Introducción
Nuestro interés por las temáticas tratadas en el presente artículo surgió de la observación de las colecciones del Museo Nacional de Colombia. En este acervo, algunas pinturas históricas y los retratos de próceres y hombres ilustres ocupan un lugar destacado. Al revisar la información existente sobre la procedencia de estas piezas y la manera en que se produjo su llegada al Museo, descubrimos que existían lagunas significativas. Por ejemplo, no había claridad en lo referido al origen de la de la serie de retratos conocida como la Colección Franco, principal conjunto de su tipo que conserva la institución. Esta constatación inspiró la revisión de fondos documentales en el Archivo General de la Nación y en el Archivo Histórico del Museo Nacional, repositorios donde se encontraron datos que han enriquecido sustancialmente nuestro entendimiento sobre la formación de la colección pictórica del Museo1. Así mismo, iniciamos una revisión de la producción bibliográfica dedicada a la pintura histórica y los "retratos de próceres" en Colombia. Restringimos nuestro análisis a los textos que versaban sobre la producción artística colombiana del siglo XIX y principios del XX, momento de elaboración de la gran mayoría de las pinturas históricas y los retratos de próceres conservados en el Museo. Observamos que en estos textos suele repetirse la mención de unos pocos nombres, como José María Espinosa (1796-1883) y Alberto Urdaneta (1845-1887), centrándose los análisis en lo iconográfico y lo iconológico. En estos trabajos poca atención se ha prestado a las pinturas en su calidad de objetos con historias particulares. Fue justamente tratando de informarnos sobre esta dimensión material de la biografía de las pinturas en cuestión, que nuestras preguntas nos llevaron a inquirir más allá del origen de las colecciones del Museo Nacional. Nos preguntamos sobre quién comisionaba este tipo de obras, su circulación y, en el caso de la pintura histórica, su ausencia. El presente texto es el primer resultado de dicha pesquisa.
La pintura histórica
Desde finales del siglo XVIII hasta la década de 1870 en Europa se experimentó el auge de la pintura histórica2. Tomás Pérez Vejo la define como la representación de "un suceso localizable en el tiempo y en el espacio, sobre el que exista la conciencia clara de que el lienzo es una mera reproducción, verosímil, de algo que ocurrió en la realidad"3. Este mismo autor la caracteriza como "una pintura ideológica, cuya finalidad exclusiva parece ser dar una imagen del pasado histórico de una comunidad (y toda nación es, fundamentalmente, la imagen de un pasado compartido), y controlada por el Estado..."4. Así mismo, Amigo Cerisola se propuso comprender la pintura de tema histórico en Argentina, como lo podemos hacer también nosotros en el caso colombiano, "en el marco de la intención de instaurar en el imaginario colectivo a los 'héroes' y a sus 'hechos gloriosos', apelando a una enseñanza moral que estimule el sentimiento de pertenencia a la nación"5. Además de poseer esta función de expresión de los imaginarios oficiales sobre el pasado, la pintura histórica ocupó un lugar preponderante en la jerarquía de los géneros propia de la pintura académica, factores que explican la popularidad que disfrutaba en Europa y algunas naciones de América.
En América Latina tras las Independencias se comenzaron a constituir discursivamente las diferentes naciones en los emergentes estados iberoamericanos. El iconográfico fue uno de los ámbitos donde se desenvolvió esta tarea de fabricación de nuevos significados y significantes, generándose gradualmente un conjunto de representaciones de los principales hitos y actores de la historia nacional, particularmente de la Independencia. A este lado del Atlántico la pintura de historia se difundió junto con el establecimiento de academias de arte, las cuales familiarizaron a los artistas locales con los lenguajes plásticos en boga en el Viejo Mundo6. Se destacan los casos mexicano y brasilero por la precocidad del establecimiento de las academias -la Academia de San Carlos fue fundada en 1781 y la de Río de Janeiro comenzó a funcionar en 1826- y la abundancia de producción de pintura histórica. Por ejemplo, los artistas brasileros pintaron cuadros sobre temáticas coloniales, la Independencia y acontecimientos históricos contemporáneos, como la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870)7. Los artistas que ejercieron la pintura de historia crearon representaciones sobre el pasado que, en algunos casos, aún conforman los imaginarios nacionales. Fue solo a partir de 1870 que ciertos Estados latinoamericanos dedicaron sus mayores esfuerzos a la generación de una iconografía nacional y por lo tanto incentivaron con mayor intensidad la producción de pintura histórica8, es decir, cuando en Europa iniciaba su decadencia. Siendo un ejemplo representativo de ello la actividad de Martín Tovar y Tovar (1827-1902) en la Venezuela de Guzmán Blanco9. A Tovar se le encargó una galería de próceres y también ejecutó, entre 1885 y 1887, un conjunto de seis pinturas sobre batallas de la Independencia para el Salón Elíptico del Palacio Federal de Caracas10. No obstante, es necesario tener presente que durante el siglo XIX en América Latina la producción de pintura histórica generalmente fue secundaria para los artistas respecto a la de otro tipo de representaciones, como retratos y escenas de costumbres. En la Exposición de los productos de la Industria bogotana de 1849 se premió una acuarela de José María Espinosa que representaba la batalla de Juanambú. El jurado, compuesto por Manuel Ancízar (1812-1882), José María Triana (1792-1855) y Thomas Reed (1817-1878) se manifestaba "deseoso de que el pincel de nuestros maestros se consagre a pinturas de este género"11.
En un proyecto de ley para el establecimiento de un Instituto de Bellas Artes en Bogotá presentado en 1882 se propuso que los alumnos becados en el exterior elaborasen dos "cuadros nacionales históricos" o cuatro retratos de hombres ilustres12. Así mismo, el jurado de las pinturas presentadas a concurso en la Exposición de 1886 -integrado por Manuel J. Pardo, Pedro Carlos Manrique (1860-1927) y José Caicedo Rojas (1816-1898)- recomendó a los alumnos de la Escuela de Bellas Artes de Bogotá la ejecución de obras sobre la historia nacional, "tema tan fecundo como glorioso"13. Estas menciones sobre la pintura histórica reflejan la valoración positiva que algunos de los intelectuales decimonónicos colombianos pudieron efectuar sobre este género pictórico. Es diciente que coincidiesen en su interés por incentivar la ejecución de esta clase de pinturas. No obstante dicha voluntad, no encontramos muchas referencias en la prensa colombiana del siglo XIX sobre cuadros históricos, diferenciándose la situación nacional de la de otros países latinoamericanos, como Argentina, en donde se divulgaron opiniones y debates en la prensa sobre las pinturas de historia elaboradas por sus artistas14. No consideramos que esta ausencia haya sido producto del azar, o de una hipotética falta de interés por parte de los publicistas de entonces, sino de la muy limitada producción de pintura histórica en Colombia durante el siglo XIX. Entre las pocas manifestaciones de la pintura histórica colombiana de esta centuria, los especialistas enumeran obras como Policarpa Salavarrieta marcha al suplicio (ca. 1825) de autor desconocido, La muerte de Sucre (1835) de Pedro José Figueroa (ca. 1770-1838) y la versión del mismo tema que pintó Espinosa (ca. 1845). De igual manera, La muerte del general Santander (1841) de Luis García Hevia (1816-1887) y la famosa serie de Batallas de José María Espinosa15, concebida aparentemente a finales de la década de 1840 y terminada antes de 187116. En las últimas décadas del siglo XIX se destacan obras de Alberto Urdaneta (figuras 1 y 2) como Caldas marcha al suplicio (ca. 1880), Ricaurte en San Mateo (obra inconclusa), Quesada muerto y Vasco Núñez de Balboa descubriendo el Mar del Sur, subsistiendo las últimas dos como grabados del Papel Periódico Ilustrado. El muy relativo auge de la pintura histórica en Colombia no se produjo sino hasta ya iniciado el siglo XX17, cuando la ejercieron artistas como Pedro Alcántara Quijano (1878-1953)18 y Francisco Antonio Cano (1865-1935)19. Si bien, como hemos visto, algunos reconocieron la importancia del género, su práctica fue muy ocasional a lo largo del siglo XIX.
Fuente: Alberto Urdaneta. Ca. 1880. Pintura (óleo-tela). 122.5 x 101.5 cm. Museo Nacional de Colombia, reg. 556. Reproducción fotográfica por Samuel Monsalve Parra.
Figura 1. Caldas marcha al suplicio
Fuente: Alberto Urdaneta y Antonio Rodríguez. 1881. Xilografía de pie (tinta-papel). 63 x 42.7 cm. Museo Nacional de Colombia, reg. 3880. Reproducción fotográfica por Samuel Monsalve Parra
Figura 2. La despedida de Caldas
El contexto de declaración del jurado de la exposición de 1886 es sintomático de esta situación; este recomendó su práctica debido a que ninguna pintura histórica se presentó al concurso y solo se mostraron obras de este tipo elaboradas por Espinosa y Urdaneta20. Su producción tampoco había sido incentivada por el concurso artístico literario dispuesto en 1883 con ocasión del centenario del nacimiento de Bolívar, en cuya categoría de pintura se propuso premiar una obra dedicada a la "apoteosis de los héroes" colombianos21. Al finalizar el concurso, no se laureó ninguna pintura22. A partir de las condiciones de elaboración de las obras enumeradas previamente se puede señalar un punto que explica en parte el mínimo desarrollo de la pintura histórica en Colombia durante el siglo XIX. Ninguna de ellas, ni siquiera las más conocidas como La muerte del general Santander o las Batallas de Espinosa fueron producto de una comisión gubernamental. En otras latitudes, tanto en Europa como en América Latina, el Estado fue el principal patrocinador de estas empresas artísticas. Por ejemplo, el Gobierno argentino comisionó al artista uruguayo Juan Manuel Blanes (1830-1901) la Revista de Río Negro (1893), cuadro que conmemora la "Conquista del desierto". En la ejecución de esta obra monumental (mide 355 x 710 cm) Blanes invirtió 52 meses, siendo difícil que un artista profesional emprendiese una obra de semejante envergadura por iniciativa propia y a su costa23. Probablemente el caso paradigmático de un Estado latinoamericano interesado en la producción de pintura histórica, fue el del Imperio del Brasil en la coyuntura posterior a la Guerra de la Triple Alianza.
El Gobierno imperial comisionó a artistas como Victor Meirelles (1832-1903) y Pedro Americo de Figueiredo e Melo (1843-1905) la ejecución de enormes telas sobre las principales acciones de la guerra, como la Batalha de Avahy (600 x 1000 cm) elaborada por el segundo entre 1872 y 187724. No hemos encontrado evidencia de la comisión por parte del Estado neogranadino y colombiano de una pintura de temática histórica durante el siglo XIX. Las ocho batallas de la Campaña del Sur (1813-1816) que pintó Espinosa por iniciativa propia fueron compradas años después de su elaboración, pagándosele 500 pesos durante la segunda administración de Manuel Murillo Toro (1872-1874)25. Alberto Urdaneta, quien se educó artísticamente en París y era por lo tanto conocedor del lenguaje estético del academicismo y la pintura histórica26, pudo practicar autónomamente este tipo de pintura debido a su holgada situación económica. Según Lázaro María Girón (1859-1892) eran pocos los artistas que, como Urdaneta, podían producir "frutos espontáneos, hijos de una inspiración y no de un compromiso". Al no disponer de la posibilidad de un mecenazgo estatal, muy pocos elaboraron pinturas históricas, género que no "se les encarga y paga al contado", como si ocurría con los retratos27. Es por ello que las únicas pinturas históricas en la Exposición de 1886 fueron las de Urdaneta y Espinosa, y en la de 1899 solo figuró un Sueño de Colón de Ricardo Moros (1865-1942)28. A la escasa producción de pintura histórica, debida a la falta de comisiones estatales, se añadió su restringida difusión. Tenemos noticias sobre la circulación impresa de una Muerte de Santander que pintó Espinosa y fue litografiada en París29 y las obras mencionadas de Urdaneta en el Papel Periódico Ilustrado. La litografía Fusilamiento de los próceres de Cartagena (figura 3), de la cual actualmente se conservan tres ejemplares en el Museo Nacional de Colombia, merece especial mención. Esta fue elaborada a partir de una pintura del cartagenero Luis Felipe Jaspe (1846-1918) comisionada por Carlos Jiménez en 1874, cuyo paradero actual desconocemos. Esta pintura al temple de gran tamaño -medía 6 x 4 m- fue exhibida por primera vez en un costado del templo de San Agustín de Mompox en agosto 1874, durante las fiestas de inauguración del monumento conmemorativo del 6 de agosto de 181030. Según el redactor de las memorias sobre dichas festividades, el cuadro de Jaspe habría sido "el primero de carácter histórico que se haya ensayado en nuestro país"31, afirmación errónea pero cuya misma enunciación da cuenta de la muy limitada práctica de la pintura histórica en Colombia en aquella época. Ese mismo año la pintura se mostró en el Paseo Público de Cartagena, como parte de la conmemoración del 11 de noviembre32.
Fuente: Luis Felipe Jaspe. Ca. 1886. Litografía en color (tinta-papel). 49 x 67 cm. Museo Nacional de Colombia, reg. 829. Reproducción fotográfica por Samuel Monsalve Parra
Figura 3. Fusilamiento de los próceres de Cartagena
De las pinturas históricas mencionadas, únicamente las Batallas de Espinosa pertenecieron al Estado durante el siglo XIX. Estas se conservaban en el Palacio de Gobierno donde solo pudo haberlas contemplado un público restringido33. Las demás permanecieron en propiedad privada hasta ya entrado el siglo XX, siendo las primeras en ingresar al Museo Nacional La muerte del general Santander, hacia 19 1 234, y Policarpa Salavarrieta marcha al suplicio, en 191335. Este contexto explica que la instauración de la Escuela de Bellas Artes no haya cambiado mucho la situación de la pintura histórica en Colombia. Si bien se formaron artistas en los lenguajes pictóricos del academicismo, no aumentó de manera notable la demanda por pinturas de temática histórica. Esto impidió que se generase en las dos últimas décadas del siglo XIX una tradición de pintura histórica colombiana con el "registro heroico" que caracterizó la pintura histórica academicista europea y de otras naciones latinoamericanas. Solo después de 1910 los artistas encontrarían en el Estado un mayor apoyo para la creación de pinturas históricas36, y ni siquiera entonces se puede afirmar que se desarrollase un proyecto de creación de un "arte nacional" en el que este tipo de representación desempeñase un papel preponderante37.
Los retratos de próceres
Desde el primer cuarto del siglo XIX en Latinoamérica se desarrolló una tradición retratística cuya función trascendía el ámbito de lo privado. Se creó una iconografía republicana iniciando con los retratos de los grandes hombres de la Independencia, a la cual se añadieron gradualmente las efigies de los hombres ilustres de las generaciones posteriores. En primera instancia, esta iconografía reemplazó en el ámbito público a los retratos del monarca y los virreyes38, los cuales habían desempeñado un papel central en la representación del poder durante el régimen colonial. Los retratos de los héroes de la patria sirvieron como símbolos del nuevo orden -a la par de escudos, banderas y alegorías- ocupando posiciones relevantes en espacios y ceremonias públicas39. A estos también se les adjudicó una función pedagógica, al ser representaciones de sujetos poseedores de las cualidades políticas y morales que permitían caracterizarles como modelos de ciudadanía y del ejercicio de las virtudes patrióticas40.
Además, los retratos también sirvieron para honrar y conmemorar a los fundadores de las repúblicas, convirtiéndose gradualmente en documentos históricos, situación que condujo a que se generase una preocupación por su "autenticidad"41. Este tipo de valoración múltiple se percibe en el comentario que realizaron Manuel Leónidas Scarpetta (1828-1893) y Saturnino Vergara sobre la exposición de 1871 en Bogotá. Estos afirmaron que la galería de retratos de los padres de la patria debía figurar en la exposición, "aun cuando en su mayor parte no tienen mérito artístico", debido a que la exposición se había inaugurado el 20 de julio, conmemorando la Independencia, y "porque esas figuras deben pasar de generación en generación como enseña de heroísmo y virtudes republicanas"42. Los retratos de los próceres figuraron en las grandes fiestas cívicas, particularmente en la conmemoración de la Independencia. José María Cordovez Moure recuenta en sus Reminiscencias que ese día "se exponían en la galería de la Casa Municipal los abigarrados retratos de los próceres de la Independencia"43. Esta descripción concuerda con lo ocurrido en 1849, cuando "fueron colocados en la gran galería del medio de la Casa municipal los retratos de muchos próceres de la Independencia en medio de las detonaciones de la pólvora i [sic] de la iluminación de fuegos artificiales"44. También se exhibieron, por ejemplo, en una reunión de la Sociedad Filotémica en 185045 y en la inauguración del Liceo Granadino en 18 5 646. A finales de la centuria se solicitaba el préstamo de esta clase de retratos al Museo Nacional para solemnizar eventos como la función de banera realizada por el Batallón Ayacucho en 188647, la celebración en la Plaza de Bolívar del 20 de julio de 188848 y la de 188949. La exposición pública que pudieron tener los retratos de los prohombres de la república en estos eventos, nos permite considerar que figuraron con mayor intensidad en el imaginario colectivo bogotano que la mayoría de las pocas pinturas históricas contemporáneas. La mención hecha por Scarpetta y Vergara de la limitada calidad artística de los retratos no es excepcional. En 1874 Rafael Pombo (1833-1912) sugirió al Gobierno comprar un retrato de José Antonio Páez elaborado por Epifanio Garay (1849-1903), para que con él "empiece a verse en los salones oficiales algo digno de la historia de Colombia y de la fama intelectual de sus hijos"50.
Alberto Urdaneta afirmó que la difusión de las fisionomías de los próceres en el Papel Periódico Ilustrado se había visto dificultada por la falta de "buenos originales" para copiarlas51. No es sorprendente que Pombo y Urdaneta, impulsores del establecimiento en 1886 de la Escuela de Bellas Artes de Bogotá -primera institución pública de este tipo en Colombia- considerasen como insuficientes los retratos preexistentes. Ellos fueron de los principales promotores en Colombia de lenguajes pictóricos imbuidos del academicismo europeo. "Buenos retratos", es decir que correspondían a dichos valores estéticos, fueron elaborados por alumnos y profesores de la Escuela, destacándose por ejemplo, el Bolívar (300 x 215 cm, ca. 1890) de Garay que conserva la Gobernación de Bolívar. Sin embargo, fue ya entrado el siglo XX que los "académicos" colombianos produjeron la mayor parte de sus retratos de personajes históricos. Las diferentes funciones adjudicadas a los retratos de próceres y prohombres, junto con la escasa producción de pintura histórica, hicieron de estos un factor fundamental en la construcción iconográfica de la nación colombiana. Sin embargo, para explicar este fenómeno se deben tener en cuenta consideraciones materiales y no generalizaciones vacías. Disentimos con la explicación sobre la preponderancia del retrato dada por Marta Traba y que retoma Yobenj Chicangana Bayona. Según su argumento, durante el siglo XIX el faccionalismo político colombiano habría conducido a la exclusión de los actores colectivos del relato histórico nacional, privilegiando a los "héroes" como sus protagonistas y por lo tanto su representación individualizada52. Esta tesis es insuficiente para explicar la especificidad de la situación colombiana, debido a que en aquella época los héroes ocuparon un lugar preponderante en todas las historiografías nacionales de América Latina y las guerras civiles no fueron patrimonio exclusivo de Colombia. Reiteramos que la diferencia entre la situación de este país y otros Estados latinoamericanos se comprende mejor si se considera la asignación de dineros, o su falta en el caso colombiano, para la producción de una "iconografía nacional". En palabras de Jorge Orlando Melo, "con ingresos como los que se podían obtener, raras veces lograba el Gobierno librarse de una impresión de acoso, de la sensación de que no podían cubrirse los gastos que se consideraban normales del Gobierno, por bajos que estos se establecieran"53. Esta penuria económica explica que el gasto en elementos suntuarios, como la comisión de obras de arte, no fuese una prioridad. Sin embargo, cuando sí se contrataron obras a los artistas, se comisionaron retratos, los cuales eran mucho más económicos que las pinturas de historia de gran formato, lo cual no dejaba de resultar importante para un Estado con tan pocos recursos como el colombiano.
Tenemos información para una época posterior que puede dar una idea de la relación de precios. En 1919 la Junta de Festejos Patrios contrató con Francisco Antonio Cano la factura del cuadro Paso del ejército libertador por el Páramo de Pisba (195 x 379 cm) por 1 000 pesos54, mismo año en que el Congreso le asignó 100 pesos por la pintura de un retrato de Santander (60 x 80 cm)55. Es importante resaltar que la constitución de esta iconografía de próceres y grandes hombres fue un proceso gradual condicionado por el devenir de la situación política. Escenario ejemplificado por el tratamiento dado a retratos e imágenes de Santander y Bolívar durante los primeros tiempos de la república. En 1821 un funcionario del tesoro firmó en Cali un recibo a favor de Carlos Quesada y otro de Joaquín Santibáñez (1789, ca. 1864) por medio de los cuales se pagaba a cada uno 32 pesos por un retrato Bolívar y otro de Santander56. El incremento de la tensión entre los partidarios de ambos hombres explica que de comisionarse al tiempo sus retratos, se pasase a una situación como la acaecida en 1827 en Mompox, cuando los adeptos de Bolívar apuñalaron un retrato de Santander. A su vez, en 1830 se fusilaron dos retratos de Bolívar en Bogotá57. Estas tensiones continuaron después de la muerte de los representados, tal como se evidencia en el debate sostenido en torno a la propuesta de ubicación de retratos de Santander en el Senado, la Cámara y el despacho del poder ejecutivo. Joaquín Acosta (1800-1852) se opuso, arguyendo que los retratos eran "¡caduco i [sic] perecedero honor, solo usado en los países atrasados en las artes! En aquellos que se conoce el jénero monumental se decretan bustos, o estatuas, o columnas de mármol o de bronce"58. Resalta la utilización de justificación de índole "artística" para reforzar un posicionamiento en un debate claramente político entre los ministeriales y sus detractores santanderistas. La efigie de Bolívar tampoco dejó de causar polémica tras su muerte, como lo atestiguaba la necesidad de protección de la estatua elaborada por Pietro Tenerani59. La reticencia expresada por Acosta aparentemente no fue compartida por muchos legisladores, debido a que tanto el Gobierno nacional como los regionales recurrieron al retrato como forma de homenaje para los personajes ilustres. Fueron frecuentes las leyes y decretos por medio de los cuales se honraba a un personaje y se ordenaba la factura de su retrato. En estos textos legislativos también se solía señalar cual sería el lugar donde se expondrían las efigies, espacios como el Congreso Nacional, una asamblea estatal o departamental y, en contadas ocasiones, el Museo Nacional60 (figuras 4, 5 y 6).
Fuente: José María Espinosa. Ca. 1830. Miniatura (acuarela-marfil). 8 x 6.1 cm. Museo Nacional de Colombia, reg. 570. Reproducción fotográfica por Samuel Monsalve Parra
Figura 4. Antonio Ricaurte
Fuente: Constancio Franco, José Eugenio Montoya y Julián Rubiano. Ca. 1880. Pintura (óleo-tela). 65.5 x 53.5 cm. Museo Nacional de Colombia, reg. 295. Reproducción fotográfica por Samuel Monsalve Parra
Figura 5. Antonio Ricaurte
Fuente: Alberto Urdaneta y Antonio Rodríguez. 1882. Xilografía de pie (tinta-papel). 19.2 x 12.5 cm. Museo Nacional de Colombia, reg. 3179. Reproducción fotográfica por Samuel Monsalve Parra
Figura 6. Antonio Ricaurte
El Estado colombiano y los gobiernos locales no siempre pudieron ejecutar con premura los homenajes ordenados por sus asambleas legislativas. Por ejemplo, el retrato de Santander pintado por Francisco Antonio Cano en 1919 y otro de Bolívar terminado ese mismo año por Ricardo Acevedo Bernal (1867-1930) habían sido ordenados por una ley de 187461. En una recopilación de leyes publicada en 1868, se puede comprobar que de las cinco leyes emitidas desde 1857 por la Asamblea de Cundinamarca que determinaban la factura de retratos ninguna se había ejecutado62, y en 1854 todavía no se había elaborado un retrato de Córdova ordenado en 1849 para el Museo Nacional63. Estas demoras fueron resultado de las limitaciones del erario público, misma situación que explica la restringida producción colombiana de pintura histórica. Por decisiones legislativas se fueron formando galerías públicas de retratos de hombres ilustres, pudiéndose constatar la existencia de una colección de retratos de gobernadores de Cundinamarca -trasladados al Museo Nacional en 191364- y la referencia a una "Galería de hombres célebres" del Estado del Cauca65. Así mismo se proyectaron galerías de retratos que no llegaron a materializarse, como la "Galería de hombres justos de Colombia" que debía iniciar con un retrato del arzobispo Antonio Herrán (1797-1868) según un decreto de 186866.
Esta última galería debió haberse conservado en la Biblioteca Nacional, institución que funcionaba en la Casa de las Aulas; edificio en donde para 1868 se encontraba, en malas condiciones, el Museo Nacional67. Aunque este último proyecto no se consolidó, se puede considerar un reflejo local del impulso que en otros lugares condujo a la instauración de galerías de sujetos ilustres. Estas habían existido en Europa desde el siglo XV, sin embargo, desde finales del XVIII y durante el XIX se transformaron, adquiriendo un carácter "nacional" en detrimento de los intereses familiares y dinásticos que habían justificado su constitución en tiempos anteriores. La National Portrait Gallery de Londres, instaurada en 1856, fue probablemente el caso más representativo, estableciéndose con un ideal de celebración nacional68. En los debates que precedieron a su constitución se insistió en el carácter "documental" de los retratos, los cuales debían ser contemporáneos a los sujetos representados. Debido a lo cual, además de servir como una celebración de los grandes hombres de la historia inglesa, y de museo de virtudes morales, se arguyó que los retratos conservados en la Galería podrían funcionar como modelos para cuadros históricos de índole más narrativa69. Debido a las limitaciones del erario público, no sorprende que las galerías colombianas de retratos de sujetos ilustres más relevantes -al óleo e impresas- fueran producto de la iniciativa privada y no proyectos financiados por el Estado como sí lo fue el modelo inglés. Por ejemplo, durante el siglo XIX la galería de retratos de rectores y catedráticos del Colegio Mayor del Rosario conformada durante la colonia se complementó principalmente con donaciones. Familiares de los retratados, profesores y estudiantes asumieron el costo de la factura de la mayoría de las pinturas de rectores, catedráticos y alumnos célebres que ingresaron a la colección de esta institución a lo largo de esta centuria70. Es necesario destacar la labor de José María Espinosa quien, según Beatriz González, por medio de sus dibujos y pinturas de próceres y grandes hombres habría creado "una iconografía destinada a difundirse a través del grabado y de los libros de historia".71
Esta investigadora transcribe el recibo por medio del cual se le pagaron a Espinosa en 1850 los retratos de Girardot, Ricaurte y D'Elhuyar destinados al Museo Nacional72, siendo estos una pequeña muestra de los setenta retratos de los "héroes de nuestra primera época" que en sus memorias Espinosa afirma haber realizado73. Si bien estas obras no se encontraban en un solo lugar yaque en su mayoría fueron comisionadas por los retratados y sus familias, debieron exhibirse en las fiestas cívicas mencionadas y circularon por medio impreso. De mano de Espinosa fueron los retratos de próceres y grandes hombres litografiados en París en 1843, así como muchos de los litografiados por los hermanos Martínez en Bogotá a partir de 1848 para el Neogranadino74. En la segunda mitad del siglo XIX también se publicaron retratos en el periódico El Iris (1866). Sin embargo, la mayor empresa de divulgación impresa de retratos de próceres fue la realizada por Urdaneta en el Papel Periódico Ilustrado75. La circulación impresa pudo llevar estas representaciones a un público potencialmente nacional, sobrepasando grandemente el alcance de las exhibiciones bogotanas, y, por lo tanto, incrementando sustancialmente la importancia de su papel en la formación del imaginario iconográfico nacional.
La Colección Franco
No obstante la importancia de estas empresas, la principal galería de retratos elaborada en Colombia durante el siglo XIX fue aquella realizada por Constancio Franco (1842-1917). Esta fue lo más parecido a una "galería nacional" con que contó este país durante el siglo XIX, siendo la de mayor envergadura de su época. Su producción arrancó en 187876 por iniciativa particular de Franco, participando en su factura Julián Rubiano (ca. 1855-1925) y Eugenio Montoya (ca. 1860-1922)77. En esta colección de cerca de 150 retratos al óleo se representaron estadistas, militares, políticos, científicos, literatos e individuos cuyo origen no era de élite y dos mujeres, los cuales en su totalidad habían participado en el proceso de Independencia. Franco, productor de obras divulgativas de "historia patria", con esta serie de pinturas se propuso proporcionar varios modelos de ciudadanía al público, reflejando el escaso número de mujeres y de sujetos populares, el etnocentrismo, machismo y clasismo propio de las élites que a finales del siglo XIX imponían su discurso sobre la nación. La Independencia, origen de la nación y su mitología, proveía más fácilmente modelos para la formación de ciudadanos ideales que la división política y las guerras civiles que desangraron al país a lo largo del siglo XIX. Esta visión pedagógica sobre la función de la narración histórica también es perceptible en una circular enviada el 2 de septiembre de 1881, por parte de Ricardo Becerra, secretario de Instrucción Pública.
Allí se invitaba a los gobiernos de los Estados federales a participar en el enriquecimiento del Museo Nacional. Entre otras cosas, Becerra sugería enviar al museo objetos sobre la "historia patria, entendiéndose por tal, no la de nuestras desastradas guerras civiles, sino la del gran periodo en que, para conquistar independencia y derecho de Gobierno propio, desplegaron nuestros padres virtudes verdaderamente heroicas"78. Becerra, como Franco, consideraba que en las glorias de la generación de sus abuelos se encontrarían los modelos de ciudadano ideal que debían proyectar retratos, biografías, museos, celebraciones, etc. En 1882 se determinó la compra de la serie de retratos de Franco por parte del Estado. Como resultado de los debates acaecidos durante los meses de febrero y marzo en la Cámara y el Senado, se aprobó el 28 de marzo la Ley 4.a. Esta ratificaba el contrato de compra de la colección de cuadros al óleo y ordenaba que su adquisición se incluyese en los presupuestos de 1882 y 1883. Además, establecía que "El poder Ejecutivo cuidará que se conserve la mencionada colección en el lugar donde estime por conveniente colocarla, y la exhibirá al público todos los años el 20 de Julio, a fin de que el pueblo se acostumbre a tributar el debido homenaje de admiración y respeto a los fundadores del derecho en la América Meridional"79. La serie de retratos debía exhibirse al menos el día de conmemoración de la Independencia, como ocurría desde hacía décadas con otras pinturas de la misma temática. Así mismo de este pasaje se infiere que la serie de retratos no fue concebida para el Museo Nacional, quedando por determinar el lugar donde se albergaría permanentemente. Esta última información contradice y desvirtúa el juicio que la historiografía suele referir respecto a la adquisición de la Colección Franco. Es decir, que esta "había sido comprada por el presidente Núñez en 1886, con destino al Museo Nacional"80. No obstante, poco tiempo después la colección en efecto fue remitida a este lugar. Encontramos evidencia documental de la orden de traslado al Museo Nacional de la Colección Franco, hasta entonces conservada en el Palacio de Gobierno. En una comunicación del 19 de julio de 1884, firmada por Eustorgio Salgar (1831-1885) y dirigida al secretario de Instrucción Pública se determina lo siguiente: "El Ciudadano Presidente de la República ha tenido a bien disponer que se trasladen al Museo Nacional los retratos de los Próceres y Mártires de la Patria que actualmente se hallan colgados en la casa habitación del mismo Presidente"81.
Los retratos referidos, conservados en el Palacio de Gobierno junto con las Batallas de Espinosa, no serían otros que los de la Colección Franco, juicio reforzado por otras referencias documentales. Por ejemplo, Alberto Urdaneta (1845-1887) mencionó en su Esjematología, publicada el 24 de julio de 1883, que el retrato de Bolívar que pertenecía a la Colección Franco se conservaba en el Palacio de Gobierno82. Tradicionalmente los retratos de la Colección Franco no han sido considerados muestras representativas de los avances de la plástica colombiana de finales del siglo XIX. En efecto, el historiador del arte Gabriel Giraldo Jaramillo (1916-1978) los consideró "sin criterio artístico alguno"83. Esta situación fue abordada durante los debates en el Congreso de febrero y marzo de 1882, tal como revela la intervención del representante Eudocio Constaín:
La colección de ciento cincuenta retratos de próceres de la Independencia nacional, tribunos, publicistas y hombres de letras, formada con inteligencia y asidua perseverancia bajo la inspiración y dirección del señor Franco V., tiene el mérito artístico que por ahora, dada la circunstancia de existir sino muy raros personajes de cuya imagen quiere conservarse, puede alcanzarse entre nosotros, y máxime si se atiende que los retratos que han podido tenerse a la vista adolecen de la imperfección consiguiente a la época de relativo atraso en que fueron hechos y al transcurso de algunos años. Dicho mérito esta testificado con la opinión de los Profesores señores Alberto Urdaneta, Felipe S. Gutiérrez, Pantaleón Mendoza, José María Espinosa Prieto y Epifanio Garay, quienes, parece indudable, llevan la vanguardia, entre nosotros, en el progresivo desarrollo del precioso arte de la pintura...84
Los sujetos a quienes se encargó juzgar el mérito de la Colección Franco eran los principales exponentes del medio artístico de entonces, no obstante, el valor que reconocieron en los óleos de la serie no fue plástico sino documental e histórico. Constaín refirió que los pocos individuos que seguían vivos fueron retratados, mientras que los ya fallecidos fueron representados mediante copias de retratos antiguos. Franco había anunciado que deseaba "dar a la estampa tantas memorias biográficas cuantos retratos consiga de aquellos preclaros varones"85. A partir de estos retratos él y sus colaboradores estaban formando "una colección lo más completa posible de cuadros al óleo". De la declaración de Franco se infiere que los cuadros de su colección eran copias de pinturas y retratos fotográficos preexistentes, debido a lo cual, a pesar de las limitaciones pictóricas de los retratos, se puede deducir que existió un relativo respeto del modelo copiado. Entonces, la importancia de esta galería, aparte de su función moral-pedagógica, recaía justamente en su valor documental.
Al respetar la iconografía de los retratos preexistentes, la colección de retratos elaborada por Franco y sus colaboradores se embebió de un sentido no totalmente disímil, mutatis mutandis, del principio de organización de la National Portrait Gallery. La gran diferencia residía en que el relato nacional presentado en la serie de retratos de Franco se restringía a la Independencia, sin asumir la profundidad histórica del caso inglés. Con el fin de reunir las imágenes necesarias para la elaboración de su galería -recordemos el carácter privado de la mayor parte de los retratos- Franco tuvo que recurrir a los familiares y descendientes de los personajes en cuestión. Hay un curioso testimonio del modo de proceder de Franco. En una misiva de 28 de junio de 1912, dirigida al ministro de Instrucción Pública por Manuel París Rubio, este le solicitó el permiso de copiar el retrato de su padre perteneciente a la Colección Franco. Esto debido a que "el retrato de mi padre, prestado al Dr. Franco, no fue devuelto ni se sabe su paradero"86.
Para concluir, el Museo Nacional
La incorporación de la Colección Franco a los acervos del Museo Nacional de Colombia permitió a Fidel Pombo (1837-1901), su director entre 1884 y 1901, constituir una galería de retratos que, según Amada Pérez87, servía como eje del relato histórico presentado en el catálogo del Museo publicado entre 1886 y 188888. Pérez concluye que entonces el Museo funcionaba, en buena parte gracias a su pinacoteca "como un dispositivo de representación de las élites, por un lado, y de las curiosidades, por otro, en el que los indígenas de los territorios nacionales se aparecían como los únicos pobladores radicalmente distintos"89. Los demás grupos culturales estaban ausentes del relato histórico del Museo, y habrían sido considerados poco más que los receptores pasivos de los modelos de virtud y ciudadanía presentados. Estamos de acuerdo con lo afirmado por Amada Pérez, sin embargo consideramos necesario tener en cuenta las limitaciones que caracterizaron el funcionamiento de este dispositivo de representación. Pombo solo pudo articular un relato histórico coherente debido al depósito en el Museo de una serie de pinturas que no había sido adquirida originalmente para la colección y que fue elaborada por iniciativa privada. Los escasos recursos que el Estado podía adjudicar al Museo, hizo que este dependiera principalmente de asignaciones de objetos conservados en otras dependencias gubernamentales y de donaciones privadas. Aunque originalmente el Museo Nacional, fundado en 1823, fue concebido como un museo de historia natural, desde sus primeros tiempos ingresaron a sus colecciones objetos de índole histórica y artística90. Testimonios de la década de 1850 destacan la presencia en el museo de retratos de Colón, Humboldt, Pablo Morillo, algunos reyes de España, los virreyes del Nuevo Reino de Granada91 y de militares de las guerras de Independencia92 y de las contiendas civiles, como Juan José Neira93. Todos donados o trasladados, salvo aquellos de los militares que fueron comisionados en 1842 y 1848.
Esta situación también la ejemplifica el ingreso al Museo de los retratos de las dos principales figuras del proceso independentista colombiano; ingreso ocurrido décadas después de la fundación de la institución. El primer retrato al óleo de Santander que llegó al Museo fue pintado por José María Espinosa en 1853 y donado por los descendientes del general en 188794. A su vez, el primer óleo con la efigie de Bolívar que arribó a las colecciones fue el perteneciente a la Colección Franco95, la cual permitió dar a la pinacoteca del Museo un carácter "nacionalista" y de apología de los próceres de la que antes carecía. La constitución de la pinacoteca del Museo Nacional dependió de donaciones y traslados, siendo un proceso más bien azaroso. Lo anterior es notable debido a que este escenario debió ser el espacio de consagración de pinturas históricas y retratos de hombres ilustres, lo cual realmente no ocurrió. Hemos evocado que durante el siglo XIX la producción de estas pinturas se vio limitada por la falta de recursos del Estado. Por lo tanto, y sin negar su relativa importancia en la constitución de la iconografía que ha informado al imaginario nacional, debemos resaltar que su producción no fue resultado de proyectos "nacionales" de producción de imágenes financiados por el Estado. En cambio, como Olga Acosta afirmó para un periodo posterior, esta resultó de intereses particulares de algunas instituciones, artistas y políticos96. El tener presente que en la Colombia del siglo XIX la constitución de la pinacoteca del Museo Nacional, la producción de la iconografía de los próceres y de las pocas pinturas históricas elaboradas en el país fueron procesos que dependieron sustancialmente de la iniciativa privada y que no fueron resultado de planes de carácter estatal, nos debe conducir a relativizar los juicios realizados sobre el poder de la representación en el proceso de constitución de la nación.