ANTECEDENTES1
El latín en el período colonial
A diferencia de México y Lima, el Nuevo Reino de Granada no tuvo propiamente universidad pública en todo el período colonial; los planes de erección de la universidad pública presentados, ya al final de ese período, por Moreno y Escandón (1768) y por Caballero y Góngora (1787) solo fueron proyectos (Hernández de Alba, 1961a, 1961b). Pero a comienzos del siglo XVII, aparecieron colegios y universidades (privadas) con autorización para dar títulos de licenciados y doctores (Jaramillo, 1989, p. 209). Los planes de estudio de dichos colegios y universidades, fuera de la escuela de primeras letras, comprendían los estudios de latinidad (gramática y retórica), de artes o filosofía (lógica, metafísica y física) y las facultades mayores: teología y cánones (derecho canónico), leyes (jurisprudencia) y medicina.
Todos estos estudios se hacían en latín, que era la lengua escolar, literaria y científica del mundo occidental. Este debía ser dominado de tal manera que los estudiantes pudieran seguir las clases de las facultades mayores en ese idioma. La generalidad de los alumnos lograba un conocimiento del latín suficiente para hablarlo y escribirlo. Aunque estaba dispuesto que todo el personal, docente y discente hablara latín en las clases y fuera de ellas, en realidad, quizás, el uso conversacional del latín se limitó a los actos académicos, en los que, al parecer, las normas sobre el uso docente se cumplieron en la Nueva Granada hasta fines del siglo XVIII (Rivas, 1993, pp. 61-71).
Este tipo de educación universitaria satisfizo las necesidades de una sociedad en que las únicas funciones especializadas eran la sacerdotal y la jurídica. [...] La cultura media de los habitantes del Reino, aun de las clases altas, tampoco exigía una educación diferente. [...] bastaban la educación religiosa, el latín y algún conocimiento de los clásicos. (Jaramillo, 1989, pp. 210 y ss.)
Se conservan numerosas obras didácticas y algunas obras literarias de esta época escritas en latín (Rivas, 1993, pp. 89-228).
Renovación cultural
En la segunda mitad del siglo XVIII, se difundieron nuevas preocupaciones: por una parte, el interés por el estudio de las matemáticas y de las ciencias naturales, las «ciencias útiles», basadas en la experiencia, no en la mera especulación; por otra parte, la preocupación de hacer estos estudios en lengua castellana para cabal comprensión de estas ciencias y mejor «aprovechamiento» del tiempo.
El médico y naturalista José Celestino Mutis fue gran impulsor del interés por estos estudios, para «imitar el ejemplo de la Europa sabia» (Hernández de Alba, 1940, p. 91). El 13 de marzo de 1762 pronunció, en latín2, en el Colegio del Rosario, la oración inaugural de su curso de matemáticas, cuyo conocimiento, dijo, se requiere «para tratar con el debido acierto la física»; permite «mejorar de fortuna en la carrera de las letras», «nunca es inútil y a veces es necesario para servir a la Religión [...] y a la Patria [...], siempre es necesario para inquirir la verdad [...]». Veritas liberabit vos3 (Hernández de Alba, 1940, pp. 90-92).
En 1768, el fiscal Moreno y Escandón presentó su propuesta, que dice:
El modo de fomentar el estudio de las ciencias, instruir a la juventud y adornar al Reino y al Estado con sujetos capaces de aliviar la república y el gobierno, será establecer en esta capital Estudios Generales en una Universidad Pública, Real y con prerrogativas de Mayor, bajo las mismas reglas con que se crearon las universidades de Lima y México [...].4 (Hernández de Alba, 1961b, pp. 479 y ss.)
Y en 1774 presentó su Plan de Estudios y método provisional para los colegios de Santafé, por ahora y hasta tanto que se erige Universidad Pública, o su Majestad dispone otra cosa (Soto Arango, 2004, pp. 102-139). Este plan, que estuvo vigente entre septiembre de 1774 y octubre de 1779, afirmaba que
la latinidad tan conducente al literato se estudia defectuosamente en este Reino, tomándose con imperfección lo muy preciso para entender aquellos libros que regularmente se manejan y son pocos los que alcanzan cabal conocimiento de ella y los que se instruyen en la poesía latina y preceptos de la retórica. No hay arbitrio5 para dotar dos o tres cátedras en que se dividiera la enseñanza y por ahora es preciso sufrir que con un solo maestro aprendan los minoristas [...] quedando el sentimiento de no poder por ahora facilitar debidamente esta enseñanza, ni establecer magisterio de retórica, hasta que la real piedad se digne acceder a la fundación de universidad pública [...]. (Soto Arango, 2004, pp. 106 y ss.)
En cuanto al uso del latín en la enseñanza, la única norma que aparece es: «Será regla general que a semejanza de lo mandado a las universidades de España, todos los catedráticos hagan una oración inaugural en idioma latino [...]» (Soto Arango, 2004, p. 134).
Por otra parte, en julio de 1787, Caballero y Góngora presentó un Plan de universidad y estudios generales y una Representación para promover la erección de una Universidad Mayor (Hernández de Alba, 1946, 1961b). En relación con el Plan de estudios, dijo Caballero y Góngora:
Todo el objeto, del plan se dirige a substituir las útiles ciencias exactas en lugar de las meramente especulativas, en que hasta ahora lastimosamente se ha perdido el tiempo6; porque un Reino lleno de preciosísimas producciones [...] ciertamente necesita más de sujetos que sepan observar la naturaleza y manejar el cálculo, el compás y la regla [...]. (citado por Hernández de Alba, 1946, p. 293)
Sobre el estudio del latín, decía:
No habiendo por ahora fondos sino para una cátedra (de Gramática Latina) se distribuirá los discípulos en dos clases. A los primeros [se] enseñarán los rudimentos con sencillez, claridad y brevedad. [...] A los segundos se ejercitará en la sintaxis y en la traducción de buenos autores latinos.
Sobre el uso de la lengua latina, ordenaba:
Si es muy justo que la sagrada Theología y Escritura se traten en el idioma latino [...], no lo es menos que las facultades relativas a la humanidad y sociedad política se aprendan y expliquen en nuestra lengua nativa [...]. (Hernández de Alba, 1946, pp. 309-310 y 304-305)7
Aunque los proyectos de Caballero y Góngora, como se dijo, no se realizaron, son indicadores de lo que ya se pensaba y se buscaba en esa época. En relación con el estudio del griego, es interesante ver que en este plan, aunque no se proponen clases de griego, se propone estimular su estudio y el del hebreo entre los estudiantes de teología, mediante premios.8
En 1808, en su calidad de Síndico Procurador General (que debía preocuparse por la asistencia social y cultural de la ciudad), José María del Gastillo y Rada, presentó al Cabildo un memorial en que sustentaba:
[...] nada podría ser más útil al Reino, ni más propio que un colegio seminario9 que el establecimiento de dos cátedras de lengua hebrea y griega. Pero por ahora no pide tanto; se contentaría con la última... (Hernández de Alba, 1958, p. 138)10
En cuanto al uso del castellano, el profesor de filosofía del Colegio del Rosario Eloy Valenzuela, discípulo de Mutis, permitió en el año 1778 que alumnos suyos expusieran públicamente sus tesis en castellano (Hernández de Alba, 1940, pp. 172-174). Otro tanto hizo el alumno Pablo Plata, en el año 1791, en el Colegio de San Bartolomé, con el apoyo de su profesor y defendiendo que no reconocía «ventajas el (idioma) castellano al latino, ni a otro de los que usan aún las naciones sabias» (Rivas, 1993, p. 243, n. 20). Esto dio al ilustre periodista Manuel del Socorro Rodríguez ocasión de abogar en el Papel Periódico por el uso y el cultivo del castellano:
En buena hora que el antiguo idioma de los romanos se cultive entre nosotros con la aplicación que merece su hermosura, energía y dignidad, [...] pero sea dejándole siempre un lugar muy distinguido a la lengua materna, que es la que debemos enriquecer con todos nuestros escritos... (citado por Rivas, 1993, p. 240, n. 15)
En esta época, el uso escrito del latín se limitó a inscripciones; el uso en obras didácticas o literarias se extinguió. Aparecieron, en cambio, traducciones de obras de Virgilio y de una que otra oda de Horacio (Rivas, 1993, pp. 269-289).
Siglo XIX
Esas preocupaciones, reorientadas e impulsadas por la independencia y por las ideas republicanas, se hicieron presentes cuando se pensó en reorganizar la educación. El Secretario de Estado del Despacho del Interior, José Manuel Restrepo, pidió al Congreso, en 1824, reglamentar la enseñanza haciendo «una revolución tan completa» como la política:
Mientras [...] no se enseñe por principios nuestro majestuoso idioma, destinándole al estudio de las ciencias, sin que por eso se prohíba el conocimiento de las otras lenguas, así de las vivas, como de las muertas, que se llaman sabias..., será muy poco lo que adelantaremos en la carrera de las ciencias, de las artes y de los verdaderos conocimientos. (citado por Rivas, 1993, p. 394)
En efecto, en 1826, mediante la Ley de 18 de marzo y por Decreto reglamentario de 3 de octubre, se estableció una universidad pública (Central, en Bogotá) y se reglamentaron sus estudios así: los estudios universitarios se harían en español, excepto los de teología; el latín, el castellano, el griego y una lengua indígena (de acuerdo con la región) constituirían las clases de «literatura y bellas letras», el equivalente de nuestro bachillerato. El artículo 149 del Decreto dispuso:
Dos catedráticos enseñarán esta lengua (latina), uno los rudimentos y otro su sintaxis. [...] El maestro de rudimentos [...] hará notar oportunamente la diferencia de la lengua latina respecto de la castellana, disponiendo que se estudie una y otra a la vez. […] El maestro de sintaxis enseñará la propiedad latina [...] continuarán los discípulos conociendo con alguna perfección la diferencia de este idioma y del castellano […]
Esta reglamentación tuvo poca duración. Después de diversos cambios, en los que, inclusive, hubo supresión de las universidades y ejercicio de las profesiones sin necesidad de títulos, por medio de la Ley de 22 de septiembre de 1867 y por Decreto reglamentario de 3 de enero de 1868 se organizó la Universidad Nacional, con seis «escuelas o institutos especiales», uno de los cuales era la «Escuela de Literatura y Filosofía». En esta escuela, se enseñaba latín y griego. Miguel Antonio Caro fue el profesor de latín de 1868 a 1870. Cabe anotar que los estudios de esta escuela correspondían a los de nuestro bachillerato y que el estudio del latín y del griego era opcional. Según refiere Ernest Roethlisberger, que fue profesor allí desde 1882, estos cursos opcionales tenían poca asistencia (Jaramillo, 1989, p. 244).
Aunque el estudio del latín y del griego se conservó permanentemente en los seminarios11 y en algunas facultades de filosofía y letras, hay que reconocer con Darío Echandía (1944) que
el latín ya no es una lengua internacional y los hombres del siglo xx ya no saben manejar ese instrumento complejo y delicado y prefieren utilizar, como lenguas universales, aquellas entre los idiomas vivos que han alcanzado más amplia difusión. Esto quiere decir que las letras humanas han dejado de tener un valor pragmático, pero lo que han perdido en el orden utilitario las ha realizado como puro medio de cultura y afinamiento del espíritu. (citado por Rivas, 1993, p. 451, n. 106)
MIGUEL ANTONIO CARO
La Persona
Miguel Antonio Caro nació y vivió en Bogotá y alrededores (Ubaque, Serrezuela -Madrid-, Sopó) y murió en la misma ciudad (10 de noviembre de 1843-5 de agosto de 1909). Fue hijo de José Eusebio Caro, poeta y filósofo, y de Blasina Tobar.
Las circunstancias históricas del país no le permitieron seguir estudios regulares. Comenzó su formación humanística y, en particular, el aprendizaje del latín, de la gramática española y de la versificación al lado de su abuelo materno (el eminente jurista Miguel Tobar y Serrate, gran conocedor del latín, lengua que enseñó de joven en el Colegio del Rosario) y de los autores españoles y latinos (particularmente de Horacio y Virgilio, que formaban parte de su biblioteca, una de las mejores de su tiempo).
Entre los siete y los dieciocho años, desde el destierro de su padre (1850) hasta la muerte de su abuelo (1861), Caro vivió con este último. Fueron también maestros suyos de latín el profesor inglés Thomas Jones Stevens, el venezolano Antonio José de Sucre (que luego fue ordenado sacerdote12 y, en algún momento, rector del Seminario Conciliar de Bogotá) y el jesuita ecuatoriano y buen poeta latino Manuel José Proaño (maestro en el Colegio de San Bartolomé13, donde Caro cursó estudios entre 1859 y 1861). Pero su amplia formación humanística, filosófica y política fue fundamentalmente autodidacta. Adquirió una selecta biblioteca, que se conserva en el Fondo Caro de la Biblioteca Nacional14.
Caro estudió también el griego, pero poco lo tuvo en cuenta y parece que lo olvidó con el tiempo (Rivas, 1993, pp. 412 y ss.). En cambio, cultivó fervorosamente la lengua de Roma:
Hispanos versus dum tento fingere, ludor;
E calamo tantum verba Latina fluunt.
Gratia Dis! Quoniam sic non intelligor ulli:
Siquis erit, saltem me placido ore leget.
(MusaLatina. Caro, 1951a, p. 158)
Cuando trato de componer versos españoles
me equivoco,
de mi pluma solo fluyen versos latinos.
¡Gracias a los dioses! Porque así nadie me
entiende; si alguno lo hace, al menos me leerá
con gusto.
(Traducción propia)
y la veneró inclusive en las lenguas románicas:
Doquiera yo escuche un idioma,
Cantiga o fugaz yaraví,
Que acentos repita de Roma,
Mi tierra, mi hogar está allí.
Es Roma mi madre adorada;
La historia, cual regio ataúd,
Encierra su cetro y su espada,
Mas viven su gloria y virtud
Oh gayos fablares latinos!
Oh trovas de son celestial!
Oh, cómo sus altos destinos
Revelan al alma inmortal!
(Himno del latino.Caro, 1933, p. 10)15
Obras
Con excepción de la Gramática latina, el mundo de las obras latinas de Caro, aunque comprende muchas páginas escritas en prosa, las más en castellano y algunas en latín, es el mundo del verso y de la poesía.
De la obra en prosa, los textos latinos son las páginas de presentación y de comentarios que acompañan a las Latinae interpretationes y la obra La Canción a las ruinas de Itálica. Los textos castellanos son muchas páginas de introducciones, comentarios y artículos sobre Virgilio y sus obras, una veintena de páginas de comentarios a obras de Horacio y la obra El Cinque Maggio con traducciones al latín de un poema de Manzoni.
Sus obras en verso comprenden traducciones al castellano de las obras de Virgilio, que es lo más mentado; traducciones al castellano, poco conocidas, de obras de Horacio, Tibulo, Propercio, Catulo, Ovidio, Marcial, Lucrecio, Lucano y Pseudo-Galo; Latinae interpretationes o Versiones latinas, que comprenden traducciones al latín de poemas escritos en castellano, italiano, francés e inglés; finalmente, sus Carmina o Poesías latinas.
Gramática latina 16
La Gramática de la lengua latina para el uso de los que hablan castellano por M. A. Caro y R. J. Cuervo se editó por primera vez en 1867. En ediciones siguientes (hasta la cuarta, en 1886), se hicieron diversas modificaciones y adiciones. Luego siguieron varias ediciones sin modificación, hasta completar nueve, en 1929. En 1972, el Instituto Caro y Cuervo publicó la décima edición. Es una edición crítica que recoge textos que tuvieron que ver con anteriores ediciones y está dotada de índices y de un excelente Estudio Preliminar por Jorge Páramo Pomareda, quien preparó la edición (Caro, 1972)17.
En la primera edición, se dice: «Obra adoptada como texto en el Seminario Conciliar y en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario de Bogotá». En efecto, por esa época, Rufino José Cuervo enseñaba latín en esas dos entidades. En la segunda edición, de 1869, se dice: «Obra recibida como texto de enseñanza en la Universidad y el Seminario de Bogotá». Para entonces, Miguel Antonio Caro enseñaba latín en la recién fundada Universidad Nacional.
La obra, en su estado final, se divide en Gramática de la lengua latina y Ejercicios de composición latina; la Gramática comprende Analogía (lo que hoy llamamos morfología), Sintaxis (subdividida en Sintaxis general y Sintaxis particular, y unas Notas e Ilustraciones). Los Ejercicios son obra de Cuervo. En cuanto a la Gramática, aunque la autoría de la obra es de Caro y Cuervo y ambos, sin duda, revisaron la totalidad de la obra; también es cierto que, en términos generales, la Analogía es obra de Cuervo; y la Sintaxis, obra de Caro18. En particular, es obra de Caro la Sintaxis general. Las Notas e Ilustraciones, en su mayoría, son de él19.
En el Dictamen de la Real Academia Española sobre la Gramática latina de D. Francisco Jiménez Lomas, escrito por Marcelino Menéndez y Pelayo en 1882 e incluido en la Gramática de Caro y Cuervo desde la cuarta edición, de 1886, se califica a esta última Gramática de «obra magistral y la mejor de su género en nuestro idioma». Trataré de exponer las razones que, a mi parecer, justificaban tal juicio en ese momento.
En el prólogo de la tercera edición de su Gramática, dicen los autores: «en lo que se ha puesto especial esmero es en el cotejo del giro latino con el castellano; a ello nos obliga el título mismo de la obra. Dedicamos principalmente a este objeto el segundo curso20 y las notas que aparecen al pie de las páginas». El cotejo se extiende en ocasiones a otros idiomas como el francés y el griego. Esta es realmente una cualidad importante y que todavía le da cierta actualidad a la obra, pero no parece suficiente justificación del juicio citado.
En el mismo prólogo, dicen los autores acerca de su Gramática: «nos propusimos [...] acomodarla [...] al vuelo que ha tomado la ciencia filológica (y para esto se han tenido presentes las obras más acreditadas) [...]». Estas palabras hacen pensar en la gramática comparada e histórica, recién nacida en aquella época, por cuya senda ya caminaba Cuervo y en la que adquiriría renombre.
El interés de la gramática comparada e histórica se centraba, en ese momento, en la morfología. Los grandes nombres (Franz Bopp, Jakob Grimm, Friedrich Diez, August Friedrich Pott) aparecen citados, especialmente el primero. La realidad, sin embargo, es que se les cita para aspectos muy puntuales21. Por otra parte, la presentación de la morfología en la Gramática es muy ordenada y pormenorizada, pero prácticamente no tiene en cuenta lo que puede aportar el conocimiento histórico de la morfología22.
Me detendré en otras palabras del prólogo antes citado:
Siguiendo una práctica autorizada, dividimos la sintaxis en general o llámese de construcción, y particular o sea de régimen: aquella explica en comprensivas generalizaciones el mecanismo de la oración (el mecanismo de las proposiciones)23; la segunda desenvuelve los mismos principios y analiza además giros excepcionales.
En relación con la «práctica autorizada» hay que decir que es antigua la práctica de dividir la sintaxis (o construcción) en dos secciones, de concordancia y de rección o régimen -así, por ejemplo, lo hizo Francisco Sánchez de las Brozas (Brocense), en su Minerva sive de causis linguae latinae (1587, lib. I. cap. I)24-. La Grammaire génerale et raisonnée de Port-Royal (Arnauld & Lancelot, 1660 [1810], Parte II, Cap. 24), presenta la misma división con los mismos nombres, pero el contenido indica algo parcialmente diferente, similar a lo que Caro y Cuervo dicen de la sintaxis general y la particular, que ellos, por otra parte, llaman de construcción y de régimen.
Ahora bien, Páramo (1972, pp. X-XIX) demostró que Caro y Cuervo tuvieron como punto de partida para componer su Gramática latina la de J. L. Burnouf (1849)25. De él tomaron la designación de sintaxis general y particular, las ideas generales sobre su contenido y, lo que me parece más importante, el proponer como contenido fundamental de la sintaxis general el análisis de la proposición (Burnouf, 1849, § 188) e incluir el concepto de complemento, que Burnouf, aunque sin destacarlo, toma en cuenta al describir la sintaxis general26.
Aunque el Brocense había afirmado que «Ex nomine et verbo [...] constituitur oratio» (La oración se compone de nombre y verbo [...] Minerva L. I, cap. II) y la Gramática general de Port-Royal había aludido a la relación entre el juicio y la proposición (pensamiento y lenguaje o lógica y gramática), quien explicitó esta idea fue C. Ch. Du Marsais en su artículo «Construction»27 de la Encyclopédie. Allí propuso un doble análisis de la proposición (y las proposiciones): lógico (es decir, sintáctico, pero llamado por él lógico por tener como punto de partida los términos de sujeto y predicado -atributo, en francés- de la lógica)28 y gramatical. A la propuesta de Du Marsais, se sumó la teoría del complemento, propuesta por primera vez por N. Beauzée, su discípulo (1767, pp. 18 y 44-84). Estas teorías permitieron un amplio desarrollo de la sintaxis tradicional.
Bello, a quien también siguieron muy de cerca Caro y Cuervo, fue uno de los primeros en utilizar, con cierta amplitud, esta manera de ver la proposición y el concepto de complemento en la descripción de la gramática española (Martí Sánchez, 1994, p. 36)29. Pues bien, la Gramática latina de Caro y Cuervo fue la primera gramática latina escrita originalmente en castellano que utilizó sistemáticamente esta manera de ver la oración (la proposición) y la teoría del complemento al analizar la oración latina. Dicho de otra manera, es esta la primera gramática latina que expuso la sintaxis latina en castellano siguiendo las más modernas concepciones sintácticas de ese momento. Y es esto, en mi opinión, lo que justifica el juicio de la Real Academia.
Es Caro el autor de la sintaxis y, particularmente, de la sintaxis general, en que analiza la construcción de la oración o, como dice él, de la proposición. En los capítulos I a VI, presenta aspectos generales de la oración; y en los capítulos VII a X, presenta las oraciones subordinadas (completivas y «accesorias», o sea, relativas y circunstanciales); el capítulo XI, titulado «Conclusión», trata otros aspectos de las oraciones subordinadas. Me parece oportuno mencionar, en particular, el capítulo I.
Este se titula «Análisis de la proposición»30. «La proposición en su forma más completa, dice, consta de tres elementos principales, a saber: 1° sujeto; 2° verbo; 3° complementos». «El complemento es de tres maneras, a saber: 1° Directo (llamado también acusativo u objetivo) [...] 2° Indirecto [...] 3° Circunstancial...». «El sustantivo, sea sujeto o complemento, puede ser modificado: 1° Por un adjetivo [...] 2° Por un complemento [...] adjetivo [...]». «Llámase frase verbal la combinación del verbo con los modificativos expresados». Y, en el capítulo II, en que expone con claridad31 su teoría del predicado, dice: «Predicado es un nombre que hace parte de la frase verbal refiriéndose al sujeto o al complemento directo de la proposición» (lo hubiera podido llamar complemento predicativo).
Todo esto suena hoy muy conocido y lo llamamos «tradicional», quizá con la connotación de viejo. Pero esta terminología sintáctica surgió en Francia entre 1750 y 1767, y se utilizó sistemáticamente en la Gramática latina, en 1867; con algunas precisiones, sigue todavía en uso y permite escuchar nuevas teorías, como las de «verbo, actantes y circunstantes» o «predicado, argumentos, adjuntos» u «oración, sintagma (o frase) nominal y sintagma (o frase) verbal», como variaciones sobre un tema, a la manera de las variaciones Goldberg.
Traducciones del latín
En el breve texto de presentación de sus Latinae interpretationes, escrito en 1899 y que remite a la Introducción a su obra Traducciones poéticas (Caro, 1945, pp. 37-49), escrita en 1888, Caro resume sus ideas sobre la traducción de obras poéticas con estas palabras: «Iis quod addam nihil habeo, quorum summa est: poetas, mea opinione, fideliter, ac simul, quantum fieri potest, poetice converti oportere» (nada tengo que añadir a eso, que se resume en que, en mi opinión, los poetas deben traducirse con fidelidad y a un mismo tiempo, en lo posible, poéticamente).
La fidelidad es fundamental, pero no ha de confundirse con la literalidad, de manera que «una fidelidad extrema es una extrema infidelidad»; cuando se trata de poesía, la fidelidad exige que se traduzca poéticamente. La traducción poética es un «linaje de composición literaria», es «ramo importantísimo de la literatura y de la poesía», que requiere «dotes naturales, activo ejercicio y reflexiva observación». La traducción poética, aunque pueda, y aun convenga, estar acompañada de traducción en prosa, debe ser traducción en verso; «la prosa habla, la poesía canta». Sus traducciones son, pues, traducciones en verso. Y no lo hizo a la ligera; estudió cuidadosamente la métrica española, comentó la Ortología y métrica de Bello y escribió otros estudios sobre métrica32.
Las obras de Virgilio
Antes de la traducción de Caro, se hicieron en territorio colombiano tres o cuatro versiones parciales de la Eneida y una de las Bucólicas y las Geórgicas, que no tuvieron difusión33, de suerte que la traducción de Caro fue la primera en salir a la luz pública.
La primera edición se hizo bajo el cuidado de Caro mismo (Caro, 1873). Caro revisó sus traducciones y sus estudios y, teniendo en cuenta las modificaciones adoptadas, se hizo una nueva edición en el centenario de su nacimiento (Caro, 1943).
De acuerdo con sus ideas sobre la traducción poética, tradujo todas estas obras en verso; las Bucólicas, en diversas combinaciones de versos endecasílabos y heptasílabos rimados; las Geórgicas, en versos endecasílabos sueltos; y la Eneida, en octavas reales. Aunque estas traducciones fueron muy bien acogidas, hubo reparos serios al uso de las octavas reales34; pero Caro defendió con convencimiento su decisión. Con todo, no se puede negar que las necesidades de la versificación llevan a introducir muchos términos que alargan demasiado el texto y ponen en duda su fidelidad
En el Estudio preliminar de la primera edición y en la Introducción a la Eneida de la segunda, presenta Caro el «carácter legendario, nacional y político del poema», que podría sinterizarse en estas palabras: «Todo en la Eneida habla de Roma. Roma hace la unidad del poema». Presenta luego el «carácter filosófico y teológico del poema» para responder a la pregunta de por qué la Eneida pudo «convertirse en obra de interés para todos los pueblos». Y responde que, por el pensamiento religioso del poeta, que «profesa los dogmas de la humanidad [...] siempre refiere el hombre a la especie, el presente a lo porvenir, y todo a una voluntad divina»35.
A lo anterior puede añadirse que Caro, como muchos en épocas anteriores, atribuyó a Virgilio un vago presentimiento cristiano, con base en la Bucólica IV (Caro, 1988, pp. 13-72).
Flos poetarum
Esta obra, que permaneció inédita hasta el año de 1918, contiene traducciones en verso de algunos poetas: Horacio, casi completo, con notas sobre las Epístolas y sobre el Arte poética; Tibulo, completo; Propercio, en gran parte; Catulo, cerca de una tercera parte; Ovidio, una selección de elegías; algunos fragmentos de Lucrecio, Lucano y Pseudo-Galo (Caro, 1928).
M. Briceño comenta con aprecio las traducciones de Tibulo y Propercio (Briceño, 1986) y J. Zaranka comenta con severidad la traducción de una elegía de Tibulo (Zaranka, 1980). La rigurosidad de la versificación rimada le exige ciertas libertades que, para él, serían atributos de la traducción poética.
Poesías latinas
Caro compuso en latín gran número de poesías, que permanecieron inéditas por mucho tiempo, aunque él mismo dejó organizada y titulada la colección que quería publicar: M. Antonii Cari Carminum Libri tres. La obra completa, editada bajo la dirección de Rivas Sacconi, fue publicada por el Instituto Caro y Cuervo (Caro, 1951a)36; comprende 173 composiciones divididas así: Elegia (a manera de presentación); Libro I: Praefatio y 52 poesías; Libro II: 52 poesías; Libro III: 67 poesías; Apéndice I: 17 poesías (no incluidas en la colección preparada por Caro). Aunque la Praefatio fue compuesta en 1894, 43 poesías de la colección y 3 más del Apéndice tienen fecha posterior a ese año. De 82 de estos poemas, hay versión castellana, compuesta también por Caro.
Los versos contenidos en la colección son solo parte de los escritos por Caro, dice Rivas: «los salvados del fuego a que los entregó voluntariamente el poeta». Este es el tema de la Elegia, escrita, por supuesto, en dísticos elegíacos. Sin embargo, como sugiere Motta Salas (1954)), no es forzoso entenderla literalmente. Es, quizá, una figura literaria que se inspira en Ovidio, a quien cita explícitamente, para referirse a las dudas sobre el valor de sus poemas, surgidas en momentos de desánimo, pero resueltas pensando en el renombre que podrían darle: imagina escuchar esto en las voces filiales de sus poemas en cenizas:
Spes animum movet, et fragiles hos exstat artus,
Nobis ad finem duxque comesque viae, Clauditur interdum, nec mentem sustinet aegram
Spes tamen, et medip tramite fessa sedt.
Tunc procul ex oculis vanescit gloria mundi,
Tunc sibi quidquid habes triste videtur onus;
Tunc scripsisse piget!...
Quid tamen a! misero iam mortua carmina prosunt?
Quae iuvenis cecini quid repetita iuvant?
Haec volvens animo, flammis damnare papyrus Decrevi, arsurum constituique forum.
La esperanza, guía y compañera de la vida, nos anima e impulsa nuestros pasos en pos de la meta, A veces, sin embargo, se obnubila, no sostiene al alma enferma y cansada se sienta en mitad del camino. Entonces, a lo lejos, se desvanece la gloria del mundo, todo cuanto uno tiene parece triste carga y haber escrito aflige...
¿Qué aprovechan ya a un pobre unos poemas muertos?
¿De qué me sirve repetir ahora lo que canté de joven?...
Con estos pensamientos decidí condenar al fuego mis papeles e hice una hoguera para quemarlos...
Donec iners cineres specto, mirabile visu!
Ut timidae e terris saepe levantur aves,
Fumigera, minimae prodeunt ex nube figurae
Et quamquam nudae corpore, voce sonant:
En tua progenies, quondam carissima!:..
Te sine, nascendi nobis non ulla potestas,
Sed sine te vitam continuare licet.
Et nos laudatos vidisses ore per orbem,
Laudandum audisses te simul esse patrem
Vera cano: haec illi monuere, haec auribus hausi,
Haec lacrimis, fida mente recepta, fero.
Commotus pietate lego quaecumque manebant.
O dulces mecum vivite reliquiae!
(Caro, 1951a, pp. 3-5).
Mientras quieto contemplo las cenizas, ¡Qué
maravilla! Como las aves levantan a veces el
vuelo temerosas, unas figuras pequeñitas salen
de la humeante nube...
Y, aunque carecen de cuerpo, hacen oír su
voz: «Esta es tu descendencia, otrora muy
querida!...
Sin ti no podríamos nacer; sin ti, en cambio,
podemos seguir vivas...
Y nos habrías visto andar por el mundo llenas
de alabanzas y habrías oído también que eras
nuestro padre, digno de alabanza... »
Canto la verdad: eso advirtieron, eso
escucharon mis oídos, con lágrimas refiero lo
que con fidelidad escuché. Conmovido por mi
amor de padre recojo lo que quedaba.
¡Restos queridos, vivid conmigo!
(Traducción propia).
En contraste con la Elegia, leamos el poema Ad Gloriam, escrito en hexámetros, con que comienza el Libro II. La versión castellana, A la Gloria, aparece como preludio en el tomo 3 de sus Obras poéticas:
Cum puer et nemora et saltus inglorius olim Forte peragrarem, te, fulgida diva, repente Purpurea veste ornatam placidisque gerentem Sideribus factum tua circum tempora nimbum Ad me de caelo vivam descendere vidi; Vox, simul audita est, tua nostro rectore sedit Semper in alta vocans...
Salve, diva potens! Te multum ipse per annos Clamavi exspectans, iterum te pronus adoro, lam senior, primae splendentem flore iuventae.
Yo entonces era niño
Cuando entre nubes bellas
Bajar te vi del cielo
Con ímpetu veloz, Vi tu mano de púrpura,
Tu corona de estrellas,
y resonó en mi oído
Tu inolvidable voz.
Salve, visión gloriosa
De mis sueños de oro
Yo tu vuelta he esperado
Con férvida inquietud:
Hoy te miro presente
y de hinojos te adoro,
Radiante de belleza,
De pompa y juventud!
Quidquid iussisti feci, nunc praemia defer;
Quae iuveni promissa, seni debentur inerti.
En agedum! Nostros cantus diffunde per orbem;
Incipe! In extremum duc aevum, Gloria, nomen!
(Caro, 1951a, pp. 65 y ss.)
Oh, cumple tus promesas:
Alza mi nombre al cielo,
Lleva los cantos míos
Al último confín,
Y dales, incansable
En tu radioso vuelo
La heroica resonancia
De tu inmortal clarín!
(Caro, 1933, pp. 7-9).
Los metros más usados son el hexámetro y el dístico elegíaco, pero utiliza también otros; por ejemplo, la estrofa sáfica o el dímetro yámbico (en un himno al Romano Pontífice y en un himno a San Pedro Claver, quizá para tener en cuenta un metro frecuente en himnos eclesiásticos).
Las poesías versan sobre la naturaleza, el amor, la amistad, la familia; tratan temas religiosos, políticos, filosóficos y literarios. Algunas tienen carácter biográfico, en particular el Cygneus'Cantus o Apologia de vita sua, compuesto el 10 de noviembre de 1903, día en que cumplió 60 años.
Toda la poesía de Caro, particularmente su poesía sobre la naturaleza, fue estudiada y admirada por Marisa Vismara, de la Université del Sacro Cuore de Milán (Vismara, 1964, 1980). Como ejemplo de una poesía sobre la naturaleza, leamos la titulada Patria vallis, que en castellano tituló El valle de la infancia, posiblemente situado en Ubaque, Cundinamarca:
Secreti calles, montes, praeruptaque saxa,
Antrum frondosum, rivule iugis aquae,
Tuque recordanti nimium mihi cognita vallis,
Quosque puer fueram doctus inire sinus!
Fallor, an agrestes flores contemplor eosdem
Quos hilari memini carpere saepe manu?
Quod raucum audibam nosco bene murmur
aquarum,
Et Zephyrus frondes, lenis ut ante, movet.
Rursus, at heu! quantum puero diversus ab illo,
Te, pede quarm tardo, vallis amica, peto!
Tu viridis tamen et nullum violata per aevum,
Ut fueras olim, tempus in omne manes.
(Caro, 1951a, p. 15)
¡Oh senda! ¡Oh monte abrupto! ¡Oh gruta
umbría!
¡Musgoso manantial! ¡Valle sereno,
De frescas sombras y memorias lleno!
¡Plácido albergue de la infancia mía!
Estas las flores son que yo cogía
Cuando niño vagaba en vuestro seno;
Conozco bien de la cascada el trueno;
Así el viento los árboles movía!
Cargado ya del peso de los años,
A ti vuelvo, selvático retiro,
Que no padeces de la edad los daños.
Suspendo el paso, o por tus vueltas giro,
Y gozo aquí de libertad engaños,
Y ambiente de inocencia aquí respiro.
(Caro, 1928, p. 14)
Muy conocida es, en la versión castellana, su poesía ¡Patria!, en latín Patria:
Te toto, patria, ex animo veneramur amantes;
Tu nostro fixum pectore ines.
Per te, multa dies quae dulcia miscet amaris,
Libavi, plusquam voce referre datur.
Non ego te clypeum dextramque rogabo potentem;
Nam satis umbra sinus hospitiumque mihi est.
Hoc tantum liceat, lacrimas tibi fundere ad aras,
Nudum posse domi vivere, posse mori.
Non vis, non splendor, non gignunt munera amorem;
Ex alia noster stipite floret amor,
Longe alia hi nostri formantur origine nexus,
Vincula quae poterit rumpere nulla manus.
Ad matrem iniussi nullaque ambages venimus;
Sentio me parttem sanguinis ese tui.
(Caro, 1951a, p. 67)
¡Patria! Te adoro en mi silencio mudo,
y temo profanar tu nombre santo.
Por ti he gozado y he padecido tanto
Cuanto lengua mortal decir no pudo.
No te pido el amparo de tu escudo,
Sino la dulce sombra de tu manto;
Quiero en tu seno derramar mi llanto,
Vivir, morir en ti pobre y desnudo.
Ni poder, ni esplendor, ni lozanía,
Son razones de amar. Otro es el lazo
Que nadie, nunca, desatar podría.
Amo yo por instinto tu regazo,
Madre eres tú de la familia mía;
¡Patria! De tus entrañas soy pedazo.
(Caro, 1928, p. 93)
De un momento aciago de la época en que ejerció la presidencia de la República, es su poema Publici hominis vota, titulado Oración del hombre público en la versión castellana:
Quandoquidem aequum est sanctam defendere causam,
Integram servare fidem nomenque decorum,
Vincere nec pluris quam digne occumbere habetur,
Exsistit quoniam in caelis Deus optimus ille
Qui poenas tandem imponens et praemia reddens
Supremo iniustos emendat iure triumphos,
Nunc inimicum ignem, nunc tela herbasque nocentes
Incedens spemam, nec certa pericula terrent:
Ad pugnam iam laetus eo, durosque labores
Suscipio. Hoc unum metuo, cum gente nefanda
Dum luctor, caeci contagia lenta furoris
Me quoque ne inficiant, neve indignatio, iusto
Acrior, excedensque modum desaeviat ultra.
O Deus! exaudi: tu pectus motibus irae
Claude meum; extremum facsub discrimen, inermis
Martyr amem potius quam vindex esse cruentus.
(Caro, 1951a, p. 77)
Si no vencer, sino luchar me obliga
Por la fe y el honor, si hay un Dios bueno
Que enmendar sabe el éxito terreno
Cuando, supremo Juez, premia y castiga.
¡Adelante! No temo la enemiga
Saña, aleve puñal, sutil veneno;
Con pecho firme y ánimo sereno
Dispuesto estoy a la mortal fatiga.
Sólo el contagio de pasiones temo;
Temo la justa indignación que inspira
De pérfido enemigo la asechanza.
¡Oh Dios! a los asaltos de la ira
Cierra mi corazón, y en lance extremo
Prefiera yo el martirio a la venganza.
(Caro 1928, p. 120)
Para concluir este apartado, leamos el poemita Ad tenellam cervam domesticam, de esa misma época, año 1895, en que compara la cautividad de una venadita con su servicio público y añora el momento de su retiro:
Educta e silvis et matris ab ubere rapta
Hic captiva manes nec te solabitur aula.
Quam duris calcas pedibus peregrina tapetas
Et nare herbarum frustra, perquiris odorem!
Te rursus lucos, te rursus visere fontes
lam decet. Ipse etiam videor captivus et aeger,
Me quoque tentat amor silvarum, me quoque raptat
Haec, parietis honos, nemoris nigrantis Imago.
O! mihi si tecum fugere atque ingentibus umbris
Tecto, latratus hominum vitare liceret!
(Caro, 1951a, p. 91).
Al bosque, a la materna
Leche, en tu edad más tierna
Robada aquí viniste
y permaneces triste;
Los prestigios del arte
No logran consolarte,
Ya esquiva te desmandas
Ya las alfombras blandas
Hieres con planta incierta,
Y, la nariz abierta,
Persigues la fragancia
De tu frondosa estancia.
Tiempo es ya de que vuelvas
A las nativas selvas.
También yo estoy cautivo,
Y de alma enfermo vivo.
¿Cuándo será que pueda
Ver la campiña leda?
A los cuadros que adornan
Estos muros, se tornan
Continuo mis miradas,
Y en ellos aleladas
Contemplan, aunque ausentes,
Prados, grutas y fuentes.
¡Quién pudiera contigo
Volar al bosque amigo,
Y evitar en guaridas
Repuestas y escondidas,
Las iras carniceras
Y el ladrar de hombres fieras!
(Caro, 1951a, pp. 226 y ss.)
Versiones latinas
Las Latinae interpretationes (sive Carmina e poetis praecipue Hispanis, tum Italis, Gallis, Anglis, Latine reddita) o Versiones latinas son una colección de 99 poemas traducidos al latín, precedidos de un breve texto introductorio (escrito en 1899) y de una Praefatio, en verso, ambos en latín y seguidos de medio centenar de Annotationes, también en latín. Los autores de los poemas son 38, de los cuales José Eusebio Caro (24), Fray Luis de León (12), Sully Prudhomme (8) y Andrés Bello (7) suman más de la mitad de los poemas. De esta colección, forman parte las dos traducciones del poema de Manzoni y la traducción de la Canción a las ruinas de Itálica, que forman parte de otras obras. También esta obra permaneció inédita hasta 1951, cuando, bajo la dirección de Rivas Sacconi, fue editada por el Instituto Caro y Cuervo (Caro, 1951b). Sobre el porqué de estas traducciones y de su publicación, dice Caro:
Estando ya algo viejo, me ocurrió recoger, reunir, organizar estas Versiones, junto con algunas Poesías latinas mías, a las que aquellas se añaden, como restos salvados de un naufragio de tiempos pasados. En esto hubo poca aprobación reflexiva y muchísimo amor paternal. [...] Son escritos juveniles... [...] Y no se lanzan realmente a la luz pública, como se dice, ya que se destinan solamente a lectores a quienes corresponde ser benévolos, puesto que es propio de los estudios que versan sobre las lenguas muertas [...] hacer amables a los hombres [...]. Y confío en que se me tendrá alguna consideración sobre todo porque en estas tierras, al final de este siglo, cuando otras maravillas y otros portentos atraen y retienen la atención, yo, vejado por la mudable fortuna, me he acercado calladamente a la poesía latina, sin que me mueva ambición alguna» con el solo deseo de «no carecer de la experiencia de su delicadeza».37 (Caro, 1951b, 11 y ss.)
La Canción a las ruinas de Itálica
También esta obra (Ruderici Cari Baetici Cantio Hispanica celeberrima ad ruinas Italicae, cum prolegominis et interpretatione poética et commentario critico ediditM. A. Carus) permaneció inédita largo tiempo y fue publicada por primera vez por Rivas Sacconi y en edición del Instituto Caro y Cuervo (Caro, 1947). Los prolegómena y el comentario están escritos en latín. Esto es así porque «aunque de alguna manera se considera extinguido, sin embargo [...] entre los hombres más letrados y las sociedades cultas es considerado, todavía hoy, como vinculo común». Y añade que, fuera del mundo hispánico hay jóvenes interesados en la poesía española y conocedores del latín; «a ellos, dice, ofrezco esta obrita»38 (Caro, 1947, pp. 5 y ss.).
CONCLUSIÓN
Miguel Antonio Caro, gran humanista, fue conocedor, amante y cultivador de la lengua de Roma. Sus traducciones de Virgilio fueron muy admiradas y su Sintaxis de la Gramática latina fue innovadora en su época. Su producción latina, en cambio, y sus otras traducciones de autores latinos, permanecieron desconocidas hasta muchos años después de su muerte. El calificativo de «restaurador del estudio del latín en nuestra patria», dado por Miguel Abadía Méndez (1893), fue, a mi juicio, solo un buen deseo.