Introducción
Nuestro objetivo en este artículo es contribuir a la comprensión de las múltiples lógicas político-culturales que orientaron la expansión territorial de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia - Ejército del Pueblo (FARC-EP) hacia diferentes regiones del país. Aprovechamos que el acuerdo de paz con la guerrilla en 2016 amplió las posibilidades de aprender de y con los antiguos insurgentes sobre sus prácticas en diversos territorios para interrogar sus experiencias desde debates recientes sobre el papel del espacio y los regionalismos en diversos fenómenos políticos.1 El artículo complementa la literatura sobre los tiempos, motivaciones y modos de expansión territorial de las FARC-EP después de la II Conferencia (1966), al tiempo que propone una interpretación propia sobre el encuentro de esa guerrilla con las sociedades caribeñas en la década de los ochenta. El trabajo muestra que el lanzamiento de la Unión Patriótica (UP) en el Caribe facilitó el ingreso a la guerrilla de una “cohorte”2 que tenía experiencia política y artística previa con el vallenato. La incorporación de este grupo le permitió a la organización extender su presencia en la región y, lo que es más interesante, estructurar y luego “nacionalizar” dos iniciativas: la música vallenata fariana y la Cadena Radial Bolivariana.
Con el título “Entre sueños, montañas y vallenatos” retomamos el trabajo pionero de Arturo Alape, quien representó a Manuel Marulanda como un guerrero y hombre de montaña que soñó construir “una fuerza insurgente con características de pequeño ejército” (Alape 1987, 4-5), para invitar a pensar en el encuentro de esa joven organización con el mundo caribe.
Sabemos que el plan de expansión nacional de las FARC-EP, formalizado en la VII Conferencia (1982), que preveía elementos unificados para todas las regiones, también era, hasta cierto punto, negociado con las poblaciones y ajustado a las condiciones político-culturales locales.3 De ahí partimos para hacer un estudio sistemático de los documentos oficiales de la insurgencia y de las memorias publicadas por sus miembros. También entrevistamos a antiguos guerrilleros y políticos locales de la zona, examinamos la base de datos sobre la producción musical de la guerrilla,4 revisamos la historiografía en torno a las FARC-EP e incorporamos estudios recientes de la historia social de la bonanza marimbera en la región. Organizamos e interpretamos esta información a partir de preguntas específicas sobre cómo los elementos culturales y simbólicos atados a la mitología regional del Caribe -música vallenata y producción radial- fueron apropiados y utilizados por los insurgentes en el proyecto de expansión regional.
El texto está organizado en cuatro secciones. En la que sigue introducimos los referentes conceptuales que guían el análisis. Los siguientes dos acápites reconstruyen la discusión sobre la expansión territorial de las FARC-EP en el Caribe y las dimensiones más regionales del despliegue del proyecto. El último ofrece algunas reflexiones de cierre.
Alcance territorial del estado,5poder simbólico y mitologías regionales en el proyecto “nacional” de las FARC-EP
Desde muy temprano en su historia, las FARC-EP trataron de llegar, explorar y penetrar diferentes regiones del país e intentaron hacerlo enviando compañeros a zonas distantes de sus epicentros de poder. Los desafíos asociados con la expansión guerrillera pueden leerse desde los debates clásicos sobre las relaciones entre guerra y formación del estado, dominio directo e indirecto del estado o expansión de su alcance territorial.6 Esos estudios han mostrado que la desigualdad del alcance estatal no se explica únicamente por los intereses políticos de los agentes estatales, los costos económicos o los factores geográficos (Acero 2018; Giraudy y Luna 2017; Soifer 2015, 25)7 y preguntan sistemáticamente acerca de las interacciones entre funcionarios, actores armados y pobladores locales. En una dirección similar y centrada en la interacciones, avanzan quienes estudian la emergencia y consolidación de los órdenes políticos locales (Aponte 2019; Arjona 2016; García y Revelo 2018).
De estos trabajos retomamos la insistencia en que el estudio del alcance o la expansión territorial del estado -y de las insurgencias- no debe restringirse a las dimensiones bélicas, políticas y económicas. Por supuesto ellas están presentes, pero nos corresponde rastrear también las ideas sobre el papel del estado en cada sociedad (Soifer 2015, 54-56),8 y sobre cómo estados e insurgencias acumulan y utilizan poder simbólico (Arjona, Kasfir y Mampilly 2015; Bolívar 2005; Loveman 2005; Mampilly 2015).
Desde estas perspectivas, los esfuerzos de expansión de un proyecto político estatal o insurgente no se desprenden automáticamente de intereses económicos, amenazas o necesidades coercitivas, sino que implican siempre elementos de orden cultural y simbólico (Loveman 2005; Soifer 2015; Mampilly 2015). Esta precisión permite a los autores diferenciar las preguntas sobre cómo los estados expanden su alcance territorial de aquellas sobre por qué y cuándo lo hacen (Loveman 2005, 1661; Soifer 2015). Esas diferenciaciones, a su vez, facilitaron el estudio de las formas en que agentes estatales e insurgentes innovan, imitan, cooptan o usurpan formas de acción política que posibilitan la extensión de su dominio (Loveman 2005; Mampilly 2015).
En este punto el debate de politólogos y sociólogos alrededor de los modos como el estado o una red política específica logran extender su control se encuentra con el trabajo de historiadores interesados en mostrar cómo el desarrollo del estado nación ha implicado la articulación y jerarquización de proyectos políticos regionales (Albuquerque Jr. 2014; Britto 2020; Roldan 1998) y a veces, incluso, la emergencia de verdaderas mitologías regionales (Mallon 1998). Esto es, de formas específicas y sedimentadas de narrar la historia regional que atribuyen rasgos culturales y morales a los pobladores e insisten en sus contribuciones a la trayectoria de los estados nacionales para hacer frente a desafíos políticos concretos.9
Tenemos entonces formas complementarias de estudiar la expansión regional de proyectos políticos determinados. Los primeros trabajos alertan sobre el hecho de que la expansión estatal o insurgente no se desprende de un cálculo costo-beneficio, no implica necesariamente el enfrentamiento entre funcionarios y élites locales, no se despliega en un campo yermo y está atada a ideas concretas de lo que la expansión del proyecto político puede significar como oportunidad para varios grupos sociales. Con ello, esos estudios nos obligan a rastrear y a historizar las posibles lógicas de expansión guerrillera. Además, y teniendo en cuenta que los insurgentes “aprenden” a actuar con los lenguajes y símbolos del estado nación (Bolívar 2006; Mampilly 2015), se hace posible concebir sus esfuerzos de expansión como búsquedas de “respetabilidad política”. Al igual que otros actores, los guerrilleros son constantemente conminados a presentar sus “proyectos nacionales” y a superar el supuesto “parroquialismo” de lo local-regional.10
El segundo grupo de trabajos advierte sobre el constante funcionamiento y transformación de los proyectos políticos regionales dentro del estado nación. Recalca que esos proyectos dependen de las iniciativas de determinados actores, pero también de las formas de conocimiento y de representación que transforman lo regional en un campo más móvil y poroso de lo que usualmente se cree (Albuquerque Jr. 2014, 4-6).
En conjunto, estos estudios permiten concebir la expansión de las FARC-EP hacia el Caribe como un proyecto político que se conectó, se cruzó y, finalmente, se alimentó de una particular mitología regional. Esta se expresó en una poderosa narrativa que, en el marco de las transformaciones productivas asociadas con la crisis del algodón y los cultivos de marihuana, caracterizó a la región Caribe como un espacio de mestizaje y de festiva articulación entre las clases sociales. Esta mitología se consolidó11 con la proyección que las formas de sociabilidad masculina en torno a la parranda y la música vallenata lograron tener con la creación del departamento del Cesar y del Festival de la Leyenda Vallenata en 1968 (Britto 2015, 2020).
La expansión territorial de las FARC-EP. Repensar los tiempos, las motivaciones y los modos
Un consenso de la literatura académica sobre las FARC-EP es que la VII Conferencia transformó la manera como los guerrilleros concebían la lucha armada. La importancia atribuida a esa reunión reside en que allí concretaron un proyecto de reingeniería institucional -sintetizado en el Plan Estratégico para la Toma del Poder- que propuso la redefinición de sus objetivos de lucha, su carácter organizativo y sus planes político-militares (Aguilera 2016; Ferro y Uribe 2002; Pizarro 1996). Esta conferencia también suele asociarse al momento inaugural de la expansión territorial del grupo que trajo consigo el fortalecimiento militar y la consolidación de estructuras de bloques de frentes en todo el país en 1993 (FARC-EP s. a.).
Los estudios sobre los procesos de expansión subrayan varias cuestiones: las lógicas militares del control de un nuevo espacio físico (Aguilera 2016; Medina 2011; Rangel 2001), el interés por los recursos y las economías de guerra que garantizan el fortalecimiento de las organizaciones armadas y la estructuración de diferentes tipos de conflicto regional (Rettberg et al. 2020), y los diversos contextos políticos que los insurgentes encuentran cuando salen de sus zonas de origen para proyectarse hacia regiones más articuladas a la economía y a la política nacional (González, Bolívar y Vásquez 2003; Vásquez 2015).12
Nuestra entrada retoma esta última aproximación. Nos interesa insistir en los tiempos, las motivaciones, los desafíos y los modos de expansión territorial de las FARC-EP en cada sociedad regional, pues la revisión sistemática de las publicaciones de la organización y de las narrativas de algunos de sus comandantes muestra que la expansión antecede los planes de la VII Conferencia y no dependía -por lo menos, no exclusivamente- de cálculos bélicos o de captación de recursos. A mediados y finales de los años sesenta, ya tenían el plan de extenderse hacia nuevos territorios porque la proyección nacional era una forma de diferenciarse de grupos bandoleriles o de carácter localizado y marginal. De ahí la necesidad de rastrear diversas lógicas en la expansión insurgente y de preguntar por dimensiones culturales y simbólicas que, aun cuando hacen parte constitutiva de la conformación y el funcionamiento de esos grupos (Bolívar 2006; Hammond 1996; Hoover Green 2017; Pérez 2016), no han recibido atención sistemática.
Al rastrear el proyecto de expansión nacional de la guerrilla llegamos hasta las definiciones de la II Conferencia del Bloque Sur,13 desarrollada en 1966. En esa reunión distintos grupos de autodefensa campesina adoptaron el nombre FARC14 y decidieron que varios destacamentos emprenderían la exploración de nuevos territorios para darle otro alcance a su organización. Sobre esta conferencia, Jacobo Arenas planteaba:
Nos dimos un nuevo plan militar nacional, un plan más ambicioso […] Se estableció claramente que nuestra táctica de guerra de guerrillas móviles era adecuada y justa, pero que era necesario desplegar nuestra acción a nuevas áreas del país y por eso, de la II Conferencia salieron varios destacamentos a ubicarse en nuevos lugares. (Arenas 1983, 89, resaltados nuestros)
La cita revela que el “plan nacional” de la guerrilla está presente desde la misma fundación del grupo y antecede la formulación del Plan Estratégico. Visto así, el plan no inaugura, sino que cristaliza los esfuerzos de expansión que cientos de guerrilleros estaban haciendo en diversas zonas desde mediados de los sesenta. También Jaime Guaraca, cofundador del movimiento, se refirió a estas cuestiones. Según él, la II Conferencia:
Ordenó realizar un despliegue de miembros de las FARC a distantes lugares del país. La misión era crear las condiciones para nuevos grupos guerrilleros fuera del área de operaciones […] Se trataba de iniciar una experiencia nueva, que a su vez contradecía la opinión de algunos dirigentes nacionales, quienes afirmaban que la guerrilla artificialmente no prendía en ningún lugar del país. (Guaraca 2015, 10-11, resaltados nuestros)
Este señalamiento captura bien las tensiones asociadas a las discusiones en torno a la existencia o no de condiciones para la acción guerrillera, la posibilidad de crear tales condiciones y sobre lo artificial que podría ser el trabajo de la guerrilla en determinados lugares. Guaraca recordó otros encuentros de la dirección guerrillera -el Pleno del Estado Mayor del 1968, la III Conferencia de 1969 y la IV Conferencia de 1971- en los que se discutió la creación de nuevos grupos guerrilleros (proyectados en la II Conferencia) en varios lugares, entre ellos la Sierra Nevada de Santa Marta (Guaraca 2015, 11).
Según ambos comandantes, esas primeras y “nuevas” experiencias de trashumancia hacia otros territorios dejaron importantes y dolorosos aprendizajes. No solo perdieron hombres,15 sino que enfrentaron el fracaso pues solo dos comisiones cumplieron con las metas trazadas. Guaraca resaltó que, en la III Conferencia, al igual que en la reunión del Pleno del 68, hicieron fuertes autocríticas frente a las deserciones de compañeros. Para él, esos hechos mostraban que “en sus respectivas regiones no se había realizado un verdadero trabajo político ideológico, ni de preparación militar como lo habíamos hecho en Marquetalia” (2015, 33). Esa claridad llevaría a las FARC-EP a estructurar, tiempo después, su sistema educativo (Lizarazo 2020).
Ahora bien, en cuanto a los encargados del trabajo de expansión regional hacia el Caribe poco podía evaluar la naciente organización. De los responsables de la Sierra Nevada, Guaraca comentó que “no se sabía nada hasta que en la radio se transmitió la noticia de que había sido capturado Oscar Reyes en una plazoleta de Santa Marta”. Del otro compañero, Bernardo, “El Costeño”, Guaraca recordó que “llegó a la III Conferencia [1969] después de un largo tiempo en que no sabíamos de él” y “decía que en la costa los billetes estaban regados por el piso, que no era sino recogerlos” (2015, 32).
Reconstruimos en detalle estas referencias porque, aunque los recuerdos de los comandantes revelan la importancia de las experiencias tempranas de expansión guerrillera, estas no han sido analizadas en los trabajos dedicados a la historia de la organización en el Caribe que tienden a concentrarse en las lógicas bélico-institucionales de fundación y expansión de los frentes 19, 35, 37, 41 y 59 (Daniels y Múnera 2011; González et al. 2014; Medina 2011; Trejos 2016, 2015). Las referencias de los comandantes tampoco han sido analizadas por quienes han estudiado el proceso de institucionalización de ese grupo o por quienes han aludido a la II Conferencia como un momento importante en el que adoptaron el nombre y el cuerpo reglamentario fundacional (Ferro y Uribe 2002; Medina 2011; Pizarro 2011). Aunque la investigación ha examinado el desarrollo de rasgos burocráticos centrales de la guerrilla, no ha dado un lugar analítico a su interés por incursionar en nuevos territorios y por lograr un despliegue nacional ya desde finales de los años sesenta. Es cierto que tal despliegue solo se consolidó después de la VII Conferencia, y que deben examinarse los lazos entre guerrilla y economías ilegales, pero también es necesario preguntar por qué ni excomandantes ni analistas dan importancia a la II Conferencia como antecedente de la expansión insurgente. Quizás porque se concentran en las derrotas militares sufridas por la guerrilla o en los momentos centrales de reajuste estratégico organizacional.16
El fracaso del esfuerzo temprano de expansión no debería menguar su importancia política pues, como parte de ese proceso, terminaría creándose, en octubre de 1967, el 4.º frente de las FARC-EP en el Magdalena Medio (Guaraca 2015, 17), el cual se convertiría en uno de los pívots para la llegada de la guerrilla a la zona norte de Colombia.17
Otra razón para reconstruir en detalle los planteamientos de Arenas y Guaraca sobre los problemas de la expansión nacional de la guerrilla tiene que ver con el sesgo nacional, ya no de las disciplinas que estudian los fenómenos políticos (Bolívar 2010; Mann 1997), sino de los propios actores en la valoración de lo que es “respetable” y “moderno” políticamente. Así como Soifer (2015, 55-56) nos invita a revisar conjuntamente las ideas que distintos actores tenían en relación con el papel del estado en la transformación social, y las condiciones y experiencias concretas bajo las cuales tales ideas fueron acuñadas y sostenidas; y así como Mampilly (2015) recalca las funciones normativas de la performatividad insurgente,18 nosotros damos un lugar analítico a las ideas o, mejor, a lo que el comandante Arenas llamó la “ambición” de tener un proyecto nacional.
Esa ambición se traduciría en un ejercicio constante de desdoblamiento de frentes que muestra el carácter centralizado de la iniciativa. La relevancia de tal ambición queda clara al recordar que la política moderna suele tener como principal ámbito de aplicación los emergentes estados nacionales (Oakeshott 1992). Las FARC-EP, como actor político moderno, no podían ser inmunes a esa definición de escalas y debieron hacer esfuerzos para hablar en los lenguajes políticos que -como el marxismo- los podían proyectar como actores políticos respetables, con un proyecto nacional y orientados ideológicamente (Bolívar 2006).
Finalmente, los señalamientos de Guaraca aclaran las dificultades institucionales para tener noticias de los compañeros encargados del trabajo en las regiones, y también los retos o las condiciones locales puntuales que podrían incidir en la expansión insurgente en un territorio dado. Así, el hecho de que el encargado del trabajo en la Sierra Nevada señalara en la III Conferencia (1969) que “los billetes estaban regados por el piso” alerta sobre la coincidencia temporal de los esfuerzos de expansión guerrillera hacia la Sierra con la “bonanza marimbera” y, por esa vía, con la consolidación de una mitología regional que, a través del auge del vallenato y de la caracterización del Caribe como una región mestiza y sin mayores conflictos entre grupos sociales, incidió en la redefinición de las relaciones entre región y nación en Colombia (Britto 2015).
En el libro Memorias farianas, aparecen varias alusiones a los “combos” marimberos que aún a comienzos de los años ochenta controlaban diversos sectores de la Sierra Nevada, ejercían violencia contra cultivadores y arrieros, y obligaban a la insurgencia a redoblar sus estrategias de trabajo clandestino (Santrich 2018a, 79, 97, 198). Estas referencias nos ayudan a rastrear las condiciones concretas que podrían favorecer o desafiar la expansión territorial de los guerrilleros. Las memorias que Santrich recoge resuenan con los planteamientos de Britto (2020) en torno a la forma como la bonanza marimbera replicó viejos patrones de jerarquización social y racial, pero también creó nuevos campos para que hombres jóvenes mostraran su osadía y valor personal.
Incorporar estos relatos de los primeros comandantes guerrilleros sugiere nuevas aristas interpretativas en torno al proceso de expansión de las FARC-EP. Sobre los tiempos, los relatos amplían el margen temporal y nos obligan a incorporar los esfuerzos iniciales, incluso aquellos comprendidos como fracasos, en la integración con las sociedades regionales. Sobre las motivaciones, los relatos dejan ver que los comandantes, además de trazar y garantizar el cumplimiento de sus planes militares, apostaban por consolidar una organización de vanguardia y nacional. En palabras de Arenas (1983, 91), comenzaban “a pensar en grande”.
La voz de los comandantes es particularmente importante para rastrear los modos y desafíos de su proyecto de expansión. Por supuesto, ser enemigos del orden legal y sus organizaciones militares y policiales constituyó el principal reto. Junto a este, estaba el de “dar las bases para el futuro desarrollo de nuestros cuadros” (Arenas 1983, 93), en el marco de un crecimiento nacional y unificado. Esa preocupación dio pie a la primera Escuela Nacional ideológica aprobada en la III Conferencia (1969). Con ella y las escuelas que siguieron, la organización buscaba que la experiencia guerrillera del sur del país pudiera nacionalizarse. Los retos provenían precisamente del tipo de sociedad regional que los insurgentes encontraban, de los grados cambiantes de sedimentación del dominio político en cada sociedad, y de lo que la organización podía ofrecer a las poblaciones según su nivel de interdependencia y diferenciación social (González, Bolívar y Vásquez 2003).19
En cuanto a los modos, los relatos de los comandantes revelan desafíos culturales no previstos. La expansión militar impuso la necesidad de educar, sobre la base de elementos unificados y centralizados, a quienes harían la exploración regional. Una de las maneras de asegurar esa centralización fue a través del vínculo epistolar entre los comandantes nacionales, los comandantes regionales y la tropa. En Resistencia de un pueblo en armas se recogen los esfuerzos del comandante Marulanda -y del Secretariado en su conjunto- para conducir a sus tropas en los nuevos territorios a través de recomendaciones y reflexiones que circulaban mediante correos humanos (Marulanda 2015). Esta forma de interacción implicó la creación de prácticas cotidianas, como la revisión diaria de prensa por parte de los comandantes para conocer lo que ocurría en las regiones y los ejercicios de imaginación para conducir a la tropa de manera remota y por la vía epistolar
Los encuentros entre las FARC-EP y la sociedad regional costeña. Versos insurgentes de la cohorte de la UP
Los investigadores subrayan la importancia de la VII Conferencia para la llegada y consolidación de las FARC-EP en el Caribe, particularmente en la Sierra Nevada de Santa Marta, los Montes de María y la Serranía del Perijá (Manosalva y Quintero 2011; Quiroga y Ospina 2014; Trejos 2016). Estos autores retoman entrevistas realizadas a antiguos comandantes del bloque Caribe y subrayan que fue en ese momento cuando la organización decidió definitivamente desdoblar frentes para la consolidación de las primeras estructuras guerrilleras en la región (Santrich 2018a).20 Todo esto, bajo las orientaciones nacionales del Plan Estratégico.
Ese proceso formal de penetración guerrillera al Caribe coincidió con la apertura política nacional promovida por el gobierno de Belisario Betancur desde finales de 1982 y que llevó a la conformación de la UP en 1985. Como sucedió en otras regiones, la expansión de la guerrilla en el norte del país estuvo enmarcada por un contexto político nacional de negociación, tregua y participación política legal por parte de grupos armados. Adicionalmente, ese proceso nacional de paz determinó, en gran parte, el encuentro entre las FARC-EP y las sociedades regionales (Carroll 2015). En el caso concreto del Caribe, el contexto de la UP tuvo efectos directos en la composición de los “ingresados-reclutados”. En esta zona, una cohorte de jóvenes de izquierda, fundamentalmente citadinos, algunos incluso universitarios, y familiarizados con el mundo bohemio de la época, se enfrentó a la disyuntiva de exiliarse o ingresar a la insurgencia.21 Finalmente, tras su llegada, varios de ellos muy rápidamente formaron parte de la comandancia.22
La experiencia de la UP en el Caribe convocó diversos actores sociales. Un estudio reciente establece que:
uno de los casos que ilustra mejor esta diversidad es la trayectoria del Cesar donde el movimiento Cívico Popular Causa Común, fundado en 1985, que tenía presencia tanto en el Cesar como en la baja Guajira, acogió la propuesta de conformación de la UP y estableció en Valledupar un comité para la organización del nuevo partido, integrado por personalidades democráticas de la región, líderes del sector de la vivienda, la Coordinadora Obrera Campesina Popular, la organización campesina, miembros del MOIR [Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario] y del PCC [Partido Comunista Colombiano]. (CNMH 2018, 40-41)
La exconcejala upecista Imelda Daza hizo parte de esa iniciativa y nos explicó que Causa Común fue el encuentro de distintos “docentes, amas de casa, estudiantes y trabajadores”, interesados en transformar lo que para ellos era la estructura económica y política “feudal” del Cesar. Según Daza, esa organización tenía antecedentes a finales de la década de los setenta, cuando ella y varios de sus compañeros docentes del Instituto Técnico del Cesar (Ituce) impulsaron la creación de la Universidad Popular del Cesar. A inicios de la década de los ochenta, el grupo se vinculó con el Nuevo Liberalismo y Daza resultó electa como concejal por la alianza Movimiento Cívico Popular, que más tarde se convertiría en Causa Común. Las diversas experiencias políticas del grupo los llevaron a ver con simpatía la creación de la UP. Para Daza era una oportunidad “para contactar con gente de todo el país” y en algún sentido salir del aislamiento en el que cree que vivían. Así, decidió junto con sus compañeros “ir directamente a la sede del Partido Comunista Colombiano en la capital” a “buscar la UP” (Daza 2018).
Al tiempo que los de Causa Común volvían a Valledupar con la misión de “montar la UP”, empezó a circular la propaganda del frente 19 de las FARC-EP en la ciudad. El acceso a ellos no era fácil. Daza recuerda que “poco a poco fueron teniendo contacto”, que el comandante Adán Izquierdo delegó en Julián Conrado y otras dos personas la representación del frente en la UP y que hicieron conjuntamente la campaña. También dijo que “Julián participó en el Festival Vallenato como guerrillero. Y la gente no se asustó […] Él participó y quedó de finalista […] Escalona no lo dejó cantar en la plaza. No. Se impuso y no lo dejó, pero bueno, tampoco nos importaba. Que lo dejaran cantar ya era un avance” (Daza 2018). En ese contexto, en 1985 -y gracias también a la gestión de “la Cacica”, Consuelo Araújo Noguera-, se dieron a la tarea de organizar el lanzamiento de la UP en el municipio de Pueblo Bello.23
Este breve recuento permite identificar varias cuestiones importantes para la historia de la UP y las FARC-EP en la región. Los integrantes de Causa Común, entre quienes se encontraba Simón Trinidad, tenían amplias experiencias docentes, organizativas e incluso político-electorales. Además de buscar el vínculo directo con los comunistas en Bogotá para lanzar el movimiento en la región, los de Causa Común aprendieron a hacer campaña política con la gente de la guerrilla, y para ello aprovecharon la popularidad de la música vallenata. El entrelazamiento de política regional y el vallenato queda claro en la participación de Julián Conrado -conocido posteriormente como “el Cantante de las FARC”- tanto en la campaña como en el festival, así como en el rechazo del compositor Rafael Escalona a su presencia en la plaza principal de la ciudad.
Gracias a la tregua y al “celebrado” carácter popular del vallenato, el “guerrillero” participó en abril de 1985 en el más importante evento regional. Sin embargo, no pudo hacerlo en el espacio más emblemático de la ciudad: la plaza que lleva el nombre del expresidente Alfonso López Pumarejo,24 padre del primer gobernador del departamento del Cesar y promotor de la mitología regional que presenta al vallenato como una música que expresa “la no conflictiva fusión de los elementos aristocráticos y populares de la sociedad regional en detrimento de sus diferencias de clase o raza” (Britto 2015, 80).
La presencia de Araújo y de Escalona en los eventos es reveladora. Como fundadores del Festival Vallenato fungieron como “custodios” de la “tradición” y del valor cultural de esa música. Ambos integraban la “red de familias conectadas a través de la política electoral, los matrimonios y los negocios” que “se apropió de una expresión musical popular y la usó como parte de sus esfuerzos para facilitar y darle forma a la integración de la región con la nación” (Britto 2015, 72).
Como advierte Britto, no es que antes no existiera una integración, pues el Gran Magdalena había estado articulado con redes nacionales e internacionales de comercio, inversiones y política. Se trata más bien de que planes de ganadería y agricultura comercial -banano, dividivi, algodón y marihuana-, además del contrabando, habían ido transformando la sociedad regional, propiciando la diferenciación social y la competencia entre grupos de poder local.25 En tal ambiente de pugnacidad política, apropiarse de las expresiones populares musicales e instaurar un festival aparecían como una nueva forma de hacer política dentro de la región y de proyectarla y hacerla atractiva en el contexto nacional.26
Así lo comprendieron también los marimberos -jóvenes traficantes de marihuana-, quienes desde finales de los años sesenta abrazaron y promovieron la música vallenata como una forma de celebrar sus triunfos comerciales, difundir sus valores y legitimar su creciente poder (Britto 2015, 72). Aunque la música vallenata y la parranda, como formas festivas y competitivas de socialización, eran usadas antes de la bonanza marimbera en la construcción de prestigios y redes sociales, los marimberos contribuyeron a darles una nueva significación. Britto establece que, a través de mecanismos como el mecenazgo, los pagos exorbitantes por presentaciones y las compras masivas de música grabada, los marimberos crearon un nuevo mercado musical para compositores y artistas vallenatos. No se encontraron con la oposición de las élites, por cuanto los marimberos no impugnaron directamente el orden político local, pero con sus acciones sí contribuyeron a forjar una nueva arena pública más popular, un mercado más amplio para la música vallenata, y un lugar social más destacado y celebrado para los artistas vallenatos (Britto 2020).
Es crucial conocer ese proceso político de apropiación, popularización y nacionalización del vallenato porque se entrelazó con los esfuerzos políticos y organizativos de las FARC-EP en la región Caribe y terminó caracterizando la política cultural de esa organización a nivel nacional. En ese sentido, la expansión de la guerrilla en el Caribe le permitió cooptar prácticas culturales dotadas ya de un potente valor simbólico -la música vallenata- e incorporarlas en su funcionamiento y proyección.
Vimos que en la campaña de la UP en el Cesar, en 1985, participó el cantautor Julián Conrado, quien cuando ingresó al frente 19 ya había grabado algunas canciones y construido cierta reputación subregional (Bolívar y Lizarazo 2020). Algo parecido sucedió con otro importante músico de la organización, Lucas Iguarán, compositor y cantante nacido en La Guajira que había grabado algunas canciones vallenatas antes de ingresar a la organización guerrillera en 1986. Ambos empezaron a componer y a cantar para eventos escolares y comunitarios cuando eran jóvenes estudiantes. Con la música animaron procesos de organización colectiva en sus respectivos municipios -Turbaco (Bolívar) y Villanueva (La Guajira), respectivamente-. En el contexto de ampliación del mercado y los públicos para la música vallenata, Conrado e Iguarán lograron que figuras musicales de la región grabaran sus canciones.27 Esa trayectoria política y musical les abrió las puertas de la organización insurgente, e incluso del propio Secretariado.
En una de nuestras conversaciones, Conrado recordó que, en 1989, cuando fue seleccionado para asistir a la Escuela Nacional de Cuadros Hernando González Acosta en el Meta, tuvo la posibilidad de conocer y tener reuniones con Jacobo y con Marulanda, pues ambos sabían de su experiencia musical. Narró Conrado que el comandante Arenas le dijo: “bueno, tú viniste a esta escuela que es político militar, pero lo tuyo es el canto”, entonces, “a cantar, ¿qué haces aquí?, a tu frente a cantar; aquí hay gente, guerreros hay cantidad de guerreros, pero el único que canta eres tú, entonces vete a cantar” (Conrado 2018).
Algo parecido sucedió con Lucas Iguarán. En una entrevista, el músico señaló que el comandante del frente 19, Adán Izquierdo -el mismo que delegó en Conrado la participación de las FARC-EP en el lanzamiento de la UP en 1985-, “tenía la iniciativa de grabar un primer disco empírico”. Gracias a ese estímulo, Iguarán y otros comenzaron un trabajo
en las montañas de Santa Clara, en la Sierra Nevada de Santa Marta, grabamos al aire libre, con guitarra, un casete que por un lado traía temas de Julián y del otro lado contenía temas míos. De esa producción distribuimos una gran cantidad, quizás unos 2.000 ejemplares que gustaron mucho entre los amigos más cercanos a la organización. (Cadena Radial Bolivariana 2007)
Para ese momento ya tenían el plan de hacer una grabación “en estudios”, la cual fue pronto autorizada por el Secretariado. Estas dos referencias revelan cómo las FARC-EP acogieron, estimularon y aprovecharon elementos de la escena musical regional que los organizadores del festival, pero, sobre todo, los marimberos habían ayudado a forjar. Al igual que decenas de músicos regionales, Conrado e Iguarán se beneficiaron de la expansión del mercado musical regional y nacional para grabar e ir logrando reconocimiento.
El comandante Adán Izquierdo estimuló ese trabajo musical como parte de las tareas políticas en la zona y consiguió el apoyo del Secretariado para hacerlo. La poderosa coordinación entre el nivel regional del frente 19 y el centro político de la insurgencia queda clara también en el reconocimiento y la conminación que hizo el comandante Arenas a Conrado para que se “vaya a cantar”. El nivel central/nacional de la política fariana incorporó entonces a sus planes las capacidades expresivas, los gestos y las narrativas que la cultura costeña moviliza y consagra con el canto vallenato. Estos fluidos intercambios permitieron la grabación y producción del primer álbum musical de las FARC-EP, titulado Mensaje fariano, de autoría de Conrado e Iguarán.
Las innovaciones político-culturales desarrolladas en el frente 19 no terminaron ahí. En 1991, y luego de militar en la Juventud Comunista, la UP y de ser personero de Colosó (Sucre), Jesús Santrich decidió vincularse a la lucha armada. Sus experiencias organizativas lo llevaron a interesarse por la radio y a cofundar, junto con Simón Trinidad y otro cantautor, Cristian Pérez, la “Emisora Radial Resistencia Caribe FM Stereo, que luego se denominaría Cadena Radial Bolivariana - Voz de la Resistencia, en la Sierra Nevada de Santa Marta”. La emisora tenía programación “hasta de ocho horas diarias” y “fue replicada por varios frentes y bloques” (Santrich 2019).
La reconstrucción de estos procesos permite subrayar la vitalidad política y cultural que la organización encontró en el Caribe, tanto como la capacidad y apertura organizacional para aprovechar y nacionalizar esa influencia. Durante los noventa, el proyecto radial insurgente en el Caribe contribuyó a la divulgación de la música y a materializar su política cultural, la cual había sido estipulada en la VII Conferencia e insistía en el compromiso de la guerrilla con la “recuperación de las mejores tradiciones de la cultura colombiana” (Bolívar 2017, 212-213; Quishpe 2020).
Esta experiencia nos posibilita mostrar cómo la política cultural nacional fariana se alimentó de los procesos de nacionalización del vallenato que la mitología regional del Caribe había impulsado. Utilizando los términos de Loveman (2005) y Mampilly (2015), diríamos que la expansión regional de la guerrilla hacia el Caribe les permitió primero cooptar y luego imitar las formas de poder simbólico asociadas con la música vallenata. De las 700 canciones compuestas por músicos guerrilleros entre 1988 y 2018, el 44 % son vallenatos y también el 44 % se produjo en el bloque Caribe. Conrado compuso el 19 % e Iguarán el 12 % (Quishpe, Bolívar y Malagón 2019).
El papel protagónico de los artistas vallenatos en la producción musical de las FARC-EP y el funcionamiento nacional de la emisora revelan la importancia política de las dimensiones culturales y simbólicas en la expansión regional y en la nacionalización del proyecto insurgente. La música cumplió diferentes propósitos en la insurgencia (Bolívar 2017; Quishpe 2020; Samacá 2017), pero aquí nos interesa recalcar que pudo hacerlo porque, en su expansión regional al Caribe, la guerrilla cooptó, emuló y luego potenció prácticas culturales que, como el canto vallenato, eran ya reconocidas, apreciadas y disputadas como elementos de una mitología regional.
Las múltiples interdependencias entre el centro político, los frentes regionales de la agrupación y diversos actores locales se muestra aquí, tanto con el auge de la música vallenata en la producción de la organización como en la consolidación nacional de la emisora. La reconstrucción de esas dinámicas evidencia lo limitado que resulta concentrarse en los aspectos bélicos de la expansión regional y lo desafiante de rastrear la acumulación y la disputa de poder simbólico.
Reflexiones finales
En la introducción destacamos la oportunidad política y analítica que tenemos hoy de aprender de y con los insurgentes sobre sus diversas experiencias regionales. Partimos de ahí porque nos interesa renovar las preguntas relacionadas con la expansión regional guerrillera desde análisis específicos en torno al rol de las ideas, los elementos simbólicos y las mitologías regionales.
A lo largo del artículo propusimos dos argumentos. Señalamos que es necesario repensar los procesos de expansión insurgente aprovechando lo que hoy sabemos de las diversas lógicas en juego con la expansión del alcance territorial del estado. Nuestra apuesta por pensar conjuntamente esos procesos de expansión del dominio político -estatal e insurgente- permite complejizar las visiones centradas en lógicas bélicas y de captación de recursos, tanto como aquellas que naturalizan el crecimiento del estado y subestiman las ideas y experiencias que llevan a actores concretos a comprometerse, o no, en esas dinámicas. A través del análisis de distintos documentos de los líderes farianos reconstruimos sus tempranos y poco conocidos intentos de expansión, y nos preguntamos por qué académicos y líderes farianos han desestimado tales esfuerzos. También insistimos en el análisis sobre la búsqueda de respetabilidad política como una de las cuestiones en juego tras lo que el comandante Arenas llamó la “ambición” de llegar a otros lugares y convertir así a la organización en un actor nacional. De ahí nuestro llamado a revisar los tiempos, motivaciones, desafíos y modos de la expansión insurgente.
En consistencia con esa propuesta, describimos un caso en el que la expansión regional de las FARC-EP supuso una relación particularmente potente entre el centro político y el nivel descentralizado de la organización. Mostramos que el plan insurgente en el Caribe se cruzó y se alimentó del dinamismo cultural y político otorgado al vallenato dentro de una mitología regional movilizada por quienes impulsaron la creación del departamento del Cesar en 1968. Tal mitología fue rápidamente popularizada por los traficantes de marihuana, quienes financiaron y facilitaron el crecimiento de un mercado musical en torno al vallenato durante los años setenta. Los músicos aprovecharon las oportunidades de creación y grabación y algunos utilizaron la música como estrategia de animación y motivación política en las intensas luchas de la década de los setenta. Julián Conrado y Lucas Iguarán surgieron como compositores y lograron grabar algunos de sus temas en ese contexto, antes de que la persecución política de los años ochenta los llevara, junto con otras personas, a protegerse en las FARC-EP.
Una vez en la organización y desde el frente 19, promovieron proyectos regionales -radiales y musicales- que terminaron siendo nacionalizados por el Secretariado y convertidos en elementos centrales de la política cultural fariana. Esta experiencia demuestra las complejas interdependencias entre los niveles nacional y regional de la guerrilla y la forma como la organización apropió elementos de la mitología regional para acumular poder simbólico, legitimidad cultural y ganar proyección nacional.