INTRODUCCIÓN
Generalmente, Carol Gilligan es considerada la pionera en hallar valor moral en el cuidado y cuestionar las éticas dominantes de la modernidad (la ética kantiana y utilitarista) a partir de carácterísticas tradicionalmente asociadas a lo femenino. No obstante, una crítica similar y anterior es la objeción que plantea Iris Murdoch a través de su propuesta basada en el amor. Tanto el cuidado como el amor son actitudes que se presentan hacia individuos particulares. Estas teorías morales del cuidado y el amor han mantenido vivas las preocupaciones emocionales, perceptuales y, en general, la dimensión psicológica de la vida moral.2 La filósofa Iris Murdoch busca revivir el concepto de amor en la ética; término distinto a los que defienden las éticas imparcialistas deontológica y utilitarista. Años más tarde, la psicóloga Gilligan también se ha mostrado insatisfecha con las teorías morales dominantes de la modernidad y ha propuesto fijar la mirada en el cuidado, la empatía, la confianza, la responsabilidad por el otro, etcétera; elementos que debiesen estar en una adecuada concepción de la vida moral (Gilligan, 1982).3
Comúnmente, no obstante, el amor (y por extensión, el cuidado) y la moralidad suelen concebirse en distintos ámbitos. El punto de vista moral es imparcial y no permite favorecer a individuos particulares. Por tanto, favorecer o tener una disposición favorable hacia una persona en particular es considerado parcial y suele darse en el ámbito del amor (y el cuidado). En efecto, pareciera ser que el amor y la moralidad nos demandan distintas cosas. Las éticas imparcialistas deontológica y utilitarista requieren que el agente tenga una igual consideración con los demás en el sentido de dar la misma importancia a los intereses de todos.4 Amar o cuidar a alguien en particular, por tanto, parece ser incompatible con estas teorías morales.5
Una importante parte de la filosofía moral ha criticado a los sistemas morales modernos dominantes por descuidar el ámbito al que las mujeres han sido relegadas durante la mayor parte de la historia, a saber, el de las actividades domésticas y las relaciones personales (relaciones en que surge el amor y el cuidado) (Gilligan, 1982; Okin, 1989; Pateman, 1989; Benhabib, 1992; Fraisse, 2003; Federici, 2012; Fraser, 2013). Algunas de estas investigaciones señalan que para prestar la suficiente atención al ámbito de las actividades domésticas y las relaciones personales se requiere ir más allá de las éticas utilitarista y kantiana. El razonamiento moral de estos sistemas morales consiste en adoptar un punto de vista imparcial, separado de cualquier interés particular, ponderar los intereses de todos por igual y así llegar a una conclusión que se adecúe a unos principios generales, aplicados imparcialmente. El problema con este tipo de razonamiento es que no toma en cuenta las "relaciones sociales típicas de la vida familiar y social", que no necesitan de un distanciamiento de cada una de las partes, ni de principios que se apliquen de la misma manera a todos por igual sino, por el contrario, estar al tanto de las necesidades, deseos, particularidades y sentimientos de los demás, para así responder de manera adecuada (Young, 1990).
Las teorías morales críticas de las éticas dominantes de la modernidad han afirmado que estas han tendido a considerar la moralidad solo en el ámbito que ha sido históricamente asociado a los hombres (i.e., las relaciones impersonales con el Estado, el mercado, la vida profesional, etcétera). Esto explicaría la inclinación de la teoría moral moderna por el imparcialismo moral, las reglas y los principios.6 De esta manera, según los críticos de estas éticas, un sesgo fuertemente masculino estaría en la base de la teoría moral tradicional (Becker, L. & Becker, C., 1992). Las éticas del amor y el cuidado, en tanto, han sido tildadas como corrientes femeninas de la filosofía moral al preocuparse de las relaciones que surgen en la vida familiar y social.
Históricamente lo femenino ha estado asociado a las relaciones personales (Becker, 1986; Blum, 1980; Friedman, 1993). Estas relaciones se refieren, básicamente, a las relaciones familiares, de amistad y románticas.7 En las últimas décadas, algunos filósofos han intentado poner en cuestión que el lugar propio de las mujeres sea el ámbito de las relaciones personales (Young, 1990; Okin, 1994; Camps, 1998; Scott, 1999; Nussbaum, 2000). De todas formas, las relaciones personales es un ámbito que no está exento de moralidad. Iris Murdoch, por ejemplo, enfatiza la moralidad que existe en las relaciones personales. Afirma que "la idea de un hombre realmente bueno viviendo en un privado mundo de ensueño parece inaceptable. Por supuesto, un hombre puede ser infinitamente excéntrico, pero debe conocer ciertas cosas acerca de su entorno, sobre todo la existencia de otra gente y sus demandas" (Murdoch, 2001, p. 64). En efecto, una cantidad importante de trabajos ha dirigido la mirada hacia este tipo de relaciones y las obligaciones morales que surgen en ellas. Así, una parte de la filosofía moral se ha centrado en la sensibilidad moral necesaria para actuar moralmente bien dentro de las relaciones personales destacando, por ejemplo, el amor, el cuidado, la confianza, la empatía, la importancia del contexto de las situaciones, la comprensión de los otros individualmente, etc.
1. LA ÉTICA DEL AMOR DE IRIS MURDOCH
Iris Murdoch (1919-1999), filósofa del s. XX y novelista irlandesa, fue una pensadora que se opuso al imparcialismo moral, específicamente, al modelo ético kantiano y propuso una ética alternativa basada en el amor. En La soberanía del bien -escrito en la década del sesenta, pero publicado en el año setenta -, señala que la tarea principal del agente moral es percibir al otro, en tanto realidad particular externa al agente, a través de una atención amorosa (loving attention). De esta forma, según la autora la filosofía ha olvidado, o por lo menos ha "apartado de la teoría", el hecho de que el amor es un concepto central en la moral (Murdoch, 2001, p. 11).8 Su teoría moral la llamo aquí, por tanto, "ética del amor".9 Para la filósofa el amor, o la preocupación por una persona particular, es un logro moral que no es capturado por las éticas imparciales -aquellas que enfatizan los principios basados en un punto de vista exclusivamente imparcial.
Murdoch apunta a que la moralidad tiene que ver, más bien, con nuestra capacidad de responder a otros individuos particulares y, como afirma Lawrence Blum, esta respuesta contiene un elemento de particularidad que no es reducible a ninguna forma de universalidad o imparcialidad compleja. De esta forma, la tarea moral en Murdoch no es generar acciones basadas en principios o encontrar razones universalizables, sino atender y responder a la realidad individual de las otras personas (Blum, 1994, p. 12). Así, en los escritos de Murdoch, las relaciones personales constituyen el marco en el que este esfuerzo moral se lleva a cabo. Sin embargo, si bien es cierto que es importante enfatizar el ámbito de las relaciones personales como un ámbito moral -y que ha sido desatendido por las éticas dominantes de la modernidad, relegándolo al espacio de lo privado-, la atención amorosa no debe limitarse a ese ámbito.10
En la teoría moral murdochiana se debe atender a los demás con quienes nos relacionamos, pero tener compasión con un extraño es igualmente importante (i.e., con aquellos con los que no hemos tenido una relación anterior). Es necesario que el agente trate de comprender al otro y actúe de manera genuina por el bien de ese otro particular, aun cuando no haya compartido con él anteriormente. Para lograr esto, el agente tiene la difícil tarea de evitar confundir sus propias necesidades con las del otro individuo particular al que está atendiendo de manera amorosa. Si el otro es un extraño con el que no se ha tenido una relación anterior, se debe prestar una atención especial a su particularidad para evitar errores. Por consiguiente, el objetivo es que el agente entienda y atienda el bien de la otra persona, y que actúe con una preocupación genuina y directa hacia ese bien. La respuesta moral, en definitiva, es la respuesta al bien particular de ese otro con el que me estoy relacionando y al que estoy atendiendo de manera amorosa.
Naturalmente, puede ocurrir que, al atender a ese bien, el agente confunda sus propias necesidades con las necesidades de la otra persona. También puede ser difícil comprender cuál es la situación en la que se encuentra el extraño y resulte complejo distinguir qué es lo más beneficioso para él en este determinado contexto.11 Por ello, como indica Blum (1994), "compasión, preocupación (concern), amor, amistad y amabilidad (kindness) son sentimientos o virtudes que normalmente y, en algunos casos necesariamente, se manifiestan en la dimensión murdochiana de la moralidad" (p. 13). Gracias a estos sentimientos o virtudes, el agente moral podrá discernir qué es lo mejor para esa persona particular, en su determinada situación y a la luz de la relación que mantiene con ella.
El objetivo de Murdoch es que los filósofos vuelquen su interés en el desatendido fenómeno moral del amor. En efecto, sostiene que "necesitamos una filosofía moral en la que el concepto de amor, tan raramente mencionado hoy por los filósofos, se haga central de nuevo" (Murdoch, 2001, p. 53). Este concepto de amor resulta familiar, pero, sin embargo, es difícil de tratar porque requiere la elaboración de nociones éticas capaces de reproducir la diversidad de los fenómenos morales. En la experiencia moral se requiere, por ejemplo, respetar al otro, y esto solamente se puede lograr a través del amor, de acuerdo con Murdoch. Por consiguiente, "es precisamente la concreción, la individualidad y el carácter dinámico de la experiencia moral lo que precisa convertirse en objeto de la investigación filosófica" (Bagnoli, 2013, p. 42).
La principal experiencia en la vida moral, de acuerdo con Murdoch, es el reconocimiento de los otros, y esta es una experiencia que se logra a través de la atención amorosa. Por tanto, como menciona Blum (1994, p. 12), atender de manera amorosa a un hijo o a un amigo, por ejemplo, implica entender sus necesidades y cuidar de que se cumplan.
Pues bien, es necesario especificar qué entiende Murdoch por amor. El amor es, de acuerdo con la filósofa, una autoridad moral distinta e independiente de la autoridad moral de la razón. Así, pues, la ética del amor de Murdoch pone en tela de juicio la agencia racional y los principios propios de la manera kantiana (y utilitarista, podríamos decir) de entender la teoría moral. Esto porque Murdoch entiende la moralidad como una experiencia que debe generarse con otras personas particulares.
No cualquier tipo de amor es considerado un amor moral para la autora:
En un sentido no se puede más que estar de acuerdo con la idea de que el amor es la cosa más importante de todas; y, aún así, es normal considerar el amor humano profundamente posesivo hasta el exceso y también demasiado 'mecánico' para ser portador de una visión. (Murdoch, 1997, p. 361)
Por ende, Murdoch descarta el amor "posesivo" y "mecánico" que se genera entre las personas. El amor de los seres humanos suele estar condicionado por el amor erótico, y este tipo de amor no califica como un componente necesario para la motivación moral. Para la autora, el amor erótico disminuye la motivación a buscar el bien y es, más bien, un impedimento y una fuente de engaños. El amor sexual envuelve a la otra persona en una atmósfera egoísta que no permite percibirla como realmente es.
2. CRÍTICAS A LA ÉTICA KANTIANA
La principal crítica que hace Murdoch a la ética kantiana consiste en que el respeto a la dignidad de las personas no es realmente un respeto a personas particulares sino, más bien, a la razón universal que albergan en sus pechos (Murdoch, 1997, p. 215). Como señala Stephen Darwall, esta crítica puede extenderse también al utilitarismo y, de esta forma, los individuos son meros "recipientes", sea de razón, agencia racional o autonomía, por un lado, o de placer, experiencias beneficiosas, por el otro. En cualquiera de estos casos, las relaciones parecen distorsionadas y alienadas; esto porque una relación genuina siempre debe darse entre individuos que se relacionan entre sí como tales (Darwall, 2010, p. 152).12 La filósofa critica que como el respeto va dirigido a "la razón universal que albergan en sus pechos", no se puede garantizar un reconocimiento mutuo. A la ética kantiana le gustaría, por así decir, "usar la moralidad como alambique para que cristalizase en ella una sociedad libre del devenir histórico, una sociedad simple que viviera ateniéndose exclusivamente a unas reglas generales ("Diga siempre la verdad", etc.)" (Murdoch, 2018, p. 25). De esta manera, según la lectura murdochiana de la ética de Kant, no habría un respeto hacia un individuo particular sino, más bien, una reverencia a la ley y un respeto en abstracto, un respeto a nadie en particular, una ética, por tanto, sin rostro.13 La ética para Murdoch, en tanto, no debería ocuparse de la "razón universal que albergan en sus pechos" la humanidad sino, más bien, de respetar la alteridad de todas las personas particulares a través de una atención amorosa, para así saber cuáles son sus necesidades.14
La ética kantiana fallaría en este punto porque, de acuerdo con Murdoch, el respeto no permitiría apreciar las diferencias entre las personas sino, más bien, homogenizaría a todos. Murdoch tiene en mente que las personas pueden reconocerse solo cuando prestan atención a sus diferencias. Respetar a los demás solo tomando en cuenta su "agencia racional albergada en sus pechos" implica fallar en reconocer las diferencias y particularidades de las personas.
Como señala Carla Bagnoli (2018), si el amor nos permite discernir lo bueno, entonces pareciera ser que el enfoque kantiano nos privaría de recursos conceptuales importantes para dar cuenta de las vicisitudes de la vida moral. Además, la filósofa irlandesa es crítica de la irrelevancia moral que juegan las emociones en la ética kantiana, ya que esto haría que la motivación moral sea ininteligible (Murdoch, 1997, p. 195). Este punto se puede ilustrar con el famoso ejemplo de la suegra y su nuera (el que la suegra cambia su consideración acerca de su nuera sin que ocurra algo en concreto);15 experimento que demuestra, de acuerdo con Murdoch, que la ética kantiana no está preparada para explicar historias particulares donde ocurran transformaciones morales, porque la ética kantiana estaría solamente limitada a explicar actividades vinculadas a principios o reglas (Bagnoli, 2018, p. 71). De esta manera, Murdoch lamenta que la importancia esté fijada exclusivamente en la acción y no en la percepción, las emociones o actitudes.
Murdoch fue crítica del no-cognitivismo, teoría moral que afirma que lo importante es la manifestación exterior y visible de la experiencia moral.16 El agente moral es meramente ejecutor de sus acciones. Por consiguiente, todos los fenómenos morales que escapan a la manifestación exterior quedan en una posición de desmedro. La acción toma la posición de privilegio en la medida en que es pública. Las acciones son universalmente comprensibles y su significado está gobernado por reglas universales (Cf. Bagnoli, 2013, p. 43). De esta forma, gracias a la acción se produce este tipo de éticas que facilitan "algoritmos morales". Murdoch menciona que la ética kantiana es un ejemplo de este tipo de éticas ya que la actividad moral en Kant se reduce a mera actuación externa, confinada solamente al momento de la decisión. Existirían al menos tres malentendidos resultantes de esta estrecha comprensión de la moralidad: i) las emociones son consideradas perturbaciones que socavan la racionalidad práctica (Murdoch, 2001, p. 366), ii) no se sabe cómo están motivados los agentes morales (p. 195) y iii) los pensamientos, la imaginación y las emociones del agente moral no tienen cabida pues sería un mero performista17 Así pues, Murdoch afirma que este tipo de éticas, que creen que su simplicidad es un punto a favor, son fuente de graves errores y malentendidos. Para que no ocurran estos malentendidos es importante el papel de, por ejemplo, la imaginación en el plano moral, así como actividades morales que no son acciones, como la atención y la re-descripción que surge de ella. El imaginar, atender, pensar y deliberar es lo que permite para la filósofa irlandesa que se tomen las decisiones morales apropiadas. Los errores morales, por tanto, provienen de una falta de atención e imaginación.
3. LA ATENCIÓN AMOROSA
Simone Weil (1909-1943), filósofa francesa y activista política, influyó en los escritos de Murdoch, particularmente con la noción de atención.18 Apunta Murdoch (2001): "He utilizado la palabra 'atención', que tomo prestada de Simone Weil, para expresar la idea de una mirada justa y amorosa, dirigida sobre la realidad individual" (p. 41).19 Para la filósofa irlandesa, la palabra "atención" es fundamental porque considera que "este es el rasgo característico y propio del agente moral activo" (p. 41). De esta manera, el concepto de atención es especialmente importante en su obra. Respecto a prestar atención sostiene Weil (1977):
El amor al prójimo, en su forma más acabada, significa sencillamente ser capaz de decirle: "¿Qué te está pasando?". Significa reconocer que quien sufre no existe solo como parte de una serie, o como un espécimen de la categoría social llamada "desafortunada", sino como persona, igual que nosotros (...) Esta manera de ver es, ante todo, atenta. El alma se vacía de todos sus contenidos para recibir dentro de sí al ser al cual está mirando, tal como este es, en toda su verdad. Solo quien es capaz de prestar atención puede hacer esto. (p. 51)
La "atención amorosa" implica entender qué es lo que el otro necesita y hacerse responsable por aquello a través de la pregunta "¿qué te está pasando?".20 No se trata de encontrar un corolario y actuar de acuerdo con él, sino de atender de manera adecuada la necesidad del otro en su particularidad. La atención amorosa requiere que las propias necesidades, fantasías (conscientes o inconscientes), deseos y sesgos (biases) sean suprimidos para que podamos apreciar las necesidades, fantasías, deseos y parcialidades de los otros (Cf. Blum, 1994, p. 12). Así pues, el amor es la herramienta moral que nos permite ver la realidad de una persona al dirigir la atención hacia ella. Este importante logro moral no podría ser llevado a cabo por las éticas imparcialistas, que se preocupan únicamente por la acción que permiten sus principios y reglas morales, porque no prestarían la adecuada atención para comprender las necesidades de los otros. En su ensayo La idea de perfección (1970) Murdoch da el ejemplo de un caso en que la acción no es relevante:
Una madre, a la que llamaré M, siente hostilidad hacia su nuera, a la que llamaré N. M piensa que N es una buena chica, no exactamente vulgar pero sí ciertamente tosca y carente de decoro y refinamiento. N tiende a ser impertinente y familiar; poco ceremoniosa, brusca, a veces claramente ruda y siempre aburridamente juvenil. A M no le gusta la forma de hablar de N ni la manera de vestirse. M siente que su hijo se ha casado por debajo de su nivel. Asumamos, para la finalidad del ejemplo, que la madre, que es una persona muy "correcta", se comporta siempre de manera encantadora con la chica, no permitiendo que de ninguna manera se manifieste su verdadera opinión. (Murdoch, 2001, pp. 25-26)
A medida que pasa el tiempo puede que en m llegue a generarse un endurecido sentimiento de insatisfacción contra n. Sin embargo, la m del ejemplo "es una persona inteligente y bien intencionada, capaz de autocrítica, capaz se prestar cuidadosa y justa atención al objeto que se enfrenta" (pp. 25-26). m se puede decir a sí misma -sostiene Murdoch- que tal vez esté siendo prejuiciosa y deba fijarse de nuevo. Al mirar atentamente, otra vez, puede cambiar la manera en que se está comportando. Gradualmente, en el ejemplo de Murdoch, m cambia su percepción de n a través de una meditada atención.21 Si suponemos que durante este proceso N está ausente o muerta, se evidencia que el cambio no está en el comportamiento de m sino en su mente. En efecto, "n revela ser no vulgar, sino refrescantemente sencilla, no indecorosa sino espontánea, no ruidosa sino alegre, no aburridamente juvenil sino deliciosamente joven, etcétera" (pp. 25-26). La filósofa irlandesa considera que este ejemplo se opone a lo afirmado por Kant porque la acción sería para él el paradigma de la actividad moral. El cambio moral que ocurre en M no es visible y no afecta su desempeño exterior; es, como señala la autora, un acontecimiento privado.22 Por tanto, Murdoch cambia su enfoque hacia las emociones, las actitudes y la percepción moral.
En este caso, la madre decidió comportarse bien con su nuera. Podría considerarse que los pensamientos privados de la madre no tienen mucha importancia y que son moralmente irrelevantes, no obstante, Murdoch apunta a que si cambiamos el modo de ver a los demás, esto afectará de manera directa el modo en que actuamos con ellos. Atrás quedan las percepciones egoístas y se pone de relieve la percepción influenciada por el amor, amor que permite acceder y comprender al otro por lo que verdaderamente es. Por consiguiente, "tanto para Weil como para Murdoch, la moralidad es una cuestión de visión" (Rabassó, 2013, p. 133). Weil describe la atención como una "acción inactiva" que requiere un aprendizaje, un entrenamiento en el mirar; y la atención en el punto más alto se relaciona con la oración. Murdoch retoma esta misma idea, y señala que la oración es una atención a Dios, y esto es una forma de amor.23 Dios es "un objeto de atención único y perfecto, transcendente, no-representable y necesariamente real; y sugeriré también que la filosofía moral debería intentar mantener un concepto central que tenga todas estas características" (Murdoch, 2001, p. 61). De acuerdo con Murdoch, el creyente religioso, especialmente si su Dios es concebido como una persona, se halla en la afortunada posición de ser capaz de enfocar su pensamiento sobre algo que es una fuente de energía; y esto es como estar enamorado. Uno no puede simplemente decirse a sí mismo: "Deja de estar enamorado, deja de sentir resentimiento, sé justo". Lo que se necesita es una reorientación. Por ello, "dejar de estar enamorado (...) es la adquisición de nuevos objetos de atención y por tanto de nuevas energías como resultado de la re-focalización" (Murdoch, 2001, p. 61).
La atención, como se mencionó, se dirige mediante el amor. Atender es fijar la mirada hacia fuera, lejos del 'yo' que reduce todo a una falsa unidad (Cf. Murdoch, 2001, p. 71). Weil ya señalaba en La gravedad y la gracia que la atención se parece al deseo en la medida en que en el deseo no se desea algo y, por tanto, en el desear aparece "esa atención que es tan plena que hace que el 'yo' desaparezca" (Weil, 2001, p. 154). Para lograr una percepción adecuada de los demás se debe ver con atención las particularidades de los otros y ponerse a uno mismo entre paréntesis, y esto ocurre, según Murdoch, gracias a la imaginación.
4. LA IMAGINACIÓN MORAL
La atención nos ayuda a fijarnos en lo personal y lo particular del otro, lo que nos permitirá reconocer su bien. No obstante, como señala Ángela Fuster, el concepto de imaginación es el que aporta la otra mitad indispensable a la atención (Cf. Fuster, 2013, p. 151). De esta manera, la ética del amor de Murdoch se conforma a partir de la atención y la imaginación. La imaginación fue un tema importante y recurrente para la filósofa irlandesa durante casi treinta años. Para la autora, el valor de la imaginación radica en su fuerte vínculo con la moral y cómo el arte puede mostrar la proximidad entre ambas.24
Es menester señalar que Simone Weil también teoriza en torno a la imaginación y la atención, pero es Murdoch quien establece una relación entre ambos conceptos (para Weil la imaginación es, más bien, una facultad hostil y peligrosa). La atención hace que se pueda reconocer la singularidad del otro, y en ese sentido nos ayuda a ser mejores personas. Y a través de la imaginación nos podemos hacer cargo de los otros, en la medida en que podemos situarnos imaginativamente en su lugar. Por ende, es importante para Murdoch distinguir entre la imaginación y su contrario, la fantasía.
Es la "fantasía personal" el principal enemigo de la moralidad, es decir, que lo central sea el 'yo', de acuerdo con Murdoch. Por tanto, es importante distinguir la imaginación de la fantasía.25 Afirma la filósofa:
(...) El contraste más positivamente en términos de dos facultades activas, la una [la fantasía] generando mecánicamente imágenes falsas, obsesivas y banales (el ego como una fuerza omnipotente), y la otra [la imaginación], explorando creativa y libremente el mundo con un deseo dirigido a la expresión y el esclarecimiento (y celebración en el arte y la religión) de lo que es verdadero y profundo (Murdoch, 2013, p. 90).
La imaginación permite percibir la verdad, mientras que la fantasía es fuente de engaños y una forma de negar la realidad.26 Esta última ocurre cuando el agente distorsiona la realidad con sus propias necesidades o bien con ensoñaciones amorfas o con pequeños mitos (Cf. Murdoch, 2013, p. 16). El contraste de la fantasía es la imaginación y respecto a ella señala Murdoch (1970): "Solo puedo elegir dentro del mundo que puedo ver, en el sentido moral del ver, lo cual supone que la visión clara es el resultado de la imaginación moral y del esfuerzo moral" (la cursiva es mía) (p. 44). Gracias a la facultad de la imaginación uno se puede decir a sí mismo: "Sé más compasivo, imagina su situación, míralo desde su punto de vista" (Murdoch, 2013, p. 32).
Para la filósofa irlandesa, Kant y Platón son los grandes autores que le sirven para caracterizar la imaginación a lo largo de sus ensayos. En "Lo sublime y lo bueno", de 1959, por ejemplo, Murdoch considera que el filósofo alemán es el "inventor" de la idea de imaginación y que uno de los intentos más interesantes por definir el arte en la época moderna es el que formuló en la Crítica de la facultad de juzgar (1790). 27 Para Murdoch es importante establecer una conexión entre la imaginación y la moralidad, así pues, ve en Kant el filósofo que supo conectar la moralidad (i.e., el sentimiento de respeto) con el papel que juega la imaginación (i.e., con el juicio estético de lo sublime).28 A partir de las posibles conexiones del juicio estético de lo sublime con el sentimiento del respeto, Murdoch es explícita en entender la imaginación como una facultad mucho más flexible y la sitúa en el plano moral para ayudarnos a imaginar el ser de los otros.
Murdoch trata de acercarse a Kant a partir de su propia lectura y señala que al hablar de juicio estético Kant distingue entre lo bello y lo sublime; y al hablar de lo primero distingue a su vez entre la belleza libre y la que es dependiente (Cf. Murdoch, 2018, p. 11). El verdadero juicio del gusto atañe a la belleza libre, allí la imaginación y el entendimiento operan en armonía al percibir un objeto sensorial que no se presenta bajo ningún concepto concreto y es verificado de acuerdo con una ley que no podemos formular.29
Mientras la belleza no está relacionada con la emoción, el sentimiento de lo sublime sí que lo está (Cf. Murdoch, 2018, p. 13). Como señala Murdoch, son ciertos aspectos de la naturaleza los que despiertan en nosotros el sentimiento de lo sublime.30 Lo sublime resulta de un conflicto entre la imaginación y la razón. Así, delante del cielo estrellado, por ejemplo, la imaginación hace lo posible por cumplir con la exigencia de la razón, y fracasa en el intento; de tal manera que, por un lado, experimentamos el desasosiego al ver que la imaginación no alcanza a comprender lo que tenemos al frente y, por otro, sentimos el regocijo de ser conscientes de la naturaleza absoluta que ostenta esta exigencia de la razón, la cual excede los límites de la pura imaginación sensible. "Estos sentimientos encontrados, apunta Kant, se parecen mucho a la idea de Achtung, que es lo que se siente al respetar la ley moral" (Murdoch, 2018, p. 14). El sentimiento de respeto (Achtung) "es sentir lo doloroso que es que una exigencia moral frustre nuestra naturaleza sensorial, y cuán gozoso es saber que nuestra naturaleza es racional: es decir, sentimos la libertad de actuar conforme a la exigencia absoluta de la razón" (Murdoch, 2018, p. 15).
Si bien Murdoch es crítica de Kant en lo que respecta al juicio estético ("la opinión que sostenía Kant, tan frívola y desconcertante en algunos sentidos", "no creo que la opinión que Kant intenta sostener aquí sea del todo coherente"), señala que no puede dejar de darle vueltas a la relación entre lo sublime y el respeto (Achtung) y ver allí la semilla de algo maravilloso (Cf. Murdoch, 2018, p. 21). Como apunta Murdoch, Kant piensa en lo sublime cuando la imaginación no alcanza a comprender una totalidad concebida de un modo abstracto, casi matemático, que no es histórica, ni social. Lo sublime solo lo ocasionan los objetos naturales (que no son históricos, ni sociales, ni humanos); y cuando la imaginación no logra comprenderlos del todo provoca dolor y placer. Murdoch (2018) afirma que Hegel "convierte en algo social e histórico, humano y concreto, lo que Kant nos ha brindado como algo abstracto, no histórico" (p. 22). De acuerdo con la autora, las limitaciones de la estética de Kant son las mismas que las de su ética porque "a Kant le da miedo lo particular, le da miedo la historia" (p. 23). De esta manera, Kant busca una vida acorde con reglas "tremendamente simples y generales" (p. 23) con tal de suprimir la historia y la excentricidad.
Murdoch ve que para Kant el juicio estético tiene el mismo carácter de sencillez y autocontención que el juicio moral.31 No obstante, para Murdoch, el arte y la moral son, con algunas salvedades, una y la misma cosa. Su esencia es la misma, y esta es el amor (Cf. Murdoch, 2018, p. 25). El amor nos permite percibir la realidad; el arte y la moral son el descubrimiento de la realidad a través del ejercicio de la imaginación. Lo complicado del amor es que todos tenemos una capacidad sin límites para imaginar el ser de los otros. Los otros son distintos a nosotros y, por tanto, siempre hay algo irreductible en ese percibir al otro. De acuerdo con Murdoch (2018), no obstante, el amor "es el reconocimiento imaginativo, el respeto de esa otredad" (p. 27).
De acuerdo con Murdoch, le debemos un amoroso respeto a todas las realidades ajenas a la propia. La concepción del amor en términos murdochianos es distinta del amor en Kant. Para Murdoch, cuando logramos amar a otra persona es porque anteriormente hemos puesto atención en su particularidad y nos hemos imaginado en su lugar (para lograr entender cuáles son sus demandas morales). Cuando logramos hacer esto, podemos respetar realmente a la otra persona. En Kant, en cambio, de acuerdo con Murdoch, no se logra ese respeto amoroso, puesto que el respeto kantiano no es para la persona particular sino para la agencia racional que todos poseemos, en definitiva, hay un respeto a la ley moral y no a la persona particular. De esta manera, no se lograría un respeto genuino en la ética kantiana porque no existe el vínculo real y concreto hacia la otra persona que sí permite el amor. En la Fundamentación para una metafísica de las costumbres (1785) Kant habla de dos tipos de amor (el amor patológico y el amor práctico) y señala:
Así hay que entender [...] los pasajes de la Sagrada Escritura donde se manda a amar al prójimo, aun cuando este sea nuestro enemigo. Pues el amor no puede ser mandado en cuanto inclinación, pero hacer el bien por deber, cuando ninguna inclinación en absoluto impulse a ello y hasta vaya en contra de una natural e invencible antipatía, es un amor práctico y no patológico, que mora en la voluntad y no en una tendencia de la sensación, sustentándose así en principios de acción y no en una tierna compasión. (GMS AA 04 399)
No obstante, Murdoch no está de acuerdo en que, por ejemplo, solo el amor práctico deba ser mandado. De acuerdo con la filósofa, no es comprensible que alguien como Kant -"que tanta majestuosidad le da al alma humana" (Murdoch, 2018, p. 32)- llegue a sostener que existe algo así como una aversión "invencible". Según Murdoch, debe mandarse también el amor patológico porque si el amor es una purificación de la imaginación y la atención, debe ser mandado.
CONCLUSIÓN
En La Soberanía del bien (1970) Murdoch destaca la importancia de la percepción moral. La filosofía moral dominante de la modernidad se ha centrado en la universalidad, imparcialidad, acciones guiadas por principios, etcétera, dejando a un lado la importancia de la percepción moral necesaria para una adecuada y completa concepción de la vida moral. Por consiguiente, aunque el agente moral razone bien en las situaciones morales que se presentan y actúe de manera imparcial, es necesario que perciba el carácter moral del otro con precisión; de otra forma, los principios morales resultan inútiles.
Blum (1994, p. 31) relaciona la percepción moral con el juicio moral, entendiendo el juicio moral como el proceso que une los principios morales con las situaciones particulares. Para Blum, tanto la percepción como el juicio moral muestran una importante laguna en los sistemas morales modernos predominantes.32 El juicio moral se ocupa de los particulares y pareciera ser que no está claro cómo la ética kantiana y utilitarista se ocupan de esta cuestión.33 La filosofía contemporánea ha situado a la imaginación como la facultad que permitiría el vínculo entre particulares y universales; y la que nos ayudaría a tomar en consideración a los otros al intercambiar imaginativamente de posición con ellos.34 Iris Murdoch ha considerado la imaginación como una facultad que permite y ayuda la educación moral, una imaginación que nos hace interactuar con los otros y que nos permite conocer imaginativamente nuevas perspectivas y emociones morales desconocidas.35
La ética del amor propuesta por Murdoch hace el esfuerzo de ver al otro de manera atenta y amorosa para advertir su particularidad, es decir, esta ética nos exige ver a toda persona moral como una persona única, con una historia vital distinta, con sus capacidades, limitaciones, deseos y necesidades. Tener una visión amorosa y atenta de los otros nos proporciona una aproximación diferente al de los sistemas morales imparcialistas que han dominado desde la modernidad hasta nuestros días. Con tal aproximación se es consciente de lo que se espera de cada una de las personas del universo moral en virtud de los lazos que nos unen con los otros.
La tradición kantiana y utilitarista de la filosofía moral comparten un punto de vista moral abstracto que, al razonar moralmente de manera aislada realizando o el cálculo utilitarista o bien el test del imperativo categórico, dejarían a un lado al otro en su particularidad. Estas teorías morales, imparciales y de principios se contraponen con la propuesta de Iris Murdoch. La ética del amor de esta autora es, en cambio, parte de lo que he llamado en otros lugares "particularismo híbrido", un tipo de particularismo moral que se opone a la imparcialidad en cuanto la identidad del agente moral es siempre concreta para juzgar acerca de la moralidad de la acción, y en el que la parcialidad y la virtud poseen valor moral.36 La ética del amor de Murdoch no busca la verdad moral a través de la razón (como en Kant, por ejemplo), ni tampoco es una teoría moral que promueva principios o reglas de manera imparcial. Para la filósofa, el amor es un logro moral que nos permite estar en contacto con las demás personas particulares y respetar sus diferencias. El ejemplo de la madre y su nuera muestra que se puede iniciar un proceso de crecimiento moral en el que se purifica el juicio moral a través de la atención y la imaginación, lo cual permite respetar la alteridad de la otra persona. En este caso el agente (la madre) no se guía por un principio moral sino, más bien, actúa motivado por el tipo de relación que tiene con la otra persona (es su nuera). La deliberación moral en la ética del amor de Murdoch, por tanto, no se reduce a realizar "algoritmos morales" sino, más bien, a prestar atención a los otros con una mirada atenta y amorosa.