunos fueron buenos cómicos o buenos curanderos. La realidad sin duda habrá sido más compleja que este resumen.
Jorge Luis Borges, Utopía de un hombre que está cansado, 1935.
Introducción
La geopolítica aparece en el estudio de las Relaciones Internacionales entre los años 1870 y 1945, etapa que comprende dos guerras mundiales y, consecuentemente, una profunda transformación de las relaciones de poder entre Estados (Ó Tuathail, 1998).
El término geopolítica viene del alemán die Geopolitik, lo cual determinó que, en sus inicios, dicha rama se identificara como una “ciencia nazi”. En efecto, Karl Haushoffer (geógrafo y militar retirado alemán) relacionó la teoría darwiniana de la supervivencia de los más fuertes con la figura estatal. Se propuso una apología entre el Estado clásico westfaliano y un organismo vivo dentro de un sistema de competencia; un sistema anárquico, caracterizado por la anomia (González, 2018). De acuerdo con Haushoffer, para sobrevivir en una lucha del más fuerte, el Estado alemán requería ineludiblemente de expansión territorial, lo que el autor denominó der Lebensraum: el espacio vital.
De este modo, bajo los preceptos clásicos de la geopolítica, se establecen elementos de supervivencia de los Estados, o de determinadas regiones, tomando en consideración la capacidad hegemónica en otros espacios territoriales. En este sentido, el estadocentrismo y el carácter territorial-geográfico de la geopolítica hacen que su estudio se identifique, normalmente, mediante teorías realistas de las Relaciones Internacionales (Cabrera, 2017).
Un enfoque realista de la geopolítica resulta prolijo para el análisis de las diferentes aristas del poder desde esferas geográficas, sin embargo, no contempla otras variables de un sistema internacional globalizado como el discurso, el ciberespacio, la incorporación de actores no bélicos, el problema agencia-estructura, entre otros. Por lo tanto, la geopolítica y la geopolítica crítica han ampliado su alcance y se han abierto a campos más interdisciplinarios, para explicar fenómenos internacionales actuales. Es en este sentido que la geopolítica crítica ha dejado de estar ligada al realismo y ha pasado a usar enfoques liberales, constructivistas o posestructuralistas.
Uno de los conceptos que se repiten en geopolítica es la hegemonía, concepto que nos permite entender la influencia de un actor sobre otro en el control de estructuras dentro de un orden en el sistema internacional. La hegemonía es un instrumento conceptual útil para comprender las interacciones dinámicas y dialécticas de los actores internacionales (Xing y Shengjun, 2020).
La pandemia originada por el COVID-19 puso en evidencia las relaciones hegemónicas, cambiantes y dialécticas en un sistema internacional globalizado. En la etapa inicial de la emergencia, Kissinger (2020, 3 de abril) pronosticaba que la crisis sanitaria traería consigo el debilitamiento de las instituciones internacionales y de los poderes hegemónicos.
Es así que los modelos geopolíticos en disputa, que ya desde inicios del siglo XXI marcaban nuevas dinámicas de poder en la esfera global, encuentran en la crisis del 2020 un espacio de profundización de las tensiones hegemónicas (Barrios y Refoyo Acevedo, 2020). China y Rusia, ubicadas en una especie de antípoda hacia la hegemonía estadounidense, aparecen en el escenario internacional para plantear el poder más allá del poder hegemónico tradicional.
De acuerdo con los antecedentes expuestos, el presente ensayo tiene como objetivo analizar en qué medida el manejo de la crisis pandémica en China y Rusia, tanto en su esfera doméstica como internacional, plantea un nuevo juego de poder en la geopolítica mundial. Se plantea la geopolítica desde la problemática de diversas capacidades estatales para conseguir un objetivo determinado. En este sentido, se analizará la dinámica geopolítica de acuerdo con la teoría del liberalismo institucional, bajo los estándares de cooperación y de soft power (poder blando) que utilizaron Rusia y China, en contraste con Estados Unidos o con ciertos países de la Unión Europea que se ensimismaron dentro de sus fronteras.
El institucionalismo liberal considera que la hegemonía está incrustada en las interacciones de cada actor, que están determinadas por las normas y valores de las instituciones internacionales. El institucionalismo liberal postula que, a pesar de que el orden internacional puede ser producto del poder hegemónico, no es reducible a él, porque los regímenes internacionales tienen un efecto causal independiente en la política mundial (Xing y Shengjun, 2020).
El COVID-19 en China, Wei Ji (危机): crisis y oportunidad
Durante las últimas cuatro décadas, China ha desarrollado profundos cambios tanto en su economía como en su política y en su visión geopolítica del sistema internacional. Su economía ya no está controlada solamente por el Estado, sino que es regulada por el Estado en combinación con mecanismos del libre mercado. El llamado modelo de acumulación de capital dirigido por el Estado chino en realidad tiene dos caras de la misma moneda: un aspecto del modelo implica el capitalismo de libre mercado, como la competencia, la liberación, la privatización y el espíritu empresarial, mientras que otro aspecto del modelo enfatiza el papel decisivo del Estado en la planificación macroeconómica, en el control financiero y político y en la promoción de las empresas estatales (Huang, 2010).
Uno de los mayores proyectos que tiene actualmente China es la iniciativa de La Franja y La Ruta, que es un nuevo modelo de crecimiento que busca exteriorizar el sistema económico y político más allá de las fronteras del Estado chino. La iniciativa de la Ruta de la Seda aboga precisamente por la cooperación con varios socios internacionales a lo largo del Cinturón, en particular con los países de Asia Central, y también ha incluido socios de África, Latinoamérica y Europa inclusive (Xing y Shengjun, 2020).
China está construyendo redes interregionales de cooperación mediante la construcción masiva de infraestructura, el libre flujo de comercio, trabajo, capital, personas e información. Dichos mecanismos de cooperación resultaron útiles para que el país asiático promoviera su estrategia geopolítica en el sistema mundial durante la pandemia del COVID-19.
En efecto, mientras China adoptaba una posición de cooperación sanitaria en el marco de la crisis, otros países, como Estados Unidos, bajo el mandato de Donald Trump, tomaban una postura de aislamiento que mira al otro, el extranjero, como amenaza.
En uno de sus discursos ante la ONU, el expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump manifestaba: “Hemos realizado una batalla feroz contra el virus chino” (Brooks, 2020, 22 de septiembre párr. 3). Este discurso no solo contemplaba elementos que pueden resultar xenófobos, sino que planteaba elementos de un discurso geopolítico, en el que Occidente, precedido por la figura de Estados Unidos, posee la capacidad de adjetivar a otros países a los que culpa de las propias deficiencias estatales.
Si bien el discurso no es un elemento de la geopolítica tradicional, sí lo es de las perspectivas críticas de la geopolítica. El caso del “virus chino” manifiesta, además, una esfera de poder desde Occidente con supuestas características civilizatorias. En este caso, se configura el imaginario de China bajo una premisa de retraso económico y social, evidenciada, según Trump, por el déficit sanitario y una política pública que no pudo prevenir la pandemia. En la antípoda, su par en Beijing, Xi Jinping, adopta un discurso que promueve el multilateralismo y la cooperación interestatal (Brooks, 2020, 22 de septiembre). Además, Xi Jinping aprovecha la producción nacional de insumos y productos, tales como mascarillas o respiradores, para su autosuficiencia estatal y también para contribuir a la dependencia comercial del mundo hacia China (Bringel, 2020). En este sentido, y tomando en consideración un conjunto de elementos no solo discursivos, sino de políticas públicas ejercidas por China y Estados Unidos, podría decirse que la pandemia estableció una pugna internacional por el poder y la influencia.
La pandemia del COVID-19 se planteó desde Estados Unidos y China como un evento de importancia geopolítica y evidenció la problemática del equilibrio de poder mediante la rivalidad militar, política, económica y la gobernanza sanitaria como pieza central (Fidler, 2020, 23 de marzo).
Los puntos de quiebre fueron mayores cuando la geopolítica de la pandemia creó problemas en la cooperación sanitaria internacional, en específico, la pugna que surgió con respecto al apoyo de Estados Unidos a la Organización Mundial de la Salud (OMS). El viceprimer ministro japonés se había quejado de que dicha organización se había convertido en la “Organización China de la Salud”. Más tarde, el expresidente Trump detuvo la financiación de Estados Unidos y congeló los fondos destinados a la OMS, argumentando que el manejo de la crisis se había centrado demasiado en China (Fidler, 2020, 23 de marzo). Por su parte, Xi Jinping hizo lo políticamente correcto y aumentó su apoyo a la organización, como una forma de retribuir a las críticas que se le hicieron por su tardía respuesta a la pandemia y por la falta de cooperación internacional al no avisar a tiempo sobre el riesgo que implicaba el virus (Huileng, 2020, 13 de abril).
La pugna en la OMS va más allá de una preocupación sanitaria por la salud de la humanidad. Al contrario, se vislumbra la estrategia china de cooperación y diplomacia como una forma de ganar credibilidad en el espacio internacional. Es decir, una forma de estrategia geopolítica.
La política exterior que profesa Xi Jinping se manifiesta bajo la estrategia de un discurso diplomático, en el que promueve la cooperación internacional como un modo de desestabilizar el poder hegemónico (Lanteigne, 2019).
La diplomacia sanitaria es uno de los elementos fundamentales usados desde Pekín dentro de su estrategia de cooperación. Incluso, en el año 2017 el presidente chino anunció la creación de una franja de la seda de la salud, con el objeto de coordinar internacionalmente emergencias de salud pública (Lancaster y Rubin, 2020, 30 de abril).
La diplomacia sanitaria ha sido definida como una actividad política, cuyo objetivo resulta de la ayuda en temas de salud a otros países, mientras se fortalecen las relaciones internacionales con el exterior (Chattu y Knight, 2019). Bajo los términos de la diplomacia sanitaria también se puede hacer referencia al soft power, al respecto, Joseph Nye (2004) manifiesta que el soft power o poder blando es la “capacidad de afectar a otros para obtener los resultados que se desean a través del consentimiento, en lugar de la coerción”. En consecuencia, la diplomacia sanitaria forma parte del soft power en tanto legitima la hegemonía de un país sobre otro mediante prácticas de ayuda y cooperación (Gauttam et al., 2020).
El Gobierno chino, mediante su economía dual y su política exterior de cooperación, aprovechó el espacio geopolítico proporcionado por la pandemia para ejercer su influencia en Europa, África, Latinoamérica y sus aliados en Asia. En referencia a esto, China envió insumos médicos, mascarillas, pruebas para el COVID-19 e incluso personal médico a países como Argelia, Nigeria, Zimbabwe, República Democrática del Congo, Etiopía, Burkina Faso y Sudán.
El proceso de vacunación y la ayuda en la emergencia sanitaria podrían ser vistas desde la perspectiva de la diplomacia de las vacunas, como parte del soft power que promueve los intereses chinos. Sin embargo, la cooperación de China en África no es un asunto nuevo, sino que dicha amistad se remite a 1963. En efecto, Wang Yi, ministro de Relaciones Exteriores de China, declaró que se han enviado más de 21 000 médicos y enfermeras a África a lo largo de los años (Lancaster y Rubin, 2020, 30 de abril).
El mismo actuar se ha producido en la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), al igual que en los países del sur de Asia como Bangladesh, Sri Lanka, Nepal, Maldivas, Pakistán y Afganistán. Un punto importante en relación a la geopolítica china planteada desde elementos tales como el soft power y la diplomacia sanitaria es la ayuda que se ha brindado a Irán, aprovechando las relaciones álgidas que existen entre este país y Estados Unidos. Además, Wang Yi ha instado al país norteamericano a eliminar las sanciones contra Irán al afirmar que podrían perjudicar la ayuda humanitaria (Gauttam et al., 2020).
La premisa china de apertura al mundo, planteada desde Deng Xiaoping, fue aprovechada por el actual presidente Xi Jinping bajo la estrategia de una política exterior perspicaz, para afrontar la crisis de la pandemia desde una perspectiva de Wei Ji, cuyo significado en español podría definirse desde los términos de peligro y oportunidad. En un principio, China se hizo cargo del sistema de salud doméstico, controló la pandemia e incluso mediante mecanismos de vigilancia estatal pudo ejercer mayor represión a las protestas de Hong Kong, a pesar de la fuerte crítica internacional en cuanto a violaciones de derechos humanos (Marcus, 2020, 3 de junio). Por otro lado, China se enfocó en el sistema de salud internacional desde la cooperación y el soft power, por medio de mecanismos humanitarios con los que configuró un nuevo espacio de poder geopolítico.
A inicios del 2020 se evidenció un declive significativo en la economía china. Sin embargo, a inicios del 2021, según un informe del Banco Mundial, se determina que China es una de las pocas economías que ha crecido con la pandemia y que se espera un crecimiento incluso del 7,9%, mientras que para otras economías se vaticina un porcentaje del 5% (Banco Mundial, 2021, 5 de enero). La distribución de insumos médicos y de ayuda humanitaria ha demostrado que China no solamente es un proveedor de bienes, sino que también posee sistemas de gobernanza y política pública definidos en cuanto al manejo de crisis. Además, también cuentan con una política exterior enfocada en ganar espacio hegemónico, contrarrestando el unilateralismo internacional desde Estados Unidos.
La expansión rusa en el escenario internacional
Como parte de BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica), Rusia y China han sido considerados institucionalmente como los respectivos portavoces y líderes de sus regiones, los mismos que han puesto en quiebre el poder hegemónico unilateral (Worth, 2020).
Dentro de los estándares de geopolítica, Rusia se presenta como un antagonista que pone en vilo el poder hegemónico tradicional. En términos territoriales-geográficos, la amenaza se presenta desde Rusia como una potencia nuclear con capacidad militar, de gran importancia debido a su influencia en Medio Oriente y Eurasia, además del discurso y la representación ideológica de Vladimir Putin dentro del enfoque de geopolítica crítica (Cusumano y Hernández, 2020).
No solo la dependencia de recursos energéticos hacia Rusia se acrecentó con la pandemia del COVID-19, sino que también lo hizo la necesidad de ayuda sanitaria, debido a la producción de vacunas y a la cantidad de cooperación que proporcionó este país en África, Europa y Latinoamérica.
Tras la separación de Estados Unidos de la OMS, el presidente Putin resuelve continuar con el apoyo a la organización y ejercer, al igual que China, una perspectiva humanitaria y de cooperación dentro del sistema internacional.
En el transcurso de la pandemia se evidencia una política de asistencia y de cooperación con los Gobiernos chino y estadounidense, mediante la cooperación económica y política con su par Xi Jinping y de asistencia directa con el expresidente Donald Trump (Cusumano y Hernández, 2020).
Putin aprovecha la crisis sanitaria para recuperar un espacio geopolítico del que ha sido relegado mediante las sanciones que se le han impuesto por el conflicto de Crimea. En este sentido, Rusia parece controlar su crisis sanitaria desde el ámbito interno, procurando mantener una estrategia de persecución de sus propios intereses nacionales, del mantenimiento de su soberanía en lo que respecta al diseño de políticas internas y externas y de su hegemonía en el escenario mundial (Cusumano y Hernández, 2020).
El 11 de agosto del año 2020, Putin gerencia su poder geopolítico con respecto a la comunidad internacional, pues se convierte en el primer país en patentar la vacuna contra el COVID-19, cuyo nombre sería Sputnik V, como el primer satélite ruso en llegar a la Luna. La vacuna fue desarrollada por el Instituto Gamaleya y fue registrada después de dos meses de ensayos en seres humanos (Redacción, 2020, 11 de agosto).
La rapidez de la creación de la vacuna genera, en un principio, desconfianza y reticencia en la comunidad internacional. Sin embargo, el hecho de ser el primer país en la carrera por la vacuna genera la base de la geopolítica planteada por Putin con la pandemia del COVID-19. En efecto, en febrero del año 2021, la vacuna lanzada desde Rusia alcanza mayor credibilidad con los estudios registrados por The Lancet, revista inglesa de estudios científicos y cuyo análisis determina una eficacia del 91,6%. Además, el factor de escasez de vacunas en la Unión Europea hace replantear la posibilidad de adquisición de la vacuna rusa. Por ejemplo, Hungría es el primer país de la comunidad europea que registra la llegada de 40 000 dosis en los primeros meses del año 2021. Bajo esta premisa, que relaciona la geopolítica rusa con el desarrollo y distribución de su vacuna, es necesario que Rusia establezca los territorios sobre los cuales desea plantear su poder. Es así que, además de Hungría, países de Latinoamérica como Venezuela, Argentina, Bolivia y Paraguay ya lo han registrado y se espera que pronto lo hagan Brasil y México.
En este sentido, el Fondo de Inversiones Directas de Rusia prevé que Sputnik V estará en Serbia, Bielorrusia, Irán, Emiratos Árabes Unidos, Armenia, Turkmenistán, Guinea, Túnez, Argelia y Palestina. Pero no siendo suficiente con esto, Moscú ya ha llegado también a los Balcanes occidentales y al norte de África, sin dejar de mencionar que el Gobierno ruso ha entablado alianzas de distribución a los países en vías de desarrollo desde el programa COVAX propuesto por la OMS (RTVE.es/ Agencias, 2021, 5 de febrero).
Por otro lado, cabe recalcar que, si bien China y Rusia han actuado desde sus intereses geopolíticos nacionales, también tienen una relación de reciprocidad que se va ampliando en distintos ámbitos. Esta relación no se presenta del todo honesta, sino que demuestra alguna desconfianza entre los dos países, debido a los conflictos del pasado referentes a la invasión de la URSS a territorio chino. De todas maneras, tanto China como Rusia podrían cooperar estratégicamente para generar una efectiva disuasión del monopolio de poder ejercido desde Estados Unidos (Poch, 2021, 5 de febrero ).
Conclusión
De acuerdo con los argumentos presentados en el desarrollo del presente ensayo se ha llegado a la conclusión de que la pandemia originada por el COVID-19 puso en evidencia las fragilidades del Estado central y, consecuentemente, los juegos dinámicos del poder y la hegemonía.
Nos encontramos con la Unión Europea y Estados Unidos, asiduos protectores del ensimismamiento y del cierre de sus fronteras, la anulación del otro como responsable de la crisis sanitaria. Donald Trump no pudo enfrentar la crisis desde su propia institucionalidad y derivó la responsabilidad de la pandemia a China. El exmandatario usó un discurso racista, que expresaba una supuesta superioridad en el sistema internacional, lo cual también quedó evidenciado con su salida de la OMS.
Por otro lado, China y Rusia aprovecharon la coyuntura para generar un espacio geopolítico basado en la cooperación, la diplomacia sanitaria y el soft power, consolidando alianzas basadas en una estructura hegemónica sobre Latinoamérica, África, Asia e incluso algunos países de Europa. De este modo, los modelos geopolíticos en disputa, que ya desde inicios del siglo XXI marcaban nuevas dinámicas de poder en la esfera global, encuentran en la crisis del 2020 un espacio de profundización de las tensiones hegemónicas.
Si bien Rusia y China manejan sus propios elementos políticos y económicos, esto no los ubica como antagonistas del orden del sistema internacional; al contrario, estos Estados siguen la lógica del liberalismo institucional, actúan bajo sus normas, su institucionalidad y estableciendo mecanismos de cooperación como un modo de estrategia geopolítica.
Robert Keohane y Joseph Nye, autores importantes del liberalismo y la teoría del poder blando, sostienen que el sistema internacional podría seguir funcionando a través de sus instituciones, incluso después de la retirada o el declive de la hegemonía que los hubiera creado (Xing y Shengjun, 2020). Es decir, el orden del sistema internacional llega a tener su propia autonomía.
El comportamiento de Xi y Putin durante la emergencia sanitaria y su intención de lograr espacios geopolíticos interregionales, reflejan elementos más amplios que los contemplados por la geopolítica tradicional. La búsqueda de ampliación de territorio, der Lebesraum, es un mecanismo del pasado. La geopolítica actual considera aspectos geográficos, pero también elementos que complementan un análisis interdisciplinario, como el discurso o la cooperación.