Introducción
Al iniciarse la década de 1740, luego de variados intentos para someter a los pueblos originarios del extremo sur americano, la Corona española autorizó a la Compañía de Jesús a llevar a cabo su plan de fundar reducciones al sur de la ciudad de Buenos Aires, actual Argentina. El proyecto se mantuvo hasta 1753 y, en ese periodo, se crearon reducciones que obtuvieron un nombre con el que serían identificadas en la posteridad: Nuestra Señora de la Concepción de los Pampas, Nuestra Señora del Pilar del Volcán y Nuestra Señora de los Desamparados. Si bien se produjeron cambios de localización y aún hace falta identificar algunas ubicaciones, de modo general se afirma que la primera se estableció cerca de la desembocadura del río Salado y la segunda y la tercera, en las proximidades de la sierra del Volcán, en el extremo oriental del sistema serrano de Tandilia3. Entre sus participantes, se menciona a los grupos indígenas reducidos —pampas, serranos, puelches, tehuelches, patagones, entre otros— y a los padres jesuitas que se instalaron en esos emplazamientos —entre ellos, Thomas Falkner y José Cardiel—, así como a otros grupos indígenas, hispanocriollos y mestizos que vivían en las inmediaciones e interactuaban con sus habitantes4.
La fundación de las reducciones se insertó en las relaciones que los pueblos originarios de la región pampeana mantuvieron con los hispanocriollos asentados allí. A lo largo del siglo XVII, esas interacciones habían estado marcadas por las vaquerías ejecutadas desde las ciudades para obtener ganado cimarrón disperso en la “llanura pampeana” y las malocas para capturar mano de obra indígena. En las primeras décadas del siglo XVIII, fueron seguidas de invasiones y robos de ganado a las estancias hispanocriollas por parte de algunos grupos indígenas, así como por medidas implementadas por la Corona para organizar la defensa de la ciudad mediante la instalación de los primeros fortines, a los que luego se sumó la creación de las compañías de blandengues. En este marco, aunque la Compañía de Jesús contaba con una licencia para la conversión de los grupos indígenas de la región identificados como pampas desde 1684, fue recién en 1740 cuando se fundó la primera reducción, a cargo de Manuel Querini y Matías Strobel, con la incorporación de Thomas Falkner unos años más adelante (Martínez). El establecimiento de este primer pueblo fue seguido por la fundación de la segunda reducción, en la sierra del Volcán, a cargo de Falkner y Cardiel, y hacia 1750 se fundó una tercera y última que, según afirma Martínez Martín, no llegó a prosperar.
Concepción, Pilar y Desamparados fueron los nombres católicos seleccionados por los jesuitas para nombrar a las misiones. Sin embargo, cada una de ellas fue mencionada de múltiples maneras: de acuerdo con su estado —por ejemplo, si su fundación era reciente—, su localización con respecto a accidentes geográficos —cercana a un río o a una sierra— o la presencia de un grupo indígena —como pampas, serranos, puelches, thuelchus o patagones—. En particular, Concepción fue conocida también como La Nueva Reducción, El Pueblo de los Pampas o El Pueblo del Río Salado. Nuestro objetivo consiste en analizar la dinámica de uso de los diferentes nombres empleados para denominar a estas reducciones, considerando el contexto geográfico e institucional desde el cual se las mencionaba. Nos proponemos comprender por qué, entre los múltiples nombres en uso, los distintos autores de las fuentes consultadas prefirieron una denominación por sobre otras. Prestaremos especial atención a las que asociaban a determinados grupos indígenas con alguna de las reducciones, en particular las basadas en rótulos que querían describir una pertenencia étnica que, por investigaciones actuales, sabemos que no era estable para las personas ni perdurable socialmente (Roulet, “Identidades”).
Según el análisis de Nacuzzi para el fuerte del Carmen a fines del siglo XVIII, las denominaciones de los pueblos indígenas empleadas por los autores de los documentos respondieron a su ubicación geográfica y a sus relaciones con otros grupos, de acuerdo a cómo las interpretaban esos agentes coloniales, y no respondían a las elaboradas por los pueblos originarios, lo que explica la utilización de un mismo rótulo para grupos distintos, así como de distintos nombres para un mismo grupo. Otros autores han señalado que las clasificaciones que encontramos en los documentos son construidas y dependientes de las necesidades de los agentes coloniales, quienes “encasillan” a los grupos de acuerdo con límites, lugares y papeles relevantes para la Colonia, aunque no representativos para los grupos indígenas (Giudicelli), así como que las categorías empleadas en cada contexto encuadran significados que son múltiples, por lo que es importante reconstruir su devenir histórico (Galante y Giraudo).
Además, es posible que puedan percibirse en las fuentes los procesos de etnificación —creación de entidades étnicas a semejanza de las concepciones de los agentes colonizadores—, como lo ha postulado Boccara (“Colonización”; “Génesis”), siempre en relación con los de etnogénesis —transformaciones políticas e identitarias en un grupo a lo largo del tiempo, con base en sus definiciones internas y las categorizaciones externas—. Durante el tiempo en que perduraron y después de su abandono, los miembros de la orden —los que estuvieron en el territorio, en los colegios máximos de la Compañía y aquellos que reunieron sus notas luego de la expulsión de América— escribieron acerca de los grupos indígenas que habitaron las reducciones. En ese contexto, además de crear nombres para aludir a las misiones fundadas en los territorios americanos, replicaron y elaboraron rótulos para identificar a los grupos indígenas. Según Nacuzzi y Lucaioli, estos escritos formaron parte de los registros de la Colonia, que luego fueron retomados y resignificados por los etnógrafos de principios de siglo XX, quienes propusieron mapas con clasificaciones que asociaban a los grupos indígenas con una particular atribución territorial y lingüística, entre otras.
De acuerdo con las propuestas de estos autores, como parte de una investigación más amplia que llevamos a cabo en la actualidad (Vollweiler), indagamos en torno a las categorías empleadas por los representantes de la agencia colonial para aludir a los pueblos originarios de la región pampeana, específicamente bajo los rótulos de pampas y serranos. En ese escrito especificamos que, en el siglo XVII, los pampas eran identificados como los grupos indígenas que habitaban las llanuras y campañas próximas a Buenos Aires, al sur y al oeste de la ciudad; algunos de ellos fueron repartidos en encomiendas y reducciones, y estuvieron vinculados a las estancias y los poblados a partir del comercio o como mano de obra. Por su parte, los serranos habitaban regiones más alejadas, como las sierras bonaerenses, y mantenían escasas relaciones con los hispanocriollos, generalmente entabladas en contextos más hostiles. Hacia el siglo XVIII, estas primeras identificaciones se intercambiaron y se agregaron unas a otras, por lo cual los funcionarios coloniales también se refirieron a estos grupos como serranos pampas o pampas serranos5.
Además de esos etnónimos, en el momento de la fundación de las reducciones existían otros como puelches, tehuelches y patagones, que fueron incluidos en los nombres compuestos utilizados para denominarlas. Señalamos que fueron seleccionados ciertos rótulos étnicos cuando en los registros cotidianos de los autores de las fuentes parecen haber tenido entidad varios otros, dado que se utilizaban alternativamente, de manera superpuesta y, a veces, como sinónimos. En el caso de los pampas y los serranos en el siglo XVII, hemos sostenido que los rótulos variaban de acuerdo con los intereses y la perspectiva de los observadores, es decir, eran flexibles, aunque quedaron fijados en la documentación (Vollweiler). Encontramos que el caso aquí analizado tiene similitudes con el de los etnónimos ya que, para las reducciones, algunos agentes coloniales utilizaron unos nombres en lugar de otros, tanto durante el proceso en que se establecieron como luego de su abandono. Es nuestra hipótesis que en estas cambiantes formas de uso existen conexiones entre las categorías empleadas para identificar a los grupos indígenas y las utilizadas para aludir a las reducciones por parte de los diversos actores que se refirieron a los grupos y a las misiones. En este sentido, el análisis de la dinámica de uso de los nombres de las reducciones puede esclarecer el caso de los rótulos étnicos.
Diversos autores estudiaron aspectos de las reducciones establecidas en la frontera sur de Buenos Aires. Contamos con los trabajos clásicos de Furlong y Moncaut, quienes transcribieron una gran cantidad de documentos, de manera completa o parcial, entre ellos las cartas anuas de 1735 y 1743, atribuidas al padre Lozano. Desde la década de 1990, los investigadores se centraron en aspectos específicos de la fundación, el funcionamiento y el abandono de las reducciones, el entorno geográfico, los actores involucrados —jesuitas, otros agentes coloniales y caciques o grupos indígenas—, las interacciones entre ellos y con otros sujetos de la región, así como las estrategias y las resignificaciones indígenas (Martínez; Hernández, “Caciques”; Hernández, “Fábulas”; Nofri; Néspolo; Irurtia, “Intercambio”; Irurtia, “El cacicazgo”; Bohn; Pedrotta, “Tras las huellas”; Vassallo). Destacamos el trabajo de Arias, quien analizó la clasificación de los pueblos indígenas elaborada por Falkner, con base en las observaciones e interpretaciones del jesuita a partir de características de las lenguas indígenas y del territorio6.
Nos basaremos en la documentación producida por jesuitas y otros agentes eclesiásticos o de la administración colonial, que escribieron, en una primera etapa, en el momento en que las reducciones se idearon, luego durante su instalación y después de su desarticulación. Entre los autores que conocieron las reducciones desde su instalación y que trataron de manera directa sus asuntos, consultamos las obras de José Cardiel y Thomas Falkner, quienes permanecieron en ellas y exploraron los territorios circundantes. Asimismo, nos basamos en las cartas anuas atribuidas a Pedro Lozano y en el detallado relato de José Sánchez Labrador. Todos estos escritos tienen en común el pertenecer a la amplia producción a cargo de los jesuitas, quienes se formaban especialmente en la elaboración y la conservación de documentos (Lucaioli). Además, consultamos otras fuentes de archivo, como cartas, informes, memoriales y expedientes producidos por sujetos que también fueron contemporáneos a los hechos, como el rey de España; las autoridades coloniales, civiles, militares y religiosas residentes en Buenos Aires, como también miembros de la Compañía de Jesús que se encontraban en las reducciones y en los colegios en las ciudades coloniales. Estos documentos se conservan en el Archivo General de Indias en Sevilla, España (en adelante AGI), con sus respectivas copias en el Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (en adelante ME).
A continuación, detallaremos y analizaremos los nombres de las reducciones utilizados por los jesuitas que estuvieron en el territorio y los que escribieron desde los colegios máximos, así como por otras autoridades y funcionarios seculares y religiosos que produjeron sus documentos en la ciudad de Buenos Aires, entre otras. Debido a que algunas de esas denominaciones incluyeron rótulos empleados para identificar a los grupos indígenas de la región, indagaremos en las clasificaciones de los pueblos originarios elaboradas por los jesuitas para, por último, postular algunas sugerencias sobre las causas de permanencia de unos nombres de las misiones por sobre otros.
¿Cuántos nombres? Criterios para identificar a las reducciones jesuitas
Para la Compañía de Jesús, los territorios de los actuales Estados de Argentina, Paraguay, Uruguay y parte de Bolivia conformaron la provincia del Paraguay, cuya sede se encontraba en la ciudad de Córdoba (Beato). Las reducciones fundadas al sur de la ciudad de Buenos Aires integraron esta provincia dentro del Virreinato del Perú, que hasta 1776 se extendía desde el centro de América hasta su parte más austral. Los jesuitas, de acuerdo con la formación que recibían, procuraron observar y documentar por escrito la mayor cantidad de información posible y, en sus documentos acerca de las reducciones fundadas en la región pampeana, las mencionaron utilizando diversos nombres. Para el análisis que sigue, es importante tener en cuenta que algunos sujetos estuvieron en las reducciones y otros no. Además, algunos como Matías Strobel, Manuel Querini, Joseph Cardiel y Pedro Lozano escribieron mientras se encontraban en la región (ya fuera en las misiones o en otro lugar dentro de la estructura de la Compañía), mientras que otros lo hicieron luego de haber sido expulsados del continente en el año 1767, como Thomas Falkner y José Sánchez Labrador. En este apartado, contrastaremos las denominaciones empleadas por los jesuitas, creadores de las reducciones, con aquellas usadas por otros funcionarios religiosos y seculares quienes, desde Buenos Aires y desde Córdoba, se refirieron a ellas.
Las reducciones iniciadas en la década de 1740 en la región pampeana fueron mencionadas en los escritos jesuitas, en alusión al momento de su fundación, con el nombre católico seleccionado para cada una de ellas. Por ejemplo, Sánchez Labrador (85) relató que “pusose la nueva Reduccion bajo el amparo de Maria Santisima con el nombre de su purisima Concepcion”, en tanto que Pedro Lozano (cit. en Moncaut 44) describió el momento en el cual “levantaron alegre su pueblecito queriendo que se lo denominase de la Inmaculada Concepción”. Si bien ellos se habían dedicado principalmente a crear un relato del proyecto reduccional dirigido a un público más amplio7, otros miembros de la orden que habían estado en el territorio también se refirieron a ellas con base en el nombre que les habían asignado y, asimismo, utilizaron otros como el del pueblo de los pampas (Cardiel 245, 261, 274, 284, 287).
Al analizar las designaciones que aparecen en estos escritos jesuitas, encontramos que generalmente hacían referencia al nombre católico (Concepción, Pilar, Desamparados) y a los grupos indígenas que asociaban con cada una de ellas (pampas, serranos, puelches, patagones o thuelchus). Sin embargo, no faltaron aquellas relacionadas con el estado de la reducción (nueva, comenzada o abandonada) o el territorio (la sierra del Volcán) (tabla 1).
Por el nombre católico | Por el grupo indígena | Según su estado | Según su ubicación | |
Primera reducción | Concepción (Cardiel 254; “Mapa”8; AGN, Mapoteca, II 159) Conception (Falkner) Inmaculada Concepción (Lozano, cit. en Moncaut 44) Purísima Concepción (Sánchez Labrador 85) Concepción de Indios Pampas (Sánchez Labrador 140) | De los Pampas (Cardiel 245, 254, 261, 274, 284, 287; Sánchez Labrador 90, 96, 100, 122, 142, 151, 155) De los Indios Pampas (Sánchez Labrador 147) De Indios Pampas (Sánchez Labrador 140) | Nueva Reducción (Lozano, cit. en Moncaut 52; Sánchez Labrador 85, 89-90) | |
Segunda reducción | Nuestra Señora del Pilar (Cardiel 252; “Mapa”; Sánchez Labrador 100) Pilar (Cardiel; AGN, Mapoteca, II 159; Falkner) Del Pilar (Sánchez Labrador 100, 129) | Del Pilar de Puelches (Sánchez Labrador 129) | Nueva Reducción (Sánchez Labrador 100) Comenzado Pueblo (Cardiel 279) Pueblo Abandonado (Cardiel; “Demonstración”9) | Nuestra Señora del Pilar del Volcán (Cardiel 252) Del Volcán (Cardiel; “Mapa”) |
Tercera reducción | Nuestra Señora de los Desamparados (Sánchez Labrador 125, 134) De los Desamparados (Sánchez Labrador 126) | De los Patagones (Sánchez Labrador 125) De Patagones (Sánchez Labrador 129) De Indios Thuelchus o Patagones (Sánchez Labrador 134) | Nueva Reducción (Sánchez Labrador 125) Nueva (Sánchez Labrador 134) |
Nota. Se modernizó la ortografía y se desplegaron las abreviaturas.
Fuente: elaboración propia con base en Cardiel; Lozano; Sánchez Labrador; Falkner.
De esta manera, algunas características se mantuvieron asociadas a cada una de las reducciones, como el nombre católico, mientras que otras fusionaron esa nomenclatura con la del grupo indígena, como por ejemplo la “Reducción de la Concepción de Indios Pampas” (Sánchez Labrador 140) o el “Pueblo delos Pampas que se intitula la Concepcion” (Cardiel 254). En cuanto al estado de las reducciones, tras la fundación de un segundo pueblo unos kilómetros hacia el sur, a mediados de la década de 1740, el atributo de nuevo se desplazó de Concepción a la “nueva Reducción del Pilar” (Sánchez Labrador 100), y luego este proceso se replicó con el comienzo de la última misión en 1750. Por tanto, esta característica variaba de acuerdo con el momento y era, asimismo, utilizada para aludir al conjunto de las “Nuevas Reducciones” (Sánchez Labrador 101). En el caso de la segunda fundación en la sierra del Volcán, desde su inicio fue frecuentemente identificada, según su ubicación, como “un Pueblo con nombre de nuestras[eño]ra del Pilar delVolcan” (Cardiel 252). Asimismo, las categorías podían integrarse en una misma frase, como, por ejemplo, “las dos Reducciones de la Concepción de Pampas, y de Nuestra Señora del Pilar de Puelches en el Volcan” (Sánchez Labrador 118, cursivas en el original), donde está presente el nombre católico y el rótulo étnico en ambas, y en el caso de Pilar se incluye también su ubicación.
Los jesuitas que estuvieron en ellas generalmente emplearon los nombres católicos al firmar sus cartas; en 1748 Matías Strobel firmó desde “Nuestra Señora del Pilar”, pero en el cuerpo de sus escritos se refirió a las reducciones de manera diversa10. Si bien los jesuitas fueron fijando estas características en sus documentos —específicamente las asociadas a los nombres católicos y a los grupos indígenas—, eran unos de los tantos sujetos que estuvieron involucrados en la existencia de las misiones. También participaron de manera directa e indirecta otros integrantes de la Compañía de Jesús, como el padre provincial y los procuradores generales, así como otros funcionarios de la Corona española, como los soldados que estuvieron por un tiempo en las reducciones, entre otros. Por tanto, podemos contrastar las denominaciones empleadas por los jesuitas en sus relatos con las de la documentación escrita y recibida en Buenos Aires y en Córdoba entre funcionarios religiosos y seculares mientras las misiones estaban en funcionamiento. En esta documentación observamos que era más habitual encontrar alusiones en función del estado y los grupos indígenas que se ubicaban allí, en su mayoría identificados como pampas y algunas veces también como serranos (tabla 2), en lugar del nombre católico seleccionado por los jesuitas y fijado en los relatos escritos luego de que el proyecto concluyera, como en el caso de Sánchez Labrador.
Nota. Se modernizó la ortografía y se desplegaron las abreviaturas.
Fuente: elaboración propia con base en AGI; Andoneagui; Chauarria; Garvia; Nusdorfer; Oroz; Ortiz de Rosas; Querini; Rico; Rodríguez.
Resulta significativa la ausencia del empleo de los nombres Concepción, Pilar y Desamparados —destacados por los jesuitas en el momento de fundación de las reducciones (tabla 1) y utilizados por Querini en su informe (tabla 2)— por parte de los funcionarios que escribían desde Buenos Aires. Algunos, como Oroz y Nusdorfer, incluyeron la característica de la población según su relación con la cristianización, como su condición de “infieles”, pero omitieron otros rótulos como el de puelches, empleado por Sánchez Labrador; además, sumaron otras denominaciones en función de su localización, con respecto al río Salado, en el caso de la primera reducción (ausente en los relatos jesuitas analizados), y de la sierra del Volcán para las otras11. Destacamos la alusión a las reducciones de acuerdo con el nombre católico hecha por Manuel Querini en 1750 desde el Colegio de la Compañía de Jesús en Córdoba, cuando se le solicitó información de las misiones que tenía la orden en la provincia del Paraguay (AGI, ACH, 199). En ese entonces, las reducciones estaban en funcionamiento y, en el marco del documento que está organizado según cada obispado, las del sur de Buenos Aires se incluyeron con la misma información que el resto de las misiones de otras regiones.
Aunque la documentación no agota la totalidad de las fuentes disponibles en las que podrían haberse utilizado los nombres católicos, en el corpus incluido en la tabla 2 vemos que tanto el rey como los diferentes funcionarios de la Corona —los gobernadores de Buenos Aires, Salcedo, Ortiz de Rosas y Andoneagui, así como De Marcoleta, apoderado de la ciudad— utilizaron otros criterios, como también lo hicieron un capitán de infantería —Chauarria— y una excautiva —Rodríguez—. En el caso de la primera reducción y en función de los rótulos con los que identificaban a los grupos indígenas, fue nombrada por el rey como “de los indios pampas y serranos” (AGI, AB, 303), “de los indios pampas” por Salcedo (AGI, AB, 302), “de los pampas” por Ortiz de Rosas (AGI, ACH, 383) o “de indios Pampas” (AGI, AB, 304) por Andoneagui. En alusión a su estado de funcionamiento, fue identificada como la “Nueva reducción” por Salcedo (AGI, AB, 302) o como la reducción “que ya está fundada” por Ortiz de Rosas (AGI, ACH, 383). En cuanto a su localización, para el apoderado de la ciudad se trataba de la misión “del Salado” (AGI, ACH, 317).
Algo similar sucede con integrantes de la Compañía de Jesús: el padre provincial Nusdorfer, los procuradores generales Garvia y Rico, el provincial del Colegio, Querini, y el rector del Colegio San Ignacio de Buenos Aires, Oroz, también utilizaron otros criterios para nombrarlas. La mayoría, más que apelar a nombres católicos, optaron por incluir referencias a pueblos indígenas, al estado o a la ubicación de cada una de las reducciones. Entre las diversas denominaciones, nos interesan las que incluían los rótulos utilizados para identificar a los pueblos indígenas, ya que los grupos asociados a cada reducción variaban dependiendo de quién escribiera, fuera o no miembro de la orden religiosa. Esta dinámica se asemeja a la observada en la región pampeana hacia fines del siglo XVII en el caso de los pampas y los serranos, donde identificamos que se trataba de rótulos que los funcionarios coloniales y los misioneros utilizaban de forma intercambiable en algunas oportunidades, sin que el uso de un etnónimo en lugar de otro implicara el reconocimiento de una adscripción étnica específica (Vollweiler).
Si contrastamos los criterios utilizados durante el funcionamiento de las reducciones con los empleados cuando su emplazamiento era solo uno de los tantos proyectos defensivos de la Corona, observamos que se habían hecho más específicos. A fines del siglo XVII, cuando se autorizó la fundación de misiones a cargo de la Compañía, se mencionaba la posibilidad de reducir a “las naciones que estaban en medio” del río de la Plata y el estrecho de Magallanes (AGI, AB, 3, Madrid, 1.o de mayo de 1684), lo que derivó en la instalación de las reducciones en regiones determinadas: el río Salado y la sierra del Volcán. Entre las décadas que separan los inicios del proyecto en el que organizaban “la reducción, y enseñanza de los indios pampas” (AGI, AB, 3, Madrid, 21 de mayo de 1684) y la efectiva fundación de la primera misión a cargo de la Compañía de Jesús, se profundizó en el conocimiento del territorio y de sus habitantes: el rótulo de pampas continuó presente y también se comenzaron a utilizar otros.
En síntesis, los jesuitas que permanecieron en las reducciones, los otros miembros de la Compañía de Jesús, las autoridades seculares y religiosas que se encontraban en Buenos Aires y los soldados que habían permanecido en los pueblos o que habían interactuado con algunos de sus habitantes utilizaban diversos criterios para referirse a las reducciones, de acuerdo con su estado, su ubicación o los grupos indígenas que vivían o interactuaban en ellas. La variabilidad de los nombres de las reducciones se produjo desde antes que se fundara la primera de ellas, como lo muestran los documentos escritos en la década de 1680 cuando se proyectaba su emplazamiento. Posteriormente, una vez que se materializaron las fundaciones, se mantuvo esa versatilidad en las denominaciones, para continuar aun después de su desactivación. Debido a que los nombres atribuidos a los pueblos originarios también se emplearon para identificar a las reducciones, a continuación indagaremos en los mapas étnicos elaborados por los jesuitas en sus escritos.
¿Cuáles nombres? Criterios para denominar a los grupos indígenas
Como dijimos, los grupos indígenas de la región pampeana fueron denominados de diversas maneras y registrados en la documentación de acuerdo con las observaciones e intereses de quienes los describieron. En este apartado nos basaremos en los mapas étnicos elaborados por los jesuitas que estuvieron en las reducciones y otros que, sin haber permanecido en ellas, escribieron con posterioridad acerca de quienes las frecuentaron o habitaron. Nos centraremos en las diversas denominaciones creadas por los jesuitas y por los funcionarios de la ciudad de Buenos Aires y contrastaremos la variedad de rótulos empleados para diferenciar a los pueblos originarios de la región pampeana con los utilizados para aludir a los habitantes de las misiones.
Tanto quienes permanecieron en el territorio —Cardiel y Falkner12— como los que escribieron sus relatos desde otros lugares —Sánchez Labrador y Lozano— fueron de los principales creadores de mapas étnicos, a partir de sus propias observaciones y de los escritos de otros13. En las cartas anuas, Lozano identificó a los grupos pampas (con tres parcialidades: picunches, pampas serranos o puelches y puelches carayhel), doelches, pegüenches y araucanos14. Cardiel distinguió entre pampas, serranos, aucaes y toelches, a lo cual sumó una gran cantidad de denominaciones para diferenciar a los grupos “de a caballo” de los “de a pie”15; Falkner dividió a los moluches o molucas (que podían ser picunches, peguenches y guilliches) de los puelches (que podían ser tehuelche, diviheches y guiliches)16, y Sánchez Labrador distinguió entre pampas (que podían ser magdalenistas o matanceros), puelches o serranos, peguenches, thulchus o patagones, sanquelches, muluches, picunches y vilimuluches17. Las diferencias en los nombres asignados a los grupos en función de quiénes y en qué contexto los utilizaban ocasionó, como señalan Nacuzzi y Lucaioli, que los mismos grupos fueran denominados de manera diferente y que se utilizara una misma etiqueta para identificar a grupos diversos.
En contraste con esta gran variedad de nombres, para referirse a los grupos de cada reducción se utilizaron solo algunos: pampas en el caso de Concepción, serranos y puelches para Pilar, y patagones y tehuelches para Desamparados. Los rótulos de pampas y serranos los encontramos con frecuencia en el vocabulario de los jesuitas durante la existencia de las reducciones, aunque observamos que involucraban a distintos grupos, dependiendo de quién los utilizara, por lo que consideramos que se trata, siguiendo a Nacuzzi, de identidades impuestas por los agentes coloniales; unas clasificaciones que, según Giudicelli, son construidas y expresan más las acciones y necesidades de los agentes coloniales que la efectiva diferenciación de grupos.
En un mismo territorio con determinados habitantes podían modificarse las adscripciones y los gentilicios atribuidos a ellos. Como destacamos previamente, si bien el rótulo de pampas se mantenía para el nombre de los grupos y de la reducción de Concepción, tanto por jesuitas como por otros funcionarios coloniales, en el caso de los grupos atribuidos a la segunda reducción, algunos utilizaban la categoría de serranos, mientras que otros, como Sánchez Labrador, emplearon la de puelches. Ellos mismos reconocieron la flexibilidad de las categorías que proponían: Falkner escribió que los puelches “bear different denominations, according to the situation of their respective countries, or because they were originally of different nations” (99); que los tehuelches y diviheches “are known to the Spaniards by the name of Pampas” (100), y que los tehuelches “are known to the Spaniards by the name of Serranos, or Mountaineers” (102).
Mientras los jesuitas estaban creando sus mapas étnicos, otros agentes coloniales en la ciudad de Buenos Aires utilizaron denominaciones basadas en características que ya conocían. Una de ellas era el criterio geográfico que desde hacía algunas décadas empleaban para diferenciar a los pampas —habitantes de las llanuras hacia el sur y el oeste de la ciudad de Buenos Aires— de los serranos —los provenientes de las regiones caracterizadas por la presencia de serranías, más alejadas de la ciudad—. De acuerdo con Nacuzzi y Lucaioli, entendemos que esto se produjo por las particularidades del proceso de creación y uso de los rótulos en distintos contextos históricos, marcados en sus etapas iniciales por el desconocimiento mutuo que, una vez entablados los contactos durante periodos prolongados, derivó en el registro más específico de nombres de caciques y en la asignación de otros más pertinentes para identificar a grupos diversos.
Al analizar las denominaciones atribuidas por cada uno de los jesuitas según los caciques, las lenguas que hablaban y los parajes que frecuentaban, entre otras cuestiones, encontramos correspondencias y diferencias entre los rótulos que cada uno empleaba para identificar a los mismos grupos indígenas, característica que han observado otros autores para estos mismos grupos y otros territorios. Asimismo, notamos que estas denominaciones se usaban en los nombres de las reducciones para relacionar a unos grupos con cada una de ellas, en contraste con la gran variedad de rótulos utilizados por los jesuitas. A continuación, indagaremos en las razones que permitieron que, pese a la variedad de nombres existentes para las reducciones, algunos de ellos fueran más frecuentes que otros.
¿Quién nombra? Procesos para relacionar nombres de grupos con reducciones jesuitas
En un contexto de alta movilidad de los grupos indígenas, asumimos que se acrecentaba la dificultad de otorgar un rótulo étnico a cada uno de ellos, por lo que también resultaba ambicioso asignarlos a una reducción en particular, como algunos nombres registrados en documentos de amplia circulación nos llevan a creer. Se trataba de grupos nómades, difíciles de identificar para los mismos agentes coloniales, y, como han analizado Irurtia (“Intercambio”) y Néspolo, que no permanecieron en las misiones por largos periodos, sino en función de sus propias estrategias y necesidades. Sin embargo, en el contenido anunciado en la portada del libro escrito por Sánchez Labrador —publicado por Furlong (218)—, los tres primeros apartados están dedicados a “I. La Mission de los Indios Pampas”, “II. La Mission de los Indios Puelches” y “III. La Mission de los Indios Patagones” (énfasis en el original). Esta organización del escrito sigue uno de los criterios de identificación del autor —que difería de los empleados por otros— y asocia un grupo indígena con una reducción.
El acto de nombrar supone una acción que luego pasa a ser naturalizada y tiene implicancias políticas, por lo que resulta necesario hacer una contextualización de este proceso (Galante y Giraudo). En este sentido, debemos considerar el peso que tiene la organización del contenido en los títulos y los índices de las obras publicadas por los jesuitas, como también atender a la circulación de esos escritos. Dichas obras tuvieron una amplia difusión y contenían otras importantes piezas documentales, como los mapas, en los que se asociaba a los grupos indígenas con territorios determinados, lo que contribuía a enlazar los nombres de los grupos con los de las reducciones y con determinadas regiones. La obra de Sánchez Labrador, ampliamente consultada debido a la gran cantidad de información que detalla acerca de todo el proceso reduccional, contó además con la difusión llevada a cabo por estudiosos de los grupos indígenas de la región pampeana, como, por ejemplo, Furlong, quien se basó en ese escrito para elaborar su propio libro, publicado en 1938. En este caso, utilizando la categoría de análisis de Nacuzzi y Lucaioli, observamos cómo el registro de la Colonia producido por Sánchez Labrador constituyó la base del registro de la etnografía elaborado por Furlong, quien, basándose también en otros documentos, logró una amplia difusión de sus impresiones y denominaciones, de modo que continúan siendo replicadas por los estudiosos y por los interesados en la temática.
Sin embargo, al analizar la variedad de nombres de las reducciones podemos observar que aquellos que asociaron un grupo étnico con una misión contribuyeron a fijar realidades que fueron más flexibles e implicaron movimientos de grupos en el territorio. Por ejemplo, mientras existía una sola reducción, Sánchez Labrador (96) relató que se acercaron “muchos Indios Puelches, y Aucaes, ó Muluches” a ella y, al ofrecerles la fundación de otra en la sierra del Volcán, “no daban sino unas frias esperanzas los Puelches” (Sánchez Labrador 96, cursivas en el original). De esta manera, el autor pudo haber englobado bajo el nombre puelches a parte de otros grupos identificados en un primer momento como aucaes o muluches. También, relató el acercamiento de tres caciques a quienes reconoció como thuelchus, con sus toldos, a “la misión de los indios Puelches”, antes de que se comenzara con el proyecto de fundar una tercera reducción. Al estudiar los movimientos más cotidianos de los grupos indígenas en el territorio donde se habían fundado las reducciones, vemos que los caciques con sus toldos frecuentaron las misiones —y las aceptaban o las rechazaban estratégicamente, dependiendo de las circunstancias, como afirma Irurtia (“El cacicazgo”)—, sin que coincidiera el rótulo asociado a cada una de ellas. Así, puelches, aucaes o muluches estuvieron en “la misión de los Indios Pampas”, en tanto que los thuelchus permanecieron en “la misión de los indios Puelches”.
Entendemos que los jesuitas participaron en los procesos de etnificación o creación de identidades étnicas para estos grupos indígenas, lo cual generó efectos en ellos, como lo ha postulado Boccara (“Génesis”), y elaboraron esquemas que unían los rótulos con determinados grupos indígenas que luego asociaban a las reducciones. Sin embargo, estos esquemas eran más flexibles de lo que los estudiosos los interpretaron después: en el caso de los pampas, Sánchez Labrador (28-29) destacó “que es una misma Nacion con las otras, ó un agregado de muchos individuos de todas ellas. Son, pues, los Pampas, una junta de parcialidades de los Indios, que se reconocen en las tierras Australes” (cursivas en el original). Además, para él, los grupos indígenas previamente conocidos como serranos, entre otros, fueron identificados paulatinamente como pampas: debido a la abundancia de ganado vacuno en las llanuras inmediatas a la ciudad de Buenos Aires, “bajaban algunas tolderías de Indios Serranos, Thuelchus, Peguenches, y Sanquelches por el interes de su caza” y “se establecieron en dichas llanuras, ó Pampas. Por este acontecimiento dieron á tales Indios el nombre de Pampas, que es el proprio de las Campañas, en que fijaron establemente sus toldos; peró en realidad no son sino parcialidades de las Naciones expresadas” (Sánchez Labrador 29, cursivas en el original). Observamos cómo Sánchez Labrador comprendió el proceso de etnificación que estaba sucediendo, aunque persistió la identificación de las tolderías de diversos grupos indígenas bajo el rótulo unificador de pampas, de acuerdo con un criterio territorial. Así, los pueblos originarios de la región pampeana pasaron a conformar una entidad política que antes no existía, al menos bajo ese criterio.
Entonces, por un lado, contamos con los nombres católicos otorgados a las reducciones en el momento de su fundación: Concepción, Pilar y Desamparados, utilizados principalmente por los jesuitas y difundidos, por ejemplo, en los relatos y mapas de Pampa y Patagonia de Cardiel (AGN, Mapoteca, II 159) y de Falkner. Por otro lado, existe una variedad de nombres utilizados para identificar a las reducciones, de acuerdo con los grupos indígenas que vivían en ellas, según las clasificaciones de cada uno de los jesuitas y otros agentes coloniales. Sin embargo, al analizar el relato de Sánchez Labrador, observamos que fueron diversos los grupos indígenas que se acercaron a las reducciones, sin que esto se correspondiera con los rótulos étnicos asociados a cada una de ellas.
A modo de cierre
En este artículo nos propusimos analizar la variedad de nombres atribuidos a las reducciones establecidas hacia el sur de la ciudad de Buenos Aires a mediados del siglo XVIII. Encontramos que este caso tiene similitudes con el empleo de rótulos étnicos para los grupos indígenas: si bien algunos etnónimos perduraron, en los documentos cotidianos parecen haber tenido entidad varios otros que se utilizaban alternativamente y, en algunos casos, como equivalentes. En primer lugar, diferenciamos los nombres elegidos para las reducciones por los miembros de la orden que estuvieron en el territorio y los que escribieron desde los colegios máximos, quienes utilizaron denominaciones católicas al momento de la fundación de cada una de las reducciones. Asimismo, recopilamos algunos nombres utilizados por otras autoridades y funcionarios seculares o religiosos en las ciudades de Buenos Aires y Córdoba. Observamos que todos estos actores emplearon diversos criterios para referirse a las reducciones de acuerdo con su estado, ubicación o los grupos indígenas que vivían o interactuaban allí. Dado que cada misión se asoció con uno o más pueblos originarios, indagamos en los distintos mapas étnicos elaborados por los jesuitas en sus escritos.
Los nombres usados para las reducciones pueden considerarse en el contexto del proceso de etnificación que afectó a los grupos indígenas de la región pampeana, donde los jesuitas observaron, registraron y propusieron descripciones, localizaciones y justificaciones para asociar a un grupo con un territorio en particular. Además, estas clasificaciones fueron utilizadas también por otros agentes coloniales, que las modificaban según sus cambios de lugares o de roles en el territorio. Por ello, consideramos que los nombres de las reducciones variaron en función de las conveniencias y las necesidades de quienes las mencionaran, así como los rótulos empleados para identificar a los grupos indígenas se alternaban pese a la mayor reiteración de algunos de ellos.
En el caso de las reducciones, los nombres católicos asignados en el momento de su fundación (Concepción, Pilar, Desamparados) se mantuvieron en un segundo plano en el periodo en el que existieron. En ese contexto, fueron identificadas por algunos grupos indígenas (pampas, serranos, puelches, patagones, tehuelches), un accidente geográfico (el río Salado o la sierra del Volcán) o su estado (nueva, comenzada, vieja, abandonada). Sin embargo, una vez desarticuladas y a pesar de la variedad de las denominaciones, la presencia de los nombres oficiales en títulos de obras, índices o mapas jesuitas hizo que tuvieran una difusión mayor las denominaciones que utilizaron nombres católicos o rótulos indígenas, que se convirtieron en las formas más difundidas para aludir a las misiones. De esta manera, el criterio que en primera instancia pareciera ser étnico (pero que en realidad respondía a la percepción del observador) estuvo solapado con el criterio territorial, ya que pampas y serranos fueron utilizados como rótulos y, a su vez, para aludir a las pampas y a las sierras, por lo que sujetos y territorios conformaron un mismo entramado, empleado también para identificar a las reducciones. La diferencia radica en que, en el caso de las misiones, lo que se modificaba era su denominación, ya que los documentos escritos especificaron de cuál se trataba en cada caso, mientras que, para los pueblos indígenas, sus rótulos variaban en función de los grupos con respecto al observador. Ambas son, a fin de cuentas, creaciones por parte de otros que, a partir de los registros escritos, lograron su permanencia a lo largo del tiempo.