Introducción
Esta investigación se desarrolló en una pequeña localidad de los Andes suroccidentales de Colombia denominada El Rosal. Este corregimiento del municipio de San Sebastián (Cauca) está ubicado en el llamado macizo colombiano, lugar estratégico por ser donde nacen y se nutren los principales ríos del país. En las últimas décadas del siglo XX, en diferentes localidades del macizo colombiano, a los cultivos de coca y amapola (DNE, 2004; DNP, 1994; Henman, 2008) se sumó la fuerte presencia de grupos armados al margen de la ley, como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) (Vicepresidencia de la República de Colombia y DIH, 2004). El incremento de cultivos de coca y amapola en El Rosal, al final de la década de 1990, llevó a que las prácticas agrícolas, culturales, sociales y político-organizativas se transformaran. Esto generó problemas de seguridad alimentaria, dependencia de mercados, pérdida de prácticas agrícolas, riesgo en la sostenibilidad de los recursos naturales (Perafán, 2013; DNE, 2005; EOT, 2000-2010), transformaciones ambientales (DNE, 2004) y conflictos entre los diferentes actores locales (Vicepresidencia de la República de Colombia y DIH, 2001). En las dos últimas décadas, hubo una serie de intervenciones de organizaciones que generaron diferentes procesos sociopolíticos en la localidad, retomando los discursos de la erradicación y sustitución de cultivos ilícitos y la seguridad alimentaria. Una de estas apuestas fue el Programa de Alimentación y Nutrición Escolar (PANES) de la Gobernación del Cauca, orientado a resolver los problemas alimentarios de varias localidades del macizo colombiano, entre ellas El Rosal. En este corregimiento, se inició la introducción de un cultivo considerado de gran valor no solo nutricional sino cultural: la quinua (Chenopodium quinoa). Este artículo analizará cómo a través de este programa se propician procesos biopolíticos basados en los principios tecnocientíficos de la nutrición. Asimismo, se hará evidente cómo a pesar de que el discurso institucional apela a lo ancestral, se genera un proceso de inclusión parcial y de reactualización tecnocientífica de los conocimientos locales.
Metodología
Esta investigación es cualitativa y se inscribe en los estudios críticos del desarrollo (Escobar, 1996; Ferguson, 1990). Su interés es poner en evidencia los efectos locales de las políticas públicas, los regímenes de representación implícitos y, en este caso, los procesos biopolíticos y gubernamentales que dichas políticas traen consigo y que son llevados a la práctica en intervenciones concretas. Con la propuesta metodológica de Sharp y Richardson (2001), quienes no solo se enfocan en las fuentes textuales (e. g. planes, proyectos, discursos de políticos), sino en la manera en que son llevadas a la acción o ejecutadas, se exploraron fuentes primarias y secundarias, como informes institucionales y notas de periódico, que dieran cuenta de cómo el PANES llegó al corregimiento El Rosal, durante el periodo comprendido entre los años 2005 y 2010; de su articulación con políticas nutricionales y de seguridad alimentaria nacionales e internacionales; y de las formas en que los habitantes locales eran representados e intervenidos. Además, se realizaron visitas a El Rosal, durante los años 2008, 2009 y 2010. En este tiempo, se hicieron entrevistas semiestructuradas, recorridos y talleres con habitantes de la localidad, funcionarios y contratistas de instituciones locales, municipales y departamentales que en algún momento tuvieron vínculos con el PANES. Paralelo a esto, se realizaron entrevistas semiestructuradas a funcionarios de la Gobernación del Cauca y de la Universidad del Cauca que formaban parte del PANES. Las entrevistas fueron registradas en audio y transcritas para su análisis, siguiendo los mismos parámetros usados para el análisis de los documentos.
Biopoder, alimentación y desarrollo
En términos generales, esta investigación se basa en el concepto de biopoder propuesto por Foucault (2005). Para este autor, el biopoder se entiende como el poder sobre la vida, es decir, la capacidad que desarrolla una entidad (sujeto, organización o Estado) para hacer que otras entidades vivan y potencien sus capacidades conforme con lo establecido. Este biopoder se presenta de dos formas: por un lado, la anatomopolítica, que se enfoca en el cuerpo de los sujetos, para hacerlos aptos y dóciles, a través de su disciplinamiento; y, por otro lado, la biopolítica, que tiene como foco la regulación y el control de las poblaciones. Esto confluye en un proceso de gubernamentalidad, entendido como las diferentes estrategias que permiten dirigir y guiar a los seres humanos, de manera individual y colectiva, en cada uno de los aspectos de su vida (Foucault, 2006).
Algunas apuestas teóricas han indagado sobre cómo la alimentación está relacionada con procesos biopolíticos (Lien, 2004; Mennell, 1987). Es importante para este trabajo retomar a Coveney (2006), quien analiza de qué manera se da el disciplinamiento de los sujetos a través de las cocinas, los alimentos y la nutrición. De acuerdo con este autor, en el siglo XVIII, con la ciencia de la nutrición y el conocimiento experto, se configuraron el discurso y las prácticas biopolíticas, para garantizar la buena alimentación de los sujetos, la medicalización de la familia y la promoción de la higiene. Además, menciona que a partir de la Segunda Guerra Mundial comenzó a institucionalizarse el discurso del bienestar dietario, fundamentado en la producción de nuevo conocimiento sobre la dieta, en concreto sobre las vitaminas y los minerales y su incidencia en la salud humana. Lo anterior permitió que se produjeran nuevos sujetos a partir de su edad, su clase social y su estado nutricional. Entonces, empezó a tratarse el tema de la alimentación, la nutrición y la salud de manera articulada. Con estándares clínicos y objetivos, se construyeron modelos para medir el estado de salud nutricional de los individuos y de las poblaciones afectadas por la Segunda Guerra Mundial1.
Otros trabajos como el de Lupton y Miller (1996) permiten entender que al mismo tiempo que se daba un control nutricional había procesos de disciplina y control de los sujetos en el ámbito de la casa, en concreto, a través de la modernización de la cocina y del cuarto de baño. Esto buscaba garantizar la limpieza y la higiene, el control de los gérmenes y de las enfermedades. En este contexto, la salud y la alimentación de las madres y sus hijos y de las familias quedaron en manos de los especialistas y expertos en nutrición, quienes definieron las reglas alimentarias y promocionaron las narrativas del cuidado, en las que los medios de comunicación, el marketing, la producción en cadena y los enlatados tuvieron un rol fundamental (Belasco, 2002).
Para el caso colombiano, Pedraza (1999) muestra cómo este país no estuvo exento de la disciplina y el control de los ciudadanos y de la incidencia de esto en el proyecto de desarrollo y progreso de la nación. Pedraza expone que a mediados del siglo XIX y principios del XX, comenzó a darse la transformación y el reconocimiento del cuerpo de los ciudadanos y de los espacios (parques, baños, ciudades) donde estos interactuaban. Por tanto, la educación del cuerpo, la ética, la moral, la higiene, el deporte y la nutrición, promovidos a través de diferentes mecanismos, como cartillas y tratados de higiene y urbanidad, buscaban lograr la higienización de los ciudadanos, la reducción de enfermedades, mejorar las condiciones de salubridad, disminuir las deficiencias alimentarias y educar a las madres y a los hijos.
Los trabajos de Escobar (1996, 2008) y Ferguson (1990) muestran cómo, en la segunda mitad del siglo XX, a los procesos biopolíticos mencionados se sumaron las dinámicas de disciplinamiento y control basadas en los discursos globales sobre hambre, escases y desarrollo. Estos se fundamentaron en la idea de modernización, progreso y mejoramiento de las condiciones de vida, según los estándares o ideales del Atlántico Norte. Escobar (1996) pone en evidencia cómo se configuró la idea del hambre, la alimentación y el desarrollo en el mundo, en particular en Colombia. Este autor muestra cómo el desarrollo produjo una serie de representaciones sobre el otro "como iletrados, 'subdesarrollados', 'malnutridos', 'pequeños agricultores' o 'campesinos sin tierra'" (Escobar, 1996, p. 89).
Castro-Gómez (2005, p. 86) plantea que este otro era visto como enemigo del progreso, ya que tenía un tipo de conocimiento basado en los mitos, tradiciones y supersticiones (doxa), considerados irracionales. Estos debían ser reemplazados por el conocimiento (episteme) experto y científico. Se consideraba, además, que estas poblaciones eran pasivas e indisciplinadas, características asociadas con defectos de la raza y resultado de "ausencia de modernidad". Estos defectos podían ser superados en la medida en que el Estado resolviera los problemas estructurales, como el analfabetismo y la pobreza (Castro-Gómez, 2005). En el presente artículo se plantea que esta visión sigue vigente, aunque tiene nuevos matices, puesto que el disciplinamiento ahora debe permitir que, a través de la educación y la tecnificación, se incorporen prácticas agroalimentarias saludables y sostenibles, articuladas de manera contradictoria con los conocimientos y prácticas tradicionales de las poblaciones objeto de intervención. Esto para contribuir a disminuir los problemas de nutrición y pobreza presentes en poblaciones como las del sur del Cauca.
Para lograr el desarrollo y disminuir los problemas de hambre y desnutrición en el territorio colombiano, desde mediados del siglo XX, como parte de las políticas y los programas de desarrollo, los Gobiernos de turno diseñaron diferentes estrategias biopolíticas enfocadas en mejorar y modernizar la economía y la industria, incrementar los niveles de producción y de comercialización, disminuir la pobreza, los índices de desnutrición y de morbimortalidad de las poblaciones pobres del país (Escobar, 1996; Kalmanovistz y López, 2006). Algunas de las estrategias que se han implementado en Colombia son: a) La reforma agraria, especialmente la de la Ley 135 de 1961 (Machado, 2013); b) la revolución verde (Escobar, 1996; Jaramillo, 2002; Kalmanovistz y López, 2006); c) el Plan Nacional de Alimentación y Nutrición (PAN) (Escobar, 1996); y d) el Desarrollo Rural Integrado (DRI) (Kalmanovitz y López, 2006). En los últimos años, se siguen implementado políticas y programas nacionales y departamentales, como el Programa de Alimentación Escolar (PAE) (ICBF, 2007), el Plan de Seguridad Alimentaria y Nutricional para el departamento del Cauca Cauca sin Hambre 2008-2018 (CISANC, 2009) y el Plan de Alimentación y Nutrición Escolar (PANES) de la Gobernación del Cauca, que es el proceso de intervención agroalimentario que se analizará en las próximas páginas.
La seguridad alimentaria como dispositivo biopolítico: el caso del PANES
Según el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), para el año 2005 en la zona rural de Colombia se registraba mayor inseguridad alimentaria (58,3 %), en comparación con la zona urbana (35,3 %) (ICBF, 2006, p. 335). Estas cifras se vieron reflejadas en la población del departamento del Cauca, donde se presenta una de las tasas de desnutrición más altas del país (24 %) con respecto al promedio nacional (13,5 %) (Documento Conpes 3461, 2007; ICBF, 2006). Para el año 2008, las poblaciones del sur del Cauca continuaban presentando una elevada tasa de desnutrición. En la región del macizo colombiano, se identificó una desnutrición crónica del 29,5 %, medida en la relación talla-peso (CISANC, 2009).
El ICBF (2006) considera que estos problemas de desnutrición estaban asociados con la inseguridad alimentaria del departamento del Cauca. Para la Gobernación de este departamento, este problema pone en riesgo no solo el bienestar nutricional, la vida y la salud de las poblaciones, sino su desarrollo económico y cultural. Además, señala que esto es producto de una serie de condiciones inapropiadas que deben ser intervenidas, como los bienes y servicios ambientales disminuidos, la poca producción agrícola, las dificultades de comercialización y transformación de los alimentos, el uso de fungicidas y plaguicidas en los monocultivos, el desconocimiento de dietas y hábitos de vida adecuados, el consumo de alimentos foráneos con bajo valor nutricional, la pérdida de biodiversidad, de prácticas agrícolas y saberes propios, la presencia de grupos armados y del conflicto, los cultivos ilícitos, el poco soporte para garantizar la producción, transformación, comercialización e investigación agrícola, los programas académicos poco pertinentes y el bajo impacto de las instituciones educativas (CISANC, 2009; PANES, 2009, p. 7).
Con esta caracterización de la población rural caucana y de sus condiciones subyacentes, la administración departamental diseñó el PANES, que está articulado con las políticas nacionales de lucha contra la pobreza y la desnutrición, mediante la Ley 715 del 2001 y la 1176 del 2005 (ICBF, 2007). El objetivo de esta última es fomentar la producción, el acceso y el consumo de alimentos para la población vulnerable, en este caso, estudiantes y adultos mayores del departamento del Cauca, con el fin de disminuir sus niveles de desnutrición y generar en la comunidad alternativas agropecuarias (PANES, 2004-2007).
El PANES incorpora los lineamientos definidos en las diferentes cumbres mundiales sobre alimentación y desarrollo. En estas, se ha trazado el objetivo de reducir la pobreza y el hambre: las diferentes organizaciones multilaterales, como la FAO y los Gobiernos, consideran que "si hay hambre se perpetúa la pobreza al reducir la productividad" (FAO, 2005, p. 2). Esta perspectiva posiciona los programas de seguridad alimentaria como una de las estrategias claves para lograr el desarrollo económico y social de los diferentes pueblos del mundo. Así, la alimentación se considera uno de los pilares fundamentales para garantizar la educación y, por ende, el desarrollo económico (ICBF, 2007; FAO, 2005).
Para el PANES, la seguridad alimentaria es
La disponibilidad suficiente y estable de los suministros de alimentos a nivel local, el acceso oportuno y permanente por parte de todas las personas a los alimentos necesarios en cantidad, calidad e inocuidad, el adecuado consumo y la utilización biológica de los mismos, bajo condiciones de oportunidad a los servicios básicos de saneamiento y de atención en salud. (2009, pp. 16-17)
Además, este programa se rige por los lineamientos de la Política Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional (PSAN), que tiene cinco ejes: 1) Disponibilidad de alimentos sanos, variados e inocuos; 2) acceso a alimentos (compra); 3) consumo e inocuidad, que garantice prácticas de vida saludable, una alimentación completa, equilibrada, suficiente y adecuada; 4) aprovechamiento y utilización biológica de los alimentos, a través del mejoramiento de la infraestructura para la preparación y transformación, y del acceso a salud, educación y servicios públicos; y 5) calidad e inocuidad de los alimentos, producción orgánica y libres de agrotóxicos (DNP, 2008). Lo anterior hace visible la proyección de los discursos de la higiene, la nutrición, la educación y el desarrollo sobre un grupo de sujetos, prácticas y conocimientos locales.
Con esta apuesta de seguridad alimentaria, la Gobernación del Cauca busca contribuir a que las comunidades, a través de la producción de alimentos en instituciones educativas, disminuyan los problemas de desnutrición de la población estudiantil entre los 4 y los 19 años de edad y las repercusiones que esto tiene en su estado de salud y en su nivel de aprendizaje (PANES, 2009). En este sentido, el PANES forma parte de un conjunto de intervenciones biopolíticas lideradas por Estados, organizaciones multilaterales, ong y empresas (Belasco, 2002; Coveney, 2006; Foucault, 2007; Foucault, 2008; Lupton y Miller, 1996; Pedraza, 1999). Esto ha conducido a una gubernamentalidad de la dieta, la higiene, la nutrición y las prácticas de la mesa.
El PANES abarca gran cantidad de aspectos de la vida de los sujetos de intervención. Esto se materializa con la implementación de cuatro estrategias fundamentales para cumplir con el objetivo del programa: 1) La educación, 2) la salud, 3) la complementariedad alimentaria y 4) la producción de alimentos. Estos componentes están relacionados entre sí. Si los alimentos son producidos y transformados en condiciones inocuas e higiénicas, no solo se logra calidad, sino que también se garantiza el consumo y la preparación de alimentos saludables. Estos contribuirán a que, en los colegios, se complemente la alimentación de los estudiantes. En el caso del PANES, este régimen de control y disciplinamiento penetra espacios como la cocina, donde se transforman y preparan los alimentos, así como el lugar donde se producen (la huerta escolar), se sirven (el restaurante escolar) y se almacenan (las bodegas, los cuartos de almacenamiento).
Educación y gubernamentalidad alimentaria en El Rosal
Para afrontar los problemas de desnutrición identificados en el departamento, en específico en El Rosal, y garantizar la seguridad alimentaria de la población estudiantil, el PANES utilizó como estrategia central la educación y la capacitación de los diferentes actores. El objetivo del programa en el corregimiento fue promover, orientar y fortalecer la producción de alimentos con alto valor nutricional, los hábitos de consumo saludables, el uso sostenible de los recursos y el incremento de la productividad agrícola (PANES, 2004-2007). Para lograrlo, el PANES vinculó a la Institución Educativa Agropecuaria Nuestra Señora del Rosario (IEANSR). En esta, se llevó a cabo un proyecto productivo enfocado en la siembra de quinua (PANES, 2004-2007). El PANES eligió los colegios agropecuarios porque en estos espacios es posible enseñar a los estudiantes, docentes y padres de familia nuevas prácticas y técnicas agroalimentarias (Entrevista Néstor Basto, Gobernación del Cauca, 10 de julio del 2009).
La educación se constituyó en la piedra angular del PANES. Las organizaciones internacionales y multilaterales la consideran el medio por el cual es posible que las poblaciones pobres puedan tener oportunidades "reales" de alcanzar el bienestar (PANES, 2009; ICBF, 2007). Es por ello que el PANES "combina la educación para la productividad con la seguridad alimentaria, sin las cuales no pueden existir oportunidades ciertas de acceso al bienestar" (Secretaría de Planificación y Coordinación, 2004, p. 17).
Esta es la misma perspectiva de lo planteado por la FAO, al considerar que "la falta de educación reduce la productividad, las posibilidades de empleo y la capacidad de obtener ingresos, y conduce directamente a la pobreza y al hambre" (FAO, 2005, p. 14). Asimismo, algunos habitantes de El Rosal creen que "sin educación no es posible afrontar los problemas y la pobreza en la cual se encuentran inmersos" (Taller Memoria Social Agrícola, El Rosal, 8 de abril del 2008).
Según algunos docentes de la IEANSR, la interacción con el PANES se dio a través de la asistencia técnica y las capacitaciones permanentes a docentes, estudiantes y padres de familia sobre siembra, producción, transformación y consumo de alimentos (Entrevista Homero Gaviria, docente IEANSR, 10 de abril del 2009; Entrevista Saúl Girón, docente IEANSR, 14 de abril del 2009). Con lo anterior, se buscaba "conocimiento, administración, supervisión y vigilancia de las granjas productivas y la veeduría de todo el proceso" (Basto, 2006), así como promover "la adopción de buenas prácticas y hábitos saludables de alimentación" (PANES, 2004-2007, p. 4). Esto implica que las comunidades transformen sus prácticas alimentarias, ya que se consideran nutricionalmente inadecuadas.
Este tipo de prácticas y hábitos agroalimentarios, de acuerdo con las diferentes instituciones del Estado, deben ser mejorados. Para esto, según el coordinador del PANES, se realiza el control y seguimiento del ICBF y el PANES a las minutas, a los restaurantes escolares y a la producción y preparación de alimentos. Además, se dan las capacitaciones a las "transformadoras", madres de familia que preparan los alimentos, con el fin de garantizar una producción, transformación y consumo (Entrevista Néstor Basto, Gobernación del Cauca, 10 de julio del 2009) aceptables dentro de los parámetros tecnocientíficos de la nutrición y la seguridad alimentaria.
Según los funcionarios entrevistados del PANES, el objetivo de esta apuesta es dejar en las comunidades las herramientas agropecuarias, tecnológicas, económicas y pedagógicas, para que, una vez finalizado el programa, continúen con proyectos agroalimentarios que garanticen no solo la seguridad alimentaria, sino la conciencia de que son capaces de producir sus propios alimentos (Entrevista Marta Martínez, Gobernación del Cauca, 28 de junio del 2010). De esta manera, la intervención busca construir sujetos poseedores y replicadores de los discursos y prácticas agroalimentarios considerados adecuados por las instituciones del Estado y por las organizaciones transnacionales.
El conocimiento local en las intervenciones agroalimentarias
El PANES plantea incorporar en su intervención las prácticas y el conocimiento que los habitantes del macizo colombiano tienen sobre el campo (RGS, 2004), ya que considera que "el acopio de saberes locales y populares servirán como aporte importante al mejoramiento continuo de producción y procedimientos culinarios" (RGS, 2004). Este planteamiento es acorde con los lineamientos definidos por el Banco Mundial, desde la década de 1970, cuando comenzó a considerarse fundamental la participación y el conocimiento de las comunidades para el logro de resultados positivos en los diferentes proyectos de desarrollo (Escobar, 1999). Además, es coherente con lo que profesa el multiculturalismo y otras políticas neoliberales, que optan por el pluralismo cultural al reconocer, por ejemplo, los derechos indígenas (Wade, 2006, p. 72) y los saberes de comunidades tradicionales y campesinas en la toma de decisiones. Sin embargo, esto no ha implicado que se reconozca su valor epistémico intrínseco, como veremos más adelante.
En este caso, el reconocimiento de los conocimientos y saberes sobre los alimentos, los cultivos y las prácticas de siembra de las comunidades objeto de intervención es fundamental para que las comunidades se vuelvan agentes de cambio, tomen las riendas de su vida y, por ende, de su seguridad alimentaria. Sin embargo, estos conocimientos y prácticas tradicionales son mejorados o actualizados (Rabinow, 1996), es decir, el conocimiento tecnocientífico los somete, a través de la educación, al disciplinamiento, al mejoramiento y a la tecnificación, para que involucren elementos como la inocuidad, la asepsia y la eficiencia y de esta manera las comunidades se "comporten dentro de los límites de lo que es razonable y concebible" (Blaser, 2009, p. 20). Esto no sería volver a lo auténtico, tradicional o ancestral, sino reajustar y redefinir aquellas prácticas agroalimentarias, para que concuerden con los lineamientos definidos por las agencias de cooperación internacional y el Estado, que procuran la inserción de dichas prácticas en los parámetros de la seguridad alimentaria. Lo tradicional aquí es parte de las prácticas y los discursos gubernamentales sobre la alimentación y la comida (Coveney, 2006).
Escobar menciona que, a pesar del reconocimiento internacional de la importancia del conocimiento local, la atención que se le presta es insuficiente y a menudo "desviada[,] en la medida en que el conocimiento local es raramente entendido en sus propios términos o es refuncionalizado" (Escobar, 1999, p. 246). Por lo tanto, los conocimientos ancestrales y tradicionales pasaron de ser un obstáculo para el desarrollo a ser fundamentales para lograr mejorar las condiciones de vida de las poblaciones y su buen estado de salud. Además, se convirtieron en un medio para garantizar la preservación de los recursos naturales y el desarrollo sostenible (Castro-Gómez, 2005; Escobar, 1996). En este contexto, dichos conocimientos siguen siendo considerados "anecdóticos, no cuantitativos, carentes de método", ligados a expresiones folclóricas. Entonces, el conocimiento científico los debe tecnificar o reconfigurar, ya que es el único conocimiento o episteme válido (Castro-Gómez, 2005, p. 88). Además de esto, no se reconoce que estos otros conocimientos corresponden a otras formas de ser, habitar y vivir en el mundo y no solamente a interpretaciones de este (Blaser, 2009). El conocimiento local, aunque no necesariamente es considerado tradicional2, como lo promulgan organizaciones internacionales y nacionales, es valorado en función de su utilidad para el proceso de intervención. Por esto, es sometido a actualización, bien sea apelando a la racionalidad tecnocientífica o a la nostalgia de lo tradicional o ancestral.
Reactualizando las prácticas agroalimentarias: la quinua en El Rosal
Posterior a que la Agencia de Cooperación Técnica Alemana (GTZ) introdujera la quinua en El Rosal, en 1999, a partir del año 2005, el PANES de manera independiente implementó su cultivo en diferentes localidades del macizo colombiano. Esta semilla es reconocida por la FAO como uno de los alimentos que pueden contribuir a mejorar la calidad de vida de los habitantes de los Andes, por su valor nutricional y cultural (Bazile et ál., 2014; FAO, 2011; FAO, 2005).
Según un habitante y docente de El Rosal,
La quinua ha sido de esta zona, no se la manejaba como cultivo para comer, era peste [maleza]. Algunos la conocían con propiedades medicinales pero no nutritivas, entonces ya se la conoce con propiedades nutricionales de Bolivia, de Perú. Entonces aquí cuando estuvo la GTZ se hizo el proceso de adaptación como de 32 variedades. (Entrevista Homero Gaviria, 10 de abril del 2009)
Desde la perspectiva nutricional, la quinua tiene todos los aminoácidos esenciales. Tiene un alto porcentaje de proteína comparable con el huevo y mayor que el presente en cereales como el trigo, el maíz y la soya (FAO, 2011; Mujica et ál., 2007; Tapia, 2000). Según los funcionarios del PANES entrevistados y los investigadores de la Universidad del Cauca, a pesar de las diferentes cualidades de la quinua, esta debe ser complementada agroindustrialmente, para hacerla más eficiente y efectiva para la lucha contra la desnutrición y la erradicación de cultivos ilícitos. Esto implicó, de acuerdo con nuestro análisis, someterla a un proceso de reactualización, para que incorporara los principios de la tecnociencia, la higiene y la seguridad alimentaria. En este proceso hay dos niveles de reactualización complementarios: el primero, relacionado con la selección de la semilla de quinua para la siembra y, el segundo, con la transformación de la quinua para el consumo humano. Paralelo a esto, también fueron reajustadas las prácticas de siembra conforme a los principios de la agricultura orgánica y sostenible.
Las semillas que se cultivaban en El Rosal antes de la llegada del PANES eran de sabor amargo, por lo que se introdujo una semilla mejorada, denominada quinua blanca de Jericó, que se caracteriza por ser dulce, por su bajo contenido de saponina (Entrevista Néstor Basto, Gobernación del Cauca, 10 de julio del 2009). Esta sustancia produce una capa jabonosa y amarga que recubre el grano, que sirve para disuadir a aves e insectos y la protege de la radiación solar a gran altura (Bacigalupo y Tapia, 2000; Troisi et ál., 2014).
Para los funcionarios del PANES entrevistados, este programa estimó viable introducir la quinua dulce, pues era más adecuada para los procesos de transformación y consumo, al reducir el trabajo invertido en ello. A diferencia de la quinua amarga, no necesita ser sometida a sucesivas lavadas con agua, para eliminar el sabor amargo que la caracteriza, lo que también la hace menos contaminante de las fuentes de agua (Entrevista Néstor Basto, Gobernación del Cauca, 10 de junio del 2009). Además, la comunidad no contaba con la tecnología para transformar eficientemente las semillas amargas presentes en la localidad (Entrevista Marta Martínez, Gobernación del Cauca, 28 de junio del 2010). Algunos habitantes no vieron en este cambio inconvenientes, ya que para efectos de la comercialización y la transformación "era mejor la semilla dulce porque tiene mejor trabajo y supuestamente el contenido nutricional es el mismo" (Entrevista Saúl Girón, habitante y docente IEANSR, 14 de abril del 2009).
Este proceso de selección dejó de lado las semillas amargas y los conocimientos de siembra y transformación adquiridos por los habitantes de la localidad durante la época en que estuvo la GTZ. Por esta razón, las variedades de semillas amargas comenzaron a perderse y dejaron de ser viables en términos económicos, pues el PANES, su principal comprador, prefería la quinua dulce. En este caso, fueron los "profesionales expertos de Boyacá quienes dieron la asesoría para la siembra de quinua, se fomentó más el aspecto de comercialización que el fortalecimiento de semillas ancestrales" (Entrevista Marta Martínez, Gobernación del Cauca, 28 de junio del 2010). Siguiendo a Foucault (2005), se puede plantear que lo institucional, fundamentado en el conocimiento científico, favorece (hace vivir) la quinua dulce. Esta cumple con características específicas que la hacen viable en términos de producción, transformación, consumo y mercadeo, a pesar de que la ausencia de saponina la hace más propensa al ataque de los insectos, por lo que demanda ajustes durante su cultivo, en la trasformación y en el almacenamiento. Asimismo, se dejan de cultivar (dejan morir) las semillas amargas o semidulces, a pesar de que bromatológicamente son equiparables a las dulces y son más resistentes a los insectos, debido a la presencia de saponina.
Un segundo nivel de reactualización es el proceso de mejoramiento que sufre la quinua durante su transformación para el consumo humano. A pesar de ser reconocida por su alto valor nutricional, la proteína de la quinua debe ser complementada y elevada, para lograr los estándares internacionales (e. g. FAO). Esto debido a que tiene un aminoácido limitante: la fenilalininatirosina, que está en menor proporción a lo establecido en el patrón de referencia de la FAO (Tapia, 2000, p. 86). Asimismo, esta reactualización le otorga una mayor palatabilidad, que garantiza su consumo en la población infantil y joven.
Para lograr fortalecer nutricionalmente la quinua, el PANES y la Universidad del Cauca realizaron estudios que llevaron a mezclar la quinua con otros productos, para incrementar la calidad de la proteína presente, complementar el aminoácido limitante y mejorar la palatabilidad. Para esto, se mezcló con trigo, leche en polvo y soya. De igual forma, se buscó que los aditivos permitieran consumirla a manera de bebida (coladas o atole), para mejorar características como la viscosidad. Para esto, se le adicionó harina de plátano. El bajo contenido de fibra presente en la harina fue elevado al añadirle avena y, para mejorar su sabor, se le agregaron saborizantes (Entrevista Ana de Dios Elizalde, docente Universidad del Cauca, 11 de octubre del 2010). Este proceso agroindustrial permitió la elaboración de un suplemento alimenticio enriquecido, denominado colada a base de quinua, que cumple con los requerimientos nutricionales para ser distribuido en las diferentes instituciones educativas agropecuarias del departamento del Cauca vinculadas al PANES (Ana de Dios Elizalde, docente Universidad del Cauca, Popayán 11 de octubre del 2010; PANES, 2009). En este doble proceso de reactualización del conocimiento local agroalimentario, no se toma en cuenta el conocimiento tradicional; por el contrario, son las prácticas tecnocientíficas las que determinan qué y cómo comer. En este proceso, un alimento considerado ancestral es reactualizado según las lógicas de la nutrición y la agroindustria.
Consideraciones finales
Este artículo deja ver los diferentes actores, elementos, discursos y prácticas de una intervención agroalimentaria en una localidad rural andina del suroccidente colombiano (El Rosal), donde la quinua es uno de los recursos centrales para hacerles frente a los problemas de desnutrición y cultivos ilícitos. La política nacional e internacional de seguridad alimentaria, orientada a reducir los índices de desnutrición y pobreza de poblaciones definidas como "vulnerables", es el insumo fundamental de las intervenciones para "mejorar" las prácticas agroalimentarias. Estas intervenciones se materializan en la implementación de principios tecnocientíficos, en los que la educación desempeña un papel central como vector de las prácticas y los discursos agroalimentarios trasnacionales.
A pesar de que la retórica de la intervención resalta el valor tradicional y ancestral de la quinua, aunque esta haya sido introducida inicialmente por la GTZ, se considera que las prácticas agroalimentarias en torno a la quinua deben ser tecnificadas. Entonces, se deben incorporar los principios de la seguridad alimentaria, con el fin de hacer más eficiente y rentable su producción y más viable su consumo y comercialización. Esto genera un proceso de gubernamentalidad, al dirigir y guiar sujetos y comunidades hacia prácticas agroalimentarias consideradas adecuadas. Se promueve así su reconfiguración, en la que los conocimientos locales quedan relegados, pues el conocimiento que determina qué y cómo se debe cultivar y comer es el de la nutrición y la agroindustria. En este sentido, la revaloración de lo ancestral es parte de la proyección de la intervención y no una realidad local. En cambio, el conocimiento tecnocientífico es apropiado localmente, lo que está llevando a que los habitantes de El Rosal asuman como propio el cultivo y consumo de la quinua.
Aunque estas intervenciones agroalimentarias se constituyen en "estrategias globales que atraviesan y utilizan tácticas locales de dominación" (Foucault, 2008, p. 51), cabe esperar que las comunidades intervenidas no incorporen pasivamente los discursos y prácticas (De Certeau, 2000). Tampoco se puede afirmar que estas intervenciones sean exitosas y logren un bienestar para las comunidades intervenidas. A partir de lo anterior, se plantea el interrogante sobre cómo las comunidades incorporan algunos elementos y prácticas que la institucionalidad promociona, como el cultivo de la quinua, para articularlos con las lógicas del lugar.
Con este artículo se espera hacer visible la contradicción implícita de los programas de intervención que apelan a la ancestralidad. Por un lado, se justifica la intervención con el argumento de lo ancestral; por otro lado, las prácticas y los saberes locales son regulados y controlados por parámetros tecnocientíficos. Hacer explícito esto puede permitir diseñar procesos de intervención o cooperación en los que los saberes y las prácticas locales no sean desvalorados epistemológicamente.