Este libro, fruto de una investigación de más de doce años, hace parte de la colección Intervenciones en Estudios Culturales de la Pontifica Universidad Javeriana (PUJ) en Colombia. El texto es una tesis de maestría del Departamento de Estudios Culturales de la Facultad de Ciencias Sociales de la PUJ.
La autora del libro, Betty Sánchez Sarmiento, parte de "una experiencia de más de una década como ferviente practicante de tomas de yagé en el seno de un visible grupo neochamánico" (13) en el que fueron agredidas sexualmente varias mujeres por Edgar Orlando Gaitán Camacho, líder de la Fundación Carare y la comunidad de paz de pensamiento bonito. Dicha experiencia se presenta como una etnografía autorreflexiva, en la que se hace una descripción densa de prácticas, significados y roles en los que se hicieron posibles estas violencias contra múltiples personas. De esta forma, la postura de la autora es clara desde la primera página. Es evidente que aquí no se busca ni se parte de una pretendida "objetividad", ello violaría los principios de este tipo de etnografía en la cual el punto de vista de la investigadora está presente todo el tiempo; en la que, de hecho, hay una reflexión abierta y continua sobre las creencias, las ideas y los propios prejuicios. Además, la investigación pone en funcionamiento el contextualismo radical, el eclectisismo estratégico y un compromiso político, como elementos centrales de la manera de proceder de una forma de los estudios culturales.
En el libro hay una conjunción de temas que, para el contexto colombiano, han sido muy poco investigados. Por un lado, están las prácticas que se han llamado neochamanismo en las que hay consumo de preparaciones con plantas, generalmente usadas por diversas comunidades en contextos rituales: yagé (ayahuasca), mambe de coca, ambil y rape (miel y polvo de tabaco), entre otros. Uno de los rasgos más importantes de este tipo de prácticas es que se realizan, generalmente, en las ciudades y sus alrededores, y que sus agentes no son, necesariamente, miembros de comunidades indígenas. Sobre ello, las investigaciones de Alhena Caicedo-Fernández (2015) permiten asumir una postura sobre el fenómeno de los neochamanismos yageceros en Colombia. En el contexto latinoamericano hay investigadoras que están pensando estos asuntos, a saber: Daniela Peluso (2014), Beatriz Caiuby Labate y Edward MacRae (2010), Labate et al. (2017) y Anne-Marie Losonczy (2006), entre otras. Por otro lado, casi no hay investigaciones que hagan descripciones densas y que permitan comprender diversas prácticas de grupos en deriva sectaria o grupos en los que hay un culto a la personalidad de un líder.
Si bien, la investigadora es muy cuidadosa en calificar a la autodenominada comunidad carare como grupo en deriva sectaria (Sánchez, 2018: 167), tras la atenta lectura se puede configurar un argumento para defender que hay un gran peligro en reproducir este tipo de organizaciones. En el libro hay descripciones densas de cada una de las prácticas que se enumeran a continuación. Primero, la estructura del grupo se parece a una cebolla, ordenada disciplinariamente por niveles, en el centro, por supuesto, está el líder (46-62). Segundo, la información importante no fluye libremente entre los miembros, se hace uso de la mentira y se distorsiona la información (49-62, 159). Tercero, hay un establecimiento de empresas fachada; en la investigación se narra cómo se configuró la Fundación Carare y, después, la Comunidad de Paz de Pensamiento Bonito, Comunidad Carare, además de la institución prestadora de salud (IPS) Maya Pijá (65-99). Cuarto, parecen prometerse curas milagrosas a múltiples enfermedades, tratamientos efectivos a las adicciones, la resolución mágica y práctica de conflictos personales, familiares y sociales (29-31). Quinto, se usa la información personal para manipular, para ello, los "coniesos", la "silla vacía", las "purgas", el "cara a cara" y los "gólgotas" (107-121). Además, se incentiva a los diferentes miembros a espiarse entre ellos: de aquí la importancia del chisme como estrategia de control (117, 131). Sexto, hay un control del comportamiento, de las formas de vestir, de la música que cada uno escucha, de las dietas al comer y de la frecuencia con que se sostienen las relaciones sexuales (108, 122, 167-168). Por último, se controlan los pensamientos y las emociones; se induce a la culpa y al miedo (160-164).
Es sugerente que, si bien el tema de las violaciones a mujeres que pertenecían a esta comunidad es un elemento que marca profundamente la experiencia descrita por la autora, este sólo es tratado en el último capítulo (141-164). En el libro hace falta reflexionar con mayor profundidad sobre las violencias sexuales, por ejemplo, en relación con los usos de los términos agresión, abuso y violación. Valdría la pena pensar el capítulo "Violencias y violaciones" a partir de otras posturas del feminismo contemporáneo, de los estudios de género y los estudios culturales (Segato, 2018; Mesa, 2017; Das, 1996), además de pensar otros problemas que son tratados desde la filosofía.
Para el contexto colombiano, el proceso judicial contra Edgar Orlando Gaitán Camacho es uno de los pocos fallados en favor de víctimas de violencia sexual en persona en incapacidad de resistir. Este hito en la legislación colombiana aún necesita pensarse desde múltiples perspectivas, asunto que no ocurre en el libro. Hay que volver a las intervenciones de los peritos especializados en lingüística, antropología, psiquiatría y psicoanálisis, además de las autoridades indígenas que fueron consultadas por la iscalía y por los abogados de las víctimas. De igual manera, si bien está nombrado en el texto, no hay descripciones densas o testimonios de la manera como son tratadas personas con sexualidades no normativas, pues allí, además de las prácticas de discriminación, hay otras formas de violencia. Además, la configuración de lo masculino, en tanto un rol susceptible de engaño y violencia, no es tratada con la suficiente profundidad.
En suma, el libro de Betty Sánchez Sarmiento es un texto necesario para comprender cómo es que algunos dispositivos personales, grupales, sociales y políticos posibilitaron el engaño, el abuso y un ejercicio de dominación en una comunidad en particular, así como los peligros de seguir reproduciendo estas relaciones y roles en otros grupos o instituciones.