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Tabula Rasa

Print version ISSN 1794-2489

Tabula Rasa  no.44 Bogotá Oct./Dec. 2022  Epub Apr 08, 2022

https://doi.org/10.25058/20112742.n44.07 

Artículos de Investigación

HACER HISTORIA: EL PRESENTE DE LOS MONUMENTOS EN EL PARO NACIONAL

Making History: The Present Time of Memorials During a Nationwide Strike in Colombia

Fazer história: o presente dos monumentos na greve nacional

Carolina Castañeda V.1 

1Doctora en Antropología Social, Universidad Nacional de San Martín.Investigadora independiente, Colombia https://orcid.org/0000-0002-4796-876X acarolc@gmail.com


Resumen

Este artículo propone una lectura analítica del derribo de monumentos denominados coloniales durante el paro nacional de 2021 en Colombia. A la luz de la idea de silencios de la historia y usos del pasado se analiza cómo la palabra colonial articula unas narraciones para desarticular otras. A su vez, acudiendo a la etnografía y a la entrevista, recorre algunos acontecimientos con el fin de identificar lecturas sobre historia, presente y las razones del derribo para intentar dilucidar el lugar presente de los usos del pasado para la emergencia de posibles sujetos colectivos contemporáneos. Se concluye que las formas de conectar y desconectar el pasado hacen posibles ciertos movimientos para hacer la historia en el presente.

Palabras clave memoria histórica; monumentos; paro nacional Colombia; misak; colonialidad

Abstract

This article proposes an analytical reading of the knocking down of the so-called colonial memorials during the national strike in Colombia in 2021. In the light of the notion of history silences and uses of the past, we analyze how the colonial word articulates some narratives to disarticulate others. In turn, relying upon ethnograhpy and interviews, we go over several events aiming to identify readings of history, present time, and the reasons underlying the fall of monuments, trying to elucidate today’s place of the uses of past for the emergence of potential contemporary collective subjects. We conclude that the ways of connecting and disconnecting past allow for making history in the present time.

Keywords historic memory; monuments; Colombia national strike; Misak community; coloniality

Resumo

Este artigo propõe uma leitura analítica da derrubada de monumentos denominados coloniais durante a greve nacional de 2021 na Colômbia. À luz da ideia de silêncios da história e usos do passado analisa-se o modo em que a palavra colonial articula umas narrações para desarticular outras. Ao mesmo tempo, com o apoio da etnografia e da entrevista, percorre alguns fatos com o fim de identificar leituras sobre história, presente e as razões da derrubada para tentar esclarecer o lugar presente dos usos do passado para a emergência de possíveis sujeitos coletivos contemporâneos. Conclui-se que as formas de ligar e desligar o passado fazem possíveis alguns movimentos para fazer a história no presente.

Palavras-chave memória histórica; monumentos; greve nacional Colômbia; misak; colonialidade

La gramática del presente

Este artículo se propone dialogar con algunas interpretaciones sobre el derribo e intervención de bienes culturales, dentro del paro nacional de 2021 en Colombia. Parto de entender que los bienes culturales con acento colonial han tenido el propósito de mantener la memoria de una historia nacional atada a España a través del recuerdo positivo de la colonia y su presencia en nuestro presente. En principio, me interesa presentar algunos elementos para reflexionar sobre la manera en la que narramos la historia y la contrahistoria dejando de lado eventos y acentos, y acudiendo así, a la construcción de silencios y de capas de historia que permiten construir ciertas memorias y silenciar otras. En concreto, quisiera argumentar que referir las acciones del presente únicamente a una imputación del pasado lejano deja a los actores de estas manifestaciones como narradores de la historia, pero les niega su papel de sujetos que hacen su propia historia y que narran interpretativamente el pasado.

Prefiero, entonces acudir a la noción de usos del pasado lo que nos permite entender que existe un campo de confrontación por el uso o no de ciertos pasados por diversos actores (Rufer, 2009). Bajo esta lectura el propósito central de este artículo es presentar estos eventos como una manera de conectar los hechos del paro nacional con la emergencia de nuevos sujetos históricos dentro del ámbito de lo popular. Para el análisis me concentraré en el derribamiento, en Bogotá, de la estatua de Gonzalo Jiménez de Quezada, conquistador del centro del país y a quién la historia oficial reconoce como fundador de la ciudad. Haciendo, a la vez alusiones importantes al derribo de dos estatuas de Sebastián de Belalcázar, una en Popayán y otra en Cali. No obstante, acudiré a otras intervenciones y creaciones de bienes culturales (como el Monumento a los Héroes y la obra denominada Bolívar Ecuestre[2], la estatua de George Washington, y la de los Reyes Católicos, todos en Bogotá).

Lo primero que querría discutir es el carácter de los monumentos intervenidos y derribados. Aunque la mayoría o buena parte de ellos se leen como monumentos coloniales y, por lo tanto, como documentos y monumentos del pasado colonial quisiera establecer que el pasado de esos monumentos no es colonial, como lo veremos más adelante, y que sacarlos de ese lugar puede, igualmente significar otros usos y narrativas del pasado y que no da la oportunidad de darle una dimensión coetánea a los sujetos políticos que los intervinieron. Y, en segundo lugar, en el orden fáctico, aunque hayan sido elaborados y puestos en el espacio público en un momento histórico determinado (no colonial) estos monumentos están en el presente y son documentos-monumentos del presente y, por tanto, se habla con ellos —se les interviene— sincrónicamente en el presente. Creo que es importante entender esto ya que el objetivo de esos monumentos es mantener viva la memoria de una versión de la historia nacional y, más específicamente, una memoria discontinua y construida en el sentido en que la hacemos pertenecer a diferentes momentos históricos.

Otro elemento interesante es que, si bien para la mayoría de los colombianos esos monumentos parecen no interpelarnos, ni nos cuestionamos su multivocalidad y sus contenidos, es porque hemos elegido o aceptado que esas memorias nos constituyan de forma que clausuren otras versiones de pasado. En este sentido es clave el acercamiento que propone Rufer en su relectura de Foucault sobre la manera en que la escritura de la historia oculta, desde siempre, el proceso de conquista —de cualquier proceso de conquista (española en América, imperialista o los de flujos extractivos de capital en los siglos XX o XXI)— ya que el conquistador requiere el establecimiento de la(su) soberanía y la ley:

Lo que me parece menos explorado es la relación ex profeso borrada entre historia y conquista: entre el mecanismo de la escritura de la historia y una fórmula específica de dominio sobre un territorio y sus sujetos. (Rufer, 2020, p.278, cursivas agregadas)

Usando la cita de Rufer podemos decir que los bienes culturales que representan a los conquistadores Sebastián de Belalcázar, Jiménez de Quezada, Colón o los Reyes Católicos son escrituras de la historia que han borrado la conquista en tanto eliminan la violencia de la dominación y sus víctimas. Al contrario, para otros sectores sociales del país, el presente contenido en esos monumentos es contundente porque les remite a identificaciones y prácticas de desigualdad. Es decir, sujetos que consideran que su identidad es blanco-mestiza, gracias a la conquista y los conquistados, ya que los ubica en un lugar de privilegio frente a otros sujetos marcados identitariamente como diferentes. Es la contundencia de las maneras en la que esas memorias de la conquista como violencias no reconocidas se hacen presentes desde donde importa impugnar pasados que se hacen prácticas del presente. Durante el paro de 2021 fue contundente que los sectores populares movilizados eran un conjunto heterogéneo de estudiantes, jóvenes pobres, gente negra, indígena, indígena de ciudad, migrantes, desplazados, desempleados, de origen rural, frente a sujetos que han adherido a identidades blanco mestizas para quienes las estatuas resultaron invisibles mientras no fueron intervenidas.

Entonces, diría que mi propósito es mostrar que el derribe de estatuas no consiste en reescribir la historia solo como una narración oficial que incomoda, aunque ese sea un elemento central. Sino que este derribo de monumentos es presente porque pretende escribir o reescribir la historia del presente en términos más bien marxistas, o sea, no la historia como pasado, sino la historia hecha por gentes concretas para la construcción de otros mañanas. Hacer la historia hoy, hacer historia al momento de interrumpir la narración nacional. Para avanzar en este propósito acudiré a algunos conceptos de Michel Rolph Trouillot, un historiador y antropólogo haitiano, quien muestra como la inscripción de la memoria nacional haitiana en una fortaleza convertida en bien cultural silencia la heterogeneidad de las posiciones de los exesclavizados que disputaron la independencia a Francia, aplacando así las diferencias y violencias entre la gente negra.

El autor sostenía que hay una diferencia importante entre la historia como aquello que sucedió y la historia como aquella narración de lo que sucedió. La narración de lo que sucedió suele no ser idéntica a lo que sucedió por múltiples razones (Trouillot, 2017, p.14). Esta distancia entre lo ocurrido y lo narrado no solo es un reto epistemológico de la rigurosidad, las posibilidades de acceso a los hechos y ética de la disciplina histórica, sino que al decidir cómo recordamos y qué recordamos de lo que sucedió, cuando constituimos acontecimientos en hechos nos constituimos en sujetos (Trouillot, 2017, p.14). Podríamos entonces argüir que uno de los intereses en la intervención de estatuas es justamente disputar el lugar de la historia como lo narrado que se guarda en ellos y que oculta la historia como la complejidad de lo que pasó.

Además, al narrar lo que sucedió requerimos hacer elecciones de aquello que traemos al presente lo que incluye no narrar la totalidad, eliminar aquello que decidimos no incluir en la narración. Dejar en la memoria eventos y personas y con ello explicaciones es para Trouillot un acto del presente que hace del pasado un hecho del presente. De nuevo, podemos pensar en el derribo de estatuas como un cuestionamiento a aquello que se eliminó del relato. Pero, somos sujetos en el presente, narramos la historia en el presente y hacemos la historia en el presente. Es decir, hacemos la historia con los actos del presente. Reconstruir el pasado y analizarlo es la función de la disciplina denominada Historia, pero la historia como hecho no pertenece a los historiadores, pertenece a los sujetos de la historia. Recordar el pasado es una forma de historia y de memoria, pero recordamos en el presente, con los recursos del presente. Nos constituimos en sujetos colectivos mediante las narraciones que hacemos de nuestro pasado, narrar nuestro pasado es parte de los ejercicios de identificación según Hall (2019). No solo la memoria sino también las narraciones de la historia pertenecen al presente. Así pues, quisiera aquí analizar el derribo de estatuas de personajes coloniales y de héroes nacionales (como Bolívar) en el marco del paro nacional de 2021 bajo los presupuestos de Trouillot y tratar de mostrar que dichas acciones más allá de pretender reescribir la historia colonial, son acciones del presente que nos hablan de la constitución de sujetos novedosos creando nuevas memorias de pasado y narraciones de presente.

La acción de derribo y de intervención de los monumentos, como la creación de nuevos espacios de memoria, son actos que leen el presente y que intervienen en el presente. De allí la importancia central de preguntarnos si estatuas de personajes de la historia colonial como Sebastián de Belalcázar o Jiménez de Quezada son efectivamente estatuas coloniales o no lo son. Aquí entra en juego una observación adicional de Trouillot que es clave para demarcar la gramática del presente del paro nacional y la relación poder e historia. Para Trouillot (2017) una forma clave en que se reproduce el poder de la historia es que se narra seleccionando eventos, pero también silencios. La narración de toda historia es la concatenación de silencios y tanto la elección de lo dicho como la elección de aquello que se silencia son efectos concretos de poder (p.39).

Una forma clave de producir silencios ocurre durante el registro (creación de la fuente, primera narración), pero el silencio también puede ocurrir durante el armado y selección del archivo y la creación de repositorios institucionales. Pero también podemos introducir silencios, intencionales o no durante la selección de los corpus documentales con los que reconstruimos el pasado. Es decir, el silencio puede ser responsabilidad del archivo mismo, pero también, en gran medida de quienes narramos la historia. En el caso del acceso público a estos elementos, los monumentos parecen tener un papel que evita el trabajo de indagación y ofrece un producto para ser consumido de forma cultural. No obstante, Trouillot va más allá. Por una parte, nos advierte que la desigualdad del poder histórico no siempre es el reflejo de las desigualdades que vivieron los actores de los sucesos. Pero por otra parte de nada sirven las ausencias o presencias en las fuentes y archivos si solo los historiadores tienen acceso a ellas. No es este un problema de la disciplina, lo que apunta el autor es que, para el caso haitiano, donde la mayoría de la población era analfabeta o donde pocos acceden a la formación universitaria, las ausencias en la historia se perpetúan (p.44). Y aquí el énfasis está dado por la posibilidad de ser un narrador de la historia en formas que sean autorizadas y mediante métodos hegemónicos como los establecidos en artículos, libros y producciones académicas dentro de centros de enseñanza reconocidos.

Una pregunta que creo podemos extraer de este recorrido es ¿de qué manera se puede participar de la historia y de narrador de la historia si no se pertenece al gremio de la historia y no se puede jugar con sus reglas? Esta pregunta por supuesto está acotada para el caso de los participantes activos del paro nacional, por ejemplo, para el grueso de actores jóvenes desescolarizados, ausentes de la academia, desempleados, entre ellos mujeres y hombres indígenas, afrodescendientes y desplazados campesinos. Y aquí es donde la memoria y los usos públicos del pasado cobran su carácter como espacios de confrontación, muy concretamente sobre la materialidad de las estatuas.

He retomado las reflexiones de Trouillot, en especial del capítulo titulado Las tres caras de Sans Souci. Gloria y silencios en la Revolución haitiana porque es un excelente análisis de la forma en que la monumentalidad produce silencios narrativos de forma contundente una vez es leída desde el presente. Este relato de Haití servirá para entender otras formas de analizar el derribo de estatuas del paro. El autor quería discutir un tema que él llama «la guerra dentro de la guerra» y que movería las entrañas de la versión hegemónica de la revolución negra haitiana. Como él mismo insiste no es un tema nuevo en el archivo de la revolución, es fácil verlo reseñado, no obstante, es «incómodo» para la narración prosaica de la primera revolución independentista negra y caribeña. Y por lo tanto no es muy difundido. Para hacerlo reflexiona sobre la forma en que la interpretación histórica, esto es la narración de la historia, produce capas de silencios en el acontecimiento de la Revolución y, en concreto, en la interpretación del nombre del palacio de Sans Souci mandado a construir por el rey negro Henry Christophe al momento de la independencia de Haití y como evidencia de su triunfo.

Las tres caras de Sans Souci son en realidad la entrada a la pregunta por los silencios en la historia. Según el autor, Sans Souci es para la historia haitiana un lugar concreto de referencia histórica localizado en la región de Milot en Haití. Es el palacio donde vivió el rey Henry Christophe una vez lograda la independencia de Francia. El palacio Sans Souci-Milot en la actualidad está reducido a ruinas ya que fue destruido por un terremoto a finales del siglo XIX. Y con la pobreza que ha atravesado el país ha sido imposible su reconstrucción. Pero a la vez, Sanssouci es el nombre de un palacio construido en Postdam - Alemania y se constituye en la actualidad como una verdadera obra del rococó bien conservada y que recuerda a Federico II el Grande. No corrió la misma suerte el Sans Souci-Milot de Haití ya que el país en su época post colonial no puede mantener las obras monumentales.

No obstante, hay una tercera cara, menos monumental. La tercera cara de Sans Souci fue ciertamente silenciada. Una capa de historia nacionalista la silenció. Esta tercera cara es, para el autor, la evidencia de la «guerra dentro de la guerra». Una producción deliberada de silencio.

Sans Souci era, además, el apellido de un esclavo de origen congolés que se reveló tempranamente y lideró de manera exitosa varias arremetidas contra el ejército francés mediante estrategias guerrilleras aprendidas en el Congo. El congoleño sintió un fuerte rechazo a las decisiones estratégico-políticas de los líderes de la Revolución haitiana, entre ellos Henry Christophe ya que al momento de considerar pérdidas las primeras batallas se rindieron sin más, de nuevo, al ejército francés. Así pues, Sans Souci, el hombre congoleño, decidió mantener su resistencia ya no solo frente a los colonizadores sino también frente a los líderes revolucionarios. En otras palabras, Sans Souci, el guerrillero, se opuso fuertemente a los jacobinos negros y mantuvo frente a ellos la resistencia armada. Las tensiones entre los líderes revolucionarios y la guerrilla de inspiración congolesa es lo que Trouillot llama «la guerra dentro de la guerra». De tal suerte, Henry Christophe vio en Sans Souci un enemigo que se negaba a someterse bajo su poder.

Una vez triunfan, Henry Christophe invita a Sans Souci al palacio y lo asesina. Y, así, las acciones del guerrillero congolés no hacen parte de los anales de la historia oficial haitiana. Lo cierto es que este hombre aparece ciertamente en las fuentes, pero la narración de la historia no le ha dado un lugar. Así pues, las fuentes no lo silenciaron y hay que buscar el momento del silenciamiento en otro lugar. Adicionalmente, Trouillot encontró que el lugar de residencia y acción rebelde que mantuvo el congolés era justamente el de los alrededores del fuerte. Un territorio del cual puede provenir el nombre del palacio. Y que el palacio alemán no juegue ningún papel central en el pasado haitiano.

Negar la existencia de Sans Souci, el hombre llegado del Congo, y la relevancia de sus acciones dentro de la revolución es el tipo de silencios que le interesa desarmar y analizar a Trouillot. Es la forma en que se puede ver la guerra dentro de la guerra. Una guerra ganada, al parecer por el poder de la materialidad del palacio.

Trouillot hace aquí dos importantes reflexiones. La primera es la diferencia contundente entre negros haitianos y los esclavos congoleses. En el momento en el que se daba la independencia buena parte de la población haitiana era, efectivamente, de origen congolés. No obstante, lo congolés fue leído desde entonces como una minoría y como una población diferente a los negros haitianos. Esto supone que la única posibilidad de inspiración revolucionaria independentista haya sido tomada también de Europa. Y niega la posibilidad de que tanto la idea como la estrategia revolucionaria pudieran ser de origen africano y que los agentes de la revolución hayan sido, en gran medida congoleses.

Al seleccionar sucesos dentro de una narración lo no narrado queda eclipsado, ocupa el lugar del silencio, aunque no desaparecen sus efectos, desaparece la ocasión de incluirlos como parte y a cambio esos silencios son llenados, digamos formando capas de cosas recordadas que tapan los silencios, entre más capas, más silencios. Pues bien, quisiera señalar que en tanto los monumentos históricos tienen una intención narrativa son también productores de silencios. Al parecer, entonces, parte de la tarea del presente (en cualquier época) es ajustar silencios y crear historias de sucesos y esto ocurre porque los sujetos presentes de la historia tienen intereses precisos que les permiten hacer cierto tipo de preguntas a su pasado mientras no hacen otras. Por eso, Trouillot sostiene su pregunta por la forma en qué es producida la narración histórica (2017, p.26). Para nuestro caso, la pregunta no es sobre cuál fue la fecha de creación de la estatua, o cuál fue la fecha y actos que hicieron de Belalcázar un conquistador, sino una pregunta mucho más interesada en el poder de la historia: ¿cómo fue posible que académicos, estudiantes y población indígena escolarizada o no, tenga memoria de la existencia de esos sujetos representados en las estatuas? ¿qué procesos han mantenido esas personalidades en la contemporaneidad cuando 480 años los separan de nuestro presente?

En conclusión, el presente que afrontamos y las subjetividades que nos han constituido históricamente han sido sometidas a una actualización o un descentramiento por esto conviene preguntarnos cómo y porqué la historia nos fue narrada así y nos hemos permitido constituirnos desde allí. No porque haya una identidad perfecta entre lo narrado y lo sucedido, sino porque en el camino a la verisimilitud de lo narrado hemos llenado de contenido ciertos signos. Quizá entonces, más allá de encontrar la verdad, de ajustar la verisimilitud de lo narrado estemos compelidos a desarmar las sobredeterminaciones que dan significado a todo aquello que nos consolida como colectividad, por ejemplo, la nación, la identidad, la colombianidad, la raza, la cultura.

Intervención y derribo: lo silenciado, lo narrado y los misak

Paso a narrar los actos concretos de intervención de los bienes culturales con el fin de entender, por una parte, en qué consiste esa sobredeterminación de esos signos y cómo fueron producidas esas narraciones, pero sobre todo que nos permitan ver qué se ha silenciado.

El paro de 2021 en Colombia no estuvo aislado de una serie de manifestaciones populares en diferentes lugares del mundo y que, aunque no han ocurrido todas exactamente de manera sincrónica, si las podemos ubicar en un corto espacio de tiempo y con los jóvenes como actores principales. Como las ocurridas desde mayo de 2020 en Estados Unidos después del homicidio de George Floyd, un afroamericano que fue violentamente asesinado por la fuerza pública, y que dejó al descubierto los actos de racismo hacia los afroamericanos, desatando el movimiento de protestas denominado Black Lives Matter que dentro de las reacciones populares usó el derribo de estatuas en Estados Unidos, forma y motivo de protesta que se extendió incluso a Europa. En estos casos se ha señalado que las acciones contra los monumentos tienen una referencia concreta de denuncia y lucha contra el racismo.

Antes del asesinato de George Floyd, en Colombia habían ocurrido ya algunas intervenciones a monumentos y cuestionamientos sobre a quién y cómo se representa el pasado, por ejemplo, las intervenciones artísticas del colectivo «Pedro Romero Vive Aquí» en Cartagena en 2011 que se manifestaba en contra de las «dos hileras de bustos de hombres blancos, héroes de la Patria —y también esclavistas—» que se instalaron en la ciudad negando la presencia afro y su historia dentro del puerto negrero más activo del periodo colonial (Novoa, 2012, p.158).

O el trabajo de la artista plástica colombiana Doris Salcedo, quien instaló la exposición Fragmentos, Espacio de Arte y Memoria, que ella describe como un contramonumento, porque:

en vez de exponer una versión épica de la historia de una manera tradicional, propusiera diálogos a partir de las rupturas que el conflicto ha generado, reconociendo las experiencias extremas sufridas por millones de colombianos (Museo Nacional 2017).

Fragmentos es una propuesta para reflexionar sobre el conflicto armado colombiano efectuada luego de derretir varios fusiles y otras armas que habían sido usadas en la guerra por las Farc. A pesar de las intenciones contramonumentales el lugar de la exposición es administrado por el Ministerio de Cultura de Colombia a través del Museo Nacional bajo el esquema de museo.

Pero los derribos de estatuas como tal datan de 2020. En septiembre de ese año las comunidades misak en su mayoría habitantes del departamento del Cauca, digo en su mayoría porque hay bastantes individuos y familias misak que habitan en el Valle del Cauca especialmente en Cali y, también, un sector importante habita en Bogotá, otros en Huila y en diversos lugares del país, pero el eje central y el territorio ancestral de los misak está en el departamento del Cauca. Y, justamente, allí el 25 de junio de 2020 deciden adelantar el «Juicio de los piurek —hijos del agua— descendientes de los pubenences a Sebastián Moyano y Cabrera alias Sebastián de Belalcázar, quien la historia de la voz racista y colonial lo describe como el conquistador de “Popayán”».

El juicio contra Belalcázar, un hombre que vino en los primeros años de la conquista del territorio de lo que se llamó la Nueva Granada en 1536 y quién estaba bajo el mando del «tirano» Francisco de Pizarro, que adelantaba la conquista del Perú. Belalcázar fue uno de los muchos hombres que se unieron a su mando como capitán de conquista y adelantó acciones en las inmediaciones del Pacífico Sur y la cordillera de los Andes. Fueron incursiones violentas de conquista que operaban como escuadrones de muerte, saqueo y expropiación y que actuaban con recursos propios. Acciones que una vez realizadas debían ser certificadas ante la Corona Española para que ella decidiera si habían sido en su nombre y conceder así títulos y formas de pago. Pues bien, los misak hacen el juicio contra Belalcázar a través de una estatua en Popayán y otra en Cali en 2020.

Es necesario recordar, que en 1937 la ciudad de Popayán decidió celebrar el cuarto centenario de su fundación mediante la construcción de una carretera alrededor del conocido Morro de Tulcán (Cubillos 1959, p.217). En 1940 las autoridades de la ciudad decidieron erigir una estatua ecuestre de Belalcázar en la cima del cerro y para ello aplanaron su cúspide. Ambas obras, en especial la primera, alertaron sobre alguna evidencia arqueológica que fue ignorada por las autoridades de la ciudad hasta que en 1957 unas las lluvias deterioraron un sector del cerro obligando a su reconstrucción y con ella la intervención arqueológica. Con las reparaciones se adelantó una excavación arqueológica por parte del Instituto Etnológico de la Universidad del Cauca. Los trabajos determinaron que el cerro era una construcción prehispánica (Cubillos, 1959, p.218). El lugar ha pasado de ser parte del registro especializado arqueológico a un lugar de memoria histórica indígena que fue silenciado mediante la construcción de esta otra obra monumental que celebraba la fundación de la ciudad. Tenemos pues un silenciamiento de la violencia de la conquista.

Al finalizar el 2019, el 21 de noviembre se iniciaron en el país y con mayor fuerza en Bogotá y Cali una serie de manifestaciones de rechazo a ciertas medidas económicas y políticas sociales que propuso mediante proyectos de ley, al Congreso de la República, el presidente Iván Duque. Las medidas iban en contra de la vida digna y satisfactoria de la mayoría de los ciudadanos. Prometían gravar con impuestos varios productos de la canasta familiar y flexibilizar, aún más, las condiciones de empleabilidad con una reforma laboral. También proponía una reforma al ya precario, sistema pensional. En total fueron siete proyectos nombrados en las protestas como el paquetazo. El paquetazo se presentaba en momentos en que la implementación del proceso de paz con las Farc había sido fuertemente descuidado y, más aún, atacado por el Gobierno, lo que se materializaba por el creciente número de asesinatos de líderes sociales rurales indígenas y campesinos.

El llamado a movilizarse no se hizo esperar y los jóvenes se tomaron las ciudades de maneras novedosas con actos culturales y, a cambio, de caminar en la tradicional marcha hacia la Plaza de Bolívar para llegar al palacio de gobierno se manifestaron en sus propios barrios, provocando así un enorme impacto de información, reflexión e involucramiento de familias, antes ajenas a las discusiones políticas públicas. La movilización se instauró como una cita mensual ante la imposibilidad de modificar las medidas y ante el impulso de las manifestaciones de octubre de ese mismo 2019 en Chile y Ecuador, que fueron nombradas como «estallido social».

En el 2021 completando un año largo de confinamiento como medida sanitaria frente a la pandemia del COVID-19, el Gobierno Duque lanzó una nueva propuesta de reforma tributaria —Solidaridad sostenible— y el ministro de economía presentó ante los medios una caricatura de la canasta familiar y de los ingresos promedio de los colombianos pobres. El ministro Alberto Carrasquilla, intentando ejemplificar, afirmó que los panaderos ganaban buenos salarios y que el precio de un huevo dependía de la calidad, dando a entender que el control de precios no era preocupante. La respuesta probó que el ministro desconocía los costos de la canasta familiar y, sobre todo, la realidad de las familias. Estas declaraciones hicieron mella en la población que se sustenta mediante la economía informal, o sea, con acciones de rebusque que el confinamiento impedía. Familias para quienes era imposible la compra de un huevo. El ministro minimizó y silenció la realidad de las familias en un momento de crisis económica y social.

El anuncio reactivó las causas de las movilizaciones del 21N de 2019 y se convocó una manifestación masiva para el 28 de abril de 2021. Aunque las movilizaciones estaban preparadas para horas de la mañana en todas las ciudades los misak madrugaron más y a las 7 a.m. ya habían derribado al Sebastián de Belalcázar que adornaba un mirador en Cali. El acto inyectó una energía hasta entonces desconocida en los manifestantes de todo el país. Una determinación, antes desconocida, unió desconsuelo, dignidad, angustias y rechazo en una voz de protesta que se extendió por varios meses y con actos de protesta novedosos. Cali recibía un nuevo impulso a manifestarse que había sido reprimido por la fuerza pública en 2019. El viernes 7 de mayo en medio de una movilización que no se detenía y de un terror que recorría el país ante la violenta respuesta de los gobiernos nacional y locales, mediante el uso desmedido e ilegal de la represión de la fuerza pública, los misak emitieron en vivo, desde Bogotá, por varias redes sociales un acto de derribe que inició a eso de las 5 a.m. Yo, personalmente, seguí la transmisión desde las 5:50 de la mañana.

La noche del martes 4 de mayo había sido la más difícil en Bogotá, y parecía repetir el horror que vivían los manifestantes caleños y que habían experimentado los manifestantes ecuatorianos y chilenos. Desde el centro y occidente de la ciudad era posible escuchar y, a veces, ver las escenas de guerra que estableció la alcaldesa en un punto de concentración de protestas en el suroccidente de la ciudad (Portal de la Resistencia). Disparos desde helicópteros marcaron la noche. Las protestas a ese día mostraban un balance de horror:

se habrían producido al menos 18 ejecuciones extrajudiciales, habría 305 heridos, 23 con lesiones oculares, 11 personas habrían denunciado violencia basada en el género y 988 personas habrían sido detenidas bajo cargos de «terrorismo»y «tenencia o fabricación de sustancias peligrosas», entre otros, por parte de la Policía Nacional y en muchos casos por parte del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD). (Colombia 2021)

El video que emitieron los misak el viernes, en medio del amanecer, mostraba como caía la estatua de Jiménez de Quezada mientras varias personas celebraban y un par de mujeres misak subían al pedestal, ahora libre, y alzaban una bandera, mientras, abajo, la cara del conquistador tocaba el suelo. Las imágenes terminaban con la luz del sol y la mirada impávida de algunos policías. La hora de los hechos, sin duda correspondía a la evasión de la represión brutal. Funcionó, en parte, con todos los medios de comunicación en el lugar las acciones de detención de los manifestantes misak se dieron sin violencia y el hecho adquirió un tono público. A Gonzalo Jiménez de Quesada se le conoce como el fundador de la ciudad de Bogotá. Y su estatua, a diferencia de las de Belalcázar en Popayán y Cali, estaba ubicada en el centro histórico —colonial— de la ciudad, en la plazoleta del Rosario que recibe su nombre por una iglesia, esta sí, de origen colonial que alberga una imagen de la Señora del Rosario, bordada, quizá, por una reina española. La capilla corresponde al claustro de los dominicos de Santo Domingo del Rosario construido en 1654.

Hacer memoria y hacer historia

Pedro Misak, vocero de AISO (Asamblea del Movimiento de Autoridades Indígenas del Suroccidente) y, uno de los participantes en el juicio y en diferentes actos de movilización, amablemente me explicó que al menos 34 de sus compañeros fueron detenidos por estos actos en las diferentes ciudades. Al preguntarle por el sentido de los derribos él comentó que están contenidos dentro de una amplia agenda que vienen cumpliendo las autoridades desde hace cincuenta años con las movilizaciones indígenas del Cauca y que dieron origen al actual movimiento indígena y las organizaciones regionales CRIC y AICO (ahora más concretamente llamada AISO y con fuertes lazos con el partido político AICO). Así, para él no hay nada novedoso en estas acciones ni tampoco nada ajeno a una forma de acción política que han ejercido desde 1971:

Creemos que el 2020, el 2021 fueron dos años muy activos y llenas de movilizaciones y también de movilización de temas muy importantes en los que el pueblo misak tiene interés. Y es la directriz de todas las autoridades, tareas permanentemente y que las autoridades, periódicamente, tienen que seguir impulsando, independientemente que autoridad sea. Una es en términos de pensar el plan de vida a partir del tema de lo territorial. Dos, fortalecimiento del gobierno propio y la autonomía, o sea, el fortalecimiento del relacionamiento de autoridad – autoridad. Y el tema, ahorita recientemente, ya es el tema de la memoria, claro recuperación de la memoria, entonces son temas grandes y estructurales. Tres temas muy inmensos. (Misak 2022)

Pedro presenta estos temas esquemáticamente después de arduos trabajos de diálogo interno que permiten ver el trabajo de teorización conjunta que se han construido en debate con otros activistas, colectivos, la academia o los libros. Aunque se ven separados, los tres temas que enuncia están armónicamente engranados y son codependientes. Por ejemplo, el tema de la memoria es ciertamente inseparable del territorial. Por una parte, la memoria permite dimensionar la lucha por la tierra que es quizá su primer lugar de referencia organizativo. Como bien lo aclararon los mayores misak en un trabajo a varias manos, la memoria está contenida en el territorio y es en el andar la tierra como se puede escribir la historia (Vasco Uribe, Dagua Hurtado & Aranda, 1993), ahora Pedro lo enuncia así:

Con el tema de la memoria existe el principio de lucha de recuperar la tierra para recuperarlo todo. Pero en estos últimos tiempos lo que se ha venido diciendo para pensar en ser una organización indígena, un pueblo indígena, para pensarse a largo plazo la existencia de pueblos indígenas, por sí sola la identidad no se puede mantener sino a partir de la memoria territorial. Entonces recuperar la tierra y la memoria para recuperarlo todo, es a partir de ahí, donde se empiezan a concluir que todas las ideas, todos los sueños del plan de vida; de que pensar la memoria es prácticamente vivir, impulsar y empezar a pensarse el pasado. De ahí nace todo el debate sobre los trastornos del poder colonial que existen alrededor todavía de nuestros pueblos. En las formas de vida cotidianas en tanto en resguardos, el municipio, los departamentos y en ciudades centrales como lo fue la ciudad de Popayán. La tarea de empezar a pensar, a debatir de llegar a ese juicio que se hizo en septiembre del 2020 pues tiene ese origen, pues este ha venido trascendiendo tiene muchos debates, experiencias que han sucedido a las autoridades hace veinte, treinta años se habían tratado de tumbar [las estatuas], o al menos de pensar que eso se debía hacer desde el año 2007. (Misak, 2022)

No obstante, es ingenuo pensar que los planteamientos de Pedro se suscriben al pueblo misak, como se ve en su relato, él va ampliando el espacio de la reflexión hasta las grandes ciudades y no se refiere al territorio como el espacio restringido de los resguardos ni a la identidad restringida de lo indígena.

Las acciones de los misak, jóvenes urbanos, varios universitarios y profesionales, responden al presente, así las luchas territoriales, que incluyen la recuperación de tierras responden a necesidades de vivienda y subsistencia del mundo rural. La búsqueda de posibilidades de tener tierras de cultivo, acceso a mercados y empleo rural, por ejemplo. También responde a una creciente salida de comuneros a buscar mejores perspectivas hacia las ciudades donde las mujeres se siguen empleando especialmente en labores domésticas a la vez que les ofrecen a sus hijos posibilidades de acceso a la educación. Las y los jóvenes misak que se unieron a las movilizaciones en Cali o Bogotá lo hicieron a la vez como estudiantes y como desempleados, de tal suerte que comparten similares condiciones de desigualdad con otros sectores sociales que participaron activamente. Aunque sin duda tuvieron el respaldo de poder movilizarse conjuntamente como colectivo indígena y así presentar sus demandas y resistir las represiones. Es decir, su interés fue dialogar sobre el proyecto de país que desean para la totalidad de los colombianos.

Para entender mejor esta idea de los misak retomaré el contexto de los hechos en Bogotá. Mi insistencia en mostrar que las estatuas derribadas no son coloniales tiene la intención de señalar la clara dimensión de temporalidades yuxtapuestas y de problemas actuales y sus herencias. Como decía, la estatua de Jiménez de Quezada estaba ubicada en el centro de la ciudad y daba nombre a una histórica avenida que recorre la ciudad desde las estribaciones de las montañas en el oriente hasta la planicie del occidente, siguiendo el curso de un río que quedó tapado primero por el nombre español de río San Francisco y luego por una canalización que lo sepultó. La avenida Jiménez culminaba en la avenida Caracas para dar paso a la avenida Colón. Por la fuerza de la costumbre, la avenida Colón se llamó cotidianamente Calle 13 mientras «la Jiménez» conserva su nombre hasta hoy en el lenguaje bogotano (ver Ilustración 1).

Elaborada por la autora.

Ilustración 1. 

Con la fuerte represión de los días previos al derribo los ánimos de la movilización se mantenían y estaban en alza, pero también el miedo aumentaba. El acto de los misak dio una nueva fuerza a los manifestantes. La protesta en Bogotá había seguido el modelo de Cali que consistía en concentraciones justamente en las avenidas de acceso a los sectores populares de la ciudad y obstaculizar el flujo de vehículos de entraban o salían de la ciudad. Lo cierto es que con esta medida la toma de la plaza central dejo de ser el objetivo. En Bogotá las acciones se concentraron en Bosa, algunas en Usme, San Cristóbal, otras en Suba y en la calle 80. En decir en las zonas más alejadas del centro histórico y de los centros financieros. Los manifestantes crearon barricadas que bloqueaban las carreteras y realizaron pocas marchas y cuando las hubo fueron igualmente descentralizadas. Esas concentraciones permitieron que las madres y padres de los jóvenes llegaran por las noches a actos culturales, charlas y comidas conjuntas como formas de construcción política y de protección ante la brutalidad policial[3].

El acto misak atrajo a varios jóvenes al centro de la ciudad y en pocas horas habían renombrado la Avenida Jiménez. Sobre el asfalto escribieron «Avenida Misak» y al lado pintaron una bandera del pueblo indígena. Todo ello a la altura de la Plazoleta del Rosario que horas antes albergaba la estatua.

La estatua de Jiménez había tenido una historia similar a las de Belalcázar en Popayán y Cali. Una primera versión de la estatua fue un regalo del Gobierno español en 1924. Recordemos que, desde inicios de siglo, en especial con el centenario de las independencias de muchos países latinoamericanos, España activó su nacionalismo a través de un proyecto cultural conocido como el hispanismo y que tenía como eje de acción justamente las excolonias. El proyecto hispanista proveyó buena parte del discurso de construcción de nación alentando el uso del español como lengua oficial de cada país, el origen común español con sus legados literarios, religiosos, filosóficos y raciales y obviamente el mestizaje López, 2019). Una de las consecuencias directas del proyecto fue la instauración de la «fiesta de la raza» o del día de la raza, que en el país empezó a realizarse en 1916 para celebrar la conquista española que aporta el cariz mestizo a la nación. En conmemoración de la conquista los países, ahora independientes de España, celebrarían el 12 de octubre como una fiesta. La fiesta promovida por una España con nostalgia imperial se enmarcaba en el ascenso del racismo científico que enseñaba a medir biológicamente las diferencias coloniales y adiestraba nuestra mirada para generar otredad(Castañeda, 2021). Algunos años después, las plazas de ciudades de Colombia no solo se adornaban con estatuas de un libertador estetizado (Bolívar) como general romano, sino que también albergarían a los conquistadores y fundadores coloniales. Así, pues las estatuas de reminiscencia colonial se colaban en las celebraciones independentistas.

Aquella primera estatua tuvo mala suerte y fue reemplazada algunos años después por la que protagoniza nuestro relato. No siempre estuvo en la Plazoleta del Rosario, antes estaba casi al inicio de la avenida Jiménez. Pero lo que quiero resaltar con estos datos es la forma en que algunas imágenes se fijan y sobredeterminan las representaciones. Las estatuas derrumbadas son documentos republicanos que contienen la memoria del nacionalismo español propio de la Primera Guerra Mundial y la forma en que los gobernantes colombianos se plegaron a ese relato y convirtieron la historia de opresión colonial, en un pasado glorioso digno de ser recordado que nos unía cultural y racialmente a Europa (Pulido, 2019).

pues a nivel nacional hay que también pensarse, por ejemplo, en los años 30 a políticos conservadores como Laureano Gómez, él decía sobre los indígenas en un libro, que se llama Interrogantes sobre el progreso en Colombia, claramente todo, que en Colombia es que hay 3 razas perversas que no han dejado progresar a Colombia. Están en los territorios están los indígenas están los afros y están los mestizos que por sí solos no pueden pensar y siempre tienen que haber una intervención en todos los ámbitos para que progreso de alguna medida que se note. (Misak, 2022)

Así pues, para Pedro el problema de exclusión no se reduce exclusivamente a los indígenas y las marcas republicanas de lo colonial y de los favores de España, en el país marcan una historia común no de diferencia. Nos habla de confinamientos a subjetividades indebidas. Una historia que se complejiza con ciertas lecturas de lo nacional que fraccionan en regiones, poblaciones y lugares posibles de existencia. Sebastián Vargas ha señalado que, durante el paro nacional, el semiólogo urbano Armando Silva escribió una columna en un diario de circulación nacional donde cuestionaba el derribo de la estatua de Jiménez «¿con qué derecho cultural esta comunidad derriba una estatua en la capital?» (Vargas, 2022, p. 12).

Para Silva, los misak al provenir del Cauca solo podían tener incidencia allí. Esta idea es común a la lógica estatal que, de hecho, desconoce y rechaza la idea de indígenas urbanos a la hora de adjudicar derechos a la diferencia y supone los resguardos como trincheras de contención. Una idea bastante afín a lo declarado por el presidente Iván Duque en Cali durante la semana más intensa de las protestas. Duque fue a Cali, a respaldar a las élites y en un discurso público y televisado conminó a los indígenas participantes del paro «a retornar nuevamente a sus resguardos para evitar confrontaciones innecesarias» (Torrado, 2021 ).

El presidente Duque explicó que los bloqueos del paro incomodaban a los ciudadanos, dando a entender que no consideraba ciudadanos a los indígenas y que aprobaba los actos violentos que algunos habitantes de los barrios ricos de Cali habían protagonizado disparando sobre los indígenas en connivencia con la fuerza pública. Así, el manejo del paro era una réplica de las formas de construcción de la nación que se desarrollaron en el siglo XX y que Pedro continúa analizando:

Colombia es un país de regiones diferencialmente se notan en la música y cultura en geografía se enriquece, pero en general en términos de ya aquí impulsar la posibilidad de plantearse transformación de regiones se ve que en cada nunca existió esa posibilidad de pensar un plan de vida de las regiones de todos. Entonces en todas las Colombia tienes que nunca te has preguntado por qué las relaciones humanas se han comportado de esa manera en términos demográficos, en términos desnivel y desigualdad antes de ocasión en riqueza. (Misak, 2022)

Los misak sabían claramente que Belalcázar fue un personaje colonial, pero que su estatua estaba allí representando tanto la historia colonial como la republicana y su derribo implicaba una toma de acción por nuevos «planes de vida» para el país entero y evitar nuevas fragmentaciones:

Pero si lo dimensionamos en términos históricos pues casi que toda Colombia tiene que ver con todo y más en cuando lo territorial. Por eso el tema lo empezamos a pensar desde un foco que ha sido el departamento del Cauca es importante plantear que el tema no es de la memoria tradicional sino tema nacional. La formación del Estado-nación colombiano tiene que ver mucho con el procedimiento de culturas indígenas, culturas afros y cómo se han transformado en cómo y cuál es el origen del proceso y reconocimiento de las poblaciones que actualmente tenemos como Colombia. Que todo tiene que ver alrededor de la sangre de la guerra y de la imposición. Entonces, Colombia y muchos actores pues tienen que entender que la fractura es obra intelectual de la derecha, por eso ha entendido eso. Colombia tiene que empezar a pensarse, que gane memoria, la memoria tiene que ser un tema estructural a la hora de pensar el funcionamiento de las poblaciones de Colombia y que esto llegara al corazón de todos los habitantes de Colombia de pensarse en la memoria también, por ejemplo, quiénes fueron los abuelos paternos o maternos vienen de tres o cuatro inmigraciones atrás, todo el mundo tendría que ver qué está relacionado con el campo. (Misak, 2022)

En ese sentido, si pensamos las estatuas en clave de la Unesco y el Ministerio de Cultura como bienes de interés cultural y, más en concreto, como patrimonio, para los misak, y quizá para los colombianos que se sintieron interpelados por esas acciones, la dureza de los materiales que daban forma a Belalcázar, Jiménez de Quezada, Bolívar, Heredia, los Reyes Católicos o Washington resguardan una guerra dentro de la guerra al estilo de Trouillot. Como patrimonio cultural resguardaban la memoria histórica de eventos silenciados por la historia oficial y aunque pretenden mostrar una sola cara (la hispanista) ellos son capaces de reconocer sus otras caras. Así que signar como coloniales aquellas estatuas parece una de aquellas estrategias de silenciar, desde el análisis histórico-antropológico hechos que ameritan ser narrados, en este caso, que las violencias reales de la conquista se transforman en violencias físicas, armadas, simbólicas o epistémicas en el presente y a lo largo de nuestra historia común. La guerra había sido ganada por Belalcázar, y ahora los misak como ciudadanos reconocidos constitucionalmente, eran despojados de su condición por el presidente quién los quería resguardados ignorando las desigualdades cotidianas que experimentaban como el grueso de la población. La guerra dentro de la guerra no era indígenas-colonia, sino centro-regiones. Élites-poblaciones pobres, racializadas.

Interpretando el monumento-documento

Las cuadras del centro histórico de Bogotá cercanas a la localización de la estatua tumbada que se muestran en la Ilustración 1 han sido parte de muchas historias no solo la colonial. En la Plazoleta del Rosario se mantiene uno de los cafés donde solía ir a conversar y hacer vida pública Jorge Eliécer Gaitán, el político asesinado en 1948 cuya muerte dio origen a la época conocida como La Violencia. Gaitán tenía su oficina a solo una cuadra de la plaza y caminaba justo por esas mismas calles cuando lo asesinaron. Los sectores populares se volcaron a las calles en señal de protesta ante el asesinato de sus ilusiones, pues se identificaban y consideraban representados por un líder liberal considerado del pueblo y cercano al pueblo. La represión, que en ese entonces era menos institucional, no se hizo esperar y se sintió con enorme fuerza, en buena parte del territorio nacional, ocasionando un lamentable y extenso episodio de violencia política y social que marca la vida nacional hasta el presente.

De estos hechos quedan inscritas en el espacio pocas evidencias, quizá porque fue más lo que se silenció, por ejemplo, el edificio Nieto Caballero donde estaba la oficina de Gaitán ya no existe, así como desaparecieron otras edificaciones que se consumieron por el fuego y la rabia de la multitud. A cambio, algunos ciudadanos, de forma autónoma, y sin procesos institucionales de memoria han colocado algunas placas conmemorativas en la pared del edificio más cercano al asesinato. Esas placas no tienen el carácter patrimonial que se le atribuye a Jiménez de Quezada o a Sebastián de Belalcázar, no hacen parte de la memoria histórica que resguarda el Estado.

La Violencia se daba en un momento en que en otros países de Sur América se constituían procesos de nación emergidos de los sectores populares, un poco al modo en que Gramsci define lo nacional-popular, procesos que anunciaban la construcción de subjetividades colectivas que tomaban forma no solo en las manifestaciones, sino que tenían incidencia política a nivel de país. Ese proceso no fue logrado en Colombia en ese entonces y el paro de 2021 parece un nuevo intento de consolidación de una nueva historia política, con la creación de un nuevo sujeto colectivo, uno que, como comentaba Pedro, intenta eliminar las falsas barreras de la otredad.

En ese sentido, si el derribe de las estatuas dentro del paro se hizo con actores sociales que participaron de diversas maneras (entre ellas reflexiones internas por décadas) del conjunto de protestas, es importante reflexionar sobre esos espacios que estaban siendo resignificados que no llegaban con única marca del pasado colonial. Son espacios sobredeterminados de hechos y subjetividades que han demarcado relaciones desiguales de poder entre «el pueblo» y los gobernantes por siglos. Unos espacios que se leen como centros históricos suponiendo que su historia solo les viene de la colonia resignificada por el hispanismo y que la protección patrimonial ha endurecido. Espacios que muestran varias guerras dentro de la guerra.

Durán & León proponen hablar de consenso patrimonialista y pacificador para entender el manejo gubernamental al llamado estallido social de octubre de 2019 en Ecuador, donde también se derrumbaron estatuas y las autoridades llamaron a proteger el patrimonio de los vándalos. Estas acciones más allá del cuidado de la ciudad mostraban un apego al relato de nación blanco-mestiza que justamente los manifestantes buscaban interrumpir mediante monumentos insurrectos (Durán & León, 2021). Para ellos existe una clara intención descolonizadora en los actos de subvertir la historia patrimonial que narra el centro histórico de Quito.

Para analizar el caso chileno, Claudio Alvarado Lincopi e Ivette Quezada Vásquez plantean que los actos de insurrección que se han presentado desde 2019 han incluido la desmonumentalización de la blanquitud. Los autores nos invitan a preguntarnos hacia dónde nos dirigen las prácticas desmonumentalizadoras y proponen tres posibles caminos de diálogo con la monumentalidad: saturar, derribar y sustituir y una lectura descolonizadora y deselitizadora de la historia patria (Alvarado Lincopi & Quesada Vásquez, 2021). Los modelos institucionales de reacción de cuidado de los monumentos como bienes públicos, en el doble sentido de bienes patrimoniales culturales colectivos y de propiedad/deber ciudadano, mantienen una fuerte relación con aquella reflexión que planteaba Le Goff siguiendo a Foucault sobre el documento/monumento.

Le Goff plantea que «la memoria puede presentarse bajo dos formas principales: los monumentos, herederos del pasado, y los documentos, elección del historiador» (Le Goff, 1991, p. 227), no obstante, tal distinción no siempre es evidente, por una parte, los monumentos no eran solo objetos materiales y ni los documentos textos escritos guardados en archivos. La dificultad en diferenciarlos estriba justamente, nos dice siguiendo a Foucault, en que tal distinción es un ejercicio de poder. De poder estatal, pero también de poder de quienes trabajamos con el pasado. Los monumentos tenían la tarea de hacernos volver al pasado, de redimir testimonios que difícilmente encontramos escritos (p.228). De hacer del tiempo un estado de permanencia que evade el cambio, o sea, que niega la historia.

Mientras, los documentos, en sí mismos, no necesariamente guardan o custodian la memoria, ese valor sólo se adquiere a fuerza de que le sea concedido o bien por quién lo archiva o bien por quién lo usa (p.237). El documento, entonces, es doblemente elaborado, primero como cosa y luego como testimonio del pasado. El valor de memoria y verdad que se concede al documento (sea escrito o no) depende que este haga parte de esas elecciones libres y críticas del historiador o que se convierta en monumento, es decir, que pase a ser un documento/monumento.

Pues bien, el trabajo que los movimientos populares han hecho con las estatuas es convertirlas en documentos y sacarlos de su estancamiento como monumentos, no en el sentido de agredir el patrimonio, sino de permitirse leerlos en una serie dentro de otros documentos —que incluyen la memoria oral, el territorio y la memoria en los cuerpos— de formas críticas. Al restituir lo silenciado, al implicar otras vocalidades en las estatuas, al mostrar su presencia discontinua en la vida, las personas sacan a la luz otras maneras de entender el pasado y de construir el presente.

El derrumbe de Jiménez de Quezada nos enseña que las estatuas no son coloniales, pero que el espíritu de los gobernantes añora y enseña el hispanismo; la colonia nos constituye con sus formas de distribuir el poder y generar la diferencia en regiones. El racismo científico nos ha dejado marcas de diferencia racial y étnica. Las estatuas no son coloniales, empero las iglesias, y plazas sí. El centro histórico no es colonial, es el testigo de las marchas de protesta durante todo el siglo XX, de las frustraciones como colectivo y de la muerte y represión. Las pocas calles del centro histórico mostradas en la ilustración han sido permanentemente reterritorializadas, pueden ser territorio misak en tanto deberían ser una territorialidad de una sociedad posible para el emergente sujeto político.

Para Mario Rufer el trabajo político de la memoria sobre el tiempo no es tanto un trabajo de rememoración sino de conexión (Rufer, 2009, pp.295-296), para este autor los artefactos de memoria se encargan de evitar la conexión, marcan la discontinuidad y profundizan la violencia, ahora mediada moralmente, «El centro del debate no es recordar el pasado, sino trazar explicaciones, genealogías, procesos […] Lo que se intenta reprimir es la conexión del acontecimiento con los tiempos discontinuos de la experiencia (Rufer, 2018, p.157).

Vargas hace un recuento de la emergencia de nuevos espacios de presente durante el paro. Espacios ganados mediante la significación para establecer esas conexiones que ha impedido la guerra dentro de la guerra. Espacios que tienen como marca de significación una transformación toponímica y una trasformación paisajística:

En Cali, Puerto Rellena pasó a reconocerse como Puerto Resistencia, la Loma de la Cruz se transformó en Loma de la Dignidad y Nuevo Latir se convirtió́ en Nuevo Resistir. En Medellín el Parque de los Deseos ahora se conoce como el Parque de la Resistencia. En Bogotá la Avenida Jiménez fue rebautizada como Avenida Misak, el Portal de las Américas como Portal de la Resistencia, y la localidad de Usme como Usmekistán. En Pereira, el Viaducto César Gaviria Trujillo pasó a llamarse Viaducto Lucas Villa. Y así, los ejemplos pueden multiplicarse para abarcar cada ciudad o territorio de la Colombia movilizada. Así mismo, emergieron nuevos memoriales, monumentos y marcas territoriales de memoria, siendo el más conocido el «Monumento a la Resistencia», construido por los manifestantes de Puerto Resistencia, en Cali: un enorme puño en alto, en actitud de lucha, con los escudos de algunos jóvenes de la primera línea y diversos rostros y mensajes alusivos a la protesta social pintados sobre su superficie. (Vargas, 2022, p.24).

La creación de nuevos documentos/monumento, la relectura del espacio y el ruido ante los silencios no parecen ser resignificaciones del pasado sino sobre todo expresiones de presente, conexiones. Construcción de un nosotros urgente que se distancie justamente del pasado narrado, que corrija el pasado no como narración sino obstáculo a la conexión. Es esa forma de solidaridad entre primera línea, minga indígena, mujeres, pueblo misak, la vida barrial, las ollas comunitarias, todo a la vez, en diálogo frente a las múltiples formas de opresión cotidiana son la puesta en acción de un sujeto colectivo que escapa del registro hegemónico, de toda forma de narración hasta entonces enunciada. Son presente e interpelan nuestras subjetividades individuales y en ese sentido aún se nos escapan de las posibilidades de análisis académico:

hablamos de solidaridad en doble vía es que cuando nosotros pensamos la agenda del plan de vida que signifique tanto para el plan de vida implica pensar también todo lo que existe a nuestro alrededor. Y son gracias a todos los sectores sociales que han impulsado también precisamente el movimiento indígena paréntesis, departamento del Cauca, siempre ha estado caminando en compañía y alrededor de todos los procesos sociales del suroccidente. El Cauca ha entendido de manera muy, muy precisa que con que la forma organizativa y colectiva con todos los sectores es lo que va a notar los resultados a la hora de exigir el cumplimiento de las agendas y intentarse por ejemplo el tema del acuerdo de paz entonces es un tema también que involucra a un solo étnico sino todos los todos los sectores sociales tanto de la ciudad como los territorios. (Misak, 2022)

Conclusiones

Tanto para la historia oficial, como para los misak las estatuas pueden y deben ser coloniales porque la forma de conexión de las violencias del pasado lejano con las del presente, manteniendo relatos de larga duración. Este artículo ha querido señalar que esa conexión y sobre todo la denuncia se puede mantener sin nombrar las estatuas como coloniales. En términos de Trouillot las estatuas son la evidencia de quién ganó la guerra dentro de la guerra. El relato hegemónico blanco-mestizo habla de Colombia como una nación que nace en la colonia, así remitir las estatuas a esa época reifica el origen colonial que niega la existencia indígena y las violencias de la conquista. Propongo leer el derrumbe y resgnificación, durante el paro nacional, (en especial, el ejercido por los misak) de las estatuas que fundan la nación como la reconexión, entre diferentes violencias que constituyen la vida indígena y popular en el país. Derribar la estatua desconecta intencionalmente a la nación con el origen idílico del hispanismo mientras busca la conexión con los que pelearon la guerra dentro de la guerra. Al revés, la estatua es colonial para la historia oficial en tanto impide la conexión con los sujetos otros de la nación, por esto propongo no continuar nombrándolas coloniales.

Retomando los conceptos de silencios de la historia y guerra dentro de la guerra de Trouillot y de usos del pasado de Rufer, este trabajo intentó mostrar que la historia pública y la memoria histórica no solo se deben ubicar del lado del relato de la memoria colectiva, sino, especialmente, buscar las formas que dan la posibilidad de existencia a esas temporalidades. Hay sin duda una disputa por el relato de la conquista, pero hay también un uso público y oficial del pasado que glorifica el pasado colonial haciéndolo presente como guerra dentro de la guerra en la construcción hispanista de la nación.

Este artículo pretendió aportar, a la luz de la lucha misak, una discusión sobre los usos públicos del pasado colonial, a fin de separarlo de los hechos históricos. Al sacar de lugar lo colonial no pretendo dejar sin forma la lucha misak, sino entender cómo se ha construido la nación y qué memorias ha forjado mediante esos relatos que deja en la escena pública, como las estatuas de inicio de siglo que remiten al pasado colonial. Porque entonces no solo hay una lucha por ocultar el proceso violento de conquista, que aparentemente, solo involucra el pasado indígena, sino en especial una desconexión que permite crear la nación mestiza al negar la violencia. Pero hay también un uso republicano, hispanista del pasado que legitima una construcción de alteridad nacional mediante un uso del pasado, que, al considerarlo colonial, lo consideramos constitutivo de cada una de nuestras subjetividades colectivas e individuales.

El derribo de estatuas nos ha permitido sacar a la luz esos silencios, esas otras caras que habían quedado ocultas en el pasado como únicamente colonial. Vimos aparecer las caras del Morro de Tulcán, de la historia republicana y de violencia de Bogotá, la irrupción de la blaquitud en Cartagena. Así, cuando se derriba una estatua se derriban silencios de la historia.

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1Este artículo recopila parte de los resultados de la investigación independiente que realicé como profesora de la carrera de Antropología en la Universidad del Magdalena en el año 2021 que se enmarcó en el desarrollo y aplicación de teorías poscoloniales y la desterritorialización.

2Para otras referencias sobre el destino de estos bienes de interés cultural consultar: Resolución No. 499 DE 29 de julio de 2022 de la Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá

3Agradezco a Jonathan Caro por compartir estas vivencias de la localidad de San Cristóbal.

Recibido: 28 de Enero de 2022; Aprobado: 08 de Abril de 2022

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