Introducción
En Colombia el turismo es promovido como un sector promisorio para el desarrollo económico (Brida, et al., 2017) y, en menor medida, como un instrumento para la conservación ambiental, sintonizándose con un discurso internacional al respecto. Estas ideas se impulsaron con mucha fuerza durante los dos gobiernos de los presidentes Álvaro Uribe Vélez (2002-2006 y 2006-2010) y Juan Manuel Santos (2010-2014 y 2014-2018), en los cuales, se promovió la inversión privada y se hicieron esfuerzos importantes por mejorar la imagen del país a nivel internacional. Con la firma de los Acuerdos de Paz en 2016, que pareciera abrir otro escenario favorable, también se espera que el número de turistas aumente y, a través de proyectos turísticos, mejore la calidad de vida de los municipios afectados por el conflicto armado.
Estas expectativas frente al turismo están en concordancia con el discurso internacional. No obstante, la adopción de una postura económica o conservacionista depende de los recursos naturales y culturales con los que cuentan cada región, de la disponibilidad de sus pobladores para asumirla y de su capacidad para incorporar estos recursos a la lógica del mercado, pero también y, principalmente, de la intencionalidad con que se promocione determinado proyecto. Esto es especialmente destacado en el caso de la Amazonia, donde varios municipios vislumbran nuevos horizontes de empleo y emprendimiento (Hernández, 2017; Menchero, 2018; Rodríguez, 2017; Rueda y Bonilla, 2017; Rodríguez, et al., 2015), así como posibilidades de conservación y trabajo con las comunidades (González, Ramírez y Chavarría, 2015).
Esta región no ha sido ajena a la expansión del turismo y, en el crecimiento del sector, han incidido las políticas dirigidas desde el nivel central. En los últimos quince años, el destino más consolidado de la Amazonia colombiana ha sido Leticia, capital del departamento del Amazonas, ubicada al sur del Trapecio Amazónico, en la frontera con Brasil y Perú. El sector ha crecido constantemente desde el año 2002. Los indicadores más claros son el aumento de los visitantes y de los negocios asociados a la cadena de valor como hoteles, agencias de viajes, operadores turísticos, restaurantes y tiendas de artesanías.
El turismo en la Amazonia se caracteriza porque en un mismo espacio territorial y momento se encuentran dos mundos diferentes: el capitalista comercial y las comunidades nativas (Ochoa y Pelupessy, 2010), que, si bien están integradas parcialmente al mercado, mantienen formas tradicionales de subsistencia, intercambio y solidaridad (Gasché y Vela, 2012), y son dueñas de gran parte del territorio. Este artículo se pregunta por las implicaciones que tienen en la configuración territorial de la Amazonia las estrategias de desarrollo turístico impuestas desde el nivel nacional, las cuales, buscan promover el crecimiento económico a partir de la satisfacción de las exigencias internacionales o de volver rentables las áreas protegidas.
El texto está organizado en cinco partes. Luego de esta introducción, se presenta el aporte del enfoque de cadenas globales de valor para el análisis de las implicaciones territoriales del turismo. La siguiente sección introduce el contexto de la investigación, en la cuarta se analizan las implicaciones sobre el territorio y se cierra con las conclusiones principales.
Aporte del enfoque de cadenas globales de valor al análisis territorial
El enfoque de cadenas globales de valor analiza los procesos de todos los agentes que participan en la agregación de valor y la regulación del sector, desde la producción hasta el consumo final, considerando las relaciones mutuas entre factores globales y locales (Pelupessy, 2001). Surgió como una propuesta para estudiar los procesos de globalización industrial a principios de la década de los noventa del siglo veinte, buscando entender los efectos del desplazamiento de la producción en Europa y Estados Unidos hacia países que representarían costos menores de producción, dada su mayor oferta de mano de obra, así como exigencias ambientales menores. De esta forma, el enfoque se aplicó masivamente a sectores como la fabricación de automóviles, ropa, juguetes y alimentos, siendo el trabajo de Gereffi y Korzeniewicz (1994) pionero en recoger estudios de caso que evidenciaban el poder ejercido por corporaciones transnacionales para controlar procesos complejos de diseño, fabricación, ensamblaje, distribución y consumo de mercancías a lo largo del planeta.
El enfoque propone el análisis de cuatro componentes: i) la generación de valor de cada agente, ii) la dimensión geográfica de las actividades productivas que pueden ser implementadas por agentes en lugares geográficos disímiles. Este es el punto de enfoque del presente artículo, sin dejar de lado la mención estratégica de los demás componentes. iii) La incidencia de las políticas públicas y el contexto de las instituciones que dan forma a las transacciones en la cadena, y iv) la fuerza motriz o estructura de poder, y su énfasis en develar las relaciones de poder a lo largo de la cadena, situando el enfoque dentro del campo de la economía política.
La estructura de la cadena global en Leticia tiene una diferenciación fuerte entre los agentes localizados en el medio urbano y los que están por fuera de este, como los territorios de las comunidades indígenas. La distribución del gasto turístico evidencia que un 70% queda por fuera del destino y otro 19% queda en manos de agentes urbanos. El 11% restante se distribuye entre el transporte hacia las comunidades y la organización de excursiones. Lo que les queda a ellas constituye cerca de un 3% (Ochoa, 2015). Por otra parte, el turismo es una fuerza global que incorpora en su lógica a corporaciones transnacionales, empresas locales y comunidades nativas (Ochoa, 2015; Lohman y Trischler, 2012). En el caso de la Amazonia colombiana, por ejemplo, las políticas nacionales permitieron la consolidación de una cadena hotelera transnacional como firma líder del sector.
Contexto de la experiencia
El área de estudio se caracteriza por un enorme mosaico ecosistémico y cultural. Leticia, capital del departamento del Amazonas, es la ciudad más al sur de Colombia. Limita con la ciudad de Tabatinga (Brasil), con la cual forman una conurbación, y se encuentra en frente al caserío Santa Rosa (Perú), ubicado en la margen derecha del río Amazonas, constituyendo una región trifronteriza. La dinámica turística incorpora pequeños poblados y comunidades indígenas que oscilan entre los 100 y los 900 habitantes, y reservas naturales de las tres naciones. En el área confluyen cerca de 20 grupos étnicos y poblaciones mestizas de diferentes regiones de los tres países, a lo que se suma una presencia importante de extranjeros que viven en la región, otorgándole un aire cosmopolita.
El turismo se ha convertido en una de las actividades más dinámicas en los últimos quince años en la región. El número de turistas pasó de seis mil en 2002 a cerca de noventa mil en 2017 (Secretaría de Turismo y Cultura, 2018). En 2002 había catorce establecimientos de hospedaje y para 2016 el número había ascendido a noventa (CONFECÁMARAS, s.f.), mientras que los negocios asociados a la cadena de valor representaron en 2013 el segundo renglón de generación de empleo en Leticia.
El territorio turístico tiene una base en el medio urbano, no obstante, este ofrece pocas alternativas a los visitantes y es utilizado principalmente como plataforma para salir a visitar los principales atractivos ubicados en la selva, los ríos y lagos, y en los territorios de las comunidades indígenas. Así, el paquete turístico promedio de cinco días y cuatro noches incluye alojamiento en la ciudad, tour por la frontera, visita corta a algunas comunidades indígenas, reservas naturales, la Isla de los Micos y el municipio de Puerto Nariño.
La entrada al turismo de masas se produjo en 2004 con la llegada a Leticia de Hoteles Decameron y se intensificó de manera dramática en 2012 con la compañía On Vacation. Desde sus inicios, en la década de 1950, los indígenas han participado de la actividad turística, en principio de una manera más pasiva como observadores y, en muchos casos, observados, pero, primordialmente, como mano de obra. Más recientemente han intentado mejorar su papel en la cadena de valor tomando una posición más activa. Si bien su agencialidad ha cambiado paulatinamente, las condiciones de subordinación y desigualdad se mantienen, y sus perspectivas de mejoramiento aún son dudosas (Ochoa, 2017b).
La noción indígena del territorio no se encuadra en una concepción político administrativa del mismo o en una imagen de un espacio delimitado, al estilo de un mapa. Tampoco encaja en la definición de territorio desde las ciencias naturales, referido al espacio que ocupa, demarca y utiliza una especie. Es, por el contrario, un tejido de relaciones (Echeverri, 2004; Herreño, 2004) que pueden abarcar hasta donde llegue su pensamiento, alimentado por su conocimiento amplio de las especies de plantas y animales, y de los ciclos naturales que se materializan en los sistemas de planeación de los cultivos, en los bailes y ceremonias rituales, entre otros.
Un aspecto determinante en el paisaje y en el territorio como espacio de uso para todas las actividades humanas y que incide fuertemente en el turismo de la Amazonia es el pulso de inundación, caracterizado por cuatro momentos: aguas bajas, aguas crecientes, aguas altas y aguas descendientes. La diferencia del nivel entre aguas altas y aguas bajas puede ser de 14 metros en algunos sitios, el paisaje es, por lo tanto, muy diferente y determina la vida social y económica, la disponibilidad de recursos, el transporte, las enfermedades, entre otros. Un turista que desea navegar por el interior de la selva se verá frustrado si visita la región en época de aguas bajas. Aunque los agentes turísticos han comenzado a incorporar esta información en su oferta, los planes sectoriales y de ordenamiento tienen poca consideración por este cambio fundamental y no existen políticas para la administración de un territorio que varía de forma constante.
Siguiendo la idea de que el territorio es una construcción social, en este artículo se detallan dos casos: la concesión de los servicios ecoturísticos del Parque Nacional Natural Amacayacu, único apto para el turismo en la región y la certificación de Puerto Nariño, segundo municipio del Amazonas, como destino turístico sostenible.
El Parque Amacayacu, creado en 1975 con un área de 293.500 ha, superpone su territorio con varios resguardos indígenas y dos comunidades: Palmeras y San Martín de Amacayacu. En 1985 inició actividades turísticas con seis comunidades, las dos mencionadas y cuatro que están en su área de influencia: Mocagua, Macedonia, El Vergel y Zaragoza (Figura 1). Luego de veinte años de trabajo conjunto y aprendizajes colectivos, en 2005 los funcionarios del Parque habían incorporado la concepción indígena sobre el territorio en las actividades ecoturísticas como una forma de avanzar en la construcción de la política de Parques con la Gente y empezaba a estar claro que la conservación de las áreas protegidas podría ser más exitosa si se mantienen procesos de largo aliento con las comunidades (Fordred y Mearns, 2018). Entre los funcionarios del Parque y las comunidades habían creado un diálogo de saberes (Ochoa, en prensa), superando la posición observada en otros lugares donde se crearon Parques Nacionales expulsando a los pobladores nativos.
En el año 2004 se lanzó la política de concesiones ecoturísticas en Colombia (Departamento Nacional de Planeación, 2004), que coincidió con el inicio del turismo de masas liderado por la corporación transnacional Hoteles Decameron, primero en llegar a Leticia por una solicitud expresa del presidente de la República a su propietario (Ochoa, 2015). En el año 2005 Decameron, en asocio con Aviatur, ganaron la concesión de ecoturismo del Parque Amacayacu y firmaron un contrato a diez años. La Concesión fue el tercer insumo que recibió la cadena hotelera para posicionarse en la región, luego de aceptar en comodato, en el año 2004, el antiguo Parador Tikuna y la Isla de los Micos. Para mantener las actividades turísticas se realizó un proceso de coordinación entre el Parque, la Concesión, las comunidades indígenas y las instituciones locales. Este proceso tuvo como referente un estudio de capacidad de carga solicitado por las comunidades, dada su preocupación por el aumento del turismo, y sus implicaciones negativas en el ambiente y la cultura (Organización Tikuna Moruapw de la Selva, 2003).
Puerto Nariño, segundo municipio del Departamento, ha sido con el Parque Amacayacu y la Isla de los Micos uno de los destinos turísticos más emblemáticos del área. El casco urbano se encuentra en la ribera izquierda del río Loretoyacu, a un kilómetro de su desembocadura en el río Amazonas y a 75 kilómetros aguas arriba de Leticia (Figura 1). El único acceso es por vía acuática. La población total para el año 2015 era cercana a los 8.000 habitantes, de los cuales, unos 2.100 vivían en el área urbana (Cardona y Riaño, 2016). Se puede considerar un municipio indígena y las etnias predominantes son tikuna, cocama y yagua. No obstante, la presencia de mestizos o 'blancos' es muy importante y, salvo un par de alcaldes indígena, los demás han sido de origen mestizo. El municipio es llamado coloquialmente "el pesebre natural del Amazonas" y debe su reputación al paisaje en el que se implanta, a la tipología de sus viviendas, a las políticas de sensibilización ambiental y, no menos importante, a la prohibición de vehículos motorizados, atributos que incidieron para su elección como el primer destino turístico sostenible certificado en Colombia.
Para evaluar cómo las dos experiencias señaladas participan de la cadena global (Ochoa, 2015), y cómo esta ha incidido en la reorganización social y territorial del sur de la región, el presente artículo se basa en información recogida en varias temporadas de trabajo de campo entre los años 2008 y 2014, que incluyeron la visita permanente a las comunidades indígenas mencionadas, con mayor tiempo en Macedonia y Mocagua, y la participación en encuentros turísticos y actividades desarrolladas por los pobladores, así como en talleres para la implementación de la Concesión Amacayacu. De igual manera, se aplicaron entrevistas semiestructuradas a varios agentes de la cadena de valor, principalmente agencias de viajes, tour operadores y hoteles, y entrevistas a funcionarios del Parque Amacayacu, empleados de Hoteles Decameron en Leticia y Bogotá, y entidades oficiales.
Transformaciones del territorio amazónico generadas por el turismo global
Una persona que haya recorrido la ribera del Amazonas colombiano hace treinta años y vuelva en estos días se encontrará con una euforia social en torno al turismo que ha modificado la configuración y el uso del territorio en varios sentidos. Un ejemplo claro en la morfología de los asentamientos indígenas es la multiplicidad de malocas no tradicionales, sino comerciales, destinadas a la venta de artesanías y representaciones turísticas. Al ser construidas en sitios estratégicos han generado exclusión en las comunidades. Otro ejemplo es el hotel de 300 habitaciones a la orilla del río, construido con madera traída del Perú.
También encontrará nuevas reservas naturales con fines turísticos, cabañas y restaurantes, y se sorprenderá con las formas nuevas de trabajo y de ingresos de las familias indígenas, algunas de las cuales ahora se dedican exclusivamente a las artesanías y a la atención de turistas (Tobón y Ochoa, 2010). Además, evidenciará la presencia de muchas personas extranjeras. En Leticia podrá confirmar cómo se ha privilegiado una zona en la cual se mejoran ciertos servicios y se concentran los recorridos, creando un lugar para turistas y procurando que tengan un mínimo contacto con el resto de la ciudad (Aponte y Ochoa, 2010). Si es buen observador, constatará las afectaciones directas a la seguridad alimentaria de la población local. Al privilegiar la demanda de ciertos alimentos y de especies de mayor productividad, se propicia su alza de precio, así como la pérdida de especies y del conocimiento tradicional asociado a ellas.
Sin embargo, esta euforia contrasta con las condiciones sociales de los asentamientos, pues, a pesar del aumento considerable de negocios, visitantes e ingresos, los servicios básicos de salud, alimentación, educación e infraestructura, tanto en las comunidades como en la ciudad, siguen mal atendidas o en peor estado. La contradicción sale a flote: el turismo ha modificado la configuración espacial de la ciudad y de los asentamientos indígenas, pero el crecimiento, que se ha dado a sus expensas, no ha incidido positivamente en la calidad de vida de los pobladores.
La concesión de turismo del Parque Amacayacu, que funcionó entre 2005 y 2011, y la certificación de Puerto Nariño como destino sostenible permiten entender con mayor detalle estas implicaciones. Las dos experiencias, a pesar de sus diferencias, tienen en común haber respondido a políticas nacionales y exigencias internacionales.
La Concesión Amacayacu
Para el año 2010 era evidente que el turismo había inducido cambios importantes en las formas de ingreso y de trabajo de las comunidades indígenas asociadas al Parque Amacayacu, provocando una nueva división del trabajo tanto al interior de estas, como a nivel regional (Tobón y Ochoa, 2010). Labores como la elaboración de artesanías que comprende la recolección de materia prima, la transformación, el acabado y la comercialización, que antes eran realizadas por una misma familia, hoy están divididas entre varias familias e, incluso, entre diversas comunidades. Por ejemplo, en la comunidad tikuna de Macedonia, consolidada como una de las más emblemáticas para la compra de artesanías y parada obligatoria de los tours, se convirtió en tradición la elaboración de productos del árbol de palosangre (Brosimum Rubescens Taub.). La madera que antes era conseguida en el medio local, selva adentro y aprovechando árboles caídos, ahora es comprada principalmente a vendedores de la ribera derecha del río Amazonas, es decir, en el lado peruano. También es común que los artesanos envíen sus figuras de madera moldeadas en bruto para que en otras comunidades las terminen y las comercialicen. Se estima que, actualmente, el 90% de las familias de Macedonia tienen relación directa con actividades turísticas, haciendo que objetos y prácticas tradicionales se hayan convertido en mercancías para la compra y la venta.
Otra implicación importante de la Concesión fue dar una dimensión global al ecoturismo en el Parque. Al ser manejado por una cadena transnacional, que promocionaba internacionalmente su destino Amazonas, el Parque ganó visibilidad y se incrementó considerablemente el número de turistas. Este se globalizó. Como ha sucedido en otros sectores (Pelupessy y van Kempen, 2005), la presencia de una corporación transnacional otorgó prestigio a los productos, lo cual, trajo consigo un cambio en el perfil del consumidor: en una primera etapa, hasta 2005, se recibían turistas sensibles e interesados en aspectos ambientales y luego, con el turismo de masas, el visitante era más depredador y menos consciente. Un aspecto positivo lo constituyó la mejora de la infraestructura, el aumento sostenido de visitantes, las capacitaciones a las comunidades y el inicio de un programa de monitoreo.
No obstante, los ritmos del turismo como industria se impusieron y la intencionalidad empresarial con que fue concebida la Concesión tuvo implicaciones importantes. La lógica comercial de la empresa privada sobre los recursos entró en choque con la concepción social del territorio de los indígenas y derivó en conflictos sobre el uso de los espacios. Los caminos o trochas donde se hacían las chagras con el sistema de tumba y quema, y por las cuales se ingresa a la selva para encontrar multiplicidad de recursos fueron señalizados para convertirlos en senderos ecoturísticos. Promocionados para los visitantes, estos senderos tuvieron una suerte de sacralización pensando en responder a los imaginarios (equivocados) de los turistas y se llegó a sugerir la prohibición de hacer chagras cerca del sendero, pues los paseantes se quejaban de que los indígenas estuvieran talando y quemando la selva, situación que también generó incomodidades entre algunos funcionarios del Parque. Las largas jornadas de trabajo en el hotel también fue motivo de quejas por parte de los indígenas, pues implicaba la separación de su familia y cierto abandono de sus chagras.
La fuerza del turismo, transmitida por agentes externos a las comunidades, también condujo a una nueva asociatividad entre los indígenas, esta vez con fines comerciales. En Macedonia se construyeron tres malocas para vender artesanías y realizar presentaciones culturales a los turistas. Las tres compiten entre sí, pues cada una reúne diferentes grupos de solidaridad, reafirmaron la distribución espacial de las relaciones de poder del asentamiento y transformaron su configuración espacial sobre la ribera. Cuando el turista llega no conoce la comunidad pues es desembarcado directamente en una de estas malocas. Compartir experiencias con los indígenas, que es una de las motivaciones de los visitantes, se reduce a una interacción de carácter comercial mínima y controlada que es totalmente artificial.
Igualmente, algunas familias decidieron dejar sus chagras total o parcialmente para dedicarse a los empleos en el sector, a la elaboración de artesanías o la construcción de negocios, como alojamiento y restaurantes. Unas pocas decidieron especializarse en sembrar algunas especies de yuca (las de mayor productividad), pensando en abastecer los negocios nacientes. La promesa de nuevos y, tal vez, de mejores ingresos con el turismo se contrapone con la exigencia de adquirir nuevas habilidades, situación que deriva en la pérdida de saberes tradicionales, lo cual, se puede convertir en una amenaza a la soberanía alimentaria de las comunidades.
La fuerza del turismo influyó en la percepción territorial de dos formas. Permitió aumentar la presencia del Parque Amacayacu en los medios de comunicación, principalmente virtuales e impresos, gracias a toda la publicidad internacional que realiza el Decameron con sus agencias en varios continentes, pasando así de ser un sitio remoto y desconocido a ser un atractivo turístico a nivel global. A nivel local incidió en que algunos indígenas empezaran a cambiar su percepción sobre el territorio en dos sentidos opuestos. De una parte, generó una suerte de conciencia conservacionista al sugerir que ciertas especies, como primates, aves, o acuáticas, podrían tener más valor vivas que muertas. De otra, al entrar en el mercado capitalista del turismo, se empezaron a monetizar algunas interacciones sociales que anteriormente hacían parte de la reciprocidad comunal. Ahora el territorio, que anteriormente tenía una especie de aura, puede ser usado para mostrarlo a quienes pagan por verlo. Así, aunque la certificación de Puerto Nariño como destino turístico sostenible tiene similitudes con la Concesión, hay aspectos específicos que vale la pena considerar.
Puerto Nariño y su certificación como destino turístico sostenible
La certificación como destino turístico sostenible, de acuerdo con la Norma Técnica Sectorial NTS-TS 001-1, se realizó sobre el área urbana y con el objetivo de aumentar la competitividad y mejorar el servicio, pese a las dudas de algunos líderes locales (Vélez, 2017). Los beneficios principales de la certificación han sido el abastecimiento de agua y el servicio de energía eléctrica las 24 horas del día, la construcción o renovación de unos cuantos hoteles, y el surgimiento de famiempresas o iniciativas individuales como tiendas, restaurantes y guías turísticos que han traído como consecuencia el aumento de empleo. No obstante, esto podría haber sucedido sin la certificación, pues los empresarios de Leticia habían empezado a crear sucursales en Puerto Nariño cuando el Parque Amacayacu fue entregado en concesión en el año 2005. Otros beneficios fueron una mayor visibilidad en el ámbito nacional e internacional, el diseño de la estrategia de prevención de la Explotación Sexual Comercial de Niños, Niñas y Adolescentes (ESCNNA), el diseño de un código de ética para la actividad turística y la actualización de atractivos (Murillo, 2008).
Puerto Nariño es un ejemplo de una cadena de valor global, en la que el control está en manos de agentes foráneos. Así, los tours que incluyen una visita corta al municipio, con regreso a Leticia el mismo día, hacen que su población deje de percibir ingresos por alojamiento, transporte y actividades para los turistas.
Lo que podría parecer lógico, que los beneficios de la certificación se concentren en el área urbana, desconoce las interacciones de esta con el resto del municipio. Las comunidades rurales no se ven favorecidas con el turismo, pero sí reciben sus impactos al ver disminuidos recursos vitales como la pesca. Por ejemplo, en la construcción de los Acuerdos de Pesca de los Lagos de Tarapoto no se consideró el aumento de la demanda de pescado en los restaurantes, la cual, va en detrimento del abastecimiento de la población local. De hecho, como lo constató Vélez (2017), 16 de las 20 comunidades indígenas del municipio de Puerto Nariño se mostraron reacias a la certificación y no quisieron participar en el proceso, dados los antecedentes problemáticos que se habían presentado con el turismo.
Dos de los beneficios principales de la certificación no están exentos de ironía. El agua aún no es potable, situación paradójica, como en la mayoría de ciudades amazónicas que están rodeadas de agua y presentan regímenes de pluviosidad mayores a los 3.000 mm al año. Por su parte, el silencio, que era otro atributo de la tranquilidad del pueblo, especialmente en la noche, ahora es reemplazado por música a altos volúmenes, gracias a la disponibilidad de energía eléctrica las 24 horas del día. Otras dificultades no subsanadas son los costos de mantener la certificación, las deficiencias en algunos estudios sobre el impacto del turismo o la no implementación de sus recomendaciones (Murillo, 2008). Una situación a la que se enfrenta la población es el aumento de la demanda de productos foráneos, especialmente para construcción y alimentación. Esto genera una disyuntiva: al aumentar el uso de recursos foráneos se podría reducir la presión sobre los locales, pero se incrementa el costo, lo cual, incide en la calidad y la seguridad alimentaria de la población. La importación de productos de la canasta básica de alimentos es un factor de riesgo para las poblaciones locales, como se ha demostrado en sitios que dependen del turismo como la isla de San Andrés (James, 2013), hecho que aumenta la vulnerabilidad alimentaria.
Conclusiones y perspectivas
Las modificaciones en la configuración territorial de la Amazonia se deben, en parte, a la fuerza global de la actividad turística, pero, principalmente, a la intencionalidad de proyectos dirigidos desde el nivel nacional que promueven el desarrollo económico a través de la rentabilidad del territorio, sin dar suficiente importancia a las expectativas de los agentes locales.
El cambio en la percepción social sobre el territorio ha sido una de las consecuencias principales. En la Concesión Amacayacu se comprobó que la rentabilidad económica no puede estar por encima de las concepciones tradicionales del territorio, ni del trabajo de largo aliento del Parque con las comunidades indígenas. El análisis integral permite confirmar que, salvo haber motivado a los funcionarios e indígenas a buscar un modelo menos pesado y más democrático para el ecoturismo, la Concesión fue una experiencia negativa para Parques Nacionales y para el Estado colombiano. Por otra parte, pese a que la certificación de Puerto Nariño se reflejó en mejoras en el casco urbano, hay factores que ponen en entredicho el objetivo de la misma, pues las relaciones de poder entre agentes externos y locales siguen siendo muy desiguales.
Aunque en Leticia el turismo se promueve como el sector más promisorio para el desarrollo, actualmente existe otra imposición de prioridades nacionales con implicaciones fuertes en el ordenamiento territorial. Se trata de la construcción del nuevo aeropuerto internacional, el cual, ignora las prioridades de la población local centradas en resolver los servicios básicos de acueducto, alcantarillado y vías que colapsaron hace varios años, lo que lleva a preguntar a cuál tipo de desarrollo se hace referencia.
Las experiencias presentadas sirven como lecciones para mejorar el sector, teniendo en cuenta que representa una fuente de ingresos importante para la población local. En un contexto histórico global vale la pena considerar que el turismo es, en principio, diferente al extractivismo de materias primas como el caucho, las pieles, las maderas, la pasta base de cocaína, la minería, entre otras tan perjudiciales para la Amazonia y, por lo tanto, puede representar una alternativa importante frente a la extracción de mercancías físicas (Ochoa, 2017a). Un turismo bien planeado, con un liderazgo efectivo entre el sector público y el privado permitiría un uso más adecuado del territorio sin deteriorarlo, pues es la base de su existencia. Sin embargo, de no tomarse los correctivos necesarios, el turismo y el extractivismo pueden llegar a ser más parecidos que diferentes. Con la perspectiva del desarrollo económico sin la sostenibilidad ambiental y social, un incremento descontrolado desemboca en el turismo de masas que aumentará el impacto en los frágiles ecosistemas amazónicos y puede profundizar las desigualdades sociales (Ochoa, 2018).
Es muy importante que las poblaciones indígenas y sus organizaciones sean incorporados como agentes clave en el ordenamiento del territorio destinado para fines turísticos. Esto es crucial en el diseño de políticas de turismo comunitario (Rodríguez, 2017), pero implica mayor disposición para su participación, tanto desde las instituciones públicas como desde las mismas organizaciones, especialmente, cuando los tiempos de unas y otras no coinciden.
El caso del turismo en Leticia sirve como referente para analizar un escenario mayor. En un artículo reciente, Montañez Gómez (2016) sugiere que la firma de los Acuerdos de Paz abre una gran posibilidad para repensar la construcción de Colombia. En el contexto nacional se espera que el turismo sea una alternativa importante dado el patrimonio cultural y natural del país. Con la idea de promover el turismo, se está generando una (¿nueva?) visión del territorio que incluye su uso, pero también su conservación. El turismo podría ser una alternativa más sostenible en términos económicos y ambientales que lo experimentado en otros sectores, aunque, de acuerdo con Rodríguez (2018), aún hay un largo camino por recorrer. Si esto sucede, y las propuestas turísticas muestran resultados importantes y replicables, tal vez Colombia pueda dar un giro a su política exportadora, cambiando la tradición de exportar pedazos del territorio en forma de materias primas, a una tendencia de permitir y promover que más personas tengan experiencias memorables y paguen para que ese territorio, con su naturaleza y cultura, se quede aquí.