Introducción
Se parte diciendo que este escrito no apunta hacia la visita domiciliaria, sino al acto de visitación en Trabajo Social. Tampoco pretende constituirse en un manual práctico para realizar visitas. Es una revisión epistemológica a dicha categoría, así como un replanteamiento ideológico a su sentido y una apuesta política a sus misiones.
Siguiendo a Mignolo (2003), es indispensable comprender la visitación y la visita desde intersecciones y tensiones, entre las que confluyen y se interpelan posibilidades de ruptura y renovación. Es así que las líneas argumentales no persiguen una radiografía sobre el cómo la visita se lleva a cabo (sus aciertos o desaciertos). A partir de la historia se ilustra el acto de visitación como potencial que se debería hallar en las visitas, sin caer en pautas que digan qué hacer, de qué manera y cuándo hacerlo (Ferguson, 2010).
No se desconoce su valor práctico, más bien se pone en duda la idea de que las mismas se perfeccionan a través de la aplicación. Como lo han señalado Karsz (2007) y Autés (2013), toda instancia, dinámica o proceso se engrandece en su fundamentación, su definición y, por ende, en las proposiciones y propósitos que movilizan. No se puede olvidar que, así como las visitas, desde una dimensión empírica, se insertan en espacios concretos, también ostentan un potencial de saber mediado por fundamentos e ideologías (explícitas o implícitas).
Ahí radica la utilidad de este escrito, toda vez que “lo concreto, [lo empírico] no se da, sino que se conquista, laboriosamente, empecinadamente. Porque no es un hallazgo (...); sino una producción original, insólita, apasionante. Una creación argumentada” (Karsz, 2007, p. 165).
Su deconstrucción rebasa la experiencia práctica, se vale de un lenguaje conceptual y razonable que, además, reclama cuestionar y preguntarse cuál es la referencia con que las ciudadanías conciben, critican y dialogan sobre sus diarias realidades, qué es lo que sobreponen y, además, desestiman en ellas, o, por qué lo hacen. Eso implica una búsqueda de comprensión, atravesada por interpelaciones donde el trabajo de interpretación se anuda al de explicación contextual, desestabilizando “todos los estados en que lo empírico simplemente aparece” (Autés, 2013, p. 32).
En el marco de la modernidad y en correlación con la intervención social, las visitas han contribuido y contribuyen a garantizar derechos humanos vulnerados por contradicciones reproducidas entre estructuras sociales y vida cotidiana. Desde esta perspectiva, se comparte con González (2003, 2015), que en ellas se halla un acto profesional y fundacional, que ha abierto paso entre macro y microcosmos sociales, justificando la necesidad de situarse en formas de habitar la cotidianeidad en que sujetos, familias, colectivos y entornos pueden ser valorados.
Se habla de modus vivendi donde lo social hace confluir dimensiones históricas, culturales, económicas, ideológicas y políticas. Mientras la sociedad instituye estructuras que condicionan subjetividades, perturbando la sensibilidad que atraviesa las tramas del día a día.
Cada modus vivendi se expresa en maneras diversas de vivir la vida, son “un arreglo social” (Muro, 2020, p. 187), “una unidad social aparente” (Rawls, 2013, p. 145) surgen y se mantienen mediante constantes negociaciones y consensos, afianzados en vínculos de procedencia y sentidos de pertenencia respecto a variados contextos, escenarios y relaciones sociopolíticas. Como premisa de base se considera que en el correr de las épocas, visiblemente o no, la visitación ha hecho y hace circular lógicas en las prácticas de visitar. Por lo tanto, se intentará relevarla como fuente de democratización de saberes y alternativas para recrear formas de vivir, donde Trabajo Social encuentra asidero, valor y relevancia social.
Breve guiño a la historia
Sin ánimo de historiografía, se cree que la “visita” aunque antecede a Trabajo Social, le acompaña desde su constitución profesional, en la segunda mitad del siglo XIX (Castro, 2008; Reyes, 2019). Se va manifestando como práctica iluminada por la Sociedad de la Beneficencia, las Conferencias de San Vicente de Paul y la filantropía protestante, donde se hayan legados de Juan Luis Vives (1493-1540 España/Bélgica), San Vicente de Paul (1581-1660, Francia) y Federico Ozanam (1813-1853, Italia/Francia), según lo han estudiado González et al. (2010). A partir del siglo XVI, se acuñan fuertes sentimientos morales, tanto en la filosofía como en la política, en paralelo a la mirada ingenua de la sociedad occidental. Desde el siglo XVIII el socorro a los pobres y desvalidos se asentaba, como diría Fassin (2016), en principios religiosos, evangelizadores y disciplinarios.
Visitación y caridad vinieron de la mano, inspirando la posterior organización de la asistencia social, como confluencia entre conocimiento común (compasión cristiana, amor al prójimo, filantropía) y conocimiento científico (emergencia de los campos en las ciencias sociales).
Con referencia a la reforma social, en Europa y Estados Unidos de fines del siglo XIX y principios del siglo XX se va configurando un nuevo lugar histórico para visitadores, tutores y/o cuidadores de pobres. En Inglaterra y Gales se dictan las leyes de pobres (Poor Laws), como sistema nacional de asistencia pública ante la miseria y el hambre1.
En ese marco, se establece la necesidad de conocer meticulosamente las condiciones de pobreza en poblaciones y familias (mediante encuestas y estadísticas), incorporando procedimientos de selección y clasificación social, con una especificidad que le diferenciaba de las anteriores figuras prestadoras y criterios religiosos de ayuda (Castel, 2002). A partir de ahí, en Alemania se crea el Sistema de Elferbeld, gestado por Von Der Heydt en 1852, fomentando un modelo de voluntariado y caridad realizada exclusivamente por hombres de alta posición económica, que se denominaban tutores.
Su función era visitar a los pobres en sus propios domicilios, manteniendo contacto directo para verificar las condiciones concretas de vida. Dictaminaban desde el juicio moral tanto la veracidad de las necesidades, como el mérito de recibir la ayuda para sobrevivir (Chatterjee, 2008; López, 2016). Tales principios inspiraron la Charity Organization Society (COS), en la Inglaterra de 1869, como obra del religioso y protestante británico Henry Solly (1813-1903). Era respaldada por burgueses e industriales, encargados no solo de proveer auxilio material, sino también de aconsejar la rectitud en la conducta, la fe y la disposición hacia el trabajo, como medio de satisfacción a requerimientos proletarios y control a la dependencia familiar. Ante la expansión de la industrialización, la indigencia, la pobreza y los conflictos de clase, las familias del proletariado se constituyen como foco de atención tanto de organizaciones de la sociedad civil como del Estado2.
Así lo avizoró el pensador francés Pierre Guillaume Frédéric Le Play (1806-1882)3, inspirador de metodologías de trabajo social con familias obreras, “durante el momento de institucionalización de la Economía y la Sociología como disciplinas académicas y de la conformación de la estructura burocrática técnica del Estado” (Aguilar, 2018, p. 382).
Concebía la familia como base organizativa de la sociedad, tras su reproducción cotidiana e intergeneracional, por lo que elaboró una guía científica para el registro, estudio y comparación sistemática de sus contextos físicos y sociales, así como sus formas, medios, actividades e historias de vida, combinando indicadores cualitativos y cuantitativos a través del método de monografías.
Estas elecciones metodológicas son la base para la posterior comparación entre monografías, a partir de la cual pueden extraerse conclusiones teóricas relevantes y, sobre todo, fundadas en la realidad. [...] La comparabilidad es asegurada a través de un diseño sistemático que guía la recolección y manejo de los datos. (Forni et al., 2008, p. 61)
En otra parte de Europa, Concepción Arenal (1820-1893) feminista española, reflexiona sobre la inferioridad de la mujer en la sociedad, tanto por condiciones biológicas como educacionales, industriales y de derechos4. Visionaria de su tiempo escribe, entre otros, dos textos magistrales: el Manual del visitador del pobre (1860) y La beneficencia, la filantropía y la caridad (1861). Apelaba a la virtud cristina para confrontar la mendicidad y la miseria, pero destacando la primacía estatal en la regulación del trabajo de asociaciones filantrópicas (Lacalzada y Vilas, 2012).
Asume “la visita domiciliaria como una parte identitaria del saber y del hacer” (Lacalzada y Vilas, 2012, p. 274). Por eso, se centra en fundamentar la forma de establecer vínculos entre visitadores y pobres, en pro de ciertos principios, actitudes y capacidades de ayuda, alentadas por el juicio ético y la comprensión al comportamiento, forma de pensar y concebir el mundo de quienes se visita.
Por otro lado, en Londres de 1864 Octavia Hill, desde la COS, se enfocó en la vivienda y el entorno, liderando el movimiento Settlements Houses (casas de asentamiento)5. Validaba la visita como modalidad de acercamiento y proximidad a la realidad vecinal de aquellos barrios más desfavorecidos, según se narra en su obra: Las casas de los pobres de Londres, publicada en 1866.
Primero, reclutó a hombres de clase media y luego a mujeres, estimando que ellas contaban con mayor sensibilidad y competencia para profundizar en el caso a caso y en cada situación observada. Además, implementó un entrenamiento que avalara eficacia y eficiencia en la coordinación de voluntarios y la puesta en escena de las visitas, pero también, en el estudio de las situaciones, sus registros, asignación de ayuda y sistematización del proceso.
El trabajo de Octavia Hill trascendió las fronteras inglesas. Mujeres de Berlin, Munich, Suecia, Holanda, Rusia y los Estados Unidos, no sólo tomaron sus cursos de entrenamiento, sino que llevaron sus ideas para ponerlas en marcha en sus respectivos países, realizando adaptaciones. (Bermúdez, 2016, p. 77)
Es así como Jane Addams (1889), siguiendo el modelo de Settlement y la ruta dejada en Inglaterra por el clérigo Samuel Barnnet (1844-1913) y su esposa, Henrietta Weston Barnett (1851-1936), funda en 1899 los Hull House (centros sociales) en barrios populares de Chicago. La residencia estaba a cargo de una visitadora promotora de procesos vecinales cooperativos para brindar apoyo asistencial, educativo, cívico y humanitario a los pobladores (Menand, 2002)6.
Sin dejar de lado las condiciones materiales, considera indispensable incorporar aspectos centrados no solo en dimensiones del comportamiento y el carácter, también en las formas de problematizar las realidades que vivían, tomando como eje la relación personal en la acción de ayudar7. El quehacer de Addams se orientó a descubrir las causas de la pobreza (sociales, económicas, culturales), pero conjuntamente, a rescatar las capacidades de las familias para atender a tales causas y colaborar con su superación o regulación. Enclave de un feminismo democratizador, apostaba por la justicia, equidad y promoción social en la garantía de derechos. Ahora bien, como plantea Bermúdez (2016), en los Estados Unidos, ciudad de Búfalo, se funda en 1877 la primera COS de ese país, propulsada por el reverendo Stephen Humphreys Gurteen (1863-1946). Inicialmente contó con respaldo de un grupo de filántropos protestantes para luego abrirse hacia distintos credos. Las visitas a hogares pobres, de manera diferente a Alemania e Inglaterra, desde el principio contaron con amplia participación de un voluntariado femenino y de élite. Se consideraba que por atributo natural las mujeres ejercían con mayor empatía y calidez la labor de visitar. Esta acción de visitadoras se constituye, además, en incipiente plataforma de inclusión femenina en asuntos de orden público8.
También en Norteamérica, fue Anna Dawes (1893) quien se aventuró a que las visitadoras voluntarias realizaran capacitación especializada en Social Work. Su propósito era que la labor de asistencia lograra mayor efectividad técnica con las personas (y sus familias), quienes concurrían a pedir apoyo en los centros de atención social de la época. Será sobre esa base, y luego de desempeñarse como tesorera (1889) y secretaria (1891) de la COS en Baltimore, que Mary Richmond estimulará la necesidad de impartir módulos de entrenamiento respecto de lo que denominaría “filantropía aplicada”. Posteriormente, en la Nueva York de 1899, abogando por la formación y a través de su manual para trabajadores de la caridad, invitará a replantear, intelectual y procedimentalmente, las “visitas amigables” (friendly visiting).
Según Miguel Miranda (2005), afianzada en los emergentes avances teóricos de las ciencias sociales, busca rebasar las buenas intenciones y actitud compasiva con que hasta ese período, enfilados en la COS, actuaban los “visitadores voluntarios” (Moix, 1991, p. 68)9. No las concebía suficientes para conseguir el cambio social en las familias e individuos con que trabajaban.
Además, con soporte teórico-metodológico, Richmond (1917) produjo literatura que, situada en el modelo médico de ese momento, fundamenta un tratamiento individual asentado en el diagnóstico social, inspirando el método de Casework (1962). Ahí, la visita domiciliaria, mediada por la observación y como variante de la entrevista, conseguía un lugar de relevancia para llegar a las causas de aquellos problemas enfrentados en situaciones de miseria, desmedro o dependencia.
La obra de Richmond (...), tuvo impacto en Bélgica y en América Latina. (...) El médico belga René Sand, fundador de la medicina social conoció personalmente a Richmond en los Estados Unidos y tradujo al francés su libro “El Diagnóstico Social”. (...) Defendió la idea que el Trabajo Social debía tener un estatus profesional, por ello fundó el primer instituto de formación (...) en Bélgica en 1919. Conoció en un barco al médico chileno Alejandro del Río, en los años 20, y se propusieron crear la primera Escuela de Trabajo Social en Chile [1925]. Esta fue la manera como llegó el Trabajo Social a América Latina. (Bermúdez, 2016, pp. 80-81)
En Latinoamérica las visitas se inspiraban en esfuerzos de intermediación normalizadora y “una vasta empresa de moralización” (Castro, 2008, p. 117). Adquirían valor entre necesidades populares y constricciones institucionales, aportando a regular la crisis económica y el malestar social acrecentado con la Gran Depresión de 1929, apoyando procesos estructurales de adaptación y ajuste social derivados de tal fenómeno. En ese contexto, se usó como mecanismo para llevar a cabo una doble misión, por un lado, transmitir valores cristianos y espirituales que crearan “pobres virtuosos” (Kruse, 1994), capaces de afrontar con esperanza sus situaciones de privación y, por otro, de propaganda estatal, mediante la asistencia material y el control prescriptivo al segmento proletario, articulado por el liberalismo estatal, la clase media aristócrata y el clero.
Hasta la década del 40, las estrategias de reproducción del orden social y de una cultura civilizadora llevaron hacia las visitas objetivos de prevención de la delincuencia, protección a mujeres e infancias y evaluación a situaciones de pobreza. En los albores del siglo XX las visitadoras sociales se formalizan como profesionales de la asistencia, prevención y previsión social, preferentemente en el área jurídica e higienista, acompañando la labor médica, de juristas y abogados.
Como “encarnación del nuevo espíritu modernizador [en] la acción estatal” (González, 2010, p. 24), se despliega el sistema de asistencia pública, donde las visitadoras cumplían un rol de engranaje entre las disposiciones de la política social y las demandas populares.
[En Chile] las “visitadoras a domicilio” (...) eran las que, con un enorme esfuerzo, se llevaban el trabajo más pesado en el campo de la intervención, caminando por el barro, en un interminable circuito de ida y vuelta, desde las instituciones hacia los barrios populares (y viceversa), desde la fábrica hasta la casa del obrero (y viceversa), desde la parroquia de fundo al rancho del inquilino (y viceversa). (Illanes, 2007, p. 16)
Los propósitos de esas visitas se centraban en atender déficit y efectos relacionados con la profilaxis, epidemiología, educación y servicios focalizados en la mejora de condiciones de vida por situación de pobreza, problemas de morbilidad, dificultad de acceso a servicios sociales, disfunciones sociofamiliares o individuales, entre otras10.
Tanto Sennett (2009) como Álvarez-Uría y Varela (2004), señalan que después de la Segunda Guerra Mundial, con el desarrollo del Estado de bienestar (Welfare State) se instaló el supuesto de que la expansión de políticas y servicios sociales provocaría una equiparación económica para los segmentos más empobrecidos de la sociedad.
Aquello también permearía a América Latina, trayendo un nuevo escenario social y político que indujo al Estado a asumir un aumento en el gasto público y más ascendencia en las condiciones de vida de la población. Las visitas profesionales irían unidas a la gestión de recursos, coordinación institucional y resolución de problemas derivados del panorama económico, principalmente implementando prestaciones institucionales.
A mediados de los 60 y hasta inicios de los 70, el denominado proceso de reconceptualización del Trabajo Social en Latinoamérica, vino aparejado de un cierto descrédito a la intervención individualizada, valorándose más y mejor los procesos colectivos de organización y desarrollo comunitario, siguiendo los aportes de la educación popular. Si bien las visitas continuaron realizándose, se ciñeron a una tarea de pesquisa y control de necesidades socioeconómicas y situaciones posibles de abordar por políticas sociales (Quiroz, 1994).
En la década del 80, luego de sucesivos golpes militares en América del Sur, con el modelo neoliberal de mercado, el Estado empieza a perder protagonismo, entregándose a la privatización y a la emergencia del capitalismo salvaje (Sanders, 2019). Las visitas de Trabajo Social tenían una fuerte intensión educativa y de resocialización, influida por la idea de control y funcionalidad social. Sin embargo, desde los 90 y con la recuperación de la democracia, no solo se dispone a una tarea de diagnóstico, sino que toma una dirección hacia el reforzamiento de la intervención, en el ámbito sustantivo de la protección y promoción social.
Tras el cambio de siglo y con el advenimiento de la condición contemporánea en la profesión, las dimensiones, procesos y propuestas de intervención se dinamizan en torno a resistencias y afrontamientos a los rostros más desiguales y excluyentes de la modernización y el capitalismo globalizado. Se cuestionan las medidas represivas, discriminatorias y marginadoras de las estructuras e instituciones políticas, productivas y sociales, lo que habría de redefinir el sentido de las visitas. En tal perspectiva, habrían de investirse con principios de justicia, equidad, integridad, reconocimiento y respeto a las diferencias y diversidad, con perspectivas pluralistas, antihegemónicas y con la disonancia de la crítica (Matus, 2018).
Esto es lo que se espera posicionar a través del acto de visitación y de las visitas en Trabajo Social.
Visitando epistemológicamente el acto de visitación
Se considera que teoría y práctica están en mutua creación. Una sin la otra se hacen ciegas, distantes e imposibles. Eso, por cuanto una cubre las insuficiencias de la otra y ambas se han de hermanar por razón de ser. De hecho, la experiencia se traduce en aprendizaje, solo cuando se lleva al intelecto y el entendimiento es comunicable en un lenguaje conceptual, capaz de aludir a lo que existe y se realiza como conocimiento compartido.
Sobre dichas proposiciones, se ve que el acto de visitación (visitatĭo) hace entrar no solo en espacios materiales, territoriales y de interacción física, sino también, en particulares crisis de sentido respecto a las formas de afrontar las contradicciones suscitadas entre proyectos de vida, relaciones sociales y entornos significativos o amenazantes.
No se restringe a ejecutar una tarea, dar cumplimiento al quehacer profesional o fabricar un resultado esperado (Arendt, 2016, p. 290). Se forja en referencia a una esfera de saber, a un lugar de conocimiento que se pone en común, cuya pretensión de validez radica en sus posibilidades de creación y cambio (Ricoeur, 2008), mas no en su instrumentalización.
Las visitas serían la expresión objetivada y concreta del acto de visitación. Por tanto, en Trabajo Social este acto desencadenaría un proceso fundado en registros ético-políticos y crítico-ideológicos, que subyacen a la configuración teórico-metodológica y a la reinvención sociohistórica de las visitas. En la visitación se forjan relaciones entre acontecimiento y verdad (Badiou, 1999), memoria, historia y olvido (Ricoeur, 2003), acción política y vida doméstica (Yáñez, 2013), esfera pública y privada (Arendt, 2016), sistemas racionales y mundos de vida (Habermas, 2010). Cada uno de ellos, posibles de liberar o de constreñir en las visitas, según sea su filosofía, sentido y propósitos de acción.
Entonces, si bien desde bases fundacionales las visitas han presentado una fuerte identificación con la profesión, cabe preguntarse: ¿Cuál es el sello que se le reconoce a la visitación como matriz de esas visitas en Trabajo Social? Esto, en cuanto acto profundo que aproxima a lo común11 y lo extraordinario12 en el diario vivir de las ciudadanías.
Se habla de sus territorios y comercios locales; sus barrios, vecindarios y sentidos de comunalidad; sus moradas, hogares y casas; sus estilos, condiciones y géneros de vida; sus maneras de relacionarse con las políticas, servicios públicos y redes de apoyo; sus trabajos, usos productivos y de consumo; sus militancias, organizaciones y movimientos colectivos; sus trayectos, itinerarios y tiempos, etc.
Cuando se alude al sello, se hace en términos de imágenes o marcas históricas que se van hilvanando en las identidades y, a su vez, iluminan las misiones epocales propias.13 Es así que, para dilucidar esta interrogante, se hará un esfuerzo hermenéutico de deconstrucción comprensiva a lo que la visitación representa como paradigma de base (Echeverría, 1997) y matriz fundamental de sentido.
Para tal cometido, se ha de sacar la idea de visitación del lado de una ingenua obviedad, pero, al mismo tiempo, de aquello que pudiera convertirla en categoría incuestionable y esencialista. Siguiendo a Deleuze (2005), se debe buscar el vacío entre su representación y su significado, entre su significante y su interpretación o, quizá, entre lo que con ellas se designa y lo que en sí misma propone.
Eso implica partir de lo dado para descubrir el error en los modos de concebirla o ignorarla, así como de reconocer su ascendencia para la realización de las visitas en la profesión. Revisar la visitación permea los modelos de entendimiento con que se configuran y se llevan a cabo. Así se podrá pensarla de otro modo o tal vez, de la manera en que debería ser comprendida.
En este ejercicio, se comienza tratando la locución latina del término acto que se expresa con la voz actus (Sandoval y Torres, 2012). Alude a aquello que se lleva a cabo y, por tanto, provoca un efecto dentro de un proceso temporal y espacial que le ofrece sentido. Como cada acto, la visitación comporta una determinación única, lo que para Aristóteles (2014) daría lugar a un resultado concreto en el mundo. Permite hacer algo o que ese algo suceda en cuanto tal.
Sin embargo, el acto por sí solo se desvanece en su propia realización y, del mismo modo, pierde significatividad. Por tanto, para que sus efectos permanezcan, debe articularse con otros actos que, a su vez, den cabida a una política de la acción, tras la intersección de pensamiento, voluntad y juicio entre personas (Arendt, 2002), capaces de reflexionar, participar, deliberar sus decisiones (Habermas, 2002) y hacerse responsables de sus consecuencias (Sartre, 2016).
En la acción la singularidad se cruza con la pluralidad, aprendiendo a distinguirse y encontrarse con otros: los semejantes (Belvedere, 2006). De hecho, la concepción de semejantes, implica validar la proposición de que la diversidad les hace iguales; es decir, que como seres únicos se pueden diferenciar, asumiéndose equivalentes, aunque incomparables. En este escenario, el acto de visitación, como cualquier acto, es un punto de entrada a la relación propia con los demás, donde se pueden interpretar, significar y valorar idiosincrasias, creencias, costumbres, posesiones, comportamientos, asociaciones, etc. que arrojan a la acción que para ser legitimada reclama concertación y búsqueda de consensos. Según enfatizan Ricoeur (2006) y Honneth (1997), así se fortalece el reconocimiento, dando cabida a un mundo entre nosotros. Se enlaza comunicación, ética y saber, entre límites y oportunidades en que Trabajo Social y sus profesionales se van tropezando con ciudadanías concretas y realidades cotidianas, cuyas tramas se asientan en la “temporalidad del diario vivir” (Heidegger, 2000, p. 109).
Eso no responde a pura actitud metódica, rigurosidad técnica u operaciones instrumentales. Por simple que sea la intensión de ir a ver a alguien en el lugar donde se encuentre, preferentemente en sus propios espacios de la cotidianeidad, existen motivos vinculantes, unos más profundos y otros más superficiales, que definen la calidad y los atributos de un encuentro, un acontecimiento que se despierta por el acto de visitación y que se define por su profundidad comprensiva y vinculante.
Por ejemplo, en el ámbito religioso la manifestación más excelsa de visitación queda consignada en el evangelio de Lucas (1,39-56), cuando la Virgen María (desde Nazaret) concurre a ver a su prima Isabel (quien vivía en Judea). La primera embarazada de Jesús (salvador del pueblo judío) y la segunda de Juan el Bautista (quien sería un gran predicador hebreo). En la narración de dicho acontecimiento destaca la buena nueva por la gestación virginal de María, anunciada a través del ángel Gabriel, pero, además, el regocijo por el obsequio divino en la procreación de Isabel, mujer longeva y estéril hasta ese entonces. Tales milagros pusieron a las bendecidas en encuentro con el Espíritu Santo, constituyendo un episodio disruptivo en la historia y en el orden imaginado por la sociedad.
Para María, la finalidad de esa visita sería, por un lado, asistir a su prima con prontitud y por otro, muy solícitamente, recibir su consejo (Benetti, 1984), cuyo fundamento hasta hoy se reconoce como muestra de servicio, amor y entrega al prójimo, así como de una familiaridad autorizada por el júbilo14. De esta manera, el encuentro por la visitación se justifica en la apertura y proximidad humana, como virtudes originarias de la convivencia y aceptación de identidades múltiples, alteridades y otredades diversas, según concuerdan Kapuściński (2007) y Patočka (2004). En una dinámica entre anfitrión (quien recibe) e invitado (quien visita), se dejan ver pociones, haciendo fluir un diálogo discursivo (Yáñez, 2021) a través de la conversación (relato y argumentación), donde lo simbólico y lo material transmutan, se integran por códigos y semánticas por las que se intercambian consignas y proposiciones.
Este encuentro para ser tal, se erige a la base de dos actitudes éticas fundamentales: la hospitalidad y la acogida (Lévinas, 2000, 2001, 2015):
La hospitalidad se basa en la apertura del anfitrión, con la intencionalidad de brindar una atención cordial, mientras que el invitado debería aceptar con prudencia y sensatez dicha recepción.
Ser hospitalario es la puerta de entrada a la actitud ética de acogida al otro, sustentada en la mutua aceptación, reconocimiento, respeto y corresponsabilidad.
En concordancia, hay que entender que la visitación trasciende el interés parcial del/la profesional y de quienes lo/a reciben. Las ciudadanías han de despojarse de la mirada utilitaria u oportunista hacia la intervención social y las instituciones. Así también, el/la Trabajador/a Social debe redefinir el sentido de obligaciones que impone el puesto de trabajo, el mandato de entidades transitorias, los requisitos de un programa social, las metas institucionales, para disponerse a:
Participar conjuntamente con los actores sociales en procesos de cambio, en la construcción de proyectos alternativos que les permitan superar los conflictos de manera sana y enriquecedora, descubriendo sus recursos y las posibilidades de desarrollo que poseen, de manera que se contribuya a emprender rutas de afrontamiento a través de la construcción de nuevos significados y discursos (López, 2009).
Aunque el pretexto sea la calificación socio económica, no son las cosas, los códigos monetarios, el tener más o menos lo que debe definir el encuentro (por la visitación), sino la configuración de significados en torno a oportunidades en mudos de vida, cambios en los modus vivendi y afrontamiento a contingencias de la vida cotidiana15.
No basta con llegar al lugar de los hechos, habrá que insertarse comprensivamente entre saberes y lenguajes que definen y expresan el habitar el diario vivir, sus dimensiones materiales e inmateriales, sus relaciones de intimidad o de convivencia16. Ya que el acto de visitación es una instancia de fractura a las conciencias ensimismadas y a las individualidades solitarias. En Trabajo Social, desencadena una acción vinculante y política; es decir, una apuesta por la justicia y la reivindicación de derechos vulnerados. De ahí que visitar sería un punto de fuga en las coordenadas de lo cotidiano, que habrá de atender a dos presupuestos cardinales:
La visitación, para ser tal, exige que la acción se desencadene en referencia a la invitación (invitatio) de unos hacia otros. No habría visita propiamente si se da por acometida, imposición o intromisión.• En caso de no presentarse una invitación, para que se produzca el acto de visitación es indispensable pedir permiso (permissum). Esto hablita no sólo el acceso a un lugar, sino que hace admisible el hallarse entre semejantes.
Aquello implica un cambio en las subjetividades y en la relación libertad-poder (Arendt, 2018; Sartre, 2016)17. La visitación llama a la proporcionalidad. Exige rebasar el histórico binario con o contra, fraternidad o disputa. Apuesta por la cercanía, donde las asimetrías solo impostan diferencias, mas no subordinación, pues suscitan el “acontecimiento de la solidaridad” (Derrida, 2013, p. 20). Siguiendo a Grassi (1989), “representa un gesto de humildad y de “igualación simbólica” de los polos de una interacción objetivamente asimétrica” (p. 299). O, como lo concibe Mary Richmond, conlleva “establecer una relación humana desde el principio, aun con el riesgo de no obtener más que datos elementales y sin relevancia” (Richmond, 1995, p. 187). Aquello permite desmantelar la tendencia a llevar la visita como mecanismo de control a la población (Donzelot, 2007, 2012; Foucault, 2004, 2019) Eso, ha venido asociado a políticas asistenciales del siglo XIX e higienistas y subsidiarias del siglo XX.
Ambas, tendencias ligadas a objetivos de inspección y vigilancia para cotejar necesidades; reforzar o disciplinar comportamientos aceptables; mantener rutinas sobre lo funcional; sancionar desacatos a la norma (legal, moral o cultural); tutelar para mitigar riesgo social; coordinar con instituciones o servicios y en general, con la burocracia de la administración y políticas públicas. En cualquier caso, la visitación comporta un llamado a la cordialidad, que etimológicamente alude a una cualidad relativa al corazón, una sensibilidad (Sandoval y Torres, 2012). Como propone Cortina (2007), es el atributo moral por el que la ética cobija una reflexión capaz de poner en evidencia la conciencia de los actos propios; es decir, las formas de actuar bien unos con otros.
Convoca a que profesionales y ciudadanías se pongan en común, donde la prioridad es coconstruir opciones, propuestas y proyectos de acción18. Se deja de ser intruso o extraño, pues la cordialidad dota los procesos de intervención y las visitas de una dimensión afectiva, de cuidado y respeto (Barbato, 2020; Mouffe, 2023; Sennett, 2009).
Repensar la visita como esfera de saber en trabajo social
La proposición de este apartado es idear lógicas de diferenciación de las visitas de Trabajo Social, respecto de todas aquellas entidades que en la actualidad se suman a esa travesía. La intención no es separarse por oposición con ellos, sino enriquecer “lo transversal”, pero, a partir de la singularidad de lo disciplinar. Se apuesta por colocar las visitas de la profesión en una “esfera de saber” que, a partir del acto de visitación, le otorgue reconocimiento en espacios donde coexiste con diversos agenciamientos. Eso, para evitar su invisibilización y, a su vez, la tendencia a homogenizarla con un otro generalizado19.
Es quizá un desafío de interseccionalidad (Hill y Bilge, 2019), un esfuerzo de distinción para relevar las diferencias sin superponerlas entre sí, insertando la singularidad de las visitas entre la multiplicidad de otras opciones. La contradicción pondría en relación la variedad de fundamentos, modalidades, opciones y operaciones posibles de encontrar entre profesiones, disciplinas e instituciones. Por ejemplo, en Trabajo Social es sabido, a diferencia de lo señalado por el profesor Quiroz (1994), que la llamada visita domiciliaria no es privativa. Ya a mediados de 1900, era realizada en conjunto con personas ligadas a congregaciones religiosas, servicios educacionales, agrupaciones de damas vicentinas o señoras del patronato, órganos de beneficencia, etc.
En la actualidad, de acuerdo a estatutos, protocolos y procedimientos institucionales (públicos y privados), están a cargo de profesionales (Trabajadores/as Sociales, psicólogos/as, médicos, enfermeras, obstetras, profesores) como no profesionales (voluntariados, supervisores de licencias laborales, técnicos jurídicos, etc.). Eso, “pues la ayuda a la familia se enfoca en necesidades sociales, emocionales, cognitivas, de salud o educativas” (Chamorro y Razeto, 2016, p. 18)
En el ámbito de salud chileno se utiliza la visita domiciliaria integral (VDI)20, como estrategia de atención para favorecer cuidados del paciente en el entorno familiar, según valoración clínica. Desde una perspectiva biopsicosocial, el equipo (profesionales y técnicos) facilita el acceso al sistema y a redes de apoyo (Glasinovic et al., 2021). Esto, en concordancia con la prestación involucrada, disposiciones de la institución mandante y lineamientos de la política pública (asistencia, orientación, educación, monitoreo, evaluación).
Ahí sería relevante revisar no solo el lugar, sino la mirada con que Trabajo Social aporta a la configuración del proceso, preguntándose ¿cómo la enriquece desde el saber disciplinar?, ¿de qué manera deconstruye las formas cotidianas en que los sujetos abordan sus situaciones de salud?, ¿qué claves de innovación aporta?, ¿cuáles son las oportunidades que hace emerger?, entre otras. En cuanto esfera de saber, la visitación y las visitas pueden revisarse a nivel ontológico y epistemológico; es decir, pueden ser objeto y constructo de conocimiento para Trabajo Social. A partir de ellas, sería posible hacer florecer conceptualizaciones y metodologías, tanto específicas como complementarias con las visitas realizadas por otras disciplinas o aquellas que se asumen de modo conjunto.
Además, como señala Foucault (2014), constituye un dominio en que es posible construir sujetos de conocimiento, Trabajadores/as Sociales (intrusivos, opresores, marginantes, colaboradores, emancipadores, inclusivos, por nombrar algunos) y ciudadanías (pobres, discriminadas, vulneradas, deliberativas, reflexivas, incidentes, etc.). Saber y conocimiento actúan como figuras dialógicas “para proyectar una postura frente a objetos que les conciernen, por medio de sistemas referenciales” (Yáñez, 2021, p. 246). Se imputan unos a otros, principalmente en su grado de intensidad, reciprocidad e implicación, donde investigación y sistematización podrían ser importantes puntales para su desarrollo, a través de distintos métodos y en diferentes niveles de complejidad (empírico, deductivo, crítico, situado, contextual).
Parafraseando a Damus y Acuña (2019), los dominios entre visitación y visitas habilitan disputas para que Trabajo Social adquiera y genere conocimiento como también, para abrir y fortalecer puentes con otros saberes (no solo académicos o científicos, sino también prácticos, institucionales, políticos, sociales, culturales), con los cuales converjan o, en ocasiones, disientan. Tales dominios se constituirían como áreas de estudio, campos discursivos, sistemas argumentativos y contenidos de aprendizaje.
Por consiguiente, es menester dejar de simplificar la visita como actividad, herramienta, instrumento, técnica, táctica o estrategia circunscrita al hacer práctico (Ander-Egg, 2005; Arias etal., 2013; Campanini, 2013; Campanini y Luppi, 1991; Carzola y Fernández-Hormachea, 2007; Celats, 1983; Fernández y Ponce de León, 2012; Illescas, 2016; Oliva y Mallardi, 2011; Tonon, 2005), entre otros.
Aquello implica someter a ruptura los códigos de supervisión, pesquisa, vigilancia y verificación que antaño y aún ahora tipifican sus objetivos en Trabajo Social, muchas veces colonizados por la normatividad científica, la tecnología social y la fiabilidad técnica, como parte de los requisitos de instituciones contratantes o patrocinadoras. Lo que insta a considerar en las visitas su comportamiento social, carácter ético y misiones políticas (oportunidades, resistencias y cambios).
No se trata de desestimar su organización metodológica, sus técnicas e instrumentos, sino, a partir de ellos, relevar la palabra de las ciudadanías, haciendo fluir la hermenéutica del sujeto (Foucault, 2005). Así aumentaría la autonomía profesional y de las ciudadanías, pero, además, se haría que lo técnico-instrumental (como categoría de análisis y medio metodológico) “mudé de piel [y] de sentido, de acuerdo con (...) fines y propósitos políticos y sociales” (Vélez, 2003, p. 95). Lo prioritario no estaría en cuantificar resultados o medir indicadores, sino más bien en traducir lo social y lo vivido en objetos de discurso y conocimiento, cuyo contenido se distribuya conceptualmente. Esto, a la base de un compromiso crítico, ético y político entre anfitrión e invitado.
En esa mirada ya no es suficiente seguir pensando la visita como domiciliaria. Debe arrojarse a la cotidianeidad en los mundos de vida de las ciudadanías, sin pasar por alto la comprensión a las formas sociopolíticas de construir sus relaciones sociales, cimentadas en hechos y procesos macrohistóricos. El domicilio es un código del orden societario que posibilita la clara detección o ubicación territorial de las personas, no solo para conocer donde se guarecen, refugian o abrigan, sino para tener un umbral geoespacial en la exigencia de derechos y obligaciones, según la producción de efectos jurídicos.
Visitar domicilios supone concurrir al lugar social, fiscal o de notificación legal donde alguien hace vida doméstica, comercial o jurídica. Siendo el domicilio social donde más afanosamente ha apuntado Trabajo Social. Sin embrago, es una “categoría que no deberá ser asociada en ningún caso [a] imágenes de convivencia familiar, tradiciones y afectos”. (Giannini, 2013, p. 34). Al contrario, llevar la visita hacia la cotidianeidad inserta a Trabajadores/as Sociales en la complejidad de las situaciones sociales neutralizadas por conceptuaciones habituadas y la reificación del existir (Heidegger, 2018) que, al no ser problematizada, se establece per se aproblemática o, aparentemente apremiante.
El acto de visitación apuntaría a desmantelar esa apariencia, llegando a las maneras de vivir la vida cotidiana, cuyo carácter se expresa en géneros, estilos y condiciones de existencia, respecto de los que la sociedad imposta regularidades y estandarizaciones, para hacerlas medibles en términos de bienestar objetivo (nivel y calidad de vida) y subjetivo (valoración y felicidad).
Son modus vivendi que van moldeando el comportamiento, las costumbres, los usos y las prácticas de las ciudadanías, así como sus valoraciones, creencias y opciones en torno a variados modelos de acción, pero, también, de lenguaje. Ahí se van fraguando identidades, no solo en pro de la interacción sino, también, por la experiencia de habitar espacios simbólicos, culturales, políticos, así como entornos naturales y físicos que, a su vez, son heterónomos a la convivencia pública, así como a determinantes de las estructuras sociales.
Entre plazas de juegos, parroquias, almacenes, consultorios, farmacias o tiendas, se instauran políticas sectoriales, proyectos de intervención social, apoyos situacionales o credenciales para la incorporación al mercado del trabajo. Así también, en el ruedo cotidiano adquiere sentido la inflación, la educación de calidad, la falla de cobertura en el sistema de salud, la protección de la infancia, la violencia policial, la precarización laboral, el aumento de la delincuencia e inseguridad, el performativo del narcotráfico, los fondos de pensiones, la desigualdad social, el cambio climático, el desarrollo sostenible, los procesos migratorios y un largo etc.
De esa manera, el modus vivendi general (sociedad- Estado- mercado), se reproduce en la vida cotidiana, pero, a su vez se deconstruye en las dinámicas de ese diario vivir. En ese día a día se puede comprender cómo los sujetos piensan, conocen y actúan, así como, además, presuponen que actúan, conocen y piensan. La clave está en lograr poner el cotidiano entre paréntesis, o, como diría Heller (1995), suspender su apariencia inmediata y romper con su presunta falta de historicidad, para conseguir resignificar demandas sociales, requisitos institucionales y objetivos profesionales.
En definitiva, la cotidianeidad hablaría por la palabra de los interlocutores, llevando a la reflexión y al diálogo a aquellas contrariedades que, a primera vista, pueden ser calamitosas o, de otro lado, imperceptibles. Mientras los principios explicativos de las visitas serían fracturados por preguntas y conjeturas, donde las subjetividades tropiezan y se cruzan, dando paso a construcciones intersubjetivas del entendimiento y el saber producido entre profesionales y ciudadanías.
Conclusiones
Sobre visita y visitación
Visitación y visita no son la misma cuestión, aun cuando se tornan vinculantes. La primera ha de ser concebida como un paradigma de base o matriz fundamental de sentido para la segunda. En la visita se objetiva el acto de visitación. Ese acto introduce en cosmologías cotidianas (cosmovisiones, creencias, legados, costumbres, usos y prácticas), mediadas por un acervo de conocimiento y una actitud vivencial de las ciudadanías. Metafóricamente, encamina hacia los sonidos del silencio, voces que han dejado de ser significantes, que se pasan por alto o son oscurecidas por macrorrelatos.
Por ejemplo, la mitología familiar, el universo simbólico y normativo de lo local, las reglas de interacción en la convivencia pública, los hábitos adosados a lo ocupacional o a la educación, la resignación a las necesidades de bienestar no cubiertas, la exigibilidad de oportunidades de desarrollo humano integral, etc.
Sobre el encuentro en la visitación
A través del encuentro forjado en la visitación, las visitas de Trabajo Social lograrían interpretar, valorar y explicar modus vivendi, sus contenidos de intimidad y de integridad, sus correlatos con otras maneras de vivir la vida y de posicionarse en el tipo de sociedad en que habitan. Se podrían subvertir representaciones incrustadas en biografías y recuerdos, prejuicios y juicios, costumbres y vivencias. De ahí que se apueste por arrojar las visitas hacia el habitar lo cotidiano, haciendo discurrir dominios de saber, a partir de los cuales sea posible distinguir estéticas y vacíos, significantes y significados, sentidos y disociaciones, límites y opciones, siempre que profesionales y ciudadanías desplieguen el potencial de la comprensión.
Eso conlleva una “experiencia de innegable intimidad” (Heidegger, 2013, p. 90) posible en el seno de un “encuentro” comunicativo honesto, respetuoso y cálido. Pues la visitación no admite el juicio punitivo, la presunción del engaño, ni la arremetida contra el error.
Sobre visita y visitación en la cotidianeidad
La cotidianeidad es una cualidad temporal de la existencia diaria (Heidegger, 2018, 2000). En ella las actividades humanas se normalizan, tras la natural reproducción de las estructuras sociales (Heller, 1995). Llama a descubrir diversos puntos de vista, modos de ser y formas de escucha enclavadas, por ejemplo, en el día a día de jefas de hogar, personas mayores, trabajadores/as, jóvenes, campesinos/as, niños/as, feministas, conservadores/as, por aludir a algunos modus vivendi. Aquello debe alentar la constante revisión de los propósitos y deontología de las visitas para, a su vez, revitalizar el ethos del acto de visitación que, por cierto, implica no solo someter a cuestionamiento su metodología, sino también, su estatuto epistemológico, axiológico, ético y ontológico.
Sobre las misiones de la visita como esfera de saber
Su razón de ser no se halla en la prestación de servicios, en clave lógicas institucionales, marcos regulatorios de políticas públicas o dispositivos corporativos. La contribución de las visitas en Trabajo Social se encuentra en la construcción de propuestas sociopolíticas conscientes con las demandas ciudadanas.
Para eso, se propone reconocer en ellas una esfera de saber compuesta por ciertas dimensiones, a partir de las cuales es posible hilvanar enunciaciones, argumentaciones y proposiciones que favorecen su distinción por diferenciación de visitas realizadas por otros/as profesionales o no profesionales, a saber:
Ideológico-política, justifica el hecho de que el acto de visitación y las visitas nunca son neutras, parten y se expanden desde posiciones, posturas y visiones de mundo, que definen modos de ser y, en consecuencia, orientan la acción social. Expresa consignas que fundan relaciones de poder y convicciones en defensa de ciertos principios, valores y apologías que garanticen los derechos propios de la condición humana más allá de la vocación de solidaridad o las reglas morales de sociabilidad (Arendt, 2016).
Teórico-metodológica, constituye regularidades discursivas que dan lugar a diversos tipos de conocimiento, aceptados en un determinado momento y lugar, evitando iniciar a foja cero distinciones, descubrimientos o invenciones sobre lo social. Sustentan la capacidad de interrogar, idear e innovar, a partir de un sistema de relaciones analítico/sintéticas que nos ayudan a la comprensión de la realidad (Yáñez, 2021).
Ético-experiencial, no se asocia a fronteras moralizantes del “deber ser”, ni a las sanciones racionales impuestas por la legalidad, ya que no es la obligación sino el compromiso lo que define y orienta el acto de visitación, inspirando en las visitas una “ética de la alteridad” (Duarte, 2012; Idareta Goldaracena y Úriz Pemán, 2012; Lévinas, 2015; Rojas, 2011) Orienta hacia el cuidado en las relaciones con el otro y lo otro (Heidegger, 2015; Lévinas, 2000) con el peso de su historia, tradiciones y memoria colectiva.
Práctica-actuosa, se manifiesta como parte de una interacción social, mediada por la experiencia lingüística. Junto con dar cuenta de objetivos de acción recíproca moviliza un proyecto conjunto (Arendt, 2018). En la medida que se oriente o no por el juicio y reflexión crítica, cumple la función de fracturar o validar rutinas y habituaciones, según tensiones y dificultades que surgen in situ, poniendo el saber previo ante objeciones y dudas respecto a lo que se va develando.
En síntesis, el acto de visitación pone en marcha esfuerzos para que las visitas estimulen interpretaciones más que afirmaciones sobre lo que se juega en la vida cotidiana, donde comprensión y diálogo reclaman del saber una tirantez entre lo racional, lo sensible y el sentido (Vattimo, 2014). Ello, con miras a problematizar junto a otros lo enigmático, lo paradójico y lo que parece obvio en la cotidianeidad.