1. Introducción
El objetivo de este artículo es analizar las movilizaciones de estudiantes universitarios en los años sesenta en tres países latinoamericanos: Argentina, Brasil y México reponiéndolos en la trama histórica que hilvana décadas de acumulación de experiencias y memoria de lucha. En esa línea centramos nuestra mirada en esa coyuntura para advertir que tuvieron dinámicas de acción y movilización que permiten pensarlos en conjunto, es decir, desde una perspectiva comparada y en clave latinoamericana1 dimensionando las particularidades que tienen los movimientos estudiantiles en esta parte del mundo a partir de sus trayectorias previas y las particularidades que adquieren en los sesenta.
Con ello privilegiamos una mirada anclada en las condiciones de conflictividad social, debate de ideas y prácticas políticas que trazan la cartografía latinoamericana, allí donde los procesos de movilización y radicalización estudiantil se construyeron sobre ciertas especificidades que implicaron el «involucramiento, una inmersión en la región, en la política y en las urgencias de transformación social»2 que la revolución cubana -como proceso histórico y simbólico-potenció, generando nuevas estrategias de confrontación, que los vertebró con procesos de radicalización social más amplios.
Situarlos en los años sesenta plantea entonces el desafío de definir los contornos de una época3 en que inscriben sus demandas y acciones, rediseñan sus referencias políticas e interpelan la realidad social y modifican sus horizontes de acción. En ese sentido no solo supone considerar la agencia de los movimientos y sus demandas particulares sino reponerlos en relación con su historia y los procesos sociales que les son simultáneos: la guerra de Vietnam, el conflicto chino- soviético, la revolución cubana, el mayo francés, los hippies, el rock de los Beatles y otorgan densidad a esos «años calientes» de la Guerra Fría. Las experiencias de movilización estudiantil tuvieron en esa coyuntura la capacidad de articular ideas, conceptos creativos y novedosos que redefinieron el rol de la universidad, de los intelectuales y de los estudiantes y constituyeron una bisagra en sus modalidades de acción y participación señalando uno de los elementos comunes a los tres casos abordados4. Todo ello sin desconocer que las intensas movilizaciones se desarrollaron en el marco de la Guerra Fría que en América Latina se tradujo en la defensa del mundo occidental, diagramada fundamentalmente sobre la Doctrina de la Seguridad Nacional que redefinió el rol del estado y de las Fuerzas Armadas encargadas de identificar, definir y vigilar aquellos sujetos que ponían en cuestión el status quo.
En esa línea nos proponemos pensar en una historia comparada que descarta la yuxtaposición de relatos descriptivos de casos «nacionales» y recupera una mirada centrada en la unidad del problema5, esto es los movimientos estudiantiles universitarios, sus formas de acción y movilización que adquirieron resonancias específicas en esos años y que permiten un análisis de conjunto a partir de algunos ejes: el posicionamiento frente a las políticas universitarias y a políticas más generales, la definición de acciones contestatarias como modo de enfrentamiento a gobiernos considerados autoritarios, la creación de modalidades de participación novedosas respecto de la tradición de los movimientos estudiantiles y por último, el proceso de reflujo que signó a los movimientos estudiantiles hacia la década del setenta6.
Planteamos un recorrido que traza las trayectorias de organización y movilización estudiantil desplegadas en cada país para comprender la historicidad con las cuales llegaron a la coyuntura de los «años 60», entendiendo a este como momento de resignificación de la acción estudiantil que marcó nuevas formas de acción y radicalización. Por último se analizan los modos de resolución del conflicto estudiantil demostrando que más allá de los diferentes regímenes políticos, queda en evidencia el accionar represivo como estrategia común, en un contexto en que la mirada se posa sobre los estudiantes, considerándolos un peligro potencial para la sociedad en su conjunto.
Una última precisión. Delimitamos generalmente los movimientos estudiantiles en una geografía nacional proyectando una modalidad y acción unificada que lejos está de verificarse empíricamente. Para los casos que aquí reseñamos, si bien tomamos como referente los países en donde emergen estas experiencias, queda en evidencia los anclajes regionales de esos movimientos que surgen menos como movimiento homogéneo al interior del país y más como procesos fragmentarios que, en contexto de mayor radicalización y organización, trascienden el espacio articulando en instancias nacionales o transnacionales7.
2. Los movimientos estudiantiles en el siglo XX: Argentina, México y Brasil
Tomando como referencia las geografías nacionales, las movilizaciones y organizaciones de estudiantes en cada uno de los tres países, es posible trazar una historia que recorre varias décadas del siglo XX señalando derroteros de acción significativos que dan cuenta de la politicidad que fueron adquiriendo los estudiantes universitarios desde los años veinte. Un referente inicial lo constituyó la reforma universitaria de 1918. Nacida al calor de las demandas estudiantiles en la ciudad de Córdoba-Argentina, planteó cambios profundos respecto de algunos de los elementos como: cogobierno, autonomía universitaria y autarquía financiera, fortalecimiento de la función social de la universidad, unidad latinoamericana y permitió generarla primera organización estudiantil a nivel nacional en Argentina, es decir la Federación Universitaria Argentina (FUA)8. Pero fundamentalmente potenció procesos similares en otras regiones del continente9 donde las estructuras de las universidades eran cuestionadas al tiempo que trascendió las fronteras del país construyendo una «madeja de contactos y vínculos» entre universitarios que se tradujo en encuentros y congresos de estudiantes latinoamericanos10. Ello fue posible en un escenario donde la apelación a los jóvenes y estudiantes como sujeto político y la unidad latinoamericana estaban presentes al menos desde una década atrás y en donde las organizaciones estudiantiles de cada país ya habían iniciado reuniones que planteaban la articulación entre ellas11. Luego del 1918 estos encuentros se renovaron y ampliaron los vínculos con otros países latinoamericanos incluyendo Chile, Perú, Cuba y México. En 1921 se desarrolló en México el Congreso Internacional de Estudiantes a los cuales se sumó una cantidad significativa de congresos latinoamericanos e internacionales desarrollados entre los años '30 y '60 e incluso encuentros que se mantienen hasta la actualidad12.
En México y Brasil la emergencia de organizaciones estudiantiles y su articulación a redes latinoamericanas se verificó entre los '20 y '30. La revolución mexicana y la guerra civil desatada impidieron el desarrollo de la universidad y la organización de los estudiantes. En 1920 se creó la Federación de Estudiantes de México que nucleaba a los estudiantes del Distrito Federal y en 1927 la Confederación Nacional de Estudiantes (CNE)13. La consolidación de las organizaciones estudiantiles nacionales en los años '20 fue a la par del discurso reformista que impregnaba al movimiento estudiantil latinoamericano y que llevaría a la Confederación a legitimar la lucha por la autonomía universitaria en 1929. En la década siguiente se produjo uno de los debates más significativos que fracturó a las organizaciones estudiantiles. Como emergente de las discusiones llevadas adelante en el Congreso Universitario Mexicano dos perspectivas educativas se plantearon. Por un lado, la posición liberal que recuperaba parte de la tradición reformista y se nucleó en torno a la Confederación Nacional de Estudiantes (CNE) y la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU); por otro la orientación populista que durante el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940) se articuló con el estado y se nucleó en torno a la Confederación de Jóvenes Mexicanos. Durante los años '40 el gobierno de Ávila Camacho reorientó la política educativa hacia el desarrollo industrial reimpulsando las consignas de la educación liberal y generando nuevas tensiones y conflictos entre el gobierno y las instituciones de orientación popular14.
La movilización estudiantil transitó un camino diferente en Brasil y las banderas reformistas tuvieron un mayor despliegue hacia la década de los años sesenta15. Esto no significa la inexistencia de organizaciones estudiantiles sino la fragmentación de sus demandas. Recordemos además que las universidades fueron de creación reciente, excepto las de Río de Janeiro (1920) y Minas Gerais (1927) el resto se consolidaron luego de los años treinta. Asimismo la dispersión geográfica y la poca unidad de las organizaciones estudiantiles de carácter local hicieron difícil la articulación de un organismo a nivel nacional. Recién en el marco de Estado Novo surgió la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), que planteaba una universidad abierta, la libertad de pensamiento y cátedra, la organización estudiantil16. Durante esta primera etapa sus acciones fueron más persuasivas que de activación política17. Desde mediados de la década de los años cuarenta, la UNE fue consolidando su lugar como instancia organizativa, contando con adhesión popular y siendo un actor político de significativa importancia especialmente en la campaña «El petróleo es nuestro» que fue «un momento del despertar de la conciencia política de los jóvenes»18.
En los tres casos advertimos la existencia de formas organizativas estudiantiles emergentes en las primeras décadas del siglo XX, se consolidaron como actor político con una propia agenda de demandas y articulándose con otros movimientos estudiantiles del continente. Más allá de las especificidades, estos procesos surgieron en el marco de afianzamiento de las instituciones educativas superiores, de avance de la clase media y de las demandas de democratización. Ese contexto se vio complejizado hacia las décadas siguientes cuando una nueva coyuntura económico-política modificaba las universidades latinoamericanas.
3. La Universidad en los sesentas
Entre las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo XX, las universidades latinoamericanas se popularizaron, creció el número de estudiantes matriculados, puesto que jóvenes de clase media y en menor medida hijos de trabajadores y obreros tuvieron acceso a la educación superior. En los tres casos el proyecto modernizador había permitido un crecimiento económico considerable, cierta movilidad social y el crecimiento de la población universitaria. Hacia los años cincuenta se incrementó en Argentina el número de estudiantes universitarios, si en 1914 el número era de 7 estudiantes por cada 10.000 habitantes, en 1950 pasó a 32,4% y 106,7m% en 1970, y se crearon durante este período nuevas universidades tanto públicas como privadas19. Hacia 1955 la universidad adquirió nuevas cuotas de autonomía y estabilidad político institucional20. En México creció el presupuesto universitario a partir de la nueva ley orgánica de la UNAM (1945) y se creó la ciudad universitaria (1953), señalando la articulación entre la política desarrollista del estado y el rol de la universidad21, el crecimiento de la población estudiantil fue menor a otros casos y se concentró especialmente en el Distrito Federal. En 1940 el 1,4% de los jóvenes entre 20 y 24 años realizaban estudios superiores, en 1960 ese número ascendió a 2,7 y en 1970 a 5,4%22. En Brasil el incremento en la enseñanza secundaria trajo aparejada un aumento en la demanda de enseñanza superior, permitiendo la consolidación de universidades privadas e instituciones educativas propiciadas por el gobierno federal frente a las ya existentes universidades estaduales. En 1960 solo el 1% de la población entre 18 y 24 años estudiaba una carrera universitaria, concentrándose principalmente en universidades privadas23. Con todas esas limitaciones el crecimiento de la población estudiantil fue significativa: si en 1940 eran treinta mil los matriculados, en 1964 llegaron a 142.00024.
Los cambios en el ámbito universitario incluyeron además la ampliación de carreras e instituciones universitarias (privadas y públicas), el proceso de profesionalización de las ciencias sociales, y la instalación de debates contemporáneos en su agenda de problemas. Recordemos que para mediados de siglo se incorporaba la discusión en torno a la modernización y el desarrollo y en la década siguiente el ideal revolucionario y la redefinición del discurso antiimperialista. Muchos elementos abonaron ese camino: las guerras de Corea y Vietnam, los procesos de descolonización en el llamado Tercer Mundo, la guerra de Argelia, el Concilio Vaticano II y el debate sobre el rol social de la Iglesia, el conflicto chino-soviético pero especialmente la revolución cubana de 1959 y su posterior orientación socialista. El clima intelectual y académico giró en parte sobre estas cuestiones, avanzando hacia el cuestionamiento y resignificación del rol de la universidad como actor en el proceso de transformación social.
Este escenario marcó profundamente las experiencias estudiantiles y la emergencia de nuevas organizaciones que les otorgaron visibilidad como sujeto político, articulando ese escenario internacional y latinoamericano con demandas específicas. Sin embargo, en los tres casos, se advierte que ya en la segunda mitad de la década del cincuenta, se definieron movilizaciones estudiantiles intensas que fueron la antesala de las experiencias que jalonaron los años sesenta. En Argentina el debate por la instalación de universidades privadas supuso una de las instancias de acción y movilización estudiantil temprana. Sin detenernos en sus particularidades podemos señalar que tuvo implicancias importantes, el quiebre entre el movimiento estudiantil reformista y las políticas del gobierno nacional en materia educativa, la intensa movilización estudiantil -tanto universitaria como secundaria- que se expandió en la primavera de 195825. Pero fue luego del golpe de 1966 que la movilización estudiantil adquirió otros sentidos, siendo uno de los sectores que rápidamente se posicionó en contra de la dictadura, marcando fracturas que evidenciaban los cambios en torno a la acción estudiantil26.
En Brasil los fenómenos a considerar son otros. Victoria Langland sostiene que desde mediados de la década de los años cincuenta se produjo el crecimiento de las ideas de izquierda en el activismo estudiantil y de participación significativa en la arena pública27. La consolidación de la UNE y su impulso a la reforma educativa durante el gobierno de Goulart, la defensa de la educación pública y la movilización contra la ley de Directrices y Bases de 1961 así como la defensa de las reivindicaciones expresadas en la declaración de Bahía, I seminario Nacional de Reforma Universitaria28 señalaron momentos bisagra en la organización estudiantil.
En México frente a un movimiento estudiantil universitario dirigido por agrupaciones vinculadas al PRI, las demandas más importantes provinieron de institutos técnicos de educación superior y escuelas normalistas como el Instituto Politécnico Superior, Escuela Nacional de Maestros, Escuela Nacional de Agricultura de Chilpacingo hacia 195629. Estos espacios articulaban la demanda de educación tecnológica con el acceso de sectores populares a estudios superiores30. A fines de los años cincuenta algunas de estas instituciones comenzaron a plantear la autonomía y mayor democratización, incorporando hacia la década del sesenta a estudiantes universitarios y renovando las organizaciones que los nucleaban y sus posicionamientos.
4. Revolución, movilización estudiantil y represión
En los años sesenta se plantearon varios reclamos al interior de los movimientos estudiantiles, que se centraban básicamente en: la falta de democratización de los ámbitos educativos y más allá del régimen imperante, se evidenciaba el autoritarismo creciente que caracterizaba al estado en esa coyuntura. Luego de la revolución cubana, o más bien luego de su proyección latinoamericana, se incorporó el sentido de la transformación revolucionaria como horizonte de acción estudiantil. En principio se renovaron banderas que con altibajos se habían mantenido, el antiimperialismo y la unidad latinoamericana31. Ello influyó en las prácticas y discursos estudiantiles, al punto que el IV Congreso Latinoamericano de Estudiantes fue realizado en La Habana en 1966, gestándose la Organización Continental Latinoamericana de Estudiantes que pretendió ampliar los vínculos transnacionales convocando bajo la consigna: «Por la Unidad antiimperialista del estudiantado latinoamericano», dejando en claro el apoyo estudiantil al proceso cubano. Por otro lado, la idea de revolución tomó forma en diversas agrupaciones estudiantiles. No es que estuviera presente en todas las organizaciones existentes, pero sí modificó el escenario en tres niveles diferentes: los debates al interior del movimiento; hacia afuera, en sus opciones contestatarias, prácticas y discursos frente al régimen y en la mirada que el régimen tuvo de estos movimientos. Los años '60, y especialmente el segundo lustro permiten advertir la tensión que el proyecto revolucionario incorporó en los movimientos estudiantiles.
Los estudiantes universitarios mexicanos se movilizaron durante la década del '60 por diversas demandas y el choque con las fuerzas represivas no había sido menor32. Ello se evidenció en distintos casos como: la huelga de estudiantes que permitió la conquista de la autonomía de la Universidad en Sinaloa o la movilización en la UNAM, que llevó a la renuncia del rector y la asunción de Barros Sierra, así como la salida del cuerpo de policía interno de la universidad. En julio de 1968 un hecho menor, el enfrentamiento entre estudiantes, provocó la represión policial. El repudio de los estudiantes de la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET) coincidió con una movilización del PCM el 26 de julio, ambos nuevamente reprimidos. Posteriormente se iniciaron tomas y huelgas de institutos universitarios y preparatorias. El fin de la represión y la libertad de presos políticos fueron las primeras banderas que incorporaron las movilizaciones estudiantiles, abriendo luego una agenda de preocupaciones que planteaban demandas más amplias. Las movilizaciones tuvieron otro tenor cuando las fuerzas represivas atacaron las instalaciones de la Preparatoria provocando que autoridades universitarias como el rector Barros Sierra, docentes y sectores de la sociedad apoyaran a los estudiantes. A principios de agosto el movimiento generó nuevas instancias organizativas como el Comité Nacional de Huelga, las asambleas deliberativas y las brigadas de apoyo que permitieron ampliar las bases del movimiento contra el autoritarismo y la represión estatal, gestando un pliego de reivindicaciones que marcaban el tono del debate que pretendían33. Aquello que caracterizó al movimiento fue la posibilidad de ocupar el espacio público y subvertir los preceptos del estado mexicano para el cual era impensable la organización de una movilización masiva que recorrió los barrios céntricos de la ciudad capital. Luego de la movilización del 27 de agosto y cortadas las posibilidades de diálogo, las acciones de las fuerzas represivas se profundizaron ocupando el predio del Instituto Politécnico primero y de la Universidad después34. Por su parte, el gobierno recurrió a diversas estrategias con el objetivo de controlar al movimiento estudiantil y minimizar sus apoyos sociales, ejemplo de ello fue el informe presentado por el presidente Gustavo Díaz Ordaz donde planteaba que la protesta estudiantil fue aprovechada con fines ideológicos35. Los enfrentamientos entre fuerzas represivas y estudiantes movilizados por las calles de la ciudad se mantuvieron, marcando coyunturas de fuerte movilización como la marcha del silencio de septiembre de 1968 y las movilizaciones a la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco que culminó con una masacre con un número de asesinados aún no datado y cientos de estudiantes encarcelados36.
En Brasil y Argentina, los sucesos estudiantiles se tramaron en contextos dictatoriales37. Esto otorgó una particularidad que no es menor en tanto la intervención en las universidades y el cambio en la política educativa signaron estas experiencias de un modo diferente y el eje se desplazó de las políticas educativas a la oposición al régimen. Con el golpe de estado de 1964, el movimiento estudiantil brasileño sufrió los primeros ataques, fue incendiada la sede de la UNE, las universidades fueron intervenidas y con ello se crearon los Inquéritos Policiales Militares e Inquéritos Administrativos, que eran diferentes instancias de investigación que suponía un amplio proceso de depuración docente y estudiantil38. Se sumaron en 1966 y 1967 la firma de acuerdos entre el Ministerio de Educación y Agencia Norteamericana para el Desarrollo Internacional que implicaba concebir a la universidad como una unidad empresarial, racionalizándola e impulsando las carreras tecnocráticas que fueran funcionales al desarrollo del país. La reforma pretendía articular el proyecto de universidad y educación de los militares con las demandas sociales respecto del acceso a la educación superior. En la práctica estas modificaciones no democratizaron el acceso a la educación superior, por el contrario, la restringieron39. En 1968 la dictadura pretendió imponer un mayor control sobre la política educativa y reforzar la militarización de la universidad. En marzo un enfrentamiento entre la Policía Militar y estudiantes que reclamaban por mejores condiciones del comedor universitario conocido como «El calabozo» en Río dejó el saldo de un estudiante muerto y la apertura de una nueva brecha entre sociedad y gobierno militar. En junio, y mientras el movimiento estudiantil planteaba el diálogo se desarrolló una manifestación pacífica frente a la sede del Ministerio de Educación en Río de Janeiro, la policía militar volvió a reprimir el movimiento y dejó como saldo varios estudiantes muertos. El hecho generó una de las movilizaciones más significativas de la coyuntura «Passeata dos cem mil» contra la dictadura. En julio los estudiantes de San Pablo promovieron la articulación con el movimiento obrero y la toma de distintas facultades, donde se organizaron en comisiones mixtas junto a docentes, para debatir la reestructuración de la universidad. En octubre dos hechos iniciaron la desarticulación del movimiento estudiantil. Por un lado, el conflicto entre los estudiantes de la Universidad de San Pablo y grupos del Comando de Caza a los Comunistas que provocó la muerte de un estudiante y la represión policial. Por otro, el desbaratamiento del XXX Congreso de la UNE que se llevaría adelante en Ibiúna, San Pablo e implicó la detención de ochocientos estudiantes, entre ellos los dirigentes principales del movimiento. El Acto Institucional 5 marcó el momento culmine de la represión40.
La nueva coyuntura abierta por el golpe de estado de 1966 en Argentina marcó un quiebre en la vida universitaria. En los primeros meses del onganiato se planteó un conjunto de medidas que junto a la represión afectó a toda la comunidad. En julio la Policía Federal ingresó a una de las universidades más grandes del país, la Universidad Nacional de Buenos Aires, desalojando y reprimiendo a docentes y estudiantes, al mes siguiente se suprimió la autonomía universitaria, el gobierno tripartito y se prohibió la actividad política estudiantil. En 1967 se sumó la Ley Orgánica de las universidades que profundizaba las medidas implementadas41. La oposición a la dictadura se materializó en diferentes universidades durante el primer año de dictadura, marcando el cuestionamiento a las políticas implementadas y recuperando en parte las banderas reformistas. Como señalan Bonavena y Millán, la organización estudiantil tuvo gran relevancia en los primeros años de la dictadura, especialmente en algunas universidades, en tanto fue una coyuntura en que se organizó y articuló la oposición estudiantil al régimen militar: «Durante este proceso el grado de unidad y autoconciencia del estudiantado a nivel nacional se tradujo en la transformación de los problemas estudiantiles locales en luchas nacionales ligadas a la clase obrera»42. Esa oposición estudiantil se materializó en las universidades y en las calles, enfrentando a las fuerzas represivas. En Córdoba el movimiento se cobró la primera víctima, el estudiante Santiago Pampillón. Hacia los años 1967 y 1968 hubo un retraimiento del movimiento estudiantil y las confrontaciones fueron menos significativas, al menos si las comparamos con el escenario desplegado hacia 196943. En mayo de 1969, el asesinato de un estudiante de medicina en una manifestación por el aumento de la tarifa del comedor universitario en la ciudad de Corrientes reactivó el conflicto. En la Universidad Nacional de Rosario el repudio no se hizo esperar y 1os estudiantes se manifestaron convocando a movilizaciones que culminaron con la represión policial y la muerte de otro estudiante, Adolfo Bello a metros del comedor universitario. El hecho provocó la creación del comité de Lucha de estudiantes de Rosario que intentó mantener la movilización estudiantil en alza y articular la demanda estudiantil con la de otros sectores, especialmente las organizaciones sindicales. El 21 de mayo se convocó a la 'Marcha del Silencio' donde participaron miles de manifestantes que se dirigían al radio céntrico de la ciudad, la movilización intentó ser abortada por las fuerzas policiales que patrullaban la zona. Ello provocó el enfrentamiento entre manifestantes y fuerzas represivas durante todo el día, logrando los manifestantes ocupar temporariamente el centro de la ciudad. En el desalojo violento de los manifestantes que intentaban ocupar una radio se produjo el asesinato de Luis Blanco, un estudiante de 17 años. En ese marco de intensa movilización las fuerzas policiales se vieron desbordadas debiendo declarar a Rosario zona de emergencia bajo el control directo del comandante del II Cuerpo de Ejército. La movilización estudiantil no se circunscribió a este caso. En Córdoba coincidieron en el mes de mayo la protesta iniciada por los estudiantes en repudio de los hechos ocurridos en Corrientes y Rosario y la agitación obrera por demandas laborales. Las sedes de la Confederación General del Trabajo lanzaron un paro nacional para el 30 de mayo y las sedes cordobesas sumaron el día 29. Los estudiantes adhirieron a la jornada y ese 29 de mayo, luego de la muerte de un obrero, se produjo el enfrentamiento entre las fuerzas represivas y obreros y estudiantes. Este enfrentamiento duró dos días e implicó la ocupación de la ciudad por parte de los manifestantes. El Cordobazo culminó el 31 de mayo con treinta muertos y centenares de heridos44.
En los tres casos podemos encontrar elementos comunes que caracterizan las particularidades que los movimientos estudiantiles adquirieron, marcando una bisagra en la historia de los movimientos estudiantiles en América Latina. Un primer elemento es la emergencia de un movimiento estudiantil radicalizado que ocupa el espacio urbano incorporando discursos y símbolos contestatarios. Es decir, un elemento que caracterizó las movilizaciones fue la expresión combativa de las manifestaciones que articulaban y tensaban demandas de democratización y propuestas transformadoras. En esa coyuntura se revalidaron discursos y símbolos revolucionarios. Una de las figuras emblemáticas fue la del Che Guevara quien se incorporó en palabras e imágenes en las acciones estudiantiles. Carey señala que la figura del Che fue el ícono del varón revolucionario en la cual: «Che's construction of the new man and this aplicattion to Cuba was far less important than its cultural representation in the years immediately before and after his dead»45. En las marchas de la ciudad de México, el rostro del Che fue reproducido a la par del líder revolucionario nacional Emiliano Zapata46. En Brasil uno de los modos de construcción de la imagen del Che fue en clave artística. Señalamos la obra Claudio Tozzi «Guevara Vivo o Morto»47, que fue expuesta en diciembre de 1967 en IV Salão de Arte Moderna en Brasilia y violentado por las Fuerzas de las DOPS. La obra de Tozzi, joven recién graduado de arquitectura y cercano al movimiento estudiantil y a la Alianza Libertadora Nacional señala no solo las diversas apropiaciones sino tensiones que generaba simbólicamente el Che Guevara48.
Pero más allá de la apropiación simbólica diversa, los movimientos estudiantiles mostraron un amplio cuestionamiento a las lógicas represivas y autoritarias. Ese cuestionamiento se tradujo en prácticas contestatarias frente a la acción policial, militar y el estado. Ribeiro do Valle señala, para el caso brasileño, que 1968 es una coyuntura donde las posiciones de diálogo fueron fracturadas por las lógicas represivas y el inicio de acciones más radicalizadas49. Es decir que en esa coyuntura se revalidaron las opciones revolucionarias y el enfrentamiento violento frente al aparato del estado. Ese planteo es posible trasladarlo a otras experiencias. El movimiento estudiantil mexicano, con sus diferencias, logró adquirir un carácter radical:
Es difícil imaginar (...) la subversión implícita en el hecho de que un organismo sin membrete oficial organizara una manifestación de decenas de miles de personas sin pedir el permiso correspondiente a las autoridades; que en sus volantes se dirigiera al pueblo de México, haciendo caso omiso de la figura del Ejecutivo, y que pretendiera desembocar en el espacio semi-sagrado del Zócalo capitalino, reservado durante décadas a las marchas gregarias de apoyo al Presidente en turno50.
En ese sentido fue evidente un proceso de radicalización política que incluyó la acción violenta en las calles pero que en algunos casos supuso la articulación de experiencias de izquierda revolucionaria -armada o no- vinculadas a los movimientos estudiantiles. No olvidemos que en Brasil entre 1967 y 1968 surgieron las organizaciones de izquierda armada más importantes, de la crisis del PCB e influenciadas por el proceso revolucionario cubano, el foquismo y la revolución cultural china. En 1967 se creó Açao Libertadora Nacional; al año siguiente, el Partido Comunista Brasileiro Revolucionario y Política Operaria. Entre 1967 y 1968 surgieron las agrupaciones estudiantiles de Guanabara y San Pablo conocidas como Disidencias Estudiantiles51. De origen diferente, Açao Popular surgida en 1962 a partir de la Juventud Católica Universitaria, se reestructuró perdiendo su componente cristiano hacia 1968 cuando pasó a llamarse AP marxista-leninista influenciada por la revolución cubana y el maoísmo52. Si bien, su peso en el seno de la sociedad no fue gravitante tuvieron una presencia significativa en el proceso de radicalización del movimiento durante el año 1968, y en la organización que la UNE adquirió en esa coyuntura53.
En el caso de Argentina la radicalización del movimiento había permitido la emergencia de distintas vertientes ideológicas. Si una tradición significativa la constituyeron el movimiento reformista (con fuerte impronta en las federaciones locales y la FUA) y el movimiento integralista (Humanista o Ateneo, según las universidades), lo cierto es que el escenario se modificó significativamente a mediados de la década de los años sesenta. Surgieron nuevas agrupaciones reformistas como el Movimiento Nacional Reformista surgido en 1964 de estudiantes independientes, Franja Morada donde confluyeron militantes socialistas y de la Unión cívica radical, Movimiento de Orientación Reformista (vinculado al Partido Comunista), todos ellos reconociendo al FUA como órgano estudiantil. Se sumaron agrupaciones de izquierda como el Frente de Agrupaciones Universitarias de Izquierda (FAUDI) vinculada al Partido Comunista Revolucionario, Tendencia Universitaria Popular Antiimperialista Combativa (TUPAC) vinculada a Vanguardia Comunista, Tendencia Estudiantil Revolucionaria Socialista (TERS) de línea trotskista, entre otras. Todas ellas acordaban en el cuestionamiento al reformismo, pero variaban en sus posicionamientos respecto de la FUA, así como respecto de las estrategias de organización y participación54. A ellas se sumaron las organizaciones peronistas, el Frente Estudiantil Nacional (FEN) y la Unión Nacional de Estudiantes (UNE) y el inicio de la «peronización» de las universidades55. Todas ellas actuaron en el proceso de 1969 y sus discursos y prácticas se radicalizaron profundamente alejándose de posiciones reformistas. Asimismo la consolidación y emergencia de las organizaciones guerrilleras urbanas se dieron en el marco de este proceso de radicalización política de la sociedad y de lucha contra la dictadura que marcaría los años subsiguientes y que tejieron sus redes en los ámbitos estudiantiles. Natalia Vega, quien analizó el movimiento estudiantil santafesino en esta coyuntura, señala que en el proceso de radicalización y viraje hacia posiciones favorables a la lucha armada debe rastrearse en las diversas fracturas que se sucedieron en las agrupaciones estudiantiles en uno de los escenarios más conflictivos de la Universidad Nacional del Litoral, la Facultad de Química. Su mirada minuciosa y profunda permite advertir cómo esas fracturas interpelaron, tensionaron y redefinieron las prácticas al interior del movimiento. Señalamos solo dos escenarios que la autora destaca. Por un lado, la emergencia de Agrupación Resistencia Estudiantil, agrupación vinculada al Partido Revolucionario de los Trabajadores-El Combatiente; por otro, la presencia de agrupaciones vinculadas inicialmente al Partido Comunista que luego de la expulsión de militantes de la Federación Juvenil Comunista, se nuclearon en el Comité Nacional de Recuperación Revolucionaria, y posteriormente en el Partido Comunista Revolucionario56.
En México ese proceso de radicalización iniciado en 1968, fracturó las viejas prácticas conciliatorias de los órganos estudiantiles (Federación de Estudiantes Universitarios, Federación Universitaria de Sociedades de Alumnos, Federación Nacional de Estudiantes Técnicos), generó la posibilidad de gestar estrategias menos dialoguistas, esto es, menos propiciatorias del diálogo con las autoridades de turno y más radicalizadas en sus acciones. Al interior del movimiento se articularon agrupaciones de lineamientos ideológicos diversos, desde moderados hasta radicales57. Asimismo algunos autores sostienen que el proceso iniciado con las movilizaciones del '68 abonó el camino hacia otras experiencias de radicalización política de carácter revolucionario, especialmente la emergencia de guerrillas urbanas y rurales58.
En los tres casos y más allá de las tendencias políticas de las diversas agrupaciones que jalonaban al movimiento estudiantil, surgieron novedosas formas de lucha que aglutinaron en su seno posiciones moderadas, radicales e incluyó a estudiantes que no tenían participación política previa en agrupaciones estudiantiles. Señalamos el Comité Nacional de Huelga y las brigadas en México, el comité de Lucha, las asambleas en Argentina, los comités paritarios en las facultades de San Pablo, Brasil, son ejemplo de ello. Estás nuevas instancias organizativas señalaban la democratización de la lucha iniciada al tiempo que otorgaba mayor presencia y significación a los estudiantes y sus demandas respecto de las organizaciones políticas. Eran instancias representativas, dinámicas y democratizadoras del movimiento estudiantil en la medida que permitían dar mayor poder deliberativo y resolutivo a las bases señalando, que más allá de las agrupaciones estudiantiles con sus diversas tendencias el movimiento creció significativamente, incorporando a estudiantes independientes que aumentan el caudal de manifestantes y colaboradores en la lucha.
Si el carácter contestatario y radicalizado del movimiento fue uno de los aspectos comunes, otro fue la necesidad de articular las propias demandas con el resto de la sociedad. En este punto cabe señalar no solo los esfuerzos por articular prácticas estudiantiles y obreras centrales a estas experiencias sino la búsqueda de apoyo social que se verificó en la masividad de las concentraciones. En Brasil ya mencionamos la Passeata dos cem mil; incluimos el acompañamiento de cortejo fúnebre del estudiante asesinado, Edson Luiz de Lima Souto que convocó a cincuenta mil personas, siendo una de las concentraciones más importantes desde el inicio de la dictadura -comparable con el cortejo fúnebre del presidente Getulio Vargas- y dando cuenta del apoyo social que rápidamente concitó el movimiento estudiantil59. En México, y a pesar de los intentos iniciales del gobierno y la prensa por descalificar las movilizaciones estudiantiles, el apoyo social se verificó en las calles. En la marcha del 13 de septiembre en el Distrito Federal, se manifestaron entre ciento cincuenta mil y doscientas mil personas, constituyéndose en una de las pocas movilizaciones opositoras a un gobierno mexicano que llegaran al Zócalo. La particularidad de que el rector Barros Sierra legitimara la demanda estudiantil y formara parte de la movilización pacífica del 1 de agosto fue central en ese acompañamiento60. La movilización del 18 de mayo en Rosario implicó el despliegue de diversas columnas que contabilizaban a más de diez mil personas61. En Córdoba la manifestación del 29 de mayo congregaba a muchos más, solo la columna de obreros de IKA contabilizaba tres mil manifestantes.
En los casos mexicanos y brasileño esa convergencia, sin embargo duró poco tiempo, especialmente porque el carácter que adquirían las movilizaciones y el discurso que la prensa construía en torno a ello modificaron las simpatías que habían concitado. En Brasil si la primera mitad del '68 se caracterizó por manifestaciones de gran apoyo social, la segunda mitad planteó la vuelta a las reivindicaciones específicas y la lucha en las facultades. Ese cambio se debió a diversos factores. Por un lado, la línea dura de la dictadura no solo se propuso reprimir al movimiento sino lanzar una intensa campaña en su contra. Por otro, la radicalización de la lucha estudiantil y la opción por la lucha armada fueron elementos de peso en el quiebre de las relaciones entre movimiento estudiantil y sociedad62. En México, luego de las masivas movilizaciones de agosto, el gobierno de Díaz Ordaz se planteó desarticular los posibles vínculos con la sociedad. Según Sergio Aguayo Quezada63, para mediados de mes se había logrado frenar la expansión del movimiento gracias a la toma de la ciudad universitaria, la recuperación de la Escuela de Agricultura de Chapingo y la batalla con los estudiantes del Politécnico. En Argentina la situación fue diferente, en principio porque las movilizaciones señalaban un descontento generalizado que trascendía la lucha estudiantil pero que reconocía la fuerte represión sufrida por ese movimiento. Si bien, en Rosario podemos señalar que los hechos de mayo significaron un fuerte componente estudiantil, en Córdoba se produjo la combinación de la lucha con el movimiento obrero, donde los estudiantes tuvieron un rol menos preponderante64. Asimismo, en septiembre del mismo año en Rosario se dio otro proceso de movilización masiva conocido como el segundo rosariazo, cuya fuerte composición proletaria señalaba que el movimiento contestatario frente a la dictadura excedía a las acciones estudiantiles.
Por último, resta señalar el rol del estado y de las fuerzas represivas en los casos estudiados. La mirada del estado enfocaba a los movimientos estudiantiles como peligrosos. En los distintos casos es posible verificar un discurso que asocia la radicalidad del movimiento a elementos «externos a los estudiantes», a la acción de comunistas y claramente considerados peligrosos para la sociedad65. Esos argumentos se esgrimieron como fundamento de la represión, que se sostuvo en los tres casos con consecuencias dispares. En el caso brasileño la preeminencia de la línea dura del gobierno militar impuso una acción mayor sobre el movimiento, especialmente quebrado con la detención de cientos de estudiantes en el XXX congreso de la UNE de octubre. El gobierno de Costa Silva endureció su posición y como corolario, en diciembre de 1968 se decretó el Acto Institucional n° 5.
Con un movimiento estudiantil que ya evidenciaba su crisis se reorganizó la estructura de la enseñanza universitaria. Entre fines del '68 y principios del '69 se dictó la ley 477 que implicaba la sanción de aquello que se considerara delito político en la universidad. El movimiento estudiantil entró entones en una fase de reflujo, la UNE se disolvió en 1969 y solo una década después, pudo convocarse un nuevo congreso. En México la represión que había crecido cualitativamente luego de agosto dio su estocada final el 2 de octubre cuando en Tlatelolco fuerzas policiales y militares abrieron fuego contra miles de manifestantes reunidos. El objetivo fue desbaratar definitivamente el movimiento estudiantil antes del inicio de las Olimpíadas. La masacre no solo dejó centenas de muertos, detenidos y una profunda grieta en la historia del país sino que desbarató de cuajo la posibilidad de la emergencia de un movimiento estudiantil a nivel nacional66. A pesar de que la CNH se mantuvo denunciando este hecho, en diciembre terminó disolviéndose. En Argentina los sucesos de Cordobazo y el resto de los «azos» iniciaron la radicalización política de la sociedad. En el ámbito universitario se planteó una serie de demandas y reivindicaciones que el movimiento estudiantil recuperó hacia los años 1971-197367. Esas demandas, si bien, se articulaban en torno a problemáticas específicas de la realidad institucional como el ingreso irrestricto, pronto derivaron en un movimiento más amplio, donde lo político excedía al rol de la universidad y a sus necesidades. Con las tomas de escuelas y facultades en 1973, el movimiento estudiantil alcanzó su punto más álgido de organización y movilización. Los años siguientes marcaron el reflujo del movimiento estudiantil frente al proceso de derechización de parte de la sociedad y del estado, hecho que se consumaría con el golpe de estado del 24 de marzo de1976.
5. Conclusiones
Nos hemos detenido brevemente en la emergencia, consolidación y radicalización de los movimientos de estudiantes en Argentina, México y Brasil. Hemos señalado la necesidad de historizar las experiencias con el objetivo de comprender las tradiciones de luchas y los cambios producidos a mediados de los años sesenta. En esa línea también reconocemos la necesidad de reinsertar la especificidad que tienen estos movimientos en los países en que surgen. Destacamos la trayectoria de demandas y reivindicaciones sostenidas durante el siglo XX, la consolidación de la universidad como núcleo central en el proyecto modernizador de los años cincuenta y sesenta, y los debates que en ella se generaron, el impacto que la revolución cubana tuvo en el ámbito universitario y en la emergencia de nuevas formas de plantear la acción política, señalando un quiebre respecto de las modalidades previas. Asimismo, hemos pretendido recuperar los procesos de movilización en los años '68 y '69 en clave comparada, entendiendo las matrices de su carácter contestatario, de cuestionamiento al régimen autoritario, de articulación con la sociedad, de reflujo y desarticulación. Los movimientos estudiantiles del '68 en México y Brasil y el movimiento obrero-estudiantil del '69 en Argentina, se cristalizaron en la imagen del movimiento contestatario sin reconocer sus trayectorias, articulaciones y resultados. Desmitificarlos nos obliga a otorgar densidad histórica a esos hechos. Dar cuenta de una perspectiva comparada nos impone, al mismo tiempo, dejar de lado los referentes estáticos y poner en juego las experiencias particulares, sus puntos de confluencia, sus especificidades. Permiten deconstruir un «telón de fondo» sobre el cual analizamos cada caso y abrir, aun en forma limitada, a un estudio más complejo y general sobre los movimientos estudiantiles latinoamericanos en la década de los años sesenta.
El sostenimiento y revitalización del antiimperialismo en sus diversas vertientes, la bandera resignificada o cuestionada del reformismo, la emergencia de una vertiente que introduce el discurso revolucionario en el movimiento estudiantil, la preocupación por articular demandas que exceden el ámbito universitario o que pretenden trazar mapas de agendas estudiantiles, que exceden los marcos nacionales son algunos de los ejes que articularon y caracterizaron a estos movimientos estudiantiles en América Latina. También lo fueron las formas en que el estado definió y resignificó al movimiento estudiantil e intentó disciplinarlo y reprimirlo en el marco de la Guerra Fría. Con ello no hemos negado la convergencia de un momento central para la revitalización de movimientos estudiantiles y juveniles en el contexto internacional. Hemos privilegiado un enfoque que atiende a las particularidades que aúnan experiencias de países cuyas problemáticas educativas, universitarias pero también sociales son comunes.