Respetado editor,
En una tarde de lectura, revisaba el artículo “Notas para una investigación futura sobre la historia del internado médico en Colombia. Segunda parte: el internado en los siglos XX y XXI”. Exalto el interesante contenido de la revisión y destaco su excelente redacción. Tras la lectura, al conocer la historia de una de las etapas más trascedentes para el médico colombiano, nacen críticas e inconformidades sobre esta.
El internado es un año fundamental en la formación de todo galeno. Sin embargo, en ocasiones, se comporta como un período gris, una dicotomía entre ser y no ser: se está lo suficientemente preparado como para tener importantes responsabilidades, pero no lo suficiente como para tener autonomía. Al interno se le exige una actitud desmesuradamente proactiva y, al tiempo, se le menosprecia por considerársele incapaz. Los internos realizan el trabajo bruto, hacen lo que nadie quiere hacer, empero, en escasas ocasiones se les da mérito.
En el pasado, el interno soportaba esas y otras faltas, pero, a diferencia del interno contemporáneo, recibía pago o vivienda (1). Hoy día, pese a cumplir horarios extenuantes y realizar tareas complejas, recibe -en el mejor de los casos y solo en algunos hospitales- una merienda a mitad del turno. A esto hay que sumar que el interno, aunque ejecuta más actividades asistenciales que académicas, debe pagar el valor de matrícula de dos semestres universitarios (1). En menos palabras: el interno paga para regalar su trabajo.
Bajo cualquiera de los aspectos expuestos, la salud física y mental de los internos se ve fuertemente impactada. Actualmente, durante una pandemia, el miedo a contagiarse o llevar un nuevo y mortal virus a casa, son agravantes de la situación.
Finalmente, para un interno el futuro es incierto. Inicia para muchos la preparación para entrar a una residencia médica, esto implica investigar, publicar artículos científicos, estudiar para exámenes de admisión, hacer cursos preparatorios o ayudantías médico-quirúrgicas. Algunos empiezan a prever su proyecto de vida inmediato al grado, entonces aparece el servicio social obligatorio (año rural) como un factor imprevisible.
En definitiva, un año de práctica previo al mundo laboral es muy valioso para cualquier profesional. Con condiciones justas, el internado médico sería admirable. Sin embargo, la historia es muy diciente y esta no debería ser la realidad de los internos colombianos. Sin garantías, se pierde la línea divisoria entre el aprendizaje y la esclavitud.