Cuando los temas que sanan el alma no son tomados en cuenta, cobran sentido las prácticas culturales para sanar, recordar sin dolor, reconciliarse, perdonar y dejar una memoria histórica. La verdadera reconciliación nace de la persona afectada y se manifiesta no sólo a través del diálogo. No hay espacio para la falsedad, las artes nacen del alma y sanan el espíritu abatido.
Juana Ruiz
Premio Nacional de Paz, 2015. Mampuján, María la Baja, Bolívar.
La cultura (entendida de una forma amplia como los rasgos distintivos, las formas de vida, las artes y letras, y como fundamento de la diversidad cultural) es una necesidad y derecho (Unesco, 1982, 2002) que comparte elementos centrales con la construcción de paz (o peacebuilding como también se conoce en la literatura), como proceso de fomento del desarrollo de condiciones estructurales, actitudes y modos de ser (Banfield, Gündüz y Kilick, 2006). Para algunos, dicha relación aún parece distante y requiere ser potenciada para aportar al desarrollo del país, más puntualmente al desarrollo sostenible.
El presente escrito pretende poner en consideración del lector el papel de la cultura1 en cuanto parte constitutiva del desarrollo sostenible2, entendido desde 1987 por la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo como la satisfacción de las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades (Asamblea General de las Naciones Unidas, 2017). Esta postura está íntimamente ligada a la búsqueda de la paz en Colombia, enfocada en brindar a las generaciones venideras un escenario donde puedan encontrarse y construir juntos en comunidad. En concordancia con lo anterior, la Asamblea General para las Naciones Unidas, desde el año 2011, acoge a la cultura como un componente esencial del desarrollo humano, y la reconoce como una fuente de identidad, innovación y creatividad para las personas y para la comunidad, y como un factor importante en la lucha contra la pobreza y la implicación en los procesos de desarrollo (Asamblea General de las Naciones Unidas, 2011). Así pues, fortalecer la comprensión de la relación entre cultura y construcción de paz en Colombia, podría aportar a la consolidación de acciones que apunten al desarrollo sostenible.
Con una participación aproximada del 3,3 % del PIB desde 2014 (Garzón, 2015), el sector cultural ha adquirido relevancia en la agenda económica del país, al punto de que su aporte espera ser duplicado en una década o menos (Duque, 2017). Esta tendencia mundial ha puesto sobre la mesa la denominada economía naranja, entendida como el conjunto de actividades que de manera encadenada permiten que las ideas se transformen en bienes y servicios culturales, cuyo valor está determinado por su contenido de propiedad intelectual. El universo naranja está compuesto por: I) la economía cultural y las industrias creativas, en cuya intersección se encuentran las industrias culturales convencionales; y II) las áreas de soporte para la creatividad (Buitrago y Duque, 2013).
Un antecedente que vale la pena mencionar, por cuanto vincula directamente el concepto de desarrollo con la cultura, es la publicación realizada en el año 2014 de los Indicadores Unesco de cultura para el desarrollo, donde se propone una metodología para medir el impacto del sector cultural en ámbitos como el económico, abordando indicadores que buscan medir el aporte de la cultura al PIB, empleabilidad del sector cultura y consumo de bienes y servicios culturales, entre otros (Unesco, 2014). El documento, además, plantea la medición del aporte de la cultura a la educación, a través de la educación inclusiva, educación artística y la formación de profesionales en el sector cultura; a la gobernanza, con indicadores enfocados en el marco normativo en cultura, en la infraestructura cultural y en la participación de la sociedad civil en la gobernanza; a la participación social, mediante indicadores que midan la participación en actividades culturales, la tolerancia a otras culturas y la confianza interpersonal; a la igualdad de género, midiendo las desigualdades y la percepción respecto a la igualdad de género; a la comunicación, con indicadores que indagan por la libertad de expresión, el acceso y uso de internet y los contenidos de la televisión pública; y finalmente a la sostenibilidad del patrimonio.
La participación de la cultura en diversos ámbitos y el reconocimiento de nuevas economías emergentes, cercanas a las dinámicas y prácticas culturales de los territorios, que vinculan sus rasgos culturales y generan alianzas entre sectores con crecimiento económico como la cultura y el turismo, entre otros, podrían arrojar resultados de importancia para el país en cuanto a construcción de paz, así como dar línea para nuevas políticas de responsabilidad social empresarial que acojan la cultura como cuarto pilar del desarrollo sostenible. Si las comunidades son tenidas en cuenta en la configuración de iniciativas estatales o privadas, podrán participar de las mismas y apropiarlas, lo que genera condiciones para asegurar dicha paz.
La construcción de una Colombia de cara al posconflicto requiere el compromiso de todos los sectores, pero además el diseño y ejecución de nuevas formas de participación. Superada la firma de los acuerdos con las FARC, esta investigación busca también ampliar la comprensión sobre la construcción de lo que se ha denominado paz completa3, la cual está estrechamente ligada a la paz positiva4 de Lederach y a la paz imperfecta5 de Muñoz, que mencionan la ausencia del conflicto, y, asimismo, la construcción de entornos basados en la cooperación y la justicia social, sin perder de vista que la paz no es un estado perfecto y utópico, sino expresiones reales que se dan en contextos particulares con la participación de todos los actores.
Es allí donde el rol de la empresa se hace relevante dado su impacto en los territorios y en el desarrollo del país más allá del ámbito económico. Para dar pistas en la construcción de nuevas prácticas de responsabilidad social que apuesten por la participación en procesos culturales o fortalezcan los ya existentes, a continuación se abordarán elementos que buscan demostrar la mencionada relación entre cultura y desarrollo sostenible en el marco de la construcción de paz en Colombia y se expondrán algunas experiencias relevantes en el país que orienten iniciativas de organizaciones interesadas en vincular el arte y la cultura en sus políticas de responsabilidad social.
Cultura como pilar del desarrollo sostenible.
Agenda 21
La cultura abarca muchas cosas; no solo son los libros, las artes o la televisión.
La música y el arte son claves pero también la cultura popular, las tradiciones [...] las
telenovelas, la cultura cambia el chip de la sociedad.
Diana Uribe6 (2014), citada por Matiz (2014).
Desde la formulación del informe Our Common Future en 1987 hasta la aparición de los objetivos de desarrollo sostenible en 2015, la comunidad internacional ha centrado sus ojos en los campos económico, social y ambiental como pilares del desarrollo sostenible. Sin embargo, poco a poco la cultura se posiciona como un cuarto pilar que promueve maneras propias de participación, equidad y pluralismo, donde el papel de lo simbólico genera también impacto en el desarrollo de las comunidades.
Para el presente documento los autores acogen la definición de cultura de la
Unesco:
El conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias. (Unesco, 1982, p. 43).
Además, afirma que:
La cultura adquiere formas diversas a través del tiempo y del espacio. Esta diversidad se manifiesta en la originalidad y la pluralidad de las identidades que caracterizan a los grupos y las sociedades que componen la humanidad. Fuente de intercambios, de innovación y de creatividad, la diversidad cultural es tan necesaria para el género humano como la diversidad biológica para los organismos vivos (Unesco, 2002, p. 4).
Para Mihai Talmaciu7, en el campo económico:
Se ha argumentado con hechos que el desarrollo económico no puede explicarse sin rendir homenaje a los factores culturales. Sin embargo, son opiniones según las cuales el efecto de la "mano invisible" de la cultura sobre el desarrollo sólo se ha demostrado pero no se ha validado desde el punto de vista económico. (2015, p. 339).
El autor también afirma que la cultura puede ser considerada como factor que genera desarrollo económico desde dos miradas: una como instrumento en clave de desarrollo económico, pues se refiere a los elementos propios de la región o país que pueden ser valorados con fines comerciales; en segunda instancia, reconoce las características que pueden favorecer o dificultar operaciones económicas. Para Talmaciu, la cultura representa un factor determinante frente al desarrollo económico, porque afecta procesos como la apertura a nuevas ideas, la cultura del emprendimiento, nuevas lecturas de mercado, actitud hacia el trabajo, el comportamiento ético y la confianza, entre otros.
Sin embargo, estas afirmaciones no son nuevas ni únicas, sino que han sido mencionadas por diferentes estamentos internacionales que, en línea con Talmaciu, reconocen la relevancia de la cultura. A continuación, se abordan tres documentos que desde organismos de orden global proponen considerar la cultura en relación con los objetivos de desarrollo sostenible:
La Agenda 21 de la cultura8 es el primer documento, de carácter mundial, que apuesta por establecer las bases de un compromiso de las ciudades y los Gobiernos locales para el desarrollo cultural (Ciudades y Gobiernos Locales Unidos, CGLU, 2004).
En él se abordan las relaciones de la cultura con derechos humanos, gobernanza, sostenibilidad y territorio, inclusión social y economía.
Con el fin de dar operatividad a dichos acuerdos, en el 2015, representantes de Gobiernos locales y ciudades de todo el mundo adoptaron el documento Agenda 21 de la cultura, donde se especifican acciones a emprender para promover la integralidad de la relación entre ciudadanía, cultura y desarrollo sostenible. Esta acción destacó el papel esencial de la cultura en una agenda global posterior a la de 2015, en clave de los objetivos de desarrollo sostenible.
Cultura 21: acciones reconoce la cultura como un derecho al que deben acceder todos los seres humanos, pero también como un espacio de participación, creación e interacción entre los mismos. Afirma que el acceso y la participación al universo cultural y simbólico en todos los momentos de la vida constituyen factores esenciales para el desarrollo de las capacidades de sensibilidad, elección, expresión y espíritu crítico que permiten una interacción armoniosa, la construcción de ciudadanía y la paz de nuestras sociedades. (CGLU, 2004).
El Plan de trabajo de cultura de la Unesco para América Latina y El Caribe 2016-2021 se presenta como una hoja de ruta para los países participantes que propone acciones a implantar en materia de cultura a escala nacional y regional durante el periodo 2016-2021. De forma paralela busca contribuir a la consecución de los objetivos de desarrollo sostenible mediante la implementación del programa de cultura de la Unesco estrechando las relaciones entre países y mejorando la cooperación Sur-Sur.
Acogiendo una comprensión amplia de la cultura y sus manifestaciones, el Plan de trabajo establece una relación entre las formas como esta se da en la vida de los pueblos y las acciones a tomar que aportan al desarrollo sostenible, e identifica seis aspectos donde confluyen:
Reducción de la pobreza: A través de la formulación de políticas públicas que permitan la formalización de empleos en un sector económico creciente y diverso.
Educación: Generando procesos de alfabetización cultural y garantía de derechos culturales, brindando competencias para vivir en una sociedad pluricultural y diversa.
Igualdad de género y empoderamiento de las mujeres: Brindando herramientas que fomenten la igualdad y el reconocimiento del otro.
Ciudades sostenibles y urbanización: Generando procesos de renovación de zonas urbanas y espacios públicos que conciban la cultura como eje, permitiendo el fortalecimiento de tejidos sociales, atracción de la inversión y sostenibilidad.
Medioambiente y cambio climático: Comprendiendo la relación entre la biodiversidad y la diversidad cultural; la sostenibilidad y el desarrollo de las comunidades.
Inclusión y reconciliación: Propiciando la participación plena de las comunidades en principios de igualdad y respeto por el otro y sus maneras de ser, expresar y convivir.
El Plan de trabajo propone medir su implementación e impacto en avances que responden a productos, indicadores, bases de medición, metas, nivel de prioridad y ODS al que responde cada acción. Dichas mediciones se presentan en cuatro áreas temáticas: desarrollo de políticas y legislación nacional, fortalecimiento de capacidades, investigación y sensibilización, y finalmente mecanismos de cooperación. La formulación del Plan está estrechamente ligada con los objetivos de desarrollo sostenible, los cuales la Unesco considera pueden contribuir a cumplirse desde el trabajo cultural.
Por último, los objetivos de desarrollo sostenible 2015-2030 son considerados la agenda de trabajo global en cuanto al desarrollo en los ámbitos económico, social y ambiental. Sin embargo, en palabras de la Unesco, es necesario:
Hacer que la cultura desempeñe un papel importante en las políticas de desarrollo. No solo constituye una inversión esencial en el futuro de nuestro mundo, sino que además es una condición previa para llevar a cabo con éxito procesos de mundialización que tengan en cuenta el principio de la diversidad cultural. La Agenda para el Desarrollo Sostenible 2030 constituye un importante paso adelante para el desarrollo sostenible en numerosos ámbitos, y más concretamente en el cultural, siendo esta la primera vez que en el programa internacional de desarrollo se hace referencia a la cultura en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). (Unesco, 2017).
Las metas de la Agenda 21 y del Plan de trabajo de cultura de la Unesco, expuestos antes, están directamente relacionados con los siguientes ODS:
1. Poner fin a la pobreza en todas sus formas en todo el mundo.
4. Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos.
5. Lograr la igualdad entre los géneros y el empodera-miento de todas las mujeres y niñas.
8. 8. Promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos.
11. Lograr que las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles.
13. Adoptar medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos (tomando nota de los acuerdos celebrados en el foro de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático).
15. Proteger, restablecer y promover el uso sostenible de los ecosistemas terrestres, efectuar una ordenación sostenible de los bosques, luchar contra la desertificación, detener y revertir la degradación de las tierras y poner freno a la pérdida de la diversidad biológica.
El reconocimiento del aporte que puede realizar la cultura al cumplimiento de estos objetivos, sumado a la inserción de líneas de trabajo en gran escala, pero también de forma articulada entre sectores y territorios, así como de estrategias de medición y seguimiento como los Indicadores Unesco de cultura para el desarrollo, los Índices de impacto cultural del Banco de la República o la Encuesta de consumo cultural del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), podrían generar una sinergia que fortalezca al país en múltiples vías.
Herramientas de medición de la participación del sector cultura
La participación del sector cultura en la economía global ha tomado relevancia en los últimos años, lo que ha generado iniciativas para su medición. Los Indicadores Unesco de cultura para el desarrollo propusieron en 2014 una metodología para medir el impacto del sector cultural en los ámbitos de economía, educación, gobernanza, participación social, igualdad de género, comunicación y patrimonio, y demostraron que la incidencia de la cultura podía verse de forma transversal en otros sectores.
Por su parte, en Colombia, se produjeron dos herramientas en concordancia con la iniciativa Unesco: la primera fue los Índices de impacto cultural de la Subgerencia Cultural del Banco de la República (Barona y Cuellar, 2014); la segunda, una primera versión de la Encuesta de consumo cultural del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) que desde 2007 busca indagar por el tema y cuya última versión se dio en 2016 (DANE, 2016).
En el primer documento, el Banco de la República presenta una herramienta metodológica para medir el impacto cultural a través de atributos, indicadores e índices resultantes de la aplicación de una investigación social y estadística. En él se analiza el comportamiento que durante cinco años (2007-2012) tuvo la población que se benefició de sus servicios culturales, entre los que se encuentran bibliotecas, salas de conciertos, museos, colecciones de arte, becas, seminarios, foros, conferencias y talleres, entre otras.
Dentro de sus conclusiones, los autores reconocen que los estudios de medición de efecto e impacto de políticas culturales deben valerse de métodos estadísticos, econométricos, psicométricos y etnográficos para dar cuenta de una medición completa desde múltiples puntos de vista y escenarios en los que contribuyen las prácticas artísticas y culturales, aun fuera del sector cultural. También afirman que los procesos culturales contribuyen con factores de desarrollo para el país que posibilitan transformaciones de las dinámicas sociales.
Por su parte, la Encuesta de consumo cultural es una operación estadística que el DANE realiza desde 2007, con mejoras temáticas, operativas y de muestreo en 2010, y que tiene por objetivo caracterizar formas de comportamiento que expresan prácticas culturales de la población, de 5 años de edad en adelante, que reside en las cabeceras municipales del territorio colombiano. Expone los resultados de una consulta bienal en temas relacionados con asistencia a presentaciones y espectáculos culturales, lectura, audiovisuales, asistencia a espacios culturales y formación y práctica cultural.
El fin de esta encuesta es acercarse al conocimiento de las preferencias y tendencias de consumo cultural, observando los niveles de accesibilidad de los ciudadanos y ciudadanas a las ofertas culturales existentes. Con la información obtenida es posible identificar los grados de democratización de la cultura en el país (DANE, 2015).
El que dos instituciones con gran trayectoria y credibilidad, ajenas al sector cultural, asuman la labor de indagar con rigurosidad respecto a la relación de la cultura con otros sectores y reconozcan la incidencia de la misma en el desarrollo del país en términos económicos y sociales, demuestra que un análisis serio de las prácticas culturales puede arrojar líneas de inversión y rutas de trabajo cooperativo que por una parte fortalezcan a las comunidades y sus territorios, y, por otra, se beneficien de ese 3,3 % de participación del PIB que posee la cultura en Colombia9.
Cultura y paz
El momento histórico que atraviesa Colombia plantea un escenario en el cual el desarrollo está sustancialmente ligado a la obtención de la paz10, al punto que el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, a través del Decreto 893 de mayo de 2017, lanzó los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET). Los PDET son programas dirigidos especialmente a las zonas afectadas por el conflicto armado, donde la presencia del Estado fue débil y se reconoce la necesidad de fortalecer la participación de las comunidades en la toma de decisiones respecto a sus territorios (Presidencia de la República, 2017), lo que demuestra que la paz, el desarrollo y la comprensión de las particularidades culturales de las comunidades y los territorios van de la mano.
Sobre este tema, el filósofo y economista Amartya Sen destaca que existen dos maneras de percibir el desarrollo en el mundo contemporáneo. La primera, lo concibe como un proceso de crecimiento económico y de expansión del producto interno bruto. La otra noción del desarrollo, Lo considera como un proceso que enriquece la libertad de las personas en la búsqueda de sus propios valores.
La noción de Sen hace énfasis en la expansión de las capacidades humanas como característica central del desarrollo. En palabras de dicho autor: "si en última instancia consideramos al desarrollo como la ampliación de la capacidad de la población para realizar actividades elegidas libremente y valoradas, sería del todo inapropiado ensalzar a los seres humanos como instrumentos del desarrollo económico" (Sen, 1998). Con el fin de entender de qué manera algunos autores comprenden la construcción de paz y la cultura puede aportar a ella, a continuación, se abordarán reflexiones teóricas y experiencias de contextos que han atravesado situaciones de conflicto y han encontrado herramientas en lo cultural.
Construcción de paz
Se puede entender la construcción de paz, en un sentido amplio, no necesariamente como un estado, sino como una búsqueda, es decir, como acciones encaminadas a crear condiciones para avanzar hacia la paz en una sociedad marcada por un conflicto armado o tensión, ya sea en situación de conflicto o posconflicto (Prandi, 2010, p. 28). Por otra parte, como propone Smith (2004) en su texto Towards a Strategic Framework for Peacebuilding: Getting their Act Together:
La construcción de paz es un proceso que busca fomentar el desarrollo de las condiciones estructurales, actitudes y modos de comportamiento político que permitan un desarrollo social y económico pacífico, estable y en último término próspero. Las actividades de construcción de paz están diseñadas para contribuir a dar fin o evitar el conflicto armado, y pueden realizarse durante el conflicto armado, después de este o como un intento por impedir el inicio de un conflicto armado anticipadamente. (Banfield, Gündúz y Killick, 2006, p. 63).
Para algunos académicos, como John-Paul Lederach, la construcción de la paz es un "concepto global que abarca, produce y sostiene toda la serie de procesos, planteamientos y etapas necesarias para transformar los conflictos en relaciones más pacíficas y sostenibles" (1998, p. 47). En este sentido, la paz es más dinámica y la construcción de paz se da independientemente de si estas medidas se toman en un contexto de tensión, de confrontación armada abierta, o de posconflicto armado.
En Colombia, la construcción de paz, de acuerdo con Rettberg (2012), se ha consolidado como una actividad tripartita entre el Estado, la sociedad civil y la comunidad internacional. Sin embargo, la construcción de paz no necesariamente está relacionada con lo que conocemos como negociaciones11, pues se entiende como un proceso que constantemente se transforma y se da en los contextos donde han surgido iniciativas incluso durante el conflicto, mientras que las negociaciones, tras el fracaso del proceso del Caguán, solamente volvieron a tomarse en cuenta después de más de una década en el año 2012, con el proceso de paz de La Habana.
Dentro de los grandes retos que implica la construcción de la paz en Colombia resulta prioritario justamente su consideración como proceso, no como un hecho puntual que surge de manera espontánea como resultado de la firma de un acuerdo, sino como una construcción que implica entenderla desde sus diferentes perspectivas, conocer a fondo los temas que involucra, definir sus actores y costos. Además, es necesario contemplar su desarrollo y delimitar acciones a nivel territorial, teniendo presente la fractura entre la institucionalidad, es decir, la incoherencia entre las acciones en cada uno de sus diferentes niveles: nacional, regional y local. Bajo este contexto, la cultura juega un papel relevante.
Cultura y construcción de paz en Colombia
En el país, el trabajo del sector cultural ha encontrado en las casas de cultura un vehículo para lo que se ha denominado el desarrollo cultural. De acuerdo con el documento Casas que cuentan, libro sonoro de las casas de cultura de Colombia, publicado por Ministerio de Cultura (2014), los procesos basados en las artes comunitarias se han convertido en un trabajo de consolidación de la paz en sociedades que experimentan conflictos graves (Zelizer, 2003). Esta postura es compartida en el contexto nacional por dos importantes figuras, quienes han hablado acerca de la importancia de la cultura desde diferentes enfoques y momentos desde un proceso de construcción de paz hasta las acciones realizadas en un escenario de posacuerdo y posconflicto.
En primer lugar, el alto comisionado para la paz, Sergio Jaramillo12, resalta el papel de la cultura y las artes como integradoras de las regiones, reconoce además su relevancia en la generación de eventos y expresiones artísticas, su pertinencia como estrategia de memoria y, por último, como posibilidad creativa al desarrollar la imaginación para combatir el escepticismo tradicional. Por su parte, el jefe negociador del Gobierno, Humberto De la Calle, reconoce el papel de la expresión artística en la solución del conflicto interno en dos momentos diferentes: en la confrontación en marcha y en el posconflicto. En el primer caso, las artes constituyen un reservorio de memorias y un rol de catarsis. En una fase posterior y como momento de las transformaciones de la sociedad, permite desarrollar un quehacer colectivo que mitiga las relaciones antagónicas. Para concluir, De la Calle plantea que si el trabajo artístico se enfoca desde una perspectiva que no pretenda generar semilleros de artistas de calidad, puede producir efectos en el tejido social (De la Calle, 2014).
En concordancia con De la Calle, Zelizer (2003) plantea que hay varios desafíos inherentes al abordar la conexión entre el arte (como expresión de la cultura)13 y la construcción de paz: primero, las artes son solo uno de los procesos de consolidación de la paz que pueden tener un impacto tanto en el conflicto como en los esfuerzos de consolidación después de los conflictos. Un segundo reto es distinguir el propósito del arte y su posible impacto. No todo el arte se orienta hacia un propósito positivo, una gran cantidad de arte se crea simplemente para propósitos expresivos sin un objetivo más amplio de promover cualquier resultado específico (Senebi, 2002, y Epskamp, 1999, citados por Zelizer, 2003, pp. 64-65).
Entendiendo la relación del arte y la cultura con el concepto de desarrollo, y acogiendo el rol decisivo de ambas en procesos de construcción y consolidación de la paz, como mencionan Jaramillo y De la Calle, en Colombia se identifican iniciativas, programas y proyectos culturales y artísticos que podrían categorizarse según la función que cumplen en la consolidación de paz, adaptando los planteamientos de Zerlizer. La categorización propuesta por este autor respecto a la relación de la cultura y el conflicto responde también al momento en que la acción se da; si es durante el conflicto se proponen cinco categorías (herramienta de formación, herramienta de transformación social, arte basado.en producto, arte basado en proceso y protesta social); por otra parte, si la acción se da en el marco de un posacuerdo se reconocen cuatro categorías (artes para la consolidación de la paz, herramientas para la resolución de conflictos, programas a corto plazo y arte élite).
A continuación, se presenta un cuadro que aborda más ampliamente lo expuesto y ejemplifica las categorías a través de procesos con reconocimiento y relevancia para el sector cultural.
Conclusiones
Dentro de las conclusiones de la investigación se resalta la pertinencia de la cultura en la construcción de paz y con relación al desarrollo sostenible y el impacto de los valores, prácticas y actitudes culturales en la configuración de las comunidades y sus acciones. Finalmente, el análisis expuesto se constituye en un aporte desde la perspectiva de responsabilidad social y evidencia cómo la cultura es un factor determinante para propiciar el progreso social y el desarrollo en concordancia con los objetivos de desarrollo sostenible, ODS.
La cultura es un sector que cada día toma más relevancia en la reconstrucción del país en el momento histórico que atraviesa, debido a que se constituye en componente esencial del desarrollo humano, a la vez que genera un desarrollo económico medible. Así, comprender, proteger y vincular esos elementos constitutivos de la idiosincrasia nacional, que entendemos como cultura, a las lógicas de desarrollo influiría en la consolidación de dinámicas de competitividad de los territorios y del país.
La cultura es un factor de progreso económico y social cuya identidad no solo se refiere a instrumentalización de la misma. El desarrollo cultural de las sociedades es un fin en sí mismo, y avanzar en este campo significa enriquecer espiritual e históricamente a una sociedad y a sus individuos, como lo subraya el Informe de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo (Unesco, 1996): "Es un fin deseable en sí mismo porque da sentido a nuestra existencia" (Kliksberg, B., 1999, p. 27).
Se resalta la pertinencia de la cultura con relación al desarrollo sostenible y el impacto de los valores, prácticas y actitudes culturales en la configuración de las comunidades y sus acciones. Para el momento histórico del país, la comprensión del papel y aporte de la cultura a la obtención de los ODS y la construcción de la paz es pertinente y necesario.
El Plan de Trabajo de Cultura de la Unesco se considera una hoja de ruta que tanto instituciones del sector público como empresas privadas deberían tomar como referente para dirigir sus inversiones. El papel del sector privado, de cara a la obtención de los ODS, no solo se constituye en una integración de políticas de responsabilidad social, sino que posibilita la creación de entornos en los cuales las comunidades, los territorios y sus elementos culturales tengan la oportunidad de enriquecerse generando confianza y nuevas dinámicas de diálogo y reconocimiento de la diversidad.
Colombia es un país que ha desarrollado iniciativas enfocadas en la transformación social a través de lenguajes culturales y artísticos ampliamente sistematizadas desde hace más de dos décadas, dichas experiencias son referentes susceptibles de ser capitalizados para la consolidación de iniciativas con enfoque de construcción de paz, más aún al reconocer que es la primera vez que en el programa internacional de desarrollo se hace referencia a la cultura en el marco de los objetivos de desarrollo sostenible (ODS).
Las diferentes acciones, proyectos, procesos y productos que se han expuesto permiten evidenciar cómo la cultura ha participado de múltiples maneras en la construcción de nuevas formas de relacionamiento en el país, en diferentes momentos del conflicto colombiano, acogiendo a todo tipo de población afectada durante las más de cinco décadas de hostilidades. El apoyo del sector privado a estas iniciativas resulta fundamental para el aseguramiento en la construcción de la paz en Colombia y la obtención de ODS que aterricen a las necesidades de las regiones y sus habitantes.
La vinculación de Colombia a la Agenda 21 y el premio entregado por la Red Mundial de Gobiernos locales y Regionales (UCGL) a Bogotá en el año 2014 por la incorporación de la educación artística, cultural y deportiva en la jornada escolar es una de las principales evidencias del interés que tiene el país por el cumplimiento de los objetivos de desarrollo sostenible, que se incluyeron en la agenda política.