Introducción
La intervención del Estado a espacios y grupos construidos socialmente como "peligros sociales" se enmarca en la idea moderna-occidental de ciudad y planificación urbana, con la cual se imponen saberes/poderes para establecer necesidades de homogeneidad, orden social y limpieza (Foucault, 2008). Particularmente, la idea de limpieza implica varios significados s como la higiene y la salud, la seguridad y la moral públicas, que legitiman el -g control material y simbólico de los espacios públicos y privados (Sennett, 1997). Desde el siglo XIX, el higienismo -entendido en este contexto como el concepto que establece la oposición limpio/sucio; que, además, cuerpo, el alma y la piedra, y para la transformación de estos de "atrasados" a "modernos"- incidió en la configuración de estrategias simbólicas y materiales de control de los espacios públicos. Las políticas de planeación 1 urbana de Bogotá y otras ciudades latinoamericanas, durante el siglo XX, muestran su relación con el higienismo a través de la preocupación por la circulación, la respiración, el flujo, la separación social y funcional de la diversidad creciente (Sennet, 1997; Caldeira, 2007) y el repudio explícito por lo sucio, la enfermedad, el contagio y el contacto con lo enfermo y los enfermos, lo impuro y los impuros (Álzate-Echeverri, 2007).
El panorama propio de Bogotá muestra que la concepción, planeación :y traza hegemónicas del espacio público, fundamentadas en las ideas de progreso y limpieza, entran en conflicto con la diversidad de significados, c usos y prácticas de y sobre este, que confluyen en el escenario de crecimiento urbano dado a partir de las décadas de 1950 y 1960. El crecimiento dado principalmente por las olas migratorias situó a la ciudad como un espacio heterogéneo, pero no en la forma en que lo planteó Sennet (1997), de reconocer al otro, de moverse del lugar en el espacio social para conocer y reconocer al otro, sino en la forma de confrontación, de caos en términos .2 de pobreza, desigualdad y desempleo. Así las cosas, se puede decir que, a la par en que se desarrollaba una segregación social -basada en la clase, la § raza, el grupo identitario o el género-, se desenvolvió una fragmentación espacial según las funciones dadas al espacio urbano.
Específicamente, este artículo aborda las tensiones entre las concepciones e intervenciones al espacio público que tuvieron lugar en el siglo xx -especialmente en la segunda mitad y las últimas décadas- y las que observamos en el siglo XXI con respecto a las territorialidades y movilidades de las personas que habitan las calles capitalinas. En sintonía con Caldeira (2007), se evidencia la necesidad de contextualizar brevemente las distintas formas históricas que toma el espacio público urbano por tres razones. La primera es que permite hallar relaciones transversales con procesos g| globales y, particularmente, con el desarrollo de la ciudad latinoamericana. Bogotá está inmersa en la dinámica de modernización e intervención del espacio urbano en conformidad con el objetivo de facilitar la circulación y acumulación de capital; sin embargo, la aspiración de modernidad se sitúa en un contexto sociopolítico singular -migración campo ciudad producto de la violencia política, desarrollo de grandes proyectos inmobiliarios- que implica ciertas características, como la formación de El Cartucho.
En este sentido, la autora señala que, aunque los procesos de desigualdad y segregación son una característica de las ciudades de la región, tienen rasgos específicos según las condiciones espacio-temporales concretas.
Aun cuando la segregación haya sido siempre una característica de las ciudades, los instrumentos y las reglas que la producen han cambiado considerablemente a lo largo del tiempo. [...] el nuevo modelo de segregación separa grupos sociales de una forma tan explícita que transforma la cualidad del espacio público. (Caldeira, 2007, p. 14)
La segunda razón es que una lectura en clave de transiciones permite analizar la relación de convergencia -y no unicausalidad- entre diversos procesos en el espacio público y la dinámica de un grupo específico, en este caso las personas que viven en la calle. La tercera remite, precisamente, a la importancia de evidenciar la singularidad del proceso de reconfiguración de movilidades y territorialidades en los habitantes de calle, a partir de una breve mirada a las configuraciones en la segunda mitad del siglo XX. Lo que ocurre en Bogotá hacia los años noventa es, ciertamente, el resultado de una política de recuperación del espacio público, la cual se sustenta en la presentación de la ciudad como sucia y desordenada y en el discurso de "buena ciudadanía", que adquiere una fuerza importante. En el marco de la vigencia de esta política se dio la intervención de El Cartucho y de El Bronx; no obstante, el operativo de El Bronx en el 2016 se desarrolló en un contexto específico en el que el discurso de renovación urbana estaba enmarcado más hacia la alianza entre el Estado y capitales privados para la expropiación de territorios a favor de terceros, lo cual tiene efectos particulares en la concepción del espacio público y en la reconfiguración de territorialidades y movilidades para la vida en la calle (Pérez, 2015).
La intervención de El Bronx representa un conflicto por el uso del suelo urbano que desencadenó el desplazamiento abrupto, a manera de desalojo, de aproximadamente dos mil habitantes de calle (Tovar et ál., 2017, p. 3), y que en los días siguientes provocó constantes movilidades y asentamientos temporales de esta población. Los éxodos sucedidos luego de este desalojo masivo de grupos de habitantes de calle no permitieron un asentamiento relativamente estable, sino que generaron su dispersión por varias localidades de la ciudad y agrupamientos espontáneos y efímeros. La tensión entre la movilidad involuntaria, como estrategia de supervivencia frente a la coerción impuesta por los modelos de intervención urbana (Alvarado, 2018), y la movilidad voluntaria, asociada al estilo de vida en la calle -mediado por necesidades, actividades económicas, prácticas y vínculos con el territorio-, plantea interrogantes sobre la lógica de sus desplazamientos y asentamientos, la constitución de nuevas territorialidades y la transformación de vida callejera en Bogotá en relación con los cambios simbólicos y materiales del espacio público urbano.
En esta línea de argumentación, el artículo aborda la configuración y reconfiguración de movilidades y territorialidades de las personas que habitan las calles bogotanas en medio de los tránsitos en la concepción y traza del espacio público, a partir de la lectura de dos etapas vinculadas a los ejes conceptuales de la investigación, a saber, habitantes de calle, territorialidad, S movilidad y espacio público. La primera etapa, a manera de contexto, se sitúa s en la segunda mitad del siglo XX, momento en el que se rastrea la transición .g de una ciudad-rural a una ciudad capital en crecimiento, convertida en centro de recepción de olas migratorias. Este escenario muestra el desarrollo de una ciudad "dual" en la que la formalidad y la informalidad entran en conflicto, y la precarización de grupos sociales -como los habitantes de calle- se % da junto a la estigmatización de espacios "peligrosos". Mientras tanto, las territorialidades callejeras pasan de una relación relativamente abierta y libre con el espacio público a la configuración de espacios privados para las lógicas de la "anormalidad", a partir de la aparición de "ollas"1 como El Cartucho y El Bronx, espacios degradados que llevan a la construcción de una nueva territorialidad callejera. La segunda etapa analiza las formas de reconfiguración de movilidades y territorios de habitantes de calle, generadas por el desplazamiento posterior a la intervención de El Bronx en el 2016; esto, en medio de una ciudad abiertamente fragmentada,permeada por un modelo urbanístico orientado unilateralmente al desarrollo económico y por el control policivo de individuos y grupos sociales configurados como iconos del mal (Suárez, 2017).
Marco teórico y categorías de investigación
Con el objeto de abordar la configuración y reconfiguración de movilidades y espacios concebidos como territorios de habitantes de calle en Bogotá, generadas por el desplazamiento posterior a la intervención de El Bronx, se utilizan cuatro ejes conceptuales, a saber, habitantes de calle, territorialidad, JS movilidad y espacio público. De manera general, la habitabilidad de calle se identifica como un fenómeno global con múltiples particularidades locales (Torres-Ruiz, 2017, 2018). Para entender las especificidades del habitante de calle en Bogotá, es necesario tener en cuenta que, a diferencia de lo que ocurre en casos como el de Europa y Estados Unidos, donde los factores socioeconómicos se consideran una causa directa de salida y permanencia en calle para los denominados "sin techo" (Busch-Geertsema, Edgar, Sullivan, Pleace, 2010; Busch-Geertsema, Benjaminsen, Filipovič Hrast y Pleace, 2014), en esta ciudad las dos principales razones de salida y de permanencia en calle son el consumo de sustancias psicoactivas (SPA) y los conflictos familiares2. No obstante, es importante aclarar que la vida en la calle no se puede entender exclusivamente desde el consumo de SPA, pues involucra otros aspectos como la relación de identidad y pertenencia con el espacio, el desarrollo de actividades económicas en la calle, diferentes a las nociones que conciben la calle como lugar de tránsito, y múltiples dimensiones ligadas a la diversidad interna del grupo poblacional. Justamente, la multicausalidad y los rasgos diferenciales de los habitantes de calle de Bogotá llevan a identificarlos como colectividad bivalente (Fraser, 1997), afectada por la desigualdad social y por la invisibilización en un escenario que niega simbólica y materialmente el derecho a la ciudad (Torres-Ruiz, 2017).
Las personas habitantes de la calle en la ciudad de Bogotá se concretan como una población que no reconoce diferencias de sexo, edad, raza u origen socioeconómico, con diversidad de factores causales asociados y representante de múltiples problemáticas estructurales, institucionales, culturales, familiares e individuales; incluye individuos solos y grupos, mujeres y hombres heterosexuales y homosexuales, población infanto-juvenil, adultos y ancianos de cualquier grupo étnico. El estilo de vida de las personas callejeras en la Bogotá de finales del siglo xx e inicios del siglo XXI se encuentra singularmente asociado con actividades de supervivencia como el "retaque", el rebusque, el robo, la mendicidad y el consumo de SPA, especialmente el basuco3. Uno de los avances importantes en la conceptualización y aproximación política y jurídica en Colombia se encuentra en la sentencia T-092 del 2015 que señala:
Hoy en día un habitante de la calle es todo aquel que, sin distinción de sexo, raza o edad, hace de la calle su lugar de habitación, ya sea de forma permanente o transitoria, y no cuenta con la totalidad de los elementos para solventar las necesidades básicas de un ser humano. [...] En el caso de los habitantes de la calle, se reconoce que son miembros de nuestra comunidad que resultan desfavorecidos en la repartición de los recursos económicos y marginados de la participación política, lo que a su vez genera para ellos, condiciones de vida que atentan muchas veces contra la dignidad de la persona. Ese reconocimiento conlleva a que el Estado y la sociedad materialicen el valor de la solidaridad para, en la medida de lo posible, modifiquen la realidad descrita. (p. 1) (cursivas propias)
Desde el punto de vista de esta investigación, se pone el énfasis en la relación de las personas habitantes de calle con el espacio público, esto es, la configuración simbólica y material de la calle como espacio en el que se realizan actividades "normalmente" consideradas privadas (descanso, alimentación, prácticas de aseo e higiene) y como espacio con un uso que trasciende el económico, dado que en esta se desenvuelven todos los ámbitos de la vida individual y colectiva. Avendaño (2017) analiza las escalas del lugar individual hasta el territorio colectivo, en el que se configuran "sistemas de referencia y significación del espacio y sus interacciones con las estructuras sociales" (p. 57). En este mismo sentido, la identidad está directamente vinculada con la construcción de territorios propios:
La identidad es aquel referente que el individuo desarrolla de sí, explicado en gran medida en los apegos y valoraciones dados a los lugares y que le permite, a través del tiempo, configurar una impronta personal, al punto que se constituye en un factor inalienable. Para el individuo, la identidad territorial es un mecanismo de reconocimiento, adhesión y diferenciación grupal, que opera no solo en la escala individual sino, incluso en las colectivas y sociales, propiciando canales de retroalimentación permanentes entre estas. (Avendaño, 2017, p. 57)
En ese orden de ideas, El Cartucho4 y El Bronx5 se conciben como territorios que definen la identidad de los habitantes de calle de Bogotá, no solo por la relación con el expendio de SPA, sino por la relación simbólica con el espacio. Ahora bien, Carneiro (2015) evidencia las tensiones por la configuración simbólica y el uso material del espacio público en Bogotá, dado a partir de las diversas formas de saberes/poderes y territorialidades urbanas. Específicamente, se hace manifiesto el conflicto entre la norma y los dispositivos de control del territorio desde las administraciones distritales, y las actividades y estrategias de supervivencia de los habitantes de la calle en la vida cotidiana. A partir de la tensión mencionada se hace patente la desigual forma de apropiación y experiencia del espacio público en la ciudad latinoamericana, en tanto que los saberes/poderes (Foucault, 1999 citado en Carneiro, 2015) de los actores sobre y en la calle se desarrollan de acuerdo con la capacidad de estos de domesticarlo y darle un significado y uso (Duahu y Giglia, 2008).
En concordancia con lo anterior, resulta relevante analizar la tensión entre la circulación, construida desde la idea hegemónica de ciudad, y los flujos cotidianos de los habitantes de calle en el espacio público urbano, como configuraciones de rutas con significados, usos y prácticas singulares. Salazar (2013) muestra que el concepto de movilidades es relativamente reciente. Esta noción, que emergió en el interior de las reflexiones antropológicas en la década de los noventa y avanzó hacia los debates de la sociología y la geografía en la primera década del siglo XXI, produjo un "giro móvil" que puso en el centro el análisis del movimiento, el flujo y el cambio en el espacio público. Esta perspectiva interdisciplinar cuestiona las concepciones que se aproximaban al espacio público desde nociones fijas y estáticas, la segregación socioespacial y la ciudadanía, para ampliar la mirada hacia las relaciones dinámicas con el espacio, la experiencia urbana, y la integración de prácticas y relaciones con los objetos, mediante las cuales se construyen significados.
Acerca de las movilidades, Mimi Sheller (2018) se enfoca en las movilidades diferenciales de las minorías que generalmente han sido reprimidas, controladas y excluidas. Tanto individuos como colectivos sociales tienen diferentes capacidades y potencialidades de movilizarse en la ciudad y provocan diferencias de poder que entran enjuego en la movilidad espacial urbana. Frente a esto, Harvey (1977) recalca la relación que existe entre el problema dejusticia en la movilidad y los problemas de desigualdad social en los que aquella incide6, al provocar movilidades e inmovilidades. En efecto, al estudiar este fenómeno en el marco de un espacio geopolítico de (in)movilidad urbana se pone de manifiesto el control estatal, económico o social sobre ciertos cuerpos. Así, no solo habría que analizar cómo esta movilidad/inmovilidad en el espacio geográfico se da, sino también cómo se construye discursivamente a través de relaciones de poder sobre ciertos sujetos (Singh, Giucci y Jirón, 2018). Frente a esto, Squire y Bagelman (2012) y Caldeira (2007) señalan que las condiciones de desigualdad y segregación pueden motivar la creación de nuevos sujetos sociales, que reivindican sus derechos sociales y económicos, pero también el derecho a la ciudad y al ejercicio de su particularidad cultural en el espacio y la esfera de lo público.
En ese sentido, el enfoque desde la exclusión social urbana acerca de los estudios de movilidad/inmovilidad, sobre todo en contextos y poblaciones vulnerables, muestra, por un lado, que la dispersión y la falta de sincronización de lugares en las ciudades metropolitanas promueven una doble fragmentación relacionada con la inmovilidad geográfica y, por otro, que estos procesos de fragmentación desencadenan estancamiento o descenso en la movilidad social. Esto no solo divide drásticamente espacios, sino también individuos, creando un ambiente de segregación y autosegregación que termina produciendo espacios y sujetos insulares. Así, en los territorios en los que se promueve la desigualdad social, mediante polaridad de situaciones y accesos al uso de la ciudad, los individuos no perciben el espacio como continuo y accesible, sino fragmentado y discontinuo. De esta forma, la posibilidad de realizar desplazamientos se deriva de la posesión de un conjunto de capitales económicos, sociales y culturales (Singh, Giucci y Jirón, 2018).
En línea con Duhau y Giglia (2008), las ciudades latinoamericanas se erigen como escenarios complejos de segregación y fragmentación, "invadidos" por múltiples periferias -zonas e individuos fuera del orden material y simbólico-, en los que los miedos se convierten en características de la cotidianidad y, en consecuencia, se multiplican las demandas de dispositivos de seguridad. Siguiendo a Caldeira (2007), las ciudades son el territorio en el que tiene lugar la tensión entre el miedo y la seguridad; constantemente se producen discursos que configuran factores objetivos de miedo, a través de medios masivos, estadísticas oficiales y rumores barriales, y los ubica en el plano imaginario. No obstante, esos significados tienen efectos reales en la concepción, planeación, traza y circulación en el espacio público, construyen muros simbólicos y materiales, dividen y ordenan el espacio, reproduciendo así las lógicas de segregación. Así mismo, tienen efectos en las interacciones, los usos y los comportamientos en y con el espacio público.
Así las cosas, las ciudades de muros se debaten entre diversas tensiones vinculadas entre sí: homogeneidad/heterogeneidad, relaciones superficiales/relaciones profundas, relaciones-prácticas-comportamientos públicos/relaciones-prácticas-comportamientos privados. Esta lectura del espacio urbano conduce a posturas que sitúan la construcción radical de espacios homogéneos y presentan una crisis del espacio público, que lo expone como un escenario en el que solo son posibles relaciones superficiales y no el ideal moderno de interacción, diálogo e intercambio entre la diversidad (Caldeira, 2007). En este mismo sentido, se pone de relieve otro debate fundamental, a saber, esfera política/espacio público, con el cual se evidencia la tensión entre el giro de reconocimiento de derechos de los múltiples grupos poblacionales que integran los contextos urbanos contemporáneos, y la transformación material y simbólica que procura el aislamiento, la distancia social con los diferentes, los desconocidos, aquellos que se convierten en peligros potenciales.
Diseño metodológico
Para identificar la lógica de las movilidades y territorialidades de habitantes de calle de Bogotá y encontrar la relación con la fragmentación del espacio público, se utilizaron varias estrategias de recolección de la información. De acuerdo con el planteamiento, las categorías y los objetivos de la investigación, se propone un enfoque cualitativo, pues permite profundizar en la configuración histórica de la territorialidad callejera y las particularidades de esta en el escenario de transformación urbana.
La fase de recolección de la información consideró la revisión documental de investigaciones disciplinares e interdisciplinares que han estudiado g| la vida en la calle y las políticas dirigidas a esa población. El trabajo de investigación sobre la reconfiguración de las dinámicas callejeras toma como principal herramienta 35 entrevistas semiestructuradas a habitantes de calle realizadas en diferentes puntos de la ciudad, puntualmente en los barrios El Amparo, Matatigres y San Bernardo, en el marco de jornadas de atención primaria a esta población ejecutadas por brigadas de atención en calle, entre julio y septiembre del 2019. A pesar de que la población entrevistada es una muestra pequeña de los habitantes de calle de la ciudad7, estos dan en su relato la visión del mundo que un sujeto otro de su misma condición socioespacial podría dar; es decir que son una muestra suficientemente representativa para poder sostener que la sociabilidad del entrevistado es bastante similar a la de otro sujeto social semejante (Bourdieu, 2001 citado en Duhau y Giglia, 2008). La entrevista permitió visualizar mejor la trayectoria física del desplazamiento y las movilidades para crear la cartografía y situar las actividades, percepciones y preferencias de los habitantes de calle en variables espaciotemporales.
Así mismo, se tomaron notas de trabajos de observación etnográfica previos y también algunos estudios territoriales de jornadas de atención a esta población. Además, se realizó una entrevista a un operador del servicio de jornadas de atención en calle, que muestra otra perspectiva de las dinámicas de movilidad y asentamiento en la ciudad, y una entrevista al profesor Johan Avendaño, académico que ha profundizado en la configuración de toporrepresentaciones del miedo en torno a El Cartucho y El Bronx. Finalmente, estos datos se contrastaron con la información de los censos a habitantes de calle en Bogotá del 2007 y el 2017.
Los datos base para el análisis cartográfico tienen dos escalas: la primera da prioridad a lo local (un barrio específico o una calle puntual con algún nombre); la segunda, basada en datos tomados de informes de la Secretaría de Integración Social (SDIS) y los diferentes censos a habitantes de calle en Bogotá, alude a la georreferencia de los habitantes de calle a nivel de localidades, es decir, a una escala de ciudad metropolitana.
Tránsitos de los territorios y la circulación en Bogotá
Esta segunda fase presenta un panorama de las tensiones entre las configuraciones del espacio público capitalino, con respecto a las movilidades y territoriales que emergieron en las calles, durante la segunda mitad del siglo XX. Como se explicó, esta mirada a las configuraciones sirve de base para analizar las particularidades de las reconfiguraciones.
Antes del miedo
En la línea de análisis planteada, se halla la tensión entre usos, normas, funciones y formas de apropiación del espacio público desde los saberes/ poderes hegemónicos y los significados, usos y configuración de relaciones de pertenencia e identidad con la calle que realizan los habitantes de calle. Los rasgos del periodo de transición de las décadas de 1950 a 1970 revelan el paso de una pequeña ciudad capital, permeada por las ideas y las prácticas de progreso de la primera mitad del siglo XX -orientadas por el higienismo, la salubridad, la urbanidad y la planificación urbanística-, a un centro de recepción de migrantes de diversos lugares del país; escenario de fragmentación, confrontación y polarización social, cultural y política que se reprodujo en la traza urbana y en la vida cotidiana, a partir del Bogotazo.
Los planes urbanísticos desarrollados entre las décadas de 1930 y 1960 por arquitectos europeos sentaron las bases de la división espacial que proyectaba distanciar los barrios de clases "bajas", en general, y los sectores comerciales de las clases "altas". De forma paralela a las acciones políticas sobre el espacio, la ciudad experimentó un crecimiento exponencial8, pero el Gobierno nacional, en ese momento encargado de la ciudad, no desarrolló medidas de control y planificación urbanística. Es así como, a pesar del aumento en la cobertura de los servicios públicos y la construcción de barrios obreros, la ciudad creció de forma desordenada, en términos demográficos y de ocupación del suelo.
En este contexto, respecto a las relaciones de las personas que vivían en las calles con otros ciudadanos y con el espacio público, esta fase se presenta como una línea de tránsito: de los "locos" graciosos9 y los mendigos "chinos de la calle" relativamente inofensivos de los años cuarenta y jj cincuenta se pasó a la configuración de representaciones sociales de miedo hacia el "desechable" (CCB, 1997; Robledo y Rodríguez, 2008; Garzón, López de Mesa y Garzón, 2017). En este proceso previo a la construcción de El Cartucho como "olla", a pesar del control policivo, algunas historias c de vida muestran una territorialidad callejera más amplia: tenían lugares estables para sus parches y cambuches, por lo tanto, no estaban confinados a la degradación de la vida en la "olla" sujeta al consumo y a las mafias; tenían relaciones relativamente más tranquilas con la Policía y con los demás de la ciudad (Morris y Garzón, 2010). Al respecto, Garzón, López o de Mesa y Garzón (2017) dan un espacio a la historia de un hombre que recorre las calles de Bogotá desde 1968, cuando apenas tenía once años.
El cambuche bajo el puente de la séptima con 26 resultó ser un buen vividero; la policía y la gente de por ahí nos conocía y nos llevaba = en la buena, nunca nos vieron en güiros raros, siempre procurábamos tener aseado el sitio [...]. Por las mañanas cuando salíamos al ruedo nos obligábamos a dejar todo recogido y envuelto, y la verdad así lo encontrábamos cuando volvíamos, los otros gamines de la zona nos respetaban y nadie se metía con nuestras cosas. [...] Respecto a la subsistencia, esta era variada y cambiante. Nos rebuscábamos fácil la comida. Yo, por ejemplo, tenía seguro desayuno de empanadas, pan y chocolate en la Normanda de la 22, el almuerzo en la Surtidora de Aves de la 22, a cambio hacía mandados a los empleados y aseaba el andén por las mañanas. (pp. 121-122, cursivas propias)
Ese relato revela las tensiones y múltiples aristas de reconocimiento de la habitabilidad de calle, en cuanto hace evidente que, paradójicamente, en los momentos de mayor desorden urbanístico y menor visibilidad y reconocimiento en la política pública, hubo mayores ejercicios de apropiación y circulación en la ciudad y la convivencia era relativamente tranquila con los otros diferentes. Lo anterior, no niega que existieran espacios vetados para el asentamiento o la circulación, como las zonas reservadas para las clases altas, en las que la seguridad privada y los muros marcaron los límites para su movilidad. Precisamente, Caldeira (2007) explica que los procesos de segregación y fragmentación se han dado históricamente en las ciudades latinoamericanas, pero en los últimos cuarenta años estos se han agudizado.
La degradación: consolidación de las "ollas"
Esta fase sigue la lectura del desarrollo y la planeación del espacio en las décadas de 1980 y 1990 en el contexto de crecimiento urbano desordenado, asentamiento de la denominada "violencia urbana" (Camacho y Guzmán, 1990), constitución de una ciudad insegura según las representaciones sociales de los ciudadanos, añadido al desplazamiento económico y residencial que las elites venían desarrollando hacia nuevos "centros", situados al norte de la ciudad (Beuf, 2013). Particularmente, el espacio público del centro sufrió un proceso de "cartuchización" en el que confluyeron diferentes problemas urbanos de la ciudad: bodegas de reciclaje informales, tugurización de los inmuebles abandonados, redes de microtráfico de drogas y armas, comercialización informal de bienes y servicios, y gran cantidad de habitantes de calle. Según Avendaño (2 de septiembre del 2019), algunos de los rasgos diferenciales de los habitantes de calle de Bogotá y de espacios como El Cartucho o El Bronx son la degradación y la producción de toporrepresentaciones de miedo, que se reforzaron a partir de la llegada del basuco en los años ochenta. A propósito de esto, Garzón (2011) afirma:
La relación del Gamín con el resto de ciudadanos era buena. [...] Y ¿cuándo se acabó? Cuando salió el basuco. [...] El desechable viene de la persona que se ha consumido en el basuco, gente que entra a un lugar a consumir y luego no les da ganas de salir. (p. 33)
En este escenario la construcción discursiva de la vida callejera en la secuencia suciedad/riesgo/peligro en los medios de comunicación y en discursos de política pública lleva a plantear el vínculo con la "limpieza social". Si bien desde afuera de las "ollas" la representación estaba exclusivamente ligada con el "peligro" y la ilegalidad, desde dentro había otras lógicas que escapaban a la mirada hegemónica. Herrera y Zárate (1995) hablan de la construcción de barreras físicas y simbólicas en El Cartucho, que definían un sentido de pertenencia colectivo mayor al de cualquier otro lugar de la ciudad:
El territorio tiene bien señalada la actitud de pertenencia, más grupal que personal. Puede aparecer como territorio de nadie, pero la pertenencia aquí está dada por el uso que hacen los ñeros, reci-cladores y jíbaros de las zonas de tránsito o de permanencia. Es tierra colectiva [...] la permanencia o habitual asistencia a cualquiera de las calles que conforman El Cartucho otorga ciudadanía al que transita por ella. (pp. 126 y 131)
Chaparro (2003) avanza en la caracterización de la lógica de El Cartucho, entendiéndolo como un campo social que levantó progresivamente una serie de barreras físicas y simbólicas con las que se configuró un espacio social excluido y excluyente, con un sistema de posiciones poseedoras de un capital simbólico y con reglas propias. La comprensión de las dinámicas socioespaciales y económicas que circularon alrededor de El Bronx, con casi treinta años de asentamiento de las mafias del microtráfico en la zona y la llegada del basuco, se desarrolla a partir de los resultados de las entrevistas.
Uno de los elementos fundamentales para entender qué tan importante era El Bronx para los habitantes de calle fue identificar si era el único lugar que habitaban o un lugar de tránsito para la realización de actividades concretas, especializado en algunos bienes y servicios que buscaban en su cotidianidad. La figura 1 muestra que efectivamente al Bronx asistía transitoriamente una gran cantidad de habitantes de calle. La mayoría de los entrevistados manifiesta haber estado alguna(s) vez (veces) en El Bronx, pero también declaran no haber estado presentes en la intervención del 28 de mayo del 2016 (71 %).
Esto se evidencia con afirmaciones como “era un saltarín para ir a comprar y pa’ fuera” (entrevistado 1, 17 de julio del 2019) o “yo parchaba allá [en El Bronx] solo por el vicio” (entrevistado 11, 24 de julio del 2019) y “lo mío allá siempre fue entrada por salida, porque pa’ qué si allá se conseguía la mejor calidad” (entrevistado 23, 16 de agosto del 2019). En ese sentido uno de ellos dice que “El Bronx era el pulmón de Bogotá” pues a este espacio la población iba exclusivamente a buscar y consumir alguna droga dentro.
Esta aproximación a la dinámica de El Bronx lleva a situarlo como un espacio de informalidad ligado a un tipo de "identidad urbana callejera" relacionada con el consumo de sustancias, el ocio generalizado y, en algunas ocasiones, historias de vidas similares (Operador de brigadas, 9 de septiembre del 2019). De manera similar a lo descrito por Chaparro (2003) para el caso de El Cartucho, El Bronx se convirtió en un espacio heterotópico: cercado con vallas, con ingreso peatonal únicamente, con filtro de seguridad y protegido por un organismo privado de seguridad llamado 'Los sayayines'. En las entrevistas, llama la atención que las respuestas sobre ¿por qué El Bronx y no alguna otra "olla" de la ciudad?, la mayoría de los entrevistados hizo alusión a la sensación de refugio y seguridad que tenían dentro de El Bronx. Expresiones como "adentro se respeta mucho la ley de la calle, no tocar pa' que no lo toquen" (entrevistado 26, 21 de agosto del 2019) o "la seguridad de los sayas hacía que a usted no le pasara nada en su traba" (entrevistado 32, 4 de septiembre del 2019) muestran que, paradójicamente, la "olla" se convirtió en un lugar relativamente seguro para los habitantes de calle frente a peligros externos -siempre y cuando se cumplieran las reglas internas-; esta representaba relaciones más cercanas con pares, pues los límites establecidos llevaban a que no cualquiera ingresara y a que las personas que entraban fueran "conocidas". Sin embargo, para ellos es claro que también significaba una mayor degradación por frecuencia de consumo y un riesgo por la dependencia a las mafias.
La configuración de un orden económico dentro del entramado de reglas propias estableció también formas específicas de intercambio de dinero, bienes (hurtados, encontrados, reciclados o comprados) por otros productos y sustancias legales e ilegales, de forma indiferenciada. Precisamente, el principal objetivo para dirigirse al Bronx era el consumo, "subsidiado" mediante las fuentes de ingreso más usadas por esta población, las tres R: reciclar, retacar (pedir dinero en la calle) o robar (entrevistado 2, 17 de julio del 2019).
Así las cosas, se identifica que la construcción de las "ollas" en la década de los ochenta permite situar la configuración de una movilidad involuntaria hacia estas, asociada a las intervenciones urbanísticas con las que se aísla este sector, la "limpieza social"10 y el aumento de la persecución policial11. Así s mismo, se configura una movilidad voluntaria que adapta sus actividades de supervivenci12 y las relaciones con pares y los servicios de atención del distrito (hogares de paso y jornadas de atención13), poniendo como centro el lugar de consumo14, aunque no se habite permanentemente. En este caso, el tránsito entre el espacio público y El Bronx se podría entender como una forma de resistencia a los modelos urbanísticos que pretenden encerrar. A propósito de lo anterior, Cifiientes (2018) plantea:
para el sujeto que vive en la olla, la calle se divide en dos partes, la de la olla y la de afuera de la olla, siendo la primera para algunos hogar, mi lugar, el parche, familia, muerte y, la segunda, lugar de rebusque, libertad, peligro. (p. 19)
En la perspectiva de Singh, Giucci y Jirón (2018), es posible leer esta experiencia de resistencia en el espacio público en términos de lugarización, noción que refiere la significación subjetiva del lugar en la situación de tránsito permanente del cuerpo. A partir de lo anterior, es posible comprender los diversos significados de El Cartucho o El Bronx, los cuales son específicos para cada una de las personas que habitaban o circulaban por entre estos espacios privatizados y el espacio público.
Diáspora en la ciudad fragmentada
En los últimos años del siglo XX la concepción del espacio público tuvo un cambio sustancial en el marco de la triada de administraciones Mockus-Bromberg, Peñalosa, Mockus, denominada "modelo exitoso" (Martín y Ceballos, 2004), que representó la actualización de las ideas de progreso y planeación racional de la ciudad higiénica, segregada social y funcionalmente, y regida por códigos materiales y simbólicos que establecen lugares permitidos y lugares prohibidos (Gómez, 2000). La ciudad utópica concebida en los discursos de las políticas públicas distritales pretendió materializarse a través de intervenciones urbanísticas orientadas a transformar comportamientos violentos y reducir la percepción de inseguridad. Para el caso de El Cartucho, el Proyecto Tercer Milenio, uno de los ejes prioritarios del plan Por la Bogotá que queremos (1998-2000), se concentró en la transformación progresiva del sector de El Cartucho-Santa Inés, el barrio San Bernardo y la Plaza San Victorino. Este proceso se desarrolló entre 1998 y 2005 (Torres-Ruiz, 2017, p. 154). La intervención de El Bronx se realizó mediante un operativo ejecutado por la fuerza pública, con un escaso acompañamiento de entidades como la SDIS, la Defensoría del Pueblo y la Personería Distrital (Tovar et ál., 2017). Llama la atención la agudización de los discursos de miedo o, en términos de Avendaño, Forero, Oviedo y Trujillo (2019), las toporrepresentaciones del miedo que ubicaron al sector y sus habitantes como el mayor peligro para la ciudad. Los meses previos a la intervención las noticias en los medios capitalinos y nacionales se volcaron sobre acontecimientos legal, moral y culturalmente reprobados15, y estadísticas de delitos contra la vida y el patrimonio que relacionaban la concentración de homicidios en este sector16.
En esta línea de ideas, se podría afirmar que hubo una narrativa de seguridad (Bocarejo y Ojeda, 2016), que justificó la intervención desde argumentos morales, culturales y sociales, aunque el enfoque político haya tenido fines económicos y productivistas de gentrificacióni17. No obstante, como afirma Pérez (2015), si bien se podría decir que en los últimos años la capital se ha integrado a la tendencia global de gentrificación urbana, que representa la alianza entre actores públicos y privados para la modificación en el uso del suelo con fines económicos; esto responde a un proceso complejo que, leído en el contexto específico de Bogotá, arroja resultados imprevistos, pues se combina con discursos incluyentes, como el modelo de intervención del alcalde anterior, Gustavo Petro (2012-2015), quien enfocó sus acciones sobre el espacio hacia los habitantes de calle y el consumo de SPA como problemas de salud pública18.
Georreferenciación de movilidades y territorialidades callejeras
En la perspectiva de Carneiro (2015), en este punto se sitúa claramente la tensión entre el espacio público concebido por los saberes/poderes hegemónicos y el espacio público construido a partir de los significados, los usos y las experiencias cotidianas de la ciudad, esto es, el espacio público real. Con esto, se retoma la postura de Salazar (2013) mediante la cual se reconocen las tensiones que atraviesan el espacio público de la ciudad latinoamericana contemporánea y, a la vez, se incluyen los matices que se generan en la experiencia cotidiana de una población, que se caracteriza por subvertir el orden normativo público/privado y que, precisamente, se apropia del espacio público concebido como superficial, para construir relaciones profundas de territorialidad.
Así las cosas, las territorialidades y movilidades callejeras se reconfiguran, adaptan y resisten en medio de la tensión entre los modelos de intervención urbana (Alvarado, 2018), expresados en discursos y prácticas urbanísticos y de seguridad, y la fragmentación y precarización de la ciudad. Precisamente, la experiencia de la calle establece una lugarización en movimiento (Singh, Giucci y Jirón, 2018), es decir, este modo de vida implica habitar en movimiento. De esta manera, los actores individuales y colectivos, configurados como nómadas urbanos, asignan significados a espacios y rutas de trabajo, supervivencia, ocio, etc., y, en general, a todos los espacios en los que se relacionan con sus pares, otros externos al grupo, el espacio y los objetos de la ciudad. Con esto, es claro que no solo el lugar privado se encuentra dotado de sentido, sino que la movilidad manifiesta la centralidad en los procesos de significación de la vida en la calle.
La triangulación de las fuentes analizadas permitió identificar que el proceso de dispersión de habitantes de calle en Bogotá tiene un desarrollo anterior a la intervención al Bronx en el 2016. En este punto es importante aclarar que, si bien la diáspora se venía dando a partir de la conformación de otras "ollas" en la ciudad, la expansión de bodegas de reciclaje a otros puntos y la ubicación de instituciones públicas y privadas de prestación de servicios para esta población, también es cierto que dicha intervención se define como un detonador del éxodo de los habitantes de calle que consideraban este sector un eje económico y de consumo -una población flotante que podría llegar a las 2500 personas- (FIP, 2017). De esta manera, en medio de la ciudad ordenada, concebida en la dimensión discursiva, emergen actores privados -legales e ilegales- que encuentran una oportunidad económica en la debilidad de las políticas estatales "para aprovechar la concurrencia del espacio público y redefinir las esferas de rotación y venta de productos y servicios" (Escudero y Quintero, 2015; Pérez, 2015), y con estas, los usos, las funciones, las prácticas, las formas de apropiación y las representaciones del espacio público. La configuración misma de la ciudad, que se produce simultáneamente como un espacio fragmentado, es la razón por la que bodegas de reciclaje y las "ollas" se movilizan por la ciudad en búsqueda de rentas más económicas o espacios con fácil acceso a población vulnerable. En términos de Janoschka (2002), estas constituyen "islas de precariedad o informalidad" en las que confluyen condiciones de desigualdad, pobreza y pobreza extrema, informalidad, precarización laboral y actividades ilegales social y culturalmente normalizadas. En ese sentido, también se puede pensar en la construcción de sujetos insulares que viven el territorio de una forma fragmentada y discontinua, pues se autosegregan y segregan a otros.
A propósito de lo anterior, el operador de brigadas entrevistado señala:
Las dinámicas de desplazamiento se modificaron, los lugares de cambuche y parche también. Entonces sí, evidentemente, los I5 cambios han sucedido en torno al desarrollo de nuevas rutinas que, insisto, giran en torno al consumo y qué hacer para conseguirlo. [...] Evidenciando la cantidad de atenciones que hacemos por jornada, que no siempre es la misma, y varía según la localidad, se mantiene si se quiere el mismo efecto de permanencia. A qué voy: a que hay zonas en el norte a las que ni siquiera vamos porque va más allá de todo el conflicto y cuestión de intervención, sino atiende más a qué hacen los ciudadanos no habitantes de calle o del común porque el fenómeno no llegue hasta allí. Hay lugares donde hay unas posibilidades económicas, y unas relaciones con las entidades públicas, como, bueno, la mesa se reúne, la junta de acción no sé qué y aquí no vamos a permitir que eso pase y tenemos los recursos para garantizarlo. Hay zonas por el contrario como Abastos donde mucho antes de que existiera El Bronx existía el Cartuchito y estas cosas son dinámicas que ya se venían sucediendo y que hacen que solo el fenómeno persista. [...] Es en las zonas específicas donde se sabe que existen posibilidades de acceder a sustancias donde ellos van a llegar definitivamente, esos pequeños focos como Abastos que es a donde llegan, no es tan así como muy al azar. (9 de septiembre del 2019)
Lo anterior, revela la relación entre los procesos de gentrificación, orientados a privatizar espacios públicos, y las renovadas estrategias de seguridad con las que se desplazan y aíslan ciertos grupos e individuos configurados como íconos del mal (Suárez, 2017). En palabras de Caldeira (2007), la delimitación de espacios permitidos y espacios prohibidos de la ciudad, en medio de procesos de diseminación abrupta como el generado a partir de la intervención de El Bronx, muestra que:
Al transformar el paisaje urbano, las estrategias de seguridad de los ciudadanos también afectan los patrones de circulación, trayectos diarios, hábitos y gestos relacionados con el uso de las calles, del transporte público de parques y de todos los espacios públicos. [... ] Los encuentros en el espacio público se hacen cada día más tensos, hasta violentos, porque tienen como referencia los estereotipos y miedos de las personas. Tensión, separación, discriminación y sospecha son las nuevas marcas de la vida pública. (p. 363)
Ahora bien, la comparación de los dos mapas de cambuches, del 2010 y del 2014, elaborados en los estudios territoriales de la SDIS (figura 3), evidencia un desplazamiento de habitantes de calle hacia las localidades del occidente, donde en el 2010 su presencia no era tan notoria; por ejemplo, la localidad de Engativá. Otras localidades tuvieron una presencia considerable en el 2010 que se profundizó en el 2014: Kennedy, Puente Aranda, Antonio Nariño, San Cristóbal, Teusaquillo y Chapinero.
Los mapas de cambuches en Bogotá, georreferenciados antes de la intervención de El Bronx, permiten identificar que, aunque desde antes del operativo ya existía una dispersión por las localidades de la ciudad, asociada a la reubicación de sus fuentes de ingreso y lugares de consumo de sustancias (figura 4) (FIP, 2017), y a la presión de las estrategias de seguridad y renovación urbana, El Bronx se mantenía como un punto de referencia fuerte vinculado a la seguridad y a la calidad de las sustancias que allí se distribuían. La comparación cronológica (2010-2014) da cuenta de un progresivo desplazamiento de cambuches y habitantes de calle sobre el eje Centro-Occidente y Centro-Noroccidente, hacia localidades con altos niveles de desigualdad por encima del promedio de la ciudad (4,1 %) (tabla 1), y en los que hay concentración de puntos de expendio de drogas (figura 4). Es importante mencionar que las lecturas territoriales del distrito plantean que más de un tercio de los cambuches no tenía más de tres meses en el lugar en que fue ubicado.
Localidad | 2014 |
---|---|
Ciudad Bolívar | 6,30 % |
Chapinero | 6,10 % |
Puente Aranda | 5,80 % |
Usme | 5,30 % |
Bosa | 5,20 % |
La Candelaria | 5 % |
Kennedy | 4,90 % |
San Cristóbal | 4,70 % |
Los Mártires | 4,60 % |
Santa Fe | 4,60 % |
Fuente: Bogotá cómo vamos (2016, julio).
Al revisar las cartografías generadas a partir de las entrevistas (figuras 5 y 6), se hallan singularidades de la reconfiguración de las movilidades, tres años después de la intervención de El Bronx, hacia otros puntos nucleares de precarización en Bogotá como El Amparo y María Paz en Kennedy, que meses después también fueron intervenidos; el Rincón en Suba; algunos espacios de Engativá; los barrios Olaya Herrera, Diana Turbay y Matatigres en Rafael Uribe Uribe, y puntos cercanos al barrio El Codito en la localidad de Usaquén. En este sentido, los núcleos que representaron El Cartucho y El Bronx se diseminaron en múltiples nuevos ejes, que motivan mayor dispersión de los habitantes de calle en la ciudad. A lo anterior, se suma el incremento de la presión policial, los operativos de la SDIS y las permanentes intervenciones a las nuevas "ollas", que han obligado a permanecer en constante movimiento.
Así mismo, el análisis de los recorridos de los habitantes de calle entrevistados desde el momento de la intervención hasta el día de la entrevista confirma que las movilidades se reconfiguran en torno a dos tipos de nodos, el primero en las localidades "tradicionales" de asentamiento y circulación, es decir, el barrio San Bernardo en la localidad de Santa Fe y el caño de la Sexta en la localidad de Puente Aranda. Sobre este último, es importante aclarar que, aunque los discursos mediáticos y oficiales pretendieron mostrar una nueva concentración de habitantes de calle y del negocio del microtráfico en el caño, los resultados de las entrevistas a habitantes de calle y al operador de jornadas de atención indican que en realidad no fue el único ni el más importante espacio de reconfiguración por dos razones: el tamaño del caño con respecto al Bronx y la mayor presión policial y de los medios de comunicación en ese espacio. El segundo nodo identifica tres sectores más alejados (María Paz, El Rincón y El Codito), en los que confluyen las condiciones de desigualdad, informalidad y precarización con menor presión policial y mediática.
Movilidades involuntarias y voluntarias
De acuerdo con los resultados de entrevistas, fuentes documentales y censo de habitantes de calle del 2017, se sugiere que posterior a la intervención se dio una reconfiguración de movilidades y territorialidades en el espacio público, desde las lógicas de la calle, en medio de la tensión entre una movilidad involuntaria, que en este escenario es más visible a partir de la imposición de modelos de intervención urbana (Alvarado, 2018), y una movilidad voluntaria asociada a la experiencia cotidiana y al estilo de vida particular de los habitantes de calle.
Movilidades involuntarias
Como se ha señalado, las movilidades involuntarias están asociadas a los modelos de intervención urbana expresados en discursos y prácticas de renovación y seguridad ciudadana con los que se deja sin espacio de reconocimiento a los habitantes de calle. La reconfiguración de asentamientos y movilidades después de la intervención se relaciona, especialmente, con la disminución de permanencia en asentamientos o rutas fijas. De los 35 habitantes de calle entrevistados, 29 refirieron haberse trasladado al menos dos veces desde la intervención de El Bronx, siempre teniendo en cuenta la distancia de los lugares donde pudieran satisfacer sus necesidades; por su parte, seis personas manifestaron haber cambiado de "parchadero" mínimo cinco veces desde la intervención de El Bronx. En este mismo sentido, las estrategias de supervivencia se relacionan, especialmente, con estar solos y en continua movilidad, lo que ya no se limita a centros cercanos de consumo, actividades económicas y servicios, sino que se ha ampliado por diferentes localidades de la ciudad (figura 7). La afirmación generalizada acerca de no mantenerse mucho tiempo en un mismo espacio "porque llaman a las autoridades" da cuenta de que son conscientes de no tener un lugar en la ciudad o, en términos de Lefebvre (1975), de no tener derecho a la ciudad. Los riesgos de vivir en la calle asociados al consumo y a la interacción constante con actores que se convierten en victimarios como las mafias de drogas, los grupos de "limpieza social" e incluso la Policía llevan a replantear o por lo menos 5 cuestionar la idea del habitante de calle como principal peligro urbano. El DANE (2017) identifica que los principales riesgos para la seguridad de esa población son el abuso policial (57,1 %) y la persecución por integrantes de una olla (20,5 %), y las principales agresiones son insultos (36,5 %), golpes (24,6 %) y amenazas (19,8 %). Los mayores hechos de violencia policial se registran en la localidad de Los Mártires (63,5 %), mientras que en Bosa son frecuentes las persecuciones por mafias de microtráfico (26,3 %). Por su parte, Temblores ONG (2018) revela la grave situación de violencia que sufren los habitantes de calle en Colombia: 4176 homicidios a nivel nacional, según Policía Nacional (28 % en Bogotá), y 3554, de acuerdo con Medicina Legal (18,5 % en Bogotá); entre el 2007 y el 2017, el 80 % de los casos ocurrieron en la vía pública.
En el estudio de las movilidades de las mujeres transgénero en Bogotá, Ritterbusch, Correa, León Giraldo, Salamanca y Lanz (2016) afirman que los movimientos, las prácticas y representaciones que constituyen la movilidad de las poblaciones excluidas no son autoimpuestas, "sino más bien [son] una forma de disciplinar y desplazar los cuerpos transgresores de los espacios públicos heteronormativos" (p. 5).
Así las cosas, es necesario entender cómo confluyen los condicionantes estructurales y los diversos procesos de significación en la particular forma de las movilidades de la población habitante de calle. Por ejemplo, no pueden acceder al transporte masivo porque son rechazados por los demás ciudadanos, incluso la institucionalidad complejiza este proceso al utilizar métodos violentos para relacionarse con ellos, pues impone una forma única de ciudadanía para poder ejercer ciertos derechos; de ahí que para muchos este tipo de servicios no sea una opción. Lo anterior conlleva a que los desplazamientos se realicen a pie, lo cual tiene implicaciones en la forma de percibir la hostilidad de la ciudad. Para cubrir trayectos largos, muchos acuden al llamado "gasolinazo" que básicamente es el consumo de una o varias dosis de basuco que hagan soportable el recorrido; esto complejiza aún más la forma en que se relacionan entre ellos y con los demás, pues tal o cual camino se hace más o menos peligroso de acuerdo con otros actores que se puedan encontrar, entre estos, Policía, grupos de "limpieza social", zonas donde no son bienvenidos o se sienten inseguros porque les son vedadas, y espacios donde se desarrollan lógicas de disputa territorial, donde pueden ver amenazada su integridad.
Movilidades voluntarias
Como se planteó, las dinámicas voluntarias de configuración de territorios y movilidades se adaptan a los cambios e intervenciones en el espacio público, resistiendo las lógicas formales e informales que pretenden obligarlos a "encerrarse" en la "olla" como esclavos útiles de los negocios de microtráfico y como una necesidad del espacio público estético, limpio y seguro de la ciudad proyectada en las políticas públicas. A propósito de lo anterior, Salazar (2016) plantea que es necesario "entender las movilidades como desplazamiento con sentido y no solo como viajes o tránsitos cuantificables [lo que] supone prestar atención a los procesos de significación" % (p. 54). El contraste entre los resultados de las entrevistas y el censo del 2017 permite identificar que el consumo de SPA se mantiene como un eje en la configuración de movilidades y territorialidades: el 90,4 % de los habitantes de la calle mayores de catorce años censados son usuarios de algún tipo de SPA, esto implica que el9,6 % no es consumidor. Las sustancias que más consumen son el cigarrillo (82,4 %), seguido del basuco (72,2 %) y la marihuana (61,9 %). Los puntos de distribución de sustancias como el basuco condicionan las movilidades del habitante de calle, en cuanto le imponen rutas de "abastecimiento" las cuales, adicionalmente, están relacionadas con las actividades económicas que desarrollan. Los resultados de las entrevistas confirman que las principales fuentes de ingreso provienen del reciclaje, el "retaque", pedir limosna en la calle y el robo (figura 8). Así ; mismo, el censo del 2017 registra como principales formas de generación de ingresos el reciclaje (39,7 %), el retaque (19,5 %) y otras actividades no cualificadas (17,1 %). Estas fuentes de ingreso no son excluyentes entre sí, por lo que algunos realizan más de una de estas actividades para obtener recursos y dependen de la rentabilidad del día para optar por una fuente de ingreso principal. Frente a esto, uno de ellos dice: "yo hago las tres R: reciclo, retaco y robo" (entrevistado 2, 17 de julio del 2019).
No solo el consumo y las fuentes de ingresos influyen en las movilidades del habitante de calle, sino que también lo hace la forma de socializar con pares. Al preguntar por las relaciones con otros habitantes de calle la mayoría manifestó preferir a alguien con una historia de vida similar a la propia (figura 9). Dice uno de ellos:
entre nosotros los drogadictos como hay personas que son estudiadas, de estrato bueno, es solo escucharlo usted dice: bueno este man es bien no es tan asesino, no es malo; porque hay gente que es criada en la droga, con papás drogadictos y en barrios así, pues tiene el corazón más duro, son gente que no tienen amor, se crían con odio y rencor, entonces es diferente. Yo busco es parches donde yo vea que son iguales a mí: "que yo vengo de la casa, que me botaron por la ventana, que mi mamá que mi papá, pues bueno nos reunimos así", no somos tan tenaces. (Entrevistado 18, 9 de agosto del 2019)
Las razones que tienen para no ayudarse entre ellos incluyen el miedo a las reacciones que pueden tener los pares en estados mentales alterados, como los que producen las drogas: "Yo prefiero estar solo a que alguien me ayude, no ve que en la ley de la calle usted no sabe con quién anda" y "a mí me da miedo estar con otra persona porque en una traba uno se puede embalar y va y le pega una [puñalada] al otro o ese se la pega a usted" (Entrevistado 18, 9 de agosto del 2019). De esta manera se evidencia un respeto por la "ley de la calle", según la cual se evita entrar en conflicto con pares: expresiones como "hay que saber caminar la calle" y "siempre andar con su patecabra (cuchillo)" muestran que se encuentran permanentemente a la defensiva de cualquier peligro a la hora de movilizarse por la ciudad.
Finalmente, es importante tener en cuenta las lógicas de movilidad de habitantes de calle relacionadas con las redes de apoyo institucional. El censo 2017 refiere que el 60 % acude a instituciones oficiales, privadas y religiosas, lo que indica que la configuración de rutas responde a estrategias, que, por ejemplo, se acomodan a las posibilidades de obtener recursos de la institucionalidad. Al respecto, Castro, Mellizo y Morales (2005) identifican la ciudadanía vivida como un tipo de relación con la institucionalidad y el espacio público, caracterizada por la recepción pasiva de derechos y la dependencia institucional.
Conclusiones
Las movilidades y la construcción de territorios propios de habitantes de calle se configuran en medio de las tensiones y los tránsitos que atraviesan la ciudad, los cuales no pueden analizarse como opuestos radicales, sino que deben ser leídos desde las diversas posiciones de la experiencia urbana.
La lectura de los tránsitos del espacio público capitalino muestra la tensión entre el espacio pensado y proyectado a través de las políticas públicas desde los saberes/poderes hegemónicos, y el espacio construido a partir de significados, prácticas y usos de la diversidad de habitantes que experimentan la ciudad en la vida cotidiana. La primera etapa plantea el tránsito de una ciudad rural pequeña, permeada por dispositivos higienistas, salubristas, de urbanidad y planeación urbana en la primera mitad del siglo XX, a una ciudad que escapó de las lógicas de planeación urbanística y demográfica en la que confluyen diversos grupos sociales. Este escenario sentó las bases de la fragmentación mediante de la separación social y funcional de una ciudad formal (sectores económicos y residenciales) y una informal vinculada a la desigualdad, la pobreza, la ilegalidad, la precariedad, etc. Posteriormente, se descubre una ciudad que pareciera haber sido olvidada por los discursos y las prácticas de control urbanístico, lo que revela que no es este el único ni el más potente vehículo configurador del espacio urbano. Precisamente, en los imaginarios :2 urbanos y en las políticas públicas de los ochentas y noventas coincide la idea de un espacio público desordenado e inseguro; de manera particular, esa es la asociación más clara con el centro de la ciudad en la que se configuran toporrepresentaciones del miedo (Avendaño, Forero, Oviedo y Trujillo, 2019) y se justifica la intervención urbanística al estilo de los planes de la primera mitad de siglo. La segunda etapa se encuentra con una ciudad permeada por procesos de fragmentación bajo un modelo de "ciudad de islas", esto es, de estructuras y funciones que progresivamente .2 aíslan ciertos espacios, grupos e individuos construidos discursivamente como representaciones de los miedos urbanos (Janoschka, 2002). En ese contexto se identifica con mayor claridad la tensión entre el espacio = público utópico concebido por las administraciones distritales a partir de la década de los noventa, y el espacio público que se mueve en el vaivén de la formalidad y la informalidad, resistiendo las lógicas de intervención urbanística. En la perspectiva de Beuf (2014), estas transformaciones han llevado a cuestionar el modelo "centro-periferia", preponderante para entender las geografías latinoamericanas del siglo XX debido a la complejización de la ciudad contemporánea en las últimas décadas de ese siglo y principios del XXI.
Actualmente, las ciudades del subcontinente se debaten entre la ur-g| banización creciente, las economías informales, los conflictos por el uso del suelo y la tensión entre diferentes imaginarios, grupos poblacionales, instituciones o discursos que construyen diversidad de significados y usos del espacio urbano, es decir, definen múltiples territorialidades que entran en pugna por el derecho al uso y ejercicio del derecho a la ciudad.
Es en este escenario donde se configuran territorialidades y se desenvuelven movilidades de habitantes de calle, como "sistemas de referencia y significación del espacio y sus interacciones" (Avendaño, 2017, p. 57). De manera general, se podría decir que la permanente situación de tránsito de la territorialidad callejera pasa, en la primera etapa de la configuración relativamente abierta de rutas, parches y cambuches en la ciudad, a la lógica de la "olla", como campo social encerrado por barreras físicas y simbólicas. Así mismo, a pesar de que se podría pensar que el encerramiento confina las lógicas de habitantes de calle exclusivamente a la "olla", en la práctica se ubican dos tipos de territorialidades y flujos callejeros, unos dentro de la "olla", que se mueven en la tensión entre la seguridad, el respeto a las reglas de la "olla" y la solidaridad entre pares conocidos, frente a la degradación por frecuencia de consumo y el riesgo por la dependencia a las mafias. Otros fuera de la "olla" oscilan entre el rebusque autónomo y la sensación de libertad, y la soledad como estrategia de "autoprotección" ante otros habitantes de calle desconocidos y actores externos (grupos de "limpieza social", Policía, mafias de microtráfico, etc.). La etapa de reconfiguración revela la profundización de esta tensión en una ciudad en la que tanto los saberes/poderes hegemónicos como los ilegales los empujan al continuo movimiento o al encerramiento en la "seguridad" de la "olla". En este escenario se observa una nueva tensión, a saber, el encerramiento en la "olla" o la aceptación de la ruta de resocialización como respuesta unívoca de la SDIS y, así, un reconocimiento de la ciudadanía condicionado a la institucionalización (Torres-Ruiz, 2017).
Una mirada específica hacia las movilidades de habitantes de calle -esto es, la lugarización (Singh, Giucci y Jirón, 2018) o construcción de rutas con significados singulares- revela que, si bien estas aproximaciones conceptuales son útiles para situar las transformaciones del espacio público construido desde los discursos y prácticas hegemónicos, y cuestionar la idea y el ejercicio del derecho al territorio y el derecho a la movilidad/ inmovilidad de las personas que habitan la calle, también es cierto que es importante tener en cuenta que dichas tensiones no se pueden leer como polos opuestos, sino como relación de ensamble, tránsito y cruces, dado que la movilidad/inmovilidad está relacionada con condicionamientos estructurales, pero también con interacciones cotidianas con humanos, objetos, espacios:
La velocidad y la lentitud, la movilidad y el arraigo, y las experiencias profundas o superficiales no pueden ser vistas como polos opuestos. Se trata de tensiones que si bien dependen de condicionantes estructurales (conexión, diferencia, desigualdad), a la vez obedecen a interacciones, apropiaciones y mediaciones cotidianas de la gente en la calle, ya sean "ciudadanos de a pie" o "ciudadanos de automóvil". (Salazar, 2013, p. 37)
Al respecto Castels (2010), señala: "La marginalidad representa también la aventura, el revés del sistema de normas dominantes y una encarnación, a un precio muy caro, de la libertad en una sociedad donde esta tiene muy poco lugar" (p. 248). Así, mientras se configura la metrópoli como una ciudad de muros en la cual las movilidades no son autoimpuestas, existen espacios para experiencias singulares del espacio, que producen nuevos sentidos de lo público. Así, los habitantes de calle hacen parte de una de las constelaciones de movilidad (Cresswell, 2010) y habitabilidad de la % ciudad y poseen formas propias de conjugar sus flujos -a pie, retacando, robando-, anclajes mediante los cuales buscan proximidad -redes sociales con sus pares o espacios de asistencia distrital- e inmovilidad -bodegas de reciclaje, "ollas", cambuches o parches-.